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Papeles de trabajo - Centro de Estudios Interdisciplinarios en Etnolingüística y Antropología Socio-Cultural

versión On-line ISSN 1852-4508

Pap. trab. - Cent. Estud. Interdiscip. Etnolingüíst. Antropol. Sociocult.  no.22 Rosario jul./dic. 2011

 

ARTÍCULOS ORIGINALES

La dimensión racial en el análisis de la segregación residencial urbana en Puerto Madryn, Chubut

 

Sergio Andrés Kaminker*

*Sociólogo- Centro Nacional Patagónico- CONICET, Bvd. Brown 2915, Puerto Madryn (CHUBUT), correo electrónico: kaminker@cenpat.edu.ar.

Fecha de recepción: Agosto 2011
Fecha de evaluación: Octubre 2011

 


Resumen

Este artículo parte de una reflexión sobre el lugar que tiene el concepto de "raza" para comprender los sistemas de clasificación social en la Argentina con el fin de revisar si este es productivo para el análisis de la segregación residencial en una ciudad patagónica de crecimiento reciente como Puerto Madryn. A partir de los desarrollos teóricos sobre la colonialidad del poder y la dimensión racial en América Latina, poco utilizados para el análisis de la sociología o antropología urbanas, se analizan los efectos de la hipervisibilidad de los migrantes en dicha ciudad.

Palabras clave: Raza; Segregación residencial; Nación; Inmigración; Patagonia.

Abstract

This article begins with a reflection on the place of the concept of "race" to comprehend the systems of social classification in Argentina in order to test if this is productive for the analysis of residential segregation in Puerto Madryn, a Patagonian city of recent growth. From the theoretical developments on the coloniality of power and racism in Latin America, rarely used in urban and anthropological analysis, the effects of hyper-visibility of migrants in the city are analyzed.

Keywords: Race; Residential segregation; Nation; Immigration; Patagonia.

Résumé

Cet article commence par une réflexion sur la place qui la notion de "race" a pour comprendre les systèmes de classification sociale en Argentine a fin de vérifier si est productif pour l'analyse de la ségrégation résidentielle dans une ville de la Patagonie de récente croissance comme Puerto Madryn. Des développements théoriques sur la colonialité du pouvoir et de la dimension raciale de l'Amérique latine, peu utilisé pour l'analyse de la sociologie et l'anthropologie urbaine, ont analysé les effets de l'hyper-visibilité des migrants dans la ville.

Mots-clé: Race; Ségrégation résidentielle; Nation; Immigration; Patagonie.


 

Un prisma diferente. Raza y ciencias sociales en la Argentina

El presente trabajo busca explorar la dimensión racial en el análisis de la segregación residencial en la República Argentina a partir del trabajo en la ciudad chubutense de Puerto Madryn y la certeza que el racismo no es una dimensión, o una forma de clasificación social, que se aborde en los análisis de conflictos por el derecho al uso y disposición del espacio urbano en la ciencias sociales de nuestro país. 

Se buscará problematizar los vacíos sintomáticos de la reflexión académica argentina sobre la segregación residencial en torno a la idea o concepto de raza y los efectos de la creciente visibilidad de la migración de personas de países limítrofes a la Argentina en los últimos veinte años, así como la forma en que se caracteriza a aquellos que participan en los crecientes conflictos de tomas de tierras a la luz de estrategias para solucionar los déficits habitacionales urbanos. Se utilizará la cuestión migratoria en Puerto Madryn con el fin de graficar lo que sucede con la dimensión étnica en una ciudad con un alto porcentaje de migrantes del resto del país y de países limítrofes, enfatizando cómo determinados discursos tienden a "extranjerizar" al ocupante.

Para estos fines, buscaremos incorporar la fertilidad de algunos desarrollos teóricos vinculados a los trabajos sobre la colonialidad del poder y el lugar de la raza en América Latina, para pensar las cuestiones urbanas, a la vez que iniciar reflexiones preliminares respecto de nuestro trabajo de campo en Puerto Madryn, Provincia de Chubut1.

En definitiva, este artículo constituye una búsqueda por reflexionar acerca del lugar que la raza y el racismo tienen y han tenido como clasificación social en la República Argentina en general y, en particular, un primer intento por indagar  acerca de la fertilidad o esterilidad para analizar la problemática urbana, habitacional, el ordenamiento territorial y espacial de la ciudad chubutense de Puerto Madryn. No queremos dejar de mencionar que, si bien las reflexiones tienen una dimensión fuertemente local, uno de los objetivos centrales del artículo está enmarcado en pensar la utilidad de estos desarrollos para los estudios urbanos en nuestro país. 

Unos años atrás, en un encuentro latinoamericano de antropología2, en el cual compartíamos espacio argentina/os, brasilera/os, mexicana/os, colombiana/os, nicaragüenses y costarricenses, la gran mayoría de los participantes presentaba aportes o exposiciones sobre problemáticas, festejos, experiencias, identidades, etc. siempre de los sectores populares, con presencia en el espacio público, territorialmente tratadas o urbanamente segregadas. La temática transversal era la ciudad, el espacio urbano y, como buenos cientistas sociales, la mayoría daba cuenta de los conflictos, las oposiciones, las jerarquizaciones, los límites y nudos, aunque casi siempre la mirada estaba puesta sobre los sujetos o sectores subalternos, más que en la relación de estos con los sectores dominantes o hegemónicos.

Hacia el final de mesa, luego de una descripción criteriosa y elogiosa de una de las coordinadoras argentinas de la misma, una antropóloga brasileña, que también estaba a cargo del simposio, señaló críticamente que en ninguno de los trabajos argentinos, que eran mayoría cabe agregar, había problematización o siquiera mención a la dimensión o cuestión racial. Esto sin duda alguna era así, sin embargo no se sometió a discusión el comentario. Aún en las exposiciones donde se trabajaba identidades, segregación, segmentación, diversas formas de discriminación y conflictos por el uso y disposición del espacio urbano, la "raza" no aparecía siquiera como categoría descartada. Tampoco el racismo. A priori, entre los argentinos, esto no generó más que cierto asombro por la naturaleza de la crítica que la mayoría encontraba(mos) infundada. Parecía existir cierto consenso acerca de lo estéril de la pregunta por la "raza", por el "racismo" o la "racialización" en el contexto argentino, cuando menos en lo referente a las cuestiones urbanas.

Luego de un par de años, a través de la continuidad del trabajo de campo en diversos proyectos con organizaciones de africanos, afrodescendientes y con refugiadas y refugiados, algunas reflexiones del equipo de trabajo y el enriquecimiento con ciertos aportes de teóricos latinoamericanos poco enseñados en la Carrera de Sociología de la Universidad de Buenos Aires3, esa crítica, ese cuestionamiento, comenzó a circular en nuestro quehacer profesional como una preocupación más a la cual comenzamos a intentar responder.

Primero, a través de la pregunta central para nuestro ejercicio profesional, ¿es pertinente pensar la "raza", el "racismo" o la "racialización" para trabajar cuestiones relacionadas a la conflictividad social, y en este caso en particular en la  lucha por el espacio urbano? Luego, con otra pregunta subyacente, ¿por qué la raza no suele aparecer en las principales preguntas de ciencias sociales argentinas, en particular en nuestro propio campo temático disciplinar, la sociología urbana?

Para trabajar la cuestión, resulta importante comenzar por ejercitar una respuesta respecto de la segunda pregunta. La raza no ha sido una preocupación central para las ciencias sociales de las décadas recientes en la República Argentina, en particular para la sociología que se encargó de cuestiones ligadas a la modernización, urbanización y a los sectores populares. En el campo más amplio de las ciencias sociales, las excepciones lo constituyen los análisis de la ideología latinoamericana (y argentina) de las clases dominantes del siglo XIX caracterizada como "racialismo" (Ansaldi y Funes, 2004), la historiografía sobre las migraciones transoceánicas de la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX, la "cuestión étnica" y los debates sobre la pertinencia de identificar la Argentina como un melting pot que tuvieron como animadores a Sabato (1988) y Devoto (2003). También, la preocupación por la dimensión racial fue atendida desde el campo híbrido que configuran la antropología histórica, la sociología y la historia indígena del sur sudamericano (Briones, 2005; Del Río, 2005; Escolar, 2007; Vezub, 2009; Bascopé, 2009; Ramos, 2010; entre otros) y los estudios afro (Picotti, 1998; Frigerio, 2008; Bidaseca, 2010), además del análisis sobre discriminación y/o xenofobia hacia personas migrantes de países limítrofes que lo señaló como problema (Margulis, 1997).

Esta ausencia relativa de la cuestión racial en otras temáticas antropológicas, históricas y sociológicas, se vuelve sintomática en los desarrollos de los estudios urbanos respecto a las formas que adquiere la segregación residencial en la Argentina, como ser, por ejemplo, el análisis sobre globalización y dualización de las ciudades en Argentina (Ciccolella, 1999), los análisis sobre Buenos Aires como ciudad fragmentada (Prevot Schapira y Cattaneo Pineda, 2008), sobre el crecimiento de las urbanizaciones cerradas (Svampa, 2001 y 2005, Arizaga, 2005, entre otros), la formación de asentamientos en Provincia de Buenos Aires (Merklen, 2000, 2005, Svampa, 2005) o incluso las formas en que la dictadura modificó la ciudad de Buenos Aires, que resulta particularmente sugerente, teniendo en cuenta a quienes consideraba "merecedores de la ciudad" (Oszlak, 1991).

Como bien afirma Segura, en los últimos años, los análisis de segregación residencial predominantes pusieron atención, por un lado, a los ricos autosegregados o al "emergente mundo comunitario de los pobres urbanos", dando por sentada la territorialidad, o bien, por otro lado, en una "focalización en lo territorial" (2006: 3-4) con una matriz más cuantitativa, dejando por fuera las dimensiones prácticas y simbólicas de la segregación.

Mera explica, a su vez, que la preocupación por lo étnico y lo racial en los estudios urbanos tiene su antecedente más claro en la Escuela de Chicago, en los estudios de segregación de los inmigrantes y sus análisis de ecología urbana (s/f): 3). Por su parte, en el contexto europeo tiene una aparición más tardía, vinculada a corrientes migratorias de trabajadores que crecieron en los años setenta. Bayona da cuenta de que, detrás de esa preocupación por la segregación residencial de los migrantes, existía cierta inquietud en torno a la integración e inserción y a las dificultades que la segregación puede generar en estos procesos y la creencia de que "la heterogeneidad social se ve, de una forma u otra, reflejada en el espacio, es decir, que el espacio se puede constituir como espejo revelador de las diferencias sociales" (2007). En este punto, existieron varios estudios que buscaban analizar la situación europea como tendiente al proceso de guetificación propio de Estados Unidos, aunque surgieron otros autores, como Wacquant (2007) que marcaban sus diferencias (Mera, s/f).

En la Argentina, en cambio, "[...] los primeros estudios sobre ciudad e inmigración se encontraban atravesados por esta matriz germaniana que suponía la existencia de una sociedad acrisolada y en proceso de modernización" (Mera, s/f: 7), por lo cual en éstos la dimensión racial estaba ya invisibilizada, soterrada. La dimensión migratoria estaba pensada en torno al inmigrante europeo, "todos ellos de 'raza blanca'" (Quijano, 1993: 13), no sobre el migrante interno o limítrofe, sobre quienes podía pesar lo racial como parte de un sistema de clasificación social ligado a la construcción imaginaria de la nación.

En cambio, en los últimos años, a través de la visibilización de la diferencia en nuestro país (Grimson, 2006), la dimensión étnica, como una suerte de homogeneización de lo nacional, fue analizada en los trabajos sobre cómo se ubicaron los migrantes en las ciudades argentinas, pero en términos de una vinculación individual, como señala Mera poniendo en el centro las cadenas migratorias, con los ejemplos de aquellos que hablan de "barrios étnicos o "barrios de inmigrantes" (Sassone y Mera, 2007), siendo éstos aquellos lugares donde "las cadenas migratorias siguen reproduciéndose (y modificándose) las relaciones producidas por las cadenas migratorias" (Gandolfo, 1988). Mera explica bien cómo "[...] al establecer una demarcación arbitraria (en el sentido de fabricada por quien denomina) en un universo complejo, crea la ficción de grupos efectivamente existentes en el mundo social, portadores de ciertas características, cualidades y comportamientos" (s/f, 8), ocultando, en cierta medida, su heterogeneidad. Sin embargo, más allá de compartir el riesgo que esto entraña, no dejan de existir conceptos o miradas que operan en forma homogeneizadora en la forma en que se dan las clasificaciones sociales, que no cambian su forma de operar sólo porque se denuncie su carácter de inventados o construidos.

Resulta interesante tener en cuenta que, como sostiene Mera, algunos autores vieron la segregación residencial de los migrantes como consecuencia de los patrones de asentamiento de los mismos, mientras que otros estudiosos los vieron como consecuencia de formas de discriminación y condiciones socioeconómicas de las sociedades de recepción (s/f, 9). Tras ello, Mera da cuenta de los problemas que estas miradas acarrean en términos de pensar a los migrantes insertándose en un espacio vacante o a éstos como sujetos puramente pasivos. Complementa este análisis con un planteamiento según el cual no debe existir una identificación entre los migrantes y su posible etnicidad y, que esto puede generar cierta confusión respecto de qué se oculta detrás de localizaciones o identificaciones determinadas, en términos de legitimación de una explotación o a la forma en que se constituyen la estratificación social en la Argentina.

Ahora bien, el objetivo del presente trabajo es dar cuenta cómo la supuesta marcación étnica del migrante, hipervisibilizada, revela el lugar de la raza en nuestro país, sin importar que esta haya sido construida en su sociedad de origen o de recepción como una suerte de sociogénesis activa o reactiva a las miradas de otros.

En este punto, para avanzar en el análisis conviene diferenciar entre raza y etnia. Se podría decir que el primer concepto hace referencia a una construcción, a "una categoría mental" (Quijano, 1993: 2), una supuesta marca fenotípica contextual, no necesariamente el color de piel, que da una matriz biológica y/o natural a la clasificación que surge de esta. En cambio, la etnia, ya desvinculada de lo biológico, de lo natural, heredado u objetivo (Olmos Alcaraz, 2009), como constructo generalmente relacional, responde a una idea o identificación de un pueblo o nación con un origen común, un pasado compartido, ligado una lengua, prácticas y/o pautas culturales comunes y, generalmente, a un territorio (aunque este sea mítico)4. Cabe tener en cuenta que, como afirma Quijano, "[...] el racismo y el etnicismo fueron inicialmente producidos en América y reproducidos en el resto del mundo colonizado como fundamentos de la especificidad de las relaciones de poder entre Europa y las poblaciones del resto del mundo" y que "[...] las ideas que se cobijan bajo las categorías actuales de etnia, etnicidad han terminado invadiendo y habitan ahora la categoría de raza" (1993: 4)En consecuencia, más allá de la diferenciación y alejamiento de estas categorías en los análisis de las ciencias sociales, la imbricación de estas categorías en sus usos y prácticas hacen que volver visible lo étnico haga retornar una cuestión central: "[...] no es posible seguir ignorando que la división de clases en Argentina estuvo y sigue estando fuertemente racializada" (Adamovsky, 2007: 21). En otras palabras, la visibilidad de lo étnico puede echar luz sobre lo racial como forma de clasificación social con vigencia en la Argentina. En definitiva, la propuesta es, recuperando a Auyero, repensar, "[...] tomar seriamente la raza, el espacio y el Estado" (2007: 25) en el estudio de la segregación urbana en nuestro país, donde "[...] la racialización (práctica y discursiva) de la población villera se conjuga y refuerza con su extranjerización", teniendo en cuenta que para el sentido común sociológico, como también para Auyero, en nuestro país, "[...] la cuestión racial no es un tema (problema)" (2007: 26). No tanto por ser esta una forma de abordar programáticamente el problema de la segregación desde una política pública, teniendo en cuenta que esta categoría no entra en las clasificaciones que maneja la política pública en la Argentina, sino más bien para dar cuenta de cómo opera la raza marcando fronteras simbólicas al interior de las ciudades y, en consecuencia, forjando cierta territorialidad.

La raza en la Nación Argentina

En este punto, como cientistas sociales, resulta difícil diferenciarse, en los propios análisis, de la construcción de la nación argentina como contexto de producción científica. No debemos olvidar aquella advertencia de Butler cuando dice que "el Estado deriva su legitimidad de la nación, lo que significa que las minorías nacionales que no califican para 'pertenecer a la nación' son considerados como habitantes ilegítimos" (2009: 65). Es así que "desde modelos eurocéntricos que se asumieron como normativos, Argentina ha sido particularmente negadora de la diversidad, le ha sido singularmente difícil percibir y desplegar su americanidad, hecha de la convivencia de diferentes culturas" (Picotti, 1998: 60). En el sentido planteado por Dina Picotti, se entiende que la aculturación funcionó con cierta efectividad arrasando por sobre todo lo que no coincidía con un modelo de nación argentina europea y blanca, en buena medida a partir de la generación del Ochenta, pero también antes y después por distintos predecesores y continuadores del mismo modelo institucional y cultural. Claro que forma parte del blanqueamiento que se intentó dar a nivel regional desde las elites de los distintos países latinoamericanos, adquiriendo y naturalizando un orden social con una clara marca racista que sigue teniendo fuerza hasta nuestros días. "El racialísimo -cualidad legitimadora pseudo científica de la matriz de los Estados latinoamericanos en su proceso de consolidación oligárquica- proyecta un discurso (acompañado de unas prácticas) que se hace 'sentido común' en las sociedades latinoamericanas y se erige en una de las explicaciones plausibles en momentos de conflictividad y de exclusión sociales" (Ansaldi y Funes, 2004: 451).

En este sentido, en trabajos anteriores, asumimos un punto de vista conforme al cual la invisibilización cultural y los procesos de homogeneización de la nación argentina han tendido a diluir y llevar al olvido una realidad demográfica propia (Kaminker, 2010). El mito por el cual existe la creencia de que los argentinos bajamos de los barcos tiene varias aristas en lo que a invisibilización y problematización se refiere. Si bien la Argentina fue el país que recibió proporcionalmente una mayor migración transoceánica a nivel mundial entre los años 1880 y 1930 (Margulis, 1977), la realidad es que este mito fue uno de los que ayudó, en su generalización o internalización social proyectada por la escuela y otros mecanismos de sociabilidad, a borrar las huellas de aquellos "otros" en la construcción de la Argentina.

Como afirma Grimson, existió un "régimen de invisibilización de la diversidad" (2006: 71) que operó en la historia argentina. Si bien es verdad que muchos indígenas y negros murieron en las guerras independentistas y "civilizadoras" de colonización de distintos territorios, iniciadas por los españoles y continuadas por quienes aseguraron la integridad del territorio nacional en las distintas campañas militares, no es menos cierto que su descendencia, su existencia y su visibilidad fue acallada por ese régimen del cual habla Grimson como uno de los constructores de la nación argentina5. En consecuencia, "los argentinos se han visto a sí mismos, mayoritariamente, como un pueblo homogéneamente 'blanco', construido a partir del aporte de una variedad de raíces europeas armónicamente integradas en una unidad nacional" (Quijada, 2004: 425). Así es que la extendida idea "crisol de raza se convierte en una apelación a la síntesis, (...) una doble solución: a la escasez de fuerza de trabajo y a la necesidad de 'mejorar la raza' y extirpar el componente indígena (y africano) de las poblaciones latinoamericanas" (Ansaldi y Funes, 2004: 483; las cursivas son propias).

En definitiva, lo que sucedió en la Argentina, a diferencia del resto de América Latina, es que la performatividad de la formación del mito de nación y homogeneidad cultural propia dio pie a que, como afirma Grimson, "la etnicidad no se constituyera (como sí en otros países) en un lenguaje político relevante" (2006: 72)6. Sin embargo, esto no significó la ausencia del racismo en la constitución de la nación argentina, sino, muy por el contrario, la demarcación racial de lo que fue considerado nacional, siempre teniendo en cuenta que "lo que está en juego (con el racismo) es la categorización de la humanidad en especies artificialmente aisladas" (Balibar, 1988: 22-23).

Lo que no debe dejar de soslayarse es que, en definitiva, la marca del racismo sobre el sentido común, sobre el imaginario construido, respecto de la nación argentina caló hondo y aquel apelativo calificativo que en otros países de América adquirió ribetes étnicos, el negro, en Argentina se fundió en el rechazo al migrante, a los pueblos originarios, o al descendiente africano, como el rechazo al pobre en general, al cabecita negra (Grimson, 2006: 71). En definitiva, el racismo se fusionó con la marginación de clase, y sobre todo en los años cuarenta, con la apertura de la ciudadanía social y política, a una identificación política, cuestiones que invisibilizaron las diferencias culturales y étnicas históricas ante la otredad construida desde la creación de la nación argentina del discurso hegemónico oligárquico de las elites del país.

La recuperación, en ese momento histórico, del apelativo cabecita negra no implicó una apelación étnica o racial, sino una reformulación, o vuelta estratégica a una identificación de un otro desde el discurso oligárquico argentino, para un acercamiento y apertura de la arena política, que se confundía antes con una cuestión de clase que con otra de cualquier otra índole.

Ahora bien, como explica el propio Grimson, en la Argentina de la década del noventa, se da un giro en el régimen de visibilidad de la etnicidad, de una invisibilidad de las diferencias a una "creciente hipervisibilización" (2006: 70) que llevó a que las distintas colectividades buscaran una organización social propia para poder reclamar por sus demandas y se volvió visible también la sobrerepresentación de las distintas comunidades en distintos rubros del mundo del trabajo, marca clara de la vigencia del racismo. Podríamos aseverar que comenzó a tomar fuerza algo que, a nivel mundial, tomó cierto empuje en los años setenta. Según Wiewiorka, surgieron "olas de identidades culturales" (que) llevaron, a su vez, a "formas renovadas de racismo" (2003: 2).

Esto tuvo su correlato claro en la marcada xenofobia expresada por diversos actores durante dicha década, en especial por la forma en que fueron tratados los inmigrantes limítrofes por el discurso político oficial que los responsabilizaba por todos los males del país, la desocupación, el colapso de los servicios públicos, la inseguridad, etc., xenofobia que últimamente "[...] habría dejado de tener la relevancia" que tuvo en esos años, según Grimson, quien a su vez deja abierta la posibilidad a una "nueva dinámica de etnicización" (2006: 93). Hoy podemos agregar con seguridad que esta dinámica, supuestamente aminorada, no se verifica localmente en todo el país, como es el caso de la ciudad Ushuaia (Mallimacci Barrral, 2008) o de Puerto Madryn. Tal vez, a la luz de hechos sucedidos en los últimos dos años, habría que revisar realmente si es qué dejó de tener relevancia esa xenofobia, si realmente se aplacó en los últimos años, qué había detrás de ella, o si simplemente lo que cambió fue la virulencia discursiva o el foco sobre quién se avizoró como culpable de la crisis argentina de fines de esa década y principios de la siguiente. No debemos perder de vista, como señalan Quijano y Wallerstein, que "[...] la realidad subyacente al racismo no siempre requiere la acción verbal o incluso la exteriorizada postura social que hay en la conducta racista". Debemos recordar, como enseñan estos autores, que "el racismo estuvo siempre implícito en la etnicidad, y las actitudes racistas fueron parte y propiedad de la americanidad y la modernidad desde sus inicios" (1992: 585).

Siguiendo a Grimson, podemos decir que, en Argentina, "la nacionalización compulsiva funcionó durante décadas, en tanto y en cuanto se instituyó un imaginario débilmente disputado acerca de una homogeneidad blanca de la nación" (2011: 217), en donde el término "negro" o "cabecita negra" funcionó para nombrar una heterogeneidad de situaciones más vinculadas al migrante interno y al inmigrante limítrofe, haciendo referencia más bien a cierta "ascendencia indígena que no es reconocida como tal" (2011: 219). Ahora bien, no debemos confundir raza y color, ya que "existen suficientes indicios históricos para señalar que la asociación entre 'raza' y 'color' es tardía y tortuosa. La idea de 'raza' es anterior y 'color' no tiene originalmente una connotación 'racial'. La primera 'raza' son los 'indios' y no hay documentación alguna que indique la asociación de la categoría 'indio' con la de 'color'...es tiempo, pues, de concluir que 'color' no es a 'raza' sino en términos de un constructo a otro.  De  hecho,  'color'  es  un  modo  tardío  y  eufemístico  de  decir  'raza'  y  no  se  impone mundialmente  sino  desde  fines  del  siglo  XIX" (Quijano, 2000a: 4-5).

Por ello, si bien Segato afirma que "lo fundamental es recordar y entender que color es signo", lo cual parece más indicado para Brasil y para la Argentina ha cobrado significación nuevamente producto de la visibilidad que las migraciones otorgaron a la raza en los últimos veinte o treinta años, resulta importante entender que "raza es signo (...) porque su sentido depende de una atribución, de una lectura socialmente compartida y de un contexto histórico y geográficamente delimitado" (2007: las cursivas son del texto original).

A propósito de esto, Segato afirma que a los latinoamericanos nos cuesta hablar de la raza y que "la deficiencia de la reflexión sobre esta categoría en América Latina es nada menos que un síntoma, una ceguera sintomática" (Segato, 2010: 19), la cual se amplifica en el caso argentino por el propio escozor que hablar de raza genera estando tan difundida la imagen de que "venimos de los barcos" y ante la certeza que la biología ya zanjó dicho problema, en especial en el ámbito universitario no casualmente hegemonizado por ciertos sectores. En el mismo sentido, conviene aclarar que, siguiendo a la misma autora, no nos referimos a la idea de raza "como mecanicismo clasificatorio norteamericano, sino a la raza como marca de pueblos despojados y ahora en reemergencia; es decir como trazo viajero, cambiante, que a pesar de su carácter impreciso, podrá servir de instrumento de ruptura de un mestizaje políticamente anodino y disimuladamente etnocida, hoy en vías de deconstrucción" (Segato, 2010: 20).

Debemos entender, por lo tanto, que lo que la biología ya no puede explicar, naturalizado, internalizado por distintos actores sociales, no deja de existir como desigualdad y tiene diversas formas de reproducirse sin que por ello se explicite. Por ello, conviene rescatar la crítica que Segato hace a la concepción de raza desarrollada por Quijano. La autora sostiene que la noción de raza no se fija de una vez y de forma permanente, sino que la colonialidad del poder de la cual habla Quijano "no deja en momento alguno de ser plenamente histórica y, por lo tanto, en constante proceso de transformación" (Segato, 2010: 33). Y, afirma que, "cuando la legislación que regulaba las relaciones esclavistas es abolida, la raza pasa a independizarse y se vuelve un canon invisible e, inclusive, innombrable (...) es entonces que la racialización alcanza la plenitud de su autonomía como estructura que da forma a la realidad de las relaciones sociales y económicas, como un guión que organiza las escenas desde detrás de las bambalinas (...) su carácter ahora difuso e innominable la vuelve más eficaz" (Segato, 2010: 33-4). A nuestro entender, a esa plenitud histórica creemos útil agregar, su carácter situado, no ya meramente nacional o fronterizo, sino espacial, regional o local. Continuando y planteando la necesidad de analizar contextualmente, idea que al día de hoy tiene ya cierto consenso en las disciplinas sociales, podemos señalar que la raza y el racismo no sólo son diferentes cuando cruzamos las fronteras nacionales, sino también al interior de las mismas.

Raza y conflictividad social hoy

Al día de hoy, en la República Argentina vivimos un proceso de crecimiento económico a tasas cercanas al 8% o al 9% anual. Ese supuesto desarrollo, o salida del momento de crisis, según la lectura que se haga del presente proceso en clave desarrollista, ha tenido consecuencias importantes en la vida de las personas. Primera cuestión de vital importancia ha sido la baja en la tasa de desempleo, la cual sin importar quién o cómo lo mida, demuestra un proceso de integración al mercado laboral de una franja de la población que había quedado por fuera hacia fines de los años noventa. Los distintos indicadores respecto de pobreza e indigencia sin dudas han mejorado también. Un trabajo aparte merecería la discusión acerca de qué ha sucedido con la distribución del ingreso. Ahora bien, esto no ha significado la desaparición de la conflictividad social, no sólo en términos de una lucha por una mayor igualdad, o puja salarial propia del crecimiento del trabajo en blanco y la creciente tasa de sindicalización, sino en lo que respecta a la problemática de nuestro interés.

En toda la Argentina, proliferan los conflictos territoriales, tanto en tierras rurales por la expansión por la frontera agrícola, la minería, el turismo, entre otras causas, como en las zonas urbanas y periurbanas, en la lucha por el uso y disposición del espacio urbano, recuperando términos que acuñó Oszlak para analizar lo sucedido en las décadas del setenta y ochenta (1991). 

El Parque Indoamericano en el año 2010 y sus muertos, las tomas de tierras y los muertos en Jujuy en el 2011 y las tomas en casi todas las grandes y pequeñas urbes en expansión, dan cuenta de la intensidad de los déficits habitacionales, de los distintos conflictos que comienzan a hacerse visibles porque muchas personas, aún teniendo acceso a un ingreso fijo sea por trabajo formal, informal o siquiera por el ingreso universal por hijo (AUH), aún pudiendo escolarizar a los niños y solucionar varios problemas de supervivencia que tal vez años atrás no podían, se encuentran ante la imposibilidad de acceso a una vivienda digna, en paralelo o contraposición a la mercantilización creciente de las tierras por negocios inmobiliarios, emprendimientos turísticos o productivos de diversa índole que los expulsa de los espacios urbanos en las que se asentaron o, poco a poco, le tornan imposible un alquiler en las viviendas en las cuales se encontraban. Estos procesos tienden tendencialmente a acrecentar y endurecer las divisiones al interior de las ciudades, haciendo aún más claras las marcas de la segregación, a veces generando guetos, otras trazando fronteras simbólicas donde antes no existían. 

Volviendo a la cuestión central del presente artículo, lo que queremos introducir es que en los estudios de las formas de segregación urbana en nuestro país, la raza no ha sido un elemento al que se le ha prestado atención. Sin embargo, la creciente visibilidad de lo étnico en nuestro país, las migraciones hacia las ciudades de personas provenientes de países limítrofes, pero también de otras partes del propio país, ponen en un lugar visible la raza como forma de clasificación social en la Argentina. 

Recuperando a Quijano, entendemos que "toda posible teoría de la clasificación social de las gentes, requiere necesariamente indagar por la historia, las condiciones y las determinaciones de una dada distribución de relaciones de poder en una sociedad" (2000b: 368). En el presente contexto, parecería ser que debemos repensar las formas que adquieren las "alteridades históricas" nacionales (Segato, 2010), dado que los procesos de urbanización excluyentes de la gran mayoría de las ciudades argentinas muestran una fuerte imbricación entre raza y clase, resignificadas por el discurso conservador actual que tiende a "extranjerizar" a aquellos que luchan por una vivienda digna, al mismo tiempo que encontramos que, en muchos casos de lucha por el espacio urbano, como el que vivimos en Puerto Madryn, con un crecimiento de las ocupaciones de tierras urbanas en los últimos 5 años7, se dan búsquedas de legitimidad a través de la apelación a la nacionalidad argentina, visibilización creciente de las colectividades de extranjeros, de las comunidades de pueblos originarios y brotes continuos de xenofobia contra aquellos ocupantes que se extranjeriza, justamente cuando en ninguno de los barrios se reproduce generalmente la lógica de gueto nacional, o como algunos han llamado, "barrios étnicos" (Sassone y Mera, 2007).

Por ello, el análisis de los límites, de lo relacional y de las formas en las cuales se estructuran estos espacios como fronteras simbólicas8 cobran un creciente sentido material y simbólico, pero también heurístico, etnográfico, dado que permitirán ver los grados de imbricación entre lo económico, lo étnico y lo racial en lo espacial. No resulta novedosa la homogeneización discursiva de aquel que está del otro lado, mucho menos la segregación residencial al interior de una ciudad, tampoco la discriminación e incluso la xenofobia, lo que sí resulta interesante y probablemente novedoso es cómo la visibilidad del extranjero visto como un distinto da cuenta de cómo opera lo racial en la Argentina. Cabe tener en cuenta la advertencia de Arias y Restrepo cuando explican que una de las implicaciones de la diferencia entre la palabra y el concepto de raza es que "la presencia de la palabra raza en el registro histórico y en el etnográfico es un indicador, pero no un garante de que en tal registro se encuentre operando el concepto de raza. Lo opuesto también es igualmente posible, la  ausencia de la palabra no significa necesariamente que no estemos ante la presencia del concepto de raza" (2010: 49).

La pregunta central que debemos comenzar a responder con nuestro trabajo de campo es: ¿hasta qué punto es válido, importante o útil hablar de raza como una lógica o mecanismo de clasificación social con vigencia en la Argentina, en particular en lo atinente a las formas de segregación, guetificación o fronterización urbanas?

En torno a la propuesta de los cupos de estudiantes negros en las universidades en Brasil, Segato relata que le decían "crear raza, legislándola (...) es contraproducente porque divide y fragiliza la unidad nacional" (2010: 15). Claro que esto encierra la trampa de invisibilizar una situación que, como afirmábamos antes, se da de hecho. De la misma manera se puede decir que, en Argentina, volver a pensar en racismo parecería estar "creando raza", sin embargo, responde más bien a la búsqueda de dar cuenta de un fenómeno que comienza a mostrarse y que se encontraba invisibilizado para el análisis académico de esta problemática. Claro que esto tiene su doble origen en el mito de la nación argentina y la imposibilidad de codificar determinados prejuicios y/o jerarquizaciones en torno a un fenómeno que no se ha problematizado, o podemos decir codificado, en torno a la idea de raza o racismo, sino como xenofobia, exotización o hasta etnocentrismo porteño.

Lejos estamos hoy, luego de tanto revisionismo de la propia historia, de continuar con la idea de que no hay "negros" en la Argentina, consecuencia de las guerras independentistas y de la fiebre amarilla, al igual que la noción de que no quedan "indios" porque fueron todos exterminados en las sucesivas campañas militares a los "desiertos" argentinos. Claro está que la borradura de la raza como clasificador social en la Argentina fue otro de los efectos, culturales, del éxito y vigencia del mito nacional y regionalmente sedimentado de que la Argentina es la nación más europea de América Latina.

Si bien al trabajar la invisibilidad de la idea de raza en Argentina, Segato da cuenta de cierta inocencia respecto de la raza mostrada por el Observatorio del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) luego de revisar datos de una encuesta nacional realizada en el 2007 (Segato, 2010: 22), al volver sobre los datos producidos sobre la Provincia de Chubut que surgieron de la misma, estos permiten leer entre líneas no ya la invisibilización de la raza, sino la presencia de la misma como clasificador al interior de la sociedad chubutense. En la misma se afirma que, entre los "actos de discriminación sufridos", "color de piel" fue la segunda causa y que cuando se consultó por los "actos de discriminación presenciados", sumando "nacionalidad" y "color de piel" pasan el 50% de los casos9. Justamente estas dos formas de discriminación están vinculadas por la supuesta visibilidad de la característica en el fenotipo del sujeto discriminado, respondiendo todas a que podrían ser bolivianos, de los pueblos originarios o descendientes de cualquiera de ellos, al igual que migrantes internos cuyo fenotipo se asemeje a cualquiera de estos. Esto no sólo da cuenta de la ausencia inocente o sintomática del análisis del INADI, sino de la vigencia de la raza como marca en el entramado local chubutense.

Es real que aún no parecería haber nombre para el "cabecita negra" de los setenta (Segato, 2010: 24), sin embargo, en varios lugares parecería ser que la identificación va comenzando a existir nuevamente, sólo que en forma local, sea como "indio", "negro", "villero", "boliviano", "extranjero", como formas de nombrar al "otro" que disputa, quien aparece racializado en sus atributos clasificatorios. Si bien hay autores como Adaszko y Kornblit (2008) que sostienen, al analizar la xenofobia en los jóvenes escolarizados que "estos procesos discriminatorios han tenido localmente una gran movilidad, dado que no se basan, como en otros países, en la racialidad como elemento sensiblemente objetivable, sino en otros sistemas de diferencias, más contextuales, lo que los torna cambiantes y volátiles", estos parecerían dar por sentado que la raza es algo biológico y estable, cuando creemos siguiendo a Segato que debemos "mantener la raza abierta a la historia, y retirarla de los nativismos fundamentalistas, esencialistas y anti-históricos" (2010: 31). Por otro lado, no debemos olvidar otros desarrollos que abonan a nuestra visión, como Margulis quien sostiene que "el 'bolita' actual incluye al 'cabecita'; el término que hoy designa despectivamente al extranjero indeseado incluye metonímicamente al santiagueño o al tucumano, hay una elasticidad del significante que no se detiene en fronteras físicas ni conceptuales: el estereotipo discriminatorio se apoya en diferencias manifestadas en el cuerpo, en la condición económica y en la cultura, es xenofobia, racismo y discriminación social a un mismo tiempo" (1997: 14-15). Este mismo sostiene que la negación de la discriminación se lleva adelante a pesar de las evidencias, aunque "basta recorrer nuestra ciudad10, el área metropolitana de Buenos Aires, para ver cómo la calidad residencial y la jerarquización barrial y espacial se corresponden con la diferenciación étnica" (Margulis, 1997: 16).  Ahora bien, que exista un nombre para la masa, no es necesariamente algo crítico a la hora de pensar la invisibilidad/visibilidad de la raza, dado que aún en los setenta y sesenta en los cuales existía tal nomenclatura, las marcas, los orígenes, las identidades locales, estaban fuertemente invisibilizadas por dicha homogeneización.

Hoy, multiculturalismo mediante, la celebración de la diferencia que proyectaba recuperar "culturas pérdidas" para darles su ingreso al panteón de la nación, ha dejado su lugar a una lucha encarnizada por los recursos naturales, la tierra, el agua, los minerales y hasta el acceso a bienes y servicios en forma diferencial como resarcimiento histórico del despojo, en una continúa tensión entre un universalismo clásico del enfoque de derechos humanos, un relativismo fundamentalista identitario y cruces interculturales en los cuales las ideas sobre el desarrollo de la nación y reconocimiento de derechos a las minorías entran en continuo choque.

En nuestro estudio de caso particular, la "racialización" se hace presente al intentar "extranjerizar" al que disputa los recursos, sean estos las tierras o los servicios de un municipio con dificultades para abastecer el crecimiento demográfico acelerado de una población. El nombrar al "mapuche" como invasor de las tierras "tehuelches"11, a la "inmigración descontrolada" como generadora de una crisis habitacional y toma de tierras12, son sólo algunos de los ejemplos claros entre los cuales se entremezclan el supuesto respeto de los derechos humanos de las minorías con los conflictos por el avance del desarrollo y aquellos quienes son utilizados y descartados por y para el mismo, marcados como ciudadanos de otros lugares para deslegitimar sus pedidos, entrando en tensión con aquella noción que en estos años ha comenzado a circular buscando transformarse en política de Estado en la República Argentina, "migrar como derecho humano"13.

La extranjerización como racialización en la ciudad de Puerto Madryn.

La ciudad de Puerto Madryn ha sido una de las de mayor crecimiento demográfico relativo en la República Argentina en los últimos cuarenta años en un proceso que tiene sus orígenes en la construcción y puesta en funcionamiento de la planta de ALUAR en la década de 1970, con el desarrollo de la industria pesquera en la década siguiente y el incremento del turismo y los servicios en la de 1990 (Salvia, 2001). Este crecimiento de la actividad económica fue uno de los factores  para un modelo poblacional estatal basado en las políticas de atracción de migrantes "para poblar la Patagonia" propio de las décadas de 1960 y 1970 (Baeza, 2008), el cual viró hacia un modelo que posee su propia dinámica poblacional, donde la capacidad estatal de regular se hizo discontínua. Como  consecuencia de ello, entre migrantes internos e internacionales la ciudad multiplicó su población por catorce en el período 1970-2010, pasando de 6.100 habitantes a alrededor de 80.00014 con efectos sobre el tejido urbano de la ciudad, que creció en forma no planificada, con un importante déficit habitacional que no pudo ser contenido por la política habitacional del gobierno nacional, provincial o  municipal.

Una de las características relevantes del proceso es que la urbanización y el crecimiento demográfico acelerados de la última década coinciden con una política migratoria nacional que se ha vuelto más inclusiva, que considera al migrar como un derecho humano como afirmamos anteriormente, para los ciudadanos de los países del MERCOSUR y asociados, la cual reconoce derechos independientemente de su condición migratoria en el país. Podríamos afirmar sin arriesgar demasiado que en principio esto solucionó más conflictos de los que generó, por los beneficios de tener regularizados a los extranjeros en el país, sus niños y niñas escolarizados y facilitar su acceso a la salud y a algunos planes sociales, en tanto y en cuanto son, en su mayoría, trabajadores que aportan a ese crecimiento señalado previamente.

Ahora bien, en lo que respecta al acceso a la vivienda o su estrategia habitacional, los migrantes que llegaron a la ciudad, internos, nacionales, pero sobre todo los extranjeros han tendido a localizarse en los márgenes oeste y norte de la ciudad, en las zonas más baratas y menos apetecibles para los mercados inmobiliario y turístico. No casualmente, los barrios y asentamientos de estas áreas de la ciudad, donde se encuentran la mayoría de las tomas de tierras, coincidían con las zonas con mayor porcentaje de hogares con Necesidades Básicas Insatisfechas al año 200115.

En paralelo a estos datos presentados, y para adentrarnos en el planteamiento principal del artículo, resulta interesante cómo circula, entre los distintos agentes estatales, de distintos organismos nacionales, provinciales y municipales con presencia en estos barrios de la ciudad, ciertos datos, que no se condicen con lo relevado en el censo o siquiera con las estimaciones demográficas oficiales, según los cuales en la ciudad vivirían ya 100.000 habitantes y estarían llegando todas las semanas unas veinte familias a los nuevos asentamientos. En particular, más allá de la veracidad posible de los datos o la posibilidad de que los resultados del censo hayan sido construidos sin problemas en la ciudad, lo que nos resulta interesante es cómo en la misma visión de los agentes de las instituciones que trabajan en los barrios y asentamientos, existe una sobrerrepresentación simbólica del migrante y del mismo crecimiento demográfico de la ciudad, o en otros términos, una hipervisibilización del extranjero, sobre todo del boliviano, cuya colectividad representa más del 80% de las residencias otorgadas por la Dirección Nacional de Migraciones (DNM) en la ciudad durante los años 2009 y 2010, aunque esto no explique todo el crecimiento demográfico de la misma.  

¿Por qué llamar a esta extranjerización de todo migrante residente de los nuevos asentamientos "racialización" y no simplemente xenofobia? La cuestión no es sencilla, sin embargo, siguiendo el análisis de muchos que hablan de racismo culturalista en Europa occidental y Estados Unidos, al plantear que hubo una suerte de sustitución de la cultura extranjera tomando el lugar de la raza, naturalizando las diferencias en forma geopolítica, tratando a las culturas como inconmensurables y llevando a cabo la misma operación que anteriormente se llevaba a cabo con la raza (Balibar, 1988), podemos dar cuenta de ciertas particularidades de nuestro caso. En primer lugar, no hay una homogeneización del inmigrante extranjero como aquel que se encuentra discriminado en todos los casos, sino que se da una extranjerización y una homogeneización de ciertos inmigrantes extranjeros y ciertos actores sociales locales. No debemos dejar de tener en cuenta que a la hora de hacer análisis particulares no son sólo las fronteras nacionales las que diferencian estas racializaciones. Resulta gráfico en este sentido, como muestra Caggiano (2005) en su análisis de las comunidades bolivianas en La Plata y San Salvador de Jujuy, la utilización de "boliviano" como insulto entre la población local sólo en la última de estas. Sin embargo, en estas ciudades, y en Puerto Madryn también, hablar de "bolita" es un insulto, una designación despectiva que puede estar acompañada por alguna adjetivación más, pero que de por sí conlleva una carga peyorativa hacia el boliviano, e incluso muchas veces nomina a quienes no son bolivianos, como forma de insulto también.

Conviene tener en cuenta en este punto que, al buscar elementos de la colonialidad del poder en la segregación, debemos pensar la clasificación social en torno a una lógica colonial/capitalista y moderna, en la cual la racialización es uno de los elementos centrales (Quijano, 1992), que en general nos encontramos con que la teoría marxista de clases sociales y de la renta suele ser uno de los principales sostenes de los desarrollos sobre segregación residencial, pero que, como varios autores afirman, no sirve por si sola para comprender la realidad latinoamericana actual, sino que invisibiliza diversos elementos de las jerarquizaciones locales, entre ellos la raza como tal.

En este punto, la segregación residencial como el "proceso por el cual la población de las ciudades se va localizando en espacios de composición social homogénea" (Katzman, 2001) debe tener en cuenta la cuestión racial como un elemento más. La segregación sólo puede pensarse en términos relacionales, en los cuales las marcas de la fronterización, de la demarcación de límites, se apoyan en supuestas homogeneidades que no suelen ser comprobables. La formación de supuestos guetos de nacionalidad, que vienen siendo caracterizados, en algunos casos, como "barrios étnicos" (Sassone y Mera, 2007), no son meros epifenómenos propios de todas las nacionalidades, al estilo neoyorquino como podrían decir algunos, sino que aquí, como allí también16, tienen una fuerte connotación racial.

Claro está que existe una imbricación entre raza y clase, por lo que, como en nuestro caso, la raza parecería ser una marca que jerarquiza, visibilizando la diferencia de aquel que se atreve a pasar los límites barriales, que en este caso particular puede ser entre el Norte (pobre y no-blanco) y el Sur (rico y blanco), el Este (cercano a la playa y al turismo) y el Oeste (lejos de la vista del visitante). La "raza", entonces, se corporiza y se torna visible a través de la hipervisibilización de ciertos migrantes extranjeros, que con su presencia aún incomodan, evidenciando que aquel racismo, supuestamente superado y diluido en la clase, aún tiene vigencia. Basta con un ejemplo bien repetido en Puerto Madryn para ver cómo la xenofobia no opera sino a través del racismo. La mirada en el Sur turístico, en la parte rica de la ciudad, no está puesta en forma inquisitiva, discriminatoria, sobre el extranjero cualquiera sea su origen, el cual tiene una significación positiva por ser aquel que permite la supervivencia y enriquecimiento de buena parte de la ciudad que vive del turismo nacional e internacional, sino sobre aquel que es visibilizado como no-blanco, de quien se espera, en el mejor de los casos, que esté yendo a trabajar por la zona, como comentaban adolescentes de un secundario de uno de los barrios populares del oeste, cabe aclarar no todos bolivianos, que expresaban con cierta vergüenza que al salir del barrio e ir al sur de la ciudad se sentían discriminados17*. No es casualidad que Segato haya dicho que la raza hoy "sólo se revela, paradigmáticamente, en los relatos testimoniales sobre el encarcelamiento y la guetificación" (Segato, 2010: 20).


Ambas fotografías fueron tomadas desde el mismo mirador, a dos cuadras de uno de los puntos neurálgicos de la ciudad. La de la derecha retrata el noroeste de la ciudad, mientras que la de la izquierda el sureste. Fotografías tomadas por Sergio Andrés Kaminker.

En este nivel inicial de nuestra investigación, podemos decir que Puerto Madryn se nos presenta como un caso de entrecruzamiento de lógicas, donde la segregación residencial parece adquirir rasgos étnicos-nacionales, raciales, pero también socioeconómicos, dando lugar a posibles intersticios de negociación de "experiencias intersubjetivas y colectivas de nacionalidad, interés comunitario o valor cultural" (Bhabha, 2002). Buscaremos entonces, en nuestros próximos trabajos, identificar las marcas de la segregación residencial y las consecuencias de esta en las formas en que se construyen y relacionan identidades subalternas, recuperando aquella concepción de Simmel según la cual "el límite no es un hecho espacial con efectos sociológicos, sino un hecho sociológico con forma espacial" (1939).

Notas

1El trabajo de campo iniciado en julio de 2011 constó hasta el momento de observaciones en festejos locales, eventos de discusión de problemáticas barriales con habitantes de distintos barrios y/o asentamientos, entrevistas con diversos agentes estatales nacionales, provinciales y municipales con incidencia y presencia en el ámbito local. También se realizaron itinerarios siguiendo puntos de relevancia, continuidad y ruptura para la trama urbana y social de la ciudad. 

2El encuentro mencionado es el II Congreso Latinoamericano de Antropología (ALA) realizado en San José, Costa Rica, en el año 2008.

3Para revisar esta cuestión recomiendo el gráfico trabajo en el cual Ghelfi y Pérez Esquivel (2009) hicieron un relevamiento de lecturas y autores que se enseñaban en la Carrera de Sociología de la Universidad de Buenos Aires (UBA), en el cual dan cuenta de cómo opera un desequilibrio según el cual, salvo en la materias dedicadas propiamente al análisis de  Argentina o Latinoamérica, la bibliografía tiene un sesgo por el cual predominan autores norteamericanos o europeos, por sobre autores argentinos y latinoamericanos. 

4Se encontrará un buen estado de la cuestión sobre los conceptos de etnia y etnicidad  en Poutignat, P. y Streiff- Fenart (1999). Para una historización de la aparición de las categorías de raza y etnia en América Latina, resulta particularmente sugerente el planteamiento de Anibal Quijano (1993).

5Además de la mención al interesante trabajo de Grimson, ver los desarrollos de Escolar (2007) sobre modos de producción de soberanía y la nación argentina.

6A propósito de esta cuestión, ver la encuesta de Nuevo Topo. Revista de Historia y Pensamiento Crítico sobre la dimensión étnica o racial en la investigación social en la cual participaron Adamovsky, Lvovich, Grimson (2008), en una primera parte, y Vezub, Lobato y Briones (2009) en una segunda.

7Sin ir más lejos, según se publicó en el periódico local Diario de Madryn en la nota titulada "Asentamiento irregular en tierras de trabajadores ceramistas" del 20/08/2011, surgieron por lo menos cinco asentamientos nuevos, o tomas de tierras relacionadas a reclamos por viviendas, entre enero y agosto de 2011.  

8En este sentido, se recomienda revisar los interesantes análisis etnográficos de Segura (2006) sobre el partido de General San Martín y Carman (2011) sobre la Costanera Sur de la Ciudad de Buenos Aires que dan cuenta de la dimensión relacional de la segregación residencial y la aparición de fronteras simbólicas y materiales en el análisis del espacio urbano a través de etnografías complejas y detalladas que no excluyen otras dimensiones, excediendo al mero análisis sobre una segregación residencial socioeconómica, si bien no prestan atención a la dimensión racial aquí analizada.

9Fuente: Coordinación de Investigación, Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI).

10Aquí Margulis se refiere a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

11Rodolfo Casamiquela sostenía que los mapuches eran oriundos de Chile y conquistaron a los tehuelches (2007), lo que fue tomado como argumento por jueces de la región en litigios por tierras, tal como se refleja en notas periodísticas como la titulada "Dictaminan el procesamiento de miembros de la comunidad originaria Tracaleu por usurpación", publicada el 24/10/2008 en el Diario de Madryn.

12En este sentido fueron las declaraciones del Jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, luego de la toma del Parque Indoamericano, la cual terminó en la muerte de dos personas como se puede ver en la nota titulada "Macri calificó la política migratoria de descontrolada" publicada en el Diario La Nación el 10/12/2010, pero también opiniones como la del periodista Adrián Ventura,  quien señala que el gobierno nacional permite una inmigración fuera de control en su columna de opinión titulada "Tres problemas, un conflicto infinito" publicada en dicho diario el mismo día. Menos conocidas fueron las declaraciones del gobernador chubutense, Mario Das Neves, en el 2008, cuando señaló que una correcta planificación en materia de vivienda era muy difícil "[...] cuando hay una llegada sin control con respecto a la migración", como surge de la nota titulada "Das Neves dijo que para planificar se debe tener control de las migraciones", publicada el 08/08/2008 en el Diario de Madryn.   

13Como reconoce efectivamente la Ley de Migraciones de la República Argentina No 25.871 promulgada el 21/01/2004.

14Según los datos que surgen de INDEC (2010) Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas 2010: total del país, resultados provisionales. 1ª Edición, Buenos Aires, el departamento de Biedma 81025 habitantes, por lo que la ciudad de Puerto Madryn tendría alrededor de 80000 habitantes a octubre de 2010.

15Ficha de Puerto Madryn elaborada por la Dirección General de Estadísticas y Censos de Chubut.

16Resulta particularmente sugerente e interesante el análisis de Philippe Bourgois (2010) sobre el "apartheid norteamericano" a partir de su etnografía realizada sobre vendedores de crack en East Harlem, en la ciudad de Nueva York.

17Así relataban trabajadoras del equipo de salud mental del Hospital A. Isola de la ciudad de Puerto Madryn, que realizaban una intervención con adolescentes en una escuela secundaria periférica de la ciudad, con fuerte presencia de niños y niñas bolivianas en la matrícula escolar. En la misma les preguntaron a los jóvenes: "¿Hay diferencia entre ser de un barrio u otro?", a lo que contestaron casi al unísono, "Con Barrio Sur".

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