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Papeles de trabajo - Centro de Estudios Interdisciplinarios en Etnolingüística y Antropología Socio-Cultural

versión On-line ISSN 1852-4508

Pap. trab. - Cent. Estud. Interdiscip. Etnolingüíst. Antropol. Soc.  no.28 Rosario dic. 2014

 

ARTÍCULOS ORIGINALES

 Idiosincrasia del valle central Chileno: diccionario de neologismos y locuciones usuales

 

Verónica Gómez1, Luis Herrera2

1 Dra. Verónica Gómez Universidad Autónoma de Chile 5 poniente, #1670, Talca. Chile gomezver@gmail.com
2 Mg. Luis Herrera Universidad Autónoma de Chile -5 poniente, #1670, Talca. Chile Luis.herrera@gmail.com

Fecha de recepción del artículo: Agosto 2014
Fecha de evaluación: Noviembre 2014


Resumem

Los diccionarios son el inventario de una cultura, dice León-Portilla. En este artículo, aplicamos este principio al examen de un contexto cultural específico: la Región del Maule, Chile, caracterizada por una tradición agrícola basada en relaciones de poder asimétricas, construidas sobre la idea de reciprocidad vertical, originadas en el pasado latifundista de la zona como modelo social y económico. Argumentamos que este modelo dejó una impronta particular en el lenguaje, en la forma de palabras y expresiones cuyo propósito es evitar la referencia directa a tópicos "tabú" - la sexualidad y al poder presente en las relaciones personales, entre otros.

Palabras clave: Diccionarios; Léxico de Chile; Neologismos; Sociolingüística; Idiosincrasia.

Abstract

Dictionaries are the inventory of a culture, says León-Portilla. In this article, we apply this principle to a particular cultural setting in Chile: the Maule region, characterized by agrarian traditions built onasymmetrical power relationships based on vertical reciprocity, a configuration that can be traced back to its past as a stronghold of the latifundia economic and social model. We argue that this cultural setting has left concrete lexical marks in the language, in the form of words and expressions devised to avoid direct reference to "taboo topics" -issues related to sexual matters and power in personal relationships, among others.

Keywords: Dictionaries; Chileanlexicon; Neologisms; Sociolinguistics; Idiosyncrasy.

Résumé

Les dictionnaires sont l'inventaire d'une culture, selon León-Portilla. Dans cet article, nous appliquons ce principe à l'étude d'uncontexte culturel spécifique : la région du Maule au Chili. Celle-ci se caractérise par une tradition agricole fondée sur des relations de pouvoir asymétriques, construites à partir de l'idée d'une réciprocité verticale et dont l'origine se trouve dans le passé latifundiaire de la zone et son modèle social et économique. Nous argumentons que ce modèle a laissé une empreinte particulière dans le langage, dans la forme des mots et des expressions dont le propos est d'éviter la référence directe à des sujets "tabous" - thèmes qui se réfèrent, entre autre, à la sexualité et au pouvoir présents dans les relations personnelles.

Mots-clés: Dictionnaire; Lexique chilien; Néologismes; Sociolinguistique; Idiosyncrasie.


 

Introducción

Tal vez una de las características más inconfundibles de los idiomas sea su carácter dinámico: las lenguas cambian y, particularmente, se enriquecen con la incorporación de nuevos vocablos al acervo de los ya existentes, como una forma de dar cuenta de nuevas distinciones en el mundo físico o en el social. El lenguaje, como señalan las premisas de la socio-lingüística, no es solamente un instrumento para transmitir información sino que -al decir de Bourdieu (2001)-también re-crea y actualiza relaciones de poder simbólico entre individuos y grupos que usan el lenguaje como parte de un proceso de reconocimiento y de distinción respecto de otros individuos y grupos.
Partiendo de esta premisa, este trabajo busca examinar algunos marcadores lingüísticos -puntualmente, aportaciones al léxico- que, argumentaremos en las páginas siguientes, surgen al alero de un contexto y una configuración social específica. Estos términos, acuñados en el valle central de Chile y particularmente la VII Región del Maule, reflejan formas particulares de ver el mundo y de situarse en él, acompañando prácticas sociales que son propias de dicho contexto. Particularmente, estos términos reflejan una forma de entender las relaciones de poder social que se caracteriza por la incorporación de términos que permitan "decir sin decir", soslayando la referencia directa a la posición social de los hablantes o a ciertos temas que son considerados difíciles de abordar. Los mismos fueron recopilados como parte de un proyecto de recopilación y sistematización de neologismos y locuciones usuales del Maule, pero nos ha parecido también importante situarlos en su contexto de producción para poder comprender mejor las distinciones del mundo social que representan y nombran.
El trabajo está dividido en tres apartados. En el primero, establecemos las premisas básicas de la relación entre lengua, discurso y contexto social, enfatizando la función del lenguaje en el establecimiento de relaciones sociales: hablar con/ a otro no sólo significa reconocerle, sino reconocerle en y desde un determinado lugar (Van Dijk, 2012) que se construye desde los modelos mentales imperantes en una determinada cultura. Desde esta perspectiva, la existencia de determinados modos de hablar, nombrar y comunicarse es también parte de la identidad colectiva y de las prácticas sociales que acompañan la (re)construcción permanente de esa identidad. En el segundo apartado, nos detenemos en lo que, argumentamos, constituye la configuración social específica de esa zona de Chile, caracterizada por una tradición histórica de relaciones sociales jerárquicas y fuertemente personalizadas en las cuales el poder y la normatividad social están siempre presentes, pero sin que se los mencione directamente. Algunos de los términos más representativos de este vocabulario ad hoc, compilados en el Diccionario de neologismos y locuciones usuales, son presentados y discutidos en el apartado 3. Finalmente, ofrecemos algunas conclusiones derivadas de este ejercicio investigativo, que nos plantean la urgencia de avanzar en la compresión de los procesos que llevan a la formación de términos particulares que actúan como marcadores de identidad no sólo en un grupo social específico, sino en la interrelación entre grupos.

Modelos contextuales y discurso

Entendiendo el uso de la lengua como una manifestación humana, debemos realizar un recorrido por los conceptos que dan cuenta o enmarcan dicha manifestación. En tal sentido, es imprescindible generar una reflexión importante sobre los conceptos que van desde la cultura hasta el disfemismo, sin que ello signifique, muy por el contrario, una división entre ambos términos.
Naturalmente, conceptos como cultura e identidad son simbióticos y han evolucionado notablemente entre el siglo XX y el XXI. Por consiguiente, si comprendemos todo movimiento social como un "actor colectivo" que, con cierta estabilidad en el espacio y el tiempo, posee la capacidad de movilizarse en base a la elaboración de una identidad propia, "en formas de organización muy flexibles y escasamente especializadas, con el objetivo de impactar en el desarrollo de la sociedad contemporánea y de sus instituciones" (Raschke, 1988; Muro y Canto Chac, 1991; cit. en Dietz, 2012: 20), se puede colegir que en la actualidad, en medio de innumerables crisis y movilizaciones, la cultura e identidad de las distintas comunidades se constituye en un problema, el llamado "problema posmoderno de identidad" que consiste "antes que nada en cómo evitar la fijación, cómo mantener abiertas las opciones" (Bauman, 1996 cit. en Dietz, 2012: 38) en un mundo globalizado, veloz y cambiante, mediante el cual, constantemente, los movimientos sociales "refuncionalizan la cultura como un recurso emancipatorio" (Habermas, 1999; Modood, 2007; cit. en Dietz, 2012: 38).
Por consiguiente, la compleja amalgama de movimiento y globalización que enmarcan la cultura e identidad, explicitan límites difusos entre diversas comunidades, existiendo una suerte de congruencia entre distintos grupos, anteriormente separados:

Esta cultura por partes, esta cultura parcial es el tejido contaminado, pero enlazado entre culturas -es, simultáneamente, la imposibilidad de contener cultura y la frontera entre culturas-. Se trata efectivamente de una especie de "en medio" de cultura, desconcertantemente símil y diferente, a la vez (Bhabha, 1996: 54) (Dietz, 2012: 54)

Por lo tanto, lo que constituye la identidad de una cultura, de una comunidad o de la sociedad en general, ya no es de fácil caracterización ni categorización. Lo que hoy identifica una comunidad es muy susceptible de ser modificado en virtud de la interferencia de otras culturas y del propio motor de cambio de cada comunidad.
En cuanto a lo anterior, los integrantes de la cultura interactúan generando actos comunicativos que representan determinados discursos que se construyen en sociedad. Tal discurso se enmarca dentro de un contexto, entendido según Van Dijk (2012: 39), como constructos de participantes o definición subjetiva de las situaciones de interacción, posible a través de las interpretaciones intersubjetivas, es decir, las situaciones sociales serían constructos sociales que manifiestan las experiencias de las percepciones, conocimiento, perspectiva, emociones y opiniones en proceso, relacionadas con la situación comunicativa en determinado momento. De tal forma, se constituyen en modelos mentales que representan situaciones de comunicación, de su vida cotidiana, finalmente de su experiencia. En otras palabras, estos modelos, siempre dinámicos, determinan o controlan las percepciones e interacciones, las cuales se entienden como categorías básicas, ya sea espacio temporales, de identidades, hechos, objetivos, participantes, etc.  (Van Dijk, 2012: 39). Volviendo al concepto de cultura:

Los contextos considerados como modelos mentales consisten en esquemas de categorías convencionales, compartidas y que dependen de la cultura, las que permiten interpretaciones rápidas de acontecimientos comunicativos en proceso" (Van Dijk, 1981; Van Dijk y Kintsch, 1983) (Van Dijk, 2012: 39).

Frente al concepto de contexto, relevante en la configuración de discurso, es importante diferenciar que un contexto puede ser global o local, interpretando el segundo como una parte funcional del primero. Por consiguiente, la semántica local y las decisiones lingüísticas locales, la construcción del discurso, siempre da cuenta de algo más general:

Como señala Cicourel (1980, 101), "el discurso está siempre empotrado en un contexto más amplio"; el propio término con-texto lo sugiere. Y ese quizá fue el sentido que quiso darle B. Malinowsky cuando habló del contexto de la situación (y de contexto cultural). Malinowsky (.) pensó que las emisiones lingüísticas (utterances) eran producidas y comprendidas sólo dentro de un contexto dado de la situación (Lozano, Peña, Abril, 1999: 43)

Habría que subrayar, entonces, que la característica principal de lo expresado es la interacción, ya que los participantes construyen significados que constituyen un sistema social y que se configuran como símbolos reconocibles, cuya manera más accesible es el lenguaje (Lozano et al., 1999: 40). No obstante, también se señala que el discurso no está sólo conformado por proposiciones, sino que además por secuencia de acciones; en ese sentido, son los actos los que propician cambios en las relaciones intersubjetivas (Lozano et al., 1999: 248). Por lo tanto, "por sus actos de significar, la realidad social es 'creada, mantenida en buen orden y continuamente modelada (shaped) y, modificada' (Halliday, 1978: 139). En esta línea el texto es la forma lingüística de la interacción social" (Lozano et al., 1999: 40).
Dando cabida a una precisión aún mayor, Van Dijk (2012: 13) señala que no es la situación social, supuestamente objetiva, la que da cuenta del discurso, ni viceversa, sino que es la definición subjetiva que los participantes realizan de la situación comunicativa la que determina tal influencia. Bajo esa premisa, se considera el contexto también como un modelo, un modelo contextual caracterizado porque controla la producción y comprensión del discurso, se adapta el discurso a las situaciones comunicativas, constituyen una interfaz entre discurso y sociedad, lo personal y lo social, entre otras características (Van Dijk, 2012:14-15). Es decir, los contextos condicionan las maneras del lenguaje, ergo, las formas del discurso. Tomando en cuenta que el contexto es, a su vez, un modelo mental,

este modelo representa las propiedades relevantes del ambiente comunicativo en la memoria episódica (autobiográfica) y controla continuamente los procesos de producción y comprensión del discurso (.) Esto garantiza que los usuarios del lenguaje son capaces de dar forma a su discurso de manera apropiada con respecto a las propiedades relevantes (para ellos) de la situación comunicativa (Van Dijk, 2012: 39)

Por supuesto, hay que mantener al menos la posibilidad que no todo el discurso depende exclusivamente del modelo contextual, sino que hay elementos propios del discurso que tienen más que ver con la propia fonética individual del discurso (Van Dijk, 2012: 188). En relación a lo anterior, nos remitimos nuevamente a la identidad de los individuos, que está constituida por la expresión de la ideología en las diversas formas del discurso (Van Dijk, 2008: 267), involucrando cultura, contexto, modelos e identidades, que configuran diversas decisiones lingüísticas que dan cuenta de un discurso global. En ese cuerpo heterogéneo nacen aspectos puntuales del habla como el tabú, el disfemismo y el eufemismo, que van dando vida a la lengua, la van modificando, renovando y nutriéndola de los modelos mentales que nos gobiernan.
De tal modo, nos enfrentamos a conceptos como el tabú lingüístico, ya mencionado, que consiste en aquellos temas, términos o ideas considerados poco aceptables de ser expresados directamente, que varían de una cultura a otra, que surgen porque representan temor o sanción social o porque en determinadas circunstancias puntualesse convierten en tabú (Ríos, 2011: 154). En ambos casos, los modelos mentales, que esquematizan nuestra sociedad imponen dichos términos que, después de todo, generan un cambio semántico a través de disfemismos o eufemismos, según el contexto: "El que una palabra dada (o una expresión, en su caso) sea sentida por los hablantes como un eufemismo o como un disfemismo no depende de la palabra en sí, sino del contexto, del uso que se haya hecho de dicha palabra o de las intenciones de los hablantes" (Chamizo, 2004: 45). Entendiéndose, finalmente, que eufemismo es una sustitución de un término o frase por otro, de tal manera que sea más adecuado o aceptable socialmente y un disfemismo consiste "en la sustitución de los términos nobles, o simplemente normales, por expresiones tomadas en dominios más vulgares, más familiares, más regocijantes'" (Carreter, 1987, cit. en Ríos, 2011: 156).

Idiosincrasia y poder

De acuerdo al apartado anterior, la sociolingüística como disciplina que estudia los distintos aspectos de la sociedad que influyen en el uso del lenguaje (tales como las normas culturales y el contexto en que se desenvuelven los hablantes) también plantea a la lengua como sistema de signos en un contexto social. En el caso que nos ocupa, el Valle central chileno y, particularmente, la VII Región del Maule, el contexto ha estado marcado por una configuración particular del poder: como en otros países de América Latina, las formas de organización social construidas en torno al latifundio (el "fundo" en el habla nacional) estuvieron basadas en lazos personales de carácter semi-feudal. En Chile, ser o tener actitud de "patrón de fundo" (terrateniente, el dueño del fundo) todavía significa, en el léxico cotidiano, ejercer el poder de manera despótica, sin contrapeso frente a los inquilinos, trabajadores rurales y sus familias que viven en los terrenos del latifundio. Como observa el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo para Chile, en este tipo de configuración social:

La relación entre ambos grupos se regía por una suerte de reciprocidad vertical. Por una parte, los señores producían un orden que elevaba la condición de los subordinados y les permitía la supervivencia pacífica. El pueblo respondía con la subordinación al orden señorial, viviéndolo como quien recibe un don y comportándose de acuerdo al principio de gratitud. (PNUD 2004: 73)

Y si bien el principio de gratitud podía no ser del todo sincero, el Informe del PNUD y la historiografía reciente muestra cómo esta herencia configuró relaciones sociales marcadas por la idea de orden y temor al orden establecido: el trabajo dependiente y la sumisión al interior de la hacienda son la retribución al don patronal (PNUD, 2004; Herrera, 2013). Esto explicaría la permanencia relativamente pacífica -en el sentido de ausencia de revueltas campesinas- de esta configuración hasta bien entrado el siglo XX (aunque con algunas modificaciones). Sobre este punto, el historiador José Bengoa ha señalado que en la relación entre el patrón de fundo y el trabajador rural:

Se cambia la libertad —o el placer inmediato— por la obediencia, y se recibe devuelta el favor patronal y la posibilidad de ascender en la jerarquía hacendal.En fin, la subordinación ascética no es pura explotación sin perspectiva de cambio; es un trueque mínima (o culturalmente) calculado, por el que se consigue la adscripción-integración subjetivaa la sociedad. (Bengoa 1988, citado por Herrera 2013: 136).

La modernización del agro chileno, iniciada ya bien entrado el siglo XX (Canales y Canales, 2013), no conseguiría borrar del todo la impronta de esa forma de entender el poder que, a su vez, se refleja en la formas de hacer lenguaje. Los sistemas de representación tienen la misión de interpretar el contexto social y proponer los símbolos y sistemas de significación que los hagan más eficaces. En este escenario, vocablos y expresiones indirectas serían una consecuencia esperable de relaciones sociales basadas en la reciprocidad vertical. Como señala Duranti (2000), una lengua es en sí misma un conjunto de prácticas que integran no sólo un sistema particular de palabras y reglas gramaticales, sino también una forma de ostentar el poder simbólico de una específica modalidad de comunicación (Duranti, 2000: 76). Desde esa perspectiva, todo lenguaje tiene marcadores de la posición de los hablantes y el reconocimiento de las mismas es parte de la competencia comunicativa.
Sobre este particular, el Informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo para Chile correspondiente a 2004 -dedicado específicamente al tema del poder-, muestra que en el imaginario nacional sobre el poder prima la idea que las relaciones sociales tradicionales están asociadas a la idea de limitación de las capacidades personales para la búsqueda de oportunidades propias, y que el poder social está todavía distribuido de manera muy desigual. Si bien, por una parte, existe todavía la percepción de las relaciones de poder existentes como un marco de protección y estabilidad, ella convive con la idea que la matriz de distribución del poder todavía genera relaciones muy desiguales, tanto en las posibilidades de hacer como en las de expresarse y ser reconocido como igual por el otro. Esta matriz, concluye el Informe: "motiva en muchos un intento por compensar el abuso y la humillación mediante el ejercicio de "desquites" y resentimientos, lo cual no hace más que reforzar esa misma matriz y sus efectos" (PNUD, 2004: 19).
Aquí, se hace importante señalar el concepto mismo de poder con el que estamos trabajando, que hemos entendido, en la línea planteada por Steven Lukes (2005), como la dotación variable de capacidades de las personas, con la cual ellas captan y realizan las oportunidades de su entorno, de acuerdo a un sistema cultural (y lingüístico) que contribuye a moldear sus preferencias, así como las percepciones que tienen sobre las oportunidades que el medio pueda proporcionar. De esa manera, se reitera el concepto de modelo mental, en este caso materializado en un imaginario social del poder, que define un mundo común de significados y valores, orientando así su ejercicio y legitimando su distribución. Todo ello se expresa en un léxico y un modo de emplear el lenguaje que atribuye distintos niveles de importancia a evitar o ventilar el conflicto, por ejemplo: a hacer explícitas situaciones que pueden resultar tabúes en la sociedad -esto es, temas de conversación que no pueden ser planteados abiertamente, pues conllevan una sanción social real o imaginada- o a referirse de manera abierta o velada a situaciones en las cuales las relaciones de poder son un componente importante de la conversación. El lenguaje marca y nombra esta serie de distinciones y modos de relacionarse que son socialmente relevantes, cumpliendo también la función de demarcar los espacios de poder entre los hablantes. Este modo de leer y verbalizar el contexto, argumentaremos en el apartado siguiente, se ve evidenciado en el léxico propio del valle central chileno, que acuña vocablos para circundar ciertas formas de control social, referidas principalmente a la sexualidad, a la crítica y al establecimiento de límites personales.

Diccionario de neologismos y locuciones usuales

El proceso de recopilación y definición de este «Diccionario de neologismos y locuciones usuales», surge en la asignatura de Semántica de la carrera de Pedagogía en Castellano de la Universidad Autónoma de Chile, sede Talca, en consideración que un diccionario "revela la existencia de un estado de madurez de la lengua nacional y de una conciencia de los modos expresivos propios que identifican a unos hablantes frente a los hablantes de otros pueblos (DIVE 1983: ix)" (Pericchi, 2009: 109).
Una de las disciplinas relacionadas con el lenguaje ha sido el desarrollo de diccionarios. Su origen es difuso, no obstante se suele hablar de la Edad Media como un punto informal de inicio, con las anotaciones en latín vulgar que realizaban los lectores para comprender términos cultos, surgiendo la necesidad de aterrizar conceptos complejos y abstractos. La presencia árabe en la península ibérica, también creó la necesidad de ejercicios bilingües, especialmente sobre términos cotidianos o relacionados con el comercio.
Naturalmente, este ejercicio espontáneo fue sistematizado, naciendo los primeros diccionarios de latín y, posteriormente, ocurriendo la irrupción de las lenguas autóctonas y el aporte, incalculable, de la imprenta.
Para el siglo XVII, surgen diccionarios propios de la lengua castellana, y ya en el siglo XVIII la Real Academia de la Lengua Española confeccionaba un libro dedicado a nuestro idioma, fundamentado por autoridades en la materia («Diccionario de autoridades»).
Desde esos tiempos hasta el presente, el diccionario ha sido símbolo de corrección, formalidad y precisión. Aunque su objetivo fundamental ha sido el de "fijar y normar el uso de los componentes léxicos de determinada lengua, la incorporación de las voces viene dada también por los cambios que se generan en la vida y la sociedad, así como por las constantes novedades en la ciencia y la tecnología" (Máynez y Nagel, 2012: 215), durante la segunda mitad del siglo XX, especialmente con la irrupción de la gramática o lingüística funcional, el habla y el uso comenzaron a cobrar fuerza, especialmente en lo que respecta a dialectos y jergas regionales o locales. De tal manera, surgen diccionarios de localismos, locuciones comunes, refranes, etc., que la Real Academia de la Lengua Española no ha restado atención, pues en cada edición de su diccionario oficial, han ido apareciendo términos, incluso vulgares, que no hubieran sido considerados hace un par de siglos atrás, entendiendo, por tanto, que: "Los diccionarios —como lo ha sostenido en repetidas veces Miguel León-Portilla— son el inventario de una cultura; en ellos se incorporan significantes y significados que aluden al particular modo en que un pueblo conceptualiza y parcela la realidad" (Máynez y Nagel, 2012: 216).
De tal manera, es común la discusión sobre ¿Qué es correcto o incorrecto frente al idioma? ¿Resguardar la lengua castellana significa adscribirse a la norma o asumir la creatividad del habla? ¿Es el registro culto formal el fin último que debiera alcanzar un hablante? ¿Qué comunica una lengua sobre su cultura e idiosincrasia?
Durante el primer semestre del año 2013, mediante diálogos cotidianos y entrevistas a distintos participantes, los estudiantes fueron investigando, rescatando y definiendo aquellos conceptos y frases aún no incorporados en la RAE, pero que ya llevan años siendo utilizadospor los hablantes de distintas localidades de zona central, a la cual ellos pertenecen. El énfasis estuvo particularmente colocado en las zonas rurales (la VII región de Chile es la que concentra la mayor proporción de población rural del país), donde esperábamos encontrar la mayor riqueza de expresiones propias de la zona. Aún no recogidos por la academia, estos neologismos y frases han estado «haciendo comunicación» y siendo un aporte para los lenguajes propios de cada comunidad,constituyéndose en representativos de identidad, geografía y sociedad. En ese sentido, tal como el Diccionario de uso del español en Chile publicado el año 2010 por la Academia chilena de la lengua,

no emite juicios de valor ni prescripciones acerca del léxico (del tipo "esta palabra está mal usada"). Este repertorio lexicográfico constituye un diccionario descriptivo, que se propone reflejar el uso corriente, socialmente estabilizado, de las unidades léxicas del español de nuestro país (Academia chilena de la lengua, 2010: 7).

Muchas cosas llaman la atención en este diccionario. En primer lugar, destaca la gran cantidad de usos, a priori considerados autóctonos y exclusivos de las zonas centrales del país, que ya habían sido considerados en las ediciones de la RAE y que se relacionan con usos similares, además, en otros países: pituto, apitutado, capo, punga, etc.
En segundo lugar, el cómo la identidad lingüística refleja la identidad social de cada localidad, entendiéndose que "a través de los intercambios comunicativos los usuarios de la lengua construyen y exhiben activamente los roles e identidades sociales y culturales" (Van Dijk, 2000: 22 cit. en Matos y Mora, 2008: 86). Aún más relevante, se considera que el global concepto de identidad se construye a través de las manifestaciones lingüísticas, incluso "Para algunos investigadores (Wodaket al. 1999, Archakis y Tzanne, 2005) las identidades se transforman y se negocian a través del discurso" (Matos y Mora, 2008: 88). De igual manera, cabe la precisión que por identidad lingüística -preponderante, como ya se mencionó, a la hora de definir el concepto general de identidad- se entiende "el vínculo que crea el individuo con la comunidad de habla de la que se hace miembro y cuya variedad de lengua adopta como suya propia" (Matos y Mora, 2008: 88). En ese sentido, el ejercicio lexicográfico da cuenta de una particular identidad lingüística, que nos habla de características identitarias recurrentes en las localidades de la zona central como es la presencia de la picardía, el uso de disfemismos de carácter sexual, términos relacionados con la intromisión, la descalificación y la desconfianza, y palabras ofensivas que menosprecian a otro. De igual manera, se subentiende que la irrupción exagerada de eufemismos y disfemismos, asociados a estos tabúes puntuales del valle central y la sociedad chilena en general, nos remite a una historia de sometimiento, desigualdad y poder.
La picardía está presente de manera muy regular a través de conceptos como A lo gringo (Locución que refiere al uso de pantalones, buzo o vestido, sin ropa interior3), Arriba de la pelota (Locución que refiere a la acción de estar bajo los efectos del alcohol, al punto de mostrarse desorientado y trastabillar al hablar o caminar), Calugazo (refiere a un beso apasionado), Cambio de luces (Refiere a una señal de coquetería o galantería), Ojo al charqui (Refiere al acto de estar atento), Patas negras (Refiere al infiel), Tarro con piedras (Locución que refiere a la persona desafinada, chillona o al aparato eléctrico de audio que suena con interferencias), etc.
El uso del vulgarismo y los términos de connotación sexual se toman un gran porcentaje de los neologismos y locuciones rescatadas en el diccionario, dando cuenta de tabúes lingüísticos bien definidos, dando razón al argumento de Martínez Valdueza, quien afirma que "los semantistas han interpretado el tabú como causa del cambio semántico" (Ríos, 2011:154). De ese modo, comprendidos como una "manifestación peyorativa que da como resultado términos sancionados socialmente y que, por lo tanto, deben ser utilizados de acuerdo con la tolerancia de la situación conversacional y el interlocutor" (Ríos, 2011: 155), surgen nuevos disfemismos, frente a una temática discriminada e incluso reprimida socialmente: Zas (Calificación que recae en un hombre que es homosexual o que tiene ademanes femeninos), Salir del clóset (Locución que refiere a la acción de admitir su condición homosexual frente a la sociedad), Remojar el cochayuyo (Locución vulgar que refiere al acto sexual), Poner el gorro (Locución que refiere a la acción de serle infiel al cónyuge o pareja amorosa), Nadadora (Calificación que recae en la mujer con trasero y senos de escaso tamaño), Enyegüecido (Calificación que refiere a la persona enojada, enfurecida y alterada, en ocasiones hace alusión despectiva a homosexuales), Cuartear (Refiere a la acción de observar disimuladamente las partes íntimas de otra persona), Colisa (Calificación despectiva que refiere a la persona que le gusta o atraen personas del mismo sexo), Colihuillo (Calificación despectiva que refiere a la persona que le gusta o atraen personas del mismo sexo), Bataclana (Calificación que recae en una mujer que se dedica a la prostitución), etc.
Por otro lado, una gran cantidad de palabras de uso común hablan de comunidades preocupadas de la vida ajena, es decir, abundan términos que indican intromisión, injuria, descalificación, desconfianza o demasiado interés por las actitudes y actividades del otro, subrayando que tal actitud suele manifestarse, generalmente también desde el anonimato o el secretismo.El neologismo-disfemismo surge en relación con tal actitud: la creatividad del neologismo pareciera teñir de humor o rodeo, términos que debieran expresarse de manera directa y clara, pero que, de acuerdo a la idiosincrasia nacional, se prefiere disfrazar. En esa línea, se ha rescatado una gran cantidad de palabras, por ejemplo, algunas de las primeras letras del diccionario: Aguja (3. Persona que está inmiscuida en muchos asuntos o situaciones), Barsa (1.Calificación que recae en una persona que pasa a llevar la voluntad de otro. 2. Dícese de la persona que es extremadamente sinvergüenza, prepotente o impertinente), Boca de jarro (1.Locución que refiere a la persona habladora e impertinente, que transmite comentarios que no debe), Cafiche (Refiere a una persona que intencionalmente depende del aprovechamiento de los recursos de otra persona), Cahuinear (Refiere a la acción de hablar mal de una persona que está ausente al momento de la enunciación), Canapé (1.Refiere a una persona que está inmiscuida en varios asuntos), Carbonero (Calificación que refiere a la persona que prolonga y acrecienta los conflictos con dichos, generando problemas o situaciones confusas), Casetero (Calificación que refiere a la persona que está al tanto de todo lo que sucede o se habla a su alrededor), Chanta (Calificación que refiere a la persona embustera, mentirosa, poco fiable o falto de trasparencia en sus actitudes), Copucha (Refiere al comentario que se transmite en un grupo de personas sobre otro sujeto o situación en particular en que estuvo envuelto), etc.
Además, llama la atención que varias calificaciones demuestran relaciones poco amables entre los interlocutores con el uso de términos de carácter negativo, que menosprecian, coartan o ningunean la capacidad e inteligencia de otros: Dar bote (Locución que refiere a la persona que está siendo inútil en un determinado tiempo, situación y lugar. Hacer nada), Goma (Refiere a la persona que realiza todo tipo de trabajos menores para un superior), Macabeo (1.Calificación que recae en la persona que obedece a su cónyuge o pareja, la cual se caracteriza por ser autoritario y absorbente. 2. Dícese de la persona influenciable por la pareja o amigos), Ñurdo (1. Calificación que recae en la persona que actúa con torpeza), Pajarón (Calificación que recae en la persona distraída, que no se percata de algunas situaciones o enunciados), Pastel (Refiere a la persona que comete errores, además se caracteriza por realizar alguna acción equivocada, por la cual se le llama la atención), Pergüetano (Calificación que recae en una persona tonta y atolondrada), Perno (Calificación que recae en una persona aficionada al estudio. Estudiosa en exceso), Tiro al aire (1.Locución que refiere a la persona que vive sin responsabilidades o que es incapaz de efectuar una actividad), etc.
Finalmente, tampoco se puede obviar el influjo de los medios de comunicación. Términos como Perreo (Refiere a un baile provocador y sensual desarrollado con amplio frenesí, con actitud erótica, al compás del reggaetón u otro ritmo similar), Luquear (Refiere a la acción de mirar disimulada y detenidamente a una persona, objeto o situación) o BlinBlin (Locución que refiere a las joyas utilizadas por determinado grupo social), ya son partede la cultura nacional y local, incorporándose a nuestro léxico de manera significativa.
El abuso del disfemismo y el eufemismo, dan cuenta, por un lado, de recurrentes temas tabúes, tal vez demasiados en el contexto de una sociedad del siglo XXI. Por otro lado, nos retrotrae al origen latifundista aún arraigado en la zona, en el sentido de la alta frecuencia de vocablos indirectos que representan las relaciones sociales asimétricas en la reciprocidad vertical o representan un lenguaje "secreto" que permite expresar en código lo que no está permitido desde antaño, todo aquello que "no se debe", aspecto que prevalece hasta hoy.

Conclusiones

Los términos contenidos en el diccionario de neologismos, una vez situados en su contexto de producción, nos reenvían a la importante relación entre prácticas sociales particulares y a los marcadores lingüísticos que las expresan. Lengua y sociedad son dos realidades interrelacionadas, por lo cual en tanto inventario de una cultura particular, la de la VII Región de Chile, el diccionario de neologismos y locuciones de la región del Maule nos presenta una importante parcela de la identidad lingüística y social de esta zona. Particularmente, aquella que se refiere a los intercambios en los cuales la posición social de los interlocutores, principalmente en las dimensiones de clase social y género (incluyendo la sexualidad) se percibe como una potencial fuente de disrupción de la normatividad social.
Este ejercicio de recopilación y análisis nos plantea el desafío de profundizar no sólo en las particularidades de los marcadores lingüísticos como expresiones de relaciones sociales específicas, sino también en los mecanismos a través de los cuales estos términos se incorporan al habla cotidiana de los sujetos y permanecen allí. A diferencia de otros neologismos que pueden ser identificados con cohortes específicas, los términos que hemos examinado aquí son usados por sujetos de distintas generaciones, lo cual nos habla de una permanencia que está vinculada al pasado latifundista, pero también a la (re) creación de ese imaginario del poder que hacen los sujetos más jóvenes. A pesar de los cambios sustantivos que se han verificado en la forma de vivir en las zonas tradicionalmente agrícolas y en las nuevas formas de vivir y concebir la ruralidad (PNUD, 2008), estos marcadores permanecen y se trasladan a la cultura urbana incluso, posiblemente porque aún en un modelo económico distinto del que les dio origen, tienen sentido en un contexto de relaciones sociales que no necesariamente se ha modernizado con la misma velocidad, lo cual podrá ser materia de futuras investigaciones.

Notas

3 Todas las definiciones entre paréntesis pertenecen al Diccionario de neologismos y usos comunes, 2013.

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