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Papeles de trabajo - Centro de Estudios Interdisciplinarios en Etnolingüística y Antropología Socio-Cultural

versión On-line ISSN 1852-4508

Pap. trab. - Cent. Estud. Interdiscip. Etnolingüíst. Antropol. Soc.  no.32 Rosario dic. 2016

 

ARTÍCULOS ORIGINALES

Lecciones de la izquierda en América Latina: rupturas y continuidades en el siglo XXI

 

Liza Aceves López1, Giuseppe Lo Brutto2

1 Profesora-investigadora titular del Centro de Estudios del Desarrollo Económico y Social (CEDES) de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Miembro del Cuerpo Académico BUAP CA-195 "Sociología Política y del Desarrollo" y del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) de México.
2 Profesor-investigador titular del Posgrado en Sociología del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades "Alfonso Vélez Pliego" (ICSyH) de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Miembro del Cuerpo Académico BUAP CA-195 "Sociología Política y del Desarrollo" y del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) de México.

Fecha de recepción del artículo: Julio 2016
Fecha de evaluación: Agosto 2016


Resumen

En este trabajo se presentan los ejes de la discusión que dieron cuerpo a la tradición que, sobre el cambio social, brindó la izquierda a la región de América Latina y la forma en que ésta vertiente de pensamiento fue transformada por la crisis del desarrollismo, la violencia de los regímenes autoritarios y finalmente por la llegada del neoliberalismo. A partir de ésta revisión se ha buscado identificar las líneas de continuidad y ruptura entre el discurso de la izquierda latinoamericana y los elementos que encontramos presentes en la reconfiguración del campo político que devino de la crisis neoliberal.
En ese sentido, la condición actual de la izquierda latinoamericana no puede explicarse sin reconocer un discurso político articulado que le ha permitido tener penetración social, el cual si bien tiene mucho de nuevo, también abreva de los aportes de la izquierda clásica. Esa condición difusa de la izquierda le ha permitido incluir a amplios sectores y avanzar desde la perspectiva político electoral que caracterizó a la región a lo largo de la primera década del siglo XXI.

Palabras claves: América Latina; Izquierda; Partidos Políticos; Movimientos Sociales.

Abstract

This paper presents the axes of discussion that gave body to the tradition that about social change,  tender the left in the Latin American region and the shape in which this slope of thought was transformed by the developmentalism crisis, the violence of authoritarian regimes and finally by the arrival of the neoliberalism. From this review it has been sought to identify the lines of continuity and rupture between the Latin American left speech and the actual elements in the reconfiguration of the political arena that came with the neoliberal crisis. In this sense, the current condition of the present Latin American left cannot be explained without recognize an articulated political discourse that has allowed it to have a social penetration, which although has a lot of new, also gathers the contributions of the classical left. This diffuse condition of the left, has allowed it to include wide sectors and move forward from the political electoral perspective that has characterized the region along the past decade.

Keywords: Latin America; Left; Political Parties; Social Movement.

Résumé

Lors de ce travail, nous présentons les axes de discussion qui explorent le changement social qui a apporté la gauche à la région de l'Amérique latine et la manière dans laquelle celle-ci a été transformée par la « crise du développement », la violence des régimes autoritaires et finalement par l'arrivée du néo-libéralisme. Cet étude cherche à identifier les lignes de continuité et de rupture entre le discours de la gauche latino-américaine et les éléments que nous trouvons des à présent dans la reconfiguration du domaine politique à la suite de la crise néo-libérale.
Dans ce sens, la condition actuelle de la gauche latino-américaine ne peut pas être expliquée sans reconnaître aussi un discours politique cohérent, ce qui lui a permis une pénétration sociale, que bien si elle a dû s’adapter, garde pourtant des apports de la gauche classique. Cette condition diffuse de la gauche lui a permis de toucher à de nombreux et variés secteurs et d'avancer dans la perspective politique électorale qui a caractérisé la région tout au long de la première décennie du XXIème siècle.

Mots-Clés: Amérique Latine; Gauche; Partis politiques; Mouvements sociaux.


 

INTRODUCCIÓN

Una de las características del giro a la izquierda que se ha vivido en América Latina en los últimos años es la discontinuidad, ya sea entre los casos nacionales contemporáneos, o bien con los antecedentes históricos de los proyectos de izquierda y que si bien se podían ubicar -como ya algunos autores lo han hecho (Arditi, 2009; Wallerstein 2008; Petras, 1997)- vasos comunicantes referidos a la relación con: los Estados Unidos, el papel del Estado en el desarrollo, el nacionalismo y la crítica al modelo neoliberal, dichos giros resultan ser no homogéneos ni lineales con la forma tradicional de entender a la izquierda.
En este trabajo se intenta presentar de manera sintética los ejes de la discusión que dieron cuerpo a la tradición que, sobre el cambio social, brindó la izquierda a la región de América Latina y la forma en que ésta vertiente de pensamiento fue transformada por la crisis del desarrollismo, la violencia y finalmente por la llegada del neoliberalismo. Básicamente identificamos dos líneas de debate sobre las vías para lograr el cambio social: la primera organizada por la confrontación entre  reforma o revolución y la segunda por las posturas de la izquierda frente a la democracia electoral. 
De esta manera intentamos seguir esas dos líneas y hacemos un recorrido que va del debate entre reforma o revolución hasta llegar a las posturas del eurocomunismo en la región de América Latina para encontrar las rupturas y continuidades en la izquierda del siglo XXI.

CONSTRUIR LAS CONDICIONES DE LA TRANSFORMACIÓN REVOLUCIONARIA O HACER LA REVOLUCIÓN.

En general, las organizaciones de izquierda en América Latina históricamente tuvieron como fundamento de su existir y eje central de su accionar la idea de que la revolución no sólo era posible, sino inevitable. La izquierda latinoamericana, a tono con la izquierda internacional, planteaba que la contradicción entre el proletariado y la burguesía sólo podría resolverse mediante el acto revolucionario, al que además, reconocía como un suceso ineludible producto del desarrollo de las fuerzas productivas y las contradicciones capitalistas. La revolución, como una solución armada que resolvía las contradicciones de clase, estaba plasmada en el Manifiesto del Partido Comunista (1848) a partir de la interpretación del rol de las revoluciones británica y francesa en el desplazamiento de la clase feudal por la naciente clase burguesa. En El Manifiesto del Partido Comunista (1848) Marx y Engels plantean que de todas las clases que enfrentaban al capitalismo, sólo el proletariado era una clase revolucionaria, cuyo destino inevitable e implícito era derrocar a la burguesía:

De todas las clases que hoy en día se enfrentan a la burguesía sólo el proletariado es una clase realmente revolucionaria. Las demás clases degeneran y perecen con la gran industria, cuyo producto más genuino es el proletariado […] las clases medias, el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino, todos ellos combaten contra la burguesía para salvaguardar de la ruina su existencia como clases medias […] son reaccionarios ya que procuran que vuelva atrás la rueda de la historia (Marx y Engels, 1848: 120).

De igual forma que el resto del pensamiento europeo, las ideas del marxismo llegaron a América Latina y fueron bien aceptadas entre un sector de la clase media intelectual. Indudablemente, la revolución Rusa (1917) como icono del inicio de un proyecto socialista y, mucho más tarde, el triunfo de la revolución cubana (1959) afirmaron en las organizaciones latinoamericanas de izquierda la vigencia de la vía armada como vehículo de la transformación (Carr, 1950).
La polémica sobre la vía revolucionaria y el llamado reformismo, se inició en Europa con el texto de Rosa Luxemburgo, Reforma o Revolución (1899) y la discusión, con lo que más adelante serían las tesis de Karl Kautsky moldeadas en El Camino del Poder de 1909. En ellos, se plasmaba el debate de las organizaciones y partidos de izquierda entre ser revolucionarios o hacer la revolución, es decir, entre llevar las contradicciones sociales hasta sus últimas consecuencias o en ser meros observadores del agotamiento del capitalismo (Löwy, 1975).
En el caso europeo la separación entre reformistas y revolucionarios dio pie a los más acalorados debates y a la separación entre la socialdemocracia y el comunismo. Kautsky en el Programa de Erfurt (1891) planteaba la vía política parlamentaria como un mecanismo para la toma del poder por el proletariado, lo que significó un distanciamiento del leninismo que mantenía la lucha de clases y el programa de la revolución, en el que afirmaba: "La revolución proletaria es imposible sin destruir violentamente la máquina del Estado burgués y sin sustituirla por otra nueva" (Lenin, 1918: 36). En América Latina, esta discusión estuvo prácticamente reducida a las diferencias entre la socialdemocracia europea y el comunismo soviético durante todo el periodo en el que los partidos comunistas se sujetaron a línea del internacionalismo soviético.
La polémica de las vías de la revolución tuvo un claro componente latinoamericano y fue verdaderamente intensa hasta la década de los sesenta, se presentó con el triunfo de la revolución cubana y la pérdida de influencia de los partidos comunistas disciplinados a la línea política soviética. En la década de los sesenta, la postura de las organizaciones de izquierda entre reforma y revolución, se tradujo en la contradicción entre la vía política de los partidos o la vía armada (con algunas excepciones como la del Partido Guatemalteco del Trabajo).
Las diferentes posiciones se sintetizaban en dos líneas políticas, una que ejercía su práctica a partir de la convicción de que era necesario agotar la vía política, madurar las condiciones de la revolución socialista y establecer alianzas con los sectores liberales y progresistas de cada país, representada básicamente en el seno de los partido comunistas; otra, que defendía la tesis de que la revolución era inmediata y que la creación de las condiciones objetivas y subjetivas podía lograrse a partir de un foco armado que irradiara la lucha al resto de la sociedad, en esta perspectiva se ubicaban los movimientos armados. Detrás de esas líneas estaba una configuración teórica de matriz marxista.
El debate sobre los modos de producción en América Latina, a partir del cual se decantaban las líneas de acción política oscilaba entre las tesis que le daban un peso central a la inserción del continente en el mercado mundial a partir de las redes comerciales y señalaban su carácter dependiente, y las tesis basadas en el análisis de las relaciones de producción y la lucha de clases.
Por un lado, las estrategias de los comunistas se basaban el carácter feudal de España y la implantación de ese modo de producción en el espacio colonial. Aceptaban el traslado de una organización económica agraria con servidumbre, vasallaje y ausencia de salario en donde la explotación de trabajo se hacía por tierra, alojamiento y alimentos y donde, consecuentemente no existía un capitalismo maduro que ofreciera condiciones igualmente maduras para la revolución (Vitale, 1968), así la maduración de las condiciones pasaba por apoyar las luchas progresistas en una política en la que los partidos obreros deberían aliarse a ellas en Frentes Populares3 para derrocar a las oligarquías feudales y apoyar la formación de una burguesía progresista. En América Latina existía una sociedad en la que podían coexistir de manera articulada varios modos de producción y en la que el carácter general de la economía lo determinaba el modo de producción dominante, por ello, el análisis era nacional y la revolución dependía de las condiciones objetivas y subjetivas, además, a esa escala era necesario cumplir las etapas del desarrollo de los modos de producción planteadas por la Academia de Ciencias de la Unión de Repúblicas Socialista Soviéticas.
El intelectual marxista Agustín Cueva, planteaba la necesidad de pensar el momento revolucionario en función de la lucha de clases:

Los marxistas deberíamos tener claro este asunto, mas, en el momento en que ciertas líneas estructuralistas y economicistas parecen estar en boga, no parece ocioso recordar que el desarrollo histórico de nuestras sociedades es absolutamente incomprensible si se prescinde del análisis de la lucha de clases. Esta se desarrolla, ciertamente, en el marco de determinados modos de producción (Cueva, 1978:36).

En otra dirección, los dependentistas consideraban que América Latina era una sociedad capitalista. Más allá de que existieran rasgos de otros modos de producción no capitalistas en cada una de las naciones, toda la región se consideraba capitalista por su inserción originaria al mercado mundial colonial. La condición colonial, no era transitoria sino estructural, por lo tanto, lo único que podía desarrollarse en la periferia del capitalismo era el subdesarrollo, una condición que no podía revertirse sin eliminar al propio capitalismo. Para los dependentistas no era posible transitar nacionalmente a un desarrollo pleno del capitalismo, tal y como existía en los países centrales:

La estructura de producción y de dominación social y política de la sociedad en América Latina, es originaria y constitutivamente dependientes de los modos, según los cuales en cada momento de su historia se articula a los procesos históricos fundamentales del desarrollo del modo de producción capitalista, originados en los centros hegemónicos del sistema (Quijano, 1973: 194).

Respecto del modo de producción imperante en la región, los dependentistas se alejaban de la perspectiva de las etapas por dos diferencias con los comunistas: primero, consideraban que los modos de producción que antecedieron al capitalismo habían ocurrido en el espacio europeo y que no tenían que darse en América Latina, segundo, no incluían la perspectiva del capitalismo como entidad nacional sino como una totalidad mundial en la que la lucha de clases -entre proletariado y burguesía- no necesariamente se encontraba, tal cual, en la periferia. Sobre la existencia de un modo de producción feudal que coexistía con el capitalismo, señalaban la confusión del atraso con feudalismo y la falta de industrialización con ausencia de capitalismo (Vitale, 1968). En ese planteamiento, la experiencia de la revolución cubana reforzaba que algunos países pudieran arribar a una nueva sociedad sin cumplir todas las etapas del desarrollo capitalista.
Desde la visión dependentista, Gunder Frank rechazaba la idea del carácter feudal o dual de la región: "La descripción que Carlos Fuentes hace de América Latina como un ‘decrepito castillo feudal con una fachada capitalista de cartón’ es indudablemente poética. Pero es falsa" (Gunder Frank, 1969: 26). La diferencia teórica y conceptual sobre la realidad latinoamericana hacía que mientras los comunistas pensaban que América Latina podía definirse por la situación de las fuerzas productivas internas, caracterizada por la coexistencia sectores capitalistas y no capitalistas, los dependentistas o circulacionistas asumían que la región formaba parte de un todo único mundial. En palabras de Gunder Frank: 

Este desarrollo capitalista, con su conexa explotación del sector "subdesarrollado" por parte del "desarrollo" a través del monopolio del monopolio que este ultimo ejerce sobre la fuerza, el capital y el comercio, se manifiesta en muchos niveles: internacionalmente entre los países metropolitanos y periféricos, e internamente entre regiones avanzadas y atrasadas, entre la ciudad y el campo […] si este proceso no es contemplado como un todo -como el desarrollo dialéctico de un sistema capitalista único- queda la puerta abierta a la mala interpretación de los resultados como algo emanado de un sistema dual (Gunder Frank, 1969: 87).

En el fondo de estas discusiones se encontraba también la tensión entre la adopción de la perspectiva histórica de las etapas y la postulación de una especificidad latinoamericana. Las derivaciones prácticas del estructuralismo latinoamericano se definían en cuatro puntos en plasmados en Quien es el enemigo inmediato: 1) el enemigo es la burguesía propia de cada país, 2) la estructura de clases latinoamericana fue definida por su inserción colonial al capitalismo mundial, 3) la lucha antiimperialista mediante la lucha de  clases, 4) la prioridad táctica en América Latina es la lucha de clases sobre la lucha antiimperialista (Gunder Frank 1969: 327).
Los marxismos podían tener muchas diferencias, sin embargo, en total concordancia con las tendencias del marxismo europeo, no discutían sobre el tipo de cambio social buscado ni tampoco sobre el imprescindible momento revolucionario. Del mismo modo, era compartido admitir que en la revolución socialista, a la que había sido llamada la clase obrera, tenía un papel protagónico la vanguardia intelectual.
En estas líneas teórico/practicas, merece atención las vertientes críticas a la dominación oligárquica distintas a las del liberalismo. Figuras centrales de la crítica radical surgida desde Latinoamérica, van desde José Martí (1853-1895), con el rescate de la dignidad humana, hasta protestas centradas en la lucha por la dignidad indígena como las de Euclides da Cunha (1866-1909) en Brasil; el peruano Manuel González Prada (1844-1918) quien "lanzo un importante manifiesto de denuncia de la opresión indígena, cuyos planteos serán retomados más adelante por José Carlos Mariátegui" o el Manifiesto Liminar (1918) de "La juventud argentina de Córdoba a los hombres libres de Sudamérica" escrito por "Deodoro Roca (1890-1942), del cual es heredero también la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA)" (Roig, 2006:567).
Más adelante, en la primera posguerra y bajo la influencia del triunfo de la Revolución Rusa, surgieron grupos que intentaron responder a los problemas de América Latina desde el marxismo. En los primeros años del siglo pasado, la incorporación de la lucha de clases al discurso político penetró inicialmente tanto en sectores de la clase media como en los grupos estudiantiles e intelectuales. En realidad los partidos socialistas se formaron en el marco de los lineamientos marxistas de la II internacional (1889), sin embargo, estos tuvieron poco impacto en los grupos de obreros industriales:

Por lo general, se les consideraba partidos con una marcada influencia europea, con un sesgo marcadamente intelectual y muy volcados hacia la clase media, debido a las tácticas electoralistas que desarrollaban en la mayor parte de los países donde estaba presentes y el deseo de ampliar su representación parlamentaria (Malamud, 2006:225).

Entre los partidos socialistas más importantes de la región estaban el Partido Socialista (PS) argentino fundado en 1896 por Juan B. Bustos que se ubicaba en la línea de la lucha democrática por las vías políticas liberales y el Partido Obrero Socialista (POS)4 chileno fundado en 1912 por Luís Emilio Recabarren, que planteaba claramente la lucha de clases y el papel de vanguardia del partido en el movimiento obrero.
El Partido Socialista (1896) argentino fue claramente disonante con la el resto de las organizaciones de izquierda socialista en la región, al dar un trato semejante al capital nacional y al extranjero en un periodo en el que los movimientos antiimperialistas eran fundamentales en las luchas socialistas. En 1918, a partir de una escisión del PS surgió el Partido Comunista argentino adherido, posteriormente, a la III  Internacional.
La lucha antioligarquica de los partidos comunistas fue, sin duda, el rasgo más general de las definiciones políticas de la izquierda de esa época, sin embargo, también lo fueron las reivindicaciones indigenista y la lucha anticlerical: "En Perú, el problema indígena fue analizado desde la óptica marxista y la presencia de dos importantes intelectuales de la época José Carlos Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre […] Mariátegui rechazaba tajantemente todo esfuerzo por occidentalizar a los indígenas" (Malamud, 2006:225)
Las expresiones de izquierda socialista adquirieron en América Latina, muchas tonalidades. A pesar del eurocentrismo propio de las visiones marxistas, los socialistas latinoamericanos criticaron, desde la lucha de clases, al sistema oligárquico y al imperialismo de cual era dependiente. En opinión de Arturo Roig (2006: 579): "Todo ese proceso culminó doctrinaria y teóricamente con la figura de José Carlos Mariátegui [con un] marxismo abierto y creador, ajeno a las pasiones doctrinarias".
En el seno de partidos socialistas se encontraba el debate entre marxistas ortodoxos "revolucionarios" y reformistas socialdemócratas. Por ejemplo, la social democracia planteaba el paso del sistema oligárquico a la sociedad moderna mediante cambios en las instituciones y la participación del Estado en la economía. Por su parte, los marxistas ortodoxos -que posteriormente formarían los partidos comunistas- mantuvieron la posición de lucha de clases como vía de la transformación social.
Las oposiciones entre estas dos perspectivas, que se mantenía en la II Internacional, se exacerbaron en la primera guerra mundial ante la decisión que las distintas secciones tuvieron que enfrentar entre apoyar a los intereses nacionales en la guerra o mantener la postura de solidaridad internacional. Para los socialistas la lucha de clases debía esperar por la paz mundial, en tanto que el leninismo pugnaba por mantener la lucha de clases como el lineamiento del internacionalismo. La mayor parte de los partidos socialistas o socialdemócratas adheridos a la II Internacional,  perdieron importancia en América Latina después de 1919. 
La III Internacional o Internacional Comunista, se definió a partir de esa división de la izquierda marxista:

Después del triunfo de la Revolución Rusa y como consecuencia de las escisiones producidas en algunos partidos socialistas, se crearon partidos comunistas en varios países del continente, que entre 1919 y 1943 estuvieron claramente subordinados a las directrices de la Internacional Comunista (la Komintern), que muy pronto se limitó a ser una mera correa de transmisión de las propuestas estalinistas. De este modo, el comunismo latinoamericano debía subordinar sus luchas y objetivos a la marcha de la revolución internacional y a las circunstancias estratégicas de la Unión Soviética (Malamud, 2006: 226).

La salida de los socialdemócratas de la línea soviética, acercó más a los partidos latinoamericanos comunistas al eurocentrismo y a la verticalidad. La discusión entre reforma o revolución no tendrá la misma intensidad hasta la década de los sesenta, después del triunfo de la revolución cubana, cuando los debates dentro de la izquierda por construir vías latinoamericanas hacia el socialismo se retomaran (Löwy, 1982).
Lo cierto es que en éste periodo los partidos comunistas latinoamericanos estuvieron hegemonizados por la III Internacional que se convirtió en la organización revolucionaria de carácter mundial. En un proceso de bolchevización de las secciones aprobada en 1924 por el Comité Ejecutivo Internacional el marxismo se introdujo como una doctrina desde los manuales de formación política. Ciertos planteamientos sobre América Latina hicieron más profunda la influencia del marxismo en la región:

Adquirió nueva importancia, ignorada o subestimada por la II internacional, la cuestión colonial que alcanzó directa relevancia política por la función anticapitalista y antiimperialista de los movimientos de liberación nacional subrayada por Lenin en el II y III Congreso de la Internacional Comunista. Además del carácter activo y autónomo de estos movimientos (Crespo, 1999: 28).

El primer partido comunista de un país de América Latina adherido a la III Internacional fue el mexicano que se fundó en 1919, siguieron Brasil y Bolivia en 1921, Chile en 1922, Paraguay en 1928, Venezuela en 1931 y una segunda oleada de partidos que van a fundarse después de la segunda posguerra.  A pesar de que en el discurso de los partidos comunistas se continuó hablando de la revolución no era muy claro el carácter mismo de este concepto. Mientras que durante los primeros años de la III Internacional Comunista se hablaba de la exportación del modelo ruso al resto de Europa y el mundo, para finales de la década de los treinta se asumía que en el caso particular de América Latina debían prepararse los prerrequisitos para la dictadura del proletariado y la evolución socialista, lo que significaba impulsar las tareas básicas de la revolución democrático burguesa (Caballero, 1987: 132-137).
Paulatinamente los Congresos de la III Internacional Comunistas fueron variando sus posturas hasta ubicarse en el lugar opuesto del que había iniciado. Durante los primeros Congresos de la Internacional, la línea central era la de la exportación del  modelo del Partido Comunista Soviético al mundo; en 1921 al celebrarse el Tercer Congreso definieron la postura de Frentes Únicos; en el Cuarto Congreso se aprueba la política de Clase Contra Clase; y para 1935 en el Séptimo Congreso de aprobó la formación de Frentes Populares (Caballero, 1987: 132-137). Así, el modelo de clase contra clase en el que se rechazaba cualquier tipo de alianza con grupos que no buscaran la dictadura del proletariado perdió terreno hasta que, frente a la urgencia del fascismo europeo, se aceptó el Frente Popular en el que los partidos comunistas podían aliarse con otros grupos que no se planteaban la destrucción del capitalismo como los demócratas o los liberales.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, y al disolverse la III Internacional, el carácter mundial de la revolución pierde centralidad y en su lugar aparece la idea de los partidos nacionales. Las decisiones y avances de los partidos comunistas de América Latina, a partir de ese momento, van a ser definidos por los grupos y condiciones locales.
Podemos observar que las transformaciones en las directrices seguidas por los partidos comunistas, en el marco de la III Internacional, muestran un desplazamiento de los objetivos y estrategias políticas que los alejaron cada vez más de la idea de replicar la vía rusa al socialismo. Por eso, el programa de la revolución democrático burguesa consistía en realizar la reforma agraria, llamar a la emancipación de todos los campesinos y aligerar sus condiciones; realizar la expropiación sin indemnización, tomar una parte de las tierras para el cultivo colectivo y otra para la distribución entre campesinos y arrendatarios; la nacionalización de los bancos extranjeros; la igualdad de derechos entre hombre y mujeres; la implantación de la jornada laboral de ocho horas; el reconocimiento de la autodeterminación de las naciones y la lucha por la unidad nacional en aquellos países donde no había sido alcanzada (Caballero, 1987: 132-137).
Mientras más se acercaba la Internacional Comunista a la postura de los cambios graduales, más improductivo resultaba el internacionalismo comunista. Al desaparecer el objetivo de hacer la revolución mundial desapareció también el Partido Comunista Internacional. No obstante la desaparición de la Internacional Comunista, la vinculación de los partidos latinoamericanos al Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) siguió siendo muy fuerte.
En un contexto de guerra fría, anticomunismo y autoritarismo, surge en Cuba el movimiento de liberación nacional, cuyo enfrentamiento con la dictadura de Fulgencio Batista culmina el primer día de 1959 con el triunfo de la insurgencia. El éxito político y militar del Movimiento 26 de Julio encabezado por Fidel Castro, abre una nueva etapa política para la izquierda en América Latina. La tesis de la vía armada como forma de acceder al poder e instaurar el socialismo, se fundamentó en la consideración del agotamiento de la vía política5, en la posibilidad de derrotar al ejército profesional y en la necesidad de superar la inactividad que se atribuía a quienes se proclamaban revolucionarios y construían partidos de masas para lograr, mediante la militancia político-electoral, alcanzar el poder pacíficamente una vez que estuvieran dadas las condiciones objetivas y subjetivas. 
Desde la creación en 1966 de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), en el marco de la I Conferencia Tricontinental de La Habana, se impulsó un proyecto con tres rasgos fundamentales: el antiimperialismo, la lucha armada y el socialismo. El ideario de estos movimientos refutaba por completo la vía política como medio para alcanzar los objetivos transformadores, asumiendo a la vía armada como legitimo medio para alcanzar el socialismo y derrotar al imperialismo.
De estos planteamientos surgen las diferencias entre las nuevas organizaciones guerrilleras y la izquierda tradicional, representada por los partidos comunistas y socialistas, que insistía en la acción militante, en el partido de masas y un gran frente popular donde confluyeran todos los explotados y las clases medias dirigidos por el partido obrero "vanguardia del proletariado". En Chile, Argentina, Brasil, Uruguay y México, y en menor medida en Venezuela y Perú, los partidos marxistas sostuvieron esta línea de unidad política y demanda de la legalidad para participar en los procesos electorales.
De cualquier forma, el triunfo de los revolucionarios cubanos marcaría el nuevo rumbo de la izquierda, incluida la comunista, que además sufrían la división en el campo del socialismo real con la escisión entre China y la URSS, que significó, por un lado, denuncias sin fin de ambos sobre las formas de conducir cada uno de ellos la construcción del socialismo y, por el otro, el surgimiento de corrientes maoístas dentro de los partidos comunistas. En consecuencia, surge una propuesta renovadora de la lucha armada que plantea que la vanguardia, al ser político-militar, debe constituir frentes de masas6 en todos los sectores sociales y clases subalternas, con el propósito de construir el partido de la revolución que conduzca la lucha por las reivindicaciones sociales y la liberación nacional, que terminarían por agudizar las contradicciones de clase y preparar, así, la insurrección inevitable dada la resistencia que opondrían las clases dominantes.
Si bien la lucha armada, no eliminó de la propuesta del frente popular, la influencia leninista en las organizaciones buscaba construir las bases del nuevo Estado proletario, lo que incluía las tareas de conducción y dirección del movimiento de masas que por momentos rozó con la participación electoral y partidista. Es el caso de MIR en Chile y de PRT argentino. Al mismo tiempo, a la guerrilla urbana que creció sobre todo en el Cono Sur, inspiradas en las teorías del Che y de Regis Debray (1969).
Más adelante, el triunfo electoral de la Unidad Popular en Chile, que llevó a la Presidencia de la República a Salvador Allende, dio nuevo aliento y expectativas a la izquierda socialista y comunista que sostenía la vía político-electoral para llegar al poder. Parecía que la democracia se abría paso a golpes de sufragio y que era posible someter a los designios populares a las clases dominantes en América Latina. Sin embargo, el golpe de Estado en 1973, frustró todas las esperanzas que los comunistas y socialistas habían puesto en este camino. Todavía en 1978, la revolución sandinista en Nicaragua alentó la extensión del proceso insurreccional a  Guatemala y  El Salvador.
El cierre de la vía insurreccional en América Latina, ocurrió en medio de la cancelación tanto de la lucha armada como de la lucha política en América Latina por parte de las cruentas dictaduras. En un periodo sanguinario para América Latina derrotaron militarmente a la insurgencia y al mismo tiempo no dudaron en llevar a cabo el golpe militar en contra del gobierno de Salvador Allende, que había seguido la vía político electoral para instaurar el socialismo. Concluyó así el periodo insurreccional con la derrota militar de la izquierda latinoamericana,  a ella, seguirán algunos años más tarde, la derrota política con el derrumbe de la Unión Soviética, y la ideológica con el descrédito del marxismo.

LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LOS PARTIDOS DE IZQUIERDA

A finales de los setenta tomó fuerza la postura del eurocomunismo, un movimiento que se alejaba del dogma marxista y que planteaba la necesidad de definir de manera local los pasos y acciones de los partidos y las organizaciones en un policentrismo. Proviene de los partidos comunistas de Francia, Italia y España y se planteaban como una crítica al modelo soviético (Cansino, 2006: 48), aceptaba el establecimiento de relaciones estrechas con partidos que no fueran de izquierda y las alianzas con ellos, además de la necesidad de apoyar todas las causas democráticas antes de llegar a una revolución socialista. Para algunos sectores de la izquierda marxista las tesis del eurocomunismo sirvieron de base para la institucionalización de muchos de los partidos comunistas y el abandono de la reivindicación revolucionaria (Ellner, 1989).
El eurocomunismo planteaba amplias coaliciones políticas y una especie de reconciliación de clases. Buscaba la conformación de una voluntad política nacional, que de manera pacífica, aceptara el socialismo. En consecuencia, señalaban que el proletariado y las clases medias confluían en una lucha contra el burocratismo parasitario, propugnaba además por una economía mixta que se alejara e los excesos centralistas del socialismo y el capitalismo. La formación de Frentes Populares en Europa se basaba en la tesis de ir al socialismo con la democracia pluripartidista con parlamento, y todo el esquema de las instituciones representativas. Aceptaban pues el sufragio universal, las libertades religiosas y el reconocimiento de los derechos humanos. En su agenda es central la solidaridad con los movimientos anticoloniales (Carrillo, 1977: 142).
Esta corriente se propuso incorporar a los partidos comunistas a la participación electoral y planteaba que:

Los partidos incluidos en la corriente eurocomunista coinciden en la necesidad de ir al socialismo con democracia, pluripartidismo, parlamento e instituciones representativas, soberanía popular ejercida regularmente a través del sufragio universal, sindicatos independientes del Estado y los partidos, libertad para la oposición, derechos humanos, libertades religiosas, libertad de creación cultural, científica, artística y el desarrollo de las más amplias formas de participación popular en todos los niveles y ramas de la actividad social. Paralelamente, en unas u otras formas, esos partidos reivindican su total independencia en relación con todo eventual centro dirigente internacional y con los Estados Socialistas, sin por ello dejar de ser internacionalistas  (Waiss, 1981: 78).

Como hemos señalado esta postura significó una ruptura con el centralismo del PCUS y sobre todo con el tipo de Estado implementado en la Unión Soviética.
Si bien el eurocomunismo no representó una corriente aglutinante en la izquierda latinoamericana, junto con las posturas socialdemócratas, afianzaron el abandono de las posiciones tradicionales de la izquierda y la colocación de la vía democrática al socialismo. Como ubicación temporal el eurocomunismo fue influyente durante la década de los setenta y quizá hasta la mitad de los ochenta y el camino electoral para la izquierda fue posterior.
Siguiendo a Fernando Claudín (1977), la vía electoral se entendió como la única vía posible en el capitalismo desarrollado y como una verdad universal que para el caso de los países latinoamericanos tenía sus salvedades pues no se había desarrollado plenamente el capitalismo. Pero en los casos en los que estas condiciones eran maduras, pues existía ya una gran población despojada de los medios de producción y una larga tradición de lucha democrática, ya había "una mayoría que está en condiciones de necesitar y comprender un proyecto de transformación socialista" (Claudín, 1977: 146). Sin pretender decir que esta se impuso en América Latina por la influencia del eurocomunismo, la coyuntura política hizo que la participación electoral fuera ganando terreno. La estabilidad que ofreció el nuevo sistema político resultó atractiva pues significaba la incorporación a la vida política legal para muchas organizaciones latinoamericanas, que en los últimos años, habían sufrido persecuciones, torturas y desapariciones por parte de gobiernos dictatoriales. Las derrotas de las guerrillas, el golpe militar en Chile, la persecución de las organizaciones de izquierda por las dictaduras militares y posteriormente la crisis del bloque socialista hundió a esta vertiente de pensamiento y práctica política en una crisis profunda.
Quizá la venganza de la historia inició cuando empezó a decirse, y a decirse con decisión, Otro Mundo es Posible. Esta fue la consigna que aglutinó al Foro Social de Porto Alegre 2001 y se convirtió en una lucha por la restitución de la historia o dicho de otra manera por el restablecimiento del derecho de las personas y las comunidades de hacer su historia. Por supuesto no puede pensarse esa consigna sin la contundencia que significó el levantamiento zapatista en México (1994) y en otro plano las manifestaciones en Seattle en 1999. El Foro Social se convirtió en el referente anti-hegemónico de un proyecto que pretendía instalarse de una vez y para siempre, pues como señala De Sousa, se convirtió en una respuesta disonante al pensamiento único, pero con la virtud de no representar un pensamiento cerrado
La idea de que Otro Mundo es Posible sintetizaba la impugnación al imposibilismo que, con el fin del populismo desarrollista, la desaparición de la Unión Soviética y la cancelación de las vías políticas e insurrecciónales de la izquierda latinoamericana, se había instaurado.

A MANERA DE CONCLUSIÓN

La llegada de Hugo Chávez al gobierno de Venezuela se sumó a la venganza de la historia en la medida en que los triunfos electorales restituyeron viejos discursos de crítica al funcionamiento del neoliberalismo y del capitalismo. Luego, Lula en Brasil, Kirchtner en Argentina, Tabaré Vázquez y Pepe Mujica en Uruguay, Michel Bachelet en Chile, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador y Daniel Ortega en Nicaragua sumaron una tendencia de triunfos electorales de partidos y movimientos populares de difícil caracterización frente a los debates del siglo pasado.
Esta reconfiguración estuvo nutrida de las viejas tradiciones de la izquierda socialista y comunista pero también de las luchas liberales y democráticas que se han dado en la región contra la dominación oligárquica, el imperialismo, la marginación indígena o el clientelismo político.
Después de más de una década en el que estas experiencias cambiaron en muchos aspectos sociales, económicos y políticos a América Latina, no sin caer en nuevas contradicciones y con una relación contrastante entre los partidos políticos y los movimientos sociales en el gobierno, positiva en un primer momento, y, de contraste en un segundo momento, consideramos que este ensayo pueda aportar a la reflexión sobre hacia donde vamos y que mundo se quiere construir a partir de la heterogeneidad de las luchas que hoy reemergen con una aspereza mayor derivado de las profundizaciones de las políticas neoliberales en la región latinoamericana y en el mundo.
Finalmente, a manera de conclusión  nos parece importante señalar que en el presente trabajo se ha buscado recordar el origen de muchas de declinaciones presentes en los grupos políticos de la izquierda actual y mostrar las líneas de continuidad y de ruptura que se mantiene en las tensiones sobre el camino para el cambio social entre la insurrección y las urnas.
En ese sentido, estas lecciones de la izquierda en América Latina podrían ayudar a pensar cual sería hoy el papel que ésta debería tener frente a una sociedad en constante movimiento y cambio y en un momento como el actual en el que la cartografía político electoral en la región vuelve a cambiar.

NOTAS

3 De aquí se desprende las posturas de la Unidad Popular en Chile, Perón en Argentina, Vargas y Goulat en Brasil, Acción Democrática en Venezuela y el APRA en Perú.

4 Entre los partidos socialistas y obreros que antecedieron al POS se encuentran: el Centro Social Obrero fundado en 1896, la Agrupación Fraternal Obrera  en 1896 o el Partido Socialista que existió de 1898  a 1901.

5 Entre las necesidades que el Che Guevara considera hacen posible el establecimiento del primer foco, se encuentra la necesidad de "demostrar claramente ante el pueblo la imposibilidad de mantener la lucha por las reivindicaciones sociales dentro de la contienda cívica". (Guevara, 1960/1969: 27)

6 Para Debray (1974,13) estos movimientos siguen siendo inspirados en el OLAS, que siguió siendo un referente para la lucha armada y son continuación de ésta perspectiva: "ni el MLN uruguayo (como lo demuestran los primeros documentos tupamaros de 1968) ni el MIR chileno ni los guerrilleros argentinos no habrían llegado a ser lo que son"

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