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Papeles de trabajo - Centro de Estudios Interdisciplinarios en Etnolingüística y Antropología Socio-Cultural

versión On-line ISSN 1852-4508

Pap. trab. - Cent. Estud. Interdiscip. Etnolingüíst. Antropol. Soc.  no.34 Rosario dic. 2017

 

ARTÍCULOS ORIGINALES

Políticas sociales, inclusión y desigualdad. Experiencias de destinatarios de un programa de economía social1

 

Matías José Iucci*

* CIMeCS (IdIHCS - UNLP/CONICET) matiasiu3@gmail.com

1 Una primera versión de este trabajo se presentó como ponencia en el IV Seminario Internacional “Desigualdad y movilidad social en América Latina” ocurrido en La Plata en Mayo de 2017. Agradezco los comentarios de sus participantes que lo enriquecieron.

Fecha de recepción del artículo: Septiembre 2017
Fecha de evaluación: Noviembre 2017


Resumen

En este trabajo se analizan las experiencias en perspectiva comparada de destinatarios de un programa social de economía social orientado al desarrollo de microemprendimientos. Se pretende con el análisis de estos casos extraer conclusiones sobre las relaciones entre política social, inclusión social de sus destinatarios y también sobre sus efectos en la desigualdad social.

Palabras claves: Políticas sociales; Inclusión social; Economía social; Redes sociales; Desigualdad.

Abstract

This paper analyzes the experiences in comparative perspective of beneficieries of a social economy program oriented to the development of microenterprises. The analysis of these cases aims to draw conclusions about the relations between social policy, social inclusion and also about their effects on social inequality.

Key words: Social Policies; Social inclusion; Social economy; Social networks; Inequality.

Résumé

Cet article analyse les expériences en perspective comparative des bénéficiaires d'un programme social d'économie sociale orienté vers le développement des microenterprises L'analyse de ces cas vise à tirer des conclusions sur les relations entre politique sociale, inclusion sociale et inégalité sociale.

Mots Clés: Politiques sociales; Inclusion sociale; Économie sociale; Réseau sociale; Inégalité.


 

1. Introducción

En el año 2003, el Ministerio de Desarrollo Social de Argentina lanzó un plan social ambicioso y de gran alcance denominado Manos a la Obra. Se trataba de la búsqueda a través de la política social de múltiples objetivos, entre ellos la inclusión social en el mercado laboral de sus destinatarios.
Sabemos que desde el 2006 en adelante, este Ministerio intentó consolidar un espacio de economía social desde políticas sociales a través de la sanción de una ley y el lanzamiento de otros programas y subsidios en este marco2. (Ciolli, 2013) Uno de los programas involucrados en ese plan fue el “Banco Popular de la Buena Fe”, con el que se alentaba a sus destinatarios a generar microemprendimientos en el marco de relaciones sociales horizontales y modalidades de producción y percepción de los beneficios de forma colectiva y solidaria.
La inspiración de este artículo está centrada en la noción de “inclusión” social que se desprende de los lineamientos de varios programas sociales del período 2003 y 2015 en Argentina, y contribuye a una indagación más amplia sobre los modos en que las personas y los grupos pueden incluirse socialmente en formaciones socioeconómicas de carácter solidario a partir de políticas estatales.
En este trabajo nos preguntamos ¿qué experiencias tuvieron los destinatarios en este programa?, ¿en qué sentido podemos afirmar que el programa posibilitó la inclusión social de sus destinatarios? Y en forma más general, ¿de qué modo los programas sociales inciden en la brecha de desigualdad social?
Nuestro objetivo es analizar experiencias de tránsito por programas sociales de economía social y aportar conocimiento sobre la inclusión social de sus destinatarios así como también sobre el modo en que las políticas sociales inciden en la igualdad/desigualdad.
Partiendo del supuesto según el cual el programa social incluye a sus destinatarios simultáneamente en distintas redes, entre las que mencionamos aquí, económicas, sociales y políticas, presentamos dos hipótesis: en primer lugar, que si bien la inserción en redes posibilita, oportunamente la capitalización económica, social, y simbólica de sus destinatarios,  no todos los que participan del programa se capitalizan del mismo modo y ello contribuye a perpetuar una heterogeneidad social dentro del universo de personas que poseen programas sociales.En segundo lugar, que a pesar de esa capitalización, el programa inserta a sus destinatarios en una relación desigual con relación a otras clases sociales, contribuyendo de este modo a la reproducción de la desigualdad en el marco de la estructura social.

2. Metodología

El trabajo está pensado como un “estudio de caso” (Yin, 1996), interesado en contribuir al conocimiento sobre los programas de economía social e inclusión y desigualdad social.
El área donde se desarrolló el trabajo de campo es una ciudad cercana a la ciudad de La Plata, en la Provincia de Buenos Aires que aquí denominaremos El Saladero. Cuenta con alrededor de 100000 habitantes según datos del censo poblacional de 2010. Fue un centro productivo regional de envergadura que recibió a migrantes europeos entre fines de Siglo XIX e inicios de siglo XX, pero que a partir de fines de los años 70 y principios de los 80 sufrió un proceso de desindustrialización promovida por el cierre de las fábricas que daba trabajo a la población de la ciudad. Este proceso se agravó en la década de los 90, consecuencia de políticas macroeconómicas de corte neoliberal implantadas en el país que impulsaron a la privatización de empresas locales que hasta el momento estaban en manos del Estado. Tras un pasado próspero vinculado a la industria y el trabajo, el presente de la ciudad se compone de postales de desindustrialización, desempleo y pobreza. En el año 2011, en el Gran La Plata, y según Encuesta Permanente de Hogares, el 43,2% de la población estaba en condición de ocupados. El 5,7% de la población ocupada estaba en condición de subocupación y en búsqueda activa de más trabajo. (Subocupación demandante). El 6,3% estaba desocupado y los hogares en situación de pobreza, según datos del Observatorio de la Deuda Social Argentina, en el conurbano bonaerense era del 17,9 %.
Este artículo es parte de un trabajo más amplio que derivó en mi tesis de doctorado. El trabajo de campo incluyó observación participante en una ONG (única en esta ciudad donde se implementaba el programa bajo estudio), en el marco del espacio de encuentro semanal obligatorio que proponía el programa social, y también entrevistas semi-estructuradas y en profundidad con el total de sus participantes (que fue variando el total, pero que en su momento más álgido llegaron a ser 17 personas).
De ese total de destinatarios, se seleccionaron relatos de dos personas (nuestros casos) con la pretensión de presentar una comparación sobre sus experiencias.  Ellos presentan como rasgos en común el hecho de compartir posiciones similares en la estructura social: por el hecho de recibir programas sociales, podemos pensar que forman parte de esa masa de difíciles contornos que son las clases populares o clases bajas (utilizaremos uno u otro concepto sin distinción). A su vez, las dos personas estaban incorporados en el mismo programa social, en la misma ciudad, en la misma ONG (es decir son compañeros de las experiencias del programa).
A pesar de ello, observaremos que los dos presentan diferencias en el proceso de capitalización individual a partir del programa, posibilitando extraer conclusiones sobre distintas experiencias de inclusión social en programas sociales, y en general, permite reflexionar sobre la heterogeneidad de los sectores populares.

3. Inclusión, políticas sociales  y desigualdad social

La inclusión social la pensamos en relación con la noción de exclusión social, concepto que ya tiene su trayectoria en las ciencias sociales.
La bibliografía europea (Castel, 1997, Paugam, 2007) apuntó a comprender la emergencia de la exclusión social a partir de la década de los 70. La globalización, los cambios en las modalidades de acumulación económica, las transformaciones de los regímenes del bienestar fueron los ejes centrales que ayudaban a explicar los procesos sociales que incidían en la exclusión y en la crisis del lazo social.
Ante los cambios, la bibliografía comenzó a atender a emergencia de la incertidumbre y el riesgo como rasgos incorporados a la vida cotidiana en la era contemporánea, y también a la individualización de estrategias para buscar una maximización de oportunidades de integración social en este contexto novedoso.
Los estudios basados en experiencias latinoamericanas estuvieron atentos a distinguirse de la perspectiva anterior en algunos rasgos. (Saravi, 2006) Con un carácter socio-histórico apuntaron a mostrar por un lado que la integración social en este continente, tenía la particularidad de realizarse en un mercado laboral de un capitalismo cuya inserción internacional se constituyó como periférica y/o dependiente, y que en tanto tal no alcanzó a poseer una plenitud como en el contexto europeo.
A su vez, que los regímenes de bienestar, en los países que lograron conformarlo, fueron deficitarios para cubrir tanto a una masa poblacional que tuvo trabajos precarios e informales, como así también otorgar prestaciones de calidad para la masa poblacional con empleo formal. Al tiempo que las fórmulas políticas combinaron históricamente alternancias entre períodos de dictadura y la democracia, afectando la plena vigencia de derechos ciudadanos.
Estos rasgos hacen pensar en modalidades de exclusión social de naturaleza distinta y también llevaron a indagaciones centradas en las características particulares de la integración social. Una larga tradición de estudios ha mostrado que la integración social se ha dado en un carácter multifacético y en espacios donde las relaciones familiares, las  organizaciones barriales, las redes políticas y movimientos sociales (Lomnitz, 1994, Auyero, 2001; Merklen, 2005, Gutierrez, 2004 Eguía y Ortale, 2007), tienen especial consideración.
De todos modos, la inclusión social de familias pobres en estos contextos es en relación a circuitos que facilitan la reproducción de pobreza, por la escasa vinculación que poseen con circuitos monetarios y posibilidades de acceso a mercados laborales formales y seguridad social, y por el uso de infraestructura de instituciones del bienestar (por ejemplo salud y educación) deterioradas y de menor calidad que las que acceden  clases sociales favorecidas.
En continuidad de esta tradición entonces, pensamos a la inclusión en términos relacionales, atentos a considerar el tipo de redes sociales en los que se incluyen las personas y el modo en que conectan con diversos actores sociales que puedan acercarlos a mejores oportunidades de inserción social.
Nuestra perspectiva analítica privilegia una mirada microsocial, contextualmente situada y atenta a los entornos y las redes sociales en los que los procesos sociales que atraviesan a las personas y sus grupos familiares ocurren.
Ese enfoque microsocial precisa también una mirada de contexto, que nos ayude también  a pensar en personas dentro de un conjunto de situaciones y experiencias más amplias. En este sentido, las políticas impulsadas en Argentina entre el 2003 y 2015,  favorecieron el crecimiento económico y recuperaron la capacidad estatal para proponer e instrumentar políticas elementos que fueron favorables a la inclusión social de sectores populares.
Durante este período se expandieron las cifras de los empleados en el mercado laboral al tiempo que se redujeron las cifras de los desempleados (Beccaria y Maurizio 2012, Semán y Ferraudi Curto; 2015; Benza, 2015). A su vez,  medidas tales como el establecimiento del salario mínimo vital y móvil, las negociaciones y convenios de trabajo y la búsqueda de una mayor formalización laboral como parte de política pública ministerial contribuyeron a proteger esos trabajadores (Palomino y Trajtemberg, 2006).
El gasto social en sus diversas componentes se expandió (Salvia, Poy y Vera, 2016) y ello alcanzó a todas las áreas.  Hubo también una expansión de la cobertura del sistema de protección social hacia sectores cuya inserción al mercado laboral se mantuvo con características de informalidad.  La extensión de jubilaciones y pensiones para esos sectores, y la instrumentación de la Asignación Universal por Hijo fueron instrumentos claves en ello.
Para los desempleados, y los menos favorecidos dentro de los sectores populares, fue de vital importancia el sostén programas de transferencias condicionadas de ingreso que incidieron en apuntalar las condiciones de vida de estos sectores.
La combinación de crecimiento económico y ampliación de capacidad estatal incidieron en la disminución de los porcentajes de desempleo, pobreza e indigencia, en  una distribución del ingreso más equitativa, en la reducción de la brecha de desigualdad, en la generación y protección de derechos sociales y laborales, y también en una  inyección de recursos monetarios en estos sectores sociales, aspectos que sin dudas favorecieron a la inclusión social de los sectores populares. (Agis, Cañete y Panigo, 2009, Maurizio, 2008; Curcio y Beccaria, 2011; Bustos, Giglio y Villafañe, 2012; Trujillo y Sarabia, 2011; Kessler, 2014; Salvia, Poy y Vera, 2016).3
Si bien hubo un contexto favorable hacia estos sectores sociales, no necesariamente esto significó la resolución de elementos históricamente constituidos como problemática social, y ello nos alienta a continuar  indagando en las características de la inclusión.
Como veníamos sosteniendo, acceder a un programa social (con especial mención a aquellos que propician el ejercicio de actividades colectivas, como el caso que describimos aquí)  puede marcar una experiencia de inserción compartida en un conjunto de relaciones sociales más amplias.
Ahora bien, pensamos que el modo de inclusión dentro de esas redes y el modo en el que se apropian las personas de recursos que por allí circulan no es igual para el conjunto de destinatarios de programas. O en otras palabras, si bien todas las personas pueden recibir los mismos beneficios por el hecho de participar en un mismo programa social, los recursos recibidos no tendrán los mismos significados para todos ellos y los harán rendir de un modo desigual; y ello ayuda a explicar la desigualdad hacia el interior de la clase social.
Al respecto, estaremos atentos a cómo juegan diferentes aspectos que hacen a la construcción de la desigualdad en la situación social de estas personas:
Por un lado, suponemos, inspirados4 en la perspectiva de Bourdieu (Bourdieu 1995, 1997, 2001), que la posesión de ciertos capitales en forma previa a la llegada de la persona al programa incide en el modo en que hacen uso de los recursos que pone en circulación el mismo, y ello habilita a pensar en trayectorias sociales diferenciadas hacia el interior de la clase.
Por el otro, observaremos también cómo el género, o más específicamente, la jerarquización dominante de la actividad y reputación masculina, ayuda a profundizar desigualdades y refuerza distancias sociales en esas trayectorias diferenciadas entre los casos seleccionados.

4. Presentación de los casos: Carlos y Nora en el Banco Popular de la Buena Fe

El Banco Popular de la Buena Fe (o simplemente "el banquito", como le llamaban los que estaban familiarizados con ello) fue un programa social nacional que otorgaba dinero en forma de préstamos para el desarrollo de microemprendimientos individuales en el marco de una organización grupal que debería guiarse según los valores de solidaridad y confianza. Funcionaba del siguiente modo: las personas se acercaban a la institución donde se implementaba el programa, comenzaban a asistir a las reuniones semanales obligatorias donde entre otras cosas, un equipo promotor del programa (vinculado al programa y a la ONG local) exponía los principios y valores de la economía social, la solidaridad y la confianza. Luego, los destinatarios, con la ayuda de aquel equipo promotor, presentaban un proyecto de  microemprendimiento a desarrollar en el plazo de duración del crédito. Si bien el proyecto era individual, era necesario a su vez, integrarse en un grupo de cinco personas, quienes eran "garantes" de la devolución del préstamo individualmente otorgado. A continuación, los destinatarios recibían un préstamo de escaso monto y de devolución semanal obligatoria. Con ese dinero se esperaba que los destinatarios iniciaran el desarrollo del proyecto y pudieran devolver la cuota semanal.5
Destinatarios y promotores debían asistir todas las semanas a los reuniones del programa. Se realizaban en una ONG ubicada en uno de los barrios periféricos de la ciudad, donde vivían gran parte de los integrantes del programa.  Allí, no sólo se trataba  la cuestión del dinero (recibir y devolver el préstamo, la marcha de los proyectos económicos), sino también se proponía el desarrollo de la “vida de centro” (tal era el nombre que en el programa le atribuían a este espacio) con el que intentaban dar lugar a un espacio de integración barrial desarrollada a través de lazos horizontales y entre iguales, guiados por valores y principios de la confianza y la solidaridad.
A continuación organizamos la exposición centrada en las experiencias de Carlos y Nora, integrantes del programa, de modo tal de describir las redes en las que se involucraron y las modalidades de capitalización económica, social, cultural y simbólica.

5 a. Las relaciones de Carlos y Nora con el mercado laboral y la capitalización económica
Cuando llegué al banquito, funcionaban 4 grupos: “Esperanza”, “Enero”, “Ilusiones”, “Maravillas”, más, algunas personas que se desempeñaban por fuera de la formación grupal. Los proyectos encarados referían en su gran mayoría a la reventa de productos de limpieza o  de ropa, como el de Nora.  Había otros pocos, orientados a la producción de bienes, como como el caso de Carlos. Expondremos a continuación el contexto de surgimiento y desarrollo de ambos proyectos.
El padre de Carlos llegó de Chaco en el año 1966 para trabajar en el frigorífico de la ciudad, cuando él ya tenía 3 años.  De joven, complementaba la asistencia al colegio secundario con una jornada de trabajo en una panadería del barrio, donde pudo comenzar a aprender el oficio. Comentó en entrevista que le tocó realizar el servicio militar en el sur, y que una casualidad lo salvó de ir a pelear en la guerra de Malvinas.6
Tras cumplir con sus obligaciones militares volvió al Saladero, estuvo un tiempo sin encontrar trabajo, hasta que lo tomaron en una panadería del centro de la ciudad.  Allí trabajó varios años hasta que la panadería cerró en el año 1996. Tras un tiempo de búsqueda infructuosa de trabajo, volvió a insertarse en otra panadería de la ciudad, que también cerró tras una década, dejándolo en la calle nuevamente. Cuando lo conocí en el 2010 estaba aún entre la búsqueda de trabajo en una panadería y el programa social. A la par que se incorporó al programa, consiguió trabajo en una panadería de la ciudad, ayudando en la elaboración del pan. La forma de relación con relación al trabajo era de tipo informal, es decir, temporaria, con arreglos personalmente establecidos y sin relación con las regulaciones laborales del trabajo.
Su proyecto, en el programa era abrir una panadería en el barrio donde vivía. El dinero del préstamo la había utilizado para acelerar la construcción del local que estaba delante de su casa, donde pensaba abrir la panadería. Hacía años que lo construía. Había terminado de alisar el piso el año anterior, y ahora en el momento de aquella charla, estaba concluyendo con los arreglos del techo de una de las habitaciones.
El proyecto ya estaba iniciado: había comenzado a producir y vender entre conocidos (vecinos, integrantes de este programa social, otros contactos no tan fuertemente arraigados) pastas frescas, sándwiches de miga y tortas, productos que tal como lo proyectaba, no faltarían en su panadería. También tomaba pedidos para eventos especiales tales como cumpleaños o agasajos como el cumpleaños de la ONG donde se llevaban adelante las actividades del programa.
Con el trabajo, los pedidos y ventas, y la ayuda del programa, le alcanzaba para llevar el sustento a su hogar, compuesto por su esposa y por sus tres hijos, dos de ellos en edad de estudios primarios y el tercero que había terminado el secundario, se estaba capacitando en un oficio, y que acababa de recibir una oferta laboral.  
 Estaba entusiasmado con la propuesta del programa ya que lo veía como una ayuda importante para hacer realidad su proyecto. Carlos aseguraba que no tenía inconveniente en pagar la devolución de la cuota del crédito del banquito, que salía de las ventas que realizaba y del trabajo en la panadería
Destacamos con ello, que Carlos tenía una mentalidad, una representación socialmente construida sobre el negocio, la financiación, la venta; y al mismo tiempo, una estrategia subjetivamente mentada para alcanzarla. Participar e involucrarse en este programa era parte de esa “estrategia” que la aplicaba, de acuerdo a una racionalidad con arreglo a fines: tenía un fin claro (la panadería) y estrategias y medios para alcanzarlo.
El caso de Nora era distinto. Ella tenía como proyecto, la reventa de productos de limpieza.  Nora nació en Capital Federal, vivió varios años en La Plata, hasta que se mudó a El Saladero. Cuando la conocí tenía 35 años. Vivió un tiempo en otro barrio de la ciudad y recién llegaba a éste.  Se instaló en la zona de “el Fondo”7 del barrio, con cinco de sus hijos. Su sexto hijo continuó viviendo con su marido en la ciudad de La Plata. Estaba separada de su marido y aún con algunos pleitos no resueltos. Su casa era una “casilla” pequeña, de chapa, con piso de tierra y con el baño tipo letrina por fuera de la vivienda.
Nora trabajaba algunas tardes en una local de cosmética del centro de la ciudad. Al igual que el de Carlos, tampoco era un trabajo fijo, sino que la llamaban cuando algún cliente la necesitaba. Su otro trabajo era los días sábados por la mañana, cuando limpiaba otro local del centro de la ciudad. Estos dos trabajos, los complementaba con la ayuda que recibía del “Plan Más Vida”8, y recientemente, del emprendimiento del “Banco Popular de la Buen Fe”
Entre sus varias preocupaciones, la alimentación de su pequeño hijo era la principal. En aquel momento le estaban realizando una serie de estudios en el hospital público, para encontrar un diagnóstico que explicara por qué su organismo no podía retener nutrientes de los alimentos. La preocupación también se vinculaba con el costo del tratamiento, ya que la situación económica del hogar, como estamos relatando no era sencilla.
El proyecto que desarrollaba en el Banco Popular estaba vinculado a la reventa de productos de limpieza. Se organizaba para ir una vez a la semana, o bien, en función de sus pedidos para realizar las compras en un local mayorista de La Plata y poder venderlas entre sus vecinos.
Cuando le propusieron el programa y el proyecto, eligió este, ya que la “venta” era algo que, “sabía hacer”. Además, le permitía organizar su tiempo en función de la organización doméstica, atravesada en ese momento por la dieta delicada que debía realizar su hijo, y sus trabajos en el centro de la ciudad.  Mencionó en la entrevista, que era experta en la venta de tipo de venta “casa por casa”. Había comenzado mucho tiempo atrás revendiendo cualquier tipo de producto de diferentes líneas. (Avón entre las que me mencionó).
No le quedaba margen para llevar dinero a su hogar, y tampoco para lograr ingresos más holgados. A Nora le costaba juntar el dinero para devolver el préstamo. Sus ventas por momentos funcionaban bien, pero en otros no. Muchos encuentros semanales en los que Nora no pagaba la cuota semanal, acumulando así algunas deudas. 
Asociaba la dificultad para ampliar sus ventas, con la escasez de dinero de sus clientes a una altura del mes (generalmente, a fin de mes), pero principalmente con que aún no la conocían en el barrio, y en consecuencia que los vecinos no le tenían confianza para comprarle sus productos. Es por esto que entendía, que cambiar de barrio implicaba a su vez, perder sus clientes anteriores y comenzar a hacer nuevos.
Si bien para ninguno de los dos era sencilla el sustento económico del hogar, en perspectiva comparada podemos decir que el programa los insertó a los dos en dinámicas económicas y les ayudó a construir redes vinculadas a las ventas de sus productos, al hacerse de “clientes” desde la autogestión de un proyecto económico que ya estaba iniciado.
Uno de los temas principales que para ellos dos, y para el conjunto de los participantes, es que los proyectos se organizan con muy poco dinero y las ventas se realizan entre vecinos, es decir, sectores sociales tan empobrecidos como ellos. Con lo cual, es posible extender una red económica para la venta, pero no es tan clara la oportunidad de generar un mayor capital económico a partir del proyecto.

5 b. La ONG y la capitalización social de los destinatarios del programa.
Como mencionamos en el apartado anterior, Carlos se había quedado sin trabajo alrededor del año 2009. En aquel momento se presentó en la Secretaría de Producción municipal, le comentó a la secretaria que tenía intenciones de abrir una panadería y solicitó la ayuda estatal.
Allí lo pusieron en contacto con Mirta, a quién a este momento, no conocía.  Si bien Mirta recién comenzaba a trabajar en el área municipal en el área de la producción, venía desde hacía un tiempo trabajando con Ana, concejal por el Frente para la Victoria y presidenta de la ONG donde comenzó a implementarse el Banco Popular de la Buena Fe.
Mirta colaboraba en todas las actividades de Ana. Estaba junto a ella tanto para coordinar las actividades de la ONG, como así también para organizar las actividades del partido, de las que Ana era un referente. Mirta, por lo que estamos mencionado era una “bróker” una “mediadora”9 tal como menciona la bibliografía, que se desempeñaba en la ONG.
Mirta lo invitó a involucrarse en el banco popular de la Buena Fe, y a partir de ahí, en otro tipo de redes sociales: por sugerencia de Mirta, comenzó a participar en las reuniones que la “cámara de microempresarios” desarrollaba en la Secretaría de Producción. Allí, se encontraban cada 15 días alrededor de 50 productores que de la ciudad que intentaban alentar sus emprendimientos.
Con el correr del tiempo y del proyecto, Carlos comenzó a colaborar con la ONG, por un pedido de Ana, y ante la buena predisposición de Carlos, comenzó a dar un curso de capacitación en la elaboración de alfajores de maicena para los jóvenes que asistían a la ONG. El destino de tal capacitación estaba relacionado con las intenciones de Ana por hacer prosperar un proyecto de desarrollo económico para los jóvenes de la ONG.
A través de la mediación de Ana, la ONG logró un stand en las ferias que se organizaban durante las festividades más importantes de la ciudad (Fiesta del Inmigrante, Fiesta del Vino de la Costa). En ese stand, la ONG pudo llevar entre otros productos, alfajores de maicena de los jóvenes de la ONG, tortas elaboradas por Carlos y los artículos de limpieza de Nora.
En el caso de Nora, y al igual que Carlos, también pudo expandir su capital social a partir de su incorporación al banco popular de la buena fe, y esta ampliación también estuvo asociada a Ana y Mirta.
Un día, llegó hasta la ONG, y le ofreció a Ana el producto de cosmética. Ana le compró el producto y le sugirió que se acercara los días viernes, momento en el que funcionaba el Banco Popular en la ONG.
A partir de allí no sólo comenzó a participar en el banco popular, sino que comenzó una relación afectiva, signada también por el intercambio de favores: Nora le solicitó a Ana el favor de utilizar la casa en donde funcionaba la ONG como un centro de venta de sus productos en el barrio. Ana le dijo que sí, pero la comprometió a entregar boletas, revisar padrones y hacer tareas militantes en la campaña electoral que comenzaba a tomar color en esos días.
Para Carlos y para Nora, Mirta y la ONG en general el banquito significó incluirse en redes sociales más amplias de las que podían valerse de capital social. La ONG funcionaban como un capital social “de puente” (Gutierrez, 2008) personas a quienes se les podía pedir que los contactaran con personas y con clases sociales con quienes no existía un contacto previo, a los fines de que intermediaran a su favor. Ellas eran un puente para llegar a otros lugares, con mayores conexiones y recursos.
También, era un capital social colectivo en el sentido en el que reunía en sí mismo un conjunto de contactos y redes en sí mismo, quera pasible de ser aprovechado de múltiples formas y modalidades para los destinatarios. Por ejemplo, sin la mediación de la ONG en tanto tal, difícil pensar en la obtención del stand en la feria de la ciudad.
Esta red conectaba en forma jerárquica a las personas, en el sentido de que el intercambio establecido era desigual (era distinto el valor de los bienes y servicios intercambiados); y en tanto tal, comenzaba a existir relaciones de poder entre sus participantes.
Simultáneamente, el banquito funcionaba como un lugar de conexión entre participantes en redes horizontales, que vinculaba a vecinos, participantes del programa social, y a partir de allí, amigos en algunos casos, personas que se encontraban en igual situación de carencias materiales y simbólicas, y con quienes era posible compartir experiencias en común.  el espacio de los viernes se había transformado en un lugar de exposición de algunos de los padecimientos por los que atravesaban, o habían atravesado estas personas. 

5 c. El saber hacer y el programa social.
Carlos terminó el primario y el secundario en el Saladero. Cuando estaba en cuarto año del colegio secundario comenzó a colaborar en una de las panaderías del centro de la ciudad. Tal como cuenta, “allí aprendió el oficio”, al que se aferró para conseguir otros trabajos, y también sospechamos, fue central para proyectar su panadería.
Con el Banco Popular, y a partir de su contacto con Mirta, y su inserción en la cámara de microemprendimiento, comenzó a transitar por algunos cursos específicos: tomó uno de “marketing”, otro de “manipulación de alimentos”. Llevó con alegría a una de las reuniones del Banco Popular los certificados correspondientes donde le acreditaban la aprobación del curso. También se lo vio orgulloso el día en que contó en la reunión del banquito que habían logrado obtener la marca y un logo para su futuro local.
La búsqueda de nuevos espacios donde adquirir saberes estaba en relación con un saber hacer vinculado a la posesión de un oficio, que si bien no estaba certificado se encontraba incorporado en prácticas específicas. Y a su vez, estuvo guiado por la motivación individual de Carlos de perseguir un futuro cuyos fines estaban moldeados (la panadería), había escuchado en su nuevo espacio de socialización (el grupo de microemprendedores de la ciudad) que para la habilitación formal de un comercio, algunos de estos cursos eran un requisito.
Nora, por el contrario, hizo uso de su experiencia y puso a disposición un saber hacer que ya tenía y que lo seguía actualizando con las ventas.
Nora hizo el primario completo en una escuela de Capital Federal, el secundario no lo terminó.  Como mencionamos, el proyecto que desarrollaba en el Banco Popular estaba vinculado a la reventa de productos de limpieza. Eligió el proyecto, ya que la “venta” era algo que, “sabía hacer”.  Mencionó en la entrevista, que era experta en la venta de tipo “casa por casa”. Había comenzado mucho tiempo atrás revendiendo cualquier tipo de producto de diferentes líneas, y no había dejado de hacerlo.
Ese saber hacer se vinculaba con recorrer las casas de los vecinos para ofrecerles sus productos y también facilitarles las formas de pago.  Entendía que el Banco Popular no le había enseñado el arte de la venta ya que “yo ya lo sabía. Porque yo siempre me dediqué a la venta, cómo se maneja cuando pasar a cobrar, cómo te quedan tus ganancias, cómo guardar la plata.” El Banco Popular tampoco fue una instancia de nuevos aprendizajes, sino de poner en práctica ese saber incorporado en función de una estrategia de reproducción social.
En este sentido, la capitalización de saberes fue diferencial entre uno y otro. A diferencia de Nora, Carlos estaba interesado en la capitalización cultural y en el aprendizaje de nuevas habilidades, que entendía, abriría paso para la panadería.

5 d. La ambivalencia de la capitalización simbólica
Mencionamos más arriba que la ONG y particularmente Mirta y Ana eran parte del capital social con que contaban tanto Carlos como Nora. Ello se volvió, a su vez, capital simbólico.
Nora y Carlos comenzaron a ser identificados simbólicamente con el espacio de la ONG y con sus referentes. Comenzaron a ser conocidos en el barrio, en el municipio, por ser parte del grupo que acompañaba a ellas. Asi contaba Carlos que era tratado cuando se incorporó al grupo de empresarios, asi la veían a Nora cuando pasaba casa por casa a vender sus productos. Comenzaba a operar para ellos la asociación de sus nombres a la ONG y a sus referentes.
A partir de ello se presentaba la siguiente ambivalencia: podían obtener ciertos favoritismos y beneficios en función de la mención de un referente de la ONG, en tanto y en cuanto ellas eran personas reconocidas en algunas círculos políticos.
Sin embargo, esa asociación podía ser no del todo positiva ya que Ana y Mirta no tenían una buena reputación en otros círculos sociales. La política y la ONG estaban socialmente asociados al trabajo de los jóvenes, pero también a la corrupción, o a llevar involuntariamente a los integrantes de la ONG a actos de candidatos, acusaciones que si bien involucraban directamente a Ana, comenzaba también a permear a su círculo de personas cercanas. En este sentido, el hecho de participar del programa social en ese espacio podía significar para ellos, ganarse algunas enemistades y ser objeto, también  de una mala reputación.
La capitalización simbólica era ambivalente y disputada. A los ojos de Nora y de Carlos entonces, participar en la ONG tenía sus ventajas y también sus desventajas.

6. Las políticas sociales, la igualdad de oportunidades y la reproducción de la desigualdad.

Según Danani, (2008) las políticas sociales neoliberales habían estado guiadas (más allá de los procesos muy conocidos referidos a privatización de servicios, focalización de poblaciones destinatarias, asistencialización) por orientaciones simultáneas vinculadas a la individualización/comunitarización. Individualización en tanto y cuanto la protección social comenzaba paulatinamente a estar inscripta en una trama social y colectiva que históricamente fue “solidaria”; y comunitarización, ya que se involucraban otros actores sociales no estatales en su gestión tales como ONG, movimientos sociales.  A su modo, una y otra estrategia dialoga con la privatización y la individualización de las de las decisiones públicas.
A pesar desarrollarse bajo el paraguas de la “economía social”, y presentar pautas de acción de sus destinatarios guiados por principios de  solidarios y confianza, el programa aquí presentado continúa preservando estas características aquí mencionadas: individualización/comunitarización. Más allá de los lineamientos programáticos, la descripción desarrollada páginas más arriba nos lleva a pensar que la suerte del individuo se encuentra en función del conjunto de estrategias seguidas para desempeñarse en las redes sociales abiertas al entrar en contacto con los actores vinculados a la implementación del programa.
En otras palabras, la capacidad y estrategias de acción individual tienen un peso en las modalidades de inclusión social10. Para Carlos no se trata de estar en una red, sino también poseer las habilidades y destrezas necesarias para moverse en las mismas. Son inversiones de tiempo y esfuerzo en activar ciertas redes, valerse de esos recursos, y en esas decisiones cobran pesa estrategias que se plantean en un espacio de decisión individual.
La individualización de las decisiones y trayectorias en el marco de una experiencia en programas sociales es aquello que nos habilita a pensar en los distintos trayectorias recorridas entre una y otra persona, y en la acumulación de ventajas diferenciales (Saravi,2006) entre una y otra persona.¿Y en qué sentido es posible afirmar entonces que afectó a la igualdad/desigualdad? Dubet (2012) argumenta en torno a dos modalidades de concebir la igualdad, que pueden ser mencionadas aquí: por un lado, una “igualdad de posiciones” en relación a las distintas espacios que ocupan los individuos en la estructura social y la “igualdad de oportunidades” tendiente a buscar una igualdad social a través de la igualación de los puntos de orígenes.
El funcionamiento del programa que acabamos de describir, a pesar de la retórica vinculada a la economía social, tiene las características del segundo modelo: reúne un conjunto de posibles de destinatarios y les asigna por igual un monto de dinero para que desarrollen un emprendimiento. Bien podría interpretarse que es una cuestión de “mérito” individual construir el éxito emprendedor e insertarse en el mercado laboral. Desde esta perspectiva, a Carlos “le hubiese ido mejor” que a Nora ya que tenía una concepción más apropiada sobre el desarrollo de un negocio y fue en algún sentido más hábil a los fines de desempeñarse con el dinero.
Sostenemos que esta lectura no surge y se traduce directamente de los principios que guiaron los lineamientos programáticos ministeriales, sino que se juegan en los espacios de implementación del programa, y en los encuentros cotidianos y personalizados entre destinatarios de programas y agentes implementadores. Proponemos como claves de lectura en que mérito y la búsqueda de distinción, son principios que poseen un gran consenso en tanto sentido común y operan como esquemas que fundan la acción social de estos sectores sociales. Y que en tanto tal, constituyeron parte de un desafío vinculado a las tensiones por promover ideales innovadores fundado en principios solidarios, y enclaves centrados en tramas cotidianas que operaron en tanto barreras culturales.
De todos modos, interesa destacar otro punto aquí, y que refiere a las elecciones, estrategias y habilidades desarrolladas para cada uno de las personas que aquí elegimos comparar: antes de llegar al programa había una desigualdad de base entre estas dos personas (que puede expresarse en diferentes volúmenes de capitales incorporados a lo largo de trayectorias distintas en el mundo de los programas sociales y del mercado laboral informal), y que eso los habilita a disposiciones a la acción diferenciadas.
A su vez, tal como fuimos desarrollando en la exposición precedente, el programa nocerró brechas de desigualdad iniciales entre estas dos personas. Por el contrario, al finalizar el trabajo de campo, continuaban vigentes y aún más exacerbadas: aquellas desigualdades iniciales se potenciaron al permanecer Nora en similares condiciones de destitución y al depositar a Carlos a círculos sociales vinculados con redes sociales que lo contactaban con sectores “no – pobres”.
Estos datos nos llevan a concluir sobre este caso, que los programas sociales que se organizan bajo el esquema de igualdad de oportunidades, tienden a perpetuar las desigualdades iniciales de las personas que allí se involucran. Y desde esta perspectiva entonces, tenderían a reproducir diferencias hacia el interior de la clase social.

7. Conclusiones

Planteamos como objetivo del trabajo analizar experiencias de tránsito por programas sociales de economía social, a los fines de aportar conocimiento sobre el modo en que las políticas sociales incluyen socialmente a las personas, y cómo ello promueve la igualdad/desigualdad social.
En el trabajo retomamos la experiencia de Carlos y Nora en un programa en El Saladero, mostramos que a partir del programa los dos pudieron incorporarse en redes por las que circulaban recursos económicos, productos de compra y venta de mercancías elaboradas o re-vendidas. A su vez, que los dos tuvieron contactos tanto con vecinos como así también con mediadores políticos, y ello fue un capital social oportunamente aprovechado. Que a su vez, Carlos pudo ingresar, a través de las redes mencionadas, en sistemas de educación informal y de intercambios recíprocos con agentes de otras clases sociales, vinculadas con el desarrollo de pequeñas empresas; y que finalmente, el banco popular fue una experiencia a los fines de reforzar la intimidad y hacer circular afectos entre los participantes.
En función de lo mencionado, concluimos por un lado que el programa social incluye a sus destinatarios simultáneamente en distintas redes y que ello brinda oportunidades de capitalización social, económica, cultural, simbólica.
A su vez, que esa inclusión tiende a reproducir desigualdades hacia el interior de las clases. En nuestro caso, la brecha que separaba a Carlos de Nora en términos de capitales culturales, económico, social y simbólico, se mantuvo tras el paso por el programa. 
Aún más, que quien traía mayor volumen y trayectoria de capital antes de ingresar al programa pudo incrementar sus chances frente a quien traía menos capitales. De nuevo, en nutro caso, Carlos pudo hacer un diferencial con relación a Nora en función de sus habilidades, aprendidas en oficios y en entradas y salidas del mercado laboral, para instalarse en las redes y aprovechar estratégicamente esas redes en pos de sus estrategias individuales.
En este sentido, si bien en los años 90 se desarrolló un campo de estudios que confluyeron en afirmaciones sobre la heterogeneidad del mundo de la pobreza, alentada por la diferenciación establecida entre los denominados “pobres estructurales” y la “nueva pobreza” a la luz de la metáfora vinculada al “cuesta abajo” (Minujin, 1995) parce interesante renovar estas discusiones a la luz de nuevas situaciones y contextos estructurales. Si bien nos posicionamos a favor de desarrollar la problemática de la pobreza y las políticas sociales desde la perspectiva de la desigualdad (Kessler,  2014), continúan siendo una tarea desafiante e interesante, describir los sentidos de la heterogeneidad de la pobreza en particular y de las clases populares en general.
Por último, concluimos también que el programa ayudó a una capitalización diferencial en una trayectoria dentro de las clases populares, y que a pesar de eso, su inserción social siguió siendo desigual con relación a la inserción de clases medias o altas. Ellos dos, continúan ocupando un lugar relegado en la estructura social, con trayectorias laborales inestables e informales, viviendo en lugares periféricos, objetos de estigma social, cuestiones que nos llevan a pensar en una inclusión social deficitaria.
Por último, y desde un plano “holístico” de la desigualdad (Reygadas, 2004), a pesar de la capitalización individual, estos sectores no dejaron de presentar una inclusión social en forma desigual con relación a otras clases sociales. Tal como han desarrollado entre otros Saravi, 2015, se trata de una inclusión social en situación de desigualdad con relación a los modos en los que se incluyen las clases medias y altas. Se produce entonces una inclusión social que es “desfavorable” (Roberts. 2006), ya fuera por el tipo y calidad de instituciones a los que ellos y sus grupos familiares pueden acceder, los lugares donde pueden residir y en general el modo en que poseen para hacer uso de los derechos ciudadanos.

Notas

2 Nos basamos en Ciolli (2013) quien distingue tres etapas del Plan Manos a la Obra: el primero situado entre 2003 y 2006 apuntó al reordenamiento de programas que venían en continuidad desde el pasado e inicio de trabajo en la dirección de la economía social. En 2006 comienza una segunda etapa, caracterizada por las acciones tendientes a profundizar la noción de economía social, ahora, con  sintonía latinoamericanista. La ley Nacional de Microcrédito sancionada ese año fue central para el programa y para el impulso a la economía social desde el ámbito estatal. A partir de 2007 se inicia otra etapa que cuenta con el Programa social  Argentina Trabaja como estrategia descollante.

3 Este proceso de inclusión social también planteo debates y controversias que pueden verse en esta bibliografía. Es preciso registrar que los problemas sociales no fueron completamente resueltos y la pobreza, la precariedad laboral, el desempleo, el modelo de desarrollo económico y la posibilidad de su sustentabilidad en el tiempo, así como su capacidad para incorporar más trabajadores;  la relación entre la transferencia de ingresos e inflación, los sistemas socialmente fragmentados de educación y salud generados, entre otros, son tópicos que aún generan debate. Ver especialmente Kessler, 2014

4 No pretendemos desarrollar un análisis bourdeano sobre la inclusión social, sino desarrollar dimensiones de análisis para indagar en campo. De allí la idea de inspiración teórica.

5 Mas desarrollo sobre los significados de la solidaridad y la confianza en el programa pueden verse en Iucci, 2012

6 En 1982 Argentina e Inglaterra entraron en conflicto bélico por las Islas Malvinas.

7 Los vecinos dividían al barrio en al menos dos partes: los que estaban más cerca de la Unidad Sanitaria, que era una calle asfaltada, casas de material, por la que pasaba el colectivo y una población que ya tenía en el lugar al menos 30 años; y los del “fondo”, que vivían de allí hacia una zona más descampada, no urbanizada formalmente, calles de tierra, zanjas, basurales, casas de chapa, ala que permanentemente continuaban llegando familias. La mención sobre el “fondo” indicaba no sólo la distancia geográfica sino también de distanciamiento social y principio de distinción entre vecinos de un mismo barrio.

8 Programa social de larga trayectoria en la Provincia de Buenos Aires. Comenzó en el año 1993 y tras profundas y distintas modificaciones continuaba vigente.

9 Auyero 2001, entre una larga bibliografía sobre redes políticas en contextos de barrios populares. Noel, 2006 para una mirada de la temática centradas en ONG.

10 No hacemos un uso racional de la categoría estrategia. Pensamos que son los años de haber vivido en situación de pobreza aquello que lleva a poseer disposiciones a las prácticas orientadas en tal sentido; y que la estrategia se nutre de esas disposiciones aprendidas.

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