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Papeles de trabajo - Centro de Estudios Interdisciplinarios en Etnolingüística y Antropología Socio-Cultural

versión On-line ISSN 1852-4508

Pap. trab. - Cent. Estud. Interdiscip. Etnolingüíst. Antropol. Soc.  no.34 Rosario dic. 2017

 

ARTÍCULOS ORIGINALES

“Con el corazón, con la mente y con las manos”: emociones y valores en las prácticas políticas colectivas de militantes y trabajadores de la economía popular1

 

Dolores Señorans2

2 Licenciada en Ciencias Antropológicas Orientación Sociocultural, Universidad de Buenos Aires (UBA). Doctoranda en Antropología UBA – EHESS. Becaria Doctoral CONICET. Instituto de Ciencias Antropológicas, Sección de Antropología Social, Facultad de Filosofía y Letras, UBA.

1 Una versión previa de este trabajo fue presentado y discutido en las XIII Jornadas Rosarinas de Antropología Sociocultural realizado en septiembre de 2015 en la ciudad de Rosario, Provincia de Santa Fe, Argentina. Quisiera agradecer a Mariana Sirimarco y Ana Spivak L’Hoste por sus aportes en versiones previas de este trabajo y muy especialmente a la Dra. María Inés Fernández Álvarez por sus atentas lecturas y su generoso acompañamiento durante todo el proceso de investigación.

Fecha de recepción del artículo: Septiembre 2017
Fecha de evaluación: Noviembre 2017


Resumen

Este artículo se propone describir y analizar desde un enfoque etnográfico las emociones, valores y deseos que se ponen en juego en los relatos y prácticas de militantes y trabajadores de la economía popular en Argentina. Recuperando los aportes de la reflexión antropológica sobre la emoción buscaré analizar a las emociones como un “lenguaje”que involucra juicios morales en torno a lo deseable y lo justo permitiéndonos explorar la sustancia o el contenido de lo moral y lo político.

Palabras clave: Economía popular; Prácticas políticas colectivas; Emociones; Valores; Etnografía.

Abstract

This article aims to describe and analyze from an ethnographic perspective the emotions, values and desires that take part of the narratives and practices of militants and workers of the popular economy in Argentina. Recovering the anthropological work on emotions I seek to analyze emotions as a “language” which involves moral judgments about what is desirable and fair allowing us to explore the substance or content of morals and politics.

Key words: Popular economy; Collective political practices; Emotions; Values; Ethnography.

Résumé

Cet article a pour but de décrire et d’analyser d’une approche ethnographique les émotions, valeurs et désirs qui entrent en jeu dans les narratives et pratiques des militantes et travailleurs de l’économie populaire en Argentine. À partir des contributions de la réflexion anthropologique sur l’émotion je veux analyser les émotions comme une « langage » qui implique des jugements morales autour le souhaitable et juste afin d’explorer la substance ou le contenu de la morale et la politique.

Mots-clés: Économie Populaire; Pratiques politiques collectives; Émotions; Valeurs; Ethnographie.


 

Introducción

En los últimos años en Argentina la economía social o popular3 se ha convertido en objeto de debate público. Funcionarios, académicos y periodistas le han dedicado artículos en los periódicos, libros, informes, etc. Al mismo tiempo se trata de un campo de prácticas de trabajo y acción política para trabajadores y militantes que ha tenido un desarrollo notable en el último decenio4. Desde los años 2000 organizaciones y movimientos populares comenzaron a poner en marcha experiencias de gestión colectiva del trabajo – muchas de ellas inscriptas bajo la figura de cooperativas de trabajo- (Rius 2011; Carenzo y Fernández Álvarez 2011; Fernández Álvarez 2012; Gusmerotti 2013) en paralelo a la implementación de una serie de políticas públicas orientadas a la promoción del empleo y formas asociativas de trabajo (Hintze 2007; Hopp 2009; Massetti 2011; Danani 2012; Grassi 2012).
Mientras que en dichas políticas se destaca la operatoria de categorías tales como “empleo genuino”, “economía social” y “desarrollo local” en tanto estrategias para combatir el desempleo y promover la “inclusión social”, algunas organizaciones y movimientos acuñaron un término distinto: la economía popular. Con esta denominación se hace alusión a todas aquellas actividades de producción de bienes y servicios que se desarrollan por fuera de relaciones de dependencia respecto de un patrón, con escaso capital y en algunos casos en la vía pública.
En el año 2011 un conjunto de organizaciones y movimientos populares de la Argentina conformaron las Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) definiéndola como un sindicato que representara a los trabajadores de este sector, es decir a los trabajadores de empresas recuperadas, cooperativas de “cartoneros”, vendedores ambulantes, ferias populares, cooperativas impulsadas por organizaciones o movimientos sociales y cooperativas conformadas en el marco de programas estatales. La economía popular es el término reivindicado por sus integrantes para hacer alusión al carácter no sólo “informal” o “no registrado”, sino fundamentalmente “carente de derechos” de sus actividades laborales. Se trata de un término cargado de valoraciones positivas puesto que quienes lo integran se reconocen como aquellos que tras la aguda crisis vivida en Argentina en los años 2000 y 2001 “se inventaron el trabajo para sobrevivir”. La CTEP plantea que en el marco del capitalismo contemporáneo la exlcusión constituye una condición natural para su funcionamiento motivo por el cual no todos los trabajadores podrán ser incorporados al mercado formal del empleo. De allí que su principal demanda sea el reconocimiento de los “derechos” de los trabajadores de la “economía popular” para que estos se equiparen a los de los trabajadores en relación de dependencia (obra social, aportes previsionales, horarios laborales, licencias, accidentes de trabajo, asignaciones familiares, etc.). Para ello la CTEP busca lograr una mayor incidencia en la formulación e implementación de políticas públicas a través de su reconocimiento formal como instancia de negociación y de representación sindical del sector.
Interesada por este proceso a comienzos del año 2013 inicié una investigación que tiene como objetivo general analizar desde un enfoque etnográfico las prácticas cotidianas, las modalidades de relación con organismos y funcionarios estatales y las formas de demanda colectiva en organizaciones sociales que impulsan y/o gestionan emprendimientos productivos, a partir del caso de la Organización Social y Política Los Pibes5. “Los Pibes” había capturado rápidamente mi atención ya que se trata de una organización de fuerte inscripción barrial cuya trayectoria de lucha se remonta a mediados de los años noventa, momento en el que comenzaron a expandirse por todo el territorio argentino numerosos procesos de movilización y protesta social que expresaban una demanda por la intervención del estado frente a los altos niveles de desempleo y pobreza registrados (Merklen 2002; Svampa y Pereyra 2003; Massetti 2004; Manzano 2007). La organización se había incorporado recientemente a la CTEP y llevaba adelante varios emprendimientos –denominados cotidianamente como “herramientas”- que eran considerados al mismo tiempo como espacios de organización productiva y política: una cooperativa de producción textil, una cooperativa de vivienda, un mercado de venta de productos producidos por cooperativas y una radio comunitaria también organizada como cooperativa.   
Desde las ciencias sociales la constitución de cooperativas y emprendimientos de la economía social o popular fue analizada destacando sus particularidades en tanto experiencias “productivas” o “económicas”. Mientras que algunos investigadores se centraron en la descripción y análisis de las intervenciones estatales destacando sus alcances y limitaciones para generar “otra economía”, otros trabajos pusieron el foco en el estudio de estas experiencias de gestión colectiva del trabajo enfatizando su carácter “alternativo” a las relaciones capitalistas de producción. Así la literatura tendió a introducir una dicotomía entre dos modos de producir y trabajar, entre dos esferas de producción de valor e incluso de intercambio.
En cambio, otros autores han propuesto suspender este tipo de caracterizaciones a priori para abordar nociones tales como “cooperativa” o “economía popular” como categorías de la práctica (Fernández Álvarez 2015) que se encuentran en parte modeladas por los lenguajes y requerimientos de las políticas públicas que las promueven, pero que al mismo tiempo adquieren significaciones particulares en el marco de tejidos de relaciones de mutua interdependencia (Elias 2011). Desde esta mirada, nos invitan a abordar en todo caso cómo dichas dicotomías son construidas o desarmadas desde las prácticas de las personas que cotidianamente hacen existir a estas experiencias dando relevancia teórica al “transcurrir”de estas prácticas y procesos colectivos, es decir, el “mientras tanto” de un hacer “juntos/as” en el que el contenido o el objeto mismo de la política se construye día a día (Fernández Álvarez 2015: 20).
En trabajos previos analicé la producción de reglas colectivas en torno a la distribución de los ingresos de uno de los emprendimientos productivos – una radio comunitaria- señalando que dicha producción requiere de la construcción creativa de criterios y definiciones en torno a lo “justo” y la “justica” como modos de valorizar y cuantificar la productividad económica y política de estas experiencias colectivas (Señorans 2015). Siguiendo a Graeber (2014) propuse desafiar las evaluaciones economicistas con las que se suele interpelar a estas experiencias para mostrar la pluralidad de formas en que las acciones creativas se vuelven significativas para las personas, es decir, producen valor6. En este trabajo quisiera profundizar esta reflexión dando relevancia analítica a las emociones- propias y ajenas- para el estudio de los procesos políticos y la comprensión de la producción de valor, es decir, del contenido de dichos procesos. En este sentido, buscaré desplegar las emociones, valores y deseos que las personas ponen en juego en el “transcurrir”de su involucramiento en experiencias de gestión colectiva del trabajo.
Para ello recupero los aportes de la reflexión antropológica sobre la emoción y en particular la propuesta de Mauss de pensar a las emociones como un “lenguaje”(Mauss 1979). La obra de este autor puso en cuestión la imagen de las emociones como proveniente de lo íntimo de cada uno- es decir, como subjetivas, individuales y opuestas a la razón- y proponía pensar a las personas cuyas vidas eran retratadas por la etnografía como “hombres totales”, esto es, “como un cuerpo, una conciencia individual y por medio de ésta la colectividad” (1979: 334). En los apartados que siguen quisiera analizar las emociones como lenguajeque involucra juicios morales en torno a lo deseable y lo justo (Fassin 2009; 2013) y nos permite explorar la sustancia o el contenido (“stuff”) de lo moral y lo político en lugar de considerarlo como meras actuaciones o puestas en escena (Abu-lughod 1986). 

Los lenguajes emocionalesen contexto

Una calurosa mañana de diciembre fui convocada para acompañar una movilización frente al Casino Flotante de Buenos Aires. El día anterior en la sede central de la CTEP se había decidido movilizar hasta allí en demanda de un “bono navideño” y del otorgamiento de la personería gremial para el sindicato. Por esos días varios gremios habían negociado con el gobierno y las cámaras empresarias el cobro de un “bono” con el argumento de que los altos índices de inflación repercutían negativamente sobre el valor real del salario y, por supuesto, también del aguinaldo. A las 9 de la mañana nos reunimos en el cruce de las avenidas Brasil y Paseo Colón, a unas 10 cuadras del Casino, que se encuentra en el barrio de Puerto Madero. Mi cálculo a ojo arrojó que seríamos unas 300 personas. A la distancia, los efusivos cantos, los bombos, repiques y redoblantes seguramente daban la impresión de que éramos muchos más. Una vez en la puerta del Casino se organizó una primera línea de “compañeros”que se situó frente a frente con la Prefectura Naval Argentina, la fuerza de seguridad en cuya jurisdicción nos encontrábamos. Empujándose casi cuerpo a cuerpo, los prefectos mantenían un gesto cuidadosamente inexpresivo, mientras que los militantes cantaban vivamente: “Unidad de los trabajadores, y al que no le gusta, ¡se jode! ¡se jode!”.
Los Pibes era una de las organizaciones convocantes y la FM Riachuelo estaba presente para garantizar la cobertura periodística de la jornada.  Me encomendaron la tarea de que hiciera unas entrevistas a los referentes más importantes allí presentes para que luego sean transmitidas por la radio. Uno de los referentes del sindicato me explicó:
- Hoy nos movilizamos al Casino porque la Lotería Nacional junta miles de millones por año. En el 2013 recaudó 105 mil millones de pesos,  diez veces el monto que se destina a la Asignación Universal por Hijo7. Pero el operador, en este caso el Casino de Puerto Madero se queda con el 80% de la ganancia y lo que va para Lotería Nacional es solo el 20%, imagínense entonces lo que recauda la empresa. A los trabajadores de la Economía Popular se nos niega el aguinaldo, los bonos de fin de año o la caja navideña. Todavía ni siquiera podemos sentarnos a negociar porque no reconocen nuestro sindicato. Por eso, vamos tras el poder económico para recuperar un cachito de lo que nos robaron y pasar unas fiestas con algo sobre la mesa.
Al comienzo algunos referentes de la CTEP pasaron por detrás de la línea de prefectos y se quedaron unos 70 metros adentro del Casino. Mientras tanto el resto aguardábamos el resultado de las negociaciones. Sin embargo, el diálogo con la Lotería Nacional fue imposible. Por ello se intentó abrir una negociación con el Ministerio de Desarrollo Social y mientras se aguardaba que hicieran una oferta se decidió en asamblea no abandonar el lugar, como pretendía la seguridad del Casino: “¡ Entonces volvamos al frente y sigamos cantando y haciendo quilombo che! ¡No se la hagamos fácil!” - dijo uno de los dirigentes levantando considerablemente el tono.
La mayoría volvimos a amontonarnos detrás de la primera línea. Los cantos e instrumentos volvieron a sonar: se sabe que el ruido continuo inquieta a la policía y a los funcionarios, cuidadosa técnica de producir sensibilidades “en la calle” que todo militante conoce bien. Las mujeres que se encontraban al fondo echaban a los gritos a señores y señoras bien vestidos que se acercaban a la entrada con la intención de ingresar: “¡Hoy no se juega señora!”, “¡Timberos fuera!”, “¿Usted tiene plata? ¡Nosotros también queremos un mango para pasar la Navidad!”, les gritaban con enojo. Del otro lado, también respondían con bronca y más de uno se acercó a los empujones hasta el frente porque quería ingresar de todos modos. Un alto mando de la Prefectura circulaba de nuestro lado de la línea de cañas tratando de disuadir a los “timberos” para que el enfrentamiento con los manifestantes no pasara del intercambio de insultos verbales. 
A esta altura, cabe preguntarse ¿por qué allí? ¿por qué manifestarse frente a una empresa privada para demandar por un “bono navideño”? El punto central del argumento que fundamentaba la legitimidad de esta protesta y su desarrollo frente a una empresa privada era que la industria del juego genera un “gran daño social” y que por lo tanto tiene la obligación de aportar parte de sus cuantiosas ganancias para los más necesitados. Pero su trasfondo apelaba a un imaginario moral que recupera ciertos trazos de un tiempo pasado- y para algunos añorado aunque reconozcan que es un sueño imposible de alcanzar-: el pleno empleo, un tiempo que se identifica con la universalidad de los derechos de la que hoy solo gozan los trabajadores en relación de dependencia (las vacaciones pagas, el aguinaldo, la obra social). Aquella tarde, uno de los coordinadores de Los Pibes expresaba en una entrevista para los medios que su reclamos era legítimo ya que “los compañeros trabajadores de la economía formal a través de sus sindicatos y centrales sindicales discuten paritarias, tienen aguinaldo, tienen vacaciones”. Cerró sus palabras pidiendo por una Navidad más “digna” para los trabajadores de la economía popular, “los más humildes”, y afirmando que los recursos para ello debían ponerlo “los que más tienen”: los empresarios del juego a quienes calificó de “usureros”. Esta calificación tiene una fuerte carga moral en la medida que hace referencia a un lucro indebido, abusivo. Como vimos más arriba, otros describían a la desigualdad como un “robo” de los más ricos hacia los más pobres, otra expresión que instaura un principio de legitimidad para la demanda: nadie puede decir que le han robado algo que no era considerado legítimamente propio. Pero además,  la “dignidad” para los más humildes estaba siendo cifrada en un lenguaje que apela a los derechos laborales como modo de alcanzarla aun cuando estos trabajadores no tienen un patrón a quien reclamar por esos derechos.
Una horas más tarde aun no había respuesta por parte del ministerio y yo misma ya estaba ansiosa. A medida que transcurría el tiempo, el clima se enrarecía. El delicado equilibrio entre la prefectura y quienes sostenían la primera línea de cañas se quebró y comenzaron los empujones. Minutos antes una compañera que estaba en la primera fila me pidió que le cuidara un bolso y que llamara a la radio para que estuvieran atentos para sacar un comunicado de prensa si pasaba algo. “Acá se pudre”, pensé para mis adentros. Finalmente la prefectura debió retroceder unos cuantos metros. Pensé que si seguíamos allí iban a tener que responder, era cuestión de aguantar, seguir cantando y tocando los bombos, de no “hacérsela fácil” como se había dicho antes. Sin embargo, el desenlace aquella tarde no fue el esperado. Tras unas 6 horas los funcionarios del Ministerio de Desarrollo Social ofrecieron 4000 pollos y 1000 bolsones de alimento a cambio de que se levantara la protesta. Los referentes consideraron que era una propuesta que no se ajustaba a sus reclamos ya que lejos de reconocer derechos laborales para sus trabajadores implicaba nuevamente el reparto de “asistencia estatal”. Sin embargo, aunque no se trataba de una oferta “justa”se evaluó que los costos políticos de continuar allí y hacer un acampe prolongado durante diciembre –un mes muy conflictivo en los últimos años- podría implicar acusaciones de “desestabilización” lo cual repercutiría negativamente en la imagen pública de la CTEP y sería un “desgaste” para los militantes llevar adelante una acción tal tan próxima a las fiestas. Finalmente las 16 hs la movilización fue levantada.
Aquella tarde lo que se puso en juego fueron diversos modos de expresar sentimientos de bronca frente a un orden social considerado profundamente “injusto”. Esta bronca se manifestaba en las acusaciones contra la Prefectura ya que cuidaba los intereses de los empresarios en lugar de los de los trabajadores, contra las personas de clase media u alta que se acercaban a jugar de todos modos mostrando total indiferencia hacia sus reclamos, contra los empresarios que no quisieron en el transcurso de aquella tarde negociar una salida al conflicto y, por último, contra los funcionarios del ministerio que quisieron acallar la protesta “repartiendo bolsones de comida”.  En aquella situación la expresión de la bronca trazaba distinciones entre un nosotros/ellos, entre los “humildes” y “los que más tienen”.  Así, estas emociones se inscriben en una micropolítica (Abu-lughod 1986) que pone en cuestión las jerarquías y desigualdades sociales, de presionar a las autoridades para que buscaran una salida al conflicto dando respuesta a sus demandas. En este sentido y siguiendo a María Inés Fernández Álvarez (2011) podemos sostener que exponer públicamente esas emociones y sentimientos permitía “movilizar a otros”: lograr una respuesta por parte de las autoridades, ganarse la adhesión de los que pasaban, disuadir a los que buscaban ingresar al casino, etc.
Al mismo tiempo, la manifestación de estos sentimientos de bronca ponía en juego una serie de valores morales compartidos por todas las organizaciones que integran el sindicato: la “igualdad” y la “justicia social”. Sidney Mintz sostenía que “es importante comprender de qué manera las poblaciones llegan a reconocer que la opresión que sienten no es producto de tiempos de escasez, sino de tiempos de maldad. Puesto que lo importante no es el grado de opresión, sino al derecho a no estar oprimido”8 (Mintz 1974: 315). Sus palabras nos permiten comenzar a explorar la relación entre las emociones, la moralidad y las prácticas políticas. Por un lado, el autor afirma que la desigualdad no es solamente la “carencia de”  sino una experiencia que se “siente”. Pero además, invita a tratar de entender cómo esa experiencia de opresión llega a ser experimentada como ilegítima e infame. Así Mintz deja entrever que la protesta social solo puede ser comprendida a partir de determinadas construcciones morales que sustentan nociones de derecho. De manera similar, Edward P. Thompson en su ya clásico estudio sobre la “Economía ‘Moral’ de la Multitud en la Inglaterra del SXVIII” (1995) se proponía discutir con una visión espasmódica de los motines de subsistencia señalando que estas protestas no eran una respuesta automática al hambre, sino más bien rebeliones basadas en creencias, usos y normas sociales en torno a la comercialización de alimentos y a las obligaciones de las autoridades en tiempos de escasez. Esta economía moral legitimaba la “inmoralidad” de sacar provecho de las necesidades del pueblo y hacía inteligibles las profundas emociones y la indignación suscitadas durante los motines. Más tarde, James Scott (2003) utilizaría la misma categoría para analizar las formas de resistencia cotidianas de los campesinos del sudeste asiático. Scott enfatizó el lugar de los valores en la economía moral y particularmente del sentimiento de justicia (Fassin 2009). En el contexto etnográfico en el que Scott llevó adelante su trabajo el contenido moral que daría sentido a la noción de justicia se expresaba en el lenguaje del patronazgo, la asistencia y la consideración de los ricos hacia los pobres. En cambio, en el caso que aquí presentamos los integrantes de las organizaciones que componen la CTEP movilizan lenguajes y construcciones morales que impugnan el “asistencialismo” desde el cual definen ciertas políticas públicas orientadas a los sectores populares asociándolo a la idea de la dádiva voluntaria por oposición a la noción de justicia como fundamento de su obligatoriedad. A su vez, en la movilización relatada no solo se estaba interpelando al Estado, sino también a las empresas privadas por sus ganancias excesivas. En definitiva, sus demandas estaban poniendo en cuestión la distribución – desigual y profundamente injusta- del ingreso en nuestro país.
Por su parte, Didier Fassin (2009) señaló que existe una profunda relación entre las emociones y los valores y las normas: las reacciones afectivas, tales como el placer o la bronca aquí descripta, no están desvinculadas de los juicios morales en torno a lo bueno o lo justo motivo por el cual propone pensar las emociones en términos de “sentimientos morales”. En este sentido, para Fassin sentimientos tales como la bronca, la ira, la indignación o el rencor tienen en común el ser respuestas a aquello que se imagina o experimenta como una herida o una injusticia (2013). Pero además, este autor señala que los sentimientos morales y los lenguajes que los expresan no pueden ser conceptualizados a partir de dicotomías a priori tales como bueno/malo, sino que el contenido de la significación política de dichas emociones debe ser entendido en el marco de contextos históricos y sociológicos. También E.P. Thompson había apuntado hacia la misma consideración al señalar que debemos “desechar que la moralidad sea una cierta región autónoma de elección y voluntad humana que brota independientemente del proceso histórico” (1981: 263). En el caso que nos ocupa dichos sentimientos y las configuraciones morales que evocan tienen una fuerte inscripción en la historia argentina.
Precisamente la categoría de “dignidad” en nuestro país ha estado históricamente asociada a las luchas del movimiento obrero, y en particular de los trabajadores asalariados. En este sentido, el estudio histórico de Daniel James (2010) sobre la relación entre el movimiento obrero y el peronismo nos aporta algunos elementos para comprender dicha asociación9. James sostiene que el significado social de la experiencia peronista para los trabajadores radicaba en haber recobrado la “dignidad” y el respeto propio. La retórica peronista tenía un cierto contenido utópico que resonaba en el anhelo de igualdad y justicia social que pusiera fin a la explotación sufrida en épocas previas, esperanza cuya “practicabilidad” – sostiene James- era afirmada a diario por las acciones de gobierno tales como la firma de convenios colectivos de trabajo en los que se establecían escalas salariales, licencias por maternidad o enfermedad, vacaciones pagas, etc. Tal como reconstruye el autor, estos trabajadores –cuyo número había crecido enormemente producto del desarrollo industrial del país por aquellos años- recordaban aquellos tiempos como los primeros tiempos en que sentían orgullo de reconocerse como tales, como “descamisados”, término que previamente simbolizaba la falta de status y la humillación de los obreros. Así la dignidad se asociaba con el trabajo protegido y con el reconocimiento del movimiento obrero como fuerza social fundamental para el desarrollo nacional.
En el caso aquí presentado, trabajo (en la economía popular), reconocimiento de derechos y dignidad forman parte de una tríada que da coherencia a las demandas expresadas aquel día y que permite llenar de contenido aquello que es sentido y anhelado como “justo”. En este sentido quisiera recuperar aquí algunas apreciaciones que me fueron transmitidas por trabajadores del sindicato en distintos momentos de mi trabajo de campo. Para Andrés, trabajador de una cooperativa de “tarjeteros” – es decir, quienes venden tarjetas de “estacionamiento medido”- en un municipio del conurbano bonaerense la importancia de formar parte del sindicato radicaba en que le había permitido reconocer su actividad como un trabajo digno frente a las miradas estigmatizantes que pesan sobre quienes la realizan al denominarlos como “trapitos” y considerar que “solo piden monedas”. Además, conformar la cooperativa había sido importante para lograr que el municipio los reconociera como tales. Por su parte, Miguel, trabajador de una “bloquera” – una cooperativa de fabricación de bloques para construcción- del Chaco destacó en un encuentro nacional del sindicato que para él la importancia de la CTEP radicaba en obtener mejores condiciones para su trabajo y más derechos: “Queremos vender los bloques bien, en blanco, que los compren a un precio real porque los corralones te ofrecen 140 ponele y después ellos lo venden a 300, nosotros queremos que nos paguen bien, pero como no tenemos factura…Además, la cooperativa no es en blanco, no hay obra social. Para nosotros es muy importante eso. Hace poco se enfermó mi nena y me tuve que ir todo el día a Resistencia que es a unas dos horas del barrio porque en la salita no te atienden más”. En ambos relatos la dignidad se asociaba a tener un trabajo “reconocido” por el Estado - que en el caso Andrés era el Estado Municipal- o “en blanco” es decir, con obra social entre otros beneficios asociados al empleo formal.
En su estudio sobre los procesos de recuperación de empresas en Argentina, María Inés Fernández Álvarez (2007) señaló que durante los procesos de ocupación de fábricas sus trabajadores legitimaban sus demandas por la expropiación sosteniendo que al perder la fuente de trabajo perderían su dignidad, es decir, contraponían esta noción a una situación de desempleo. Sin embargo, en los relatos recién referidos los trabajadores no identificaban la indignidad con el desempleo, sino con la carencia de derechos y la estigmatización sufrida producto de que las actividades que llevan adelante para ganarse el sustento no sean consideradas un trabajo. Las políticas públicas implementadas desde el 2003 en adelante y la recuperación económica posibilitaron que los lenguajes asociados a los derechos como derechos del trabajo recobraran centralidad. Antes que desempleados, estas personas participaban en aquello que Verónica Gago (2014) denominó “economías barrocas”: prácticas económicas con baja productividad, variados grados de informalidad y que combinan creativamente la disputa pro recursos del estado con la apelación a vínculos comunitarios y familiares. En este contexto, la novedad de las demandas de la CTEP radica en su cuestionamiento a la narrativa estatal de crecimiento ecónomico en la medida que como sus líderes afirmaron: “desarrollo y crecimiento no es igual a trabajo y dignidad para el conjunto de los trabajadores” (Pérsico y Grabois, 2014).

Conocer, sentir, hacer

Hasta aquí he puesto de manifiesto la evocación de sentimientos morales de bronca  e injustica que los integrantes de la CTEP pusieron en juego en uno de los tantos momentos de movilización que he podido acompañar. Durante estas instancias de movilización se escenifica un discurso público que expresa las demandas del sindicato desde las construcciones morales que las sustentan. Sin embargo, esta vinculación entre los valores morales y los sentimientos también atraviesa las instancias de formación interna del sindicato en particular en relación a las cualidades asociadas al “militante popular”. Entre noviembre y diciembre de 2014 se desarrolló la segunda cohorte de la “Diplomatura de Extensión Universitaria en Organización Comunitaria y Economía Popular”10, un curso intensivo de formación política y sindical dictado por referentes de la CTEP que recibe el aval y la certificación de la Universidad Nacional de San Martín. Los contenidos trabajados se definieron como “formación política y sindical” diferenciándolo del “análisis estratégico” vinculado a la coyuntura política nacional. En este sentido, algunos de los temas trabajados fueron: capitalismo, desigualdad y exclusión social; la  historia del movimiento obrero y los movimientos sociales; el nuevo proletariado y la “informalidad”; la gran fragmentación actual de los trabajadores; el concepto de Economía Popular y diferencias con Economía Social;  la crítica al asistencialismo disfrazado de la política social.
La diplomatura se dividió en dos partes: un curso de aproximadamente dos meses que se dictó en la Capital Federal y un viaje de una semana a San Martín de los Andes, una localidad situada en la Cordillera de los Andes, Provincia de Neuquén. Allí la CTEP construyó la sede central de la Escuela Nacional de Organización Comunitaria y Economía Popular – ENOCEP- en un pequeño lote cedido por la Comunidad Mapuche Curruhinca dentro del “Barrio Intercultural”11. A continuación quisiera relatar una serie de situaciones que tuve la oportunidad de compartir durante aquel viaje.
Para la noche anterior a nuestro regreso los coordinadores habían planificado una actividad sobre la militancia. En cuanto terminamos de cenar juntamos los platos y nos fuimos hacia el fogón que otros dos compañeros prepararon para la ocasión. Estaba oscuro pero el fuego iluminaba lo suficiente como para que nos viéramos las caras. Nos sentamos los 14 alrededor del fogón, algunos en banquitos que llevamos desde la cocina, otros en el suelo. Martín – uno de los dirigentes de la CTEP y secretario de formación del sindicato - dio comienzo a la actividad:
- Para empezar quiero que hagamos una ronda en la que cada uno diga muy cortito qué es para ustedes la militancia. Y arranca la compañera- dijo señalando a la primera sentada a su derecha.
Ella destacó la entrega, la perseverancia y la necesidad de aprender y escuchar a los compañeros y a la gente de los barrios. La siguiente añadió que para ella el militante pone por delante siempre la militancia, es su actividad más importante y lo hace con el costo de poner en segundo plano muchas veces las cuestiones personales: la facultad, el trabajo, los amigos. Luego otro compañero señaló que para él la militancia no tenía que partir de un deseo narcisista de pasarla bien, sino de comprender realmente la injusticia a la que se ven sometidos los sectores populares en el marco del capitalismo, sistema en el que unos sufren y otros se benefician con el sufrimiento ajeno. Para la siguiente compañera, un militante es aquel que acompaña procesos, que se pone a disposición y se entrega incluso al “otro más radical”, aquel que a diferencia de ella, sufría padecimientos extremos. Además, quiso remarcar que para ella una cuestión que aparecía mucho en los libritos y que le gustaba mucho era la alegría como sentimiento fundamental que tiene que despertar la militancia: se tiene que militar siempre con alegría. Para otro de los presentes es aquel que tiene una idea, un proyecto, y se esfuerza todos los días por llevarlo adelante. Otro, en cambio, lo comparó al militante con el hincha: “Para mi un militante es como un hincha de fútbol, es alguien que lleva la bandera ahí bien alto”, dijo con un tono orgulloso y una gran sonrisa. Cuando me tocó el turno a mi dije que para mi un militante es aquel que cada día, con sus prácticas cotidianas, construye o intenta construir una sociedad más equitativa desde un proyecto que siempre debe ser colectivo, nunca individual.
- La pregunta tenía una trampita –retomó Martín-  Cada uno fue respondiendo en todo caso lo que debería ser un militante, pero militantes hay de todas las causas. Hay militantes que militan por otros objetivos o ideas que no son los nuestros, por eso la importancia de pensar qué es un militante popular.
Luego propuso retomar la frase que es el leitmotiv de la escuela de formación: “Con el corazón, con la mente y con las manos”. La primera parte, con el corazón, retoma las palabras del Che quien decía que “el verdadero revolucionario está inspirado por grandes sentimientos de amor”. Martín explicó que para el militante popular esa inspiración proviene del amor al próximo y al Pueblo, es decir, no al prójimo con el que uno tiene contacto cotidiano en sus organizaciones, sino al Pueblo pobre en su conjunto, también a aquel que no conoce pero cuyo sufrimiento y las injusticias que padece conoce y comprende. El segundo punto, con la mente, hace alusión a la centralidad de la reflexión y del debate permanente con los compañeros. Pero también según nos dijo, con que no todos los militantes son trabajadores pobres, de la economía popular, algunos vienen de la universidad y algunos incluso de familias ricas. Como decía Tosco: “No solo lucha contra la injusticia quien la padece, sino también quien la comprende”. Y por último “con las manos”: no alcanza con sentir amor y entender la injusticia para poder cambiarla, sino que es necesario trabajar, militar día a día y meter “las patas en barro”. Para cerrar Martín nos pidió que nuevamente en ronda dijéramos tres tareas concretas que nos proponíamos asumir este 2015. Luego de que cada uno comentara a qué se abocaría este año cerramos la actividad con un aplauso.
De alguna u otra manera nuestras primeras intervenciones en el fogón de aquella noche hacían alusión directa o indirectamente a las emociones asociadas a la política y la militancia: la alegría de compartir con los compañeros, el orgullo de la organización a la que se pertenece – “llevar en alto la bandera”-, la bronca por el hecho de que algunos sectores se beneficien del sufrimiento ajeno. La actividad había generado cierta mística, un momento de reflexión que se diferenció de las clases y los debates con los docentes invitados, e incluso de las clases con Martín. Ana Spivak L’Hoste (2010) sostuvo que las “categorías y alocuciones que hablan de la emoción al mismo tiempo expresan y performan las relaciones entre las personas, con los eventos en los cuales están envueltos y con el medio social en el que desarrollan sus prácticas contribuyendo a crear un efecto de colectivo social. Aquella noche, el lenguaje emocional hecho de palabras, pero también de silencios y de gestos crearon dicho efecto: expresar los valores y emociones asociados a la militancia popular hacía existir a la CTEP en tanto síntesis de las organizaciones a la que cada uno pertenecía.
Al día siguiente muy temprano emprendimos el viaje a Villa La Angostura. Martín nos había contado que días antes el empresario Cristian Furlong había intentado desalojar por la fuerza de un terreno a un grupo de familias que las habían ocupado legítimamente puesto que se trataba de tierras ancestrales de la Comunidad Mapuche a la que pertenecían. El día anterior a nuestro viaje, por la noche, se había producido el episodio más violento desde que ese hombre había ingresado al predio.
Al llegar allí, cerca de las 11 de la mañana fuimos recibidos por las familias que estaban viviendo en el predio. Nos reunimos en un círculo, justo al lado de donde se había realizado la rogativa esa mañana. Nos presentamos uno a uno y al finalizar la ronda Andrea, una de las integrantes del grupo que demanda dichas tierras relató los hechos:
- Nosotros somos un grupo de familias de la comunidad, somos 12 familias, pero 6 viviendo acá desde principio de diciembre. Esto iba a ser una hostería de una señora suiza pero hace tiempo ya que la obra esta abandonada por el conflicto de tierras que hay con la comunidad, porque esto forma parte del territorio ancestral de la comunidad y la comunidad las ganó. Este tipo, Furlong, dice  que compró el 18 de diciembre sabiendo que había gente viviendo en el lugar. Hace ya varios días ingresaron por la fuerza al predio, fuertemente armado a las 5 de la mañana y a partir de ahí vivimos momentos muy difíciles porque es un tipo muy violento. La primera vez se fue cuando llamamos a la policía y constató la situación. Después vino supuestamente para hablar conmigo y como yo no estaba se fue, pero el día 27 volvió con 12 personas más, contratados, camionetas, una especie de obrador y armado como si fuera un rambo.  Cuando bajamos a la fiscalía a hacer la denuncia vino la policía y él hizo que se iba pero después se subió a la camioneta y se metió, pasó muy cerca de atropellar a un peñi. Desde ese momento se ubicaron allá atrás en ese lugar que le decimos la covacha, con sus hombres. Un día que solo había dos personas intentaron atacarlos con un perro y una motosierra, pero después se volvieron a la covacha. Y ayer cuando los hombres se habían ido a trabajar vinieron y tiraron gas pimienta adentro de la construcción donde estábamos nosotras con los niños, estábamos por desayunar y corrieron así el nylon y nos tiraron ese gas–dijo mientras señalaba a la construcción abandonada recubierta en plástico para aislar las carpas y colchones de la ceniza que todavía persiste y molesta desde la última erupción de un volcán en tierras chilenas. Luego continuó:
- Y así nos agredieron, salimos corriendo de ahí adentro de la desesperación. A uno de los hombres que estaba acá le cortaron el brazo y la cabeza con un machete, una señora tuvo quemaduras en la cara por los gases… menos mal que estaban los jóvenes, de 14, 15 años que con mucha valentía le hicieron frente y logramos que se tuvieran que ir…
Durante el resto del día compartiríamos muchas otras charlas en las que algunos de ellos nos contaron sus historias, su lucha por la restitución de las tierras comunitarias y el modo en que lograron resistir la usurpación y la violencia de Cristian Furlong. Tanto Andrea como otra de las  mujeres que habían estado presentes nos mostraron las fotos y videos que habían podido tomar con el celular. Una de las chicas nos relató el miedo que todavía sentía por las amenazas que habían recibido:
- Nos decía que nos va a venir a matar, que van a violar a las mujeres, que van a lastimar a los chicos. Vino con otros hombres que nos dicen que van a ir a nuestras casas porque saben donde viven nuestras familias. Son personas de acá, son chicos de acá de los barrios, los vemos todos los días por la calle, eso es lo que más bronca me da también, que por unos pesos vengan a hacernos esto… y los chicos también todavía tienen miedo…es terrible esto - nos explicaba mientras que uno de sus hijos más pequeños se enroscaba en su pierna.
Sus relatos me estremecieron, también sentí bronca, indignación, impotencia. Lo que sucedía no solo era injusto, sino aberrante. Que un grupo de hombres pusieran en riesgo la integridad física de un grupo de familias por el solo afán del lucro, me “revolvió el estómago” como suele decirse. Tal como señalara John Leavitt (1996) las emociones como las que describo constituyen categorías “difíciles para pensar” (1996: 11) en el discurso teórico ya que no encajan ni en el dominio corporal, ni exclusivamente en el dominio de lo conceptual puesto que como bien se utiliza en el lenguaje cotidiano estos términos describen tanto experiencias que involucran significado como sensación.
Pero yo no fui la única en sentirme afectada por aquellos relatos e imágenes. Unas horas después de que hubiéramos llegado uno de los policías que estaban apostados en la entrada del predio pidió que Andrea bajara hasta allí para conversar. Así que ella se acercó acompañada de un grupo entre los cuales estaban algunos compañeros de la diplomatura, entre ellos uno a quien le encargaron que tomara fotos durante la conversación. Según le dijeron los policías el empresario quería acercarse al predio a negociar con ellos más tarde. Andrea aceptó pero con la condición de que aunque estuviera la policía presente no bajaría sola. Luego de esa conversación una de las coordinadoras de nuestro grupo nos explicó lo que sucedería y preguntó quién estaría dispuesto a acompañarla con el compromiso de no “sacarse”. Era lógico que sintiéramos esa bronca, pero bajo ningún concepto podíamos expresarlo al límite de perjudicar a los compañeros, nos dijo. La mayoría aceptamos, pero uno de nosotros en seguida dijo que no iría. Reconoció que no podría “controlarse” y que por lo tanto era mejor que ni se acercara.
Finalmente el empresario nunca fue y el día discurrió más tranquilamente. Uno de los militantes de la CTEP pasó largo rato con los más chicos de la comunidad pintando en una parte de la construcción abandonada. Estaban repasando en color negro la bandera que algunos habían comenzado el día anterior para llevarla de regalo, pero no habían podido terminarla. La bandera llevaba la inscripción: “Unidad de los Pueblos y los Trabajadores- CTEP”. Otros hicimos una caminata con un grupo de mujeres que nos enseñaron los terrenos recuperados por la comunidad en esa zona, nos contaron largamente de las luchas por las cuales lograron recuperarlos y con desazón nos mostraron también a aquellos predios que aun estaban en disputa.
Durante todo el día recordé el fogón de la noche anterior y sobre todo el leitmotiv de la escuela de formación sintetizado en tres verbos: conocer, sentir y hacer. La visita, pensé, no era algo circunstancial sino entendido como parte fundamental del proceso de formación. La experiencia de la ENOCEP estaba poniendo en juego un proyecto pedagógico atento a los aspectos emocionales y afectivos como modo de conocer y de entrar en relación con, dos elementos que no pueden ser escindidos en ese universo etnográfico. La formación política no se reducía al contenido explícito compilado en los materiales que trabajábamos en clase, sino que también implicaba una educación emocional: acompañar, compartir y escuchar a los compañeros que padecen una injusticia son todas actitudes indispensables para el militante popular. Tal como señala Mariana Sirimarco “No sólo lo que se dice o lo que se hace imparte conocimiento: éste, muchas veces, elude la acción o el lenguaje y se ancla más en sentires que en saberes. También lo sensible es un modo de aprehensión y lo emotivo un modo de aprendizaje” (2006: 7). A su vez estas actitudes esperadas suponían modos específicos de expresar las emociones suscitadas por la situación y la interacción: llevar la bandera como obsequio, acompañar una eventual negociación sin “sacarse”. Se trata –tomando las palabras de Sirimarco (2006)- de un “saber emocional” que contornea las formas en que es factible expresar los sentimientos pero sobre todo los modos de experimentar las relaciones sociales. Como alguna vez me dijo una militante de la CTEP al referirse a los problemas de frecuentes inundaciones que sufrían en sus casas muchos de sus compañeros de la cooperativa de saneamiento de arroyos en la que trabaja: “militante es al que la injusticia le duele en el cuerpo”. Para ella militar involucraba una experiencia con un contenido moral y una dimensión física, retomando las palabras de Michelle Rosaldo (1984), un pensamiento corporizado que la involucra como persona. En definitiva, el lenguaje de las emociones – un lenguaje configurado por maneras de decir y hacer, pero también de sentir- expresaba y ponía en acto los valores asociados al militante popular: la entrega, la capacidad de escuchar y comprender al otro, luchar contra la injustica y poner en segundo plano los intereses individuales.

Conclusiones 

Partiendo de la reconstrucción etnográfica de una serie de experiencias compartidas durante mi trabajo de campo, en este trabajo intenté desplegar una reflexión en torno a la relación entre los valores, las emociones y la política. En el primer apartado busqué dar cuenta del modo en que el lenguaje emocional forma parte de las acciones y prácticas desarrolladas en una movilización. En aquel momento expresar públicamente las emociones y en particular la bronca ponía en juego una serie de valores morales compartidos y enarbolados por todas las organizaciones que integran el sindicato: la “igualdad” y la “justicia social”. Estos valores legitiman sus demandas pero al mismo tiempo expresan el anhelo de una sociedad más equitativa, anhelo que se formuló apelando a la noción de dignidad, término con fuertes raíces y asociaciones históricas en nuestro país. Siguiendo a Fassin (2013) sostuve que el contenido o el sentido político de los sentimientos morales y los lenguajes que los expresan deben ser comprendidos en el marco de las reivindicaciones históricas del movimiento obrero argentino. En el segundo apartado, en cambio, describí una sucesión de actividades que tuvieron lugar como parte de las acciones de formación del sindicato. Se trató de momentos más “íntimos” en el que para cada uno –incluyéndome- se pusieron en juego los sentidos asociados a su involucramiento en la política y los saberes emocionales que atraviesan sus prácticas como militantes.   
Tal como sostuvo María Inés Fernández Álvarez  las emociones constituyen un registro que permite explorar el modo en que más allá de la intención de las personas se van entramando relaciones para el desarrollo de acciones comunes, tanto en el plano de la legitimación y expresión pública de las demandas como en la intimidad y cotidianeidad del “hacer juntos/as”(2011). El camino recorrido en este artículo busca aportar a esta conceptualización señalando que el lenguaje emocional – en tanto lenguaje configurado por maneras de decir, hacer y sentir- resulta central para comprender el valor que las relaciones, las demandas y las acciones comunes tienen para las personas, o en otros términos, los valores que expresan. Este lenguaje nos permite recorrer la manera de sentir esos vínculos construidos, es decir, de experimentarlos pero no solo de manera consciente, racionalizada, sino como “hombres totales”, esto es, como experiencias que involucran al cuerpo, la conciencia y los aspectos colectivos  (Mauss 1979).  De allí que el lenguaje emocional nos permita recorrer al mismo tiempo la construcción cotidiana del sindicato - su sentido y contenido- y la construcción de sí mismos como militantes populares tensionando las distinciones entre lo individual y lo colectivo, lo público y lo privado. Tal como se ha señalado desde la antropología de las emociones estas no constituyen expresiones de la individualidad de los sujetos, sino que pueden ser mejor comprendidas como un lenguaje del self  que da forma  al mundo personal al mismo tiempo que al social ya que permite negociar y definir las relaciones sociales entre las personas (Lutz y White 1986). Pero no se trata de relacions sociales armónicas, sino que las emociones también revelan una dimensión micropolítica en la medida que son movilizadas en contextos atravesados por relaciones de poder (Abu-Lughod 1986; Barcellos Rezende y Coelho 2013). Así, los valores y los sentimientos morales que los expresan nos sitúan en el plano de las contradicciones y las luchas históricas de los sectores populares contra concepciones diferentes de la vida. Como sugería E.P. Thompson “toda lucha de clases es a la vez una lucha en torno a valores” (1981: 263). Y también nos advertía que no se trata de luchas puramente ideológicas ya que los valores no son pensados ni pronunciados, son vividos.
Como señalé en la introducción, la literatura sobre estas experiencias de la economía social o popular suele pensarlas en tanto experiencias “productivas” y “económicas”. En cambio en este trabajo propuse atender a los lenguajes emocionales porque desde esta mirada podemos plantearnos otros interrogantes: ¿qué es lo justo para nuestros interlocutores? ¿qué es lo que desean para el futuro? ¿por qué reivindicaciones vale la pena luchar? ¿con quiénes? Todas estas preguntas nos abren a pensar el contenido moral y emocional de la política, a darle relevancia analítica a aquello que desean y tiene importancia para las personas. Al decir de Tim Ingold, implica “pensar con” y no “sobre” las personas (2008: 82). En este sentido, creo que como investigadores tenemos mucho para aprender de la construcción del saber militante: desde la militancia popular conocer no es ajeno al sentir e implica al mismo tiempo modos de hacer. Conocer también es intentar comprender cuál es el valor de la política, reconocer - como señalaba Martín- que “militantes hay de muchas causas”, que la política no es siempre una misma y sola cosa, y que su contenido no solo cambia, sino que la/nos define.

Notas

3 Utilizo comillas para citar el discurso directo de mis interlocutores o de los autores consultados y cursiva para categorías sociales (Rockwell 2009). Los nombres de las personas mencionadas en el texto han sido modificados para respetar la confidencialidad.

4 Para dimensionar la magnitud de este fenómeno, entre 2003 y 2012 se registraron 13.814 cooperativas de trabajo. Entre ellas, 11400 fueron creadas a través de la ley 3026 y 205 fueron empresas recuperadas por sus trabajadores (Acosta, Levin y Verbeke, 2013). Además, entre el año 2009 y el 2012 a través del Programa Argentina Trabaja se constituyeron 6267 cooperativas – en su mayoría localizadas en el Conurbano bonaerense- y en las que participaron aproximadamente unos 200.000 trabajadores (Arcidiácono et al, 2014).

5 Mi proyecto doctoral se enmarca en un proyecto de investigación más amplio orientado al estudio etnográfico sobre prácticas colectivas de sectores subalternos orientadas a la producción de bienes, servicios y cuidados atendiendo a su dinámica de relación con variados modos de gobierno, a partir del trabajo junto a organizaciones sociales que reivindican, impulsan y/o gestionan prácticas colectivas de trabajo.. Proyecto PICT dirigido por la Dra. María Inés Fernández Álvarez:Prácticas políticas colectivas, modos de gobierno y vida cotidiana: etnografía de la producción de bienes, servicios y cuidados en sectores subalternos’. 2016-2019, Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica.

6 Retomando La Ideología Alemana de Marx y Engels, este autor propone una concepción amplia del trabajo o la producción como actividad creativa que en cualquiera de sus formas - inclusive la capitalista- implica la producción de los medios materiales de vida y, al mismo tiempo, la producción de relaciones sociales y de seres humanos como clases específicas de personas (costurera, estrella de cine, académico, etc) (2001). Graeber sostiene que en el modo capitalista de producción el sistema de valor de cambio contribuyó a sostener y naturalizar el hecho de que solo ciertas formas de trabajo –el trabajo asalariado o la producción de mercancías- producen valor. En cambio Graeber definirá al valor como la manera en que la las acciones creativas adquieren sentido para los propios actores al ser incorporados a totalidades o arenas imaginarias más amplias dentro de las cuales el valor de dichas acciones se realiza  en formas materiales y simbólicas socialmente reconocidas. Así, el salario puede ser pensado como la expresión simbólica del valor del trabajo en relación al mercado en el modo de producción capitalista. Desde esta perspectiva nos invita a desarmar la aparente dicotomía entre el valor – una propiedad de las mercancías que se venden en el mercado - y los valores – aquello que consideramos importante en la vida y que no puede ser convertido en dinero- proponiendo que en las sociedades contemporáneas existen múltiples arenas imaginarias y formas de valor significativas para las personas. Para este autor es la política la que permite definir qué es el valor y cómo se vinculan sus diferentes formas (Graeber 2001; 2014)

7 La Asignación Universal por Hijo (AUH) es un seguro social implementado en 2009 que se le otorga a los hijos de las personas que están desocupadas, trabajan en la economía informal con ingresos iguales o inferiores al Salario Mínimo, Vital y Móvil, monotributistas sociales, trabajadores del servicio doméstico, trabajadores por temporada en el período de reserva del puesto o perciban planes sociales. El cobro de la AUH requiere la acreditación anual de escolarización y controles de salud de los niños. Al momento del desarrollo de la movilización referida el monto del pago por mes, por hijo era de $460. Fuente: http://ansesresponde.anses.gob.ar/ Fecha de consulta: 22 de septiembre de 2015.

8 La traducción de este pasaje es propia y fue realizada con el único objeto de facilitar su lectura. Las palabras originales del autor expresan:  “It is important to understand how populations come to the recognition that their felt oppression is not merely a matter of poor times, but of evil times … For if it is not the degree of oppression that matters, but the right not to be oppressed” (Mintz 1974: 315).  

9 El trabajo de Daniel James (2010) se centra en analizar el desarrollo del Peronismo en los sindicatos argentinos desde 1955 a 1973. Sin embargo, para poder dar cuenta de dicha relación comienza su estudio con una interpretación de la relación entre la clase trabajadora y el movimiento peronista desde el momento de su nacimiento en 1943 y hasta 1955, año en que Juan Domingo Perón es derrocado por un golpe militar, su partido es proscripto, y se inicia el movimiento conocido como la “resistencia peronista”.

10 Según un comunicado de prensa de la CTEP la diplomatura se orienta principalmente “a la formación de delegados, equipos técnicos y cuadros de conducción tanto productivos como sindicales que trabajen en unidades de producción y comercialización de la economía popular”. Formalmente la convocatoria también estaba abierta a estudiantes universitarios interesados en la temática, pero en la práctica el curso se completó asignando 5 cupos para militantes de base de cada una de las organizaciones que componen el sindicato.

11 Se trata de un proyecto de construcción de viviendas entre la organización “Vecinos Sin Techo” de SM Andes y la Comunidad Mapuche Curruhinca en un predio cuya restitución a la comunidad mapuche fue lograda en el año 2011. Hasta esa fecha este predio se encontraba en manos del Ejército Argentino.

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