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Papeles de trabajo - Centro de Estudios Interdisciplinarios en Etnolingüística y Antropología Socio-Cultural

versión On-line ISSN 1852-4508

Pap. trab. - Cent. Estud. Interdiscip. Etnolingüíst. Antropol. Soc.  no.37 Rosario jun. 2019

 

  ARTÍCULOS ORIGINALES

“Más allá del programa” etnografía de experiencias cotidianas de mujeres titulares del Ellas Hacen1

 

Florencia D. Pacífico2

2 Licenciada y Profesora en Ciencias Antropológicas, Orientación Sociocultural, Universidad de Buenos Aires. Becaria Doctoral CONICET, Instituto de Ciencias Antropológicas, Sección de Antropología Social, Facultad de Filosofía y Letras, UBA. Correo electrónico: flor.pacifico@gmail.com

1 Quisiera agradecer especialmente a la Dra. María Inés Fernández Álvarez por los comentarios realizados a una versión previa de este artículo y por su invaluable acompañamiento durante todo el proceso de investigación.

Fecha de recepción del artículo: Febrero 2019
Fecha de evaluación: Abril 2019


Resumen

Este artículo tiene como objetivo un análisis etnográfico de las experiencias cotidianas de titulares del programa Ellas Hacen. Siguiendo las contribuciones de miradas antropológicas de la política, se procura focalizar en las prácticas de aquellas personas hacia quienes los programas están dirigidos. En sus interacciones cotidianas, las titulares producen colectivamente arreglos dirigidos a resolver múltiples problemas cotidianos y construyen horizontes de vida que trascienden las formulaciones de la política y se articulan con experiencias previas.

Palabras claves: Política; Etnografía; Mujeres; Prácticas colectivas; Estado.

Abstract

This article aims to analyze, from an enthnographic perspective, the daily experiences of the women who are beneficiaries of the social program Ellas Hacen. Recovering the contributions of the antropological views of politic, the articles focuses in the practices of the women towards whom the politics are directed. In their everyday interactions, they collectively produce arrangements in order to solve day-to-day problems, and open life horizons that trascend policy formulations and articulates with previous experiences.

Key words: Politics; Ethnography; Women; Collective practices; State.

Résumé

Cet article a pour but de décrire et d’analyser d’une approche ethnographique les expériences quotidiennes des femmes  bénéficiaires du programme Ellas Hacen. A partir d'une approche antropologique sur la politique, nous focaliserons sur l'analyse des pratiques des femmes et démontrons que elles produisent collectivement arrangements visant à  résoudre leurs problèmes quotidiennes et construisent horizons de la vie qui transcendent les formulations de la politique et s'articulent avec  expériences passées.

Mots-clés: Politiques; Ethnographie; Femmes; Pratiques collectives; État.


 

Introducción

En marzo del 2013, el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación de la Argentina lanzó el Ellas Hacen,  una nueva línea programática en el marco del ya existente Programa de Ingreso Social con Trabajo: Argentina Trabaja. Se trató de una iniciativa que, al igual que su línea antecesora vigente desde agosto de 2009, proponía fomentar la inclusión social3 incentivando la formación de cooperativas de trabajo y la transferencia de un ingreso monetario mensual a sus integrantes.4 A diferencia de la política que le precedió, el Ellas Hacen estuvo específicamente dirigido a mujeres jefas de hogar con tres o más hijos menores de 18 años o discapacitados a cargo o que sufran violencia de género y habiten en barrios vulnerables. El programa tuvo como objetivos específicos el “fortalecimiento de las capacidades humanas y sociales de las mujeres” mediante “la formación en perspectiva de género” y la “construcción de ciudadanía urbana y capacitación en oficios”.5 El desarrollo de esta línea de intervención destinada específicamente a mujeres se fundamentó en evaluaciones realizadas desde el Ministerio en torno al impacto positivo que el programa Argentina Trabaja había tenido en la “ruptura de estereotipos laborales” y la “recuperación de autoestima” de las mujeres que se habían integrado a las cooperativas.6 Además, si el Argentina Trabaja llevó adelante su implementación a través de gobiernos municipales y organizaciones sociales, el Ellas Hacen centralizó su gestión a través del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, disponiendo para tal fin de oficinas descentralizadas ya existentes en los distritos en donde fueron implementados estos programas.7
El lanzamiento de esta política es sin dudas ilustrativo de un proceso vigente en nuestro país y en la región en las últimas décadas a partir del cual las mujeres se tornaron las principales destinatarias de programas sociales dirigidos a sectores definidos como vulnerables. Se ha documentado la presencia mayoritaria de mujeres entre los titulares de los programas de empleo transitorio implementados desde mediados de la década de 1990 (Cross, 2012; Zibecchi, 2013).8 Esta tendencia se replicó en el caso del Argentina Trabaja que alcanzó en diciembre del 2015 un 61% de mujeres entre sus destinatarias (Hintze, 2018). En nuestro país, la formulación del Ellas Hacen supuso también a la profundización de una apuesta por la promoción estatal del trabajo asociativo y la economía social como forma de intervenir sobre la exclusión social (Hopp, 2016), aspectos característicos de las políticas sociales implementadas entre los años 2003 y 2015 (Hintze, 2007; Massetti, 2011; Vuotto, 2011).
Como ha sido señalado por diversos trabajos, la sobrerepresentación de mujeres en la titularidad de diversos programas sociales implementados en nuestro país y el resto de América Latina reprodujo asociaciones naturalizadas entre mujer y maternidad (Molyneux, 2007; Pautassi, 2009; Rodriguez Enriquez, 2011; Zibecchi, 2013; Anzorena, 2013; Rodriguez Gusta, 2013; De Sena, 2014). Según analizan estudios sobre Argentina, los programas de empleo transitorio interpelaron a las mujeres como las mejores administradoras de la asistencia estatal y principales encargadas del bienestar familiar, otorgándole escasa centralidad a la superación de las asimetrías de género y a la redistribución de los trabajos de cuidado (Anzorena, 2013; Rodriguez Gusta, 2013; De Sena, 2014). Se ha observado que estas políticas incluso impulsaron el desempeño de mujeres como cuidadoras en el ámbito comunitario, consolidando a las organizaciones de la sociedad civil como espacios de oferta de cuidado  y contribuyendo a la reproducción de la tradicional división sexual del trabajo (Zibecchi, 2013; Paura y Zibecchi, 2014). Esta tendencia a reforzar desigualdades y reproducir estereotipos de género también ha sido identificada para el caso de políticas de  transferencia condicionada de ingresos como el Plan Familias, (Pautassi, 2007; Arcidiacono, Pautassi, Zibecchi, 2010) en programas de ayuda alimentaria como el Plan Vida (Masson, 2004; Tabbush, 2010) y al respecto de medidas posteriores de protección social como la Asignación Universal por Hijo (Cena, 2014; Pautassi, Arcidiacono, Straschnoy, 2013,  Del Rio Fortuna, González Martin y Pais Andrade, 2013). Ha existido consenso en afirmar que las mujeres no fueron destinatarias directas de estos programas (Dionisi, 2014), configurándose como “intermediarias” entre sus hijos y el estado (Pautassi, 2009; Rodriguez Enriquez, 2011). Se observó que estas medidas trajeron aparejada una sobrecarga de trabajo en las titulares y desestimularon su inserción en el marcado laboral (Pautassi, Arcidiacono, Straschnoy, 2013, Dionisi, 2014) reduciendo la autonomía de las mujeres (Scribano y De Sena, 2013). En el caso específico del Ellas Hacen, algunos trabajos recientes han identificado la vigencia de componentes familaristas en su planificación (Anzorena, 2015) y la existencia de tensiones entre la promoción de la autonomía y las deficientes ofertas de servicios de cuidado (Arcidiacono y Bermudez, 2018b). Trabajos realizados desde el punto de vista de las titulares de programas estatales han observado que, aun cuando el diseño de las políticas se asienta sobre sentidos de género tradicionales, estos tienen alcances diversos en las vidas de sus destinatarias permitiendo rupturas en el aislamiento social, el fomento de la confianza y la autoestima (Eguia y Ortale, 2007) y la proyección de nuevos horizontes de vida (Goren, 2012). Estudios etnográficos han coincidido en afirmar que las construcciones esencializadas y unívocas de la categoría “mujer” presentes en la formulación de los programas sociales, suelen tensionarse a partir de las prácticas y relaciones cotidianas que ellas entablan con vecinos, funcionarios/as estatales y políticos locales (Masson, 2004; Russo, 2010; Pozzio, 2011). Los trabajos etnográficos acerca del Ellas Hacen son todavía escasos. El trabajo de Silvana Sciortino (2018) ha identificado que, ante la naturalización que el programa establece entre mujeres y maternidad, ellas desarrollan modalidades compartidas de cuidado que se asientan en estilos de crianza a través de redes familiares extendidas y les permiten cumplir con las contraprestaciones. Así, la literatura ha mostrado cierto consenso en afirmar la predominancia de visiones tradicionales de género en el diseño de programas sociales dirigidos a mujeres, destacando sus límites y potencialidades e interrogando los modos en que estos supuestos fueron dotados de sentido por las beneficiarias. En diálogo con estas discusiones, este artículo tiene como objetivo aportar al análisis de las experiencias cotidianas  de mujeres titulares del Ellas Hacen poniendo en primer plano los modos en que su tránsito por el programa se construye colectivamente. Antes que priorizar la búsqueda de los impactos que las políticas- y sus construcciones de género- tienen en las vidas individuales de las mujeres, reconstruiremos etnográficamente aquello que se produce en las interacciones entre titulares y con funcionarios estatales. Acompañaremos los modos en que las titulares del Ellas Hacen generar arreglos que les permiten la resolución de múltiples problemas cotidianos y la construcción de horizontes de vida que trascienden las formulaciones de la política y se articulan con experiencias previas.
Los planteos desplegados en estas páginas tienen como punto de partida analítico una forma de conceptualizar a las prácticas de política colectiva a la que hemos venido contribuyendo desde el equipo de investigación del cual formo parte.9 Se trata de una perspectiva que, antes que definir a las modalidades de organización colectiva desarrolladas por sectores subalternos como acciones limitadas a la persecución de resultados unívocos y definidos a priori, pone el foco en el carácter dinámico de su transcurrir (Fernández Álvarez, 2016) y atiende a la política como un proceso vivo, valiéndose del aporte holista y relacional que brinda la antropología (Fernández Álvarez, Gaztañaga y Quirós, 2017).  Esta apuesta implica cuestionar tanto la presunción de unicidad de los actores colectivos- movimientos sociales, cooperativas- (Fernández Álvarez y Manzano, 2007; Fernández Álvarez, 2010, 2017) como la lectura de los procesos de organización según su distancia o proximidad con una serie de atributos definidos de antemano tales como la horizontalidad, autonomía, igualdad, solidaridad (Fernández Álvarez, 2015). Se ubica en cambio el foco en el carácter dinámico y fluido de las prácticas políticas colectivas (Fernández Álvarez, 2016) para capturar aquello que es creado y co producido desde el hacer de las personas concretas, suponiendo un discurrir que es al mismo tiempo direccionado e indeterminado; proyectado y emergente (Fernández Álvarez, Gaztañaga y Quirós, 2017). Siguiendo estas advertencias, si los “actores colectivos” no pueden aislarse y abordarse por fuera de una trama de relaciones sociales, los programas sociales tampoco actúan aisladamente, separados de otros programas  estatales destinados a la misma población, ni de una serie de otros procesos presentes en la vida cotidiana, las formas de organización doméstica y familiar, las modalidades de participación en movimientos y organizaciones sociales, entre otros. En este artículo reflexiono acerca de las prácticas llevadas adelante por titulares del Ellas Hacen, poniendo en suspenso los interrogantes acerca de si sus experiencias reflejan los alcances o limitaciones de los objetivos que plantean las políticas. Abordaremos el modo en que ellas organizan sus vidas cotidianas, generan arreglos para hacer frente a problemas del día a día y proyectan modalidades de organización y trabajo, procurando no definir a estos procesos como efectos directos de las propuestas hechas por los programas estatales, ni como formas de resignificar los modos en que el estado las clasifica y define.
Este planteo analítico se haya en correspondencia con una estrategia metodológica adoptada en el transcurso de la investigación y que consistió en desplazar el foco de la atención del programa a las vidas de aquellas personas que eran definidas como sus destinatarias.  Cuando en noviembre de 2014 y en el marco de la investigación para mi tesis doctoral, inicié el trabajo de campo, comencé acercándome a los talleres de formación destinados a titulares del Ellas Hacen. En ese momento, el programa se encontraba en una instancia que desde el Ministerio se definía como “pre laboral” y que consistía en una serie de espacios formativos y actividades de terminalidad educativa. El desarrollo de proyectos productivos y de trabajo para las cooperativas estaba previsto para un segundo momento que, debido a cambios en el signo político de la gestión del Estado nacional ocurridos a partir de diciembre de 2015, nunca llegó a concretarse.10 Con el correr de los primeros meses, fui percibiendo que restringir la observación participante a estos espacios e incluso a un conjunto de prácticas directamente vinculadas al desarrollo del programa estatal- reuniones, interacciones con funcionarios, trámites administrativos- no constituía una estrategia metodológica suficiente para abordar las vivencias cotidianas de las titulares del Ellas Hacen. Su participación en las capacitaciones, la realización cotidiana de tareas definidas como obligatorias por estas políticas, emergían en el día a día entrelazadas con otras prácticas y relaciones que hacían posible la reproducción de sus vidas y sobre las cuales era necesario detenerse. Salir junto a ellas de los espacios de formación me permitió aprehender el modo en que, en el día a día, las dinámicas promovidas por las políticas estatales se articulaban con formas de participación en organizaciones sociales, la generación de espacios de encuentro y “charla” entre mujeres y la interacción con una multiplicidad de agentes estatales y otras políticas que se superponían entre sí. Profundizando los avances volcados en mi tesis de licenciatura (Pacífico, 2016) y a partir del trabajo de campo realizado entre noviembre de 2014 y diciembre de 2015 junto a titulares del Ellas Hacen integrantes de las cooperativas “Mujeres Valientes”, en Tres De Febrero y “Nuevos Rumbos”, en Moreno11, se propone que en las vidas de estas mujeres, el programa no genera “efectos” o “impactos” directos y plausibles de ser recortados de las vidas individuales de sus titulares. En los apartados que siguen reconstruyo etnográficamente situaciones e interacciones que si bien tienen como protagonistas a mujeres inscriptas en el Ellas Hacen, no se desarrollan únicamente en torno a los espacios y contenidos propuestos por la política. Siguiendo el desplazamiento analítico que supuso descentrar del programa estatal y focalizar en las vidas de sus titulares, identifico la existencia de un conjunto de prácticas colectivas en las que los espacios promovidos por la política confluyen con otras formas de organización, intercambios y encuentros entre mujeres que hacen posible reproducir las vidas, afrontar problemáticas cotidianas y proyectar horizontes a futuro.

Para compartir… ¡trajimos problemas!

El día que me acerqué por primera vez a la cooperativa “Mujeres Valientes”, la vi a Carla, una de sus integrantes, sentada en el asiento de acompañante de un auto estacionado. Ella tenía en ese momento 25 años de edad y tres hijos de 6, 4 y 2 años. Su marido estaba sentado junto a ella y discutían.  Tenía la vista puesta un poco en la calle y un poco en sus compañeras que también la miraban desde lejos, paradas en la vereda.  Un rato después, Carla bajó del auto, saludo a las demás y entraron al Club mientras conversaban de distintos temas e intercambiaban opiniones, en medio de un clima amistoso y animado.
 “Mujeres Valientes” se había conformado como cooperativa en julio de 2014 en el marco del programa Ellas Hacen en el distrito de Tres de Febrero. Sus integrantes eran alrededor de 30 mujeres de entre 23 y 55 años. Al momento de conformar la cooperativa, varias de sus integrantes ya se conocían por estar cursando juntas sus estudios secundarios. Cuando tuvieron que elegir presidenta, votaron a quien consideraban que era la que siempre “trasmitía información y organizaba las cosas” en la escuela. Esa persona era Mariela y fue con quien primero me contacté para comenzar a realizar trabajo de campo en la cooperativa. Mariela tenía en ese momento 33 años y tres hijos de 14, 12 y 8 años. Su marido integraba una cooperativa del “Argentina Trabaja” y, según me dijo, eso le había dado un mayor conocimiento e interés acerca del funcionamiento del programa y de algunos trámites administrativos vinculados a él. En nuestra primera charla ella me dijo que el programa le resultaba una “linda experiencia”, principalmente porque la había puesto en relación con muchas otras mujeres. Agregó que si bien muchas de “las chicas” que integran la cooperativa se conocían “de vista” por habitar barrios vecinos, era a partir del programa que habían comenzado a “llevarse”: “Por ejemplo hay dos chicas que eran cuñadas y no se hablaban más porque el marido de una se había peleado con el de la otra. Terminaron las dos en la misma cooperativa y se empezaron a llevar bien. Se dieron cuenta que no había problema entre ellas.”, ilustró. Mariela me comentó que en ese momento, las integrantes de la cooperativa estaban finalizando con sus estudios secundarios a través del Plan Fines.12 “El día que nos reunimos todas es los jueves, que tenemos cooperativa”, me dijo refriéndose al taller de Género y Proyectos de País. Estos encuentros semanales de tres horas estaban coordinados por un/a tallerista del MDSN y abordaban temáticas vinculadas al Género, Economía Social y Comunicación.13
Hacía allí me dirigí días después de conversar con Mariela y comencé a participar de estos encuentros semanales. Cuando el tallerista llegaba, solía encontrarlas a todas ya reunidas en uno de los patios del club, dispuestas en mesas redondas de cemento que traían sus bancos incorporadas. El tallerista abría y cerraba sus brazos extendidos en el aire y elevaba levemente el tono de voz para llamar la atención. A veces, le costaba hacerse oír en el medio del bullicio de mujeres conversando, tomando mate y comiendo “cuadraditas de grasa”. En los talleres se solían abordar una diversidad de temáticas que abarcaban desde la “desnaturalización de las relaciones de género”, hasta la reflexión acerca de formas de “organización cooperativa”, pasando por campañas específicas de prevención de la salud y algunos otros asuntos eventuales.  Pero si los contenidos del taller variaban, la intensidad de intercambios entre las mujeres era constante.  Las conversaciones se desenvolvían casi sin pausas, las voces de unas se superponían con las de las otras y se mezclaban con algunas carcajadas. Mientras resolvían alguna actividad planteada por el tallerista, aprovechaban para contar qué habían hecho el fin de semana, qué ropa estrenarían sus hijos para navidad y dónde estaban las mejores ofertas de alimentos. Había un componente fuertemente narrativo en ese momento de encuentro, un lugar dónde se contaban cosas, se relataban anécdotas presentes y pasadas. Muy a menudo, los relatos se teñían de un tono humorístico e irónico. A Marta la gastaban porque decía que al mate le ponía “un yuyito del amor”, a Mónica le decían que habían visto un auto en la puerta de su casa y la desafiaban a que cuente quién la estaba visitando.  Solían intercambiarse novedades acerca de las relaciones familiares, peleas con parientes, conflictos con los hijos y con los maridos. A veces, se devolvían consejos y sugerencias sobre asuntos vinculados al cuidado de los hijos, se recomendaban instituciones educativas y de salud. También circulaba información importante acerca de distintos trámites. Mónica preguntaba cómo afiliarse a la obra social y cuál le convenía más.14 Mariela daba precisiones acerca de cómo solicitar un préstamo en un banco privado utilizando como garantía el cobro de la Asignación Universal por Hijo. Marta se asesoraba acerca de cómo tramitar un subsidio extra que se había otorgado por ese entonces a quienes habían estado afectado por inundaciones.15 Carla se ofrecía a acompañarla a hacer ese trámite. Sandra, que estaba embarazada, contaba cómo la habían atendido cuando fue a hacer los controles y recomendaba obstetra para otra de las chicas que también estaba cursando un embarazo. Circulaban preguntas acerca de dónde y cuándo presentar certificados de escolaridad y controles sanitarios para cobrar el retroactivo de la Asignación y estrategias para conseguir rápido un turno con la pediatra d la salita del barrio.16 “¿Cargaron la verde?”, preguntaban una a la otra, queriendo saber si ya estaba disponible el cobro del Plan Más Vida.
 Asistir a los talleres era un requisito obligatorio para las titulares y, como desarrollé en otro trabajo, solían circular valorizaciones morales y generarse discusiones acerca de qué suponía comprometerse y participar con las actividades de la cooperativa (Pacífico, 2018). Sin embargo, además de un espacio obligatorio, los talleres de los jueves constituían un momento definido en términos de “despeje” y “diversión”. “Las que no vienen, como se la pierden”, escuché decir a Mónica una de esas mañanas, mientras pasaba su dedo índice por el borde del ojo, secándose lágrimas de risa.  Un día, mientras estábamos tomando mate al sol de la mañana, una de las chicas preguntó si alguien había traído galletitas o “algo para compartir”. “Sí, yo traje, ¡¡un montón de problemas!!”, respondió Sandra mientras todas reían., “¿Querés de los nuevos, los más calentitos? Tengo sino otros que ya están más viejos”. La respuesta de Sandra ilustraba cuestiones significativas de ese espacio. Por un lado, ponía en palabras una práctica que era central en ese universo de relaciones que tenían lugar en la cooperativa: contar y compartir problemas actuales y pasados. Por otro lado, la ironía en la respuesta, el tono cercano al absurdo con el cual traía estas cuestiones a colación, también era un aspecto característico de los intercambios que tenían lugar en esas capacitaciones. María Pozzio (2011) observó usos similares del humor y la picardía en espacios de interacción entre mujeres titulares de un programa de transferencia de ingresos que realizaban tareas de  promoción de la salud. La autora recupera a Claudia Fonseca (2000) quien plantea que  el humor y la picardía constituyen interesantes vías de acceso a discursos alternativos al hegemónico y, en el caso analizado, permitían replantear la asociación entre mujer y maternidad (Pozzio, 2011:50). En el caso que venimos analizando, mediante la ironía y a modo de chiste, Sandra esquivaba formas solemnes y confesaba entre risas que lo que esperaba de ese espacio era especialmente poder compartir sus, según ella, abundantes problemas
En muchas oportunidades, este espacio de encuentro e intercambio se prolongaba por fuera del taller, tomando mate en alguna casa o simplemente “paseando” por el barrio y “haciendo tiempo” hasta que se hiciera la hora de retirar a sus hijos del colegio. Las iniciativas de hacer planes durante los fines de semana, salir a bailar o cenar en alguna casa, en general encontraban dificultades para concretarse. Cenas y salidas se proyectaban con entusiasmo, se imaginaban horarios y lugares y cuando parecía restar sólo un mensaje de confirmación, los planes se diluían y la siguiente semana nos encontraba buscando explicaciones de por qué no se habían concretado. Sin embargo, las horas posteriores a los talleres solían transcurrir en compañía y se destinaban a ir juntas a hacer alguna compra, sacar un turno médico, realizar un trámite o, si nada de eso era necesario, tomar mate en la casa de alguna de las chicas. Cuando fui invitada a “pasar el tiempo” con ellas, percibí que algunas cuestiones que eran mencionadas durante las capacitaciones como al pasar, eran abordadas en conversaciones más íntimas en sus casas. En otras palabras, conocí un poco más acerca de aquellos “problemas” que se compartían entre chistes e ironías durante las capacitaciones y comprendí que, además de un asunto del cual conversar, esas problemáticas comunes requerían la generación de arreglos colectivos para ser abordados. De forma recurrente, estos intercambios me llevaron a conocer con más profundidad las situaciones de violencia de género en sus vínculos de pareja. Una mañana, mientras tomábamos mate en la casa de Carla, ella nos contó a mí  y a Mónica que desde la noche anterior, Sandra y sus hijas estaban “parando” en su casa. La hija más chica de Carla iba y venía desparramando juguetes por la mesa en la que estábamos sentadas, mientras Carla nos contaba que Sandra, luego de una discusión con su marido, había salido de su casa en plena noche, con una olla de guiso a medio hacer y su hija recién nacida cubierta en frazadas. Carla se apretó con sus hijos y su marido en una sola cama y le dejó a Sandra los colchones de sus hijos. “A Sandra todas las amigas que tenía ya no le dan bola, a mí me pasa lo mismo. Porque vos pedís ayuda cuando estás mal y después no te entienden por qué volvés [con su marido]. En cambio con Sandra nos entendimos desde el principio. Un día, cuando no hacía mucho que habíamos empezado en la cooperativa, yo estaba re triste porque estaba mal con mi marido y no tenía un mango. Ella casi no me conocía y me ayudó. Me prestó plata”. Fue sólo dos semanas después de esa mañana que mi teléfono sonó en la noche de un viernes. Un mensaje de texto de Mónica en el que decía necesitar alguien “con quien hablar” porque estaba bajón. Mónica tenía 36 años, 3 hijos de 18, 16 y 9 años y estaba embarazada. Cuando conversamos por teléfono,  me contó las cosas que la estaban bajoneando, fundamentalmente ligadas a las ausencias de su pareja y la falta de acompañamiento y apoyo económico que recibía de su parte. Antes de despedirnos, me dijo: “Yo espero toda la semana a que sea jueves e ir a la cooperativa…Para ver a las chicas, estar con ellas, me divierto, me desconecto. Es un momento para mí”.
Las palabras de Mónica en esa conversación telefónica, las charlas que entre mates discurrían en las casas luego de las capacitaciones evidenciaban que la cooperativa adquiría para sus integrantes una relevancia que no se reducía a la posibilidad de construir alternativas laborales o formativas. Si las interacciones durante las capacitaciones eran un espacio de divertimento y “despeje” para las titulares, en el tiempo que mediaba entre semana y semana, cuando “se esperaba” la llegada del jueves, tener a alguien a quien llamar, una casa que visitar, o con quien tomar mate, resultaban aspectos relevantes que permitían lidiar de un modo más llevadero con problemas cotidianos. De un modo similar a lo que ha sido señalado otros estudios al respecto de experiencias de mujeres en movimientos de desocupados, las interacciones entre titulares del Ellas Hacen permitían compartir y discutir inquietudes comunes  (Cross y Partenio, 2011), generando “prácticas de encuentro” a través de las que visibilizar formas de violencia, resignificar trayectorias y poner en palabras problemas que  aparecían confinados al ámbito privado (Partenio, 2011), problematizando ideologías de armonía y complementariedad entre hombres y mujeres (Espinosa, 2013, 2016). En los intercambios entre titulares del Ellas Hacen, durante las capacitaciones y en los encuentros que se prolongaban fuera de ellas, se ponían en común temores y aprendizajes; se iban construyendo poco  a poco vínculos en los que era posible ir entretejiendo y comparando las propias historias. “Hablar de los problemas” abría camino a pensar una variedad de situaciones derivadas de las asimetrías de género en las relaciones de pareja, como compartidas.17 En las conversaciones, surgían no sólo situaciones de violencia física, sino también otras problemáticas, como la distribución de ingresos monetarios, los roles asignados en torno al cuidado de los hijos y las dificultades de compatibilizar estas tareas con la participación en las capacitaciones. Reconocerse en las historias y experiencias de otras mujeres y avanzar hacia la búsqueda de resoluciones conjuntas puede resultar el punto de partida de un proceso orientado hacia producir señales de lo “evitabilidad” de estos fenómenos, poniéndolo en los términos expresados por Segato (2010). Si, siguiendo a la autora, la violencia de género está contenida en una trama de relaciones que la hacen inteligible en tanto es un discurso para otros, es posible pensar a estas charlas entre mujeres, estas redes de apoyo y ayuda mutua como un modo de reconocer que no se trataba de casos anómalos y excepcionales y sentar las bases para una búsqueda de arreglos colectivos para hacer frente a ella.
 Además del reconocimiento de problemas comunes y de la construcción de momentos de contención mediante el acto de compartir chistes, consejos e informaciones de interés, entre las mujeres también circulaban objetos y dinero y tenían lugar algunos intercambios mercantiles. Algunas titulares guardaban ropa que a sus hijos ya no les entraba y se la pasaban a aquellas que tenían hijos más pequeños. En momentos de urgencia, como inundaciones e incendios en las casas, se juntaban alimentos, vajilla y muebles para las damnificadas.  Circulaba a veces dinero en pequeñas sumas, bajo la forma de préstamo de una a otra titular, como había contado Carla acerca de su relación con Sandra. También era frecuente que algunas trajeran productos para vender, habitualmente ropa comprada al por mayor o productos de perfumería por catálogo. Viviana Zelizer (2009) ha propuesto que el dinero, lejos de ser un mediador abstracto e impersonal conlleva dimensiones morales y sociales de relevancia. Recuperando esta perspectiva, algunos trabajos académicos sobre sectores populares en Argentina han evidenciado la relación entre circulaciones y usos del dinero y valores generizados (Wilkis y Partenio, 2010; Krausse, 2016; Hornes, 2016). Se ha advertido que el dinero transferido por los programas estatales contribuye a menudo a la feminización de ciertas prácticas económicas, ubicando a la gestión de recursos del hogar como una competencia específicamente asociada a las mujeres (Castilla, 2014; Hornes 2016). A la luz del trabajo de campo realizado, podemos observar que en nuestro caso de análisis el dinero percibido a través de programas estatales se incorporaba a circuitos de préstamo e intercambios comerciales entre las titulares. A veces el dinero era utilizado para la compra en pequeña escala de productos comercializables que permitían generar a ingresos extra y cuyas principales consumidoras eran a menudo otras beneficiarias de los mismos programas estatales. La circulación de dinero entre mujeres titulares del Ellas Hacen correspondía tanto a estos intercambios comerciales de productos de uso cotidiano- habitualmente ropa, productos de perfumería, objetos de bazar- como a los préstamos de dinero entre algunas titulares ante situaciones de urgencia. Pedir dinero prestado o recibir ingresos monetarios complementarios a través de la venta de productos eran parte de las prácticas que permitían proyectar salidas a relaciones de pareja en las que mediaban situaciones de violencia de género o sortear carencias económicas que se agudizaban en los momentos en que no recibían ayuda económica de los padres de sus hijos e hijas. La dimensión generizada en estos usos y circulaciones monetarias no la encontramos únicamente ligada a una asociación entre lo femenino y la maternidad o el cuidado desde la cual el dinero percibido por mujeres es destinado a los gastos hogareños. El dinero circulante era parte constitutiva de las relaciones sostenidas entre las mujeres y de las formas de compartir y resolver problemas que derivaban de asimetrías de género 
Las relaciones establecidas en la cooperativa adquirían relevancia en tanto un espacio de encuentro en el cual poner en común problemas, hacer circular consejos, pedidos de ayuda y acceder a información y recursos. La profundidad de estos intercambios se torna más aprehensible si miramos más allá de las instancias que la política estatal define como parte de su “contraprestación”. Observamos entonces, que la participación en espacios formativos promovidos por el programa se articula con modalidades de organización para lidiar con distintos problemas cotidianos y con actividades derivadas de la titularidad de otros programas estatales, como el cumplimiento de las condicionalidades propuestas por la AUH. En el siguiente apartado, abordaremos experiencias de titulares que se aproximaron a prácticas de militancia vinculadas a organizaciones sociales y políticas, en pos de profundizar en el análisis de la variedad de vivencias y relaciones sobre las que se entrama la participación en un programa estatal.

Ingresar al programa, empezar a militar

Las integrantes de la cooperativa “Nuevos Rumbos”, en Moreno, también estaban participando del ciclo de formación semanal que llevaba el nombre de “Género y Proyectos de País”. En este caso, las capacitaciones tenían lugar a pocas cuadras de la estación de trenes, en una unidad básica del Partido Justicialista cuyo salón era cedido para la realización de los talleres. Corría el mes de marzo de 2015 y Laura, la presidenta de la cooperativa tenía para ese entonces una vida agitada. No sólo participaba de los espacios formativos propuestos por el programa y realizaba una serie de tareas que le correspondían en tanto presidenta- ocuparse de planillas de asistencia, de dar avisos a sus compañeras y de acercar documentación al CAL cuando era necesario- hacía algunos meses que había “empezado a militar”. Su tiempo se repartía entre capacitaciones, trámites del programa, reuniones con funcionarios, asambleas de la organización en la que participaba, actividades de campaña electoral, festivales recreativos para los niños/as de su barrio, el cuidado de sus hijos/as y el trabajo doméstico que realizaba en su hogar.
Mis primeras visitas a los espacios formativos del programa pusieron de inmediato en evidencia el modo en que la participación en las cooperativas tanto de Laura como de otras de sus compañeras, se combinaba en sus vidas cotidianas con formas de militancia política que habían comenzado a desarrollarse con posterioridad a su ingreso al programa. Los talleres tenían lugar los días lunes y las conversaciones antes del inicio de los encuentros solían incluir alguna mención a actividades en las que habían participado durante el fin de semana, tales como movilizaciones, actos políticos, festivales en el barrio. También comentaban los acercamientos que otras titulares del programa, a veces integrantes de diferentes cooperativas del distrito, habían establecido con diferentes organizaciones sociales.  Gran parte de la militancia de Laura consistía en relacionarse con funcionarios estatales y referentes de otras organizaciones. Durante un año 2015 abarrotado de campañas electorales, parte de la tarea consistía en “articular” y estrechar vínculos con otras organizaciones y agrupaciones políticas que formaban el amplio escenario del Frente Para la Victoria en el distrito. Dicho escenario se conformaba por una gran cantidad de agrupaciones de incidencia local, que tenían en común su apoyo a los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner y su identificación con los símbolos e ideas del peronismo. Había sido luego de ingresar al programa y también a través de los vínculos con funcionarios estatales que ella se había acercado a la militancia política.  Por un lado, durante una charla a la que había sido convocada desde el Programa, había conocido a una funcionaria de la Dirección de la Mujer del Municipio y la habían cautivado sus palabras acerca del “empoderamiento” de la mujer y  lo que había contado acerca del trabajo que hacían desde la dependencia municipal.  Laura, que en ese momento estaba tramitando el embargo de la asignación que cobraba su ex esposo, fue a hablarle y días después se acercó a la Dirección. El trabajo de las funcionarias de esa oficina municipal que se dedicaban especialmente a la atención de mujeres en situación de violencia terminó de entusiasmarla y se empezó a proyectar trabajando allí. La temática de la violencia contra la mujer la tocaba de cerca porque ella misma había sufrido violencia por parte de su ex marido, padre de sus hijos mayores. La relación había terminado con denuncias, perimetrales y amenazas que, más esporádicamente se prolongaban hasta el presente. Además, el vínculo con un coordinador territorial del programa transformó a Laura en una de las primeras integrantes de una organización social de orientación peronista y kirchnerista que estaba comenzando a gestarse. El coordinador territorial tenía unos 24 años y había mantenido durante el 2014 reuniones semanales con las presidentas de las cooperativas. Se consideraba a sí mismo un militante y trabajador estatal de los que les gustaba “estar en el territorio”.18 No sólo Laura sino otras presidentas de diversas cooperativas del distrito se habían acercado a la militancia política motivadas en parte por los intercambios que solían tener con él.
En poco tiempo, ella se reconoció a sí misma como “referente” de su barrio. Su militancia y las “articulaciones” que establecía con funcionarios/as del Municipio, le permitieron saber “qué puerta golpear” cuando algún/a vecino/a o conocido/a necesitaba ayuda.  Sus compañeras de cooperativa, también reconocían estos conocimientos de Laura y a menudo se dirigían a ella a comentarle algún problema- dificultades para cobrar la asignación universal por hijo, problemas de salud, necesidad de radicar una denuncia en fiscalía por diversos asuntos, formas rápidas de tramitar documentación personal. Ella asesoraba, indicaba a quien preguntarle o acompañaba a hacer trámites. También solía invitar a sus compañeras de cooperativa a distintas actividades que realizaban en la organización a la que pertenecía.  Comencé yo también a acompañar estas diversas actividades que hacía Laura cotidianamente y ella me abrió generosamente las puertas de su casa y me presentó a sus tres hijos y actual pareja.
Con el tiempo, fui comprendiendo que el acto de invitar a sus compañeras de cooperativa a realizar distintas actividades relacionadas con su militancia, no sólo tenía que ver con garantizar convocatoria a las actividades; en esa acción se ponían en evidencia algunos aspectos de lo que para ella estaba en juego en su visión del programa como una oportunidad a “aprovechar” e “ir más allá”. Una tarde de julio de 2015, estábamos en el local de su organización, un pequeño espacio que habían alquilado a escasas cuadras de su casa. Junto a un funcionario municipal, preparábamos el espacio para el desarrollo de un taller sobre  “género y comunicación”, dirigido a mujeres del barrio, una actividad coordinada de forma conjunta entre la organización y la Dirección de la Mujer del municipio.  El funcionario le preguntó a Laura hacía cuanto tiempo que militaba. Ella respondió que su acercamiento a la militancia era reciente, que ella antes había participado en la iglesia, en la cooperadora de la escuela, pero que era  “la primera vez que militaba”  y que sentía que estaba haciendo algo que siempre había querido hacer y algo que era “de y para ella”.
“A mí el programa me cambió la vida”, dijo antes de hacer una breve pausa. “Un programa de inclusión no es sólo que te dan plata y listo. Es para que vos estudies, para que después pases a otra cosa. Yo les digo a las chicas [sus compañeras de la cooperativa] que no se queden con cobrar y listo, que vayan más allá, que aprovechen, estudien, participen, se metan”.
Según Laura “aprovechar el plan” era necesariamente  “ir más allá”. Un “más allá” que ella había encontrado en la militancia y que se relacionaba con la voluntad de ayudar a otros/as y también de “hacer algo para ella misma”. Esta voluntad explícita de construir y sostener “un espacio propio” era relevante para ella en gran parte debido a sus experiencias previas. Solía decir que, luego de haber pasado por una situación de violencia con su ex marido, había reconocido la importancia de tener “sus espacios propios”. A esta situación se le sumaba una complicación de salud que había atravesado antes de ingresar al programa y que la había impedido de realizar actividades autónomas durante un tiempo. Se trataba de un golpe en la cabeza que había sufrido cuando colocaba el techo de su casa y que le había provocado amnesias temporarias y desorientación, un estado del cual se recuperó tras estar un año en rehabilitación, asistiendo a neurólogos y realizando diversos ejercicios.  Si el interés de Laura por trascender en su vida personal las propuestas del programa y proyectar otras perspectivas a futuro había derivado en un acercamiento a la militancia política y la posibilidad de construir alternativas laborales vinculadas al municipio, esta preocupación encontraba continuidad en su insistencia para que sus compañeras también “aprovechen el plan”. Algunas integrantes de su cooperativa se habían sumado a la misma organización que ella, con ganas de “hacer algo” por el barrio. A otras, les daba ánimo y les insistía en que se animen a llevar adelante algún emprendimiento para generar ingresos. A veces, estos dos horizontes se superponían y Laura organizaba, como parte de su organización, ferias en el barrio en las que invitaba a que otras mujeres vengan a vender alimentos o productos textiles confeccionados en sus casas.   A estas ferias, Laura solía invitar a funcionarios del Instituto Municipal de Desarrollo Económico Local, quienes se encargaban de dar asesoramiento y en algunos casos otorgar créditos para pequeños emprendedores.  Como ha sido señalado por Goren (2012), la percepción de estabilidad de los ingresos recibidos a través de programas estatales, deriva muchas veces en la apertura del abanico de posibilidades y alternativas, fomentando a las mujeres a proyectar nuevos trayectos formativos y laborales.  En este caso y en coincidencia con la autora, observamos cómo, la apertura de este horizonte de posibilidades es también estimulada por personas que se dedican a “animar” a otras a que lleven adelante estos proyectos, construyendo espacios colectivos de comercialización y promoviendo asimismo vínculos con otros funcionarios estatales, en el marco del desarrollo de trayectorias de militancia.
La voluntad de “ayudar a otros” era sin dudas constitutiva de la forma en que ella   percibía su militancia y en eso confluía una trayectoria previa ligada a la participación en una iglesia evangélica y trabajos solidarios realizados en la cooperadora. Pero en la militancia, ella decía haber encontrado un espacio propio. “Yo siempre me dediqué a mis hijos, a mi marido, nunca hice algo para mí y esto es mío”, me dijo en un sábado que partíamos en micro rumbo a un acto en Luján. Como ha sido advertido en el trabajo de Masson (2004) sobre la participación de mujeres en la gestión cotidiana del Plan Vida, la tendencia a asociar el involucramiento en formas de organización política con una capacidad de dar sin recibir y actuar de forma altruista se corresponde con una serie de construcciones tradicionalmente asociadas a lo femenino.  Siguiendo a la autora, la reivindicación de las prácticas de las manzaneras- quienes entregaban la leche proporcionada por el plan- como un trabajo desinteresado se correspondía con una dicotomía entre los términos solidario y político, que, propuesta en el discurso oficial, solía tensionarse en las interacciones concretas con vecinos y agentes (Masson, 2004). Retomando esta advertencia, en el caso que estamos analizando, la percepción de la militancia como una forma de “ayudar” a otras personas, coincidía con una construcción, también recurrente, de que la militancia implicaba hacer “algo para sí mismas”.
La militancia era para Laura un horizonte posible y en cierto punto inesperado, entre otras formas potenciales a través de las cuales se podía ir “más allá” del programa. Cuando ingresó al Ellas Hacen, ella tenía previsto ahorrar dinero para invertirlo en un comercio propio, quería construirse un local y vender artículos de limpieza. En el momento que la conocí el local estaba recién construido en el frente de su casa, pero nunca había comenzado con el emprendimiento comercial. A veces, guardaba allí mercadería que habían conseguido a través del municipio para realizar algún festival en el barrio o se acumulaban tela y pintura para confeccionar banderas de la agrupación. El ingreso al programa y los contactos establecidos con militantes y funcionarios estatales fueron alterando sus propias proyecciones e ideas. Ella misma reflexionaba de modo recurrente acerca del vuelco que había dado su vida y al reconstruir su trayectoria, traía a veces detalles sorpresivos que desafiaban cualquier interpretación lineal que podría hacerse de su acercamiento a la militancia.
Una mañana de noviembre de 2015, cuando faltaban apenas dos semanas para que se celebraran los comicios correspondientes a la segunda vuelta electoral en la cual Daniel Scioli y Mauricio Macri se disputarían la Presidencia de la Nación, estábamos en el “local” de su organización esperando para ir a un acto. Gilda, una señora del barrio que también integraba una cooperativa del Ellas Hacen, se había acercado a Laura para pedirle ayuda con un emprendimiento de panadería que tenía ganas de impulsar. Conversando acerca de las perspectivas electorales, Gilda dijo que tenía fe en Scioli y que no perdía esperanzas en que fuese él quien ganase las elecciones. En ese momento, supe que Laura y Gilda no sólo se conocían “del barrio” y por estar ambas en el Ellas Hacen. Las dos concurrían a la misma iglesia evangélica. Como si el comentario de Gilda le hubiera dado un pie que estaba necesitando, Laura reflexionó acerca del modo en que su devoción religiosa confluía con sus prácticas de militancia: “Yo milito porque Dios me puso en este lugar. Fue una revelación que me dijo que me tenía que meter en esto porque dios me lo estaba pidiendo”. Hacía casi un año que la conocía pero ese día me contó por primera vez la “revelación” que había tenido una amiga de ella y que Laura identificaba como uno de los estímulos para su involucramiento en política. “Me dijo que yo iba a trabajar con mujeres, con muchas mujeres y que iba a ayudarlas mucho. Que iban a cambiar mucho sus vidas y que iban a salir del encierro, que iban a liberarse de cadenas que tenían desde hacía años. Mucha gente se iba a enfrentar a mí por eso, pero yo tenía que ser fuerte porque Dios estaba de mi lado”, dijo reconstruyendo las palabras de su amiga, quien se encontraba viviendo en el exterior y no sabía acerca de su reciente incorporación al Programa Ellas Hacen. “Yo le pido a Dios que nos ayude… Incluso a veces, cuando tengo miedo de meterme en problemas, le digo a Dios Dale, che, vos me pusiste acá, ahora me tenés que cuidar. Sino, ¡no vale!. Porque yo tengo esa manera de hablarle a Dios.” dijo comenzando a reírse y contagiándonos de inmediato.
Los vínculos entre política y religión han sido abordados en otros trabajos etnográficos que se detuvieron en las relaciones entre pentecostalismo y peronismo y registraron los modos en que las personas hacen política a través de la religión y  hacen religión a través de la política  (Semán, 2013; Semán y Ferraudi Curto, 2013). Este cruce ha permitido evidenciar que la politicidad popular se construye singular e históricamente, “más acá” de idealizaciones o perspectivas dominantes acerca de la política (Seman y Ferraudi Curto, 2013; Ferraudi Curto, 2014). En coincidencia con los autores, las formas en que Laura describía y vivenciaba su acercamiento a la militancia motivan a problematizar visiones restringidas de la política, para capturarla en sus intersecciones con situaciones diversas de la vida social. Laura identificaba su “ingreso” a la militancia con un momento específico de su vida y tanto ella como sus familiares y amigos decían reconocer cambios en su vida a partir de su involucramiento en una organización social. Era evidente que había comenzado a frecuentar espacios antes desconocidos, construido relaciones nuevas e incorporado en actividades previamente inexploradas. Pasaba más tiempo fuera de su casa, tenía reuniones con el intendente, conocía los lugares y personas a cargo de distintas dependencias municipales, organizaba micros rumbo a movilizaciones, pintaba banderas y levantaba la mano para dar su parecer en asambleas en las que confluían una variedad de organizaciones del peronismo morenense. Sin embargo, sus reflexiones acerca de la militancia no se caracterizaban únicamente por la ruptura y la novedad. Más allá de las acciones, los lugares y personas con los que se había puesto en contacto, participar de una organización social anclaba en trabajos sociales previos realizados desde la iglesia. Incluso su forma de sentirse parte, de creer en la organización anclaba en creencias religiosas que la acompañaban desde la infancia, sin las cuales no podía explicarse a sí misma el proceso que la había “metido en política”.
La apuesta por problematizar los bordes de la política, complejizando su categorización con una esfera autónoma ha sido una preocupación central en el desarrollo de la antropología. Desde sus inicios, la disciplina ha puesto en práctica una mirada atenta a la política como una dimensión de la vida cotidiana (Vincent, 2002), trazando sus relaciones con una variedad de aspectos de la vida social (Cañedo Rodriguez, 2011) y problematizando su percepción como un campo separado (Gledhill, 2000). En trabajos etnográficos recientes, ésta perspectiva ha supuesto poner en suspenso visiones reduccionistas y unívocas acerca del involucramiento de las personas en procesos políticos, para interrogar, antes que las motivaciones de los actores, las condiciones que hacen posible sus acciones (Fernández Álvarez, 2017) y los modos en que las personas se producen a sí mismas haciendo (Quirós, 2011). Así, abordar etnográficamente la complejidad de las experiencias de personas que participan de procesos políticos requiere y sentir definidos previamente.
La variedad de pasiones y afectos que se ponen en juego en estos procesos cobran relevancia no como meros factores motivacionales; las emociones constituyen un registro que se extiende en la vida cotidiana y modela el modo en que se establecen relaciones, se comparten experiencias y se construyen formas de organización  que son simultáneamente, organizadas e impensadas (Fernández Álvarez, 2017). La etnografía hace posible apostar a una indagación procesual que no se limite a enumerar razones o acciones del involucramiento político y observe cómo la política se despliega entramada en prácticas que pueden no ser socialmente reconocidas como tales (Quirós, 2014). Un abordaje que permite vislumbrar que la política no es únicamente una actividad realizada por los sujetos, sino que se trata también de una dinámica capaz de hacer personas (2014:55).
Estas observaciones resultan particularmente iluminadoras para analizar las vivencias e interacciones de Laura. Al insistirles a sus compañeras que vayan “más allá” del programa, ella no expresaba sólo su interés por que sus compañeras “cumplieran” con los requisitos que proponía el Ellas Hacen. Ella ponía el foco en un montón de otras acciones que trascendían las propuestas de formación pensadas para las titulares. Asimismo, lo que Laura había encontrado en el programa, era algo más que militancia política. Su militancia tampoco se explicaba únicamente por la voluntad de acompañar a un candidato, apoyar un partido político o crecer ella misma como referente barrial. En su forma de vivenciar la política entraban en juego la voluntad de construir un “espacio propio”, las ganas de “contagiar” a sus compañeras, la creencia en que estaba cumpliendo con un mandato divino, el gusto que le daba “ayudar a otras mujeres” y, al estar activa y encarando diversos proyectos, ayudarse a sí misma. Para Laura, estar “metida en política” era algo que se tejía desde diversos lugares, se sostenía desde experiencias que podrían de antemano no considerarse “políticas”. Ingresar al programa había implicado para Laura una amalgama de afectos, proyecciones, deseos y ganas de hacer cosas en la que la militancia ocupaba un lugar central, pero no exclusivo ni plausible de ser diferenciado como esfera autónoma. Escuchar la “revelación” y hacerla propia, creerla como una invitación a desarrollar un conjunto de prácticas no era menos político ni poseía menor relevancia que las palabras que funcionarias estatales habían pronunciado al respecto del trabajo de la dirección de la mujer, ni las discusiones sobre peronismo y organización popular de las que participaba junto a otros militantes. Si bien el inicio de su trayectoria de militancia había ocurrido posteriormente a su ingreso al programa, esta secuenciación no supone la existencia de una relación de causalidad lineal entre ambos procesos. Su forma de “estar en política” se orientaba desde y hacia lugares diversos entre los que se incluían y entramaban sus creencias religiosas, sus relaciones de pareja, los vínculos entablados con funcionarios/as, la voluntad de “ayudar” a sus compañeras. 

Comentarios finales

En este artículo, abordamos etnográficamente prácticas cotidianas de titulares del Ellas Hacen, procurando focalizar el modo en que las actividades de formación propuestas por esta política social se articulan con otras modalidades de organización colectiva. En este sentido, cobró relevancia para el análisis el seguimiento de aquello que sucedía en las vidas de las mujeres por fuera de las capacitaciones, las cuales constituían el espacio prioritario propuesto por el programa en términos de contraprestación. Un propósito general que recorrió el análisis desarrollado a lo largo de estas páginas consistió en aprehender las prácticas de las titulares del Ellas Hacen, sin restringir el análisis a la búsqueda de los resultados o impactos del ingreso al programa en sus vidas. Esta apuesta se corresponde con una forma de analizar la política colectiva que ha sido anticipada en la introducción a este trabajo y que coloca en el centro del análisis al transcurrir mismo de las prácticas, evitando su reducción a horizontes prefijados de antemano (Fernández Álvarez, 2016). La puesta en práctica de esta perspectiva nos permitió, en primer término, desarrollar cómo entre las integrantes de “Mujeres Valientes”, se fue construyendo un entramado de vínculos a partir de los cuales era posible poner en común problemas e intercambiar consejos y desarrollar arreglos que permiten lidiar con situaciones problemáticas y reproducir las vidas, a través de la circulación de ayudas, visitas, objetos, préstamos de dinero e intercambios mercantiles. La cooperativa, asociada a un momento y espacio de encuentro que ocurría durante las capacitaciones, era algo que “se esperaba” toda la semana y que pasaba a ocupar un lugar relevante en las vidas de sus integrantes, haciéndose presente también durante el tiempo transcurrido entre jueves y jueves, en los mensajes de texto enviados para pedir ayuda o manifestando el deseo de compartir un rato. En el segundo apartado, reconstruimos el modo en que las actividades propuestas por el programa se entrecruzaban para algunas de sus integrantes con prácticas de militancia. Trascender las propuestas que el programa tenía para las cooperativas era una preocupación concreta en las vidas cotidianas de algunas de sus integrantes. Así, integrar la cooperativa implicaba un punto de partida que permitía ir “más allá”. La voluntad explícita de construir experiencias que permitiesen “aprovechar” el tránsito por el programa, se ponía muchas veces en relación con experiencias anteriores de la vida de las personas, desde las cuales se sostenía la necesidad de construir un espacio de autonomía.
En ambos contextos etnográficos, encontramos prácticas que por un lado contradicen una definición restringida de las cooperativas como entidades con un objeto social determinado o una finalidad productiva, confirmando la productividad de pensarlas como categorías de la práctica, tal como propone María Inés Fernández Álvarez (2015). La autora hace hincapié, antes que en principios abstractos definidos de antemano,  en las variadas acepciones que esta categoría toma en contextos específicos y propone aprehender los múltiples  modos de ser, estar y hacer otorgados por quienes forman parte de estas experiencias  En los casos que hemos reconstruido aquí, las cooperativas no estaban siendo definidas a partir de una finalidad única y preestablecida, sus objetivos eran reconstruidos cotidianamente  por sus integrantes y se ponían en relación con aspectos más generales de las vidas de sus integrantes. Estas experiencias no eran construidas mediante procesos individuales. Muchas veces, se destacaba la importancia de compartir con “otras mujeres” y era a partir de esos vínculos que se promovían acciones que no habían sido planificadas de antemano. Sostengo entonces que, antes que recortar aspectos de la vida de las titulares de un programa social que puedan definirse como resultados de su condición de beneficiarias, resulta interesante atender a las prácticas de política colectiva que se producen a partir de las relaciones entre beneficiarias, funcionarios estatales, militantes.
El enfoque antropológico ha sido particularmente productivo para pensar las políticas públicas poniendo el foco en los modos en que éstas crean identidades, configuran problemas y subjetividades (Shore y Wright, 1997; Gil Araujo, 2010). Este abordaje ha permitido, atendiendo a las relaciones entre gobernantes y gobernados (Franze Mundano, 2013) o ciudadanos y funcionarios, identificar que en la gestión estatal, se ponen en juego no solo dimensiones técnicas y políticas, sino también relaciones de afecto y sociabilidad (Lynch Cisneros 2012), Las políticas públicas antes que aplicarse de un modo lineal, son recibidas de forma ambigua (Shore, 2010) y apropiadas creativamente (Poole, 2012). Específicamente, estudios etnográficos situados en Argentina, han abordado las interacciones entre acciones estatales y prácticas de movilización social, discutiendo enfoques normativos sobre las relaciones entre Estado y sectores populares  y atendiendo al modo en que los programas estatales son gestionados colectivamente (Fernández Álvarez y Manzano, 2007; Grimberg, Fernández Álvarez, Carvalho Rosa, 2009; Manzano, 2013).   Se ha destacado que si las acciones estatales configuran los límites posibles dentro de los cuales las personas demandan y se movilizan, los procesos de movilización también promueven la apertura de espacios de disputa desde los cuales se reorientan las políticas estatales (Fernández Álvarez, 2017). Estos aportes destacan, entre otras cosas, la importancia de no analizar separadamente a los procesos estatales y a las prácticas políticas de sectores populares. 
Siguiendo estas advertencias, las prácticas analizadas en estas páginas evidencian una multiplicidad de modos a través de los cuales las personas producen colectivamente sus relaciones con los programas estatales, incluso en casos como el Ellas Hacen, cuyo diseño no prevé la participación de organizaciones sociales en su implementación, Las prácticas colectivas desarrolladas por las titulares del ellas hacen  no puede ser analizadas separadamente de la existencia de un programa estatal,  pero tampoco deberían  ser reducidas a efectos o “impactos” provocado por el mismo.
Las mujeres no tejían sus relaciones ni construían sus experiencias únicamente a partir de su condición de titulares del programa. Muy a menudo existen entre ellas vínculos familiares, de amistad, vecindad; son “mamás del mismo colegio” o participan de las mismas organizaciones, comparten prácticas religiosas. Las cooperativas no se conformaron a partir de individuos aislados, que el Estado se encargó de “unir”, de una vez y para siempre, cooperativizándolos; estas entidades pasaron a formar parte de un entramado más amplio de relaciones previas que incluían vínculos familiares, laborales, de amistad, vecindad, entre otros.  A la hora de construir sus prácticas en estos espacios, movilizaban trayectorias y experiencias de vida diversas.  En muchos casos se trataba de mujeres que habían sido destinataria a lo largo de los años de una serie de políticas con perspectivas y fundamentaciones distintas. Como hemos hecho alusión en el primer apartado, resultó común que fueran titulares de forma simultánea de programas como el Ellas Hacen, que proponían formas de contraprestación a través de la asistencia a espacios formativos y de políticas de protección social que solicitaban el cumplimiento de condicionalidades relacionadas con el cuidado infantil. De este modo, si queremos aportar a un análisis de las políticas que recupere las experiencias de sus titulares, resulta necesario no asumir que las vidas de estas mujeres podrían recortarse en experiencias a partir de espacios predeterminados como “los programas estatales” o “las “cooperativas”. Desplazar al atención de los programas a las vidas supuso entonces poner en primer plano las formas en que participar de espacios formativos y reuniones propuestas por los programas, se articulaba cotidianamente con otras prácticas, entre las que destacamos la generación de espacios de encuentro entre mujeres, la circulación e intercambio de ayudas y la proyección de horizontes de vida vinculados a la participación en organizaciones sociales o trayectos laborales. En este sentido, procuramos abordar, antes que los sentidos que las mujeres individualmente le otorgan a su participación en programas estatales, aquello que se produce a partir de los vínculos entre titulares. En el espacio abierto entre los objetivos enunciados por un programa estatal y las vivencias cotidianas de sus titulares, no sólo hay mediaciones de sentido, procesadas individualmente; hay redes de relaciones entre mujeres, vínculos preexistentes y espacios en los que se ponen en común experiencias y proyecciones. Las titulares, no sólo se encuentran con un programa social que tiene objetivos formulados y propone actividades a modo de “contraprestación”, se encuentran con otras mujeres y con funcionarios estatales. Estas interacciones no se construyen únicamente a partir de esencialismos que asocian las prácticas de las mujeres al bienestar de la familia. La construcción de espacios colectivos que son vivenciados como “propios” permite reconocer como comunes las problemáticas de cada una y proyectar desde allí horizontes de vida y redes de ayuda.

Notas

3 Se utilizará itálica para palabras o expresiones que corresponden a categorías sociales (Rockwell, 2009) y comillas para indicar citas textuales de documentos consultados, bibliografía y los discursos de mis interlocutores durante el trabajo de campo

4 En relación al monto del ingreso percibido por los y las titulares de estos programas, distintos análisis coinciden en afirmar que el mismo perdiendo proporción en relación al salario mínimo, llegando a representar el 85% en 2012 y alcanzando menos de la mitad en 2016 (Gamallo, 2017; Hopp, 2018; Arcidiacono y Bermudez, 2018a)

5 Fuente: Secretaria de Coordinación y Monitoreo Institucional, Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. Resolución N° 2176. Disponible en http://www.desarrollosocial.gob.ar. Fecha de consulta 04/01/2016

6 Fuente: “Primer informe, antecedentes, evaluación y primera etapa de Ellas Hacen”. Disponible en http://www.desarrollosocial.gob.ar  Fecha de consulta 03/07/2015

7 Los Centro de Atención Locales (CAL) fueron las agencias estatales que ocuparon esta función y hacia donde se dirigían titulares de programas como el Argentina Trabaja y el Ellas Hacen a realizar trámites y consultas.

8 Un caso paradigmático  lo constituyó el Plan Jefes y Jefas de Hogar Desocupados, el cual pasó a tener en mayo de 2003 unos 1.975.000 beneficiarios/as (Cross, 2012) de los/as cuales el 70% eran mujeres (Zibecchi, 2013).

9 Se trata de los proyectos UBACyT Prácticas políticas colectivas, modos de agremiación y experiencia cotidiana: etnografía de prácticas de organización de trabajadores de sectores populares". Programación 2018-2021 y PICT 0659-2015 y “Prácticas políticas colectivas, modos de gobierno y vida cotidiana: etnografía de la producción de bienes, servicios y cuidados en sectores subalternos”. Ambos dirigidos por la Dra. María Inés Fernández Álvarez y  radicados en el Instituto de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras, UBA.

10  Cabe destacar que El programa Ellas Hacen estuvo vigente entre los años 2013 y 2018, momento en el cual fue interrumpido, y sus titulares fueron transferidos a una nueva línea de política estatal llamada Hacemos Futuro. Esta  modificación se encontraba en sintonía con una serie de transformaciones que venían implementándose paulatinamente desde la asunción de la Alianza Cambiemos y que implicaron la pérdida de centralidad de las cooperativas y del fomento del trabajo asociativo para re orientar los objetivos de estas políticas en términos de fomento de la empleabilidad y estableciendo articulaciones con empresas privadas.

11 Los nombres de las personas y de las cooperativas han sido modificados para preservar la confidencialidad. El trabajo de campo para mi investigación doctoral constó de dos etapas. En una primer instancia, desde noviembre de 2014 hasta diciembre de 2015, acompañé las prácticas cotidianas de mujeres que participaban del Programa Ellas Hacen. Luego de esta primer etapa de trabajo de campo sistemático y hasta la actualidad, he mantenido contacto con las titulares y participado de algunas actividades de formación y trámites promovidos por el programa, acompañé prácticas de militancia en las que algunas de ellas se habían involucrado, asistí a eventos sociales como cumpleaños y festejos de fin de año, realicé visitas más esporádicas a sus hogares y mantuve entrevistas semi-estructuradas con algunas de las titulares. A partir de julio de 2016, inicié una segunda etapa en mi trabajo de campo, acercándome a mujeres que formaban parte de cooperativas formadas a partir de la implementación del Argentina Trabaja y que tenían vínculos de larga data con movimientos sociales.

12 Plan de Finalización de Estudios Secundarios.

13 Según un informe realizado por el MDSN, a dos años del lanzamiento del programa, el 44% de las mujeres inscriptas en él en la Provincia de Buenos Aires había participado de estos talleres, representando el segundo taller de mayor cobertura entre las distintas capacitaciones. 

14 Los y las titulares de los programas Argentina Trabaja y Ellas Hacen se encuentran inscriptos en el monotributo social y cuentan con la posibilidad de gestionar su afiliación a obras sociales. La incorporación a las mismas no es automática y debe ser gestionada por los y las usuarias quienes pueden elegir una obra social de preferencia.

15 A inicios del mes de noviembre de 2014 un fuerte temporal afectó a la provincia de Buenos Aires y el gobierno dispuso, entre otras medidas, el otorgamiento de un subsidio a quienes se hayan visto afectados por inundaciones o hayan sido evacuados. Para quienes recibían la Asignación Universal por Hijo, este subsidió consistió en la duplicación del ingreso durante tres meses.

16 El 20% de la Asignación Universal por Hijo es retenido por la ANSES y pagado anualmente en retroactivo una vez que se presentan certificados de escolaridad y de controles sanitarios de los menores a cargo.

17 Para un abordaje del tratamiento institucional de las situaciones de violencia entre titulares del Ellas Hacen y un análisis de los límites y potencialidades que esta política brinda al respecto de esta problemática, ver Arcidiacono y Bermudez, 2018b

18 Para análisis detallados acerca de las experiencias de militantes y referentes de organizaciones sociales en el trabajo en el Estado, ver Gómez y Massetti, 2009. Perelmiter 2010, Massetti 2011

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