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Revista del Museo de Antropología

Print version ISSN 1852-060XOn-line version ISSN 1852-4826

Rev. Mus. Antropol. vol.7 no.2 Córdoba Jan. 2014

 

DOSSIER ANTROPOLOGÍA Y DEPORTE

Los caddies de Villa Allende: las canchitas de golf y un estilo de juego natural

Villa Allende caddies. the golf courts and a natural play style

Leonardo Martín Blanc*

*Maestría en Antropología Social, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad nacional de Córdoba. leonardo.martin.blanc@gmail.com

Recibido 28-10-2013

Recibido con correcciones 11-12-2013

Aceptado 01-04-2014

Resumen

Este artículo explora las relaciones entre deporte y clases sociales, a través de una etnografía de la práctica del golf en Villa Allende (Córdoba). La complejidad de la diversidad de agentes que realizan este deporte, es analizada a través de la figura de los caddies, las personas responsables de llevar los palos de golf a los jugadores durante un torneo, práctica o entrenamiento de este deporte. El foco de análisis recae sobre los contrastes en el estilo de juego que observan los jugadores oriundos de sectores populares y los jugadores aficionados de clases privilegiadas. La etnografía acerca en este artículo las virtudes para encauzar el análisis a partir de observaciones, entrevistas y experiencias de campo, fases del trabajo que articulan los argumentos de la interpretación.

Palabras clave: Clases sociales, Liminaridad, Juego, Deporte.

Abstract

Abstract: This article explores the different social classes who play golf in Villa Allende, with particular emphasis on the caddies, the people responsible for carrying golf clubs to the players during a tournament, practice or training of the sport. The main objective is to compare the style of play belonging to the neighborhoods and amateur player of the privileged classes. For this, we will highlight the production of knowledge based on ethnographic fieldwork, participant observations and interviews.

Keywords: Social Classes, Liminality, Play, Sport.

Cuando pensamos en el juego del golf, imaginamos a una persona pegándole a una pelotita con un palo, con la intención de embocar ese esférico en un pequeño hoyo ubicado a cientos de metros, en la menor cantidad de disparos posibles. Desde luego, el golf es un deporte de precisión cuyo objetivo es introducir una pequeña pelota (no menor de 42,67 milímetros de diámetro) en hoyos (de 10,7 centímetros de diámetros) que están desparramados en un inmenso espacio natural que conforma el campo de juego.

Ahora bien, cuando pensamos en las clases sociales que practican este deporte, imaginamos a jugadores pertenecientes a las clases privilegiadas, por el sólo hecho de considerar los costosos elementos, los largos traslados y las entradas a los campos de golf. Esto nos induce a pensar que es un deporte que sólo puede ser practicado por personas con cierto poder adquisitivo.

El golf en Villa Allende parece contradecir parcialmente tal apreciación de sentido común. En efecto, en esta ciudad nacieron y se desarrollaron dos de los mejores golfistas argentinos de los últimos 30 años, Eduardo “Gato” Romero y Ángel “Pato” Cabrera. Ambos se iniciaron en el golf a muy temprana edad con la actividad de caddie1 y son originarios de los barrios populares de Villa Allende.

Que existan dos jugadores profesionales campeones de numerosos títulos internacionales en un mismo país, o a lo sumo de una misma provincia, puede ser algo usual, pero que pertenezcan a una misma ciudad relativamente pequeña, de provincia, y hayan sido caddies nacidos y desarrollados en barrios populares, es un caso aparentemente atípico.

Villa Allende es una ciudad de 27.164 habitantes2, ubicada al centro de la provincia de Córdoba, Argentina. Dista a 19 kilómetros al noroeste de la capital de la provincia. La geografía del lugar está basada en pequeñas lomadas con suaves valles y arroyos, en las estribaciones de las Sierras Chicas.

 

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Figura 1. Mapa turístico de la ciudad de Villa Allende (2013) proporcionado por la Secretaría de Obras Públicas de la Municipalidad. La rosa de los vientos, superficie rayada del CGC y los mapas de Argentina, Córdoba son agregados del autor.

Figure 1. Villa Allende tourist map (2013) from the Villa Allende´s Secretary of Public Works. The north sign, loaction of the CGC (striped area) and the inserts of Argentina and Cordoba were add by the author.

El vínculo entre deportes y clases sociales ha sido esquemáticamente pensado por algunos sociólogos. En su obra “El deporte en la construcción del espacio social” Álvaro Rodríguez Díaz (2008), toma el valor del deporte en la modernidad afirmando que las diferentes prácticas motrices regladas no cumplen en su totalidad con las condiciones de igualdad. A partir de esto, sostiene que a las sociedades divididas en clases le corresponden deportes socialmente divididos:

"El valor aparente del golf es la lucha con uno mismo, sin ofrecer indicios de contienda. En cambio, el tenis se juega en un enfrentamiento cara a cara pero la red divide a los jugadores. Pero en el fútbol el espacio es común y el juego es cuerpo a cuerpo. En sentido simple, la práctica del golf pertenece a la clase alta, el tenis a la clase media y el fútbol a la clase baja. Como deportes son objetos valiosos pero con valores desiguales en tanto que sus practicantes ocupan posiciones desiguales"(2008: 46).

Sus argumentos encuentran sustentos en la distinción de deportes y clases sociales realizada por el profesor de educación física y sociólogo francés Pierre Parlebas, (1988: 183): “Los deportes de contacto, los deportes brutales, han sido practicados exclusivamente por las clases sociales más desfavorecidas, mientras que los deportes de distancia, en los que el contacto está amortiguado e incluso se realiza de manera indirecta por medio de un instrumento, han estado reservados a la aristocracia” (2008: 45). Por otra parte, este autor toma las ideas de Christian Pociello (1997) quien clasifica los deportes del tipo “energético-estoicos” como el boxeo, ciclismo, lucha, rugby; “distinguidos y no violentos” el tenis, squash, esquí; y “elitistas” el golf, polo y náutica (Parlebas, 2008:46).3

Por lo visto, sólo las clases privilegiadas tendrían el gusto por la práctica deportiva del golf. No obstante, al enfocarnos en los caddies que alcanzaron nivel profesional, podemos dilucidar que aún con orígenes en las clases populares, estos pueden acceder al golf y tomar este deporte como fuente de trabajo, oficio y/o carrera profesional. Cabe entonces colocar las siguientes preguntas ¿Cómo se alcanza esa condición? ¿Qué barreras sociales y simbólicas parecen sortear los caddies a lo largo de sus trayectorias? ¿Qué condiciones de normalidad nos informan sobre la práctica de este deporte en singular y sobre las relaciones generales entre deporte y sociedad, en el mundo contemporáneo?

Las canchitas de golf

Los casos de Romero y Cabrera del Golf de Villa Allende, permitirían decir que el golf es un “deporte popular”. Lucía Payero López (2009), propone que los deportes populares son aquellas actividades a las que se aficiona el pueblo, que mayoritariamente son de equipo y requieren escaso material y acondicionamiento para su práctica. Según su argumento, el golf estaría en las antípodas de un deporte popular, debido al elevado costo de los palos, las bolsas, la indumentaria, los traslados y la utilización de las canchas. Empero, como he venido adelantando, los éxitos obtenido por los jugadores profesionales procedentes de los barrios populares nos inducen a ponderar que el encanto hacia el golf no es una posibilidad pura y exclusiva de golfistas de clases privilegiadas, como si en estas aquel deporte hiciera perfecto encaje con un sistema de gustos de clase. Antes de caer en las armadillas tipológicas, me dispuse a observar etnográficamente este deporte. No tardé mucho en constatar que el Córdoba Golf Club (en adelante CGC) es cuna de una treintena de jugadores profesionales que habían iniciado sus prácticas de golf a través de la actividad de caddie. Una vez iniciado el trabajo de campo esa relación fue evidente. In situ,observéque los días lunes, algunos empleados de la municipalidad, empleados del club, caddies con sus respectivas familias y jóvenes pertenecientes a los barrios populares jugaban al golf en el campo del CGC.

 

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Figura 2. Hijos de caddies jugando al golf en el CGC (lunes 21 de mayo de 2012).

Figure 2. Caddies sons playing golf at the CGC (Monday, 21st May, 2012)

El juego era observable dentro y fuera del mismo club. Muchos de esos niños y jóvenes jugaban en terrenos baldíos inmediatos a las costas de los arroyos y en las calles de los barios populares, prescindiendo de los elementos y espacios que encarecen la práctica. Vizcacha Monje es jugador profesional que llegó al deporte como caddie, hace más de 40 años. Al respecto comenta:

Leonardo:¿Jugaban afuera de la cancha, ahí en el barrio?

Vizcacha: Algunas veces hacíamos unos hoyitos en el campo. Cuando antes era campo teníamos una canchita aparte [Hace gesto con sus manos indicando una planicie], para el lado del campo. En el medio teníamos unos hoyitos. Y después en “Los Curas” [barrio La Cruz] y del otro lado del barrio “Perchel”[barrio Cóndor Alto y Cóndor Bajo] y ahí le damos y empezamos a jugar y a jugar.

La dificultad de conseguir los onerosos elementos era solucionada con el empleo de ramas de árboles, las pelotitas se reemplazaban con cualquier objeto rodante pequeño, y el problema del espacio adecuado, con hoyos cavados en amplios terrenos de la ciudad, que por cierto, ofrecían la oposición perfecta para una práctica dificultosa debido a los accidentes geográficos propios de las sierras chicas. Con este tipo de relatos, me aproximaba poco a poco a entender que el golf de Villa Allende podía ser practicado por una diversidad de personas, inclusive por gente de los barrios populares de la ciudad. Para reforzar estas ideas, el jugador profesional Eduardo “Gato” Romero, campeón de varios títulos internacionales relata:

Gato: Es un fenómeno, un fenómeno social que es muy raro. O sea, porque hoy por hoy si te vas a Mendiolaza, son dos kilómetros más allá[señala con la cabeza hacia el norte, justo al frente de dónde está sentado] ya empiezan a jugar al fútbol del potrero. Acá los jugadores están jugando al golf de arco a arco.

Leonardo: Si.

Gato: Y vos te vas a Argüello, salís de acá a Argüello y es fútbol de potrero. Y el golf nuestro es esto. Es una burbuja. Acá es dónde se hizo. Aquí en el barrio hacíamos. Ahora ya está lleno de casas, pero en aquellas épocas tirábamos por arriba de unas casas a un baldío, con una bandera puesta. Vos iba a la montaña así[hace gestos con sus manos: Con la derecha indica al oeste representando una lomada y con la izquierda simboliza la pelota que pasa por encima de la misma], llena de casas. Había una montaña y tirábamos con la madera ´pa casa. Íbamos volviendo a la mañana con un palo e íbamos mirando el que sacaba la pelota de la calle, en la calle de tierra de la cancha de Quilmes [inmediaciones de barrio Español], todo eso antes era tierra.

Leonardo: Si.

Gato: El que la sacaba de la calle a la pelota, llevaba el portafolio de los otros. Éramos tres. Yo había ido pum, pum [vocablos onomatopéyicos que significan golpes]. Y ya allá, allá cuando llegábamos al asfalto, escondíamos los palos en los montes, los tapábamos con yuyos. Después cuando volvíamos hacíamos lo mismo. Salíamos a las 12, comíamos en el colegio y llegábamos a las 4 de la tarde acá a las casas.

En el relato del Gato Romero, queda expuesto un tipo de juego de precisión con palos y pelotitas muy similar al golf. Para interpretar testimonios de este tipo, era preciso observar “los hoyos” y a los niños jugando.

 

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Figura 3. A la izquierda del arco de fútbol, los niños construyen sus hoyos para jugar al golf. Fotografía mía tomada en el barrio las Polinesias (mayo de 2012).

Figure 3. To the left of the football goal the children build the golf holes. Photograph by the author (May, 2012)

 

Personalmente, siempre me vinculé a los espacios dedicados al deporte y la recreación, más particularmente al Polideportivo Municipal, situado en el centro de Villa Allende. Los barrios populares de donde provienen los caddies no estaban próximos a mi cotidianidad. Tenía conocimiento de su ubicación porque por allí uno pasa en ciertas oportunidades. La primera pista sobre las canchitas de golf en los barrios humildes la observé en el testimonio de Alejandro, un herrero de la ciudad y jugador aficionado de golf:

Alejandro: En Las Polinesias hay canchita de golf. Los chicos juegan ahí. Juega la gente. Juegan. Han hecho una canchita en la loma para jugar al golf.

Leonardo:¿Es algo reciente o siempre estuvo?

Alejandro: Siempre estuvo. Fue algo improvisado. Van los chicos, los caddies, los viejos.

A los pocos días del encuentro con Alejandro, visito el barrio Las Polinesias y observo por primera vez a tres niños que juegan al golf en unas canchitas construidas en espacios libres. Un mes más tarde, voy al barrio Cóndor Alto -conocido como barrio “la Costa”- junto al caddie veterano Mistol Rivadero. Este barrio popular, es el espacio más densamente poblado de caddies en la ciudad. Aquí pude observar a los nietos de Mistol jugando en unas canchitas construidas a la orilla del arroyo. A pesar de que en este sitio jugaron varias generaciones de caddies, incluido Ángel Pato Cabrera, no se mantienen las mismas canchitas. La dificultad natural no sólo se presenta por la accidentada topografía. A orilla de los arroyos, las canchitas sufren constantes alteraciones debido a las frecuentes inundaciones ocurridas por las lluvias de verano. El cauce del río arrastra el paisaje, las canchitas de golf y partes de las viviendas ubicadas en la ribera.

Comprobé así el dislocamiento del golf desde el ámbito exclusivista de los clubes de elite. ¿Pero cómo se juega en estos espacios aparentemente invisibilizados? En primer lugar, podría resultar fructífera la diferenciación tradicional entre juego y deporte. Las reglas de los juegos suelen observar fuerte variación, inclusive pueden ser creadas por niños y jóvenes previamente, o en el momento mismo de jugar4. En nuestro caso vemos que no responden al “reglamento” que demanda el deporte competitivo. En el juego que realizaba el Gato junto a sus amigos, queda en evidencia la invención de “normas” que premian al ganador evitando el traslado del portafolio. El golf de barrios podría aparecer como un juego, una “actividad libre y espontánea”, con predominio de lo lúdico sobre lo competitivo, sin límites de edad, para la búsqueda de placer. Veamos a continuación cómo se concibe al estilo de juego natural, en tanto propiedad singular de aquellos jugadores provenientes de sectores populares.

Estilo de juego

En la búsqueda de marcos generales para alumbrar el tema que atraía mi atención, comencé el estudio de las diferentes perspectivas antropológicas relacionadas al deporte en la Argentina.  Hallé un fértil punto de partida en “Masculinidades: Fútbol, tango y polo en la Argentina” de Eduardo Archetti (2003). A través de esta obra, es posible reflexionar cómo la Argentina es reconocida al producir y exportar modelos híbridos (personas con mezcla de sangre y/o cultura). Estos híbridos masculinos serían personificados por el pibe del potrero en el fútbol, el compadrito de los arrabales en el tango y el gaucho de las pampas en el polo. En su obra prior “El potrero, la patria, la pista y el ring” (2001), Archetti reconoce como una injusticia dejar por fuera de su estudio a otros deportes en los que la Argentina cosechó tantos éxitos internacionales, como el basquetbol, tenis, rugby y por supuesto el golf. Empero, los trabajos de Archetti nos ayudan a pensar en la invención de la identidad nacional argentina desde el fútbol, fundamentalmente en relación a la construcción de estilos de juego asociado a diferentes masculinidades.

Considero que el abordaje de la práctica del golf representada por jugadores provenientes de los barrios populares, de cierta forma permite dar continuidad a los análisis sobre los fenómenos sociales que rodean a los deportes. Los pibes del potrero, los gauchos en el polo, los caddies en el golf, producen estilos de juego en los que es posible leer trazos del origen popular de tales practicantes5.

En esta dirección, los aportes de Rodolfo Iuliano (2010) permiten considerar la distinción de clases sociales a partir de las diferencias de estilos de juego: "un conjunto de investigaciones sobre la popularización de ciertos deportes originariamente exclusivos, ha revelado algunas de las limitaciones de esta perspectiva al momento de conceptualizar estas dimensiones en términos de homologías, descuidando que las afinidades entre posiciones y prácticas deportivas, no son unívocas, y en muchos casos el régimen de diferencias se explica mejor por la forma y el estilo de practicar un deporte que por el tipo de deporte que se practique" (Iuliano 2010: 78).

Resulta especialmente interesante advertir que para los propios profesores y jugadores de golf, el estilo de juego de los jugadores provenientes de sectores populares contiene ciertas especificidades que produce diferenciaciones con otros estilos, “propios” de otras clases.

“Corcho” Miranda, un interlocutor de Villa Allende, jugador y fotógrafo de golf (durante muchos años fue escritor de la Revista “Notigolf”) habla sobre el estilo del Gato Romero:

Corcho: Sí, pero en el caso del Eduardo es algo natural. Mirá a Severiano Ballestero que fue Nº 1 del mundo. Un español que se hizo muy amigo de Eduardo. Siempre ponderó ese swing6 natural, esa pegada, esa elegancia, esa precisión, esa facilidad. Hoy, actualmente todos tienen los swines. Te podría decir Tiger Wood el nº1, desde los 4 años, el padre lo formó y tiene todo una estructura, una cosa casi perfecta, pero de laboratorio. Eduardo es salvaje, es natural. Es un instinto de como ataca la pelota, como le pega, parece que la acaricia, parece que [pausa]. Entonces ¡Es el swing envidiado en el mundo!

Durante la entrevista que le realicé al Gato Romero, direccioné mis preguntas en el estilo natural que mencionó Corcho.

Gato: Yo creo que el estilo mío ha sido un estilo…Sigo teniendo un estilo de caddie moderado. Un estilo de caddie tuneado dirían ahora. Porque con el tiempo, a medida que lo palos cambian, las pelotas cambian, tenés que ir modificando los swings en los pastos. Donde asienta la pelota, viste. No hay que pegarle contra el suelo, si no limpia. Todas esas técnicas hay que usarlas. Pero yo sigo teniendo el estilo caddie. Como te digo. Tuneado.

Leonardo: [Risas].

Gato: Que uno le va buscando la vuelta para adaptar a cada cancha, a cada situación y todas esas cosas. Pero yo sigo teniendo el mismo swing que tenía hace 40 años, 50 años. Cuando jugaba con 7 años, ahí era igual (…) Lo que pasa es que ahora está cambiando las escuelas. A mí me han llevado a varias exhibiciones para mostrar en las universidades de EEUU. En la Universidad de Connecticut me filmaron como veinte cámaras. De frente delante y atrás. Filmaban el swing y le pasaban a los que estaban con becas por el golf. Esto es lo más natural que hay [pausa], porque acá no ves un esfuerzo. Absolutamente nada.

Leonardo: Claro. Considerando los aportes desde la biomecánica y todo eso...

Gato: Y uno lo tiene natural. Lo tiene incorporado. Más allá de esos que han nacido para esto. (…) Y a Cabrera ¡También le han filmado el swing! ¿Pero por qué tanta naturalidad?

Para analizar la naturalidad del juego de los caddies resulta iluminador remitirnos a las ideas de Johan Huizinga. En Homo ludens, Huizinga retrata la complacencia que tienen los niños y animales por el juego, como una actividad libre, sin mandatos y opuesto a la tarea (1998: 20). Esta aproximación permite no perder de vista la relación que emerge en los testimonios entre el golf de laboratorio, al que aludía Corcho, y el estilo natural de los caddies, presente en las riberas de los arroyos y en los campitos de Villa Allende.

Pablo: Es distinto comparar EEUU con Argentina. Acá surgen los fenómenos estos de "nivel caddie" digamos. En EEUU ¡No! En EEUU la gente viene, juega al golf y son buenos porque van a la Universidad a aprender. ¿Viste que en las universidades estudiás y haces un deporte? Bueno. Practicar este deporte te lo enseñan de lo mejor. En ese sentido es distinto que el caddie (...) Acá vos tomás clase con algún profesor. Los caddies se han hecho solos. 

La manifestación del juego expresada por los niños y animales, son componentes que se ven fundidos en la vida de los caddies en un estado de permanente transición, donde la barrera de paso sería del juego al trabajo. La acción libre de jugar por jugar, como hacen los niños, y la personificación de un animal con el que es apodado, dejan traslucir el estilo de juego natural, diferenciado del swing. Aun cuando pasan a competir en torneos de alta competición, son diferenciados al traslucir aquel estilo de juego natural, tan diferente, en las visiones nativas, del swing de laboratorio, racionalizado en las escuelas y universidades de golf.

Archetti concluye su obra (2003) con el ejemplo paradigmático de Maradona, el “pibe de oro”, una figura liminar7 en estado de paso o período de transformación. Los pibes (niños) nunca maduran. El hecho de actuar y permanecer como niños, es análogo en el caso de los caddies que aquí observamos. El hecho de actuar y permanecer como pibes recuerda al inicio del término caddie. Sugerentemente, la palabra deriva del francés “le cadet” y remite a niño, al más joven de la familia. También puede aludir a alumno, iniciado. Recordemos también que en la jerga militar el cadete alude a recluta de reciente alistamiento. El término es ambiguo e inestable porque demarca un estado de incompletitud, más cerca de la naturalidad con la que suele representarse la niñez al jugar. ¿Cómo es posible que al mismo tiempo los caddies de Villa Allende de orígenes populares lleguen a ser eximios portadores de saber golfístico?

Por otra parte, para explicar estas características tan notables del juego “libre”, parece ineluctable remitirnos a la etnografía de José Sergio Leite Lopes (2011), la cual aborda el caso del héroe futbolístico brasileño Manuel Francisco dos Santos conocido como “Garrincha”, campeón de las copas mundiales de 1968 y 1972. Entre muchas analogías para interpretar las propiedades “naturales” de eximios jugadores oriundos de clases populares, como Garrincha, en su estudio encontramos la filiación de nombres con especies animales. El nombre de Garrincha remite a un ave. La mayoría de los caddies tienen uno, dos o más apodos, gran parte de los cuales aluden a nombres de animales: Pato, Gato, Anguila, Vizcacha, Llobaca (caballo al revés), Rata, Zorrino, Zorrito, Chivo, Pichón, Chancha, Perro Verde, León, Gallito, Toro, Papagayo, bicho, Alce, Gallina, Chita. La segunda analogía con el caso de Garrincha estudiado por Leite Lopes es el hábitat suburbano: Pau grande, es un barrio popular de la periferia de Río de Janeiro, así como Las Polinesias, es uno de los barrios periféricos de una ciudad a su vez periférica de Córdoba capital. La tercera y decisiva analogía es el estilo de juego: único, libre, improvisado (Leite Lopes 2011: 309 y ss.). La gran destreza y el impacto del juego de Garrincha, no es escindible de la historia de su socialización en el fútbol, cuando jugaba “pelada” (fútbol jugado en cualquier lugar, con cualquier pelota, generalmente con pies descalzos). Los caddies, tal como vimos, también suelen jugar desde niños en canchitas improvisadas por ellos mismos, en cualquier espacio libre de la periferia urbana, utilizando todo tipo de elementos que sustituyan a palos y pelotas.

Al igual que Garrincha y los pibes del potrero, los caddies son figuras representadas como portadores de un estilo de juego natural, legitimándose con un estilo propio, libre y exentos de la enseñanza de profesores o entrenadores que inician en el deporte a partir de los reglamentos. Sus desempeños alcanzan un grado preeminente dentro de las altas competencias deportivas al jugar por jugar. El estilo de juego natural de los caddies aparece inscripto en el cuerpo, y se gesta, al igual que el apodo (comúnmente de un animal), desde temprana edad.

El swing

Las analogías entre las figuras de orígenes populares del fútbol y el golf, nos permiten ahondar en las tensiones trabajo/juego. El trabajo, por un lado, demarca el universo del adulto, el juego del niño o le cadet. Para analizar dicha dicotomía a la luz del caso específico bajo análisis, es necesario comprender cómo funciona un club de golf.

Si una persona desea practicar sistemáticamente este deporte, debe obtener una matrícula de jugador aficionado en la Asociación Argentina de Golf (AAG). Para esto, es necesario rendir un examen teórico-práctico, presentando 5 tarjetas de un score de un mismo campo, firmado por un jugador con matrícula nacional o un profesional. La alternativa de asociarse a un club simplifica las gestiones para obtener la matrícula, aunque significa un coste que excluye de antemano a todas aquellas personas con escaso capital económico. La iniciación en la práctica del golf no resulta sencilla.

Los que deciden incursionar en esta práctica deportiva, contratan profesores que enseñan las reglas y los gestos técnicos más importantes para golpear la pelota exitosamente y así aprobar los exámenes de iniciación. Como galardón, el nuevo jugador aficionado recibe un número de hándicap8. Ello le permite jugar en otros campos/clubes y competir en torneos, en igualdad de condiciones con cualquier jugador.

El aspirante que se inicia en el golf a través de la instrucción de un profesor, aprende primordialmente el péndulo o swing, un movimiento oscilatorio que utilizan los golfistas para golpear la pelotita. El swing resulta una acción motriz sumamente compleja que sirve para efectuar los tiros más largos (por ejemplo el tiro de salida). La forma de conseguir un buen swing, es por medio de la repetición y automatización de la acción motriz. Es condición indefectible para practicar el golf, alcanzar una pegada automática. El ejercicio se torna una tarea repetida, realizada por un conjunto de acciones fijas y móviles del cuerpo, encausando un trabajo físico muy particular.

Al considerar el swing como acciones motrices automatizadas, parecidas a una máquina que ejecuta siempre el mismo trabajo, y aprendido por la intervención de un profesor que prescribe actividades físicas, tuve la fuerte impresión que la observación antropológica me conducía en dirección opuesta a lo aprendido dentro de mi campo disciplinar: la “educación física”. Lejos de considerar las discusiones sobre los finos análisis del movimiento y modelos de educación, mi interés estaba enfocado en saber cómo eran los actos cinéticos entre jugadores de origen popular, para percibir que los distinguen del resto de los jugadores aficionados. Para esto, fue necesario invocar una metodología que admitiese “poner el cuerpo”, participando de las mismas experiencias que realizan mis interlocutores que frecuentan el CGC, a la manera de Wacquant (2001: 16).

Al concentrarnos en las dicotomías que aparecían entre juego/trabajo, estilo natural/ swing, fue necesario vivenciar una clase de swing en un driving range9 con un jugador aficionado. Para restituir los indicios que fui hallando, transcribiré notas de mi cuaderno de campo.

Una clase en el driving:

Lunes 23 de abril de 2012.

Hoy intentaré poner el cuerpo en la práctica del golf, o por lo menos pretender la sensación de impulsar la pelotita con el palo, en este caso con el hierro 7. Pablo es tío paterno y es jugador aficionado desde hace más de 15 años. Cuando se enteró de la investigación, se ofreció inmediata e incondicionalmente para hacer de interlocutor y también instructor. Nos ubicamos en una casilla de 2 metros por dos metros aproximadamente, en donde se realizan los tiros de mediana y larga distancia. Pablo realiza unos disparos con gran precisión para mostrar el movimiento del swing en forma global. Luego, larga una catarata de indicaciones con movimientos y posiciones necesarias para alcanzar el balanceo exacto, quizás que uno de las acciones motrices más complejas en el mundo del deporte. La inmensa cantidad de información satura mi mente. Es muy difícil sintetizar todo. Parado al frente mío, muestra cómo debo sujetar el palo.

Pablo: Mantené la cabeza en posición centrada. Con sus manos acomoda mi cabeza como si fuese un maniquí.

Pablo: El brazo derecho debe estar relajado. Sigue parado al frente mío y mira fijamente a mis ojos para después mostrar la forma correcta de mover el brazo. Sus comentarios son en tono pausado y en voz baja.

Pablo: El hombro izquierdo por debajo del mentón. El otro brazo déjalo semi flexionado. Usando siempre la imitación como forma de enseñanza, explica que los hombros deben girar 90 grados y la cadera 45. Es difícil tener consciencia de las amplitudes goniométricas de estas partes del cuerpo. Jamás había pensado cuántos grados puede girar estas partes móviles del cuerpo, la contracción de grupos musculares de forma simultánea y en una posición de parado muy poco convencional.

Pablo: La rodilla izquierda debe estar semi flexionada. Al parecer, la fase inicial de la acción motriz (backswing), el peso y la tensión decae directamente sobre la otra pierna. Esto me hace conjeturar que la lesión que tiene mi instructor en la rodilla puede ser producto de la enorme presión que se condensa en el balanceo.

Pablo: El palo debe estar paralelo al suelo y las manos altas con las muñecas giradas. A la complejidad ya descripta hay que agregar la consciencia espacial del cuerpo en relación a la pelota.

 

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Figura 4. Pablo haciendo una demostración de la acción de swing. Fotografía mía tomada en el Driving Range de Argüello (martes 23 de abril de 2012).

Figure 4. Pablo showing the swing. Photography taken by the author in the Arguello Driving Range (Tuesday, April 23rd, 2012).

Cuando observo las descripciones que realiza Pablo, recuerdo la primera recomendación que consistía en la posición de las manos. A partir de esto, repaso mentalmente cada una de las cosas que me ha dicho. Si desfragmento los gestos uno por uno puede resolver las indicaciones. Más no logro generar un esquema mental de la acción global para llevarlo a la práctica. En este primer intento que estoy a punto de efectuar, me siento ahogado de información. No deseo arruinar mis expectativas y mucho menos desilusionar a mi instructor. Me alejo unos centímetros de la pelota y realizo el movimiento completo. Repito el supuesto swing una y otra vez recibiendo constantes correcciones. Cuando acomodo una parte de mi cuerpo se desordena otra. Las palabras de aliento de Pablo animan a realizar el primer disparo. Todo se complica aún más cuando señala la posición exacta de la superficie del palo con la que debe impactar en la pelota. Debe ser con un ángulo preciso o de lo contrario el disparo fracasará. Otra cosa para recordar y que debo combinar con lo anteriormente pensado. Es una lucha interior conmigo mismo. No tengo preocupación por el campo ubicado en mi costado izquierdo. Da igual dejar la pelota en cualquier parte del pasto, siempre y cuando salga expulsada del puesto en donde estoy parado. Imagino que todo el campo del driving es un inmenso hoyo. Gran desilusión. No pude enviar la pelota lo suficientemente lejos. Mientras me paro alejado de la próxima pelota y repaso nuevamente toda la acción motriz, alcanzo a escuchar los palos de los otros practicantes cercanos. Puedo escuchar un silbido fino que corta el aire, dando paso al golpe, otro sonido más notable, agudo y metálico. El ruido que produjo mi primer disparo no se asemeja con los silbidos de vientos e impactos de mis vecinos. El primer golpe, la pelota fue hacia la derecha llegando apenas unos 10 metros. En el siguiente intento, el sonido del palo y el impacto se aproximó al sonido de los otros, alcanzando un disparo en línea recta de mayor distancia. Realicé varios intentos más y las correcciones continuaron. Se acabaron las pelotas y aún continuaba ahogado de información. Lo que ocurría en la práctica no era lo que imaginaba en mi cabeza. Es muy difícil hacer volar la pelota como yo quiero. Faltan pocos minutos para que oscurezca y aprovechamos para realizar tiros cortos en el putting green. Estuve mejor en esta especialidad que en los tiros de mediana y larga distancia. El espacio era bastante regular, aunque en algunas partes había suaves elevaciones y bajadas, lo que hacía verdaderamente difícil acercar la pelota al hoyo. Mi 1º disparo fue muy violento, sacando la pelota fuera del pequeño campo de práctica. Después de entender que la pelota rueda ligeramente en este tipo de pasto, moderé la fuerza, sintiendo el palo y dejándolo pasar con más suavidad. Las mejoras fueron sustantivas. A pesar de que estuvimos sólo 30 minutos en este lugar, pude apreciar la sensación de meter la pelota en el hoyo con la menor cantidad de golpes posibles.

Esta experiencia me hizo pensar en lo que puede ser la referencia a la que remitían mis interlocutores: la acción mecánica del swing “instruido en los colleges de EEUU”10.

En paralelo, observé y vivencié el juego natural de los niños. El estilo sin instrucción, libre y natural de los golfistas de origen caddie, se gesta en las canchitas de golf construidas en los barrios. Los niños y jóvenes no requieren de matrícula para entrar en esos predios amorfos y mucho menos un número de hándicap.

Lejos de la estereotipia de movimientos, los caddies manifiestan un hábitus desreglamentado, como “el juego hecho cuerpo”. Sus repuestas motrices son de las más variadas, vinculables a otras experiencias lúdicas que realizan en su cotidianeidad.

Anguila es un referente muy importante dentro del golf de Villa Allende. A los 10 años inicia su camino en el golf a través de la actividad de caddie para luego transformase en jugador profesional. Actualmente es profesor de golf y enseña a jugadores profesionales de origen caddie, aspirantes y aficionados. Anguila es una de las personas más instruidas en el juego que desarrollan los caddies y comenta al respecto:

Leonardo:¿Cómo es el estilo de los caddies que menciona como los mejores de la Argentina [además de ser jugadores pueden ser instructores]? ¿Realizan un swing diferente?

Anguila:¡No, no tienen! Cada jugador de golf es muy personal. Es muy personal. No juegan con estilo ni nada. Pero se diferencian de todo, sobre todo con los otros jugadores de aficionados. Se diferencia de una cosa: el caddie ve la pelota y toca la pelota. O sea, le pega a la pelota. El caddie pega muy bien a la pelota. No tienen swing para jugar. Son grandes jugadores porque pegan bien a la pelota. Para mí es lo más importante de todo.

Leonardo:¿Y usted transmite eso a sus alumnos?

Anguila: Yo trato, porque a mí me gusta ver pegar a la pelota. Me gusta que le peguen bien. Ese estilo de los caddies viene de muchos años. Los caddies siempre se han caracterizado por ser jugadores de antes, que tener tantas técnicas. Son jugadores innatos. Han nacido con un palo en la mano.

Anguila explica que los caddies no tienen técnicas o un swing. Esto se debe a que nunca fueron formados por algún instructor. Su enorme bagaje cinético les permite desarrollar el juego de manera eficiente, sin ejecutar una acción motriz aprendida y repetida. Los caddies no poseen un swing de escuela, son propietarios de un estilo sin estereotipia, sin mandatos y adaptable a cualquier circunstancia de juego. Como indicó anteriormente el Gato Romero, él siente que su estilo es igual al que tenía cuando era pequeño y reconoce que para establecer diferencias en la alta competencia, es preciso adaptarse a todo: los tipo de palos, los campos, los pastos, a situaciones de las más variadas. Es por eso que está alterando constantemente sus balanceos, manteniendo el mismo estilo, único y natural que inició desde niño.

El golf es un deporte que tiene como oposición un inmenso campo repleto de obstáculos, con múltiples dificultades a resolver, lo cual incita interminables posibilidades para sortearlos. Cada situación de juego parece única, al igual que cada respuesta de los jugadores.

Lo que más le gusta a Anguila es ver pegar bien a la pelota y como profesor de origen caddie, procura transmitir a sus alumnos la forma natural de jugar, intentando que los golfistas encuentren su juego, o estilo natural, por el juego mismo. Sus esfuerzos estriban en reforzar y explotar al máximo lo que ya han adquirido de pequeños. Para comprender más profundamente cómo Anguila explica la complejidad del estilo caddie, sumo un registro realizado el primer día del 81° Abierto del Centro11:

Inicio del 81° Abierto del Centro

Jueves 12 de abril de 2012.

Hoy comienza el Torneo de Golf Profesional. Es una jornada calurosa con mucho viento. (Los agentes meteorológicos son de inmensa importancia en el golf competitivo). Comienzo mi salida al campo a las 10 de la mañana. Antes de entrar, decido dar una vuelta en bicicleta alrededor de todo el perímetro del club.

Se puede observar a personas caminando por todas partes. Al llegar al extremo de la entrada principal, decido hacer una pausa para mirar bien de cerca a un grupo de profesionales que están jugando. Sin conocer las reglas del juego y mucho menos la del espectador, trato de ser sigiloso para no obstaculizar a los competidores. La primera persona que veo es el Pato Cabrera. ¡Que casualidad! Antes de golpear la pelotita, detecta mi presencia y me mira fijamente con una expresión de advertencia que indica la permanencia de silencio y quietud. Sin movimientos previos, avanza rápidamente al sitio de salida12 y con mínimo tiempo en posición de stance13, golpea violentamente la pelota. Mantiene por minúsculo tiempo la posición final del balanceo, localiza la pelota que vuela por los aires y avanza a gran velocidad acompañado por una masa de personas que siguen su juego. Observo el resto de los golpes que realiza a lo largo del hoyo 16. Al terminar de completar el perímetro, entro al club por una de las puertas laterales (pegado al hoyo).

 

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Figura 5. Campo de juego del CGC. La Imagen corresponde a la tarjeta de score14 del CGC. Las flechas y letras son agregados míos

Figure 5. CGC playing field. The image corresponds to the CGC score card. The arrows and letters were added by the author

Luego de la descripción, Anguila aporta más detalles a favor del estilo natural de caddie:

Anguila: Ese es el juego del caddie. Justamente, no especula. No, no, nada. Vos lo ves a un caddie y él no mira, no hace tanta línea. Va, juega y chau. Vamos y le pegamos. No pensamos mucho. El movimiento ya está incorporado en nuestra cabeza. Vos vas, le pegás y chau. No estamos dudando; es diferente.

Para poner en contraste la oposición nativa entre la automatización del swing y el juego natural representado por el niño o cadete, realicé una observación participativa en una clase de golf junto al Chino y Anguila. En esta experiencia vivencié el juego de Juan Martínez, un niño que juega al golf desde muy pequeño y que perteneciente a un barrio popular de Villa Allende:

Juego con los niños

Martes 8 de Noviembre de 2012.

La temperatura de la jornada es agradable, con poco viento, y parcialmente nublado. Salgo caminando de mi casa rumbo al CGC. Ya habiendo avanzado tres cuadras, observo a un motociclista que hace saludos y se detiene. Al principio no reconozco la persona y cuando me acerco hasta llegar a la distancia de dos metros, noto que es Chino. Se está yendo a trabajar al country Lomas de la Carolina, más bien conocido como Lomas. Me ofrece acompañarlo a su trabajo, desencajando mis planes. Intuyo que va a ser algo constructivo salir del foco de investigación, vivenciando el golf desde otras canchas y con otras personas. Después de pocos segundos para pensar, hago a un lado mi planificación y me subo a la moto. El trayecto es de 5 kilómetros aproximadamente y  aprovechamos para hablar de golf.

El country se encuentra pegado a Villa Rivera Indarte. Es un espacio completamente cercado con telas de alambres electrificados y púas. Cada un kilómetro hay torres de control de 6 metros de altura aproximadamente. Todo parece como si fuese una guarnición militar. Al llegar a la puerta principal nos enfrentamos a un riguroso control policial. Parece un paso fronterizo que separa dos países en conflicto. Para Chino, entrar es una rutina. Para mí una experiencia marginal.

Lomas de la Carolina fue fundada en 1994. Posee una cancha de golf de 18 hoyos, cancha para niños de 9 hoyos, un pequeño driving range y putting green. Una característica notable, es la gran cantidad de casas que se han edificado en el perímetro de la cancha. Los límites del campo de golf son los patios de los vecinos. Las reposeras, piscinas, sombrillas, sillas y demás artefactos del jardín, forman parte de la visual de la cancha.

Al frente de la entrada principal está el clubhouse. En su interior hay un pro-shop (espacio confinado a la venta de accesorios de golf), un instituto de inglés, un gimnasio y un supermercado. Chino se detiene en cada uno de los negocios para saludar e intercambiar algunas palabras. Luego, prepara todos los elementos para dar su clase. Saca algunos conos y un balde lleno de pelotas. A medida que van llegando sus alumnos los recibe con un saludo. Aprovecho el tiempo que se genera entre la preparación de la clase y el inicio de la misma para hablar con el empleado que recoge las pelotas. Esta persona tiene en su mano un accesorio que sirve para juntar pelotas con menor esfuerzo, construido con un palo de escoba y una botella de plástico cortada. Mientras hablamos de cualquier cosa, menos de golf, observamos como acecha una tormenta poniendo en riesgo la jornada de trabajo. Los profesores cobran por día y según la cantidad de alumnos que asisten.

El recogepelotas comenta que no hay caddies en esta cancha y que muchos de los alumnos se portan mal. El último dato sirve para tener en cuenta antes de hacer mi observación participante.

La clase ha comenzado. Me dirijo al driving en donde aparece el primer grupo de niños. Los chicos muestran su saber golfístico pegándole a las pelotitas mientras me enseñan los nombres de los diferentes tiros.

Por fortuna para todos, la tormenta pasa de largo. Comienzan a llegar repentinamente el resto de los alumnos. Son 10 jóvenes de ambos sexos. Acompañados en esta avalancha de pequeños golfistas llegan el resto de los profesores. Está el hermano de Chino que también le dicen Chino y su padre Anguila.

La clase de golf sigue las partes esenciales de una sesión de educación física. Utilizan un palo de golf para realizar movimientos articulares y estiramientos. Pido prestado uno a una niña y aprovecho para participar y trabajar las diferentes capacidades motoras15.

Minutos más tarde, comienzan a realizar tiros de mediana distancia. Anguila realiza correcciones a una alumna de 14 años. Acomoda su balanceo para poder elevar la pelota. La frase es la misma de siempre y hace eco en sus dos hijos:

Anguila: Pegale a la pelotita. Eso, eso...

Cada tiro bien realizado es un estímulo para la pequeña golfista y también para el Anguila.

A las espaldas de Chino hay un grupo de niños de 8 años que están golpeando pelotas en dirección a una lomada pequeña. Me hago cargo del grupo sin que nadie me lo indique. A pesar de que mi saber golfístico es casi nulo, puedo generar condiciones que estimulen al juego de los jóvenes. Realizo algunas variantes sensoriales. La idea es que golpeen la pelota con un ojo cerrado y luego anulando por completo el sentido de la vista. De esta forma pueden desarrollar a temprana edad la construcción de imágenes mentales. Luego, comienzo a puntuar a los niños según la proximidad de la pelota respecto a la cresta de la lomada. Los chicos están entusiasmados y piden observación llamando “profe, profe”. Es la primera vez que tengo la sensación de mezclar la antropología con la educación física. Lo que ocurre en ese momento es algo espontáneo y sin planificar. La observación participante se produjo a través de rol de profesor. Más tarde, Chino (grande) me pide que lo asista en la cancha, delegando la responsabilidad de acompañar a 5 niños.

Leonardo: No conozco la cancha.

Antes de terminar de mostrar mi perplejidad, uno de los chicos, que ya habían compartido algunos juegos contesta:

Niño: No te hagás problemas profe. Nosotros te llevamos a vos.

Este es el primer cambio de rol de profesor a alumno y alumno a profesor. Marchamos a buen ritmo para la cancha. La idea es que salgan dos grupos. Uno de tres jugadores y otro de dos. Se dividen según el nivel de juego, pues la edad no es un condicionante. Sale el 1º grupo de 3 jugadores. Me quedo con el segundo grupo y dejamos que el primer se aleje lo suficiente cumpliendo la etiqueta16. Cada vez que sale un niño imagino la expresión “adelante y suerte”. Esta frase, y también nombre de la presente tesis, son las palabras que recita la persona encargada de organizar las salidas17 invitando al jugador a iniciar el juego dando su primer disparo.

Antes de salir el 2º grupo, se agrega un tercer joven. Se acerca al sitio de salida con mucha confianza, haciendo movimientos precompetitivos y balanceando el palo de golf con buena potencia. El niño tiene 14 años y se llama Juan Martínez. Lleva puesta una camiseta con la inscripción de “Fundación Cabrera”18. ¡Listo! Era el contraste que tanto hablaba Chino. Se presenta con mucha educación y hace un tiro de salida muy profundo. Este tipo de juego, de pegar inmediatamente, de forma espontánea y con gran fluidez es parecido a lo observado en el CGC los días lunes que juegan los caddies.

Una vez que sale el segundo grupo, comenzamos a caminar en silencio. Al parecer los chicos de este grupo no se conocían. Cuando alcanzamos los primeros 100 metros de la caminata, rompemos el silencio y nos presentarnos. El primero en entrar en confianza es Juan. El más chico de los niños se llama Antonio y le dicen Tonio y el más grande Tadeo, tiene 14 años y es iniciado. Intuyo que Juan es un jugador que vive o ha vivido en algún barrio popular. En efecto, más tarde, Chino daría garantía de esto. Es importante remarcar que este joven jugador nunca llevó palos aunque ha ido varias veces a la casilla de caddies del club.

Al llegar al segundo tee de salida, Juan me invita a jugar proponiendo al resto los jóvenes jugadores un fourball, es decir que dos competidores jueguen como compañeros cada uno con su propia pelota. El score más bajo de los compañeros es el score para el hoyo. Juan ofrece ser mi compañero y presta sus palos. Después de unas idas y vueltas, acepto la propuesta y advierto a los jóvenes que jamás he jugado al golf y pido que no se rían de lo que pueda ocurrir. Estoy muy entusiasmado. Antes de golpear la pelotita, busco estar cómodo. Retiro el reloj de mi muñeca, acomodo las mangas de la camisa y guardo en un pequeño bolso todo lo que tengo en los bolsillos del pantalón. Imito los movimientos precompetitivos que realizó Juan antes de salir.

A diferencia de la práctica realizada en el driving, fui consciente de intentar jugar por jugar, sin pensar en qué partes del cuerpo utilizar. Lamentablemente no conseguí golpear la pelota en los primeros dos intentos. Lo único que obtenía, era cubrir a la misma con pasto. Hacía un rato era el profesor y ahora me sentía ampliamente superado por los niños. La vergüenza que tenía era tan grande como la curiosidad por saber qué se siente en llegar hasta el hoyo con la menor cantidad de golpes. En este primer momento la oposición más grande era mi descoordinación. Los niños y yo comenzamos a reír. En la soltura provocada por las risas, finalmente logro pegar a la pelota hasta alcanzar 30 metros. Quizás haya sido un tiro de suerte. Toda la fuerza y potencia de mi cuerpo era inútil si no lograba coordinar y armonizar con el instrumento que golpea, en este caso un palo metálico liviano. En mi acervo motriz guardaba conocimientos de cómo utilizar objetos para golpear pelotas. En la escuela secundaria y en el profesorado de educación física había jugado al softball y al hockey. Aunque mi fuerza superaba a la de los infantes, ellos estaban aventajados considerablemente por su juego. Después de lograr conseguir pegar, continuaron jugando el resto de los chicos. Momentos previos de terminar mi 1º hoyo, se retira Tadeo e ingresa en su lugar Federico de 14 años.

Mis espantosos tiros eran compensados por el maravilloso juego de Juan. En nuestro primer hoyo hicimos bowie (un golpe de más) y Toni consigue con su nuevo compañero un birdie (un golpe de menos). En la próxima salida, no tenía idea en qué lugar de la cancha estaba. Me hallaba perdido en el campo y la única referencia para lograr la orientación, era la posición del sol que comenzaba a esconderse por el lado de las sierras chicas. Vuelvo a intentar pegar pero esta vez realizo el juego con otro hierro, ya que este es un hoyo par 3 y no es necesario utilizar el palo más ligero. En este segundo hoyo logro salir con un tiro un poco más profundo que el anterior. Los cuatro jugadores tiramos la pelotita adentro de la laguna artificial que está a la izquierda del hoyo. Es toda una aventura rescatar estos objetos que permanecen sumergidos bajo el agua. Es necesaria la búsqueda grupal y la cooperación de todos. La barranca tiene pastos de mediana altura y el menor tropiezo sería una zambullida inmediata. Una vez rescatada las pelotas, son repuestas en el campo agregando un golpe. Ocurren algunas discusiones en cuanto a las reglas y en pocos segundos alterando las mismas para continuar el juego. Estas modificaciones son acciones típicas demostradas en los relatos de los caddies en cuanto al tipo de juego que ellos realizan en sus canchitas dentro de los espacios públicos de Villa Allende. En este hoyo abandono y asisto a Juan, eso no altera los puntos de mi equipo. Es imposible no tener empatía en su juego. En la sumatoria de los dos hoyos realizados quedamos igualados, ya que logramos hacer 5 y el otro grupo 7 golpes.

Finalmente, nos vamos al último hoyo y esta vez si consigo hacer un golpe generoso enviando la pelota unos 70 metros. ¡Qué buena sensación! El progreso se notaba gracias a las indicaciones de los chicos que imitan a Chino y Anguila. Segundo cambio de roles entre alumno y profesor. Aquí se pone de relieve el carácter libre y desinteresado del juego a través de los niños, lejos de la competencia y de la obligación.

Juan: No quites la vista del lugar donde está la pelota después de pegar. Eso, eso…

Se acababa el tiempo y tenía ganas de continuar jugando al igual que los chicos. Lamentablemente es el horario de cierre de la clase. Al principio había timidez y ahora se comunican como si fuesen amigos de toda la vida. Esta es una especificidad que he observado en la gran mayoría de los juegos de profesionales y aficionados que asisten al CGC. La caminata de esos 3 hoyos demandó 50 minutos. Todo hubiese sido más rápido si mi juego era más fluido. Antes de terminar este último hoyo, se suma Chino, hace bromas respecto al juego de los niños y realiza apuestas; una regularidades comunes de los caddies que son trasmitidas a sus alumnos. Los chicos no demoran en sumarse a las bromas y apuesta. El que pierde paga la gaseosa. Chino juega muy bien y cuando digo muy bien, remito al mismo nivel de un jugador profesional. En el último hoyo (par 4) consigue birdie. Definitivamente es el estilo natural. Pega de una, sin demorar, sin pensar y sintiendo el juego como algo libre y no como un trabajo motriz. Eso es lo que me transmite a mí y a sus alumnos.

Leonardo:¿Por qué no te dedicás al golf profesional?

Chino: Es muy difícil vivir del golf. Tenés que tener mucha suerte.

Por segunda vez en la jornada recuerdo la frase inicial “adelante y suerte”.

Chino está preocupado por la hora y lleva a todos los chicos al clubhouse para despedirlos. En este espacio, la gente entra y sale de forma fluida. Acompaño hasta que se retira el último alumno.

En esta experiencia etnográfica es posible observar cómo la educación física acciona a favor de la antropología. Los saberes que incumben a la disciplina han sido de útil avío para entrar en este campo y alcanzar un contraste entre el entrenamiento del swing y el juego del golf representado por niños de barrios populares. El ejercicio prescripto visto como un trabajo y el juego como una expresión libre. El hecho de “poner el cuerpo”, la persona que objetiva y las personas objetivadas dejan de ser meros tejidos que se activan para la concreción de una acción motriz,  logrando comprender a los cuerpo como seres pensante, que sienten y se relacionan.

La comparación entre el estilo natural de los caddies y el trabajo del swing de los jugadores de escuela, abren las puertas a futuras preguntas. Por un lado, el swing de universidad representado por golfistas entrenados, sitúan a dicha figura con la de un atleta (como es caso del actual campeón del mundo Tiger Wood). Por otro lado, los jugadores profesionales de origen caddie, propietarios de un estilo natural, son capaces de alcanzar tiros precisos y muy profundos sin requerir de grandes esfuerzos. En efecto, el Pato Cabrera tiene el registro de uno de los tiros más profundos del mundo. Su imagen física y la de los caddies del CGC, no condice con la figuras de los golfistas del resto del mundo y mucho menos en la forma de jugar.

 

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Figura 6. Palos y pelotas de la familia Rodríguez. Fotografía mía tomada en el barrio de Los Curas (San Alfonzo).

Figure 6. Rodriguez's family clubs and balls. Photography taken by the author in the Los Curas neighborhood (San Alfonzo).

Palabras finales

El presente artículo se encuentra enmarcado en mi tesis de maestría en Antropología “Adelante y suerte”: Etnografía sobre el fenómeno social del golf en Villa Allende, Córdoba (2014). Como hemos podido observar, el golf de Villa Allende no necesariamente es un deporte popular. No obstante, el mismo es practicado por personas pertenecientes a los barrios populares, al punto de representar al CGC y a la ciudad en los torneos más importantes del mundo. Los caddies del CGC alcanzan éxitos internacionales, según refieren gracias a un estilo de juego natural, sin instrucción ni estereotipas espurias, vinculado más bien a la naturaleza y al juego de los niños; y engendrado en las canchitas de golf construidas al margen de los arroyos y terrenos libres de los barrios populares. El trabajo etnográfico permitió imbricar a la educación física y la antropología como dos disciplinas que se articulan de forma estrecha para analizar cómo el golf es practicado por pobladores de sectores populares, pero también para comprender cómo un tipo especial de estilo de movimiento se configura para crear legitimidades diferenciadas, oponiendo de alguna manera sentidos de naturaleza y cultura.

Córdoba, 30 de junio de 2013

Notas

1. El uso de las cursivas alude a categorías nativas. El empleo de esas u otras palabras sin cursivas da cuenta de la transformación en categorías analíticas. El uso de las comillas simples, por su parte, procura resaltar una palabra, o bien marcar cierta ambigüedad o ironía, tanto con términos nativos como con los de uso académico.

2. Según Censo Provincial del año 2008.

3. Cagigal (1996: 184) se refiere al juego como “acción libre, espontánea, desinteresada e intrascendente que se efectúa en una limitación temporal y espacial de la vida habitual, conforme a determinadas reglas, establecidas e improvisadas y cuyo elemento informativo es la tensión”.

4. Si bien aquí me enfoco en la figura del caddie en Villa Allende, sería posible encontrar analogías en todo el territorio argentino. Efectivamente, Argentina posee alrededor de 800 jugadores profesionales, de los cuales el 95% han sido caddies. Es insoslayable la trayectoria internacional de los egregios golfistas argentinos que han hecho historia: José Jurado, el “Maestro” Roberto De Vicenzo, Vicente “Chino” Fernández, José Cóceres, los jugadores representantes del CGC Eduardo “Gato” Romero y Ángel “Pato” Cabrera, entre otros.

5. Movimiento oscilatorio que utilizan los golfistas para poder golpear la pelotita. El swing es una acción motriz sumamente compleja que sirve para efectuar los tiros más largos o profundos (por ejemplo el tiro de salida).

6. La liminaridad tomada como categoría analítica, remite a un estado de apertura y ambigüedad que puede ser entendida como una fase intermedia de un tiempo/espacio tripartito (Turner, 1978).

7. Cantidad de golpes de ventaja que tiene un jugador de acuerdo a lo establecido por el organismo rector de golf. El hándicap se mide en una escala que va desde 0 hasta 36. Cuando el jugador tiene hándicap 0, se dice que es “scratch”. Este número de golpes dependerá de los resultados que haya obtenido en sus juegos previos. Con esa cifra, se descuenta un número de golpes en las siguientes competiciones. Cuanto mejor juegue, más bajará su hándicap y, por lo tanto, menos golpes se le descontarán en el siguiente torneo. Este sistema permite que jugadores iniciados puedan jugar con jugadores más experimentados. Un jugador aficionado no puede pertenecer a la Asociación de Golfistas Profesionales.

8. Campo de entrenamiento con mucho espacio. Cada jugador dispone de una pequeña caseta donde puede realizar simultáneos golpes sin moverse del lugar.

9. El 65% de los profesionales de golf en EEUU (Tiger Woods, Luke Donald, Paul Casey o Phil Mickeson entre otros) participaron en el golf de universidad. En las prácticas los jugadores aficionados (entre 18 y 25 años), tienen un entrenador que prescribe ejercicios físicos de 4 a 5 horas durante 5 días de la semana.

10. Este evento se realiza de forma casi ininterrumpida desde 1927 y constituye el torneo más importante del interior del país.

11. Lugar desde el que se inicia el juego de cada hoyo. Es un área rectangular cuyo frente y costado están definidos por los límites externos de dos marcas. Ver “Reglas del golf” (2008: 31).

12. El “stance”, consiste en colocar los pies en posición preparatoria para ejecutar el golpe. Ver “Reglas del golf” (2008: 31).

13. En la tarjeta confeccionada por el CGC, los jugadores hacen las anotaciones de los golpes realizados y  la sumatoria de los mismos.

14. Las capacidades motoras determinan la condición física del individuo. Se dividen en: capacidades coordinativas y las capacidades físicas (resistencia, fuerza, velocidad y flexibilidad).

15. La etiqueta refiere a un conjunto de pautas sobre el comportamiento durante el juego del golf. El principio primordial es que en todo momento dentro de la cancha hay que mostrar consideración hacia los demás.

16. Generalmente es un empleado del club y es conocido con el nombre de starter.

17. La Fundación Ángel Cabrera Pro Caddies y Necesitados fue abierta en el año 2002. Es una entidad no gubernamental y sin fines de lucro que apoya el desarrollo de golfistas sin recursos, busca mejorar la calidad de vida de caddies de golf y sus familiares y colabora económicamente con instituciones de bien público.

Agradecimientos

Agradezco principalmente a mi directora de tesis Natalia Bermúdez por su infinita paciencia y apoyo  a lo largo de toda mi formación como antropólogo. A mi gran amiga y compañera de maestría Graciela De Oliveira. A toda mi familia y en especial a mi querida hermana Romina Blanc, su marido Enrique y mi sobrino ahijado Mateo Mirón. A Agustín Acevedo y su familia. A mi co-director de tesis Rodolfo Iuliano. A los profesores de la Maestría. A la revista del Museo de Antropología. A la Comisión del CGC.

Finalmente, los agradecimientos más profundos están dedicados a todos mis interlocutores seguidores del golf. Al Anguila, Chino y todos los caddies del CGC dedico este artículo.

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