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Revista del Museo de Antropología

versión impresa ISSN 1852-060Xversión On-line ISSN 1852-4826

Rev. Mus. Antropol. vol.8 no.2 Córdoba dic. 2015

 

DOSSIER

Elias en La 12. Una aproximación eliasiana a la violencia en el fútbol en la Argentina.

Elias in "La 12". An elisian approach to violence in argentinian football.

Rodrigo Daskal* y José Garriga Zucal**

*Universidad Nacional de La Plata; **CONICET, Universidad Nacional de San Martín e IDAES

Recibido 12-02-2015. Recibido con correcciones 03-12-2015. Aceptado 06-12-2015

Resumen
En el presente artículo proponemos una reflexión sobre el fenómeno de la violencia en el fútbol, a partir de herramientas conceptuales de la sociología de Norbert Elias. Esta reflexión implica un doble recorrido. Primero indagaremos sobre la relación entre violencia y deporte, en el marco de la concepción de lo que Elias llamó "proceso de la civilización", para luego analizar los trabajos posteriores que el sociólogo alemán realizó junto a Eric Dunning sobre la particular temática de la violencia en el fútbol. Habiendo desglosado mínimamente estas dos posibilidades, usaremos la experiencia etnográfica para describir las particularidades del fenómeno en el caso argentino, para terminar estableciendo un diálogo entre los datos etnográficos y la mirada eliasiana.

Palabras clave: Violencia; Fútbol; Etnografía; Elias; Emociones.

Abstract
We propose in these articles to reflect on the phenomenon of violence in Argentine soccer using some conceptual work tools of Norbert Elias. This reflection involves a dual path. First, we will investigate the relationship between violence and sport in the context of conception of what Norbert Elias called the "process of civilization", and then, analyze the subsequent work performed alongside German sociologist Eric Dunning on the particular issue of violence in soccer. Having minimally broken these two possibilities, we will use ethnographic experience to describe the peculiarities of the phenomenon in Argentina, finally establishing a dialogue between the ethnographic data and eliasiana point of view.

Keywords: Violence; Football; Ethnography; Elias; Emotions.

Proponemos en estas páginas reflexionar sobre la violencia en el fútbol en la Argentina a partir de la obra de Norbert Elias. Pero debemos avisar que el título de este artículo, no sólo está plagiado de un trabajo de Loïc Wacquant, sino que además encierra una doble falsedad. Por un lado, no trabajaremos con la obra completa y monumental de Elias, sino con unos pocos conceptos trabajados por este sociólogo y sus discípulos de la escuela de Leicester. Por ello, no sería Elias el que esté con su lente analítica en una tribuna del fútbol argentino sino una mínima porción de sus ideas. Por otro lado, no usaremos a La 12, nombre con el que se conoce a la "barra brava" del club Atlético Boca Juniors, para pensar el tema de la violencia en el fútbol, sino a sus pares del Club Huracán, con los cuales uno de nosotros -Garriga Zucal- realizó un extenso trabajo de campo.

Decíamos, entonces, que utilizaremos estas páginas para reflexionar sobre el fenómeno de la violencia en el fútbol argentino utilizando algunas herramientas conceptuales del trabajo de Norbert Elias. Esta reflexión implica un doble recorrido. Primero indagaremos sobre la relación entre violencia y deporte en el marco de la concepción de lo que Norbert Elias llamó "proceso de la civilización", para luego analizar los trabajos posteriores que el sociólogo alemán realizó junto a Eric Dunning sobre la particular temática de la violencia en el fútbol. Habiendo desglosado mínimamente 1 estas dos posibilidades, usaremos la experiencia etnográfica para describir las particularidades del fenómeno por nuestras tierras, para terminar en un apartado que busca establecer un diálogo entre los datos etnográficos y la mirada eliasiana.

El trabajo de campo de Garriga Zucal se realizó entre el 2004 y el 2008 entre los integrantes de la hinchada del Club Atlético Huracán. La hinchada es uno de los nombres nativos con que se identifican uno de los grupos organizados de espectadores que acompañan a un club de fútbol. Estos son denominados "barras bravas" por los  medios de comunicación pero preferimos utilizar los nombres nativos: hinchada, los pibes o la banda. Asimismo, nombraremos como hinchas a los miembros de dichos grupos diferenciándolos del resto de los espectadores.

1. Del proceso de la civilización a la violencia en el fútbol

Aquello que se denomina proceso de civilización trata del largo proceso, complejo y dificultoso, por el cual "el conjunto de emociones de los seres humanos va cambiando lentamente en la dirección de un control emotivo más fuerte y más proporcionado" (Elias 1987:12). El autocontrol emocional y la interiorización de la represión para con las emociones es el eje nodal del camino civilizatorio. Dicho proceso es entonces, sucintamente,  una suma de coacciones en búsqueda de autocontrol y cuyo objeto final es el descenso de los umbrales de la violencia en sus diversas formas. Este descenso es  indisociable al rol del Estado que monopoliza la violencia lícita y legal. Nuestras violencias son controladas por la razón corporal al mismo tiempo que el Estado controla las violencias sociales e individuales.

El proceso civilizatorio, caracterizado por el aumento del control social y el autocontrol sobre las manifestaciones públicas y personales de las emociones "fuertes", evita la manifestación exterior y objetiva por parte del individuo. Trátese, entonces, de un proceso de atemperación y represión de las pasiones y también de las formas de violencia, regulando el comportamiento y el conjunto de pasiones con una base psicogenética y sociogenética, bajo un manto de restricciones que abarca todas las dimensiones de la vida de una persona.

Simultánea y consecuentemente, nuestras sociedades han desarrollado espacios que permiten, de alguna manera, "aflojar" y romper moderadamente ese manto de restricciones personales y sociales. El deporte ha sido uno de esos espacios - al igual que la música, el teatro, la pesca, los juegos, las apuestas, los bailes, etc.- donde este proceso se hizo posible. Espacio de dos caras. Por un lado, escenarios en dónde se instaura y enseña esa regulación. Y por el otro, un espacio privilegiado donde buscar emociones socialmente aceptadas, una excitación agradable buscada voluntariamente de la cual disfrutar, siempre con consentimiento social y (también) con el de nuestra propia conciencia.

Aquí aparece la noción de mimesis. Los deportes se nos presentan como escenas en las que se experimentan situaciones de excitación, las que son reprimidas y mitigadas en la cotidianeidad de nuestras vidas. Las emociones y violencias deben ser atemperadas pero las actividades miméticas permiten a los sujetos una excitación emocional controlada; recrear una situación "cómo si", que nos recuerde "aquello que alguna vez sentimos", de forma aceptada socialmente. El deporte sería "como una batalla", pero una batalla fingida, controlada, en la que resulta central la tensión entre la excitación y la emoción con relación al control en todas sus fases. Así, las actividades miméticas tienen un efecto liberador necesario en vidas sumamente rutinarias, desprovistas de emocionalidad expresiva. En un escenario de fuertes restricciones, el deporte ofrece un escape para nuestras pulsiones, aunque en la teoría eliasiana no se trataría de espacios miméticos como "la otra cara de la moneda" del trabajo y/o la alienación, sino de una misma moneda con dos caras imposibles de comprender separadamente. Ambas caras son necesarias en sociedades donde el proceso civilizatorio ha tenido, con diversas variantes, esta inequívoca dirección.

Para Elias y Dunning, la existencia de violencia en el deporte y particularmente entre los hinchas de fútbol es el resultado de las tensiones propias del proceso civilizatorio, de cada sociedad y de cada tiempo histórico. En dicha teoría, la aparición de las formas de violencia se vinculan con la imposibilidad de autocontrolarse. Aquellas sociedades incapaces de regular sus emociones, y volcarlas aceptadamente al juego mimético, tienen umbrales de violencia -y de tolerancia mayor hacia ella- más amplios y profundos.

En ese contexto, el trabajo de Dunning y su grupo de la Universidad de Leicester, ya sin la presencia de Elias (instalado desde 1984 en Amsterdam, donde murió en 1990) se focalizó en el hooliganismo. Dunning y sus colaboradores -luego llamada Escuela de Leicester- sostendrán que en los hechos de violencia el protagonismo está dado por los "sectores más rudos de la clase obrera", especialmente los jóvenes, los que se encuentran excluidos del "proceso civilizatorio" eliasiano. Así, las condiciones sociales imposibilitan a las personas autocontrolarse y poder liberar su emoción en actividades miméticas, buscando en este camino de fracasos miméticos el placer en la violencia (Elias y Dunning 1994;  Dunning 1993).

Buena parte de la explicación a la violencia en el fútbol en Inglaterra es atribuida por Elias y Dunning a la existencia, en determinados sectores sociales ingleses donde predominan los sectores trabajadores "rudos", de un modelo de lazos sociales de tipo "segmentarios" que -contrariamente a los lazos de tipo "funcionales"- se caracterizarían por una serie de condiciones generales (ausencia de control del Estado, predominio del varón, escasa supervisión de los niños, rudimentaria división del trabajo, etc.) y un alto nivel de violencia en las relaciones sociales en general, acompañado del placer por la misma con el correspondiente despliegue excesivo en los deportes. Dicha tipología de lazos segmentarios explicaría buena parte de las características de estos hinchas; un conflicto intra-clases, el prestigio y goce por la lucha, la vendetta frente a los grupos rivales y las expresiones machistas y homofóbicas, todo ello en el marco de una reivindicación de la rudeza y la habilidad para pelear -propios de dichos lazos-, lo que les vale la condena de otros grupos sociales. Ahora dejemos Inglaterra y vayamos para la Argentina.

2. La violencia en el fútbol argentino

Nos cabe una vez más repetir aquello que sabemos sobre el aguante para mostrar cómo funcionan las lógicas violentas entre las hinchadas de fútbol. Los miembros de las hinchadas de fútbol son grupos jerárquicamente organizados que definen la pertenencia grupal "a los golpes". El límite que define la pertenencia se cruza en la participación en hechos de violencia; para ser parte hay que pelear. Estos hechos nunca son entendidos necesariamente como violentos desde la perspectiva de los actuantes sino como prácticas -frecuentemente llamadas combates- que se ajustan a los valores grupales. Poseer aguante es la clave que regula la membresía.

La definición que hacen los miembros de las hinchadas del aguante nada tiene que ver con la realizada por otros grupos, centrada en el estoicismo del espectador ante los reveses deportivos más que en la violencia misma. Para ellos, el aguante tiene que ver con piñas, patadas y pedradas, con soportar los gases lacrimógenos y otros efectos de la represión policial, con cuerpos luchando y resistiendo el dolor. Pelear, afrontar con valentía y coraje una lucha corporal, es prueba de la posesión de aguante (Alabarces 2004; Moreira 2005). La participación en enfrentamientos transforma al aguante en un bien, una manifestación del honor grupal e individual que se constituye en un esquema de clasificación, que define un conjunto de prácticas legítimas. Los integrantes de estos grupos distinguen y confieren un valor relevante a aquellos que demuestran la posesión del aguante, aquellos que luchan y pelean ya sea contra hinchas rivales, contra policías o entre ellos mismos.

Se configura así un complejo bien simbólico que establece un conjunto de prácticas válidas y que distingue entre los que tienen aguante y los que no. Las hinchadas definen positivamente la posesión del aguante, y fuera de esos límites hay una percepción ambigua, habitualmente negativa, de esas prácticas. La lucha física establece, sustentada en la retórica del honor, límites para construir la frontera de la comunidad aguantadora.

Cabe mencionar que la comunidad que se construye a través del aguante es el resultado de una operación de homogenización. Las hinchadas en el fútbol argentino son grupalidades socialmente heterogéneas, comunidades complejas donde conviven sujetos de los sectores populares con otros de las clases medias, que comparten un conjunto de valores que los distingue y los diferencia. La diversidad se homogeniza bajo la lógica del aguante. Ser miembro de la hinchada incluye a los actores en un grupo de pares, estructurado jerárquicamente, que establece vínculos de camaradería, protección y apoyo mutuo.

Los participantes de la hinchada acceden a variados recursos materiales como beneficios de la membresía como viajes, dinero, ropa deportiva de la institución o trabajos diversos, pero entre ellos no sólo circulan bienes y favores sino que el aguante es, también, una moneda de interacción que los vincula y relaciona con actores sociales, múltiples y variados, que están por fuera de los límites de esta comunidad (Garriga 2007). Por ello, tienen vínculos con jugadores, directores técnicos, policías, dirigentes políticos, etc. Es así que la particularidad que los caracteriza, el aguante, muchas veces estigmatizada, no sólo no los excluye del mundo social sino que los incluye en una red de interacciones sociales. La conducta violenta convertida en señal de pertenencia es un nexo con otros actores sociales ubicados en lugares diversos y distantes del mapa social.

Ser reconocidos como aguantadores es una señal que otorga reputación. Puertas adentro del mundo de las hinchadas, el aguante es un símbolo de prestigio y admiración. Entre pares se admira a quien prueba su valentía y coraje en un enfrentamiento físico. Por fuera del mundo de las hinchadas esta reputación se transforma en respeto vinculado al temor por su potencialidad violenta y en una admiración ambigua. La reputación obtenida por medio del aguante supera ampliamente el mundo del fútbol y se transforma en una moneda reconocida y utilizada en el mundo barrial, laboral, sindical, etc.

Los miembros de la banda hacen de la violencia un recurso de distinción, una señal de pertenencia grupal que los diferencia y distingue. El aguante se define por reconocer cuándo, cómo, contra quién y dónde testificar sus capacidades. Es un conjunto de saberes que debe ser explotado en situaciones determinadas y en ciertos contextos estipulados. Los integrantes de las hinchadas saben que pelearse es legítimo en un universo de relaciones y, en otros, es ilegítimo y desprestigiado. Los miembros de las hinchadas se incluyen en múltiples relaciones sociales donde la violencia como interacción positiva está vedada; en estas, otros papeles se ponen en escena y los actores sociales representan otros roles2 . Afirmamos, entonces, que la violencia es el valor predominante de un tipo de relación social y que los sujetos establecen otras relaciones sociales no signadas por este recurso distintivo.

3. Elias en el paravalanchas

Ahora bien, encaramado en lo alto de un paravalanchas en una tribuna argentina, Norbert Elias descubriría cuatro particularidades de la violencia que deseamos señalar.

Primero. No podemos reducir la violencia en el fútbol a las acciones violentas de las "barras bravas". Ante cada hecho de violencia, muchos medios de comunicación y algunos funcionarios públicos ponen en escena un juego de luces y sombras que ilumina las prácticas violentas de unos pocos, culpándolos de las desgracias y desventuras que azotan los estadios, opacando -olvidando con más perversión que ingenuidad- las acciones de otros actores sociales. No pretendemos negar el rol central que tienen las "barras bravas" en el fenómeno violento sino que buscamos, por el contrario, una comprensión más acabada que permita un abordaje profundo de un tema complejo. Sabemos que los miembros de las "barras bravas" son uno de los tantos practicantes de acciones violentas en el mundo del fútbol pero no los únicos. Los policías, los espectadores que no son parte de estos grupos organizados, los periodistas y los jugadores también tienen, en diferentes dimensiones, prácticas violentas.

Segundo. No podemos ubicar a las prácticas violentas en el espacio del "no sentido". Las acciones violentas no son ejemplo de la sinrazón sino el resultado de múltiples causas culturales y sociales. Las prácticas violentas de las "barras" son acciones que los grupos usan para comunicar variados aspectos de su cosmovisión, desde la masculinidad hasta la idealización de un modelo de cuerpo, desde la entereza de espíritu a la resistencia al dolor como valor ontológico. Es así que la violencia tiene sentidos y significados socialmente instituidos. Además, en el interior de estos grupos es la violencia la que ordena las jerarquías, la que establece los sistemas de solidaridad y construye los valores que forman las maneras de ser. Asimismo, la violencia no sólo sirve para establecer lazos entre iguales sino también con aquellos sujetos que están por fuera de los límites de las "barras". Es a partir de la violencia que los miembros de la "barra" establecen relaciones de intercambio con otros sujetos sociales del mundo del fútbol. Hemos sostenido que se conforman identidades comunitarias de tipo violentas pero también, diría Elias, profundamente afectivas.

Tercero. No debemos pensar que las acciones violentas son rasgos característicos de un actor social en particular, representado en los estratos más vulnerables social y económicamente. Es imputar la violencia como un rasgo distintivo de los más pobres. Nuevamente un efecto de luces y sombras ilumina las prácticas de los sujetos más vulnerados, olvidando y dejando a resguardo las acciones de los más poderosos, quienes poseen el dominio de definir qué es violencia y qué no. Una vez más la operación que realiza esa ligazón tiene como objeto imputar la violencia como una particularidad, siempre característica de una minoría lejana, y nunca como una característica que atraviesa todo el tejido social. En Argentina se arrojan piedras desde costosas plateas, adinerados dirigentes de clubes amenazan con armas de fuego a simpatizantes rivales, jugadores y directores técnicos se agreden verbal y físicamente,  y la composición social de las "barras bravas" es sumamente heterogénea, de modo que es un mayúsculo error creer que solo los más pobres son violentos. Los actores sociales que cometen hechos violentos en el mundo del fútbol lo hacen como parte de un entramado social complejo que legitima esas acciones, en esos contextos. Estos actores, en otros contextos, actúan de otras formas, es decir, no es la violencia una particularidad natural sino una acción -legítima y válida- que, usada como recurso social, les permite ubicarse en un determinado espacio social3 .

Cuarto. Siempre hubo violencia en el fútbol pero.... Desde los inicios del fútbol existieron hechos de violencia, pero sin dudas en los últimos cuarenta años el fenómeno se incrementó desde el punto de vista de su densidad. Así, las prácticas violentas ganaron fuerza en los '80 y crecieron en la década del '90. Esta evolución está vinculada a los cambios recientes en nuestra sociedad, dónde observamos que en los últimos años la violencia se encuentra cada vez más legitimada. La educación y el trabajo ya no ordenan el mundo social como antaño y su desvalorización crea las condiciones para la legitimidad de las acciones violentas. El trabajo, la educación, la militancia política, entre otras actividades, generaban redes de pertenencia que integraban a los actores sociales y llenaban los sentidos de pertenencia (Kessler 2004). Estas tramas relacionales, sin desaparecer, perdieron su densidad y dejaron al descubierto un vacío posible de ser cubierto por las acciones violentas y las comunidades que estas generan. Las barras bravas, en ese sentido,generan una comunidad atractiva ante la ausencia de otras grupalidades, y pierden seducción a medida que se encuentran con grupos competidores que puedan saciar los deseos de pertenencia.

4. Con y contra

Teniendo en cuenta estos cuatro puntos para pensar la violencia en la Argentina debemos recorrer -otros- cuatro ejes analíticos finales, que nos permiten pensar con y contra Elias (y sus seguidores de la escuela de Leicester):

Primero. La violencia no es señal de irracionalidad ni de imposibilidad de control de la violencia. Hemos en este trabajo dado cuenta de los sentidos que tienen las prácticas violentas para sus actores y como las mismas se ajustan a esquemas de percepción construidos grupalmente. Nosotros consideramos a la violencia como un recurso que los actores utilizan según los contextos y no una muestra de irracionalidad. Hay sobrados ejemplos de acciones violentas de las "barras" realizadas racionalmente, es decir: con objetivos claros, desarrollos planificados y momentos para actuar y para no actuar claramente establecidos.

Segundo. La violencia en el fútbol argentino no puede ser reducida a las acciones de sólo un grupo social4 . Es común en la Argentina imputar la violencia como un rasgo distintivo de los más pobres, cuestión que como veíamos en el apartado anterior, no tiene ningún asidero. Por otro lado, pero en la misma línea, en las "barras bravas" existe una fuerte heterogeneidad social, económica y cultural. Podríamos decir que la mayoría de los integrantes parecen provenir de sectores populares pero estos conviven con sujetos de sectores medios e incluso, de estratos medio-altos. Por ello, es un mayúsculo error creer que sólo los más pobres son violentos. Como decíamos, en el mundo del fútbol no todos los pobres protagonizan acciones violentas ni todos los que protagonizan acciones violentas son pobres. Aquí, cabría poner en cuestión la premisa eliasiana que explica los desbordes violentos por los desajustes del propio proceso civilizatorio. Cuando un fornido profesional de clase media alta lidera una barra, secundado por un trabajador con familia constituida, o cuando un ferviente creyente y militante político gusta de pelear en su interior, las disputa por el honor nos explican más densamente la cuestión de la violencia que los desacoples en el proceso civilizatorio.

Tercero. Para el caso argentino, el estado débil y la desigualdad de la sociedad pos-salarial (Castel 2012; Kessler 2004) aumentan las "zonas libres" (Archetti 2003) que permiten la emergencia y consolidación de las lógicas violentas del fútbol. En estas zonas la violencia es un recurso que gana preeminencia ante la debilidad de los recursos que antaño, en la sociedad salarial, eran nodales. Así, las nociones de Elias y Dunning (1994) que observan este punto como condición para la existencia de esa violencia en Inglaterra se replican en la sociedad argentina. Las condiciones de desinstitucionalización impiden la interiorización de restricciones para con las emociones.

También podríamos preguntarnos, con Elias, por la emocionalidad comunitaria que se recrea en el entramado de interrelaciones sociales de una "barra brava". Entendiendo que estos grupos conforman espacios de contención en los que sus integrantes encuentran beneficios materiales, simbólicos y afectivos, veríamos que estos grupos pueden ser interpretados como espacios de sociabilidad que regulan emociones y pasiones.

Cuarto. Numerosas formas de violencia que se observan a diestra y siniestra en el mundo del fútbol, pueden ser interpretadas dentro de la noción de lo mimético. Canciones, gritos e insultos juegan en el mundo del fútbol el juego de la mímesis, ya que hacen "cómo si" fuese una batalla, la que no existe realmente. Aunque para los parámetros de nuestra sociedad actual estas formas sean definidas como violentas, el proceso civilizatorio eliasiano se caracteriza por el aumento del control social y auto-control sobre las manifestaciones públicas y personales de una emoción fuerte, en un mundo dónde las crisis ya no generan emociones espontáneas. Las emociones no deben manifestarse exteriormente, objetivamente, ya que cuando eso ocurre las personas dejan de parecer normales. Para ser una persona normal se debe saber cómo manejar esas emociones fuertes y ese control debe ser automático. ¿Podemos pensar el mundo cultural del fútbol argentino, tan impregnado de violencias, al interior de una sociedad que pueda disminuir sus inclinaciones hacia la emoción de tipo serio y amenazador, aumentando la función compensadora de la emoción lúdica, como un "refrescar el espíritu" ante de una vida social ordenada e imperturbable?. Una probable respuesta podría ser que la teoría de Elias y Dunning deja poco espacio para el análisis de las características específicas del fútbol, aún pensándolo como un escenario mimético, que permitan -o no- que se convierta en un espacio agradable al goce y con consentimiento de la sociedad y de nuestra propia conciencia. ¿El goce por la violencia en sí mismo, ya explicado en diversos trabajos, o que produce la obtención de honor, prestigio y prebendas, puede ser explicado solamente a través de lo mimético?  En este sentido, pareciera existir una dimensión de exceso emocional, muchas veces violento y bajo distintas formas, que "excede" en algún sentido los "límites" del control y el autocontrol eliasiano, con condimentos bastante más densos y específicos de su propio entramado,

Bibliografía

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15. Moreira, M.V. 2005 "Trofeos de guerra y hombres de honor", en Alabarces, P. (ed.). Hinchadas, Buenos Aires, Prometeo.         [ Links ]

1Decimos mínimamente ya que el primer ejercicio de reflexión, el que vincula deporte y violencia, podría o debería ser mucho más extenso.

2Recordamos, por su claridad, el caso de un miembro de la hinchada que los sábados hacía de la violencia en los estadios su carta de presentación formal y los domingos era parte de una agrupación católica como los boy scouts.

3Es sumamente relevante exhibir el traspié conceptual de los que transforman a los sujetos que consuman acciones violentas en "violentos". Esta desacertada idea, sustentada en una concepción de la violencia como impulso irracional, impide toda política de prevención acabada al concebir a la violencia como una particularidad ontológica de sujetos que deben ser erradicados. Los que comenten actos violentos son señalados, demonizados, reprimidos y encarcelados, ya que sus acciones son parte de una naturaleza que no pueden cambiar y por ello, no existe prevención posible, solo represión. Eliminar la violencia se transforma así, por ignorancia supina, en la política de eliminación de los "violentos" y no de las causas sociales y culturales que producen el accionar violento. Ni siquiera podríamos pensarlo aquí en términos eliasianos respecto del proceso civilizatorio y sus actores, pues debemos discutir con concepciones biologicistas cuya potencia en tanto concepción, nos retrae a más de cien años atrás.

4La misma crítica se le realizó al trabajo de Dunning en las investigaciones de Armstrong (1998).

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