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Revista del Museo de Antropología

Print version ISSN 1852-060XOn-line version ISSN 1852-4826

Rev. Mus. Antropol. vol.11 no.2 Córdoba Dec. 2018

 

MUSEOLOGIA

Nietzsche, director del Museo Casa Histórica de la Independencia

Nietzsche, director of Museo Casa Histórica de la Independencia

 

Ignacio Fernández del Amo*

 

*Universidad Nacional de Tucumán, Museo Casa Histórica de la Independencia, Tucumán, Argentina. ignaciofamo@yahoo.es

 

Recibido 23-07-2017.
Recibido con correcciones 02-03-2018.
Aceptado 20-112018

 

Resumen

Las ciencias sociales modernas, tal como hoy las conocemos, se constituyeron en la segunda mitad del siglo XIX, guiadas por los postulados del positivismo. En mitad de ese proceso, Nietzsche publicaba el texto "Sobre la utilidad y los inconvenientes de la historia para la vida", en 1874. En él criticaba con dureza a quienes conciben la historia como un artículo de lujo, a quienes creen que el conocimiento nada tiene que ver con la vida y las actividades de los hombres. A cambio, propone tres tipos de historia: la monumental, la anticuaria y la crítica. Este trabajo, más allá de su apariencia de juego de historia simulada, es una exégesis del artículo del filósofo alemán y una invitación a los profesionales de museos, para que reflexionemos sobre la orientación que damos a los museos de historia y evaluemos si nuestras actividades se acercan más al ensimismamiento descomprometido que atacaba Nietzsche o al compromiso con la vida de las personas.

Palabras clave: Nietzsche; Historia; Museo; Utilidad; Humanismo

Abstract

The modern social sciences, as we know them today, were constituted in the second half of the nineteenth century, guided by the postulates of positivism. In the middle of that process, Nietzsche published the text "On the Use and Abuse of History for Life", in 1874. In it, he criticized with hardness to those who conceive History as a luxury article, to those who believe that knowledge has to do nothing with life and the activities of men. On the contrary, he proposes a trinity of methods for history: monumental, antiquarian, and critical. This work, beyond its simulated history game appearance, is an exegesis of the German philosopher's article, and an invitation to museum professionals, so that we reflect on the orientation we give to history museums and evaluate whether our activities are closer to uncompromising self-absorption or commitment to people's lives.

Keywords: Nietzsche; History; Museum; Utility; Humanism

 

No creo que a Nietzsche le interesara dirigir un museo de historia, pero si se viera forzado a ello, es más, si le sentaran en el despacho de dirección del Museo Casa Histórica de la Independencia, es seguro que revolucionaría la forma en que funciona. También es seguro que, para explicar al personal el nuevo rumbo de la institución, acudiría a su texto "Sobre la utilidad y los inconvenientes de la historia para la vida", que publicó en 1874 (Nietzsche, 1999)1.

Al sentarse por primera vez en el sillón, recordaría sus propias palabras cuando afirmaba que "es posible vivir casi desprovisto de todo recuerdo, y hasta vivir contento, como demuestra el animal. Sin embargo, es determinantemente imposible vivir sin olvido". Imagino que le causaría cierta preocupación que su actividad en el museo fuera interpretada como un aporte a "ese daño, esa falencia, ese defecto que es la instrucción histórica". Dedicado a conservar el pasado, a estudiarlo, a difundirlo ocho horas al día, ¿temería perder la capacidad deolvidar, de vivir en el umbral del momento, olvidando todo el pasado? Probablemente se consolaría recordando otro pasaje donde afirmaba que tal vez nuestra valoración de lo histórico es solo un prejuicio occidental, "lo que importa es que logremos avanzar al menos dentro de los límites de estos prejuicios y que no nos quedemos inmóviles. [...] aprender, cada vez con mayor certeza, que la Historia ha de promoverse a favor de la vida".

Se hace necesario aclarar en este punto que nuestro hipotético director identifica el pasado con un lastre aplastante que obstaculiza la marcha de los individuos y de los pueblos con un cúmulo de tragedias e injusticias. Es por eso que su texto comienza envidiando, en cierto modo, a los animales, porque ellos viven "amarrados al poste del instante", solo pendientes de satisfacer sus necesidades vitales, sin melancolía, sin tedio ni dolor. En cambio, afirma que los seres humanos descubrimos muy pronto la expresión "érase una vez", y ese descubrimiento nos cambia para siempre: nos hace vivir atados al pasado. Nietzsche dedicó toda su obra a desentrañar las bases de la Modernidad, puso bajo sospecha cada uno de los valores y presupuestos en los que se apoyaba la sociedad de su tiempo. Por eso no entendía que se rindiera culto a un pasado que, según él, era una sucesión de hechos que habían abocado al hombre a vivir dando la espalda a la vida.

Lo cierto es que no se encontraría con ese tipo de pasado en la exposición del museo. En el actual montaje, como en los anteriores, los historiadores encargados del guión que se despliega en las paredes se vistieron el cómodo traje de la neutralidad. Con ello se evitan excesos patrioteros, impropios de la ciencia, pero también cualquier cuestionamiento al proceso de independencia de las filas patriotas. Tampoco se encontraría el alemán con injusticias, contradicciones o tratos crueles e inhumanos. No se hace tan necesario, entonces, poseer una especial fuerza plástica para "sanar las heridas, recuperar lo perdido, y recomponer desde sí mismo las formas quebrantadas"; no al menos para visitarla Casa Histórica. Otra sería la situación si le hubieran pedido dirigir la exESMA de Buenos Aires, el D2 de Córdoba o cualquier otro sitio de memoria.

Lo primero que haría al ser designado como director es dejar en claro que él no iba a ser cómplice del saber erudito que considera el conocimiento como un superfluo artículo de lujo; diría que las personas sí necesitamos la historia, pero no como adorno sino para ponerla al servicio de la vida, para acrecentar o vivificar nuestras actividades. Vehemente como es él, recalcaría que no la necesitamos "para venerar la vida egoísta, la acción cobarde y malversada". Más de un siglo después, Tzvetan Todorov retoma la reflexión sobre los usos de la historia y reformula la idea afirmando que las ciencias humanas son políticas y las narraciones de los hechos se ponen al servicio de un objetivo que es exterior a los hechos mismos (2013, p. 6). Nuestro director, tan crítico con las estructuras que nos constriñen, no consentiría convertirse en una pieza funcional a los grupos dominantes que necesitan legitimarse con determinadas lecturas del pasado. Así, ordenaría desmontar la exposición de inmediato, sabedor de que la neutralidad es imposible y contribuye además a que los visitantes vean la historia como un artículo de lujo, y se pondría manos a la obra para narrar de nuevo el pasado.

Una vez eliminada la historia aséptica y negacionista de la dimensión oscura del hombre, se pondría a trabajar en un nuevo guión que fuera útil para tres tipos de personas: primero, para el individuo que se apropia de la historia en la medida en que es un ser activo y persigue un objetivo; segundo, para quien preserva y venera lo que han hecho sus ancestros; y tercero, para el que sufre y tiene necesidad de una liberación. En "Sobre la utilidad y los inconvenientes..." propuso una especie de historia para cada tipo de persona: la monumental para el primero, la anticuaria para el segundo y la crítica para el tercero.

Una historia monumental para quienes libran grandes luchas

En primer lugar, consideraría "al hombre de acción, al poderoso, al que desata una gran lucha y necesita modelos, maestros y confortadores que no halla en su entorno ni en su época". El museo es especialmente apto para cumplir este objetivo pues no faltaron grandes hombres en los que inspirarse en los años en los que se luchaba por la independencia de la Corona española. Belgrano, por ejemplo, desobedeció las órdenes de Rivadavia, y en lugar de retroceder hasta Córdoba, organizó el éxodo jujeño y dio batalla a los realistas en Tucumán. O San Martín, que se fijó como meta la libertad de todos los pueblos del continente, huyó de la resignación y utilizó la historia de los revolucionarios franceses como remedio contra la historia de subyugación americana. En su exposición renovada, Nietzsche dedicaría una sección a transmitir la idea de que "los grandes momentos en la lucha de los individuos forman una cadena" que se continúa a través de los milenios como crestas de una cordillera. Cada gran hombre actuó sabedor de que no era el primero, que los éxitos pasados avalaban sus posibilidades presentes. Porque, para el alemán, la fe en la humanidad es una exigencia de la historia monumental.

Y, sin embargo, devenido en director de este museo, no podría obviar que para desplegar una historia monumental en las paredes tendría que dejar de lado muchas diferencias para resaltar el efecto vigoroso de los hechos pasados; tendría que recortar líneas relevantes del pasado en beneficio de la homología. Nietzsche sabe que la historia monumental sacrifica las particularidades para, en detrimento de las causas, presentar los efectos como monumentales. Y cuando se presentan solo efectos para que sirvan de incentivo y modelo a los hombres vigorosos, el pasado se distorsiona, se embellece y se parece más a una invención poética que a un texto historiográfico. Todorov (2013) abordó el mismo tema desde otra dimensión. En primer lugar, advierte que los discursos centrados en la figura de los bienhechores tienden a sacralizarse. La sacralización es, por principio, una prohibición de tocar, una supresión de los contextos, de las explicaciones, de las relativizaciones. Lo sagrado debe presentarse siempre como absoluto e incomparable. En segundo lugar, sostiene que no hay nada heroico en el hecho de admirar a héroes universalmente reconocidos, porque la única manera de transformar a los individuos o a los pueblos es haciéndoles reconocer y combatir el mal que hay en ellos mismos. "Dar ejemplo moral nunca ha sido un acto moral", sentencia (2013, p. 14).

Llegamos aquí a un tema conflictivo, porque Nietzsche replicaría a Todorov que la historia monumental está pensada para servir a los hombres de acción, no a la sociedad entera. Recordaría que él dejó claro en su texto que el común de las personas no está imbuido de este espíritu de acción y que es más bien un obstáculo para los primeros. En su texto de 1874 escribió que, quien ha aprendido a reconocer el componente modélico de este tipo de historia, "sufre al ver cómo los curiosos viajeros y meticulosos micrólogos trepan por las pirámides de grandes épocas pasadas. Donde descubre incentivos de imitación y mejoramiento no desea encontrarse con el ocioso que, sediento de distracción o de sensaciones, deambula en estos lugares como entre los tesoros acumulados en una galería de arte. [...] Los ociosos son débiles y desesperanzados que aparentan ser activos cuando en realidad no son más que agitados y gesticulantes". Lejos han quedado los tiempos en que los museos daban la bienvenida solo a un reducido grupo de personas de bien, de prohombres a los que se suponía la capacidad para aprender del ejemplo de las glorias pasadas con la mera contemplación. Para dirigir la Casa Histórica en el siglo XXI no le quedaría otro remedio que ofrecer algo a "esos ociosos". Quizás la historia anticuaria fuera la solución.

 

Una historia anticuaria para construir una nación

Porque la historia pertenece también a quien la preserva y la venera, a quien mira con amor el mundo donde se ha formado y quiere preservarlo para las generaciones futuras. La historia anticuaria sirve a la vida ligando a las personas a su tierra, a sus costumbres, a sus estirpes; da estabilidad a las sociedades y las disuade de buscar tierras extrañas donde reinventarse. Podría pensarse que quien se apropia de la historia en este sentido es un obstinado y un ignorante, pero son peores los destinos de los pueblos que se entregan de forma desenfrenada a la búsqueda de aventuras cosmopolitas, a la caza de lo nuevo y siempre lo más nuevo. Parece un enfoque sensato para un museo radicado en un país donde muchos habitantes siguen sosteniendo que los argentinos de verdad son los de procedencia europea, los que trajeron la civilización a un desierto que debía ser conquistado.

El Museo Casa Histórica de la Independencia tiene la misión de comunicar el proceso histórico que desembocó en la declaración de la independencia de la actual República Argentina, esto es, contar cómo un pueblo decidió embarcarse hacia algo nuevo, pero también quiere dar cuenta de cuáles son las bases sobre las que se construyó la nación, las que dan sentido a la nación actual. Nadie mejor que Nietzsche para medir las posibilidades y los riesgos de la mirada anticuaria. Bien usada, ayuda a crear una conciencia de grupo. Por el contrario, si se abusa de ella limita el campo de visión, "soslaya la mayoría de las cosas y lo poco que percibe lo percibe desde demasiado cerca y de manera demasiado aislada"; recupera y venera sin escala de valores, considera todo igual de importante.

Cuando se inició el proceso revolucionario no existía un concepto de nación. El Virreinato del Río de la Plata tenía muy pocos años de vida (poco más de treinta) así que los habitantes se identificaban solo con su entorno, a lo sumo con los vecinos de la ciudad de cabecera, no con las pretendidas Provincias Unidas de Sud América. Es por eso que las primeras décadas desde que se declaró la independencia se centraron en limar asperezas, superar desconfianzas y dar forma a la actual República Argentina. Las tensiones entre lo nuevo y lo preexistente, la aspiración de poblar el territorio con europeos (idealmente con germanos y anglosajones) sin perder las raíces criollas, fue la principal preocupación de la generación del 37, de Alberdi o Sarmiento, y sigue siendo hoy un asunto a resolver. Imagino que Nietzsche aportaría a la resolución de esas tensiones. Advertiría que, si la Casa Histórica solo rindiera culto a lo que sucedió hace doscientos años, si sacralizara la cultura criolla o el catolicismo de los congresales, estaría cristalizando la cultura argentina, momificándola, e impediría la vida presente. Un área de investigación convertida en consejo de eruditos anticuarios se ahogaría en su propia autosatisfacción egoísta y complaciente, y envolvería el museo en el olor de lo rancio.

La historia anticuaria mal entendida impide optar por lo nuevo, ataca al hombre de acción acusándolo de sacrílego y de atacar las veneradas raíces de su pueblo. Considera que lo que ha envejecido debe ser inmortal e inalterable. Pero, "[c] cuando el sentido de un pueblo se endurece de tal manera, cuando la Historia sirve a la vida del pasado hasta el punto de momificarla antes de conservarla, el árbol comienza entonces a morirse de un modo innatural, descendiendo de la corona a las raíces hasta que, en la mayoría de los casos, también estas terminan por perecer". Si tenemos en cuenta todo lo que la antigüedad ha acumulado a lo largo de su existencia - costumbres, creencias religiosas, privilegios políticos- la piedad y veneración de quienes la defienden parecerá arrogante e incluso perversa. Cuando Nietzsche ataca los malos usos de la historia anticuaria, está pensando en la corriente positivista que rechaza toda teleología, se niega a ser juez y se limita a acumular datos sin consecuencias. Cuando el positivismo impuso a las ciencias sociales los postulados de las naturales, condenó a los historiadores al nihilismo, a describir y constatar (Frey, 2015).

Los pensadores norteamericanos hicieron una lectura distinta del uso de la historia anticuaria para la vida: la emplearon para constituir una religión civil. Tomemos como ejemplo las palabras de Charles Edward Merriam, que fue consejero de los presidentes estadounidenses Hoover y Roosevelt. En su libro The Making of Citizens (citado por Tilden, 1977, p. 12), declaraba:

El objetivo subyacente es establecer un grupo de los vivos, los muertos y los que aún no han nacido, un grupo en el que el individuo se reconozca como parte y al que esté contento de pertenecer como miembro, y en virtud de ello, un individuo de importancia no significativa en el mundo. Comparte todas las grandes victorias del grupo; todos los grandes hombres son sus compañeros y lazos del grupo; todos los dolores son por la construcción del grupo; todas sus esperanzas y sus sueños, los realizados y los frustrados por igual, son suyos. Y así llega a ser, aunque de condición humilde, un gran hombre, un miembro de un gran grupo, y su vida humilde queda teñida por una gloria que de otra manera nunca podría alcanzar. Cada individuo es alzado por encima y más allá de sí mismo a mundos superiores en los que camina con sus ancestros, miembro de un grupo ilustre cuya sangre corre por sus venas y cuya reputación defiende con orgullo.

No creo que Nietzsche secundara la propuesta porque, aunque la religión civil sirve a los pueblos para construir un proyecto de nación, no deja de ser una religión que sacraliza determinados conceptos y condena a quienes osen criticarlos. Nietzsche piensa en los individuos y a ellos les habla para que se libren de las cadenas culturales que los mantienen esclavizados.

Una historia crítica para condenar las injusticias

Finalmente, si Nietzsche dirigiera el Museo Casa Histórica de la Independencia, atendería a los que sufren y tienen necesidad de una liberación. Es decir, procuraría incluir la dimensión de la historia crítica en la exposición o en las actividades que programara. En "Sobre la utilidad y los inconvenientes..." escribía: "Para poder vivir, ha de tener la fuerza de quebrar y disolver una parte de su pasado: esto lo logra arrastrando ese pasado ante la justicia, con el objetivo de someterlo a un interrogatorio minucioso y poder condenarlo finalmente". Su posición se aleja drásticamente de la más extendida actualmente, que es deudora de las tesis de Hegel. Refranes todavía en uso como "La verdad es hija del tiempo" o "El tiempo pone a cada uno en su lugar", se relacionan con la idea hegeliana de que la historia universal es el jurado de lo real. Para el filósofo idealista, la realidad es una entidad metafísica en continuo cambio, cambio provocado por el permanente encuentro de fuerzas históricas que se confrontan de forma dialéctica. Las personas, atrapadas en dicho cambio, no pueden hacer nada para dominarlo, sino que se ven impelidas a seguir su mismo curso. Para Hegel, todos estamos sometidos al espíritu de nuestra época. Nietzsche se rebeló contra esa teoría y sostuvo que la historia no es una entidad que sobrevuele por encima de las personas, sino que, al contrario, los hombres tienen la capacidad de juzgar la historia. Si el pasado le resulta útil para la vida, lo usará, pero si cree que lo encadena o le obliga a vivir en un mundo de injusticias heredadas, entonces "se desentierran las raíces con un cuchillo y se desdeñan cruelmente las tradiciones" sin ningún tipo de clemencia.

Puede parecer que este tipo de historia no tiene cabida en un museo nacional dedicado a difundir el proceso de independencia de un país, pero hay al menos un precedente. En el Museo de la Independencia - Casa del Florero de Colombia, se realizó en 2013 una exposición temporal que conmemoraba la llamada Campaña Admirable de Bolívar. Dentro de la exposición se dispuso un dispositivo donde se planteaba la siguiente cuestión a los visitantes:

Nuestras exposiciones se construyen con la participación del público. Un visitante reflexionó sobre el papel de la Corte Penal Internacional (un organismo creado en 1998 para juzgar los crímenes de guerra actuales) y la acción de Bolívar en 1813, y se planteó la siguiente pregunta: ¿Por su declaratoria de Guerra a Muerte, Bolívar merece ir a la Corte Penal Internacional? ¿Usted qué opina?

El museo puso a disposición de los visitantes unos post-it para que dijera si merecía o no merecía ser juzgado2.

No he mencionado hasta ahora la parte del texto en la que Nietzsche se refiere al modo no-histórico de vivir; sí dije que él concibe el pasado como una carga aplastante que le dificulta al hombre vivir, y que es imposible ser feliz si no se sabe olvidar. Cuando explica qué es el modo no-histórico lo compara con el eterno presente en que viven los animales. Estos solo actúan de acuerdo a sus necesidades presentes, sin dejarse subyugar por errores o injusticias pasadas. Lo ahistórico sería como una atmósfera protectora que permite germinar la vida. Es más, señala que los grandes hombres son los que han sido capaces de actuar de ese modo, los suficientemente fuertes para utilizar el pasado en beneficio de la vida y por un momento olvidarlo para lanzarse hacia su objetivo. Este inciso era necesario para entender a nuestro Nietzsche director cuando explique la inclusión de la historia crítica en el museo. Porque, aunque la vida requiere olvidar, a veces exige un "aniquilamiento temporal del mismo" para darse cuenta de lo injusta que es la existencia de algo (privilegios, dinastías) y hasta qué punto esas cosas deben perecer. Si un museo no puede (o no debe) olvidar, hagamos que el recuerdo sirva para llevar a la justicia determinados elementos del pasado y cortemos de raíz las injusticias que enferman a la sociedad.

Como en los modos anteriores, el monumental y el anticuario, advertiría también sobre los peligros de un exceso de crítica. Un pueblo no puede cortar todas sus raíces, no puede renegar de su herencia porque, lo quiera o no, es el resultado de generaciones anteriores. Se pueden condenar una o cien aberraciones, pero no se puede pretender no ser heredero de quienes las cometieron. Y haría un último apunte, pero de gran interés para definir el rumbo del museo: ver de forma demasiado crítica la historia puede llevar a un antagonismo entre la cultura ancestral y los nuevos hábitos que se quieren imponer. Cuando un pueblo se propone una segunda naturaleza a costa de cercenar la primera no solo puede quedar sin raíces, además descubrirá que las segundas naturalezas son generalmente más débiles que

2La exposición se tituló "Campaña Admirable y Guerra a Muerte. 200 años". Quiero agradecer a Iván Andrés Sierra Salcedo, del área de investigación del Museo de la Independencia - Casa del Florero, por haberme facilitado el informe de la exposición.

las primeras. "Pero aquí y allá se ha podido obtener la victoria, y hasta les aguarda un singular consuelo a quienes luchan y se sirven de la historia crítica para vivir: la certeza de que esta primera naturaleza fue una vez segunda naturaleza y que toda segunda naturaleza triunfante se convierte nuevamente en primera". La cultura colonial fue segunda naturaleza impuesta por los colonizadores, pero acabó convirtiéndose en primera y sustituida a su vez por otra que será combatida en el futuro. Y, con todo, se pueden rastrear trazos de todas ellas hoy en día.

Conclusión

"Tanto la perspectiva histórica como la no histórica son necesarias para preservar la salud de un individuo, de un pueblo, de una cultura". La vida y la felicidad dependen de saber olvidar y recordar en el momento justo. De los tres tipos de historia que distingue el alemán en esta suerte de cuaderno de bitácora para dirigir un museo de historia, ninguno puede dominar sobre los otros y todos deben estar presentes en la vida del museo. Si solo se destacan los hechos protagonizados por los grandes hombres del pasado -si solo se expone una colección de efectos sin causas-, el pasado sufre y puede llevar a los hombres del presente a actuar de forma temeraria por no conocer suficientemente los contextos en que se produjeron los hechos. Y si esa falta de contexto es peligrosa para los hombres de acción, imaginemos "¡cuánto más nefasto será su impacto si se sirven y apoderan de ella los frágiles y perezosos!". Si solo se preserva el pasado como haría un anticuario, se petrifica la vida presente y se la ataca con hostilidad. La historia anticuaria "solo entiende de la preservación de la vida, no de su creación". Finalmente, no se puede condenar todo el pasado, no puede pretender cada generación empezar de cero pues, buenos o malos, debemos lo que somos a nuestros ancestros.

Los museos de historia pueden servir a la vida siguiendo el modelo que propone Nietzsche en esta Segunda intempestiva, pueden aportar la necesaria perspectiva histórica, pero también pueden enseñar a actuar desde el olvido. Los museos tienen en su mano los recursos para mostrar cómo todos los individuos y todos los pueblos y que nos han precedido tuvieron que olvidar la mayoría de las cosas para poder realizar una. "Ningún general [ha debido obtener] su victoria y ningún pueblo su libertad sin haberlo deseado previamente de modo no histórico". "Actúan injustamente respecto de lo que han dejado atrás y solo reconocen un derecho, el derecho de aquello que ha de ser ahora".

San Miguel de Tucumán, 4 de julio de 2017

Notas

1. Por la naturaleza de mi texto, no incluiré referencias a las páginas de las que he extraído las citas textuales de Nietzsche.

Bibliografía

1. Frey, H. (2015). Nietzsche: la memoria, la historia: la Segunda intempestiva entre la crítica al historicismo y la negación de la filosofía de la historia. Cuicuilco, 22, 64. Recuperado de http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid =S0185-16592015000300014
2.         [ Links ] Nietzsche, F. (2006). Segunda consideración intempestiva. Sobre la utilidad y los inconvenientes de la Historia para la vida. Buenos Aires: Libros del Zorzal.         [ Links ]
3. Tilden, F. ([1957] 1977). Interpreting our Heritage.Chapel Hill: University of North Carolina Press.         [ Links ]
4. Todorov, T. (2013). Los usos de la memoria. Memoria (Revista sobre Cultura, Democracia y Derechos Humanos), 10, 1-17.         [ Links ]

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