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Revista del Museo de Antropología

Print version ISSN 1852-060XOn-line version ISSN 1852-4826

Rev. Mus. Antropol. vol.13 no.2 Córdoba Aug. 2020

http://dx.doi.org/https://doi.org/10.31048/1852.4826.v13.n2.27968 

RESEÑA ANTROPOLOGIA SOCIAL

DOI: https://doi.org/10.31048/1852.4826.v13.n2.27968

La folie arctique. Pierre Déléage. Bruselas: Zones sensibles (2017), 102 pp. ISBN 978-293- 0601-26-7

Diego Villar*

*IICS CONICET-UCA. E-mail: dvillar@conicet.gov.ar

Recibido 18-03-2020.

Aceptado 23-07-2020

Por el interés del personaje, por la riqueza de los datos y por el empático retrato en claroscuro de un destino trágico, este breve libro es de aquellos que se lee de un tirón en una sola tarde. Felizmente despojada de “marco teórico”, la prosa cristalina de Pierre Déléage no subestima la inteligencia del lector y evoca de forma admirable la historia de Émile-Fortune Petitot, un misionero francés que trabajó largo tiempo entre los déné e inuit del Ártico canadiense y terminó su vida completamente trastornado. El actual río Petitot fue bautizado obviamente en su honor y, en 2001, el cineasta Tom Shandel produjo –y protagonizó– el documental I, Émile Petitot - Arctic Explorer and Missionary.

Petitot nació en 1838 en una familia católica de clase media. Desde pequeño, se vio fascinado por los relatos de aventuras de los viajeros y exploradores que recorrían tierras lejanas. A los diecisiete años tomó los hábitos en la congregación de los Oblatos de María Inmaculada. En 1862 fue ordenado sacerdote y, ese mismo año, embarcó hacia Canadá para instalarse durante casi un cuarto de siglo en la misión de Fort Good Hope, en la región de Tuktut Nogait. Allí concilió la tarea apostólica con su vocación científica. Consagrado como lingüista (por su extenso diccionario déné-dindjié), como etnógrafo (por sus trabajos sobre los inuit septentrionales o sus extensas –e ilegibles– recopilaciones de textos nativos con traducciones literales) y también como geógrafo (por sus mapas de áreas hasta entonces desconocidas del Ártico), disfrutó de un cierto reconocimiento en los círculos científicos y académicos al regresar a Francia a mediados de la década de 1870. (Déléage, incluso, sugiere que Petitot fue una suerte de precursor olvidado de la prestigiosa escuela boasiana e incluso de toda la antropología lingüística.) En 1875 participó del primer congreso internacional de americanistas celebrado en Nancy, donde polemizó públicamente con el filólogo León de Rosny. Este último sostenía el origen autóctono de la escritura iroquesa por su carácter logográfico (un signo por cada palabra) y no fonético (un signo por cada sonido), en tanto Petitot veía en la misma un mero subproducto de la evangelización. Luego volvió a Canadá para trabajar en el Great Slave Lake hasta 1882, tras lo cual pasó más de un año recluido en una institución psiquiátrica de Montreal.

Para comprender la deriva del hasta entonces respetado Petitot hacia la locura y el descrédito, Déléage investiga tanto su aporte científico como las paradojas de su personalidad. Perdido a media agua entre las lógicas aparentemente opuestas del cristianismo y el paganismo, dividido –como acaso todo etnógrafo– entre el rechazo a una cultura extraña y la pulsión incontenible de entregarse a ella, la larga noche ártica lo convence gradualmente de que los déné descienden de los hebreos del Antiguo Testamento. Incluso confecciona una abultada lista de convergencias fisonómicas, lingüísticas, tecnológicas y religiosas entre ambos pueblos entre las cuales destaca, por sobre todo, la costumbre de la circuncisión. Pero la locura profética no se limita a esa epifanía insospechada. De a poco, imperceptiblemente, el delirio se infiltra en (¿o se origina por?) la propia miseria biográfica: aislado en sus tribulaciones persecutorias, perseguido por una culpa implacable, atormentado por su propia homosexualidad pero a la vez sorprendido por la tolerancia indígena ante la misma, el misionero que por momentos se cree un dené y en otros nada menos que el Anticristo termina auto-circuncidándose para reprimir (o expiar) sus propias pulsiones –o acaso para iniciarse persiguiendo una turbia identificación con ese pueblo que su vocación lo manda a redimir pero al fin y al cabo lo acepta tal como es. En lugar de evangelizar a los déné, Petitot trata de convertirse en una especie de judío ártico: cuando los nativos se niegan a circuncidarlo lo hace él mismo, desesperado, y distribuye entre los perplejos neófitos sus mutilados pedazos de carne.

El final crepuscular es tan melancólico como previsible. Repatriado finalmente a Francia, Petitot es nombrado párroco de Mareuil-lès-Meaux, una pequeña diócesis cercana a París. En 1886 lo relevan de sus votos oblatos y jamás concreta su anhelado retorno a Canadá. Lejos de la alucinante inspiración de la noche ártica muere en soledad treinta años después, sin jamás volver a escribir.

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