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Revista del Museo de Antropología

versión impresa ISSN 1852-060Xversión On-line ISSN 1852-4826

Rev. Mus. Antropol. vol.14 no.1 Córdoba abr. 2021

http://dx.doi.org/http://doi.org/10.31048/1852.4826.v14.n1.25518 

ARQUEOLOGÍA

DOI: http://doi.org/10.31048/1852.4826.v14.n1.25518

“Caminante no hay camino, se hace arqueología al andar”: reflexiones en torno a una arqueología política

“There is no way to walk, archaeology is made when walking”: reflections on a political archaeology

Ezequiel Gilardenghi*

*CONICET, Centro de investigación y transferencia de Catamarca, Catamarca, Argentina. E-mail: bubalev@hotmail.com

Recibido 01-12-2019

Recibido con correcciones 27-07-2020

Aceptado 06-08-2020

“La arqueología siempre ha sido política, nunca fue antipolítica o antisocial (aunque sus practicantes lo hayan sido)” Joe Watkins, arqueólogo.

Resumen
Este trabajo plantea una serie de preguntas tendientes a discutir los valores y normas impuestas en la arqueología argentina, por ejemplo ¿Es posible cambiar nuestras prácticas?,¿De qué modo podemos democratizar y diversificar la arqueología?,¿Desde dónde y cómo hacerlo? La arqueología, en nuestro país, esta demarcada por las exigencias académicas, las cuales definen el tipo de ciencia que llevamos adelante, desde como publicamos hasta cual es el objeto de estudio de la arqueología, pasando por las relaciones dentro de los equipos de investigación. En consonancia con esto, todo aquello (prácticas, metodologías, marcos teóricos, etc.) que caiga fuera de esa orbita predefinida es, muchas veces, cuestionado e ignorado. A partir de la enumeración y descripción de diversas situaciones, bosquejo, lo que para mí es la arqueología en nuestro país. Finalmente, ejemplifico con diferentes casos, como es posible una visión innovadora que subvierta las características de la actual arqueología argentina, al mismo tiempo propongo el concepto de anarco-epistemología para enfrentar al disciplinamiento del que somos parte.

Palabras claves: Arqueología; Praxis; Academia; Ciencia; Subvertir

Abstract
This work raises a series of questions aimed at discussing the values and norms imposed on Argentine archeology, such as: is it possible to change our practices? How can we democratize and diversify archaeology? How should changes be introduced and from what perspective? Archaeology, in our country, is constrained by academic requirements, which define the type of science we carry out, from how we should publish to what is the object of studying archaeology, through the relationships within research teams. In line with this/Accordingly, everything (practices, methodologies, theoretical frameworks, etc.) that falls outside that predefined orbit/area/arena is often questioned and ignored. From the enumeration and description of various situations, I outline what I consider archaeology in our country. Finally, I illustrate a possible innovative vision that subverts the characteristics of current Argentine archaeology. In addition, I propose/put forward the concept of anarcho-epistemology to face the discipline to which we belong.

Keywords: Archaeology; Praxis; Academy; Science; Subvert

Introducción

Este estudio comienza y termina con una afirmación: La arqueología, como toda ciencia, es política. Como tal, debemos entender los efectos de nuestras acciones (y de nuestra disciplina) en la vida de la gente e, incluso, de nosotros mismos (Zimmerman 1989). Partiendo de la anterior afirmación, busco indagar y reflexionar, desde una mirada subjetiva basada en mi experiencia personal como arqueólogo, los límites y posibilidades de llevar adelante una arqueología diferente a la que estamos acostumbrados. Esta práctica, en tanto disciplina académica, ve limitado su desarrollo por fuera de las exigencias que impone el sistema, quién nos disciplina de diversos modos (Haber 2016) ¿Es posible, entonces, llevar adelante una arqueología sin reproducir estas prácticas? ¿es la academia quien delimita la circunscripción de nuestra ciencia? ¿son estos límites abiertos o cerrados? ¿Es posible una arqueología por fuera de la arqueología? Pero entonces ¿Qué es hacer arqueología?

Este trabajo se divide en tres partes, la primera es una reflexión de las ideas y conceptos que guían a la práctica arqueológica actual en la República Argentina. La segunda parte posee ejemplos de situaciones que he vivido en primera persona en diferentes momentos de mi vida académica (durante la carrera, en congresos, etc.) que refuerzan aquellas ideas a las cuales me referí en el primer apartado. Por último, expongo algunos ejemplos de lo que creo, son formas de desafiar al sistema, estrategias para el cuestionamiento grupal e individual. En estas se entremezclan cuestiones metodológicas, teóricas y relacionales, pero todas con el mismo fin: desarrollar una “arqueología fuera de la arqueología”.

Antes de continuar quisiera realizar una pequeña pero necesaria aclaración. Este trabajo es un posicionamiento individual, basado en mis experiencias dentro del campo académico de la arqueología, las cuales no agotan todas las experiencias posibles y diversas que cada persona puede haber transitado en el mismo ámbito que yo. Es, también, una experiencia situada. Los contextos en los cuales se enmarcan dichas vivencias son dos: mi etapa de grado en la Universidad de Buenos Aires y mi etapa de posgrado en el Centro de Investigación y Transferencia de Catamarca (lugar donde resido actualmente). Si bien a lo largo del país las prácticas son diversas y están moldeadas por historias institucionales diferentes, contextos sociopolíticos determinados y momentos económicos variados, percibo algunas similitudes que tienen que ver con los requerimientos académicos. No pretendo realizar una generalización a nivel nacional, no obstante, luego de haber participado de diversas reuniones científicas y trabajos de investigación en diferentes partes del país creo que pueden trazarse algunas líneas en común. Mi opinión, expresada a lo largo del texto, no pretende de ninguna manera dar cuenta de todas las arqueologías posibles a lo largo y ancho de nuestro territorio. Asimismo, reconozco que existen equipos de investigación, graduados y estudiantes que hacen todo lo contrario a lo que mis criticas refieren. Finalmente, todas mis preguntas, críticas y dudas respecto al sistema también son un interrogante para mí mismo que, en no pocas ocasiones, me he encontrado reproduciendo algunas de las situaciones que describiré más adelante.

Arqueología ¿qué y para qué?

La arqueología argentina está definida por las exigencias que impone un sistema científico-académico, éste responde a las exigencias de diversas instituciones públicas, entre las que se destacan el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y las Universidades Nacionales. Dependiendo a que organismo pertenezca cada investigador, son ellas quienes determinan lo que es cuantificable y como se cuantifica. Dichas instituciones regulan cuanto “vale” un trabajo en tal o cuál revista, una presentación en un congreso o una estancia de investigación en otro país, así como la estructura que deben tener los informes de investigación y los requisitos que debe presentar un investigador para perpetuarse en el sistema. Por otro lado, es en estos espacios que uno puede asegurarse un puesto en la carrera de investigación. Cabe destacar que muchos investigadores e investigadoras complementan el trabajo en investigación con la docencia universitaria. Por todo esto, gran parte de lo que hacemos, y como lo hacemos, está estrechamente vinculado con las exigencias del sistema académico o, mejor dicho, de las instituciones que lo regulan.

Si bien existen diversas definiciones respecto al objeto de estudio de la arqueología, la más usual de ellas, propuesta desde una postura procesual y desde un contexto imperialista, es que “…estudia las sociedades del pasado a través de sus restos materiales…” (Renfrew y Bahn 2011, para una discusión de dicha definición ver Haber 1999). La definición de arqueología no es completamente consensuada y en la actualidad se sigue debatiendo al respecto, no obstante la arqueología suele relacionarse con el pasado (dentro y fuera de los círculos académicos).Si bien esta afirmación pueda parecer inocua y simplemente descriptiva del objeto de estudio de nuestra disciplina, no lo es, una de sus tantas consecuencias, es relegar a la gente con que trabajamos y a su cultura a algo segregado del presente (Gnecco 2011), con la consecuente despolitización que esto acarrea. Cabe destacar que el mecanismo a través del cual se despolitiza es, en sí mismo, político, cómo toda práctica que acarrea consecuencias en la realidad. Todo lo anterior no niega que existan otras definiciones respecto a cuál es el objeto de estudio de la arqueología, discutiendo la idea de un único pasado y de la influencia de la arqueología en el presente (Funari 2003, Kalazich 2005, Shanks y Tilley 1987, Zimmerman 2005, citados en este trabajo). Asimismo, en los planes de estudios de diferentes universidades del país existen materias que profundizan en dicha discusión, generando espacios de reflexión y debate. No obstante, insisto en que son excepciones y no la norma en la arqueología de nuestro país, un ejemplo de esto puede verse en los simposios del XX Congreso Nacional de Arqueología Argentina, que se desarrolló en la ciudad de Córdoba durante Julio de 2019. En dicha reunión científica se presentaron 48 simposios o mesas de trabajo, de estos, 9 de ellos presentan en su título la posibilidad de encontrar estudios contemporáneos en arqueología. Con estudios contemporáneos me refiero a aquellos que no ponen el foco en el estudio del pasado, sino que contemplan al presente como momento plausible de estudiar a través de la arqueología. El resto de los simposios respetaron la idea del tipo de arqueología que pretendo presentar en este trabajo, con especial énfasis en el estudio del pasado. Si bien un análisis de los simposios y las ponencias se nos presenta como una interesante posibilidad de análisis para un trabajo en sí mismo, no me explayaré más aquí debido a cuestiones de espacio, pero invito a los lectores a que repasen el programa de dicho congreso y saquen sus propias conclusiones.

Volviendo a la definición de la arqueología ¿qué pasado es el que se construye y que se comprende como objeto de estudio? Es un pasado lejano, tanto temporal como espacialmente, esta lejanía le otorga a la disciplina un velo de exotismo, cuanto más atrás en el tiempo más arqueológico es lo que hacemos. Por el contrario, cuanto más cerca del presente menos valida es nuestra arqueología. Quienes estudien temas relacionados a arqueología histórica entenderán mi punto de vista. Aunque no es el pensamiento general, en varias ocasiones he oído a arqueólogos y arqueólogas enunciar sutilmente que la arqueología histórica es menos arqueológica por el objeto de estudio que aborda, al tratarse de un pasado cercano en el tiempo. Alejandro Haber, en su trabajo sobre la relación entre la arqueología y la época colonial en el NOA, enuncia que existe una ruptura esencial entre la arqueología y la historia. La completa autonomía del objeto arqueológico genera una construcción del mismo en tanto cosa material en contraposición al objeto histórico en tanto texto escrito (Haber 1999). De esta manera arqueología e historia se ocupan de ámbitos esencialmente diferentes, la historia es para la arqueología materia fuera de lugar (Haber 1999). En la misma línea, ha habido discusiones respecto a cómo llamarla, proponiendo denominaciones como “arqueología de momentos históricos” o “arqueología histórica”, como si el sustantivo arqueología no fuera suficiente y fuera necesario adjetivarlo con una palabra que demarque su objeto de estudio (ver Goñi y Madrid 1998). Pensemos en si alguna vez llamamos “arqueología cerámica” o “arqueología holocenica media” a lo que hacemos. Esto acarreo que quienes desearan publicar trabajos de “arqueología histórica” en revistas “prehistóricas” vieran sus trabajos rechazados por no continuar la línea editorial de la misma generando que debieran abrir sus propios nichos de reproducción simbólica del conocimiento al negársele la entrada a otros espacios. Hacer arqueología es, en nuestra disciplina, validar lo extraño, tanto por su distanciamiento del presente como por el distanciamiento geográfico de las áreas en que trabajamos, la arqueología se ha dedicado principalmente a obtener conocimiento de los tiempos pre-históricos manifestándose una marcada diferencia entre el pasado cognoscible (donde existen fuentes escritas, esfera de la historia) y el pasado incognoscible o arqueológico, validado por una visión exótica desde lo disciplinar (Haber 2016).

El conocimiento del pasado (y su interpretación) suele estar vedado para quienes no son especialistas (Zimmerman 1989), es aquí que “los guardianes de la verdad”, o sea los arqueólogos, solemos exponer nuestra visión científica, objetiva, positivista y occidental. No es, solamente, lo que se estudia, sino como se lo estudia, el pasado es algo lejano: trabajamos con materiales del pasado, no vivimos ese pasado, separamos sujeto y objeto, nuestra mente científica (el sujeto) es autónoma, independiente de aquello que deseamos conocer (el objeto), esto es así debido a que en nuestra lógica empírica necesitamos esta estructura para conocer la verdad (Kurkiala 2002). En diversas ocasiones, objetivamos el pasado como algo que ya ocurrió, como algo ya consumado y que no podemos cambiar, como “fenómeno” que solo puede conocerse y explicarse parcialmente, idealizamos una interpretación objetiva de los hechos, la cual no tiene peso en el “presente”. Vale destacar que, en la actualidad, tanto en nuestro país como en el exterior, existen equipos de investigación que trabajan desde una mirada crítica a estas prácticas.

Describimos, analizamos, categorizamos y ordenamos y, de vez en cuando, realizamos interpretaciones que sean “disruptivas”, osadas. Ahora bien, éstas son siempre de procesos que no podemos modificar porque ya no son. Esta temporalidad arqueológica (respecto a que es y que no es el pasado) es parcial, creada desde el status quo e impuesta, en ocasiones, con una dosis de violencia a través de museos, currículas escolares y celebraciones (Gnecco 2011) así como a través de ámbitos académicos, organismos de investigación y reuniones disciplinares. Si bien Gnecco (2011) se refiere a esta imposición desde los reductos científicos y estatales hacía los pueblos indígenas, esta lógica también se impuso dentro de la disciplina y los profesionales, quienes debemos acatar lo que el pasado es y el modo de acercarnos a él. Esta separación de nuestro objeto de estudio (pensarlo en el pasado como algo que ya no es) limita el modo en que lo conectamos con el presente; es a lo sumo un antecedente del ahora, una anticipación de lo que vivimos, una mera explicación de porqué hoy, las cosas son como son. De este modo, el pasado y la interpretación que hacemos de él, no tiene significativas consecuencias en el presente, no es políticamente relevante y, por ende, no necesitamos tomar una posición política explicita. Si no podemos cambiar lo que ya pasó (y esto es lo que estudiamos) incorporamos una visión estática de las implicancias que nuestro trabajo tiene.

La arqueología se vuelve importante en el presente para conocer el pasado, para describirlo, no importa “lo político” en algo que ya ocurrió. Se convierte a la arqueología del pasado en un epifenómeno de sí misma en la actualidad, una ciencia políticamente no implicada, alejada, por su propio campo de interés, de lo que nos pasa como sociedad (para acercamientos diferentes ver Kalazich 2015, Jofré 2018 y Endere y Curtoni 2006). Si no podemos cambiar lo que estudiamos (en tanto ya no es) tampoco somos relevantes en el hoy (lo que es) mirando hacia el futuro (lo que será). Esta arqueología aséptica se transforma en el cotidiano de gran parte de nosotros, preocupándonos más por escribir una publicación, presentar un trabajo en un congreso o tener los resultados de un fechado radio-carbónico que por pensarnos como actores situados, reflexivos y políticos.

Si bien el trabajo de campo es parte constitutiva de nuestra profesión, una gran porción del tiempo transcurre en el laboratorio, analizando nuestros datos, generando hipótesis y estudiando objetos, aunque todo esto también pueda realizarse en terreno (ver Amuedo y Kergaravat 2008). El laboratorio y los institutos donde trabajamos se convierten en torres de marfil que nos aíslan de todo lo que no es arqueología, de hecho, en estos contextos, tenemos un contacto muy esporádico con profesionales de otras disciplinas (algunas de ellas muy relacionadas a la nuestra), esto nos segrega del resto del mundo, o, mejor dicho, crea un mundo que es solo arqueológico. Es responsabilidad de todos nosotros salir de este “arqueomundo”, darnos a conocer, divulgar y difundir, discutir con colegas de otras ciencias. De hecho, recién hace pocos años CONICET incorporo un ítem en sus evaluaciones relacionado con la difusión o el trabajo de extensión, hecho que muestra cual es la importancia de esta rama de trabajo para nuestra disciplina, esto logrado por la gestión de los propios investigadores que reconocían dicha situación. Si bien puede argumentarse que varios equipos e investigadores hacen difusión o divulgación con los pobladores de las áreas donde trabajan, muchas veces este proceso reproduce un discurso paternalista y etnocéntrico: los portadores del conocimiento somos los arqueólogos y arqueólogas, somos quienes enseñamos a las comunidades a conocer su pasado, empíricamente comprobado y materialmente cristalizado. No obstante, existen profesionales que llevan adelante trabajos de divulgación porque lo consideran importante y parte fundamental de la disciplina, este tipo de acciones “quitan” tiempo de trabajo arqueológico, pero no son validadas por las instituciones evaluadoras con la misma importancia que otras actividades. Esto se puede percibir, entre otras cosas, en los criterios de evaluación y la importancia de cada uno de estos ítems, tomemos, por ejemplo, las becas posdoctorales que otorga CONICET. Si bien cada área tiene una comisión en particular que analiza las presentaciones (tanto a becas doctorales, posdoctorales y el ingreso a carrera de investigador), y por ende hay criterios de evaluación propios de dicha área se comparten otros a modo general. En una presentación a beca posdoctoral cada publicación vale alrededor de 5 puntos, en cambio todas las actividades de extensión valen como máximo 10 puntos, pudiendo saturar, en ocasiones en 6 o 7 puntos. En el caso de querer presentarse a carrera de investigador todas las actividades extras (extensión incluida dentro de estas) suelen valer cómo máximo 10 puntos, en cambio el total por publicaciones que uno puede tener es mucho mayor, a veces la mitad del puntaje total.

Aunque suene controversial, creo que el discurso dominante en la actualidad es científico y racional (Kurkiala 2002), nuestras epistemologías no se adaptan a las formas locales de conocimiento ni a sus exigencias prácticas (para una propuesta diferente ver Million 2004).De la mano de esto viene dándose en Argentina, desde hace unos 15 años con mayor profusión, el trabajo de los equipos de investigación con comunidades originarias y locales, que también está relacionado con lo anterior, ¿hasta dónde ese trabajo se dio por una obligación del contexto más que por un deseo real de los investigadores de hacer partícipes (sea incorporándolos a las investigaciones, consultándolos o pidiéndoles permiso para) a dichas comunidades? La colaboración en arqueología es ideológica y se utiliza para connotar amistad, cooperación, igualdad y ética, pero el “éxito” se define como acumulación y aumento de capital, material o simbólico (Lasalle 2010). En la actualidad, no llevarse bien con las comunidades implica no poder excavar, lo cual, para algunos colegas, como dice Jofre (2018), anula la función de la arqueología. Esto ocurre, aunque existan obligaciones que son más complejas que cavar hoyos en el suelo y analizar artefactos (Zimmerman 1989), los cuales no tienen valor en sí mismos sino a partir del conocimiento en que han sido convertidos (Haber 2017), no obstante, esto aún no parece haberse aceptado. Si bien desde hace unos años se ha comenzado a discutir la tendencia, se cree que sin excavación no hay pasado, sin pasado no hay arqueología y sin arqueología, no hay ciencia. La interacción con las comunidades ha generado que aquellas relaciones tensas se transformaran en un cordial malestar, que esos vacíos de socialización se convirtieran en resquicios relacionales y que esa nula “devolución” sea hoy una pequeña biblioteca (con escritos de arqueólogos) o museo en la comunidad (que, nobleza obliga, es lo que en ocasiones piden las comunidades). Aquí, nuevamente, el saber válido es el producido por nosotros, aunque nuestros papers y libros hablen sobre otras ontologías, éstas terminan siendo “controladas” a través de incorporarlas a soportes y discursos occidentales, científicos y académicos (Kurkiala 2002, Trigger 1980). La tradición oral de los “otros” se encarcela en un dispositivo de “nosotros”: los libros, quienes portan el conocimiento, que no es de ellos sino de nosotros.

¿Es neoliberal la arqueología?

Reflexionando con una colega acerca de la realidad del país, y haciendo hincapié en la crisis económica de la ciencia, ella me contaba como profesionales que nunca se preocuparon en sus investigaciones por ciertas problemáticas, ahora se vuelcan a temas estratégicos para CONICET (patrimonio, desarrollo social, etc.). Ella marcaba esto como algo positivo, como un espacio para que la arqueología se acerque a la sociedad y a la gente, para que se visualice la utilidad de nuestra ciencia. Si bien es un avance al respecto, creo que este hacer “obligado” por las circunstancias requiere, para poder avanzar y profundizar en esto, una honestidad y auto-reflexión que gran parte de la arqueología argentina no tiene (ver Curtoni 2008 para profundizar este tema). De hecho, este oportunismo académico, esta funcionalización temática, muestra que la arqueología es, en cierto modo, una mercancía. El neoliberalismo (a partir del capitalismo) ha jugado un rol importante en nuestra disciplina, imponiendo visiones economicistas que valoran más la relación costo-beneficio que otras variables. Tenemos, como arqueólogos y arqueólogas, una “higiene contextual”, si bien todos comprendemos como afecta el contexto sociopolítico a nuestra disciplina (recortes de becas y subsidios, menos trabajo para los investigadores, disminución de proyectos de investigación aprobados, cierres de institutos, etc.) no logramos entender las consecuencias políticas y las que se producen en nuestra praxis cotidiana, Zimmerman (1982:62), allá por la década del 80, escribía “we do not like to have our practice and ideals compared”. Con práctica cotidiana me refiero a las relaciones entre colegas, entre docentes y alumnos, directores y becarios y sus inherentes desigualdades de poder que generan conflictos que, aunque puedan parecer pequeños, son tan importantes como reclamar por un mayor presupuesto en ciencia.

O acaso creemos que no es “neoliberal” publicar frenéticamente para conseguir un punto más o menos que nos permita permanecer en el sistema, sobre todo cuando esas publicaciones o presentaciones en congresos son reciclajes de trabajos que ya publicamos antes en otros lugares. Esto suele ocurrir porque el tiempo del que se dispone es poco en relación a las exigencias del sistema, pensemos en un becario postdoctoral de Conicet que necesita, para intentar ingresar a carrera de investigador, por lo menos seis papers publicados. Sumando el doctorado y el posdoctorado hay siete años, lo cual da casi un paper por año en un contexto donde uno debe preparar su tesis, analizar los datos, presentar en congresos, cursar seminarios, etc. Presentamos un comportamiento “neocolonialista”, las revistas más respetadas y claves son veneradas por nosotros y controladas por los países colonialistas (Haber y Gnecco 2007), esto demuestra, en cierto modo, como el consenso de los dominados ayuda a la hegemonía del status quo a mantenerse en el poder (Gramsci 1986).

Continuando, ¿no es neoliberal la mercantilización del patrimonio? Estos bienes y quienes los produjeron, en ocasiones, se convierten en “comoditties” que se ofertan al mejor postor y los arqueólogos ayudamos a que eso ocurra, como ejemplos concretos se puede vislumbrar el colapso de la arqueología de contrato en Perú, Brasil, Canadá e Inglaterra, por ejemplo (Tantalean 2017, Funari y Gonzaléz 2008, Zorzin 2011 y 2014, Everill 2007). En estos proyectos es donde más claramente se percibe como la tecnologización de la arqueología es lo que se busca, tanto para hacerla redituable en la relación costo/beneficio, así como para hacerla “más científica” y, por ende, menos política.

Si bien cada país tiene particularidades, en todos ellos se resaltan las implicancias éticas de dicha actividad, así como su mercantilización y el paso de los arqueólogos de ser productores de conocimiento a meros reproductores de una lógica empresarial. Asimismo, el patrimonio es utilizado por el estado como herramienta de control y legitimación de sus políticas territoriales e intervencionistas en temáticas relacionadas a las comunidades locales (Ayala 2014). Aunque los arqueólogos y arqueólogas también somos víctimas en este contexto, en ocasiones instrumentalizamos los deseos e imposiciones del estado siendo funcionales a este. La utilización de las relaciones con las comunidades es algo que debemos analizar y visualizar, ya que parte de su efecto es continuar con el mismo modelo de hacer arqueología. Según Ayala (2014), esto es moneda corriente desde la instalación del “multiculturalismo neoliberal”, cuya propuesta tácita es “integrar” a los otros sin cambiar las bases de nuestra relación con ellos, es un maquillaje que reproduce criterios coloniales, epistemologías académicas y saberes occidentales detrás de un velo de igualdad y reciprocidad. Esto se percibe, por ejemplo, en muchos proyectos en los que se incluye alguna actividad de difusión, pero se sigue practicando una arqueología distante, neutra y despolitizada, donde la integración de las comunidades (como describí en el apartado anterior) es marginal. De todas formas, existen excepciones ya citadas en este trabajo, de equipos de investigación genuinamente preocupados por un trabajo conjuntos y mancomunado con las comunidades locales. Smith (1999), en este contexto, utiliza el concepto de la arqueología como tecnología de gobierno, la cual a través de estos mecanismos controla a las comunidades locales que se insertan o llevan adelante proyectos de manejo de sus recursos culturales. Así como los pueblos originarios y las comunidades son visualizados como emprendedores o empresarios que deben hacerse cargo de su patrimonio y muchas veces, seguir reproduciendo imaginarios estereotipados de sí mismos (Benavides 2005) para ganar legitimación (para una discusión complementaria sobre otro ejemplo concreto ver las críticas al proyecto Qhapac Ñan, por ejemplo, Korstanje 2016, Díaz 2016, entre otros) los arqueólogos y arqueólogas somos concebidos/as como empresarios/as, especialistas o técnicos, tanto del pasado como del patrimonio.

¿No es un comportamiento individualista y egocentrado no compartir datos de áreas/sitios de investigación creyendo que son de nuestra propiedad? Referido a este arqueopolio, muchos dirán que nadie cree que los sitios son suyos, pero el modo de comportarse en relación a la información que sale de ellos y a su uso, evidencia lo contrario. Una excepción a esto se presenta en el movimiento de acceso abierto al conocimiento motorizado por CONICET y al cuál adhieren investigadores e institutos de arqueología. La plataforma interactiva de investigación para las ciencias sociales (PLIICS) impulsa la preservación y recopilación de colecciones de fuentes documentales y datos primarios abiertos no solo para investigadores de CONICET sino también para el público en general. En el caso puntual de la arqueología, el Instituto de Antropología de Córdoba (IDACOR) ha llevado adelante un fuerte trabajo para democratizar el conocimiento y presentarlo como accesible a todo el público interesado. No obstante este fundamental e interesante aporte, lo dicho a principio del párrafo suele ser más usual de lo que nos gustaría, aunque nos cueste admitirlo.

Existe también, en ocasiones, una atomización de nuestro trabajo, cada quién estudia un material determinado, profundiza al extremo su conocimiento del mismo, produce saber que, la mayoría de las veces, llega al resto relativamente aislado, de otros materiales, del todo. Aún dentro de los mismos equipos de investigación pasa esto, nos alienamos del conocimiento de otros materiales o fuentes de información y las juntamos para hacer un paper entre 10 personas. El paper, producto terminado, es producido en partes por “especialistas” de cada área, su proceso es similar a una cadena de montaje…registro lítico, registro óseo, cerámica, arquitectura, etc.

Existe, en la arqueología como en el mercado, una extrema valorización del saber técnico (y un técnico es siempre un especialista) por sobre otro tipo de conocimientos, como el que puede brindarnos la diversificación. Si diversifico, produzco menos porque debo formarme más y mi idoneidad en tal materia se ve puesta en duda (para los organismos que evalúan mi desempeño) porque no puntualice en una sola cosa. El saber técnico es, hace tiempo, lo que el mercado busca. Respuestas más rápidas, métodos estandarizados (Zorzin 2014) y protocolos a priori definidos, van en detrimento de temas que sean más “sociales”, más abiertos y flexibles. Harvey define parte de esta respuesta “tecnologizada” como pieza del neoliberalismo: “…this drive becomes so deeply embedded in entrepreneurial common sense, however, that it becomes a fetish belief: that there is a technological fix for each and every problem…” (Harvey 2005:121).

En la arqueología, se percibe un énfasis en la tecnologización de la disciplina, los arqueólogos y arqueólogas nos preocupamos más por las técnicas de recolección y análisis de información que por las consecuencias políticas de nuestros estudios (Ayala 2019 com. pers). Estas reconversiones tecnológicas de la disciplina operan para volverla más relevante a los requerimientos del capitalismo tardío (Haber 2017).

Los ejemplos que cité en los párrafos anteriores evidencian la manera en que la arqueología se ha convertido en una ciencia disciplinada (Haber 2008) dentro de un contexto socio-económico determinado. La arqueología se ha valido de la violencia epistémica (Gnecco 1999; Gnecco y Piazzini 2003) como herramienta para imponer una visión monolítica del mundo y la disciplina, utilizándola contra aquellos a quienes deberíamos escuchar, reconociendo su relevancia y lugar en la trama social actual (comunidades, pueblos originarios, marginados), pero también ha operado (y opera) contra nosotros mismos, al legitimar ciertas narrativas en la práctica. Ahora bien, aquellas prácticas que he enumerado provienen del sistema educativo que transitamos, la universidad –en mi caso la Universidad de Buenos Aires- , las materias y los profesores que tuvimos reproducen lo que Zimmerman llama “narrativa maestra” (Zimmerman, en Haber y Gnecco 2007) la cual produce y reproduce estructuras disciplinares impuestas, en ocasiones, desde los países “centrales” (un ejemplo contrario a esto es el World Archaeological Congress que busca recomponer el desequilibrio de fuerzas provenientes de un colonialismo académico dándole importancia fundamental a profesionales de diferentes partes del mundo). Repasaré a continuación algunos ejemplos que viví.

En primera persona…

Entre el 2004 y el 2014 cursé mis estudios en Ciencias Antropológicas con orientación en Arqueología en la Universidad de Buenos Aires (UBA a partir de ahora), más precisamente en la Facultad de Filosofía y Letras. Los ejemplos enumerados a continuación se basan en mi experiencia personal y para nada son indicadores de una única realidad a nivel país, no obstante, los creo importantes para advertir ciertos tipos de comportamientos que están más naturalizados de lo que creemos y que no discutimos, justamente por este motivo. Durante la cursada de una materia de la orientación en arqueología, nos percatamos con mis compañeros y compañeras que más del 50% de la bibliografía estaba en inglés (por reglamento, en ese momento, los textos en otros idiomas no podían superar el 35% del total de la bibliografía). Esto generó acaloradas discusiones con el Profesor titular, quién usaba como principal argumento la ayuda que ellos nos estaban dando, la cátedra pensaba en nosotros al darnos tal magnitud de bibliografía en otro idioma (no cualquier idioma, inglés). Esto debido a que una vez recibidos, tendríamos que “leer en inglés” porque “la mayoría de los textos interesantes están en ese idioma”, “la teoría se escribe en inglés” y, por supuesto que “nos lo van a agradecer”. Esto produjo que varias personas debieran abandonar la materia y que otras tantas tuvieran dificultades para comprenderla ya que inevitablemente, muchos de los textos estructurantes de la curricula estaban en otro idioma. La UBA es una universidad pública (es decir que es el Estado quién la sustenta económicamente, permitiendo que quienes quieran estudiar en ella no deban pagar absolutamente nada, asimismo el ingreso es irrestricto ya que no hay examen alguno para incorporarse) de la cual nos enorgullecemos todos/as los argentinos y argentinas, su gratuidad implica que personas de diversas clases y extracciones sociales concurran a cursar sus carreras porque la UBA les da oportunidad a todos, en este caso puntual, a todos los que saben o pueden aprender a leer en inglés (por lo menos en arqueología). La arqueóloga india Nayanjot Lahiri (2007), explica que es necesario abordar los problemas significativos de cada estado-nación en un lenguaje que puedan entender los practicantes de la disciplina en cada país. Quizás esto último ayude a marcarnos un camino a seguir…

Durante la discusión del plan de estudios en el año 2008, como estudiante, participé de varias comisiones con docentes, graduados y especialistas para reformar la curricula de ciencias antropológicas (arqueología es una orientación dentro de esta carrera). En una de esas reuniones, un renombrado profesor expresó, con sumo agrado, su deseo de que arqueología se mudará a la facultad de Ciencias Exactas donde se dictan carreras como meteorología, matemática, paleontología y astronomía ya que –somos más parecidas a ellas que a filosofía-. Este ejemplo, y el siguiente, evidencian una división nada sutil entre las ciencias “duras” y las “blandas”. Respecto a las primeras, tanto la comunidad científica como la sociedad, las ven como entes objetivos, basados en una realidad observable y determinada, los datos son el “caballito de batalla” de estas disciplinas. En cuanto a las ciencias “blandas”, estas son comúnmente asociadas (en la sociedad y en gran parte de la comunidad científica) con la interpretación personal, con un uso sesgado y discrecional de los datos y con una marcada ausencia de la objetividad, así como teñidas sus producciones de un matiz político.

En la cursada de otra materia, otro docente (formado teóricamente en la escuela procesual de fines de los 70 y principios de los 80) expresó su definición de lo que eran para él, los marcos interpretativos (fenomenología, hermenéutica, posmodernismo, etc.), - este tipo de arqueología- refirió, -es hacer paleopsicología-.

Según la opinión del profesor que expresó su desagrado con la “paleopsicología”, implícitamente, la norma en la arqueología debería ser el procesualismo, esto obtura nuevos marcos epistemológicos desde donde partir ya sea para reflexionar sobre nosotros mismos en la práctica o para valorar otras ontologías posibles que nos ayuden a comprender el mundo (arqueológico o no) desde otra perspectiva. La carrera debería promover una ciencia multiparadigmática (Barbich 2018 com. pers.) que profundice la reflexión y el pensamiento crítico. El sentido de los discursos, expresados por los profesores de los últimos dos ejemplos evidencia cual es la noción de ciencia que impera dentro de la arqueología. Dicha noción responde, en parte, a los objetivos que tanto el MinCyT como el CONICET expresan en sus presentaciones institucionales, las cuales tienen como punto central “avanzar en el conocimiento científico para el desarrollo del país” (CONICET 2019). Expresa el actual secretario de Ciencia y Tecnología, Lino Barañao “El avance científico está vinculado inherentemente al desarrollo de la economía nacional y al mejoramiento de la calidad de vida” (Infobae 2019), de este modo, encontramos en el MinCyT y en el CONICET la conformación de Áreas Estratégicas, creadas con el fin de cambiar la matriz productiva del país. Siguiendo a Weissel y Brouchard (2019), retomo las definiciones de ciencia que brinda Derrida (1997), quien diferencia entre investigación finalizada e investigación fundamental. La primera engloba aquellas investigaciones orientadas y pensadas para su utilización concreta, con el fin de ser rentables y utilizables. Por el contrario, la investigación fundamental se basa en un objetivo cuya finalidad no necesariamente es utilitario, se lleva delante de manera “desinteresada”.

Al poner bajo observación la oposición entre lo fundamental y lo finalizado esta parece difuminarse, las cuestiones epistemológicas operan en el interior de las investigaciones y el principio de razón se cristaliza en investigaciones con aparentes diferencias en su utilidad o finalidad, pero verdaderamente oculta por debajo un sustrato común, un régimen de verdad y de uso de aquella verdad (Weissel y Brouchard 2019). En este sentido las investigaciones tanto con utilidad o movidas por un puro conocimiento están asociadas a una matriz epistemológica impuesta o creada por el contexto histórico, institucional y político donde se conforman. Lo que determina qué conocimiento es útil, cuál debe ser mejor valorado o favorecido de acuerdo a unos deseos de una estructura científica es, en nuestro caso el CONICET, un organismo motorizado por (y que busca impulsar) el desarrollo del país (Weissel y Brouchard 2019). En suma, este análisis ayuda a re-pensar el surgimiento de un régimen de verdad, de una historia de la verdad, de un sistema científico nacional basado en un pensamiento positivista finalista. La ciencia es un saber validado y aceptado por una comunidad, relacionado con los grupos sociales que dan lugar a su emergencia, de esta forma la búsqueda de explicaciones no es inocente, la ciencia no es neutra y, por ende, la arqueología tampoco.

Volviendo a las lecturas en inglés, si creemos que es una obligación/necesidad que todos los arqueólogos (y estudiantes) lean en este idioma, aunque esto parta de buenas intenciones, obviamos el desequilibrio que esta división impone, así como la génesis del mismo (probablemente quienes provengan de familias que socioeconómicamente detenten una mejor posición en la escala de capital, sea este simbólico o económico, habrán tenido más facilidades para “saber” ingles) y las posibles consecuencias que acarrea. Si en la carrera de grado nos enseñan a acatar y reproducir cánones (formatos de publicaciones, por ejemplo), ¿Cómo desafiar las geometrías de poder que impone el sistema? ¿Puede un estudiante de grado hacerlo? ¿O necesita alguna ayuda desde dentro del sistema de alguien más arraigado a él como un profesor o graduado? Infinidad de veces escuche decir- el sistema es así, funciona de este modo-, pero el sistema lo llevamos adelante nosotros, las personas. A las críticas, dentro de la disciplina, que llevan adelante una reflexión sobre nuestra practica en el contexto neoliberal se las acusa de ideológicas y poco científicas, como si el resto de las interpretaciones realizadas fuesen neutras (Funari 2003).

La arqueología es, en argentina, académica y si no es académica no es arqueología. Por esto todos nosotros reproducimos la lógica del sistema, en mayor o menor medida, un sistema que exige respeto por la estructura que propone. Esto también influye en cómo nos percibe el público en general, si dialogamos con gente externa a la propia disciplina, incluso con colegas de otras carreras afines, la definición de la arqueología refiere a una disciplina distante y prehistórica. Es necesario, entonces, un trabajo dentro y fuera de la arqueología para ampliar nuestras definiciones y campos de acción. No alcanza con discutir cómo definimos nosotros la arqueología, sino también como el resto del mundo lo hace, ya que si bien nos quejamos de la típica equivocación arqueología/paleontología pocas veces somos capaces de comprender que lo que hemos mostrado hacia afuera ha definido lo que somos: y aquello que hemos mostrado ha sido muy escaso.

Nuestra ciencia es producto del mercado académico, que define explícitamente su “laissez faire”, sus límites disciplinares y los “productos” que ofrece. Comerciamos, entre otras cosas, con los papers que son bienes de cambio que vendemos por un poco más de puntaje. Nosotros mismos nos convertimos en una mercancía de nuestra propia disciplina, parte de lo que el mercado académico quiere vender y exponer. En este punto ya no es importante lo que la arqueología es como ciencia per se (que estudia o que no) sino lo que el sistema quiere que sea. La arqueología es disciplinaria, normativa, nos impone un tipo de quehacer (que define lo que producimos) clausurando y restringiendo la producción de un conocimiento que para el sistema no es legítimo o útil, que no encaja dentro de sus márgenes o que no posee el suficiente valor de cambio para ofrecerse en la academia. Si reproducimos y acatamos estas normas y valores podemos seguir siendo (por ahora) parte del mercado, si no, deberemos buscar un nuevo “rubro” donde lo que ofrezcamos cuadre sin generar disrupciones, nos convertiremos en parias arqueológicos.

Parafraseando a Shanks y Tilley (1987): “la arqueología es el estudio del poder”, y si el poder lo impone la academia deberíamos estudiar, entonces, en profundidad y concienzudamente, aquello que acatamos sin dudar. ¿Por qué, entonces, nos cuesta tanto aceptar (me incluyo, obviamente) las críticas a este sistema? Las respuestas son defensivas, intentamos protegernos y proteger nuestra práctica, tendemos a adoptar creencias comunes a nuestro “grupo” o profesión que justifiquen las acciones. El bienestar individual está ligado a la pertenencia al grupo, a través del cual se genera estatus y autoestima, los desafíos a las creencias del grupo, por lo tanto, socavan el bienestar de sus miembros y amenazan con una pérdida personal. Esto genera que los miembros de ese grupo estén de acuerdo con argumentos que refuerzan sus creencias, pero descartan los que las contradicen (Hutchings y Lasalle 2015). Es así que la arqueología como profesión, participa de estos valores de grupo (Trigger 1989) evitando la confrontación y buscando posiciones equilibradas.

Combatiendo(nos)

¿De qué modo, entonces, podemos luchar con los ejemplos antedichos? Creo que, en primer término, debemos partir de ciertas bases concretas que nos permitan problematizar lo ya dado y tener una visión descolonizadora de la disciplina. Según Shepard (2007) el punto de partida debe respetar los siguientes ítems:

Una apertura epistemológica para considerar distintas concepciones locales e indígenas
Reflexividad para reconocer practicas disciplinarias segregacionistas
Creatividad para desafiar las geometrías de poder y las economías políticas que favorecen a occidente o al norte
Una política que enfrente los discursos y las construcciones normativas

Alejandro Haber (2016) propone el concepto de arqueología indisciplinada cuya idea se basa en

“… desacoplar el concepto de arqueología del de disciplina (…) Con indisciplina nos referimos a la insubordinación respecto a los supuestos disciplinarios, aquellos que forman los marcos de demarcación de la disciplina, y al mismo tiempo constituyen los cimientos sólidos sobre los que se apoya la misma…” (Haber 2016:159).

Para el autor la arqueología indisciplinada no es una propuesta que deba hacerse en el seno del ámbito académico, sino que se transforma en una urgencia comunicacional y es, al mismo tiempo, de índole personal y grupal.

Propongo como herramienta de lucha, siguiendo los lineamientos de Haber (2016), en un contexto neoliberal de nuestra disciplina, una “anarco-epistemologia” (Feyerabend 1992) que desafíe los límites impuestos, que discuta los cánones tradicionales del sistema y la praxis. Una epistemologia anarquista busca desligarse de las reglas definitivas y estructuradas que norman la investigación, se realiza una descentralización científica, aceptando (en la teoría y la práctica) otras visiones y elementos que provengan de voces o contextos no científicos. En el plano político, esta práctica promueve la crítica a la estructura y lógica de la ciencia occidental, la disciplina (y nosotros, los que investigamos) discurre adaptándose y nutriéndose de los diferentes temas, actores y situaciones no previstas. Esto no debe estar escindido de una “vigilancia epistemológica” (Bourdieu et. al. 1991), la misma no tiene que desarrollarse solamente a nivel metodológico y teórico sino también a nivel práctico, generando una “ética del comportamiento”. La vigilancia no solo es discursiva, sino que también implica una atención de nuestras acciones y de las decisiones que tomamos, las cuales deben ser activas y comprometidas políticamente. No obstante, debemos intentar, en esta resistencia a la “dominación”, no reproducir su lógica. En nuestros intentos para categorizar y entender el fenómeno lo “creamos” como unidades controlables (Kurkiala 2002), desde este punto de vista la arqueología es académica, teóricamente orientada, destaca el saber técnico y estudia el pasado que pasó, estas características son aquellas que nosotros mismos reproducimos, porque parecería ser que el único campo de juego posible es aquel del que nos quejamos, pero al que siempre volvemos.

Si bien las opciones para hacer frente a esta despolitización de la arqueología y a sus implicancias se ven limitadas por la estructura del mercado académico, creo que es posible abordar algunas posibilidades actuales y con proyección a futuro para devolverle a la arqueología su rol social. Del mismo modo que ocurre en la sociedad, el discurso político en la arqueología ha sufrido una suerte de demonización, lo político se evade, se esquiva, porque abordarlo implica una llamada al conflicto (además de una obligación a repensar y destripar naturalizaciones individuales y colectivas). Creo necesario “volver al conflicto” (Gonzales Ruibal 2012) problematizando la disciplina y, más importante, a los propios sujetos pronunciantes (Freire 2005): nosotros mismos. Esto implica posicionarse políticamente y perseguir aquellos temas que nos resultan “problemáticos” ya que si no podemos interpretar nuestro propio presente ¿Cómo podemos interpretar el pasado? (Jofré 2018). Ahora bien, ¿es posible una arqueología socialmente relevante? La respuesta es afirmativa, aunque, para llevarla adelante, debemos comprometernos a no reproducir las exigencias del sistema y a desafiar los límites que este impone (tanto a nivel teórico, práctico y académico).

Desde mi punto de vista, en la actualidad existen tres grandes “corrientes” comprometidas con el rol social de la arqueología, debido a cuestiones de espacio aquí solamente resumiré brevemente cada una de ellas.

La primera de ellas se relaciona con las reivindicaciones de los pueblos originarios, a esta podemos ubicarla temporalmente (tanto en sus consecuencias como en el desarrollo de la práctica) en el “hoy”. El trabajo de los arqueólogos con comunidades se orienta, en esta visión, a la promoción y resolución de intereses comunitarios, tanto territoriales como patrimoniales (Mamaní 2006, Endere y Curtoni 2003, Haber 2006 citando solo algunos ejemplos) así como al desarrollo sostenible, generalmente asociado al turismo (Callegari 2007, Granizo 2007, entre otros).

La otra corriente se asocia a un trabajo arqueológico que puede generar un conocimiento del presente, pero que trabaja con materiales del pasado (a partir de fuentes escritas, excavación, relatos orales) para llegar a sus conclusiones. En general, esta tendencia busca conocer el pasado para advertir que aquellas condiciones (políticas, sociales y económicas) produjeron, en parte, el contexto en el cual vivimos. Quienes trabajan con esta orientación buscan confrontar naturalizaciones y explicitar desigualdades que generaron el contexto actual, así como, echar luz sobre procesos y grupos sociales que fueron negados o poco estudiados (Wylie 1999, Wurst y Mrozowski 2004, Funari 1999, Leiton 2009).

El tercer caso, es el de aquellas corrientes que utilizan la multivocalidad para hacer una ciencia académica que incluya las voces de las distintas comunidades (pueblos originarios, comunidad educativa, gente local, etc.) y otros actores que, históricamente, han sido excluidos del discurso académico en primera persona. Es así, que han comenzado a cobrar relevancia aquellas publicaciones en libros y revistas de arqueología en donde dichos individuos “hablan” por sí mismos y no a través de la voz autorizada del profesional que tenía como rol ser el vocero de estas, aunque muchas veces adecuase el discurso no científico a las exigencias académicas (ver Flores y Acuto 2015, Corimayo y Acuto 2015, entre otros).

Todos estos trabajos han abierto nuevas posibilidades al trabajo de nuestra disciplina, haciendo que la arqueología sea relevante para la sociedad, no obstante, debemos continuar explorando nuevas posibilidades que desafíen aún más los límites metodológicos, teóricos y relacionales de nuestra práctica. A continuación, ejemplificó y describo algunos enfoques que podrán sernos útiles a la hora de repensar nuestras metas como profesionales. Todos ellos, de una u otra manera, subvierten el orden establecido para proponer nuevos horizontes en la praxis arqueológica, para esto recojo distintos casos, los cuales debemos entender en su contexto particular y no transpolar linealmente a nuestras realidades.

(Des)ordenando

Si bien la práctica arqueológica tiene varias aristas, creo que por fuera del quehacer científico per se (trabajo de campo, relación con las comunidades de los lugares donde trabajamos, así como las metodologías y los marcos de referencia que usamos), existe un espacio desde donde, a un nivel más íntimo, podemos revisar y modificar ciertas estructuras que son sintomáticas de todo lo que he narrado en las líneas anteriores. Las relaciones de poder que se ponen de manifiesto en la estructura jerárquica de los equipos de investigación, la atomización que genera la especialización dentro de los mismos y la unilateralidad de las decisiones tornan a estos espacios propicios para comenzar a repensar nuestra disciplina. ¿Son posibles otros “ordenamientos” en los equipos de trabajo? ¿Se puede desafiar la estructura y la costumbre?

Allá por el 2015, en el marco del programa de promoción de cooperativas culturales, impulsado por el INAES (Instituto Nacional de Economía Social), nace la Cooperativa de trabajo Arqueoterra que busca “incentivar a los diversos sectores de la sociedad a que se apropien de la historia de nuestra cultura” (Weissel et al 2018). En primer lugar, la cooperativa funciona interdisciplinarmente mancomunando el trabajo de historiadores, arqueólogos y antropólogos sociales que conforman un marco intergeneracional en donde las decisiones son compartidas y tomadas horizontalmente. El espacio propuesto se muestra y construye como autogestivo, comprometiéndose con la defensa, preservación, difusión y e investigación del patrimonio arqueológico, pero partiendo del siguiente punto: “la arqueología no es neutra, la idea es pensarla y estudiarla no solo como algo del pasado sino también como una forma de mirar el presente” (Weissel et al 2018).

En la misma línea funciona la cooperativa Arquecoop, también encargada de ofrecer servicios de impacto y rescate arqueológico, así como asesorías patrimoniales para bienes históricos-arqueológicos. Las decisiones de la cooperativa se toman en asambleas que se realizan, como mínimo, una vez al mes y en donde deben estar presentes por lo menos 7 de los 11 miembros permanentes del equipo de trabajo. En consonancia con la ley de cooperativas y los acuerdos internacionales, un asociado representa un voto, sin importar el capital, además el trabajo se divide de forma equitativa y siempre son flexibles las actividades concretas que cada miembro lleva adelante, esto parte de la idea de que todos los miembros realicen todas las funciones desarrolladas (Traba et al 2018). Del mismo modo que en el caso anterior, la idea rectora de este proyecto es “que surjan nuevas lógicas de trabajo, no normalizar la estructura laboral y franquear la idea del que gana plata y prestigio sea el que manda y no trabaja” (Seguí 2018 com. pers.).

Si bien en ambos equipos de trabajo hay miembros que están insertos en la estructura académica del sistema científico (becarios doctorales, investigadores del CONICET, etc.) se buscan acercamientos que promueven narrativas no-académicas, más arraigadas en saberes orales y que exhortan a acercamientos con una fuerte impronta afectiva entre la gente y el territorio. Asimismo, las cooperativas funcionan con diversidad de enfoques técnicos, la cuales se alimentan de una estructura no piramidal donde las decisiones son tomadas en conjunto y cada uno de los miembros tiene igual relevancia en las discusiones (no importa si es el “director” del equipo o alguien de menor “rango”). Esta horizontalidad redunda en el funcionamiento de los trabajos y trastoca la estructura de los usuales equipos de investigación, donde el principal beneficiado es la figura directiva del mismo, quien a su vez decide cómo se utilizarán los fondos, quienes van primero en las publicaciones, etc. Tanto desde el punto de vista económico como del punto de vista social estas estructuras contradicen lo que la academia indica.

Dentro del amplio rango de enfoques (prácticos como teóricos) que, desde mi punto de vista, intentan construir y constituir(se) nuevos modos de hacer arqueología merecen especial atención aquellos comúnmente denominados de “arqueología contemporánea”. Nuestra disciplina, desde este punto de vista, no se erige como una ciencia escindida del presente y solamente preocupada por el pasado, sino que toma un rol activo en el hoy. La arqueología contemporánea es inherentemente política debido a que tiene una propensión a discutir las narrativas y puntos de vista “autorizados”, también anima la participación de no-expertos, lo cual democratiza la construcción del pasado y de historias previamente “olvidadas” (Graves-Brown y Kiddey 2015).

Desde otro punto de vista, también se desafía la visión de una arqueología estática que solo se interesa por lo que ya no es, del mismo modo, el presente no es simplemente un momento que nos ayuda a comprender situaciones del pasado, sino que es per se parte de nuestro objeto de estudio. Asimismo, los beneficios de trabajar y dialogar con sujetos humanos respecto a los restos humanos del pasado y del presente han sido subestimados y dejados de lado en no pocas ocasiones. Si bien los arqueólogos trabajamos con la gente del pasado, las relaciones sociales devienen en objetos y restos materiales que en ocasiones tienen mayor primacía en sí mismos que las relaciones en sí (Nastri 2004; para una visión alternativa ver Olsen 2010, Olsen et al. 2012). Como dicen Graves-Brown y Kiddey (2015) “en ocasiones la arqueología solo está interesada en relacionar los objetos con las personas y en que sugieren estos de las personas que los hicieron, no más”.

El proyecto UMP (Undocumented Migration Project) desarrolla su estudio en el desierto de Sonora, trabajando con migrantes mexicanos que quieren ingresar “ilegalmente” a los EEUU. Haciendo hincapié en las historias de vida personales y familiares de los implicados, se intenta desterrar la visión usual que se tiene de estos individuos como delincuentes, ilegales o forajidos fuera de la ley. Además, estos estudios marcan un hito en la visibilización de las personas, agencializandolas y mostrando identidades individuales que quedan ocultas bajo el rotulo homogeneizador de “migrantes ilegales” que consumen los ciudadanos estadounidenses en los medios de comunicación quienes estigmatizan a aquellos que intentan ingresar a EEUU. Estos estudios también muestran las rutas elegidas por los migrantes (a partir de distintas lógicas subyacentes), así como las estrategias creadas para evadir el calor extremo a partir de refugios o postas en diferentes puntos del camino. El estudio de las diferentes materialidades y de la construcción social del espacio han permitido que estas personas puedan mejorar sus estrategias de subsistencia (y sus posibilidades de sobrevivir) a lo largo del recorrido (De León 2012; Gokee y De León 2014).

Otro ejemplo se da en la región del Bio Bio (Chile), donde se desarrolló un trabajo bioarqueológico que, en sus comienzos, tenía como objetivo analizar las particularidades (signos de violencia, patologías, alimentación, etc.) de las osamentas humanas recuperadas históricamente en el territorio de trabajo. A partir de un proceso de autorreflexión y auto-cuestionamiento (tanto personal como disciplinar) de la autora, la investigación devino en un proceso que empodero la narrativa oral del pueblo Mapuche, valorando sus conocimientos alternativos y “no-científicos” por sobre el discurso “experto” de la ciencia.

El trabajo comenzó como un relevamiento de la funebria de la costa en la región del Bio-Bio para diferenciar patrones y sistematizar la información históricamente obtenida (Paredes Goñez 2015); a partir de la relación de la autora con la comunidad, el trabajo fue mutando hasta convertirse, en cierto modo, en una crítica a la labor arqueológica contemporánea e histórica. La autora refiere que “…luego de ir a vivir a ese territorio y compartir con la comunidad situaciones cotidianas comprendí las consecuencias de nuestras prácticas…a partir de eso comienzo un cuestionamiento respecto a lo que había estudiado lo cual generó un cambio de postura respecto a cómo quería desarrollar mi trabajo…sobre todo en lo referido a la manipulación de los esqueletos…” (Paredes Goñi 2018 com. pers.). En la misma línea, se refiere a que el conocimiento de la cosmovisión mapuche y su internalización (es decir la valoración real de otras formas de ver y entender el mundo) puso de manifiesto la contradicción entre el quehacer de la ciencia y el respeto por la cultura. Como dice Paredes Goñez en las conclusiones de su estudio (2015) “…este trabajo busca desde una perspectiva crítica poner en tela de juicio el lugar desde donde se hace antropología física y plantear nuevos cuestionamientos hacia su praxis…”.

Este trabajo no solo brindó preponderancia a una cosmovisión que, en ocasiones, puede contradecir la visión cientificista y occidental, desestructurando el normal correlato de “fuerzas” dentro de los discursos académicos. Este mismo discurso interpelo a la autora (en pleno proceso de realización de su tesis de licenciatura) quién decidió dejar de lado la visión con la que comenzó el trabajo (cientificista, occidental y etnocéntrica) y brindarle una impronta completamente diferente, atravesada por la afectividad y por la incorporación de nuevas formas de entender el mundo para sí misma.

Cada una de estas propuestas, aunque distintas entre sí por sus objetivos, metodologías y marcos teóricos, desafían las definiciones académicas (tanto explicita como implícitamente) respecto a que es arqueología y que no. A su vez, desatienden la lógica que se desprende de la estructura académica actualmente imperante, desde diferentes enfoques se propone un nuevo “(des)orden” al quehacer arqueológico, revalorizando criterios que han sido subestimados hasta el momento. Es así que, desde definir la arqueología como un campo de estudios más amplio que el usual (como el ejemplo de trabajo con los migrantes en el desierto de Sonora), pasando por nuevas formas de estructurar los equipos de trabajo, que incluyen la democratización y horizontalidad a la hora de tomar decisiones (como los ejemplos de las cooperativas Arqueoterra y Arquecoop) hasta llegar a repensar las consecuencias materiales y simbólicas de nuestra práctica científica y, al mismo tiempo, reposicionar discursos que no responden a una lógica positivista y occidental (el caso de las voces mapuches en el estudio de la funebria en Bio-Bio, Chile), devolvemos a la arqueología su rol político.

Entonces, ¿Para qué sirve la arqueología? Un atisbo de respuesta nos la brindan Funari y Gonzales (2008)
“…la arqueología puede lidiar con la interpretación del presente y del pasado para forjar identidades útiles y abordajes críticos de la realidad, dando voz a las “mayorías silenciosas” (pobres, migrantes, gente sin hogar, comunidades originarias, etc.) que están representadas en el registro material (y oral), a la luz de sus propios intereses y perspectivas…” (Funari y Gonzales 2008:16)

Estos desafíos a lo que el mercado académico impone y exige, muestran que la arqueología es, todavía, una herramienta revolucionaria. Como tal puede, y debe, trascender los institutos de investigación, las universidades y las reuniones científicas, para recuperar las relaciones entre academia y sociedad desde una agenda en común (Kalazich 2015) y así, poder “tomar las calles”. Como expresa la canción del grupo brasilero “Os Paralamas”: “con los puños cerrados, la vida real” porque, la arqueología es política.

San Fernando del Valle de Catamarca, 24 de Septiembre de 2019

Agradecimientos

A Santi, Seba y Vicki por acompañarme en la búsqueda de una nueva arqueología. A la gente de Arqueoterra y Arqueocoop por facilitarme diversos materiales. A Bea Goñez por permitirme usar su trabajo como ejemplo. A los editores que con sus comentarios mejoraron el contenido formal de este trabajo y a los evaluadores, que ayudaron a que este trabajo sea más claro y legible. Todo lo vertido aquí es mi absoluta responsabilidad y opinión. A quienes quieren una arqueología mejor.

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