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Subjetividad y procesos cognitivos

versión On-line ISSN 1852-7310

Subj. procesos cogn. vol.17 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires ene./jun. 2013

 

ARTÍCULOS ORIGINALES

De lo que se inscribe y no se borra. Pequeña fisiología de la represión y del goce

On what is inscribed and not erased. Short physiology of repression and enjoyment

 

Ariane Bazan* y Sandrine Detandt**

* Université Libre de Bruxelles. E-mail: Ariane.Bazan@ulb.ac.be ** Psicóloga. Máster en Psicología Clínica por la Universidad Libre de Bruselas, Bélgica. Actualmente lleva a cabo la investigación de su tesis de doctorado centrada en el campo de neuropsicoanálisis (FRS- FNRS), dirigida por la profesora Bazan, en Bruselas.

 


Resumen

El presente trabajo se centra en la relación existente entre el psicoanálisis y las neurociencias. El trabajo comienza con una referencia a los conceptos de sensación y percepción así como al de activación motora que resulta de la información consiguiente, para presentar una visión de los conceptos de representación y represión. A continuación, los autores proponen un modelo de la pulsión que incluye concepciones de Freud y de Lacan y luego se explayan en los sistemas fisiológicos subyacentes al placer y al goce de este modelo. Los autores sostienen que el lenguaje, al permitir trazar la huella de la historia personal, otorga al goce una forma precisa que permite, a veces, volver a trazar esa historia. Para terminar, a modo de ejemplo, ilustran esta postura mediante una viñeta clínica.

Palabras clave: Psicoanálisis; Neurociencias; Pulsión; Represión; Placer; Goce; Lenguaje.

Summary

The present work focuses on the relationship existing between psychoanalysis and neurosciences. The article starts referring to the concepts of sensation and perception as well as to the concept of motor activation resulting from the ensuing information, to present a perspective of the concepts of representation and repression. Then, a model for the drive is proposed, which includes Freud's and Lacan's thought. After that, the physiological systems underlying pleasure and enjoyment in this model are examined. The authors sustain that language provides a precise form to enjoyment insofar as it makes tracing personal history inscriptions possible and that it is that precise form which makes retracing that history sometimes possible. As a conclusion, a scenario to illustrate this premise is described.

Key words: Psychoanalysis; Peurosciences; Drive; Repression; Pleasure; Enjoyment; Language.

Fecha de recepción: 20/03/13
Fecha de aceptación:
12/04/13


 

1. De lo que se inscribe

Sensación vs. percepción

Proponemos aquí, a instancias de lo expuesto por Freud en su "Proyecto" (1895), que solo la acción voluntaria que parte del sujeto puede dejar huella y, por lo tanto, solo estas experiencias, a las que el sujeto puede responder en eco por medio de su acción, son las que se registrarán psíquicamente. Las experiencias a las que sería expuesto, pero que no le permiten medio de acción, que lo dejan sin posibilidad de registro, serían por definición traumáticas; el trauma corresponde a esta imposibilidad radical de representación (cf. el "trou- ma", Lacan, 1974). En este sentido, adherimos a la definición de representación propuesta por Jeannerod (1994) que la sitúa anterior al inicio de la acción y no lo contrario: aquello que a partir del estímulo recibido se hace representar, es lo que ha podido dar lugar a una movilización motora del organismo y se inscribe como resultado de esta movilización (sin estar obligatoriamente ligada a una acción efectivamente realizada).

Así, no se trata a priori de que una sensación deje huella o que una sensación sea, por definición, percibida. En este punto resulta necesario diferenciar sensación y percepción: la primera, situada en la periferia del aparato psíquico, corresponde a la información aferente; mientras que la segunda, situada en el corazón del aparato psíquico, se construiría como resultado de un juego de mediocampo, de la negociación entre la activación motora movilizada por la información aferente y la parte de activación de la sensación que quedaría sin eco en el aparato psíquico del sujeto (ver también Bazan& van de Vijver, 2009). La percepción se construiría entonces a partir de la movilización motora inducida por la sensación, esta propuesta se vincula con las "teorías motoras de la percepción" (von Helmholtz, 1878).

La activación motora movilizada por la información aferente sería, de hecho, capaz de agotar, en parte, a través de un mecanismo de atenuación anticipativa, la excitación aparejada por la sensación. Para comprender este mecanismo, es necesario hacer referencia a los modelos llamados "copias de eferencia" (Blakemore, Wolpert& Frith, 2000; Georgieff& Jeannerod, 1998; Sperry, 1950; van Holst, 1954; ver Figura 1). Toda acción voluntaria del organismo se inicia por una orden motora originada en la corteza motora primaria, que termina en los músculos estriados del cuerpo externo (ver más adelante); como consecuencia de la ejecución motora a nivel de estos efectores periféricos, los parámetros propioceptivos (el estado de los músculos, de las articulaciones, de la piel) habrán cambiado. Los receptores propioceptivos darán cuenta de estos cambios a través de una información aferente que termina en la corteza somato sensorial. Ahora bien, a partir de la información de la orden motora, se genera igualmente una simulación interna del movimiento que permite calcular los cambios propioceptivos esperados sobre la base de este movimiento preciso. Esto no solo permite anticipar las activaciones proporcionales de la corteza somato sensorial, sino que el aparato psíquico actuaría de modo tal que estas activaciones somato sensoriales están además atenuadas por la "sustracción" de los valores positivos esperados (Blakemore y otros, 2000). Cuando acaece la acción efectiva y sus consecuencias propioceptivas, esta tensión negativa sería entonces reabsorbida y los contabilizadores somato sensoriales volverían a cero. La organización de tal dinámica permite pensar al aparato motor de los organismos vertebrados, como un aparato "de defensa" utilizado para neutralizar la activación que se genera como consecuencia de la interacción con el mundo.


Figura 1. El modelo de copias de eferencia

Una orden motora se origina en la corteza motora primaria y termina en los músculos. Como resultado de la ejecución motora, los receptores propioceptivos señalarán los cambios propioceptivos (el retorno sensorial actual: el estado de los músculos, de las articulaciones, de la piel) inducidos por la acción muscular: esta información aferente termina en la corteza somato sensorial primaria. En forma paralela, una copia de la orden motora, la "copia de eferencia", genera una simulación interna del movimiento que permite calcular los cambios propioceptivos esperados (el retorno sensorial predicho) sobre la base de este movimiento preciso. A nivel del "comparador", se compara el movimiento efectivo y el movimiento predicho (Blakemore, Wolpert& Frith, 2000; Georgieff& Jeannerod, 1998; Sperry, 1950; van Holst, 1954).

En lo que concierne a la construcción de la percepción, se trata de resituar este modelo en el contexto de la motricidad perceptual. Para el humano, hay dos modelos perceptuales por excelencia que podrían inscribirse en esta dinámica: la percepción visual y la percepción de la palabra. Existe una importante motricidad subyacente a la percepción visual del humano, vinculada con la dirección de la mirada, por la posición de la cabeza, y con los ojos. La imagen construida a partir de una percepción efectiva difiere de una imagen imaginada (recuerdo, idea, sueño), no tanto por el hecho de que una exige una movilización motora de la dirección de la mirada, ya que también hay movilización de scanning interno con las imágenes imaginadas, sino por el hecho de que en el caso de una percepción, habrá una reabsorción de la atenuación anticipativa por el retorno propioceptivo1. Para la imagen imaginada por el contrario, no habrá lugar para esta reabsorción. Una imagen interna se caracterizará a partir de entonces, por una (mayor) no reabsorción de una activación en negativo a nivel de lo somato sensorial. Por otro lado, en relación con la percepción, el mundo no resulta enteramente previsible y podrá imponer a la mirada, desviaciones repentinas que hagan diferir su movimiento efectivo de su trayectoria prevista al momento inicial intencional: estos incidentes de la mirada hacia el mundo, no serán entonces atenuados anticipativamente. Una imagen percibida se caracterizará así por una (parte de) no atenuación de una activación positiva a nivel somato sensorial. Por lo tanto, la idea es que la percepción se construye precisamente de este modo: en lo que respecta a la parte no sorpresiva, la activación visual a nivel de la corteza visual primaria, se hará al mismo tiempo que una reabsorción efectiva somato sensorial de la motricidad de la mirada; mientras que para la parte sorpresiva, la activación visual a nivel de la corteza visual primaria se recibe al mismo tiempo que una activación somato sensorial no atenuada, que trae como consecuencia una excitación en el organismo (ver también Bazán& van de Vivir, 2009). El aparato psíquico ha fallado en su objetivo de preverlo todo y de neutralizar cualquier activación.

Representación

Luego de este análisis y tal como se lo enunció aquí arriba, resulta más sencillo entender cómo la percepción se construiría en tanto resultado de la negociación entre la activación motora movilizada, capaz de agotar la excitación aparejada por la sensación, y la activación de la sensación que quedaría entonces no atenuada. ¿Esto quiere decir que la percepción es la que deja huella? Yo propondría en todo caso, que es la parte representacional de la percepción la única que podría dejar huella y que esta parte representacional corresponde al componente de la movilización motora. La representación emergería entonces en el espacio entre movimiento deseado y movimiento efectivamente realizado. 1Es decir que, aunque el movimiento efectivo no haya alcanzado el movimiento previsto, queda una activación central no agotada2 y que según la definición de Jeannerod (1994: 201) daría lugar a una imaginería representacional: "Si no se alcanza el objetivo, esta descarga sostenida sería interpretada centralmente como pura actividad representacional y daría lugar a la imaginería mental". La "descarga sostenida" correspondería a la tensión somato sensorial negativa de lo esperado no acontecido y podría diseñar la forma motora de esta representación. La tensión somato sensorial positiva de lo que ha llegado de manera no anticipada y ha excitado al aparato psíquico, podría ubicarse en el origen de una actividad psíquica de búsqueda de significación por asociación a lo ya existente en la memoria. Se trataría entonces de la parte que daría lugar a la dimensión de contenido de la representación.

Represión

El modelo de copias de eferencia tiene otra ventaja: la de proponer una perspectiva conceptual sobre una psicología de la represión (ver también Bazan& Snodgrass, 2012). Tenemos así, un modelo que en su seno, integra una dinámica de atenuación por sustracción, por neutralización de una activación anticipada. No se trata aquí de una disminución general, de una merma o reducción cualquiera de una activación; por el contrario, estamos frente a un modelo psicológico de una inhibición finamente determinada y cuantitativamente bien precisa: hablamos de inhibir ciertas formas (motoras) y de inhibir aquellas precisamente. Para poder conceptualizar a partir de esta atenuación determinada, una dinámica de la represión psicoanalítica, es importante resituar este mecanismo de inhibición en el marco de la regulación motora y comprender, en primer lugar, cómo intervendría, tal vez, a nivel de la elección del movimiento preciso entre los diferentes movimientos candidatos rivales.3En efecto, se ha demostrado, primero en el campo de los movimientos motores (Sumner y otros, 20073) pero luego también, en los campos del lenguaje (ver más adelante) y de la memoria (Anderson& Green, 2001; Conway, 2001), que la elección de una forma precisa solo ocurre en detrimento de las otras formas candidatas rivales. Toda acción del organismo no es más que el resultado de una selección por inhibición. En lo que respecta al lenguaje, es bien sabido que a pesar de que el tren lingüístico es continuo y sin pausas que delimiten las unidades significativas (Cutler, Demuth& McQueen, 2002), es necesario un mecanismo poderoso de desambiguación por inhibición que evite perderse en él (Paul, Kellas, Martin& Clark, 1992; Simpson& Kang, 1994; Gernsbacher& Faust, 1991; Faust& Gernsbacher, 1996; Gorfein, Berger& Bubka, 2000). Ya apenas a este nivel, podría verse un principio de la represión según un sentido lacaniano, ya que se trata, continuamente, de tomar una palabra por otra (Lacan, 1957; ver también Bazan, 2007: 68). Pero de manera más general, este mecanismo de selección de una forma por inhibición de otras, se caracteriza también por el hecho de que frecuentemente, se traiciona por su "exceso de celo", es decir que no solo inhibe las formas candidatas no seleccionadas sino también, muchas veces, las formas asociadas. Por ejemplo, se ha demostrado que un sujeto que ha desambiguado correctamente la oración "he lit the match" ("ha encendido un cigarrillo"), tendrá un resultado demostrable por desambiguar la frase consecutiva "he won the match" ("ha ganado el partido"): la inhibición de la semántica contextualmente no apropiada de "match" en la primera oración desborda y ocasiona un retraso de comprensión por la frase consecutiva (Gernsbacher& Robertson, 1995). Este mecanismo es en el fondo, similar al mecanismo que Freud (1901: 2- 4) describe para el olvido de Signorelli: habiendo eficazmente reprimido el fragmento de la frase "Herr, was ist da zu zagen..." ("Señor, ¿qué puede decirse...?"), Freud no puede encontrar el nombre del pintor Signorelli, cuya sílaba "signor" es una forma asociada con "Herr". Es decir que la inhibición del significante "Herr" se propagó a sus asociaciones, incluida la traducción "Signor": la represión se traiciona por una inhibición demasiado eficaz excesiva. En forma general, entre las formas alternativas candidatas que se presentarán en las espacios representacionales algunas tendrán tendencia a insistir dado su peso emocional singular y el sujeto solo podrá desembarazarse pagando el precio de una inhibición más importante. En consecuencia, estas formas tendrán en mayor medida que las otras, efectos de exceso, que traicionarán su presencia. Esta dinámica podría llevarnos a un modelo de la represión y del retorno de lo reprimido (ver también Bazan& Snodgrass, 2012).

En conclusión, proponemos que solo aquella parte de la sensación que la percepción activa del organismo llegue a "neutralizar" por su movilización motora, será la que se representa. Se tratará de aquello que la movilización motora del cuerpo pueda encontrar, es decir atenuar, por su acción en función de los estímulos que le lleguen. Es entonces en el espacio entre acción pretendida y acción realizada que la representación emerge, delimitada por su forma pero múltiple por sus significados asociados. Una dinámica de re focalización continua de la acción en relación con el contexto y que implique la inhibición de formas no contextuales por la inhibición precisa inducida a través de las copias de eferencia, podría llevarnos a un modelo psicológico de la represión (ver Bazan, 2012)

2. Lo que no se borra

Así se esculpe el aparato psíquico, por el conjunto de las huellas que inscriben las sensaciones del mundo como percepciones -con la paradoja de que en el humano, la represión podría verse como el sistema de registro más influyente de su vida psíquica (ver Bazan 2012). Un sistema ingenioso e eficaz de registro pero que tiene un precio, el del goce. En efecto, el ser humano en su proceso de maduración vive el aprendizaje del acto adecuado que lo lleva a dar respuesta eficaz a las necesidades vitales de sus entrañas, acto que luego registra a expensas de otros presentes en su repertorio. Aprende a colocar su cuerpo externo en diapasón con su cuerpo interno y el goce viene a ubicarse en las delicias de este tête-à-tête entre los dos cuerpos en el momento en que el acto -en tanto acción en el mundo- otrora adecuado ha perdido, sucede a menudo, su adecuación y no sirve más que para reavivar el acuerdo entre cuerpo interno y cuerpo externo.

2.1. Modelo de la pulsión

Cuerpo interno y cuerpo externo

Según la definición de Jeannerod, la representación emergería gracias a la organización del sistema de músculos voluntarios estriados dotados del modelo de copias de eferencia. En la historia de la evolución de la vida, el advenimiento de los músculos estriados se produjo junto a esta etapa revolucionaria que fue la llegada de los primeros vertebrados (-500 millones de años; también Bazan, 2008). Con el primer vertebrado (el amphioxus o "lanceta de mar") se inventaron el esqueleto interno y los músculos estriados -llamados voluntarios- que permiten la articulación de este esqueleto. Considerándolo en otros términos, podría decirse que los vertebrados están de alguna manera dotados de dos cuerpos (ver también De Preester, 2007): 4un cuerpo interno, el de los "invertebrados" , constituido por los sistemas vegetativos (circulación sanguínea, respiración, digestión, excreción, sudoración, reproducción, etc.) y un cuerpo externo, el del esqueleto y los músculos esqueléticos, los músculos estriados voluntarios.4 Generalmente, las diferentes necesidades biológicas para la supervivencia y la reproducción, provienen del cuerpo interno. Sobrevivir y reproducirse son las dos aspiraciones principales de todo sistema viviente. Las exigencias biológicas son entonces las necesidades de oxígeno, de alimento, de hidratación y de objetos sexuales. Si bien dijimos que estas necesidades biológicas provienen del cuerpo interno invertebrado, únicamente el cuerpo externo es el que puede ir en búsqueda de los objetos deseados en el mundo y tomarlos.

Modelo de la pulsión según Freud

La tensión que a partir de las necesidades del cuerpo interno moviliza al cuerpo externo y lo incita a la acción, es entonces la pulsión, es decir, el instinto en el sentido freudiano del término. Tomemos el ejemplo de la sed que comienza por una deshidratación de los tejidos del cuerpo interno por una deshidratación de las células (ver Figura 2). En el cuerpo hay sensores de todo tipo, incluyendo algunos para la deshidratación de los tejidos o el grado de satisfacción del estómago. La paradoja es la siguiente: cuando el nivel de una necesidad vital empieza a disminuir, estos sensores comenzarán a emitir señales en forma frenética: así, una necesidad o una falta o carencia, es inmediatamente traducida a nivel psicológico por una excitación, una simulación. Esta deshidratación señalada a nivel central, apareja un estado de excitación, de movilización del organismo. El niño reacciona por una descarga motora, una represión motora general, busca disminuir la tensión del cuerpo. Hace pucheros y luego se pone a gritar. Estas acciones, en principio, no son entonces dirigidas o direccionadas. Sin embargo la madre, u otro congénere, pueden escuchar el grito y pensar «debe tener hambre» y pueden tomar al niño, amamantarlo o darle el biberón. Dicho de otra manera, la madre interpreta el grito (o la acción) del niño. El niño succiona (por reflejo) y la leche entra en el cuerpo. Las células del tejido vuelven a hidratarse, los sensores retornan a su nivel y el hambre se calma. Esta relajación es sentida o vivida como placer. La leche es una respuesta correcta al hambre que originó el grito del niño. Gracias a la interpretación, el grito cambia de estatus: se vuelve acto adecuado, es decir, acto capaz de satisfacer la necesidad origen de la excitación que culminó en acto (ver también Bazan, 2007).


Figura 2.
Distinciones lógicas entre lo pulsional y lo representacional (ver también Bazan, 2011)

Un estado de necesidad del cuerpo interno, una deshidratación celular por ejemplo, dará lugar a una excitación que indica un estado de alarma del cuerpo interno -esta excitación insistente e innegable sería pues "la pulsión". La primera entrada, a nivel mental, de esta pulsión sería entonces lo que Freud califica como Vorstellungsrepräsentanz (N.T.: el "representante-representativo") y que nosotros podríamos traducir por "representancia". Esta representancia tendría esencialmente un valor de contenido, tal como en el ejemplo propuesto, la sed o las ganas de beber. Se hará entonces traducir en los términos de planes de acciones concretas; acciones que pueden ser propuestas de respuesta a la alarma activada por tal estado de necesidad, como en la lógica del ejemplo dado, un grito dirigido a la madre (si es que anteriormente la madre ha sabido interpretar el grito de manera más o menos satisfactoria) o bien luego, la idea de tomar un vaso y servirse o aún, plantear una pregunta a otra persona. Estos planes de acción del cuerpo externo son los que dan lugar a la representación, que es entonces la traducción de la representancia por una forma motora adaptada al contexto actual, permitiendo al organismo, dimensionar al mismo tiempo, su estado de necesidad interna.

Paralelamente, la motricidad del acto adecuado adquiere la capacidad de representar esta necesidad del cuerpo interno, es decir de representar este estado somático. Esta representación sucederá en la medida en que la satisfacción del deseo se mantenga incompleta; dicho de otro modo y para retomar la definición de Jeannerod, sucederá en el espacio que media entre el estado deseado del cuerpo externo y el estado efectivamente realizado. Por su capacidad de acción sobre el mundo, el cuerpo externo puede en cierto modo, exteriorizar al cuerpo interno representándolo: la actividad de beber representa la sed; la actividad de comer, el hambre; la actividad sexual, la excitación sexual, etc. La interpretación de la madre saca, por así decirlo, el cuerpo interno hacia el exterior. Gracias a la interpretación, por ejemplo, el hambre del cuerpo interno es representada por el grito, producto de una acción (una articulación) del cuerpo externo.

Placer y goce en el modelo de la pulsión

Cuerpo interno y cuerpo externo no se coordinan de manera espontánea: el cuerpo interno tiene diferentes necesidades e indica su estado de necesidad a través de señales específicas así como por una excitación general del organismo. Esta excitación indica que urge actuar pero a priori no resulta claro, cuál es la acción requerida. El cuerpo externo, que puede actuar en el mundo con ayuda de sus músculos (brazos, manos, piernas), no sabe en principio qué es lo que el cuerpo interno quiere, y a fortiori no sabe lo que debe hacer para satisfacer esta necesidad. Sucede a veces -generalmente por azar, ya sea por ensayo y error- que el cuerpo externo encuentra la acción adecuada tendiente a aliviar la tensión del cuerpo interno y sentimos esta distensión, como placer. Gracias a la experiencia la acción adecuada será asociada al estado específico de necesidad del cuerpo y será por esto capaz de interpretar este estado de necesidad. En el caso de la madre que alimenta al niño, la interpretación del congénere permite asociar la necesidad al acto (el grito). Ahora bien, resultaría biológica o evolutivamente muy poco eficaz, dejar que esta regulación suceda al azar y dejar al organismo librado, a cada vez, a la contingencia de encontrar o no encontrar, la acción adecuada. Para ajustar el cuerpo externo al cuerpo interno, un mecanismo biológico registra las acciones que conducen de manera adecuada a una distención o alivio de una necesidad y este registro favorece considerablemente su despliegue. Se trata de lo que Freud ya presentía (1905: 109) al hablar de: "La meta sexual de la pulsión infantil consiste en provocar la satisfacción por la estimulación apropiada de la zona erógena que haya sido elegida de una manera u otra. Esta satisfacción debe haber sido vivida antes para dejar tras de sí la necesidad de su repetición y podemos prever que la naturaleza haya tomado sólidas precauciones al respecto como para que esta experiencia de la satisfacción quede librada al azar". Defenderemos que este registro pueda ser una manera de comprender el goce en el sentido lacaniano del término. Dicho de otro modo, además del placer del alivio que resulta siempre del acto adecuado, el hecho de que estas acciones fueron adecuadas es algo que también se registra en la biología del cuerpo. Las acciones registradas son entonces las acciones que han sido adecuadas en relación con la pulsión que está en sus orígenes, es decir, las acciones que pueden asociar la pulsión con el objeto adecuado de la pulsión. Estas acciones quedan registradas, aun cuando por lo mismo se tornen inadecuadas en este sentido, se emancipan del placer que pueden o no aportar.

Estos "registros" del goce constituyen de alguna manera, puntos de conexión entre cuerpo interno y cuerpo externo. Para utilizar una imagen: si, en un primer momento, existe una distancia entre las dos muñecas Rusas (el cuerpo interno y el cuerpo externo), los numerosos puntos de contacto entre los dos cuerpos, se irán ubicando en forma progresiva en el organismo en desarrollo. El sistema de registro tiene que comprenderse como el resultado de un mecanismo de optimización biológica que ha tenido que organizarse en el transcurso de la evolución con la aparición de los primeros vertebrados. El goce, en la forma en que se manifiesta en la vida de cada persona, ya no debe en consecuencia entenderse como el acceder al placer del cuerpo interno a través del cuerpo externo sino como la reviviscencia de una conjunción perfecta entre cuerpo interno y cuerpo externo.

2.2. El goce según Lacan

Del placer de la satisfacción al goce del cuerpo En un primer momento, Freud (1915) planteó su definición de placer como un concepto económico asociado con la pulsión. Una propiedad general de la pulsión es que incita al organismo a reproducirse, a restablecer un estado anterior al que debería haber renunciado por factores perturbadores (ej. hambre). Estos factores perturbadores obligan al organismo a salir de la inercia para restablecer el estado de tensión provocado y volver a encontrar la distensión del cuerpo satisfecho. Esta distensión corresponde al placer. La satisfacción de las pulsiones es entonces posible cuando el sujeto encuentra un objeto que le permite desviar una energía (N.T.: el empuje, drang) proveniente de una parte del cuerpo (la fuente). A partir de que nos situamos en una lógica de partes del cuerpo, tratamos, entonces, con las pulsiones parciales. En La ética del psicoanálisis, Lacan (1959-1960: 42) articula el concepto del goce con el cuerpo: "Un cuerpo es algo que está hecho para disfrutar, gozar de sí mismo". El objeto de la pulsión en este "goce", deja de ser el objeto concreto que colmaría la necesidad; en esta definición, hay un desfasaje del objeto concreto externo hacia el cuerpo en sí mismo o una parte de este cuerpo: se trata del llamado objeto "a" según Lacan (1972-73: 114): "El objeto a es el objeto que vendría a satisfacer el goce, si este es posible".

Si el sujeto goza (de una parte) de su cuerpo, hay en esa parte del cuerpo una carga, es decir, un aumento de tensión. En este sentido, mientras que el placer es un alivio de tensión, el goce es un exceso, que puede llegar hasta el dolor. El goce se posiciona entonces como diferente del principio de placer freudiano, que apunta a la homeostasis, la disminución de la tensión orgánica y psíquica a través de la experiencia de satisfacción. Se trata de un "más allá del principio de placer". El psiquiatra francés Jadin y su colega Ritter (2010: 43-44) consideran que el placer y el goce se encuentran sobre "las mismas vías, pero separados, a distancia uno de otro, opuestos incluso, pero pudiendo ir en el mismo sentido" y agregan: "el goce es el horizonte del placer". Los autores precisan: "El goce corresponde a la excitación máxima de la tensión hasta el límite de lo insoportable. El principio de placer es así, un principio de regulación del goce cuya meta es evitar un quantum de excitación demasiado elevada, incluso nociva" (Jadin& Ritter, 2010: 23).

Pulsión de vida y pulsión de muerte

El placer está entonces asociado al alivio provisorio luego de una disminución de las cantidades de excitación corporal, muchas veces asociado al consumo del objeto que, ante su falta, había primero creado la tensión. El principio de placer está por esto al servicio de la reducción absoluta de las tensiones (Freud, 1920); ahora bien, el único estado sin tensiones es el inorgánico; es decir, la muerte. Freud (1920: 337) afirma así que "el principio de placer parece estar al servicio de la pulsión de muerte". De este modo, la pulsión de muerte corta el deseo al satisfacer una necesidad, aparecida luego de una tensión también sentida en el cuerpo. Pero dado que el objeto buscado nunca es el que finalmente se encuentra, siempre quedará presente un remanente no satisfecho. Es a nivel de este remanente no satisfecho, fuente de caos y de inquietud, que la pulsión de vida vendrá a posicionarse produciendo la apertura necesaria a la continua reemergencia del deseo. La perturbación es la pulsión de vida, energía libidinal, fuente de caos del cuerpo que moviliza. Esta pulsión de vida no responde pues al principio de placer, pero es el empuje, el motor de la vida. Freud (1923: 101) dice, además, que: "las pulsiones de muerte son esencialmente mudas y que todo el ruido de la vida proviene esencialmente del Eros". Esta pulsión de vida es la sobrecarga o el plus, de excitación contra el cual el sistema nervioso se defiende pero que resulta indispensable: "Un poco de goce, un cierto exceso de la cantidad es sin embargo necesario desde el comienzo. En efecto, las necesidades o las exigencias de la vida son tales que el sistema nervioso debe hacer una reserva cuantitativa para hacerles frente" (Jadin& Ritter, 2010: 58).

Más allá del principio de placer

Aunque Freud en su obra, no haya conceptualizado el goce, parece distinguir entre el placer y aquello que lo sobrepasa. Con este sentido parece utilizar la palabra Lust (Freud, 1920: 278), para hacer referencia al placer, a las ganas, al deseo y cuando quiere enfatizar el carácter excesivo de tal placer, utiliza el término Genuss (Freud, 1920: 287), connotado entonces por una pizca de horror, incluso júbilo (mórbido). A pesar entonces de no haber conceptualizado esta noción, Freud ubica claramente a la Genuss, "más allá del principio de placer" (Freud, 1920: 293). El placer es en este momento un placer en el dolor, o sea, goce. En efecto, Lacan (1974) precisará más tarde que el goce tiene una característica específica, a saber, que se manifiesta siempre como exceso en relación con el placer. O, en otros términos, "El goce se caracteriza por el excedente, la obligación, lo forzado, el desafío, el exceso, la explotación, lo que se sobrepasa. Actúa sobre aquello que sobrepasa la medida, sobre las transgresiones, los saltos, las sobrecargas, las orgías, los énfasis y todas las hipérbolas" (Jadin& Ritter, 2010: 39).

La compulsión de repetición

Freud (1920: 293) constata que en la vida psíquica, parece existir una tendencia irresistible a la repetición, aún allí donde lo que es repetido no provoca a una distensión conducente al placer: "¿Pero cuál es la relación del el principio de placer con la obligación, la pauta de repetición, esta manifestación de fuerza de lo reprimido? (...) la pauta de repetición involucra también a estas experiencias vividas del pasado que no provocan posibilidad alguna de placer". La tendencia a la repetición se afirma sin tener en cuenta el principio de placer y "va más allá del principio de placer" (Freud, 1920: 293): es entonces el más allá del principio de placer, o sea donde Lacan ubica al goce. Lacan (1969-1970: 88-89) dice: "En 1920, Freud se topa con la repetición al explorar el inconsciente. La repetición (...) es una denotación precisa de un rasgo (...) idéntica al rasgo unario, de un rasgo en tanto que celebra una irrupción del goce" y más tarde agrega, "el desagrado no es más que goce". Y también Lacan (1969-1970: 54) continua: "En la repetición misma, hay una pérdida de goce (...) y en el lugar de la pérdida del goce que introduce la repetición, surge la función del objeto perdido, el "a". El goce, efecto de las pulsiones, deja su lugar al objeto a, el plus-de-gozar, consecuencia de la pérdida de goce ocasionada por la repetición y que causa el deseo. Dicho de otra manera, el goce deja emerger al deseo por la reviviscencia (traumática) de la pérdida. A un nivel consciente esto resulta nefasto para el equilibrio y la homeostasia del principio de placer; a un nivel inconsciente, es estructural y necesario ya que hace emerger al deseo y por lo tanto, permite la movilidad.

2.3. Del goce al wanting (N.T.: querer)

De la metafísica a la fisiología Consideremos a la par el modelo de la pulsión y las definiciones de placer según Freud y de goce, según Lacan. Cuando, como consecuencia de una pulsión insistente, un comportamiento (ej. gritar, gimotear, succionar) implica el resultado buscado, el logro de este resultado llevará a una distensión que, según la definición de Freud será vivida como placer. En nuestro ejemplo, el grito conduce a la leche. Este objeto calma el hambre y esta distensión del cuerpo será vivida como placer.

Ahora, por otra parte, "el rasgo", para retomar el término de Lacan, que conduce a este placer (por ejemplo, el grito) -o, según nuestra propuesta, la activación de la secuencia motora del comportamiento- conducirá también a un registro, independientemente de la consumación del objeto, independientemente entonces del placer.

Cuando Lacan (1969-1970: 88) habla justamente de "un rasgo en tanto que recuerda una irrupción del goce", se trata de un registro que hace referencia a la historia del sujeto. El rasgo, la activación motora, al recordar aquello que fue gozoso, provoca goce. Freud (1905: 105) dice, a propósito del pulgar, que el niño está en "la búsqueda de un placer5 ya vivido y desde entonces recordado". Por esta razón, proponemos que el goce sea este "registro" obtenido cuando se activa un programa de acción, habiéndose constituido el acto adecuado en la historia del sujeto, pero en un segundo momento e independientemente del resultado (potencial) de esta acción. Se trata de aquello que Freud (1905: 109) intuía cuando propone que la naturaleza registra la necesidad de repetición de una actividad satisfactoria; se trata de un registro interno (dopaminérgico, ver más adelante), independiente del objeto externo que puede provocar la satisfacción y el placer.

Si tal como lo proponemos, el rasgo, que constituye el goce, se comprendiera como una activación motora, veríamos que básicamente se trata de un aumento de la tensión corporal. En efecto, toda activación motora, efectivamente realizada o simplemente imaginada, recordada, preparada, anticipada o aún evitada, produce un aumento de las tensiones musculares: las acciones efectivamente realizadas no son más que un fragmento de todas las acciones motoras que movilizan el cuerpo a cada momento.

Psicología del goce

Ahora, ¿cuáles son los sistemas fisiológicos subyacentes al placer y al goce? Volvamos a nuestro recién nacido: la deshidratación celular inicial desencadena una potente señal de alarma que sube desde los sensores del cuerpo interno hacia el cerebro por la vía de fibras nerviosas "aferentes" o ascendentes. Estas fibras se proyectan a nivel del hipotálamo, meta de los factores circulantes (en la sangre) capaces de informar al cerebro, el estado de las reservas y de las necesidades energéticas del organismo: juega así, un rol clave en la regulación de la ingesta de alimentos (Blouet& Schwartz, 2010). Estas fibras forman parte del llamado "haz medial del telencéfalo", un haz de neuronas que se localiza en el área hipotalámica lateral entre el hipotálamo lateral y el área tegmental ventral (ATV).

Una vía importante de fibras nerviosas dopaminérgicas sube entonces desde el AVT hacia el nucleus accumbens: este sistema dopaminérgico recibe también el nombre de "sistema mesolímbico mesocortical", ya que une los circuitos emocionales con las estructuras aún más antiguas del tronco cerebral (el ATV en el mesencéfalo), pero sus fibras se extienden a las estructuras más recientes de la corteza, la corteza pre frontal (ver figura 3). Jaak Pankseep, (1985:273) denomina a este sistema dopaminérgico, como "el sistema de búsqueda", el seeking system: en efecto, una liberación de dopamina en este sistema, provoca que el organismo se incorpore, busque, explore, vaya al encuentro de la vastedad del mundo. En consecuencia, se trata del sistema de exploración, del sistema que incita a buscar: cuando se libera dopamina, el organismo se pone en marcha, actúa y no necesariamente en forma directa e intencional hacia un objetivo preciso, todo lo que pueda ser puesto en movimiento, será puesto en movimiento. En el caso de nuestro recién nacido, la liberación de la dopamina es lo que impulsa a actuar a los principales sistemas musculares del cuerpo externo (piernas, brazos, manos, voz).


Figura 3

La vía mesolímbica es una trayectoria dopaminérgica (en azul en el dibujo) que nace en el área tegmental ventral (ATV). Sus aferencias se proyectan a varias estructuras del sistema límbico, donde está el nucleus accumbens y también se proyectan a nivel de la corteza frontal. Por esta razón, este haz ha recibido el nombre de haz mesocorticolímbico (Schultz, 2007).

El área tegmental ventral recibe las señales aferentes del cuerpo interno (por ejemplo, a través del hipotálamo) y evalúa el estado de carencia, de tensión o de satisfacción del cuerpo interno. Cuando una neurona del área tegmental ventral se activa, envía una señal eléctrica hasta el nucleus accumbens que entonces libera dopamina. El circuito que une el área tegmental ventral con el nucleus accumbens, actúa como un reóstato de la recompensa (ver Figura 4): indica a los otros centros cerebrales el valor de la recompensa predictiva de una actividad. Cuanto más importante sea la recompensa asociada a una actividad, más la recordará el organismo y así mayor será su intento por reproducir, renovar esta actividad.


Figura 4

En un primer momento, el nucleus accumbens, el núcleo donde el circuito motor y el circuito de recompensa se unen (ver Figura 3), fue llamado "centro de placer". Olds y Milner (1954) concibieron un sistema gracias al cual una rata puede, con la ayuda de una palanca conectada a un electrodo en su propio cerebro, estimular su nucleus accumbens para liberar dopamina. El hecho de que las ratas prefirieran estimularse hasta morir, más que comer, copular o cualquier otra actividad, llevó a la conclusión de que esto debía provocarles mucho placer. Más tarde, sobre la marcha de ciertas operaciones quirúrgicas, existió la posibilidad de practicar estimulaciones similares en ciertos pacientes (Heat, 1972; Portenoy y otros, 1986), y pudo comprobarse que estas personas preferían también dejarse morir antes que renunciar a esta autoestimulación. Pero curiosamente, esto no se daba a la par con signo externo de placer alguno: sonrisa, mirada distendida, bienestar tangible o expresión subjetiva de una sensación agradable (Berridge& Kringelbach, 2008: 15). Por este motivo, la elección del término de circuito "de recompensa" primó sobre la del centro del placer. Es probable que aquí nos encontremos con la distinción entre placer y goce.

El cuerpo evalúa constantemente por feedback homeostáticos, el estado de satisfacción de las necesidades del cuerpo. Cuando se produce un desequilibrio, se envía una señal al ATV que desencadena una depolarización a lo largo del axón. Este potencial de acción confluye en la terminación sináptica del nucleus accumbens y provoca la liberación de dopamina. Estas proyecciones dopaminérgicas tienen efectos neuroquímicos complejos entre los cuales está el de poner el cuerpo en estado de alerta en relación con el medio y evaluar anticipativamente la recompensa futura. La conexión neuronal entre el ATV y el nucleus accumbens actúa, entonces, como un reóstato de recompensa futura. Cuanto mayor es la recompensa en relación con la que se esperaba, mayor es la cantidad de dopamina liberada y así habrá una mejor retención y aprendizaje de la actividad conducente a tal recompensa, a fin de buscar su repetición ulterior.

Tomémonos el tiempo de considerar lo siguiente: la recompensa no es una recompensa extrínseca, no proviene de una instancia externa que ofrece algo agradable al organismo. Se trata de un sistema interno de optimización. El mecanismo fisiológico funciona de manera tal que los programas motores de los actos adecuados, se ven biológicamente diferenciados de otros actos: adquieren, en el transcurso del desarrollo del organismo, un bonus de recompensa que incitará a la movilización de estos programas motores. Proponemos entonces, que este bonus sea equivalente a lo que Shevrin (2003) ha llamado "el placer pulsional" ("drive pleasure") y Lacan "el goce": la gratificación de un bonus de recompensa que se fija a ciertos patrones comportamentales, independientemente del placer o de la falta de placer inducida por la consumación del objeto; es decir, independientemente del placer de la consumación.

Tenemos pues aquí una distinción crucial: la distención que el objeto adecuado puede aportar en relación con la tensión inicial, lleva a una experiencia de placer; la tensión asociada a la movilización de los programas motores de las acciones que en el pasado fueron recompensadas por conducir al objeto adecuado, conlleva una experiencia de goce. A nivel de la biología, esta recompensa pasa por el circuito dopaminérgico. Dicho de otro modo, dado que los primeros actos adecuados se recompensan fisiológicamente, se tornan gozosos. Así es como este organismo se vuelve eficaz: si la necesidad específica se produce nuevamente, habrá una fuerte incitación a repetir la acción que en el pasado se reveló adecuada y esta incitación es pues, una recompensa fisiológica dada por el sistema dopaminérgico. Podríamos, según nuestro propósito, comprender esto en términos de repetición de un patrón original y funcional, a saber la repetición de programas motores que en el pasado resultaron apropiados pero que, aun volviéndose luego inadecuados, incluso perjudiciales, no se borran, sino que insisten, persisten y se repiten, escapando sin embargo de la comprensión consciente. Tendríamos aquí entonces un mecanismo fisiológico para la compulsión de repetición (Freud, 1914).

Liking y wanting (N.T.: gustar y querer)

La diferencia entre placer y goce encuentra otro paralelismo en la distinción entre el wanting y el liking que propone el neurocientífico Kent Berridge (1996, 2000) y su colega, el biopsicólogo Terry Robinson (Robinson& Berridge, 1993, 2001). La genialidad de Berridge fue medir la apreciación en la rata de dos maneras diferentes. Por un lado, las reacciones hedónicas o aversivas (por ejemplo, a distintos alimentos) se miden a partir de gestos o muecas faciales. El azúcar suscita una reacción hedónica positiva, es decir de "liking" o de placer, expresada al relamerse el hocico (o los labios en el caso del humano), gesto acompañado por una relajación de los músculos de la cara. El gusto amargo de la quinina, por el contrario, provoca una aversión, es decir un "disliking" o desagrado que se expresa con muecas complejas (retracción de los labios, fruncimiento de las cejas y de la nariz, sacudida de las manos y de la cabeza) y por bostezos aversivos (Berridge, 2000). Los mismos patrones pueden encontrarse en el mono y en el humano (en el bebé particularmente), lo que habla de la persistencia de estos signos a través de la evolución (Berridge, 2000). Por otro lado, el "querer" de la rata (para estos diferentes alimentos, por ejemplo) es medido por la activación motora: por la distancia que el animal está dispuesto a recorrer - el "wanting". En otros términos, Berridge distingue "liking", un placer sensorial con valor hedónico, muchas veces consiguiente a un consumación (una actividad sexual o de alimentación) del "wanting" que tiene que ver con una motivación irreprimible para una acción específica. Proponemos entonces que el concepto del "liking" sea equivalente al de placer; mientras que el concepto del "wanting", en su referencia a la dimensión de movilización motora del cuerpo, sea equivalente al concepto de goce.

Gracias a estos parámetros distintivos y bien caracterizados a partir de experiencias con animales, Berridge (1996) evidenció que el afecto y la motivación son el producto de diferentes circuitos neuronales que pueden funcionar en forma independiente. El circuito del "wanting" es el mismo circuito mesolímbico dopaminérgico que propone Panksepp para su seeking system. Berridge (2000) propone además, que otro circuito neuronal, separado del mesolímbico pero en interacción estrecha con él, subyace al "liking", es decir al placer. Se trata de un conjunto de "hot spots" (puntos calientes) opioides subcorticales: el pallidum ventral, la corteza del nucleus accumbens y el núcleo parabraquial en el tronco cerebral. El pallidum ventral es, como el núcleo accumbens, una estructura de los ganglios de la base, que proyecta hacia el tálamo. El núcleo parabraquial es un núcleo autónomo (aunque interconectado con las otras estructuras: ver Figura 5), implicado en el control de las funciones viscerales pero también en la modulación de la actividad global de la corteza (Martin, Riou& Vallet, 2009: 770).


Figura 5

Situación e interconexiones de los "hotspots" que generan las sensaciones de placer en la rata. Estos "hotspots" se localizan en el pallidum ventral, en el nucleus accumbens y el núcleo parabraquial.

Finalmente, esto es lo que proponemos como modelo sintético entre psicoanálisis y neurociencias. Cuando un comportamiento conlleva al resultado esperado, la consumación de este resultado lleva a una distención que es vivida bajo la forma de placer. El placer es sostenido por el principio de placer cuya meta es la disminución de tensión. Si el principio de placer pudiera satisfacerse plenamente, esta aniquilación de toda moción no tendría por efecto más que conducir a la muerte, único estado de equilibrio perfecto. Las neurociencias, por su lado, evidenciaron una zona de placer hedónico de consumación, independiente de la apetencia del objeto consumido. Las zonas cerebrales correspondientes son los hotspots opioides subcorticales que se activan cuando se que satisface una necesidad por medio del objeto específico y que producen una sensación hedónica. Por el contrario, el goce está regido por la pulsión de vida en su forma más bruta y caótica, es el "impulsador". Por consiguiente, esta pulsión de vida incita al sujeto a superar el principio de placer y lleva al cuerpo a un punto de tensión, hasta llegar a lo ya no soportable, es decir, al sufrimiento. Proponemos que se trata de un registro intrínseco a la fisiología del organismo, un registro de la acción revelada como adecuada por el hecho de su finalización en el placer; un registro que lleva a favorecer su repetición, aun cuando luego durante el transcurso de la vida, esta acción pierda su adecuación. El goce puede entonces definirse como un beneficio inconsciente de un comportamiento independientemente de su valor agradable. Volvemos a plantear un paralelismo con las neurociencias, en particular con lo que Pankseep denominó el seeking system, o Berridge, el "wanting", es decir, el resultado de la activación del circuito mesolímbico dopaminérgico. Efectivamente, las diferentes funciones de la dopamina de este sistema, corresponden a las articulaciones metapsicológicas del goce: la activación del circuito mesolímbico dopaminérgico conduce a esta activación exploradora y activa, característica de la pulsión de vida, con la insistencia a ultranza de lograr una recompensa, característico del exceso propio del goce, y conlleva el registro de la acción recompensada por su función de "reóstato de la recompensa", es decir, al registro de la acción adecuada según el modelo de la pulsión de Freud y según cómo lo interpretó Lacan.

3. De lo que se trata

Clínica del goce

No consideremos ya al niño que grita porque tiene hambre, sino al niño bañado por su madre. Tomemos el ejemplo de una madre que suele mostrar poca tolerancia y que reacciona de manera tensa frente a un niño lleno de energía o capaz de gran voluntad propia. El momento del baño puede ser más o menos difícil según sea el niño tranquilo o activo, enérgico o muy demandante. El niño puede entonces elegir cómo comportarse: a su antojo e insistir en mostrarse enérgico, vital, demandante; entrar en conflicto con su madre y abrir las hostilidades a cada momento del baño. O bien, teniendo en cuenta el poco margen de tolerancia de su madre, podría elegir al fin de cuentas, comportarse mejor. Esta actitud retraída resulta adecuada: las necesidades fundamentales quedan así más rápida, más fácil y más frecuentemente aliviadas y las sensaciones de desagrado se detienen más rápidamente. El circuito de la dopamina otorga un bonus a la postura retraída del cuerpo y registra pues también la historia del niño en su cuerpo: quedarse quieto, comportarse bien, retraído, como programa motor del cuerpo, otorga un beneficio, una recompensa. O en términos psicoanalíticos: la actitud pasiva se vuelve gozosa para este sujeto.

Ahora bien, este mecanismo si es muy eficaz al ajustar el actuar de un organismo a un contexto, lo es a través de un precio. Llegarán momentos en la vida de este niño en los cuales mostrar o tener un perfil bajo, no le procurará beneficio alguno. Es posible imaginar, por el contrario, que llegarán numerosos momentos en los cuales el niño tendrá interés en manifestarse y no mantenerse retraído. Para este niño hipotético, significa que deberá sufrir una pérdida de goce, que deberá ir a contra corriente de la tendencia "natural" del goce del cuerpo, para llegar a manifestarse, a exigir atención. En la adultez, este niño tendrá tendencia, dado que para su cuerpo la afirmación sobre sí mismo es "contranatura", a manifestarse con menor frecuencia, no en forma rápida y con menos fuerza que otro sujeto cuya economía del goce sea diferente en este plano.

Hay, entonces, en la vida de este adulto una pérdida real debida a esta organización singular: en todas las situaciones donde el sujeto tenga interés en hacerse escuchar, en tomar la palabra, en ubicarse en primer plano, en exigir atención, habrá sobre este impulso un ligero retraso porque el goce registrado en el cuerpo se muestra renuente, es "más tarde, no aún, no tan rápido, no tan pronto, no tan fuerte". Una actitud retraída en un contexto sonoro y ruidoso, hará vibrar el goce del cuerpo de manera suave y secreta, porque fue esta la actitud que anteriormente atrajo la recompensa, cuando se trataba de la actitud adecuada. Más tarde, la recompensa -la tensión del cuerpo- se mantuvo independientemente del resultado del comportamiento.

Cada vez que resulte mejor mantenerse retraído (y finalmente este tipo de situación es frecuente en la vida), hay para este sujeto un bonus de goce: un pequeño bonus de goce del cual la persona no conoce la existencia, tampoco el sujeto, y que pasa por lo tanto, desapercibido. No es que necesariamente todos tengamos que mantenernos sin llamar la atención, solo tal cosa sucede porque en ciertas situaciones es más razonable mostrarse retraído y para algunos, esto implica además un pequeño (o gran) bonus.

El niño que hubiera elegido mantener el conflicto con la madre, pierde la tranquilidad de los momentos un poco menos difíciles con ella pero también gana: impide tal vez, la fijación de una economía gozosa acoplada al retraimiento, al bajo perfil y luego le será más fácil ubicarse en primer plano.

Tomamos, entonces, como ejemplo el goce de la retracción, pero imaginamos fácilmente cómo otras tramas sistemáticas de interacción con el primer otro, con los primeros otros, se registran fisiológica y psicológicamente. Un padre que trata a su hijo en forma (ligeramente) humillante, puede incitar a un (suave) goce ligado a la humillación en el adulto posterior; un padre u otro cuidador, con tendencias (ligeramente) voyeristas hacia el niño, puede alentar la organización de un (ligero) goce exhibicionista en este sujeto. No hay lugar aquí para imaginar importantes eventos o comportamientos de fracaso: la mayoría de las veces, las tendencias inconscientes por parte de los cuidadores son vibraciones de fondo que el niño sintoniza perfectamente de manera inconsciente y a las que puede reaccionar, se esforzará, en su afán de comportarse lo más adecuadamente posible hacia los cuidadores (un recién nacido depende totalmente de los cuidadores para sobrevivir), de encontrar su mejor reacción o respuesta. Tampoco hay que ver aquí dinámicas necesariamente muy problemáticas: los cuidadores, los padres en general, cuidan al niño, es decir, ofrecen la vida a este niño: que esto suceda a un cierto precio, ligado a la posibilidad de falla de los cuidadores, resulta estructuralmente inevitable.

Es así que el niño crece y alcanza su plenitud en función del primer otro y de los primeros otros que lo cuidan y es así cómo el organismo biológico y el aparato psíquico se organizan en función de las acciones gratificantes.

El desafío de un tratamiento del goce: bascular del cuerpo que vibra en el presente hacia su historización por medio del lenguaje

Nos permitimos, al final de este trabajo, una reflexión más ética sobre el tratamiento de la represión y del goce. Si la práctica clínica sugiere que aquello que se relaciona con la represión tiene un abordaje relativamente más sencillo dentro de una dimensión histórica del sujeto, no sucede así con respecto al goce. Efectivamente, circunscribiéndonos a la represión, los lapsus, los retornos de lo reprimido, los síntomas, la psicopatología de la vida cotidiana, constituyen, al fin de cuentas, los registros de la historia y el sujeto se ve confrontado a una serie de indicios que lo remiten a esta dimensión de historicidad. Por medio de la asociación libre, puede (a veces) procurarse los medios para retejer los lazos, hasta aquí inconscientes, entre su actualidad y su historia.

Por el contrario, en cuanto al goce es más característico que la dimensión histórica sea pospuesta más fuertemente, diríamos, que en relación con la represión. El goce al ser solo mudo, corre el riesgo de perderse al ser relatado y a fortiori, al retejerse en una historia. El sujeto se protege contra el riesgo de esta pérdida, cuando además la falta de vocabulario para relatar su goce, le juega sus cartas. El psicoanalista Guy Morel (2006) precisa que en la compulsión de repetición, el sujeto repite en actos aquello de lo que no puede acordarse. El "Yo" resiste ante el retorno de estos recuerdos; la compulsión de repetición provendría de lo que resiste en la consciencia del sujeto y se manifiesta en acto, allí donde esto no puede mediatizarse por el lenguaje.

Ubicar lo gozoso dentro de una perspectiva histórica no solamente parece difícil sino que, generalmente y más importante, incomoda. Hay una protesta salvaje y muchas veces colérica hacia la idea de pensar el desarraigo o la problemática insistente, como la portadora de sentido de una historia. El goce tiene al sujeto en ascuas y así, la opción de recurrir a soluciones "simples" en el aquí y ahora, resulta ser la más perentoria. Tal vez haya que leer en la vehemencia de esta protesta, la magnitud de lo psíquicamente está en juego y es necesario proteger.

Ahora bien, el abordaje psicoanalítico, así como el de perfil más "neuro"psicoanalítico como el que aquí nos hemos animado a plantear, propone pensar al goce como vestigio: vestigio por ejemplo de actos, comportamientos, programas motores, otrora adecuados y que ya no lo son (lo más frecuente). El goce no es más que delicia del cuerpo eminentemente actual, solo puede serlo porque esta vibración del cuerpo fue antes, placer. Por esta razón, una ética del tratamiento del goce no puede evitar, según nuestro punto de vista, no mantenerse en todo momento atento a su dimensión histórica.

Esta atención hacia la dimensión histórica pasa por el lenguaje. El lenguaje, huella de la historia, es el que da al goce, su forma precisa y es entonces la forma precisa del goce lo que permite, a veces, volver a trazar esta historia.

La evolución del caso de Imane: algunos destinos posibles para el goce Para ilustrar esta postura nos permitimos una viñeta clínica y dejamos abiertas su interpretación y conclusión. Transcribimos a continuación un extracto del trabajo de tesis de una estudiante (Héctor, 2008: 52), que consistía en observar momentos íntimos entre la mamá y su bebé: "Desde el primer encuentro, nos llamó la atención la rapidez, la seguridad y la precisión de gestos de esta madre en el contacto con su hija. En seguida, se instala un malestar por la brusquedad con la que la Señora J. maneja a Imane. Se nos escapa el origen de sus preocupaciones relacionadas con la higiene de su hija". La Señora J. es una joven adolescente de 18 años que escapó de Somalía con su familia cuando tenía 7 años; su hija, Imane, tenía 5 semanas de vida cuando se realizó esta práctica de observación. El embarazo no había sido previsto. La pareja se rompió durante la gestación, la Señora J. no quiere contar nada al respecto y no tiene contacto con el papá. Luego de una observación en el hospital psiquiátrico como consecuencia de una "crisis" a los seis días del parto, la Señora J. fue acogida en la unidad materno-infantil junto a Imane. Héctor (2008: 56) continúa su descripción: "Imane es golpeada, sacudida, pellizcada, arañada, salpicada, asfixiada, estrangulada, penetrada. El tocar es siempre brusco, áspero, incisivo, nunca es caricia, no hay sensibilidad ni suavidad. Es una mano abrasiva, invasiva, que marca el cuerpo del niño. (...) La Señora J. inscribe en el cuerpo de su hija el registro de un goce bruto, sin contorno, sin líneas". Podría decirse que "se libra a baños que pueden asimilarse a un ritual de purificación insistiendo sistemáticamente en los pliegues del cuello" (Héctor, 2008: 52). La estudiante informa por otro lado, que la Señora J. acompaña este gesto con estas palabras: "Hay que lavar bien el cuello de los niños, porque los niños tienen cuellos sucios (del francés original sales cous) destacando que las migas y restos de la comida se meten allí. La Señora J. insiste también a nivel de los pliegues de la vulva de su hija: "Estimula una pulsión genital que será asociada con gestos agresivos, invasivos con el riesgo inmanente de que Imane no pueda llegar a construirse en función al Otro más que en una relación masoquista" (Héctor, 2008: 57).

La estudiante comprendió bien, a nuestro criterio, un posible punto de entrenudado en la constitución de un modo de goce para Imane. Efectivamente, esta pequeña niña, sometida a esta violencia intrusiva, deberá poder encontrar el modo de "encajar", ya que su supervivencia depende de ello, tanto como garantía de los cuidados recibidos, tanto como del desagrado a toda costa evitado, la postura sumisa. Esta postura "de encajar" del cuerpo será recompensada: tomar esta postura, significará en el futuro un bonus de goce, lo que asegura su perennidad. Esta perennidad es de vital importancia en la edad infantil, sin embargo es posible que sea causa de gran desasosiego en la vida adulta. ¿Qué podría decir Imane si de adulta, tuviera el deseo? Como lo precisa Héctor (2008), los registros quedan inscriptos en el cuerpo y aunque acompañados de lenguaje ("los niños tienen cuellos sucios"), ¿qué resonancia directa puede quedar de estas palabras de la madre para la futura adulta Imane?

Es aquí, entre otros factores, donde juega entonces la diferencia entre lo lingüístico y lo verbal. Aunque a las cinco semanas de vida, Imane no se encuentre aún en lo verbal, ella es presa de lenguaje. Su madre, incapaz de decir algo, por ejemplo acerca de los orígenes de Imane, e incapaz de hilar este lazo de filiación madre-hija, actúa sin embargo a nivel de la transmisión, es más, incluso de la transmisión lingüística. Héctor (2008: 53) acerca estos comentarios: "En relación con un pasado indecible por parte de esta joven mujer, ¿qué mancha podrá haber vivido como para intentar tal vez, evacuar al proyectarla en el cuerpo de su hija? (...) ¿Cuáles son los registros que la Señora J. trata a toda costa de borrar y para los el cuerpo de Imane sería la superficie de inscripción? (...) La suciedad, aquí, puede ser el significante de un trauma vivido en la relación sexual. (...). La Señora J. se mantiene su postura a costo de defensas rígidas e hipercostosas: no puede decir nada acerca de su maternidad más allá de un discurso estereotipado, copiado e hiperconformista, en el que prima una aislación masiva entre representaciones y afectos. (...) Una transmisión opera de madre a hija pero que en el discurso de la Señora J., queda de nuevo en el campo de lo factual" (itálicas agregadas). Proponemos que esta transmisión de madre a hija, no se limite a la semántica de lo factual que está en juego, es decir, la invasión cortante a nivel del cuerpo, pero que también está en juego y de manera precisa, sobre el hilo del significante de este factual. ¿Qué es lo que dice precisamente la Señora J? Nos parece que las escasas palabras que puede prodigar a su hija tienen una gran potencia expresiva. En efecto, insiste en la expresión "el cuello sucio" (del francés original sale cou [sal ku]) de los niños y uno no puede evitar comprender allí la resonancia del suceso asqueroso, feo o desagradable (del francés original sale coup [sal ku]) que ha sido para ella este embarazo no deseado y del suceso asqueroso que originó este embarazo no deseado.

Imane no recibió pues ninguna filiación narrativa pero sin embargo, vive la filiación lingüística: a pesar de no hablarle, su mamá le transmitió factual y lingüísticamente por el desvío factual, índices de su historia. La Imane adulta podría luchar enérgicamente contra un goce masoquista, cuyo ahorro fue planteado a una edad en la que Imane no poseía ni tenía medios mentales para su manejo. Para dejarlo claro, es posible que en su adultez, no vuelvan las resonancias de los decires o de la historia que acompañó este entramado. Por esta razón (el desenlace a la edad precoz cuando las cosas entraron en juego), podría pasar, entre otras cosas, que a la edad adulta surja una protesta contra la puesta en perspectiva histórica de la angustia, toda tentativa de volver a entretejer una historia a través del lenguaje. Pero Imane tendrá, sin embargo, la forma precisa del goce, la precisión de las formas de su modo de goce (incluso de su fantasma) y sería posible que en su adultez le quede el vestigio del cuello hipersensible y/o hipergozoso. Si, por el desvío de su propio goce, registrado en el cuerpo, Imane no llegue a hablar de su « cuello sucio », objeto de su goce (por ejemplo, al dirigirse a un analista), tratará de procurarse los medios para comprender algún indicio de la historia de su goce a través de su filiación, en un movimiento basculante significante del cuello sucio al suceso desagradable (del sale cou al sale coup), que seguramente habrá podido comprender. 6Pero si hubiera un espacio de comprensión, no es a su madre, a quien habrá escuchado hablarle a través de los años, sino que es su madre quien le habrá dado, a pesar de todo, los medios para hacerlo.6

No está dicho que la "resolución" del texto del goce, haga desaparecer este goce, ya que es propio del goce, para nosotros, que nada puede hacerlo desaparecer enteramente, o en gran parte, de manera tan sencilla. Sin embargo, si debiera existir una forma de disminuir la influencia, proponemos que esta manera pase imperativamente por la dimensión inminentemente histórica del goce y por el rol paradójico, pero crucial, que juega aquí el lenguaje.

Notas

1 Ya que hay movimiento ocular efectivo.

2 La activación somatosensorial en negativo, ver más arriba.

3 "On occasions, such automatic [inhibition] mechanisms might appear maladaptive, suppressing actions that are subsequently required" (Sumner et al., 2007: 699).

4 La acción del cuerpo interno es dirigida hacia el medio interior y el objeto incorporado, mientras que la acción del cuerpo externo es dirigida hacia el medio exterior y el objeto manipulado.

5 Comprender goce como en la lógica del reposo.

6 Un poco como en la fábula de La Fontaine, "El agricultor y sus hijos", es la interpretación del mensaje codificado la que asegura la transmisión: "Pero el padre fue sabio al mostrarles, antes de morir, que el trabajo era un tesoro".

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