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Revista latinoamericana de filosofía

versión On-line ISSN 1852-7353

Rev. latinoam. filos. vol.38 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires mayo 2012

 

COMENTARIOS BIBLIOGRÁFICOS

George Berkeley, Siris. Empirismo e idealismo platónico en el siglo XVII, introducción, traducción y notas adicionales de Jorge L. Martin, Buenos Aires, Miño y Dávila, 2009, 172 pp.

 

George Berkeley llamó a esta obra publicada en 1744 "Siris" en homenaje a las dos grandes culturas antiguas que la nutren. "Siris" es, en efecto, el diminutivo del griego "seirá" ("cadena o lazo") y el nombre egipcio del mítico y sagrado río Nilo, según nos informa Jorge Martin en el breve pero muy buen estudio que precede a su excelente traducción del obispo de Cloyne. La lectura es cautivante. Se presenta al comienzo como un tratado de farmacia sobre las propiedades curativas del agua de alquitrán y poco a poco, más allá de las intenciones originales del autor al parecer (§ 297), transmuta primero en teoría filosófica, luego en historia de la metafísica y finalmente en indicio sobre el movimiento de los movimientos: el de las personas al interior de la Trinidad divina. El lector acompaña ese ascenso. Empieza un poco desorientado ante la profusión de recetas, clasificaciones biológicas y propiedades químicas relacionadas con el "agua de la salud", e insensiblemente, alrededor del § 150, es decir, a mitad del libro, descubre que ha entrado a otro mundo donde se reflexiona sobre el "éter o fuego invisible" y sobre "la Mente que mueve y gobierna el sistema del mundo". Junto a citas de Newton y Boerhaave, se encontrará entonces con fragmentos estoicos y con referencias a Pitágoras, Platón, Jámblico, Plotino y textos herméticos como el Asclepio, el Pimander o los Oráculos caldeos.
Al recordar tantas obras antiguas, de los griegos y de los maestros de los griegos: los pueblos de Oriente (§ 177), Berkeley quiere poner en evidencia que los sabios del pasado trascendieron los datos sensibles y descubrieron la causalidad espiritual del mundo tal como lo hicieron los filósofos cristianos posteriores, y él mismo. De tal manera, busca refutar el mecanicismo, ir más allá de lo que la prudencia metodológica de Newton aconsejaba respecto del conocimiento de las causas y, sobre todo, demostrar el error del "ateísmo moderno: el de Hobbes, Spinoza, Collins o quien se quiera" (§ 354). Este último propósito coincide, sin duda, con lo que el obispo expresó en otros escritos (basta recordar los subtítulos de los Dialogues y los Principles). No por ello resultan menos notables, sin embargo, la reconstucción de una prisca theologia de rasgos claramente neoplátonicos, tan semejante a la que Marsilio Ficino realizara tres siglos antes, o la afirmación del carácter viviente del Todo que encontramos en Siris. Surgen entonces las preguntas. ¿No era Berkeley un empirista? ¿La metáfora del universo como un gran animal no fue definitivamente reemplazada en el siglo XVII por la del mecanismo de relojería? En tiempos en que abunda un esquema empobrecedor de la Filosofía Moderna, la publicación de esta obra brinda pues, sin duda, una excelente ocasión para que los interesados en aquel período, además de disfrutar con la lectura, recuerden y hagan valer la necesidad de volver a las fuentes y de asumir la riqueza de ideas que circulaban por ellas.

Fernando Bahr
Universidad Nacional del Litoral
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

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