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Revista latinoamericana de filosofía

versión On-line ISSN 1852-7353

Rev. latinoam. filos. vol.40 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires mayo 2014

 

CRÓNICAS

Luis Villoro
(1922-2014)

 

Con el sentido fallecimiento de Luis Villoro, maestro de varias generaciones, se cierra uno de los capítulos más brillantes de la historia de la filosofía en México. Al momento de su muerte, Villoro era, sin duda, la figura más respetada de la comunidad filosófica mexicana. El hueco que dejó no podrá llenarse en mucho tiempo.
En su juventud, Villoro formó parte del célebre Grupo Hiperión, colectivo que pretendía fundar una filosofía mexicana rigurosa y auténtica. El Hiperión, integrado por alumnos de José Gaos, tuvo actividad entre 1948 y 1952, pero el ideal intelectual que lo congregaba siguió siendo cultivado por Villoro durante toda la segunda mitad del siglo anterior.
Su obra se nutrió de las corrientes más importantes del largo periodo en el cual tuvo actividad: el existencialismo, la fenomenología, el marxismo, la analítica, el multiculturalismo. Pasó por ellas sin detenerse en ninguna, sin convertirse, como tantos otros, en cofrade de alguna capilla. En sus escritos se observan ciertas preocupaciones recurrentes: la comprensión de la alteridad, los límites de la razón, los vínculos entre el conocimiento y el poder, la reflexión sobre la injusticia, el respeto a las diferencias culturales, la comunión con la divinidad, y la dimensión crítica del pensamiento filosófico.
Sus libros Los grandes momentos del indigenismo en México (1950) y El proceso ideológico de la revolución de independencia (1953) son trabajos magistrales de historia intelectual y de filosofía de la historia. En el primero de ellos, realizó una crónica de las ideas sobre el indio y del rol que éstas jugaron en la autoconciencia de los mestizos y criollos. En el segundo, examinó el proceso ideológico de la independencia, pero también, y de manera sutil, el clima existencial que la impelió.
A partir de mediados de la década de los cincuenta y hasta mediados de los ochenta, trabajó en una serie de estudios cruzados de epistemología y filosofía política desde las coordenadas teóricas de la fenomenología, el marxismo y la analítica. Fue en esos años que adquirió prestigio como un profesor brillante y carismático, y como uno de los intelectuales opositores más destacados. De esta época son sus libros La idea y el ente en la filosofía de Descartes (1965), Estudios sobre Husserl (1975) y El concepto de ideología y otros ensayos (1985). En este ultimo, ofreció una defensa de la filosofía entendida como crítica de las creencias heredadas e impuestas. En contra de las posiciones más recalcitrantes, sostuvo que la filosofía no debía ser una ideología, sino un ejercicio de la razón autónoma. Para Villoro, la razón tenía que ser liberadora y, para que lo fuera, tenía que ser rigurosa. Su militancia en la izquierda nunca resbaló hacia el dogmatismo o el caudillismo.
En Creer, saber y conocer (1982), estudio inscrito en la tradición analítica, ofreció una teoría epistemológica que elimina la cláusula de verdad de la definición de conocimiento con el fin de comprender la práctica epistémica en su dimensión histórica y política. Villoro analiza "saber que p" como "creer que p con razones objetivamente suficientes". A su vez, una razón para creer que p es "objetivamente suficiente" si es "concluyente, completa y coherente". Sin embargo, una misma razón puede ser objetivamente suficiente en una comunidad sin serlo en otra. De esto se sigue cierto relativismo que nos puede resultar incómodo, pero que fue aceptado por él como la única manera de responder al desafío escéptico. Este libro, acaso el más original y ambicioso de toda su producción, todavía se lee con sumo interés y tendría que ser lectura obligada en todos los cursos universitarios sobre epistemología.
A principios de los ochenta, Villoro fue un brillante embajador de México en la UNESCO. En ese periodo comenzó a desarrollar una crítica a los excesos de la modernidad occidental y a acercase a posiciones multiculturalistas.
El levantamiento neozapatista causó una profunda impresión en Villoro. Toda su obra, desde entonces, quedó marcada por este suceso. La lección que él extrajo de ese movimiento fue que el ejercicio del poder debe estar basado en la sensibilidad moral. En El poder y el valor. Fundamentos de una ética política (1998), sostuvo que se debe dar prioridad a aquellos valores que vinculan a los individuos con su comunidad, sin abandonar del todo los principios de la libertad y del orden social. Villoro abjuró de la democracia representativa liberal y defendió una democracia radical en la que el poder sea ejercido por los individuos en los sitios en donde habitan y laboran. Un modelo viable de esta sociedad igualitaria podía encontrarse, según él, en las comunidades indígenas de México.
Aquí sólo he mencionado algunos de sus libros más importantes, pero a lo largo de más de seis décadas de labor intelectual, produjo una obra rica y extensa que debería recopilarse de manera cuidadosa. La edición de sus obras completas no puede limitarse a una mera reimpresión de sus libros. Hay que recuperar sus ensayos en revistas académicas, culturales y políticas, sus artículos en periódicos, así como su correspondencia y sus manuscritos más relevantes. Pero sobre todo, hay que seguir leyendo y discutiendo sus obras en los salones de clase y fuera de ellos, en la plaza pública. Es decir, ocuparse de que su pensamiento siga estando vivo.
El ejemplo intelectual y moral de Luis Villoro nos queda como su legado. Estoy convencido de que el camino que él nos señaló es el que tendría que tomar nuestra filosofía académica para salir de su letargo y reencontrase con su circunstancia.

GUILLERMO HURTADO

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