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Revista latinoamericana de filosofía

On-line version ISSN 1852-7353

Rev. latinoam. filos. vol.41 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires May 2015

 

COMENTARIOS BIBLIOGRÁFICOS

Diana Pérez, Sentir, desear, creer, Buenos Aires, Prometeo, 2013, 276 pp.

 

Tal como sucede con algunos arquitectos e ingenieros que, convocados para solucionar los problemas que tiene un edificio, solo encuentran como vía su refundación con nuevos cimientos, a veces los filósofos se enfrentan al desafío de tener que volver a pensar los supuestos compartidos de un área del conocimiento para poder rectificar errores, eliminar debates estériles y enmendar averías.
En esta obra, Diana Pérez decide que la manera de dar respuestas correctas a diferentes problemáticas propias de la filosofía de la mente es a partir del replanteo de uno de sus cimientos más importantes: los conceptos psicológicos. Y es que luego de varios años de estudio, investigación y producción arribó a un diagnóstico crítico que exige repensar las bases de cómo se concibe a esta clase específica de conceptos. El tratamiento terapéutico que lleva adelante es colocar preguntas allí donde filósofos y psicólogos solo ven certezas, con la esperanza de que de ese modo pueda haber una reconstrucción que habilite nuevas maneras de reflexionar, tanto sobre las disputas filosóficas tradicionales en las que estas nociones están involucradas como también sobre las prácticas corrientes en nuestras interacciones con los demás. Se trata de un programa ambicioso y desafiante, en el que la misma manera en que entendemos la naturaleza humana es puesta en cuestión. Pérez no busca ofrecer una teoría general de los conceptos, algo de lo que se han ocupado muchos filósofos en las últimas décadas, sino acercarse a una teoría de los conceptos psicológicos, los que no suelen ser tenidos en cuenta ni considerados en su particular singularidad.
El primer paso de esta tarea es un recorrido por las distintas teorías de conceptos psicológicos que se han ofrecido en el pasado –en un amplio abanico que va desde G. Ryle a J. Prinz, pasando por D. Chalmers y J. Fodor, entre otros– en un primer capítulo que se destaca por su profundidad y poder de síntesis y que encaja perfecto en la currícula de cualquier curso universitario de grado o posgrado que necesite un panorama de las discusiones suscitadas a lo largo del siglo XX. Pérez desecha la teoría representacional de la mente como punto de partida y termina adoptando una teoría inferencialista en la que la posesión de conceptos implica una diferencia en las capacidades cognitivas, epistémicas y prácticas de la persona. Los conceptos son normas que rigen el espacio de inferencias teóricas y prácticas posibles, vinculados entre sí por relaciones criteriales, de acuerdo a la noción formulada por P. Hacker a partir de Wittgenstein.
El segundo capítulo está dedicado a reevaluar la psicología de sentido común a la luz de esta nueva manera de concebir los conceptos psicológicos. Aquí Pérez vuelve a equilibrar un profundo conocimiento del tema con sus aportes originales: tras un recorrido por los orígenes del interés por la psicología folk, establece la heterogeneidad de los conceptos psicológicos cotidianos. Es este el paso previo a la distinción de los diferentes modelos en pugna a partir de la perspectiva que adoptan: la tercera persona (capítulo 3); la primera persona (capítulo 4) y la segunda persona (capítulo 5). Tomados in toto, estos primeros cinco capítulos destinados a los conceptos psicológicos cotidianos son el corazón de la obra, con una visión de la psicología de sentido común que abarca lo principal de la vasta bibliografía que se publicó en los últimos 30 años sin dejar de lado su contribución personal. No es casual que este sea el fuerte de Pérez: el primer artículo de su autoría, publicado en 1992 en Cuadernos de filosofía, versaba justamente sobre conceptos psicológicos y psicología folk. Este vasto conocimiento del tema también le permite formular críticas a las propuestas clásicas y a las posturas contemporáneas, como las surgidas del rescate de la dimensión corporal en las ciencias cognitivas y el narrativismo. Una de sus principales y más acertadas decisiones es sumar las emociones y sensaciones al universo de los conceptos psicológicos básicos, en pie de igualdad con los deseos y creencias, y señalar la ausencia aún de una teoría de la posesión y adquisición de conceptos compatible con la perspectiva de la segunda persona. Además, propone repensar el punto de partida sobre el que se comienza a pensar la psicología de sentido común, desechando opciones como las de convicciones básicas propuestas por E. Rabossi (capítulo 6).
Luego de analizar la psicología de sentido común a partir de su renovada concepción de los conceptos psicológicos y de inclinarse por los abordajes desde la segunda persona, Pérez emprende la tarea de ofrecer una teoría propia que satisfaga las necesidades que ella misma plantea. Para ello primero ofrece una genealogía ontogenética y filogenética de los conceptos psicológicos (capítulo 7), que intenta dar cuenta de cómo podría haber surgido la atribución psicológica, y luego defiende la tesis de que los conceptos psicológicos pueden ser concebidos como conceptos de clase natural (capítulo 8), en un modo de ilustrar cómo sería la vinculación entre conocimiento científico y conocimiento de sentido común. En ambos casos, la propuesta es provocativa y la lectura de ambos capítulos deja al lector con ansias de conocer más en profundidad los fundamentos y consecuencias de estas posturas. La autora toma decisiones arriesgadas, como la de ofrecer genealogías en el espíritu de B. Williams y una noción de "clase natural" que pretende ser inmune a las consecuencias esencialistas, por citar solo dos ejemplos. Una mayor extensión de estas secciones hubiese sido deseable pero quizá hubiese atentado contra la contundencia del libro, que en 250 páginas ofrece un recorrido ágil con una prosa amena y clara que los no iniciados en estas problemáticas agradecerán. Esta segunda sección sin dudas puede ser el puntapié de próximas obras, ya que se trata de textos con alta densidad de ideas y posibles vías de investigación que se van abriendo a medida que avanzan los argumentos.
Por último, Pérez destina el resto del libro a analizar cuáles serían las consecuencias de su teoría de los conceptos psicológicos para dos de las temáticas más transitadas y discutidas en la filosofía de la mente: el problema mente-cuerpo (capítulo 9) y la experiencia consciente (capítulo 10). Una vez más, aquí sopesa una clara descripción del derrotero intelectual de sus principales referentes con sus propias contribuciones originales.
Es posible que sea este el mayor mérito de la obra de Pérez: si bien en cada capítulo queda clara su visión personal –en ocasiones sin temor a enfrentar el status quo del área con ideas que contradicen algunos supuestos sostenidos de manera acrítica por ciertos autores– el texto siempre deja espacio para que sea el lector quien decida qué postura adoptar. Por decirlo de algún modo, la autora muestra las cartas con las que juega a la hora de argumentar y tomar posición frente a las distintas problemáticas, lo que permite una lectura ágil y crítica de temas que de otro modo podrían volverse dificultosos para aquellos que no se encuentran familiarizados con los mismos, pero sin dejar de provocar la reflexión y el juicio entre los versados en esas temáticas. Es justamente por eso que tanto por temática como por abordaje y estilo, el libro no solo es útil para filósofos interesados en el área, sino también para psicólogos y psiquiatras, quienes podrán entender de manera clara cuál es el mapa actual de las discusiones y polémicas pero también asomarse a una concepción personal. Sentir, desear, creer es una obra necesaria y bienvenida no solo para los estudios de la filosofía de la mente en español, sino para toda la filosofía.

Tomás Balmaceda
Universidad de Buenos Aires
SADAF

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