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Revista latinoamericana de filosofía

versión On-line ISSN 1852-7353

Rev. latinoam. filos. vol.42 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires nov. 2016

 

COMENTARIOS BIBLIOGRÁFICOS

Michel Foucault, La gran extranjera: Para pensar la literatura, traducción de Horacio Pons, Buenos Aires, Siglo XXI, 2015, 192 pp.

 

La editorial Siglo Veintiuno de Argentina ha dado un fuerte impulso a los estudios foucaultianos en el mundo de habla hispana. Además de la publicación de los trabajos de Edgardo Castro (Introducción a Foucault, 2014; Diccionario Foucault, 2011), la reedición de obras fundamentales de Foucault (Las palabras y las cosas, La arqueología del saber, Historia de la sexualidad I, II y III) y la publicación de Una lectura de Kant (2009), que presenta por primera vez la tesis complementaria de doctorado del filósofo francés (“Introducción a la Antropología en sentido pragmático de Kant”), Siglo Veintiuno ha publicado recientemente numerosos textos de Foucault (El poder, una bestia magnífica, La inquietud por la verdad, entre otros) que eran inéditos en español o bien habían sido publicados sin aparato crítico.
El presente libro forma parte de la Biblioteca Clásica cuya serie “Fragmentos foucaultianos” es dirigida por Edgardo Castro, quien está al cuidado de la edición en español. La versión original en francés (La grande étrangère. A propos de littérature, Éditions de l’EHESS, 2013) fue establecida y presentada por Philippe Artières, Jean-François Bert, Mathieu Potte-Bonneville y Judith Revel. El volumen contiene tres charlas y conferencias dictadas por Foucault entre 1963 y 1971, precedidas por una introducción de Castro y una presentación a la edición francesa de los responsables, y seguidas por una referencia a los diversos trabajos de Foucault sobre la literatura, una mínima mención biográfica y algunas notas sobre los textos reunidos. La edición está acompañada de un aparato crítico que señala variaciones en el manuscrito o lagunas en la versión dactilografiada y ofrece información sobre autores poco conocidos.
La expresión “la gran extranjera” en el título del libro parece sorprendente si tenemos en cuenta que la literatura ocupa un rol preponderante en la obra foucaultiana. ¿En qué sentido, entonces, cabe comprenderla? En una entrevista de 1975 con Jacques Almira, autor de Le Voyage a Naucratis, y el periodista Jean Le Marchant, cuando le preguntaron si leía a los escritores contemporáneos, Foucault respondió que lo hacía “poco” y que, para los de su generación, “la gran literatura era la literatura norteamericana” como la de Faulkner; sin embargo, al no poder remontarse a las fuentes, se establecía una suerte de distancia que volvía a la literatura “la gran extranjera”. Como explica Castro, el carácter extranjero de la literatura no debe entenderse como si esta fuese externa a las inquietudes foucaultianas, ni tampoco en referencia a la distancia con los autores de otras lenguas reconocida por Foucault en esta anécdota, sino en un sentido conceptual. Vale como ejemplo la primera de las conferencias radiales: Foucault apela a pasajes de Shakespeare y de Cervantes para hacer patente el modo en que la literatura pone en escena la dimensión trágica de la locura frente a la cual nuestra cultura ha querido mantenerse a distancia; de Diderot, deteniéndose en la escena de gritos, lágrimas y risas en la cual se manifiesta el “blasón sin palabras de la locura”; de Sade, quien revela “la pura locura de un corazón desmesurado”. En los tres casos, la locura comparte con la literatura una “ajenidad” con respecto a la razón; de allí que Historia de la locura en la época clásica sea, desde cierto ángulo, “una historia de la literatura” (p. 14).
La “Presentación de la edición francesa” desarrolla la idea de que Foucault mantiene con la literatura una relación “compleja, crítica, estratégica”. Los trabajos de los años 60 buscan describir el orden del mundo y de sus representaciones y, también, su afuera, su exceso o desborde. La literatura encarna la excepción a nuestra manera de organizar los discursos sobre el mundo, en la medida en que engendra una experiencia del desorden, una matriz de cambio o de metamorfosis. No obstante, a fines de la década del 60 esta relación se modifica a causa del abandono del privilegio de lo discursivo, del paso a la dimensión colectiva y del relegamiento del “afuera” en beneficio del problema de determinar si podemos, en el interior de nuestra configuración epistémica e histórica, desprendernos de nuestras determinaciones y producir un modo de vida diferente.
Reparemos ahora en las tres intervenciones de Foucault, cada una compuesta por dos partes o sesiones. La primera, intitulada por los editores “El lenguaje de la locura”, recoge dos charlas de 1963 afines a Historia de la locura en la época clásica. Ese año, Foucault dedicó cinco transmisiones semanales (aquí se tomaron la segunda y la quinta) a los lenguajes de la locura en el programa radiofónico El uso de la palabra, de RTF France III nacional.
En la primera, “El silencio de los locos”, Foucault argumenta que nuestra cultura ha buscado “mantener la locura a distancia y echar sobre ella la mirada un poco lejana” (p. 37). Así, el Quijote prueba que la locura y la conciencia de la locura son como la vida y la muerte: una mata a la otra, la sabiduría habla de la locura “como de un cadáver”, mientras que El sobrino de Rameau hace patente la tentativa de la locura de recomponer su lenguaje a través de gestos y salir de su condición muda, privada de habla. La hipótesis de Foucault es que desde Sade, que elabora un discurso puro de una locura pura, se ha ahondado un vacío debajo de nuestras palabras que se patentiza en Artaud, para quien las pala bras faltan y el pensamiento se derrumba sobre sí. Ahora, la locura puede hablar, pero tomándose a sí misma como objeto; la correspondencia con Rivière muestra la constitución de un lenguaje segundo sobre los poemas, una explicación del pensamiento desmoronado que se vuelve él mismo poema. De este modo, “nuestra cultura recupera por fin el oído” para este lenguaje que nos desconcierta; tras un “trabajo subterráneo” en el lenguaje y contra el lenguaje, la locura recobra su propio lenguaje.
La segunda emisión, “El lenguaje como locura”, arriesga la hipótesis de que el lenguaje y la locura están ligados “en un tejido enredado e intrincado donde, en el fondo, es imposible distinguir uno de otro”; las locuras, incluso las mudas, pasan siempre por el lenguaje y no son más que “la extraña sintaxis de un discurso”. Frente a la pregunta de por qué en nuestra cultura hay un interés tan fuerte por el lenguaje de la locura, Foucault conjetura que, puesto que no creemos en la libertad política ni en el sueño del hombre desalienado, solo nos quedan palabras y signos; a diferencia del siglo XIX, en el que se hacía literatura para llegar a ser libre en el mundo real, en el siglo XX se escribe para hacer la experiencia de una libertad que solo existe en las palabras. Muerto Dios y ante la imposibilidad de ser felices, “el lenguaje es nuestro único recurso, nuestra única fuente”, que nos revela “la majestuosa libertad de estar loco” (pp. 53-56). Dicho de otro modo, nuestra época descubre que la literatura es solo un hecho de lenguaje y la locura, un fenómeno de significación; ambas juegan con signos, que es su horizonte común.
El segundo grupo de charlas lleva por título “Literatura y lenguaje” y recoge una conferencia, cercana a Las palabras y las cosas, dictada en 1964 en Bruselas. La primera sesión muestra una fuerte impronta de Bataille y Blanchot, como se percibe en la idea de que las “dos grandes categorías de la literatura contemporánea” son la transgresión y el ir más allá de la muerte. Foucault plantea que la pregunta acerca de qué es la literatura no es un mero agregado ni un complemento sino su ser mismo, aun si este no es más que un simple simulacro (p. 85). La literatura empezó cuando el espacio de la retórica fue sustituido por el volumen del libro: antes, el libro no era más que la oportunidad material de transmitir lenguaje; ahora, la literatura encuentra y funda su ser en el libro, al cual no obstante agrede. En suma, la literatura es un lenguaje transgresor, mortal, repetitivo, redoblado.
La segunda sesión cuestiona la posibilidad de distinguir entre la crítica y la literatura, en la medida en que ambas se entrecruzan y superponen en el horizonte de la escritura en general. A diferencia de Jakobson, que concibe la crítica contemporánea como un meta-lenguaje, Foucault encuentra su especificidad en el desciframiento de la autorreferencia o implicación que hace la obra de sí misma. Foucault acude a Dumézil para proponer un análisis análogo al de las sociedades indoeuropeas, dado que las obras de lenguaje forman parte de una estructura de signos más general, y ensaya el estudio de los estratos semiológicos, es decir, las regiones significantes ocupadas por la literatura, pero se inclina por un análisis de la espacialidad de lo literario, en la medida en que el lenguaje no es tiempo sino espacio: “nuestra tarea” hoy es “dejar llegar al lenguaje el espacio de todo lenguaje” (p. 121).
La última intervención del volumen, “Conferencias sobre Sade”, data de 1970- 1971, cuando Foucault fue invitado por la Universidad del Estado de Nueva York. La exposición sobre Sade es inédita y resulta de una copia dactilografiada estructurada en dos partes. La primera sesión aborda el problema de las relaciones verdad-deseo en Sade, dado que el libertino “no deja de decir que lo que quiere contar es la verdad”. Ahora bien, no se trata de la verdad-verosimilitud de los novelistas del siglo XVIII, esto es, la verdad de lo que se cuenta, sino la verdad de sus razonamientos. Foucault analiza cómo concibe Sade la actividad de escribir y despliega las diversas funciones de la escritura sadiana: ilimitación del placer respecto de la realidad, ilimitación de la repetición, ilimitación del límite mismo, relegamiento del individuo a una singularidad y una soledad irremediables. Es así como el deseo entra en el mundo de la verdad sin impugnación exterior, a la vez que la escritura se vuelve el deseo convertido en realidad, sin ley ni restricción.
La segunda sesión, vinculada con El orden del discurso, analiza la alternancia entre las escenas eróticas y los discursos teóricos: el discurso no se sitúa sobre el deseo, sino que uno se encadena con el otro. Foucault explica que los discursos de Sade pretenden constatar cuatro inexistencias: Dios es malo, lo cual es contradictorio con la existencia de un Dios perfecto; por tanto, no existe. Foucault se detiene en esta extraña lógica que extrae, de un juicio de atribución, un juicio de inexistencia referido al sujeto de la atribución: si Dios fuese bueno, existiría, pero cuanto más malo es, menos existirá; la inexistencia deducida de la maldad crece con la maldad. Las restantes tesis de inexistencia (sobre el alma, la ley y la naturaleza) definen la idea de un individuo “irregular”, comprendido como aquél que no reconoce ninguna soberanía superior a él. Así, Sade invierte el discurso filosófico de Occidente y desarrolla uno cuyas funciones tienden a la descastración, la destrucción, la rivalidad, la autosupresión del individuo. Finalmente, Foucault advierte contra dos modelos de lectura: el freudiano, que encuentra en el discurso de Sade la verdad del deseo, y el marcusiano, para el cual se trata de liberar al deseo de todas sus trabas y de actuar sin culpa. Frente al primero, argumenta que el discurso verdadero y el deseo están en el mismo plano; frente al segundo, arguye que el hombre de Sade cree que es necesario tener remordimientos, porque eso es lo que proporciona el goce. En suma, Sade liberó al deseo de su antigua subordinación a la verdad en nuestra civilización, haciendo que deseo y verdad se multipliquen al infinito.
Este sobrevuelo a las intervenciones foucaultianas aquí reunidas prueba que se trata de un libro de indudable interés para los lectores de Foucault que permite, como señala Castro, reconstruir la concepción foucaultiana de la literatura entre 1963 y 1971, así como también abordar los célebres textos de este período desde la perspectiva de la literatura.

MARCELO ANTONELLI
CONICET

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