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Revista latinoamericana de filosofía

versão On-line ISSN 1852-7353

Rev. latinoam. filos. vol.43 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires maio 2017

 

ACTUALIDAD FILOSÓFICA

La fragmentación de la filosofía: sus causas y sus consecuencias

The Fragmentation of Philosophy: its Causes and its Consequences

 

Alejandro Cassini
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
Universidad de Buenos Aires


RESUMEN: Desde hace al menos medio siglo, la filosofía profesional que se practica en las instituciones académicas ha experimentado un proceso de creciente fragmentación en múltiples disciplinas y subdisciplinas especializadas que se desarrollan de manera más o menos autónoma y tienen muy poca interacción mutua. En este artículo intento realizar un diagnóstico de la situación actual de la filosofía académica en los tres principales dominios de la práctica profesional: la filosofía analítica, la filosofía continental y la historia de la filosofía. Concluyo que el proceso de fragmentación, que con diferencias de grado se comprueba en los tres dominios, es la consecuencia tanto de la dinámica interna de la investigación como de diversas estrategias de supervivencia en un ambiente profesional cada vez más competitivo.

PALABRAS CLAVE: Profesionalización de la ciencia; Filosofía académica; Disciplinas y subdisciplinas filosóficas; Especialización como estrategia de supervivencia.

ABSTRACT: In the last fifty years, academic philosophy has undergone a process of fragmentation in many specialized disciplines and sub-disciplines. Each discipline has developed in a fairly autonomous way and shows little interaction with the others. In this article I intend to make a diagnosis of the present situation of the philosophical practice in its three main domains: analytical philosophy, continental philosophy, and history of philosophy. I conclude that the fragmentation process, which is apparent in the three domains, is both the consequence of the internal dynamics of the philosophical research and the outcome of several survival strategies within an increasingly competitive professional environment.

KEYWORDS: Professionalization of science; Academic philosophy; Philosophical disciplines and sub-disciplines; Specialization as survival strategy.


 

La fragmentación del conocimiento es indudablemente una de las marcas de la cultura contemporánea. Las ciencias, sobre todo desde la segunda mitad del siglo XX, se encuentran divididas no ya en grandes disciplinas, como la matemática, la física o la biología, sino en una multitud de especialidades y subespecialidades dentro de cada disciplina, cada una de las cuales se desarrolla con un alto grado de independencia de las demás. Las ingenierías y la medicina han seguido el mismo curso; basta pensar en la proliferación de especialidades médicas, donde los especialistas se ocupan de aspectos cada vez más restringidos de la salud y, frente a la ignorancia experimentada ante un cuadro complejo de enfermedad, tienden a derivarse unos a otros. La filosofía no ha sido ajena a este proceso y en las últimas tres o cuatro décadas ha tendido a fragmentarse en especialidades casi autónomas que tienen cada vez menos interacción entre sí.
En este trabajo quiero ocuparme de hacer un diagnóstico de la situación actual de la práctica de la filosofía que sea lo más general posible y, a la vez, evite las simplificaciones excesivas y los esquematismos. Sobre este punto hay que advertir desde el comienzo que todas las generalizaciones que mencionaré son de carácter tendencial y, como tales, siempre tienen excepciones. No obstante, creo que reflejan tendencias genuinas que pueden confirmarse mediante numerosos casos. La fragmentación de la filosofía como disciplina académica es un hecho evidente para todo filósofo profesional y resulta difícilmente cuestionable. En cambio, las causas y las consecuencias de ese proceso de fragmentación, que está lejos de haber concluido, son mucho menos claras y más debatibles. El objetivo específico de este artículo es tratar de identificar algunas de ellas y la manera en que se relacionan entre sí, sin pretender completitud o exhaustividad alguna.
La estructura del trabajo es la siguiente. En la primera sección examinaré, de manera necesariamente sumaria, el proceso de fragmentación del conocimiento científico, que ha precedido al de la propia filosofía y, en muchos aspectos, le ha servido como modelo. En la segunda sección describiré con mayor detalle la situación de la práctica de la filosofía profesional teniendo en cuenta tanto las publicaciones como las reuniones profesionales en distintas áreas temáticas y tradiciones. En la tercera sección consideraré específicamente las causas principales de la fragmentación de la filosofía, sobre todo en el último medio siglo. En la cuarta sección me ocuparé de algunas de las consecuencias producidas por las causas antes identificadas. En la conclusión haré algunas consideraciones más generales sobre los resultados obtenidos y aventuraré algunas observaciones acerca de las perspectivas futuras de la práctica de la filosofía. Mi conclusión fundamental es que el proceso de fragmentación de la filosofía no puede entenderse sino como una consecuencia de un proceso mucho más general de la especialización del conocimiento científico y de la organización académica de las profesiones intelectuales. Dicho proceso, por tanto, difícilmente podrá revertirse desde el interior de la propia filosofía.

1. La fragmentación del conocimiento científico

El proceso de fragmentación de las ciencias comienza ya en la Antigüedad, cuando las matemáticas (que comprendían la aritmética, la geometría, la astronomía y la óptica) se separan de la filosofía. No obstante, la constitución de disciplinas empíricas bien definidas y relativamente autónomas no se consuma sino en el siglo XIX. Hasta el siglo XVIII la física todavía se llama filosofía natural, mientras que la química y la biología aún no existen como disciplinas autónomas. Los términos “ciencia” y “científico” son más tardíos y su uso no se generaliza hasta bien entrado el siglo XIX. Hacia fines de ese siglo, la astronomía, la física, la química y la biología ya son disciplinas bien constituidas, mientras que las ciencias sociales solo consiguen establecerse a comienzos del siglo XX. A partir del primer tercio de ese siglo, el proceso de especialización se acelera notablemente y empiezan a diferenciarse las diversas especialidades dentro de cada ciencia. En las ciencias físicas, se separan la física teórica y la física experimental. Luego comienza el proceso de formación de subespecialidades dentro de cada una de estas grandes ramas. La ramificación se hace cada vez más frondosa a partir de la segunda mitad del siglo XX.
Es bien conocido que Thomas Kuhn (1991) comparó el desarrollo histórico de las ciencias con la diversificación de las especies que evolucionaron a partir de un ancestro común. El tronco del árbol en el caso de las ciencias sería la filosofía, mientras que las grandes ramas serían las principales ciencias empíricas, cada una de las cuales vuelve a ramificarse una y otra vez en diferentes especialidades, y estas a su vez en subespecialidades. Kuhn consideró que este proceso constituía un resultado de las sucesivas revoluciones científicas y, además, ejemplificaba un determinado patrón de progreso científico. De acuerdo con este patrón, en cada momento histórico hay más especialidades científicas que en cualquier momento anterior, de la misma manera que en cada época, considerada globalmente, hubo más especies vivientes que en cualquier época anterior. La analogía solo es parcial, como toda analogía, y tiene sus limitaciones evidentes. Ante todo, no hay en las ciencias un análogo al proceso de extinción permanente de las especies, ni, mucho menos, al de las extinciones masivas. Se calcula que hay al menos diez especies extintas por cada especie viviente, mientras que las ciencias y especialidades científicas que se han extinguido son muy excepcionales. Por otra parte, el ancestro común de todas las ciencias, la filosofía, sobrevive hasta nuestros días, pero con un estatus especial que hace que, para la mayor parte de los filósofos al menos, no pueda considerársela como una ciencia más entre otras.
El proceso de especialización de cada ciencia implica una fragmentación de la disciplina en diferentes especialidades más o menos autónomas, con escasa interacción entre sí. Por otra parte, cada especialidad desarrolla su propio circuito académico, que incluye congresos y revistas dedicados exclusivamente a una única especialidad o incluso a una temática más restringida. Por otra parte, el conocimiento producido en cada especialidad prolifera aceleradamente y da lugar a un corpus propio, cristalizado en los libros de texto canónicos (que envejecen muy rápidamente, por lo que deben actualizarse cada dos o tres años). Solo los especialistas de cada subdisciplina están en condiciones de tener algún dominio, cada vez más parcial e incompleto, de ese corpus de conocimiento. Por su parte, los científicos de diferentes especialidades, por una simple necesidad de supervivencia en la competencia académica, cada vez tienen menos conocimiento, si es que tienen alguno, de otras especialidades de su disciplina, incluso de especialidades relativamente cercanas que se han separado recientemente. Como resultado de todo ello, la comunidad de los científicos de una determinada ciencia se halla fragmentada en numerosas subcomunidades cada vez más cerradas y autónomas. La comunicación entre diferentes especialidades resulta, entonces, si no imposible, al menos crecientemente difícil. De hecho, la enorme mayoría de los científicos de cada especialidad no está en condiciones de leer y comprender los artículos de investigación que publican sus colegas de otras especialidades.
Algunos filósofos y sociólogos de la ciencia siguen refiriéndose en sus estudios a “la comunidad científica” o a “la comunidad de los físicos”, o de otras disciplinas, pero ese discurso está claramente desactualizado. Así, por ejemplo, en la práctica no existe tal cosa como la comunidad de los físicos, sino muchas subcomunidades dedicadas a temas y problemas bien restringidos y delimitados. La cuestión de la aceptación de una nueva teoría o hipótesis física, relativamente específica, no la decide la comunidad de los físicos como un todo, ni siquiera la comunidad de los especialistas en una determinada subdisciplina, sino un pequeño grupo de expertos que es capaz de comprender los aspecto teóricos del tema en cuestión o de interpretar los datos y evidencias disponibles. Cuando se aceptó la existencia del bosón de Higgs, la decisión recayó básicamente en los dos grupos de físicos de partículas que habían trabajado en los experimentos realizados en el CERN (aunque sería más prudente y exacto decir que se aceptó la hipótesis que postula la existencia del bosón de Higgs porque se la consideró suficientemente bien confirmada por la evidencia obtenida en dos grandes experimentos realizados en el CERN). La mayor parte de los físicos que trabajan en temas ajenos a la física de partículas no se encuentra en condiciones de evaluar la evidencia obtenida en esos experimentos o, directamente, desconoce los detalles técnicos del modelo estándar de la física de partículas (del cual la hipótesis de Higgs forma parte).1 La situación es semejante, con variaciones de grado, en otras especialidades y disciplinas científicas. Las decisiones sobre la aceptación o el rechazo de hipótesis y teorías se concentran en pequeños grupos de expertos con exclusión de las opiniones del resto de las comunidades científicas. Las comunidades y subcomunidades científicas raramente interactúan entre sí. Los trabajos realizados por expertos son sometidos al juicio de otros expertos de la misma subcomunidad antes de publicarse, y una vez publicados solo son leídos por algunos pocos expertos de esa misma especialidad. De hecho, la mayoría de los artículos de investigación están escritos de tal manera que solo los expertos en una temática muy específica se encuentran en condiciones de leerlos y comprenderlos. Ian Hacking (2012: XXXIII) ha señalado, con razón, que esta situación constituye una forma de inconmensurabilidad muy real y concreta entre las diferentes especialidades.
La matemática, por su parte, experimentó más tempranamente el proceso de fragmentación, cuando a lo largo del siglo XIX surgieron numerosas ramas nuevas de la disciplina, desde la geometría proyectiva a la geometría diferencial, y desde la teoría de grupos a la topología. Posiblemente, Gauss fue el último de los matemáticos universales que era capaz de dominar, o al menos de conocer, todas las principales especialidades de la matemática de su tiempo. Desde fines del siglo XIX la inmensa mayoría de los matemáticos son especialistas y realizan sus contribuciones en una única rama o área temática de su ciencia, como el álgebra, el análisis o la geometría. Hay, por supuesto, grandes matemáticos que realizan aportes a las más diversas especialidades, como Poincaré o Hilbert, pero son excepciones a la tendencia general. En el curso del siglo XX, la especialización de cada matemático se restringe progresivamente hasta alcanzar un único tema o problema. En la actualidad, pocos matemáticos consiguen realizar investigaciones originales que trasciendan el tema específico de su tesis doctoral o, a lo sumo, otros temas muy cercanos dentro de la misma especialidad.
La fragmentación de las ciencias también se manifiesta en los aspectos metodológicos de la investigación. Las ciencias no parecen estar unificadas por un mismo método general, como creyeron los empiristas lógicos. Al contrario, una mirada atenta a una única ciencia muestra que las diversas subdisciplinas que la componen emplean métodos muy diferentes entre sí. El trabajo de un físico teórico que elabora hipótesis sobre cosmología cuántica o supercuerdas tiene poco en común con el de un físico experimental que mide en el laboratorio determinados parámetros físicos o calibra instrumentos para que otros midan tales parámetros. Igualmente, el biólogo que produce modelos matemáticos acerca de la evolución de la frecuencia de un gen en una población utiliza métodos muy distintos de los del etólogo que hace observaciones de campo sobre la conducta de una cierta variedad de mandriles. La diversidad metodológica de todas estas actividades me parece muy evidente. Ni siquiera una misma especialidad está hoy metodológicamente unificada. Es verdad que el filósofo de la ciencia puede proponer la unidad metodológica de todas las ciencias como un ideal normativo, pero este ideal se encuentra actualmente demasiado alejado de la práctica concreta de la ciencia como para constituir un programa epistemológico viable.

2. La situación de la filosofía

La práctica de la filosofía, al menos en las universidades e institutos dedicados a la investigación, ha experimentado grandes cambios en el último medio siglo, sobre todo en las últimas tres décadas. Como ya he señalado, es difícil caracterizar la situación mundial de la filosofía sin incurrir en esquematismos y simplificaciones excesivas, que, además, siempre presentarán excepciones. En términos generales, creo que es aceptable la perspectiva de Mulligan, Simons y Smith (2006) que dividen la práctica de la filosofía en tres grandes áreas: la filosofía analítica, la filosofía continental y la historia de la filosofía (sin que ello implique suscribir la valoración que estos autores hacen de cada una de ellas). La situación de la práctica de la filosofía tiene diferencias significativas en cada una de esas áreas, que no es posible considerar aquí en toda su generalidad. Por otra parte, no hay una distribución geográfica clara para cada una de las tres (el universo filosófico, ciertamente, ya no se divide entre las islas británicas y el continente europeo). En diferente medida, las tres se practican en todas las partes del mundo en las que hay alguna producción filosófica significativa.2 Aquí solamente quiero enfocar cada una de ellas desde la perspectiva de la fragmentación del campo disciplinar.
La división de la filosofía en diferentes áreas temáticas o disciplinas internas comienza ya con Aristóteles, cuyos discípulos sistematizan las grandes áreas de la filosofía teórica y la filosofía práctica. La primera queda dividida a su vez en las áreas que corresponden a las grandes obras del propio Aristóteles, como la lógica, la metafísica y la psicología. La filosofía práctica se divide por su parte en ética, filosofía política y estética. Los nombres de las diferentes disciplinas son más tardíos, pero las disciplinas como tales ya están bastante claras a la muerte de Aristóteles y permanecen con pocos cambios hasta nuestros días. Una buena parte de los filósofos canónicos de la tradición occidental, desde los estoicos hasta Hegel, produce contribuciones tanto a la filosofía teórica como a la filosofía práctica, con diferentes aportes a cada una de las subdisciplinas de estos dos campos temáticos.
Esta práctica de una filosofía enciclopédica y omnicomprensiva comienza a cambiar ya en el siglo XIX, cuando se vislumbra un comienzo de la especialización en grandes áreas. De hecho, los grandes sistemas de filosofía se terminan prácticamente con Hegel, aunque los filósofos que podemos llamar comprehensivistas (en oposición a los especialistas) permanecen hasta bien entrado el siglo XX. Desde mediados de este siglo se advierte un cambio sustantivo en la práctica filosófica: la proliferación de los filósofos especialistas y la decadencia de los comprehensivistas. El primer dominio que queda excluido del ámbito de los comprehensivistas es la lógica, a partir del surgimiento y la consolidación de la lógica matemática con la obra de Frege, Hilbert y Russell. Después de 1930, es decir, después de los teoremas de Gödel, el campo de la lógica formal es terreno propio de especialistas y son muy pocos los filósofos comprehensivistas, de formación puramente filosófica (como Quine, por ejemplo), que realizan alguna contribución original a esa especialidad. De hecho, casi todos los resultados metateóricos importantes son obra de matemáticos (como Church, Gentzen, Tarski y muchos otros). La labor de los filósofos se concentra desde entonces en la filosofía de la lógica o en las llamadas lógicas filosóficas (modal, deóntica, epistémica), mientras que la investigación de punta en las áreas más técnicas de la lógica, como la teoría de la demostración y la teoría de modelos, queda reservada casi exclusivamente a los matemáticos. La filosofía de las ciencias naturales, que surge como una nueva especialidad definida hacia 1930, sigue rápidamente el mismo camino de especialización reflejado en la obra de filósofos con formación científica previa, como Schlick y Reichenbach, entre otros. A partir de 1960 la filosofía de la física se vuelve una especialidad en sí misma, que luego se subdivide en especialidades bastante bien definidas, como la filosofía del espacio-tiempo y la filosofía de la mecánica cuántica. Otras especialidades, como la filosofía de la biología y, más recientemente, la filosofía de la química, se consolidan en las últimas dos o tres décadas y, consiguientemente, se sustraen de la competencia de los filósofos comprehensivistas.
La filosofía continental, que tradicionalmente se remonta hasta Kant y a veces solo hasta Hegel, durante todo el siglo XX, permaneció dentro de la tradición del comprehensivismo y resultó poco afectada por el proceso de especialización que experimentó todo el resto del conocimiento científico.3 Aunque los filósofos continentales de todas las diferentes tradiciones ya no tuvieron la pretensión de producir sistemas filosóficos omnicomprensivos, como los del idealismo alemán, continuaron elaborando obras generales de amplio alcance. Sobre todo en Alemania y Francia, filósofos como Husserl, Heidegger, Apel, Habermas, Sartre, Derrida, Deleuze o Badiou, para mencionar unos pocos, son filósofos comprehensivistas que intentaron abarcar un amplio espectro de problemas teóricos y prácticos. Su obra se plasmó de manera casi exclusiva en libros, a veces más cercanos al formato del ensayo que del tratado, y raramente escribieron artículos dirigidos a revistas profesionales de filosofía. Cada uno de ellos publicó únicamente en su respectiva lengua nacional. Sus agendas filosóficas estuvieron casi siempre dirigidas por un programa ético o un compromiso político más o menos explícito, y a veces cambiante según el contexto histórico. Algunos filósofos continentales fueron también enciclopedistas. Cassirer, por ejemplo, escribió extensamente sobre la historia de la filosofía moderna, Kant, el mito y la mitología, la filosofía del lenguaje, la filosofía de la ciencia (incluyendo la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica), la antropología filosófica y la filosofía política. Es muy difícil concebir que en la actualidad un filósofo pueda incursionar en todos estos dominios, o siquiera en algunos de los más distantes entre sí.
Las revistas de filosofía del ámbito continental, algunas de las cuales se cuentan entre las más antiguas del mundo, continúan existiendo pero su influencia en las comunidades filosóficas nacionales es poco significativa y tiende a disminuir. Para dar solo un ejemplo: la Revue de Métaphysique et de Morale era mucho más importante a principios del siglo XX, cuando Bergson, Poincaré y Russell polemizaban en sus páginas, que en la actualidad. Desde hace décadas se puede constatar una clara separación, incluso podría decirse un divorcio, entre los filósofos que publican artículos especializados en revistas europeas y los que difunden su obra a través de libros. Es un hecho comprobable que la gran mayoría de los filósofos continentales más reconocidos e influyentes, sobre todo en Alemania, Francia e Italia, no ha publicado ni publica artículos en revistas profesionales de filosofía.
La filosofía analítica, que usualmente se considera que tiene su origen en Frege4, pero que con esa denominación solo existe desde fines de la década de 1940, experimentó una rápida transformación a lo largo de las décadas subsiguientes.5 Los padres fundadores del análisis filosófico, como Russell y Moore (pero no Frege), eran filósofos comprehensivistas y, especialmente en el caso de Russell, tenían intereses verdaderamente amplios que abarcaban todas las áreas de la filosofía. Algo similar puede decirse de los tres grandes pragmatistas norteamericanos, Peirce, James y Dewey, cuya relación con la filosofía analítica es más lejana e indirecta, pero que, no obstante, influyeron en la primera generación de filósofos analíticos de los Estados Unidos, como Quine, Davidson y muchos otros. Desde la década de 1960 la práctica de la filosofía analítica tiende a volverse cada vez más especializada. Las áreas de la teoría del conocimiento, la filosofía del lenguaje y la filosofía de la mente comienzan a generar sus propios problemas y sus propias tradiciones interpretativas, que progresivamente se vuelven cada vez más técnicas y alambicadas. Como consecuencia de ello, los artículos especializados resultan crecientemente complejos y empiezan a volverse herméticos para los no iniciados en el tema. Por su parte, la filosofía analítica de la ciencia, que todavía estaba muy ligada a la lógica y a la semántica, por ejemplo, en la obra de Carnap, se desliga del tronco principal del análisis filosófico y adquiere una clara autonomía. Los filósofos de la ciencia de las generaciones de 1970 y 1980 en adelante prestan cada vez mayor atención a los desarrollos de la ciencia y mucha menor atención a los de la filosofía. La filosofía de la lógica y sobre todo la de la matemática, por su parte, ya están constituidas como áreas autónomas desde la segunda mitad del siglo XX. A partir de ese momento, la investigación sobre esos temas se vuelve prácticamente inaccesible para los no especialistas, e incluso resulta difícilmente abordable para los filósofos que no tengan una formación matemática sólida.
En el campo de la filosofía práctica, los filósofos analíticos también se especializan y, como muestra la obra de Rawls o de Dworkin, elaboran sus ideas con bastante independencia de los principales desarrollos de la filosofía teórica, a diferencia de lo que ocurría con Moore y otros filósofos de las generaciones anteriores. Todavía en la década de 1930 un filósofo como William David Ross era capaz de dominar toda la obra de Aristóteles (y de hacer aportes decisivos a la edición del texto griego, la traducción y el comentario de muchas de sus obras mayores) y, a la vez, de contribuir a la ética normativa de manera sistemática. A partir de la segunda mitad del siglo XX, ese tipo de filósofo comprehensivista tiende a desaparecer rápidamente; en la actualidad es prácticamente imposible que un mismo filósofo pueda ser un experto reconocido en dos dominios temáticos tan diferentes y alejados entre sí.
El resultado de esta progresiva especialización es, como era de esperar, la fragmentación del campo de la filosofía analítica en numerosas áreas y subdisciplinas que tienen cada vez menos interacción mutua. Un síntoma muy claro de este proceso de fragmentación es la proliferación de revistas de filosofía especializadas en cada área disciplinar. Las revistas tradicionales de filosofía analítica general, como Mind o The Journal of Philosophy, perviven y mantienen su prestigio e influencia, pero las revistas nuevas que se fundan a partir de la década de 1970 son todas especializadas. Entre muchas otras, aparecen revistas de filosofía de la lógica (The Journal of Philosophical Logic en 1972; History and Philosophy of Logic en 1980), de filosofía de la biología (Biology and Philosophy en 1986), de filosofía de la economía (Economics and Philosophy en 1985), de ética de los negocios (Journal of Business Ethics en 1982), de filosofía política (The Journal of Political Philosophy en 1993). Los nombres de cada una estas revistas, cuyos colaboradores raramente publican en dos de ellas dedicadas a temas diferentes, testimonian claramente la fragmentación de la filosofía analítica en especialidades autónomas.
La historia de la filosofía se practica en todo el mundo, en una diversidad de lenguas, tanto en el contexto de la tradición continental como analítica. En muchas regiones, como Europa continental (con excepción de Escandinavia) y América Latina, la enseñanza de la filosofía está basada casi exclusivamente en la historia de la filosofía. Incluso las asignaturas supuestamente sistemáticas (o problemáticas), como la metafísica, la teoría del conocimiento y la ética se presentan a menudo desde un punto de vista histórico. En cambio, en las regiones donde predomina la filosofía analítica, la enseñanza es menos histórica (pero no completamente ahistórica, como tantas veces se ha dicho) y se basa más en la discusión de problemas, tanto tradicionales como recientes.
No obstante, la historia de la filosofía también ha sufrido el proceso de especialización y fragmentación, que, en diferentes grados, afecta a todas las tradiciones. Una primera separación se produjo, ya desde el siglo XIX, cuando surgió la historia de la filosofía como disciplina académica, entre las diferentes nacionalidades y comunidades lingüísticas. Aunque había evidentes excepciones, los filósofos de habla alemana tendían a escribir sobre la historia de los filósofos de nacionalidad o lengua alemana, mientras que los filósofos de habla francesa hacían lo propio con los filósofos de nacionalidad o lengua francesa; y así, en menor medida, con las demás lenguas nacionales. En la actualidad, ese sesgo nacional es menos notable, ya que los grandes filósofos, como Aristóteles, Descartes o Kant, son objeto de investigación en casi todas las comunidades filosóficas. Otra clase de especialización, también tradicional y de larga data, tiene ahora mucha más importancia: la que se dirige a períodos históricos. Hay historiadores especializados en la filosofía antigua, medieval o moderna que raramente abarcan dos de estas épocas y, más generalmente, solo son expertos en algún período histórico mucho más reducido.
A esta doble especialización se agrega una tercera, más reciente, pero más decisiva e influyente: la especialización en un determinado filósofo, o incluso en una etapa de la obra de un filósofo. Esta especialización, respecto de los clásicos que han escrito de manera enciclopédica, como Aristóteles o Kant, se ha fragmentado a su vez en especializaciones en una determinada temática, o a veces en una única obra. Difícilmente un historiador puede dominar toda la erudición acumulada sobre uno solo de los grandes filósofos de la tradición occidental, o siquiera una parte significativa de ella. Hay expertos en la lógica de Aristóteles que raramente escriben sobre su filosofía práctica, y hay expertos en la Crítica de la razón pura que ya no se sienten en condiciones de escribir sobre la Crítica de la razón práctica. Como contrapartida, las historias generales de la filosofía, cuando no se trata de resúmenes escolares, son casi exclusivamente obras colectivas donde cada experto escribe solamente el capítulo de su especialidad. Algo análogo sucede con los diccionarios y enciclopedias de filosofía, que, además, tienden a editarse de manera virtual y son objeto de actualización permanente. Los historiadores de la filosofía dedicados a diferentes temas, períodos y autores tienen escasa interacción mutua y a menudo simplemente ignoran lo que se produce en cualquier dominio que exceda su especialidad. Con la excepción de la creciente bibliografía dedicada a la enseñanza de grado, formada sobre todo por antologías de material original o de comentarios, las obras de historia de la filosofía se dirigen a grupos cada vez más reducidos de expertos y tienen escasa influencia en la práctica de la filosofía actual. Esto es particularmente claro en el campo de la filosofía analítica, donde los filósofos, que abordan principalmente problemas específicos, casi siempre ignoran la historia de esos mismos problemas y muy pocas veces tienen en cuenta la producción contemporánea de los historiadores de la filosofía. En general, las obras de historiadores de la filosofía son leídas de manera casi exclusiva por otros historiadores de la filosofía. Así, por ejemplo, los expertos en la ética de Aristóteles (o la de Kant) generalmente se leen y citan entre sí, pero raramente son leídos o citados por los filósofos que se dedican a la investigación de los problemas actuales de la ética. Y algo análogo ocurre en las demás especialidades en que se ha fragmentado la filosofía.
Las revistas dedicadas específicamente a la historia de la filosofía también reflejan el estado de la especialización. Por ejemplo, existen revistas dedicadas a la filosofía antigua en su totalidad (algunas tradicionales, como Phrónesis, fundada en 1955, y otras más recientes como Élenchos y Ancient Philosophy, ambas publicadas desde 1980), pero también revistas dedicadas específicamente a una tradición antigua (como The International Journal of the Platonic Tradition, desde 2007). Casi para cada período o incluso filósofo importante hay alguna revista o newsletter que le está dedicado. La fundación de Kant-Studien, en una fecha tan temprana como 1897, es un indicio importante del proceso de especialización que experimentó la historia de la filosofía. A ello debe agregarse la edición de diccionarios, antologías y companions dedicados a casi todos los filósofos importantes desde Platón hasta la actualidad. El clásico Index aristotelicus de Hermann Bonitz, publicado en 1870 y todavía ampliamente utilizado, fue el precursor de ese tipo de obras y, probablemente, todavía una labor nunca igualada, al menos por un único autor. En la actualidad, en cambio, todos los diccionarios y companions son obras colectivas a cargo de numerosos especialistas.
Finalmente, debe mencionarse la evolución experimentada por los congresos, simposios y otro tipo de reuniones periódicas de los filósofos profesionales. Los congresos mundiales de filosofía, que se realizan cada cinco años desde 1900, han crecido hasta alcanzar la dimensión de miles de participantes, cada uno de los cuales tiene escasas probabilidades de interactuar con los demás. Los congresos de carácter general, abiertos a todos los temas y tradiciones, tanto nacionales como internacionales, continúan realizándose en todo el mundo, pero han perdido de manera notable su importancia y su influencia. En ocasiones se han vuelto más bien aventuras turísticas que eventos académicos. Casi todos los congresos han experimentado un crecimiento desmesurado en el número de contribuciones, lo cual ha tenido como consecuencia una disminución del tiempo de exposición de cada participante, habitualmente limitado a veinte minutos, y la proliferación de sesiones simultáneas, que a veces llega a las decenas. El resultado de esta situación es que la gran mayoría de las presentaciones a congresos carece de público, que se limita a unos pocos expertos en el tema de la sesión y a algún curioso ocasional. Por otra parte, dadas las limitaciones de tiempo impuestas a los participantes, las discusiones suelen ser muy breves y generalmente superficiales. Finalmente, los trabajos presentados a estos congresos se editan en actas voluminosas, ahora casi exclusivamente en formato virtual, que se leen y citan muy raramente. Muchos de esos volúmenes carecen de referato y, por consiguiente, tienen escaso valor a la hora de la evaluación por parte de las universidades o instituciones académicas. Por lo general, los autores ya han publicado, o publicarán en el futuro inmediato, el contenido de sus contribuciones a congresos en trabajos más extendidos, ya sea en artículos de revistas o en libros. Por esa razón, es muy difícil encontrar en trabajos originales de investigación una cita de actas de congresos, a menos que se trate de una autocita del autor, cosa que cada vez ocurre más raramente. Cualquiera que haya participado en esta clase de congresos multitudinarios sabe por experiencia cuán frustrantes pueden llegar a ser tales eventos.
El tipo de reunión profesional que ha proliferado y concita el mayor interés de los académicos no es el congreso general y masivo, sino el workshop dedicado a un tema específico, a veces sumamente especializado. En los workshops los participantes disponen de mayor tiempo para la exposición y discusión de sus trabajos y, además, generalmente no tienen sesiones simultáneas, por lo cual se aseguran un público cautivo formado por todos los demás participantes (y generalmente solo por ellos). Los trabajos presentados a este tipo de reuniones a menudo se publican en volúmenes donde se admite que los autores extiendan y revisen sus contribuciones. A veces se trata de una selección de trabajos que han pasado por referatos bastante exigentes, por lo que la calidad de las obras suele ser muy superior a la de las actas de congresos. Este tipo de obra tiene, además, mayores posibilidades de ser leída y citada por los expertos en el tema, una buena parte de los cuales probablemente estuvo presente en los propios eventos que les dieron origen. El éxito indudable de los workshops en las últimas dos décadas es una consecuencia, y además un buen indicador, del estado de fragmentación en que se encuentra el campo de la filosofía profesional. De hecho, este tipo de encuentros, que se originó en las ciencias naturales y luego se exportó a la filosofía, tiende a volverse cada vez más especializado y excluyente. La información acerca de la realización de workshops circula fluidamente entre los especialistas de cada tema, pero resulta casi completamente desconocida para quienes no lo son. Frecuentemente, los participantes son especialmente invitados por los organizadores, por lo que no se hace una convocatoria abierta para la presentación de trabajos. Cuando la hay, resulta sumamente improbable que se acepte la propuesta de un filósofo que no es especialista en el tema convocado o incluso que no sea conocido por los organizadores. En esos casos, el curriculum del candidato (ahora siempre disponible en la Web) resulta mucho más determinante que la propuesta de su contribución, que, por lo demás, se evalúa, como en casi todas las reuniones profesionales de la actualidad, mediante alguna clase de resumen extendido, pero muy excepcionalmente mediante la lectura del trabajo completo.

3. Las causas de la fragmentación de la filosofía

No cabe duda de que la filosofía, en cuanto disciplina académica que se practica esencialmente en las universidades, ha sufrido un proceso gradual de fragmentación interna. Ese proceso se inició hace más de un siglo, pero se ha profundizado en las últimas tres o cuatro décadas; en lo esencial, ya se encuentra consumado a comienzos de la década de 1980. Como ocurre con todo proceso complejo y extendido en el tiempo y el espacio, tiene causas múltiples. Hay que cuidarse desde el comienzo, entonces, de considerarlo como el efecto de un solo factor causal. Por otra parte, sería imposible en el contexto de un artículo pretender una reconstrucción completa de todo el entramado causal que llevó a la filosofía a la situación actual. Me conformaré, entonces, con analizar, de manera inevitablemente sumaria, algunas de las causas que considero que son las principales.
Ante todo, me parece evidente que, tanto en las ciencias como en la filosofía, la especialización es una consecuencia de la propia dinámica interna del conocimiento y la investigación. Los diferentes temas y problemas de la filosofía tradicional, aunque no se resuelvan de manera definitiva, se estudian con más detalle y se vuelven más sutiles y complejos. Los argumentos a favor y en contra de cada posible respuesta a un determinado problema se analizan mediante instrumentos lógicos cada vez más refinados. Por otra parte, surgen permanentemente nuevas áreas de temas y problemas, que muy pronto se ven sometidos a la misma dinámica de la investigación. Aunque no es posible, por el momento al menos, invocar criterios universales de progreso, sobre todo en la filosofía, es indudable que ha habido acumulación de conocimientos que se han transmitido de una generación a otra de investigadores. Los filósofos actuales reciben como herencia un enorme corpus de obras y autores que resulta imposible de abordar como un todo, ni siquiera de la manera más superficial. Respecto de cada problema, tradicional o novedoso, encuentran una bibliografía abundante, a veces abrumadora, que en casi todos los temas se ha vuelto sumamente técnica y sofisticada. Ante esta situación, la posibilidad de efectuar un aporte creativo a alguno de los grandes temas y problemas de la filosofía se vuelve progresivamente más y más difícil. En consecuencia, la especialización en una cuestión más o menos restringida parece ser la única manera de dominar la bibliografía existente y de tener alguna probabilidad razonable de realizar alguna contribución original a una determinada disciplina.
Esta dinámica de la investigación es la principal causa interna del proceso de especialización y fragmentación que ha experimentado la filosofía. No obstante, existen muchas otras causas, que podemos calificar, con reservas, como “externas”, que se relacionan con la situación de las instituciones universitarias y de investigación, con el mercado de trabajo profesional y con los sistemas de selección, evaluación y promoción de los miembros de la academia. Estas causas externas, en mi opinión, han desempeñado un papel decisivo en la rápida transformación de la filosofía en un saber especializado y fragmentado, análogo en muchos aspectos al de las propias ciencias. Dichas causas son las que quiero analizar a continuación.
La primera causa, y probablemente aquella que constituye la condición de posibilidad de todas las otras, es el notable aumento del número de filósofos profesionales. Ese incremento es, a su vez, el producto de varios factores diferentes. Uno de ellos, es la proliferación de universidades que ofrecen carreras de filosofía en las más diversas partes del mundo. Hasta mediados del siglo XIX la filosofía de la tradición occidental se producía casi exclusivamente en unos pocos países de Europa, principalmente aquellos que tenían universidades antiguas y prestigiosas (principalmente, Alemania, Francia y el Reino Unido, y en menor medida los Países Bajos, Italia y España). El resto del mundo apenas podía considerarse, en el mejor de los casos, un consumidor de la filosofía europea. En América Latina, por ejemplo, esa situación duró hasta las primeras décadas del siglo XX, cuando empezó a surgir alguna producción filosófica original. A comienzos del siglo XXI la situación es muy diferente porque las universidades y los centros de investigación y producción de filosofía se han multiplicado y extendido de manera significativa. La proliferación de universidades que ofrecen estudios de filosofía tuvo como consecuencia el aumento del número de estudiantes de la disciplina. Ese hecho ha permitido que la cantidad de filósofos profesionales se haya incrementado de manera significativa, sobre todo, el de los profesores universitarios de las carreras de grado.
La segunda causa, que es evidentemente una consecuencia de la anterior, es el aumento de la competencia por obtener puestos de trabajo. Las universidades producen más doctores en filosofía que los que el propio sistema universitario puede incorporar como profesores. La situación es diferente según los países y las regiones, pero en todas partes hay un porcentaje creciente de graduados que no logran conseguir un empleo en el campo de la filosofía académica. Empresas privadas y hospitales han comenzado a contratar filósofos como asesores, lo cual proporciona una salida laboral digna, pero al costo de renunciar a la enseñanza y, en buena medida, también a la investigación. Por otra parte, el número de filósofos empleados en estas instituciones es todavía poco significativo respecto del total de graduados. El empleador fundamental sigue siendo el sistema universitario. Ahora bien, la probabilidad de conseguir un puesto como profesor en una universidad de primera línea, o al menos de calidad reconocida, ha disminuido considerablemente en las últimas décadas. Los doctores en filosofía recién formados deben desempeñarse primero como becarios posdoctorales durante uno o dos años (a veces hasta tres) con el fin de acumular antecedentes que les permitan acceder a un puesto como profesores. Cuando lo obtienen, el cargo no es efectivo, sino generalmente interino o a prueba por un período de unos cuatro o cinco años, y a veces menos.
Durante los años de estudios posdoctorales o como profesores interinos, los aspirantes a filósofos profesionales deben esforzarse notablemente por conseguir los antecedentes que el sistema universitario estima como habilitantes para el ingreso efectivo a la academia. Estos son, en todo el mundo, aunque con diferencias de grado según las regiones y las tradiciones, las publicaciones especializadas, esencialmente en revistas profesionales dotadas de referato. El imperativo publish or perish, ya establecido en las ciencias desde hace largo tiempo, rige plenamente en todo el campo de la filosofía académica. Los aspirantes a profesores regulares u ordinarios deben publicar anualmente uno, dos, o tres (y a veces más, según el medio) artículos de investigación en revistas de filosofía que se consideren respetables. Incluso deben comenzar a hacerlo antes de finalizar su doctorado para no dar ventajas a la hora de obtener becas posdoctorales. Los libros, capítulos de libros, actas de congresos y artículos de divulgación tienen relativa importancia para los evaluadores (aunque no necesariamente para los colegas). Si bien algunos libros se estiman como contribuciones a sus respectivas especialidades, no pueden compensar la ausencia de artículos en revistas con referato. La presión por publicar en las revistas más reconocidas permanece durante toda la carrera académica, sobre todo en las instituciones de investigación. Para los científicos es incluso mucho mayor que para los filósofos.
Susan Haack (2016: 26) recuerda la historia de una estudiante de doctorado que le contó que el consejo de su director de tesis fue simplemente “publica tanto como sea posible lo más rápido que sea posible”. En verdad, es el consejo que todo director ofrece a todo dirigido en todas las ciencias, desde hace ya mucho tiempo. Y no debería sorprendernos que así sea. En realidad, es el único consejo verdaderamente honesto que los directores pueden darle a sus dirigidos en la situación actual, ya que toda posible carrera académica depende casi exclusivamente de esas publicaciones. Cualquier estudiante graduado de filosofía sabe ahora que si no termina su doctorado antes de los 30 años y no acumula un número respetable de publicaciones antes de los 35 años, sus posibilidades de sobrevivir a la competencia por un cargo de profesor o de investigador en el mundo académico son escasas. En ciencias como la matemática y la física los tiempos se reducen todavía más, ya que la mayoría de las contribuciones originales se realizan antes de los 30 años o muy poco después.6
La tercera causa es el crecimiento exponencial de las publicaciones dedicadas a temas de filosofía. Se ha calculado que cada año se publican en el mundo más libros de filosofía que en toda la historia previa de la disciplina hasta el siglo XX. El incremento más notable, sin embargo, se ha dado en la multiplicación de la revistas de filosofía. El Philosopher’s Index registra más de 1700 revistas de aparición periódica más o menos regular, a las que deben sumarse muchas más de circulación puramente nacional o local y de carácter irregular. La tendencia bastante clara en las últimas décadas muestra que cada vez hay menos revistas de filosofía general (aunque las más antiguas y prestigiosas permanecen) y más revistas de carácter especializado.7 Los filósofos que investigan un determinado tema especializado casi siempre buscan publicar los resultados de su trabajo en revistas afines a esos temas, porque eso les permite tener una mayor visibilidad para los demás expertos de la misma área (aunque, por cierto, nada garantiza en la actualidad que los artículos sean leídos o citados ni, mucho menos, discutidos). Así, es un hecho comprobable que los lógicos tratan de publicar sus artículos en revistas dedicadas exclusivamente a la lógica, los filósofos de la ciencia en revistas dedicadas a la filosofía de la ciencia, y lo mismo con las demás especialidades. Un artículo más o menos especializado publicado en una revista general de filosofía (que no sea de la primera línea) frecuentemente pasa inadvertido para los especialistas en el tema, que no suelen prestar atención a esas revistas generales.
Por otra parte, aunque existen revistas de filosofía en muchas lenguas diferentes, las revistas especializadas tienden a publicarse en su mayoría en inglés, o al menos siempre aceptan artículos en esa lengua. En la actualidad es difícil encontrar revistas más o menos prestigiosas de cualquier país del mundo que no publiquen artículos en lengua inglesa. Es un hecho que el mismo artículo, si se publica en otro idioma, pierde la mayor parte de sus potenciales lectores en todo el mundo. En el ámbito de las revistas profesionales, las lenguas tradicionales de la filosofía, como el alemán y el francés, han sufrido una acelerada pérdida de importancia. Todavía la situación de la filosofía no es comparable a la de las ciencias exactas y naturales, donde los científicos de cualquier parte del mundo publican sus resultados exclusivamente en inglés, pero la tendencia hacia ese estado de cosas es bastante clara y no ha hecho más que confirmarse en años recientes.
Por último, las revistas electrónicas tienden a predominar sobre las revistas impresas en papel, ya que son más económicas y se difunden de manera mucho más rápida y eficaz. Ese hecho favorece la proliferación de revistas especializadas, que pueden editarse con bajos costos y poca infraestructura logística. Además, dado que las publicaciones permanecen en el ciberespacio, pueden recuperarse con mayor eficiencia y facilidad que las revistas archivadas en las bibliotecas universitarias. Ya no se concibe una revista que no tenga edición virtual y la mayor parte de las consultas de todas las revistas profesionales y científicas provienen de la Web. Cualquiera sabe por experiencia que cuando vuelve a publicar en una plataforma virtual algunos de sus viejos artículos, ya casi olvidados, inmediatamente ganan nuevos lectores. Las viejas separatas en papel son ya prácticamente un estorbo y nadie se molestaría en enviarlas por correo, si dispone de un archivo electrónico. Por lo demás, ya ningún colega desea recibirlas.
Esa situación es parte de un fenómeno mucho más general que afecta a toda clase de publicaciones periódicas, incluso a los diarios de circulación masiva. Es evidente que hemos ingresado en la era de las publicaciones virtuales. Las revistas profesionales impresas parecen tener los días contados y, probablemente, los libros técnicos sigan muy pronto el mismo camino. La invención del ciberespacio ha tenido profundas consecuencias y ha permitido, entre otras cosas, una enorme democratización del acceso a la información, sobre todo en los países periféricos. Las grandes bibliotecas universitarias, cuya formación demandó siglos, han perdido su lugar privilegiado como sedes del conocimiento. Ahora casi cualquier filósofo de cualquier lugar del mundo puede acceder a millones de libros y artículos a través de la Web, incluso a las obras más antiguas o raras, o a las ediciones incunables. En consecuencia, todos están en condiciones de especializarse en cualquier tema que elijan, ya que disponen de una información que hasta hace muy poco era el privilegio de unos pocos lugares de élite.
La cuarta causa es la instauración de sistemas de evaluación uniformes y estandarizados en las universidades y las instituciones de investigación. Los profesores de filosofía forman parte de instituciones que evalúan de manera periódica el rendimiento de sus miembros en la investigación. Se supone que los académicos deben hacer alguna contribución al desarrollo del conocimiento en sus respectivas disciplinas y especialidades. Dado el creciente número de académicos y la especialización de su producción, los responsables de las evaluaciones no pueden tener el tiempo ni la competencia como para leer, o siquiera revisar someramente, las publicaciones de los miembros de la institución. Consiguientemente, esa evaluación se delega en las revistas especializadas que, se supone, deben someter todos los artículos que publican a un proceso de referato ciego a cargo de uno, o preferentemente dos, especialistas en el tema del artículo en cuestión. Los evaluadores y las autoridades académicas, entonces, se limitan a constatar cuántos artículos ha publicado cada profesor o investigador y en qué revistas lo ha hecho. En cada especialidad se sabe, con mayor o menor precisión, cuáles son las revistas más prestigiosas, generalmente aquellas que tienen los referatos más exigentes, y cuál es la probabilidad aproximada de acceder a ellas. En muchos casos, las propias revistas proporcionan datos acerca del porcentaje de trabajos aceptados sobre el total de trabajos recibidos, y el índice de impacto de la publicación, esto es, el cociente entre el número de artículos publicados y el número de citas registradas de esos artículos. Cualquier académico que pueda exhibir publicaciones regulares y continuadas a lo largo de los años en revistas de esa naturaleza puede efectivamente prescindir de cualquier otra clase de publicaciones sin perjuicio alguno para su carrera.
El sistema de referato ciego por medio de pares ha sido objeto de muchas críticas, pero hasta el momento nadie ha encontrado una alternativa mejor. Los evaluadores, por cierto, comenten errores y también tienen intereses personales y compromisos institucionales. Para dar solo un ejemplo, casi todos los académicos de cualquier disciplina habrán tenido la experiencia de reconocer al evaluador de su artículo por medio de la lista de artículos que recomienda citar y discutir, que invariablemente contiene varias publicaciones del propio evaluador. El sistema puede prestarse a abusos y deformaciones, como cualquier otro, pero en promedio ha funcionado de manera eficaz. En cualquier revista profesional, sobre todo en las emergentes, un sistema de referato exigente y sistemático eleva siempre la calidad de los artículos publicados, aunque ocasionalmente pueda llevar a aceptar artículos mediocres o a rechazar artículos muy buenos. En contraste, las publicaciones sin referato degeneran rápidamente y se llenan de artículos de mala calidad. Como muestra puede consultarse cualquier foro de la Web donde abunden las refutaciones de la teoría de la relatividad especial y cosas por el estilo. Son artículos que no pasarían la prueba de un referato apenas severo y que solo los inexpertos y los aficionados tomarían en serio.
En el fondo, lo que ha ocurrido en el sistema universitario de todo el mundo es que la producción de los filósofos (y también la de los humanistas y científicos sociales) se juzga en la actualidad de acuerdo con los criterios previamente establecidos en las ciencias exactas y naturales. En estas áreas del conocimiento se da por descontado, desde hace ya más de un siglo, que las contribuciones originales se publican exclusivamente en las revistas profesionales. Los libros, por ejemplo, se limitan a las campos de la divulgación y la enseñanza (aunque sea avanzada), pero no se considera que presenten novedades significativas. Esta práctica, por cierto, no se encontraba establecida en tiempos de Newton o de Darwin, cuyas obras maestras son sus libros, pero ya se había asentado firmemente a principios del siglo XX, digamos, en tiempos de Einstein, quien publicó todos sus resultados originales, desde 1905 hasta el final de su vida, en revistas especializadas.
Los filósofos profesionales, por consiguiente, se encuentran sometidos a la dinámica de las ciencias, lo quieran o no, incluso aunque no sean conscientes de ello. Actualmente, muy pocos filósofos consideran que la filosofía sea una strenge Wissenschaft, como sostenía Husserl en 1911, o que exista tal cosa como una scientific philosophy, como todavía creía Reichenbach en una fecha tan tardía como 1951.8 A lo sumo, algunos filósofos analíticos se consideran científicos en tanto emplean la lógica y la argumentación, y con ello pretenden distinguirse del discurso “literario” de la filosofía continental. Sin embargo, incluso quienes sostienen explícitamente que la filosofía no es ni puede ser una ciencia son juzgados de acuerdo con criterios científicos, muy especialmente aquellos que forman parte de instituciones de investigación. Dos elementos de juicio, también importados de la ciencia, se han agregado recientemente a la simple publicación en revistas especializadas. Uno de ellos es la presencia en las bases de datos más importantes y más difundidas en todo el mundo. El otro es el número de citas efectivas de los artículos publicados, que se recogen en diferentes índices y bases de datos (y que en ocasiones los propios académicos deben coleccionar apelando al Google Scholar u otros buscadores). Ya no basta, entonces, el mero hecho de contar con un número significativo de publicaciones en revistas, por alto que sea, sino que también se requiere que los artículos aparezcan en las bases de datos (cuantas más, mejor) y que sean citados por otros artículos (cuantos más, mejor). Dado que la cantidad y calidad de publicaciones suele ser equivalente para varios aspirantes a un mismo puesto de trabajo, el número de citas de los artículos de cada uno frecuentemente es determinante para la decisión final de las instituciones.

4. Los efectos de la fragmentación de la filosofía

Consideremos ahora algunos de los principales efectos que las causas señaladas producen. Aquí, como en tantos otros contextos, la distinción entre causas y efectos es relativa al punto de vista que se adopte. Tanto en una cadena como en una red causal, cada evento, que constituye un eslabón de la cadena o un nudo de la red, puede considerarse como causa de ciertos eventos posteriores o como efecto de otros eventos anteriores. En una cadena lineal este hecho es particularmente claro: un evento intermedio de la cadena es tanto un efecto de los eventos que lo preceden como una causa de los eventos que lo suceden. En el caso que nos ocupa, las consecuencias de las causas que analicé en la sección anterior son a su vez causas de otros eventos y procesos. Seguramente, se trata de una red causal compleja que, a los fines del análisis, presentaré como si se tratara de una estructura lineal. Por otra parte, es evidente que existen procesos de retroalimentación entre causas y efectos, de modo que algunas consecuencias refuerzan las causas que las produjeron. En una palabra, algunas de las consecuencias de la fragmentación de la filosofía contribuyen a producir una mayor fragmentación de la propia disciplina.
Una consecuencia inmediata de la competencia por conseguir la publicación rápida de la mayor cantidad posible de artículos de revistas es la necesidad de sobrevivir sabiendo que no se es el mejor. La estrategia para hacerlo es la misma que la de todos los organismos en la lucha por la vida: consiste en especializarse y buscarse un nicho ecológico donde la competencia no sea tan feroz. Esta es una estrategia ya muy antigua en el campo de las ciencias, pero que también se aplica desde hace tiempo en la filosofía. La búsqueda de un nicho ecológico se manifiesta, sobre todo, en la búsqueda de un tema de investigación promisorio. Hay muchas variables que influyen en la elección de ese tema, pero una de las más importantes es que no sea un tema tradicional en el cual han trabajado y trabajan numerosos filósofos. En esos temas la competencia es mayor y la posibilidad de encontrar resultados originales es menor. El tema elegido, entonces, debe ser lo suficientemente específico como para disminuir la competencia, pero no tanto como para restringir las posibilidades de publicación a unos pocos lugares en el mundo. La aplicación reiterada de esta estrategia lleva naturalmente a un proceso de proliferación de temas que tienden a separarse y volverse más o menos autónomos.
La otra estrategia fundamental para sobrevivir en la lucha por publicar consiste en descubrir (o inventar, según se prefiera) un tema o problema novedoso. En el dominio de la filosofía analítica esta estrategia es la más popular y se ha utilizado ad nauseam. La manera más exitosa de usarla es proponer algún tipo de puzzle filosófico que luego sea comentado y discutido por otros filósofos, a los que ulteriormente se pueda replicar para que estos a su vez vuelvan a replicar, y así hasta que el tema se agote o se diluya por cansancio. Las formas más comunes que adopta la estrategia son las de proponer alguna paradoja relativa a una teoría, generalmente lógica o lingüística, o bien un contraejemplo a una doctrina tradicional que no ha sido cuestionada. Si la paradoja o el contraejemplo se imponen y resultan bautizados con el nombre de su creador, la consagración está casi asegurada. Como ejemplos, entre muchos otros, basta pensar en el problema de Gettier (1963), en realidad un contraejemplo, en la paradoja de Yablo (1993) o en el problema de la bella durmiente de Elga (2000), y en toda la copiosa bibliografía que todavía generan (significativamente, los tres artículos se publicaron en la revista Analysis, que se especializa en la difusión de puzzles filosóficos). Como subproducto, la instauración de un problema nuevo abre muchas posibilidades de publicación para los filósofos principiantes. La manera más rápida y menos costosa de acceder a una revista exigente consiste, en efecto, en escribir una réplica o un comentario, preferentemente breve, a un artículo que plantea un puzzle que ha sido publicado en esa misma revista. Si el inventor del puzzle a su vez replica en el número siguiente de la revista, el joven filósofo ya ha empezado a abrirse camino en la jungla académica, y tal vez incluso logre incursionar en tierra de gigantes.
Una tercera estrategia, que en realidad es un conjunto de estrategias, consiste en multiplicar las publicaciones de un mismo resultado de todas las maneras posibles. Ese es un recurso bien conocido en las ciencias, donde, por ejemplo, un descubrimiento en física o biología experimental se anuncia mediante una carta breve en la que no se dan muchos detalles relativos al experimento. La finalidad básica de esas cartas es fijar la prioridad en el descubrimiento. Luego, el resultado obtenido se publica de manera completa en un artículo, en el cual se presentan los antecedentes del resultado obtenido y se discuten sus consecuencias. Paralelamente, el mismo resultado se expone en congresos y se publica en actas y capítulos de libros. Luego, si tiene resonancia, se lo expone en artículos de divulgación o incluso en libros de carácter popular o semipopular. Si alguien se tomara el trabajo de leer y comparar todas esas publicaciones, lo más probable es que encuentre los mismos párrafos cortados y pegados una y otra vez, y muchas veces también los mismos diagramas, fotos y figuras. La misma estrategia se aplica, mutatis mutandis, en las publicaciones filosóficas.
Finalmente, una cuarta estrategia, también importada de las ciencias, consiste en multiplicar las publicaciones dividiendo el trabajo en partes cada vez más pequeñas que se envían a publicar por separado, de manera secuencial. Es una práctica corriente en las ciencias experimentales, donde primero se publica un artículo anunciando cuál es el experimento que se ha de realizar y cuál es su finalidad; a este le sigue otro en el cual se explica cuál es la relevancia del experimento para determinado problema o especialidad; posteriormente se publican los resultados preliminares, que generalmente no permiten sacar ninguna conclusión importante; luego se publican los primeros resultados parciales; a estos siguen otros resultados parciales, y así sucesivamente hasta que finaliza el experimento. Si se obtiene algún resultado relevante, entonces, se lo puede anunciar en una carta, luego en un artículo, y así hasta agotar todas las posibilidades de publicarlo. Casi siempre, los artículos que exponen resultados parciales más avanzados vuelven inmediatamente obsoletos a todos los artículos precedentes que presentaban otros resultados parciales menos avanzados; y, a su vez, los artículos donde se presentan los resultados finales del experimento dejan obsoletos a todos los que se publicaron antes. En la filosofía, dependiendo de cuál sea el tema, puede ser más difícil dividir el contenido de un artículo en varios artículos independientes, pero no cabe duda de que en muchos casos es posible y de que esta estrategia se está aplicando conscientemente para multiplicar el número de publicaciones.
Una consecuencia muy evidente del uso de todas estas estrategias es el rápido acenso y caída de los temas de moda. Para emplear nuevamente la analogía biológica, los nuevos nichos ecológicos son colonizados velozmente y explotados hasta su agotamiento. Este proceso es más notable en la filosofía analítica, pero también ocurre en los dominios de la filosofía continental y de la historia de la filosofía. En el campo analítico el ciclo vital de un tema de moda, sobre todo si se trata de una paradoja, un contraejemplo o algún tipo de puzzle, no suele exceder los diez años y en ocasiones dura mucho menos. Cuando se publica alguno que logra captar la atención, inmediatamente es objeto de comentarios, críticas, discusiones y réplicas especialmente por parte de los filósofos más jóvenes, siempre deseosos de hacerse una reputación. Las revistas se llenan rápidamente no tanto de artículos extensos sobre el tema, sino de notas y discusiones más o menos breves. Las réplicas y contrarréplicas suelen ocupar varios números de una misma revista y luego reproducirse en otras revistas. Los trabajos se citan mutuamente y de esa manera benefician los curricula de todos los que intervienen en la polémica, incluso de aquellos que no aportan una posible solución o siquiera una crítica demasiado original. Cuando el tema llega a los libros de texto y a la enseñanza de grado o de posgrado, casi invariablemente comienza a dar signos de agotamiento y a partir de entonces las discusiones disminuyen en frecuencia e intensidad. Unos años después, el problema ha pasado de moda y, si bien suele permanecer como parte del acervo histórico común de la filosofía, o más frecuentemente de la correspondiente subdisciplina, ya no forma parte de la agenda de los filósofos. Todavía se lo puede discutir, pero ya no suscita apasionamientos; al contrario, suele provocar aburrimiento y hasta fastidio.
Hay problemas filosóficos novedosos cuya discusión puede durar mucho tiempo, pero inevitablemente la proliferación de la bibliografía llega en algún momento a un punto de saturación a partir del cual el interés por el problema decae rápidamente. Un ejemplo de mi propia especialidad, la filosofía de la ciencia, es el problema de Goodman. En 1954 Nelson Goodman formuló el llamado “nuevo enigma de la inducción”, que ilustró con el famoso ejemplo de las esmeraldas verdules (grue). El problema se discutió extensivamente durante las décadas de 1960 y 1970, pero ya unos años después empezó a perder su atractivo. En 1994 se publicó una antología de artículos sobre el tema que contenía una bibliografía anotada de más de 170 páginas (Stalker 1994: 281-457). Sin embargo, en ese momento el problema había dejado de encabezar la agenda de los filósofos de la ciencia, y muy pronto saldría completamente de ella. Por supuesto, no se había resuelto ni se había alcanzado consenso alguno sobre posibles maneras de resolverlo, y ni siquiera había acuerdo acerca de la manera correcta de enunciarlo. Simplemente, el ambiente se había saturado del tema. Todavía hoy, ocasionalmente, se publican artículos sobre el asunto, pero hace tiempo que se considera una cuestión más bien marginal entre los especialistas en filosofía de la ciencia.
Como ocurre casi siempre en la filosofía, los problemas no se resuelven sino que, en el mejor de los casos, se elucidan mejor y se replantean en términos más claros. Generalmente se llega al resultado de acumular una variedad de respuestas posibles a cada problema, para cada una de las cuales se elaboran argumentos a favor y en contra sin que la balanza pueda inclinarse sensiblemente hacia alguna posición determinada. Los debates filosóficos raramente tienen ganadores y perdedores bien definidos. La vieja isosthenéia de los escépticos griegos reaparece una y otra vez. Pero en la práctica esa situación no siempre lleva a la suspensión del juicio, sino más bien al aburrimiento y la saturación. Las controversias por lo general no se resuelven, pero frecuentemente se olvidan. El debate sobre los problemas filosóficos de moda sigue el destino de todas las modas, que es devenir demodée. Como la ropa que uno alguna vez lució orgulloso y todavía conserva, pero ya no se atrevería a volver a ponérsela, o incluso se avergonzaría de hacerlo. En un pasaje de la novela Das Wochenende, Bernhard Schlink, que en su juventud estudió filosofía, captó con precisión el clima de las modas filosóficas y de su inevitable agotamiento. Lo expresó en estos términos:

Hay temas, problemas y tesis que un buen día, sin haber sido refutados, quedan simplemente obsoletos. Suenan discordantes; quien los sostiene se aísla; quien los sostiene con pasión se pone en ridículo. Cuando empecé a estudiar, lo único importante era el existencialismo; hacia el final de mis estudios, todos se entusiasmaban con la filosofía analítica; y hace veinte años volvieron Kant y Hegel. No estaban resueltos ni los problemas del existencialismo ni los de la filosofía analítica. Simplemente, la gente se había hartado de ellos. (Schlink 2008: 205)

La existencia de modas intelectuales y culturales es un fenómeno generalizado que afecta tanto a las ciencias como a las artes. Roger Penrose (2004: 1017) ha señalado que la moda desempeña un papel importante, tanto en la física teórica como en la física experimental, a la hora de fijar las prioridades de investigación y financiar proyectos. Por ejemplo, la teoría de supercuerdas ha estado de moda durante varias décadas a pesar de que no ha podido ser confirmada por ningún experimento (o tal vez precisamente por ello, sugiere Penrose). Los artículos sobre esta teoría (o familia de teorías) que se publican por año en revistas de física superan en mucho a los de cualquier otro tema. Ese hecho, además, influye fuertemente en la elección de temas de tesis doctorales e investigaciones posdoctorales, ya que se vislumbran, con razón, mayores posibilidades de publicar en esa área temática que en otras menos populares. Recientemente, Penrose (2016: 88) ha constatado que el tema de las supercuerdas “ha alcanzado cierto punto de saturación”, como inevitablemente debe ocurrir con cualquier tema que ha estado de moda. Por otra parte, determinadas teorías o líneas de investigación en la física fundamental han sido abandonadas por considerárselas poco promisorias, a pesar de que no hayan sido refutadas por ninguna observación o experimento. Las razones por las cuales se abandona una teoría o programa de investigación son muy complejas y se basan no solo en la experiencia, sino también en una multiplicidad de criterios no factuales y valores epistémicos. El papel de las modas no puede considerarse determinante en este proceso, pero no cabe duda de que tiene influencia.
La necesidad de publicar de manera permanente artículos en revistas de filosofía con referato ha producido otro efecto, particularmente notable en el campo de la filosofía analítica. En toda la tradición occidental, la filosofía tuvo su modo de expresión fundamental en los libros monográficos, escritos de manera argumentativa desde su introducción hasta su conclusión. Casi todos los clásicos de la historia de la filosofía hasta bien avanzado el siglo XX son libros de esta naturaleza. Pero en las últimas décadas, los filósofos profesionales disponen cada vez de menos tiempo para la elaboración de libros extensos, que usualmente requieren varios años de trabajo sostenido. Es un hecho notable que algunos filósofos analíticos que produjeron su obra a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, como, por ejemplo, Davidson y Putnam, no hayan escrito libros, sino solamente artículos. Los libros de estos autores son efectivamente compilaciones de artículos previamente publicados, o, a lo sumo, como en el caso de algunos libros de Putnam, ciclos de conferencias breves. Actualmente, la mayoría de los libros producidos por filósofos analíticos consisten en la reformulación y sistematización de artículos ya publicados. Cualquiera que haya seguido la producción de artículos de algún filósofo más o menos reciente podrá comprobar que sus libros, cuando aparecen, le resultan familiares y hasta podrá reconocer el origen de cada capítulo en tal o cual artículo del autor. Frecuentemente, ese hecho se indica en el prólogo de cada libro, donde se agradece a diversas revistas e instituciones la autorización para republicar material que no es original. En la mayoría de los casos, los académicos no disponen más que de un año sabático para elaborar sus libros, tiempo que raramente resulta suficiente para redactar una obra completa. El resto de su tiempo activo deben dedicarlo a la enseñanza y a la producción de artículos. En el campo de la filosofía continental, y también en el de la historia de la filosofía, el libro sigue conservando su preeminencia. Pero incluso allí, sobre todo en el caso de los historiadores que trabajan en medios predominantemente analíticos, los académicos no pueden prescindir de la publicación de artículos de revista. Es un hecho también comprobable que una parte creciente de los libros publicados por historiadores de la filosofía son recopilaciones de artículos ya publicados en revistas.
Los libros que se siguen publicando, en cualquiera de las tres tradiciones que mencionamos, tienden a ser cada vez más especializados y relativamente breves. Dentro del actual sistema académico ningún filósofo podría tomarse, como hizo Kant, una década para escribir un libro prescindiendo de cualquier otra publicación. Una década silenciosa podría significar lisa y llanamente la pérdida del puesto de trabajo, aunque luego se viera coronada por una obra maestra. Los grandes tratados sobre un tema de alcance amplio, y en menor medida también los libros de texto extensos, son ahora obras colectivas. Esta es por cierto, como ya señalé, una consecuencia de la enorme proliferación de publicaciones sobre todos los temas. Un experto que consagre su vida al estudio de un tema o un autor importante, que no sea una simple minucia, apenas puede llegar a leer un porcentaje cada vez menor de la bibliografía existente (a veces, apenas un diez o un veinte por ciento). Además, cada vez se la hace más difícil mantenerse actualizado sobre todas las novedades que se publican sobre el tema, incluso cuando el tema de su especialidad es relativamente restringido y está bien acotado. Ya nadie es capaz de dominar una disciplina filosófica tradicional, como la lógica, la ética o la estética, o siquiera una rama completa de una de estas disciplinas. Apenas es posible ser un experto bien informado en un tema bastante específico, y ello al costo inevitable de volverse cada vez más ignorante sobre todos los demás temas y problemas que se debaten en la filosofía actual. En la práctica, después de haber concluido los estudios de posgrado todos los filósofos se convierten en ignorantes casi completos del estado presente (y futuro) de la gran mayoría de los temas que han estudiado a lo largo de su carrera, excepto de aquellos que son pertinentes para la especialidad que han elegido. La necesidad de enseñar cursos generales para los estudiantes de grado todavía contrarresta algunas de las tendencias hacia la hiperespecialización de las investigaciones. Sin embargo, en la preparación de cualquier curso general, el profesor inevitablemente deberá confiar en libros de texto, antologías y bibliografía secundaria, ya que es prácticamente imposible conocer la bibliografía primaria sobre los temas que componen la totalidad del curso, por más selectos que puedan ser.

5. Conclusión

La filosofía actual, ya desde hace al menos medio siglo, se encuentra en una situación paradójica. Desde sus mismos orígenes el conocimiento filosófico persiguió el ideal de una visión generalizadora acerca del mundo físico y de la vida humana. Se propuso establecer relaciones entre dominios diferentes del saber y encontrar sus características comunes. Sin embargo, hoy se halla más lejos que nunca de la realización de este ideal. La propia disciplina generalizadora e integradora se presenta fragmentada en numerosas especialidades que se desenvuelven de manera autónoma, ramificándose una y otra vez, y que tienen cada vez menos interacciones mutuas.
Los expertos que practican la filosofía en el mundo académico son, de manera cada vez más excluyente, especialistas en algún tema relativamente restringido o, a lo sumo, en alguna subdisciplina. Como ocurre entre los expertos de las diferentes ciencias, los filósofos solo interactúan con otros especialistas pertenecientes a la misma subdisciplina o, en el mejor de los casos, a alguna otra muy cercana. En creciente medida ignoran incluso la historia de su propia especialidad. Con frecuencia se limitan a leer y citar los trabajos sobre el tema que investigan publicados en los últimos diez años, o poco más. Esta tendencia se observa incluso en la historia de la filosofía, en particular en la bibliografía secundaria, pero en ocasiones también en las ediciones y traducciones de las fuentes primarias utilizadas. La necesidad de demostrar la actualización bibliográfica a los evaluadores de los artículos lleva a los autores a acumular referencias y citas de trabajos poco originales (que a menudo no han sido leídos) y a descartar por antiguos trabajos clásicos de gran valor. También induce a ignorar cualquier otra contribución producida en otras áreas y especialidades filosóficas que podría ser particularmente relevante e iluminadora para el tema que se investiga. Una consecuencia involuntaria, pero inevitable, de esa manera de proceder es la de desperdiciar esfuerzos y repetir errores que ya han sido cometidos (y a veces reparados) por otros filósofos. Otra consecuencia, a veces voluntaria, es la ignorancia de cualquier cuestión, tema o problema que no sea el objeto específico de investigación. De esta manera, el filósofo especialista se ve forzado a suspender el juicio acerca de todas las preguntas generales más características de la filosofía tradicional, por ejemplo, aquellas relativas a la existencia, la verdad, el sentido y el bien. Estas son preguntas que, por su propia naturaleza, se resisten a un tratamiento especializado, sobre todo cuando se plantea la cuestión de cómo se relacionan entre sí, un tópico fundamental de la tradición filosófica. La suspensión del juicio, por lo demás, no se produce como resultado de la ponderación de los argumentos a favor y en contra de cada posición posible sobre una cuestión general, sino, más bien, como una consecuencia de la simple ignorancia o del crudo desinterés.
Cuando se compara la situación de la filosofía con la de las ciencias, especialmente las exactas y naturales, se advierte que la fragmentación del conocimiento en innumerables especialidades y de las comunidades científicas en otras tantas subcomunidades es común a todas ellas. Podría decirse incluso que la filosofía se encuentra recorriendo aceleradamente una ruta que ya ha sido transitada por las ciencias hace aproximadamente un siglo: el camino de la profesionalización, que ya es propio de todo el mundo académico. Así como los científicos, incluso ya hacia fines del siglo XIX, dejaron de ser savants para convertirse en matemáticos, físicos o biólogos profesionales, los filósofos dejaron de ser sabios o intelectuales (orgánicos o no) para convertirse en profesores y académicos. Los beneficios de la profesionalización son similares en cada caso, pero para los filósofos el costo de la especialización ha sido mucho mayor. Hasta podría decirse que ha implicado una cierta desnaturalización de la filosofía entendida a la manera tradicional, es decir, como conocimiento general acerca del mundo y de la vida.
El proceso de fragmentación del conocimiento no es propio de la filosofía, sino de toda la ciencia y de todo el conocimiento de nuestra época. Tiene raíces profundas pero sus causas más inmediatas se encuentran en el proceso de profesionalización y de normalización de la actividad académica, un proceso que afecta, en diferente grado pero sin excepciones, a todas las disciplinas que se practican en las universidades y sobre todo en las instituciones de investigación. La especialización es una estrategia de supervivencia y los sistemas de evaluación establecidos en el mundo académico la vuelven casi inevitable.
En la situación actual, parece altamente improbable que este proceso se revierta. Al contrario, todos los indicios apuntan a mostrar que se ha intensificado con el cambio de siglo y que proseguirá en la misma dirección en los próximos años o décadas. Por el momento, lo mejor que podemos hacer es convertir la fragmentación del conocimiento en objeto de la propia filosofía. Al hacerlo, posiblemente habremos dado un primer paso en la dirección de un diagnóstico más preciso de sus causas y consecuencias, lo cual ha sido la única intención de este artículo. Respecto de la posibilidad de superar la situación que he tratado de describir, es difícil concebir una propuesta eficaz. Sin duda, hay que descartar para siempre el retorno de los sistemas filosóficos omnicomprensivos. Simplemente, hay demasiada información en el mundo, y esta se genera de manera cada vez más rápida, como para que un filósofo pueda llegar a conocerla, o siquiera sospechar de su existencia. Como consecuencia de ello, el pretendido sistema se expone a quedar desactualizado en el momento mismo de su formulación, cuando no directamente a hacer el ridículo. El dominio simultáneo de múltiples disciplinas filosóficas diferentes tampoco parece una vía transitable para los filósofos del siglo XXI. La reintegración de la filosofía, si se concibe como un problema, no tiene por ahora una solución que se vislumbre. Por otra parte, los consejos impregnados de indignación moral ante la situación, como los que ofrece Susan Haack (2016), tienen tan pocas posibilidades de producir cambios concretos en la práctica de la filosofía como el discurso moralizante dirigido contra la especulación financiera internacional. Si, en efecto, la fragmentación de la filosofía es parte de un proceso mucho más general de fragmentación de todo el conocimiento, como creo que lo es, ningún cambio parcial en la práctica de una disciplina como la filosofía, que ocupa una posición relativamente modesta en la academia, será capaz de detener, ni mucho menos de revertir, ese proceso global.9

NOTAS

1. Entre los numerosos relatos que se han publicado sobre el descubrimiento del bosón de Higgs es interesante el de una protagonista (Dova 2015), que muestra con claridad de qué manera interactúan los expertos en el dominio de la big science.
2. En Cassini 2010 he intentado trazar un cuadro de la situación de la filosofía en el siglo XXI, que difiere bastante del de Mulligan, Simon y Smith 2006.
3. Introducciones amplias a la historia de la filosofía continental (una expresión que, por cierto, se emplea poco en el continente) se encuentran en Critchley y Schroeder 1998, Solomon y Sherman 2003, y Leiter y Rosen 2007. Todas son obras más o menos esquemáticas que están dirigidas a quienes no han sido educados en la tradición continental.
4. A veces también se incluye a Bolzano y a Brentano como precursores. Los orígenes germánicos de la filosofía analítica han sido objeto de debate, pero no cabe duda de que la difusión de esta filosofía se debe a la obra de Russell y Moore. Sobre esta cuestión véase Dummett 1993 y Glock 2008. La historia de la filosofía analítica se ha relatado con detalle en las obras de Beaney 2013 y Soames 2014. Sorprendentemente, ninguna de estas obras analiza la fragmentación interna que ha experimentado la tradición del análisis filosófico.
5. Putnam 1997 recuerda que cuando él comenzó a estudiar filosofía, en 1946, el positivismo lógico era minoritario en la mayoría de los departamentos de filosofía norteamericanos y que solo a comienzos de la década de 1950 los profesores de las generaciones más jóvenes comenzaron a llamarse a sí mismos “filósofos analíticos”.
6. José Luis de Imaz 1990 dedicó un interesante estudio comparativo a este tema.
7. Este diagnóstico, que hice hace ya casi dos décadas (Cassini 1998), se ha confirmado plenamente en los años transcurridos del siglo XXI.
8. Me refiero a dos obras bien conocidas: el artículo de Husserl (1911) y el libro de Reichenbach (1951).
9. Agradezco a Mario Caimi sus comentarios a la primera versión de este trabajo y su traducción del pasaje de Schlink citado en la página 127. También agradezco a Damián Fernández Beanato, que leyó la penúltima versión y me ayudó a corregirla.

BIBLIOGRAFÍA

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Recibido: 12-2016;
aceptado: 03-2017

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