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Revista latinoamericana de filosofía

On-line version ISSN 1852-7353

Rev. latinoam. filos. vol.43 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires May 2017

 

COMENTARIOS BIBLIOGRÁFICOS

María José Villaverde Rico y Gerardo López Sastre (eds.), Civilizados y salvajes: La mirada de los ilustrados sobre el mundo no europeo, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2015, 303 pp.

 

Mientras transitamos la segunda década del siglo XXI, Europa y EE.UU. atraviesan una notable crisis migratoria y viven bajo el espantajo del terrorismo. Una vez más europeos y estadounidenses se encuentran ante la encrucijada de cómo lidiar con la alteridad. Entretanto, no faltan las reacciones xenófobas ni sobran las políticas hospitalarias. En este contexto internacional aparece el libro que aquí reseñamos; y no podemos más que darle la bienvenida, porque esa es la cuestión —la del otro— sobre la que hace foco. En efecto, este volumen colectivo zurce un análisis agudo, crítico y documentado del modo en que, de manera principal, la Europa del siglo XVIII y, secundariamente, sus emisarios en América del Norte miran hacia los hombres que no pertenecen a ese Occidente que se autopostula como modelo para la humanidad toda.
En la Introducción los editores reseñan el uso que los filósofos ilustrados hicieran del concepto de “civilización”, así como de sus antónimos, “salvajismo” y “barbarie”. Asimismo, observan cómo, a lo largo de la historia, los europeos supieron construir su identidad por contraposición al diferente, fuera este situado en Asia —como sucediera durante la Antigüedad—, o también en América, en África o incluso, eventualmente, al interior de la propia Europa —según ocurriera en el siglo XVIII—. De esta manera, el libro consigue hilvanar en un único relato las múltiples y ambiguas miradas que los europeos del siglo XVIII, blancos y “civilizados”, echaran sobre el “otro”: indígena americano, chino, “hotentote”, negro o “hindú”. En este punto los autores del volumen denuncian la paradoja de un movimiento como la Ilustración que, por un lado, proclamaba la libertad y la igualdad de todos los seres humanos, mientras que por otro lado, defendía el racismo, el colonialismo y, en ocasiones, el esclavismo. Sin embargo, el libro tiene el mérito de no sucumbir al maniqueísmo y rescata los claroscuros del pensamiento iluminista a este respecto. No faltan capítulos referidos a filósofos que, de manera consecuente, se opusieron a los atropellos de la “civilización”. Como quiera que sea, Villaverde Rico y López Sastre dejan en claro cuál es su hipótesis de lectura compartida sobre ese periodo de la historia intelectual de Europa: para la mentalidad ilustrada los “civilizados” merecen, por regla general, una consideración superior frente al género de vida que llevan los “salvajes”.
El primer título (“Paradojas de los ilustrados: De la igualdad a la justificación del racismo”) pertenece a María José Villaverde Rico. Esta intérprete elabora una certera visión panorámica de las contradicciones en que incurren los más diversos pensadores ilustrados, en su inmensa mayoría dispuestos a legitimar de un modo u otro las prácticas colonialistas y esclavizantes, pese a sus postulados igualitarios. Según la autora, la novedad está en que durante esta etapa histórica, al momento de defender esa desigualdad, pasan a segundo plano los argumentos de impronta cultural y religiosa —al uso desde el siglo XVI—, y en cambio, comienzan a prevalecer diversas justificaciones supuestamente científicas, apoyadas en factores naturales (i.e. clima, geografía, raza) y/o sociales (i.e. división del trabajo, organización política, desarrollo tecnológico).
A Jonathan Israel corresponde la redacción del segundo capítulo (“El anticolonialismo de los ilustrados radicales”). Allí expone su tesis de que el primer movimiento, organizado a nivel político- social y articulado en el plano teórico, a favor de la emancipación colonial y del abolicionismo aparece en Francia durante las décadas de 1770 y 1780. Según el autor, sus promotores son miembros de la Ilustración radical inspirados en la Histoire philosophique des Deux Indes (1770), compuesta por el abate Raynal e intervenida por Diderot, y responsables de acuñar y difundir el concepto de “derechos humanos universales”. Esta sección ofrece, además, una crónica de las circunstancias históricas que rodean a esa disputa por la igualdad de los hombres. A lo largo de todo el capítulo podemos apreciar el buen manejo que siempre se le reconoce a Israel sobre las temáticas vinculadas a la vertiente radical de la Ilustración.
El apartado de Francisco Castillo Urbano (“Locke y la alteridad (des)considerada”) se propone presentar al filósofo inglés como un teórico de la expansión europea y el colonialismo. El texto parte de un análisis político de la noción de individuo —articulado en función de los conceptos de propiedad privada y acumulación— para luego exponer cómo esta se vuelca a la diferenciación entre los europeos y los no europeos. Con un sólido conocimiento de los Dos ensayos sobre el gobierno civil (1689-90), el intérprete muestra el sesgo etnocéntrico, europeo-occidental, de la argumentación lockeana y cómo esta ha de ser considerada una teoría de expropiación a favor de los colonos ingleses y en perjuicio de los aborígenes americanos.
Al ocuparse de un personaje poco frecuentado en la reflexión filosófica de lengua española, el cuarto capítulo (“Ideales ilustrados y realidad histórica: Jefferson ante la esclavitud y los indios”) cuenta con un valor agregado. Allí Jaime de Salas Ortueta evalúa el tratamiento político que este American Founding Father hace de dos alteridades bien presentes en la realidad del naciente EE.UU.: los pueblos aborígenes vecinos y los habitantes negros esclavizados. Y mientras observa sus intervenciones públicas como pensador, por un lado, y su desempeño como dirigente y terrateniente, por el otro, Salas Ortueta nos advierte sobre la equívoca pertenencia de Thomas Jefferson al movimiento ilustrado, aunque finalmente subraya su actitud acomodaticia al status quo.
A continuación, en su apartado (“El otro que somos nosotros: La idea del salvaje que sirvió para componer los Estados Unidos y la Escocia del XVIII”) Julio Seoane se propone desentrañar el método con que se configura la propia identidad a partir del contraste con las imágenes de un otro. Desde consideraciones filosóficas, pero también estéticas, historiográficas, literarias y culturales, el autor traza un paralelismo entre el nativo norteamericano y el habitante de las Highlands, en tanto y en cuanto ambos son vistos como fronteras y reservas para las civilizaciones estadounidense y escocesa, respectivamente.
En el sexto capítulo (“Encuentros pacíficos: Los civilizados, los salvajes y el olvido político como medio de acomodo mutuo”) John Christian Laursen espiga con detalle las crónicas de científicos y exploradores españoles que durante el siglo XVIII visitaran la costa oeste de América del Norte. Su lectura analiza una práctica aparentemente frecuente entre viajeros y nativos para dejar atrás los eventuales choques violentos entre ambas partes; el olvido político. Así, el texto tiene el objetivo declarado de sumar un aporte al debate ético-político en torno al papel que ha de desempeñar la memoria —o la amnesia— social para la (re)construcción de la vida en común.
A lo largo del séptimo capítulo (“Concepto jesuita de civilización, y su aplicación a la época ilustrada”), Fermín del Pino Díaz da cuenta del modo en que ciertos miembros de la Compañía de Jesús elaboran una visión evolutiva de la cultura a partir de su experiencia misional en América. En efecto, luego de un breve estudio histórico de la idea de civilización, el autor acredita la influencia de los jesuitas hispanoamericanos en general, y de Francisco Javier Clavijero en particular, sobre los ilustrados europeos, especialmente en lo que se refiere a la comprensión de aquella noción aplicada a las poblaciones aborígenes del “Nuevo Mundo”.
Gerardo López Sastre tiene a su cargo el octavo título (“La India de William Robertson”), en el cual sigue de cerca el retrato que el clérigo escocés hiciera de la nación asiática en su Disquisición histórica (1791). Según su lectura, Robertson no solo se ocupa de estudiar un país que pocas veces llamó la atención de los ilustrados, sino que además traza la imagen de una sociedad avanzada que merece respeto. En este sentido Sastre argumenta que el texto robertsoniano constituye un alegato anticolonialista.
La redacción de la novena parte (“Civilizados, bárbaros y salvajes en la teoría del progreso de Turgot”) pertenece a Paloma de la Nuez. Allí la autora expone con claridad el optimismo histórico del economista y filósofo francés, y más adelante lo compara con la postura crítica de Rousseau. Asimismo explica cómo las categorías mencionadas en el título corresponden, para Turgot, a estadios distintos, pero eslabonados del desarrollo humano. Al mismo tiempo, la intérprete constata cierta ambigüedad en el planteo turgoteano, por cuanto detrás de su igualitarismo advierte una mirada en esencia peyorativa hacia los pueblos presuntamente atrasados.
Rolando Minuti escribe el décimo capítulo (“Del Espíritu de las leyes al Espíritu de las costumbres: Aspectos de la obra de Jean-Nicolas Démeunier”) con el propósito de presentarnos el abordaje etnográfico y filosófico que el pensador francés hace de los términos correlativos civilización y salvajismo. Durante su análisis, Minuti destaca el modo en que Démeunier sopesa las contradicciones de ambas instancias, para finalmente reivindicar los avances de la civilisation. Al mismo tiempo, el intérprete realiza varias comparaciones con la obra de Montesquieu, de gran ayuda para comprender el tema en ambos filósofos.
El apartado número once (“La crítica a la civilización en Paul et Virgine: El mito de la arcadia salvaje”), de Francisco Martínez Mesa, está dedicado al estudio de la novela de Bernardin de Saint-Pierre. El comentario empieza por una consideración general acerca del tratamiento ambivalente que durante la Ilustración se le diera a la figura del salvaje: encarnación de la bondad e imagen del retraso. Luego, Mesa explica cómo esta ambigüedad encuentra su expresión literaria en la exitosa ficción filosófico-moral Paul et Virgine (1788), que sitúa personajes típicamente europeos en el mundo colonial americano; al mismo tiempo, el intérprete repasa los cargos contra la civilización que formulara Bernardin. A lo largo de todo su análisis, Mesa no pierde de vista la influencia rousseauniana sobre el autor de la obra en cuestión, sin por eso desconocer las diferencias entre uno y otro.
El anteúltimo capítulo (“Poder y civilización en Hamman y Herder: Los primeros escritos.”), perteneciente a Cinta Canterla, nos pone al tanto de cómo ambos filósofos alemanes despliegan una crítica fundamentalmente política al proceso civilizatorio, por cuanto este legitima la aculturación francesa en suelo europeo y la dominación del “Viejo Continente” sobre los territorios coloniales. Además, la autora verifica la sintonía entre Hamman y Herder también en lo propositivo, al mostrar que los dos apelan a las conceptos de Bildung y Kultur para contrarrestar los atropellos hechos en nombre de la civilización.
En la primera parte del capítulo final (“La transformación de la herencia ilustrada: Los argumentos del colonialismo en el siglo XIX”) María Luisa Sánchez-Mejía resume los principales argumentos de los filósofos ilustrados para avalar el poder colonial de Europa; y luego, en el resto del texto, muestra su proyección en la defensa del imperialismo europeo ensayada por los liberales decimonónicos. La autora se detiene con mayor énfasis en las reflexiones de personajes notorios sobre dos casos paradigmáticos: la ocupación francesa de Argelia (Tocqueville y Desjorbet) y el dominio británico sobre India (Burke, James Mill y John Stuart Mill).
Para concluir esta reseña debemos decir que la heterogeneidad de la obra no atenta contra su cohesión interna. Las distintas colaboraciones nunca pierden de vista el hilo conductor, los conceptos ilustrados sobre “civilización y barbarie”. En cualquier caso, el volumen que nos presentan Villaverde Rico y López Sastre constituye un aporte valioso para los especialistas en la filosofía dieciochesca, pero también para los interesados en interpretar críticamente el presente desde un repertorio lúcido del pasado.

Dante Baranzelli
Universidad de Buenos Aires

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