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Revista latinoamericana de filosofía

versão On-line ISSN 1852-7353

Rev. latinoam. filos. vol.46 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires dez. 2020

http://dx.doi.org/10.36446/rlf2020247 

CRÓNICAS

Mario Bunge (1919-2020) Vida, obra y filosofía

Alejandro Cassini1 

1Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas Universidad de Buenos Aires

El 24 de febrero de 2020, a los 100 años de edad, falleció Mario Bunge, el filósofo argentino más prolífico de todos los tiempos y, a la vez, el que alcanzó mayor difusión y reconocimiento internacional. Su muerte se produjo en Canadá, donde residía desde 1966. Allí fue profesor en la McGill University, en Montreal, hasta 2010, cuando, a los 90 años y ya como emérito, se retiró de la enseñanza. Bunge fue uno de los pocos filósofos argentinos que trascendió los medios profesionales y fue conocido por un pú blico muy amplio fuera de los ámbitos académicos. Por ejemplo, era habitual que se le dedicaran reportajes en diarios y revistas de circulación masiva, sobre todo en Argentina y España. Su muerte tuvo gran repercusión en los medios periodísticos de esos dos países y, segura mente, también en muchos otros. Se lo presenta habi tualmente como físico y filósofo de la ciencia, aunque su obra abarca en realidad casi todas las ramas de la filo sofía, entre ellas, la semántica, la ontología, la filosofía de la mente, la ética y la filosofía política. Su producción como filósofo de la ciencia comprende casi todas las disciplinas científicas: la filosofía de la física, de la biología, de la psicología, de la lingüística, de la economía,de la medicina, de las ciencias sociales y de la tecnología. Posiblemente, la lógica formal y la filosofía de la matemática sean las únicas que no abordó de manera específica, es decir, aquellas a las que no dedicó al menos un libro. La estética, por su parte, es la disciplina filosófica en la que nunca incursionó. Tampoco, por cierto, se ocupó de la historia de la filosofía, que no le interesaba particularmente. Su enfoque de la filosofía fue siempre sistemático y problemático, pero casi nunca histórico.

No es posible ofrecer siquiera una reseña breve de sus trabajos publicados en el marco de esta nota. Baste decir que entre 1943 y 2018 publicó nada menos que 82 libros propios, además de compilar varios más. Muy pocos filósofos en la historia reciente, o posiblemente de cualquier época, han tenido intereses tan amplios y han escrito una obra tan vasta. Ninguno, hasta donde llega mi conocimiento, tuvo una capacidad de trabajo compa rable ni una vida tan extensa como autor. A los 95 años de edad Bunge pu blicó en español una extensa autobiografía (Bunge 2014) que luego se editó en inglés, corregida y aumentada (Bunge 2016).1 En ella puede encontrarse un relato muy detallado de su vida y de su carrera académica, así como una exposición sintética de toda su obra filosófica. En el año 2019, en ocasión de su centenario, uno de sus discípulos editó una enciclopédica colección de estudios sobre la obra de Bunge que, además, contiene la bibliografía más completa hasta el momento de sus trabajos publicados (Matthews 2019). A estas dos obras hay que remitirse para conocer en toda su extensión su vida y su obra.

Bunge estudió física en la Universidad de La Plata y se doctoró en 1952 bajo la dirección del físico austrohúngaro Guido Beck, un discípulo de Born y de Heisenberg, emigrado a la Argentina. Su tesis doctoral, titulada Cinemática del electrón relativista, se publicó en la ciudad de Tucumán varios años después (Bunge 1960b). Tempranamente, Bunge se opuso a la interpre tación de Copenhague de la mecánica cuántica y adoptó una posición rea lista acerca de las teorías físicas, que mantuvo por el resto de su vida. Desde sus primeros años como estudiante, se interesó por la filosofía, leyendo con avidez todas las obras que podía conseguir. De esa época data su aversión por el idealismo de Hegel y también por la fenomenología y el existencialismo, filosofías que estaban en pleno auge en los medios filosóficos argentinos hacia mediados de la década de 1940. Por esos años, Bunge, que provenía de una familia de políticos socialistas, fue miembro del Partido Comunista de Argentina y leyó diversas obras de filosofía marxista, entre ellas las de Engels y Plejánov. Por un breve tiempo adhirió al materialismo dialéctico, aunque pronto su rechazo de la filosofía hegeliana lo llevó a abandonar el componente dialéctico. Mantuvo, sin embargo, su adhesión al materialismo y definió siempre su propia filosofía como un “materialismo emergentista” o “materialismo sistémico”, pese al hecho evidente de que, luego del surgi miento de la mecánica cuántica, el concepto de materia perdió casi todas las connotaciones que tenía en el atomismo clásico. Eso hizo que muy pocos filósofos de la segunda mitad del siglo XX emplearan ese concepto; la mayoría prefería el de fisicalismo, que Bunge nunca adoptó.

Como miembro del Partido Comunista, Bunge participó en 1946 en la Unión Democrática, el frente de partidos que se oponían al peronismo, e incluso llegó a integrar la lista comunista de candidatos a diputado. Esa ac tuación política fue efímera porque, según relata en su autobiografía, “mi fe partidaria se había entibiado al punto de que uno o dos años después fui ex pulsado del partido” (Bunge 2014: 110).2 Eso debió ocurrir hacia 1948, pero Bunge no aclara las razones por las cuales fue expulsado. Sobre su temprana adhesión al materialismo dialéctico, escribió lo siguiente:

El materialismo dialéctico, que me había seducido cuando era adolescente, me ha parecido desde aproximadamente 1950 una grosera obra de aficio nados, expuesta y defendida de una manera dogmática, de la cual solo queda un único resto: la tesis de que el mundo es material y modificable. Lo demás es ininteligible, demasiado esquemático para ser útil, o bien completamente falso. (Bunge 2016: 261)3

En 1957 Bunge obtuvo por concurso la cátedra de Filosofía de la Ciencia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Desde ese momento abandonó la práctica y la enseñanza de la física y se dedicó exclusivamente a la filosofía. En los años subsiguientes, hasta que decidió emigrar en 1963, Bunge desarrolló una amplia labor como docente y como escritor. Indudablemente, se lo debe considerar como el primer filósofo profesional de la ciencia en Argentina, a pesar de que nunca había estudiado formalmente filosofía.4 En 1959 publicó en Harvard University Press, gracias a la recomendación de Quine, su primer libro de filosofía, Cau- sality, probablemente su obra más original y también la más exitosa, ya que tuvo cuatro ediciones inglesas en diferentes editoriales (la última es Bunge 2009a), y se tradujo a siete idiomas, entre ellos el español (Bunge 1959a y 1961, respectivamente). En su autobiografía revela que el manuscrito de su libro “había sido rechazado por seis editoriales inglesas o norteamericanas” por tratarse de “un tema fuera de moda” y la obra de “un autor desconocido” proveniente de “una nación olvidada” (Bunge 2014: 128; 2016: 127). En su libro Bunge reivindicaba la explicación causal en un momento en el que la filosofía de la ciencia estaba dominada por los modelos nomológico-inferen- ciales de Hempel, que abjuraban explícitamente de esa clase de explicaciones en la ciencia. Siempre es riesgoso hacer predicciones sobre asuntos humanos, pero muy probablemente esta sea la única obra de su enorme producción que vaya a adquirir la categoría de un libro clásico.

El producto más relevante de los cursos de filosofía de la ciencia de Bunge en la Universidad de Buenos Aires fue su extenso tratado Scientific Research, publicado en dos volúmenes en 1967 por la editorial Springer (Bunge 1967). Dos años después se publicó en un solo volumen una traducción es pañola de Manuel Sacristán (Bunge 1969) que tuvo numerosas reediciones. El libro se basa en sus cursos a estudiantes argentinos, aunque fue terminado cuando Bunge ya había emigrado. Es casi seguramente la obra de filosofía general de la ciencia más extensa y sistemática que se haya escrito en cual quier lengua. La concepción general de Bunge de la investigación científica es la tradicional hipotético-deductiva: la tarea de la ciencia empieza por el planteamiento de un problema, continúa con la formulación de una hipótesis y al final se realiza la contrastación de las hipótesis propuestas. Su concepción de las teorías empíricas también es clásica: la de un sistema deductivo de ora ciones dotado de una interpretación. La obra no tuvo la recepción favorable de Causality por parte de la comunidad internacional. Bunge estima que ello se debió a su rechazo de la mayoría de las posiciones epistemológicas más populares en esa época, como el inductivismo, el falsacionismo y el conven cionalismo (Bunge 2014: 195). En sus últimos años, Bunge afirmó que esa era la obra que más estimaba de toda su producción. El libro tuvo una ree dición actualizada en 1998, que luego se publicó también en español (Bunge 1998 y 2000, respectivamente). Ya en ese momento era una obra raramente citada y casi nunca comentada o discutida por los filósofos profesionales de la ciencia. Además, circuló muy poco en Argentina. Bunge siempre lamentó esa falta de reconocimiento. En su autobiografía escribió lo siguiente:

En Latinoamérica, con la excepción de Argentina, esta obra tuvo y sigue teniendo una gran difusión pese a su volumen y su precio elevado. La ex cepción argentina se explica tanto por mi denuncia del psicoanálisis, mer cancía de gran consumo en mi país, como por el boicot de mis obras por parte de los profesores de filosofía. (Bunge 2014: 196-197)5

Los lectores de Bunge reconocerán en esta cita su personal estilo.

En 1967, después de haberse instalado en Canadá como profesor, puesto que conservará por el resto de su vida, comienza la segunda etapa en la carrera académica de Bunge. Esta se caracterizó, sobre todo, por el am bicioso intento de producir un tratado sistemático de filosofía que abarcara todas las disciplinas que Bunge consideraba relevantes, una suerte de sistema filosófico completo. El resultado de esa empresa fue el monumental Treatise on Basic Philosophy, publicado en nueve volúmenes entre 1974 y 1989, pro bablemente la obra más extensa de la filosofía contemporánea (Bunge 1974 1989). La obra comprende dos volúmenes dedicados a la semántica y la filosofía del lenguaje, otros dos volúmenes a la ontología, otros dos a la epis temología, uno a la filosofía de las ciencias especiales y el último a la ética. La obra tiene en total más de 2600 páginas. Difícilmente haya habido alguien, aparte del autor, que haya leído todas y cada una de esas páginas. Había, sin duda, algo extemporáneo, contrario al Zeitgeist del siglo, en el intento de elaborar un sistema filosófico omniabarcador. La época de los sistemas filosó ficos parecía haber terminado en el siglo XIX. Por otra parte, ya en la década de 1970, la filosofía había experimentado un proceso de especialización y fragmentación que llevó a que nadie creyera ya que era posible producir un sistema filosófico, o incluso realizar contribuciones sustantivas a dos o más ramas diferentes de la filosofía.6 Sin embargo, Bunge siempre rechazó explí citamente la especialización, pues aplicó su propia concepción sistémica a la filosofía, según la cual los problemas filosóficos genuinos no son indepen dientes entre sí y no pueden aislarse, ya que se presentan en grupos.

Los especialistas sobre cada uno de los muchos temas que Bunge estudiaba en su tratado generalmente ignoraron sus ideas. El propio Bunge afirma respecto de los volúmenes tercero y cuarto de su obra que “mi on- tología fue ignorada por la mayoría de los filósofos, en algunos casos por alergia a la metafísica, en otros por desconfianza en la ciencia e incluso en otros por neofobia” (Bunge 2016: 260). Algo semejante podría decirse de los restantes volúmenes, especialmente de los dedicados a la semántica y a la ética. Es muy raro encontrar alguna cita de esta obra; al menos en el campo de la filosofía de la ciencia, del que me ocupo, nunca he hallado ninguna, que no sea del propio Bunge. Los volúmenes del Treatise nunca fueron reeditados; su elevado costo podría haber contribuido a ello. En 1990, apenas fina lizado el último volumen, se publicó una colección de estudios sobre la obra (Weintgarner y Dorn 1990), pero luego su influencia menguó notablemente. Los dos primeros volúmenes fueron traducidos al portugués (Bunge 1976) y, muy tardíamente comenzó a ser traducido al español (Bunge 2008-2012). Puede decirse que en la actualidad es una obra casi olvidada por los filósofos profesionales, al menos por la gran mayoría de los que trabajan como espe cialistas en un tema más o menos restringido.

La tercera y última etapa de la carrera de Bunge se inicia en 1990, después de concluido el Treatise. Se caracteriza por la mayor (si cabe) di versificación de sus intereses y su implicación cada vez mayor en temas de filosofía práctica. Uno de sus intereses en esta época fue la filosofía de la tecnología, que recién comenzaba a gestarse como disciplina filosófica. Bunge sostuvo al respecto que había que distinguir claramente la ciencia de la técnica y se opuso al uso del término tecnociencia, que se había puesto de moda en los estudios sociales de la ciencia. También participó en la llamada science wars, que en la década de 1990 opuso a científicos y sociólogos de la ciencia constructivistas. Bunge, no hace falta aclararlo, se puso del lado de los científicos y repudió las consecuencias relativistas del constructivismo social, especialmente en la versión de Bruno Latour y Steve Woolgar, cuyo libro Laboratory Life (Latour y Woolgar 1979) calificó como “una caricatura de la ciencia” (Bunge 1991 y 1992a). Bunge es uno de los pocos filósofos de la ciencia que siempre se sintió orgulloso de ser llamado cientificista. Su posición la resumió en una sola oración, que sin duda irritaría a muchos filósofos y artistas: “Todo lo que es posible saber y merece la pena saber se conoce mejor de manera científica” (Bunge 2010: 50).

La filosofía política lo ocupó especialmente en sus últimos años. Dedicó a ella un extenso tratado (Bunge 2009b), al que consideró como el volumen que culminaba su Treatise (Bunge 2016: 397). En esencia, la filosofía política de Bunge es una versión actualizada del socialismo demo crático que profesó su padre, el médico y varias veces diputado por el Partido Socialista Argentino, Augusto Bunge. Reivindicó la crítica del capitalismo de Marx, pero rechazó la idea de la dictadura del proletariado y la de un gobierno mediante el terror, como el del régimen soviético. Rechazó también el estatismo y el populismo, a los que consideró ajenos al verdadero socia lismo. Propuso, además, la radicalización de la democracia y su extensión a todos los subsistemas de la sociedad, desde la familia a la comunidad inter nacional. Ratificó, una vez más, su crítica al neoliberalismo, sobre todo en su versión puramente economicista.

Bunge raramente empleó el lenguaje de la filosofía tradicional o incluso el de la filosofía analítica. Sus obras resultan así un poco ajenas a los lectores formados en la filosofía y mucho más familiares a los científicos y tecnólogos. De hecho, creo que la mayor parte de sus lectores son científicos, ingenieros o médicos con intereses filosóficos, pero sin competencia profe sional en la disciplina, y, por tanto, sin capacidad para juzgar la originalidad de las contribuciones de Bunge. Aunque desde 1960 en adelante Bunge escribió la mayor parte de sus libros en inglés, nunca dejó de escribir en español, incluso algunas obras extensas. Por otra parte, publicó un número considerable de artículos de opinión o de carácter divulgativo en diversas revistas latinoamericanas y españolas, no solo de filosofía, sino también de física, educación, economía y cultura general.7 Fue un incansable divulgador de sus ideas. Se consideró siempre un racionalista y un heredero de la Ilus tración. Desde esa posición combatió permanentemente lo que llamaba pseudociencias, entendidas de una manera inusualmente amplia que incluía no solo disciplinas como la astrología o la parapsicología, sino también el psicoanálisis, la economía neoliberal, la teoría matemática de la decisión, y muchas otras (Bunge 1985 y 2010). Podría decirse incluso que Bunge no distinguió claramente entre no ciencia, seudociencia, ciencia marginal y mala ciencia, cosas bien diferentes que no pueden incluirse en la misma categoría. Frecuentemente llamó pseudociencias a muchas teorías cientí ficas, como la cosmología del estado estable, las teorías de supercuerdas o la sociobiología, que, a lo sumo, podrían considerarse como ejemplos de mala ciencia. No obstante, sus artículos sobre el problema de la demarcación, que ha vuelto a tener vigencia, siguen siendo obras de referencia y son frecuentemente citados por quienes se ocupan del tema.

Sus críticos, que eran muchos, solían calificarlo de “positivista del siglo XIX”, o bien de “neopositivista”, como he escuchado en numerosas ocasiones. Sin embargo, ninguna de esas dos etiquetas resulta adecuada para caracterizar su pensamiento. Tiene algunas coincidencias con estos movimientos en lo que se refiere más bien a la reivindicación del valor de la ciencia y a la crítica a la metafísica tradicional, sobre todo desde el idealismo alemán en adelante, pero no comparte la mayoría de sus tesis positivas. Bunge fue fundamentalmente un realista, tanto en la ontología como en la epistemología, mientras que los positivismos y neopositivismos son siempre antirrealistas. El de Bunge es un realismo fuerte, según el cual la meta de la ciencia es la verdad, entendida como correspondencia con el mundo en sí, y tal objetivo es al menos pardamente alcanzable. Además sostuvo tesis ca racterísticamente antipositivistas. Reivindicó, por ejemplo, la realidad de las entidades inobservables y la explicación causal de los eventos microscópicos, tesis que los antirrealistas siempre rechazaron. Se consideró a la vez materia lista y realista, y, para conciliar realismo y materialismo, se vio obligado a re chazar la realidad de las entidades matemáticas y, más en general, toda forma de platonismo. En matemática adoptó el ficcionalismo, anticipándose a una posición que se volvería muy popular hacia fines del siglo XX y principios del actual. Por lo demás, Bunge admitió la existencia de problemas filosóficos genuinos, sobre todo problemas ontológicos, por lo que repudió siempre, igual que Russell, la idea de que la filosofía se reduzca al análisis del lenguaje, ya sea el lenguaje corriente o algún lenguaje formal.

La prosa combativa de Bunge, que con frecuencia descalifica con adjetivos rotundos prácticamente todas las corrientes filosóficas y todos los filósofos más influyentes del siglo XX, le ganó muchos críticos y, sin duda, desalentó la lectura de sus obras. Se podría elaborar una larguísima antología de citas tomadas de todos sus libros pero baste aquí una breve muestra, muy parcial, tomada de su propia autobiografía. Casi cualquier filósofo actual es taría de acuerdo en considerar que Heidegger y Wittgenstein han sido, y siguen siendo, dos de los filósofos más importantes e influyentes del siglo XX. Bunge, en cambio, piensa que son un par de charlatanes oscurantistas, para emplear dos de sus términos preferidos. Así, afirma que Ser y tiempo es “una de las peores estafas académicas de todos los tiempos” y que “sus enun ciados originales, como ‘la esencia de la verdad es la libertad’, son sinsen tidos”, mientras que “los que son significativos son triviales o falsos” (2016: 191). Acerca del propio Heidegger dice que es un “delincuente cultural” (2016: 209), un “amante de lo absurdo” (2016: 211), “uno de los más peli grosos charlatanes de su tiempo” (2016: 218) y un “antifilósofo” (2016: 389). Sobre el Tractatus de Wittgenstein afirma que “no es más que una colección azarosa de aforismos de cuestionable valor” (2016: 111), mientras que sobre las Investigaciones filosóficas declara que es una “no-filosofía del lenguaje or dinario” (2016: 159). Su balance de este filósofo es que “incluso charlatanes peligrosos como Hegel y Nietzsche merecen más atención que Wittgenstein y sus seguidores porque los primeros encararon, aunque erróneamente, al gunos temas importantes, mientras que este último solo jugó con las pa labras” (2016: 405).

Husserl y la fenomenología merecen incluso peores calificativos que la filosofía del lenguaje ordinario. Bunge llegó al extremo de escribir que

Yo objeto tanto la filosofía lingüística de Wittgenstein como la fenomeno logía de Husserl, pero no las equiparo. La filosofía lingüística es ajena a la ciencia, mientras que la escuela de Husserl es contraria a ella. Para hacer filosofía lingüística basta el sentido común, mientras que para hacer feno menología hay que contrariarlo. En efecto, cualquiera puede escribir lugares comunes al estilo del segundo Wittgenstein, mientras que, como lo afirma el propio Husserl en sus Meditaciones cartesianas, “la fenomenología es el polo opuesto de las ciencias”. Y para tomar en serio los sinsentidos que escribió en su Crisis de la ciencia europea [sic] hay que estar loco, simular estarlo o tener una pobrísima impresión de la inteligencia propia. (Bunge 2014: 210)8

Podría pensarse que, tratándose de una autobiografía, Bunge se permitió ciertas licencias en el uso del lenguaje que no emplearía en una obra académica. Cualquiera que haya leído otros libros de Bunge sabe bien que emplea constantemente el mismo tipo de lenguaje para referirse a la mayor parte de los corrientes filosóficas que repudia, entre ellas, además de las men cionadas antes, el historicismo, el existencialismo, el estructuralismo en todas sus variedades, la teoría crítica, el constructivismo social, el posmodernismo, el feminismo filosófico y muchas otras.9 Es cierto que hacia 1930 los posi tivistas lógicos también calificaron como sinsentido a casi toda la tradición filosófica, como lo hizo el famoso artículo de Carnap (1931) contra la meta física. Pero lo hicieron desde el punto de vista de un criterio de significado, el verificacionismo, según el cual los enunciados no analíticos que tienen sentido cognitivo son aquellos cuya verdad se puede comprobar mediante la experiencia. En consecuencia, las afirmaciones de la teología tomista o de la metafísica hegeliana resultan sinsentido porque no son verificables, no porque sean intrínsecamente absurdas o irracionales. Bunge, en cambio, emplea el término precisamente con estos últimos significados, propios del lenguaje corriente, es decir, principalmente como una expresión derogatoria.

Bunge estuvo ligado a la Revista Latinoamericana de Filosofía desde su fundación. En 1975, cuando se inauguró, Bunge colaboró con un artículo donde criticaba el concepto de predicado de Frege (Bunge 1975); de hecho, el primer número de la revista comienza con ese artículo. Luego volvió a publicar allí otros tres artículos (Bunge 1979, 1984 y 1999). También escribió una nota en ocasión de la muerte de Ferrater Mora, de quien se había hecho amigo en viajes y congresos (Bunge 1992b). Además, perma neció como miembro del cuerpo de consultores académicos de la revista hasta su muerte. Entre los años 2002 y 2003 tuve en las páginas de esta revista una polémica con él a propósito de la lógica inductiva. En una nota crítica (Cassini 2002) señalé que la definición de grado de confirmación de Bunge era errónea y que ese error lo llevaba a atribuir a la lógica inductiva una serie de características que no tiene y que sus partidarios nunca le atribuyeron. En particular, afirmé que la teoría bayesiana de la confirmación no presentaba ninguna de las dificultades que Bunge mencionaba. Bunge (2002) respondió diciendo que la lógica inductiva era inútil porque carecía de reglas para asignar probabilidades básicas a las hipótesis y evidencias. Además, sostuvo que las probabilidades no podían interpretarse de manera subjetiva porque Kahneman, Slovic y Tversky (1982) habían demostrado que los grados de creencia de las personas reales no son probabilísticamente coherentes. En mi respuesta a sus críticas (Cassini 2003), señalé que la in terpretación subjetiva de las probabilidades era perfectamente viable y que, de hecho, era empleada por diferentes científicos y filósofos, por ejemplo, en la inferencia estadística bayesiana y en la teoría clásica de la decisión. Indiqué, además, que las experiencias de Kahneman y sus colaboradores no refutaban la teoría bayesiana de la confirmación, ni la teoría de la decisión, porque estas no pretendían describir el razonamiento humano, sino que tenían, como toda lógica, un carácter fundamentalmente normativo. Bunge no prosiguió la polémica y ya no volvió a publicar trabajos en esta revista. Casi diez años después, reimprimió su réplica a mis críticas iniciales en uno de sus libros (Bunge 2012b), pero nunca supe si había leído mi segunda réplica ni cuál fue su reacción a ella.

Durante toda su vida Bunge se consideró un partidario de la razón y del iluminismo. Creyó sinceramente en el progreso científico y en el ideal optimista de que mediante la ciencia sería posible mejorar la vida humana y la organización de las sociedades. Suscribió la concepción científica de la filosofía, incluso el objetivo de una filosofía exacta. Todas estas posiciones se expresaron tempranamente en su obra. El 5 de abril de 1957, al asumir su cátedra en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Bunge pronunció un discurso inaugural que tituló “Filosofar científicamente y encarar la ciencia filosóficamente” (Bunge 1957). Ese fue el programa de su vida: obtener una suerte de síntesis entre ciencia y filosofía. Es una idea que aparece una y otra vez en casi todos sus libros. Si hubiera que caracterizar con una sola expresión la orientación de su pensamiento, el título de su discurso inaugural sería la más adecuada síntesis.10

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1 La edición inglesa de 2016 no es una mera traducción de la edición española de 2014. En buena medida, es un libro enteramente reescrito y bastante ampliado. Por esa razón, pre feriré citar esa edición y no la edición española, aunque en algunas ocasiones citaré ciertos pasajes de la edición española suprimidos en la edición inglesa.

2En la edición inglesa de 2016 dice: “mi fe se había debilitado tanto que dos años después fui formalmente expulsado del partido” (Bunge 2016: 110).

3En la edición española de 2014 dice: “El materialismo dialéctico, que me había cautivado en mi juventud, me parece hoy obra de aficionados y del que no queda sino el antiguo prin cipio de que el mundo es material. Lo demás es ininteligible, excesivamente esquemático o rotundamente falso” (Bunge 2014: 240).

4Me he ocupado de los orígenes de la filosofía de la ciencia en Argentina en Cassini (2017a), donde estudio con mayor detalle el papel desempeñado por Bunge.

5Este pasaje no aparece en la edición inglesa de 2016.

6Me he ocupado con mayor detalle del proceso de fragmentación y especialización de la filosofía en Cassini (2017a).

7Véase Matthews 2019: 781-807 que enumera 556 artículos de Bunge en una lista que, sin embargo, todavía no es completa. Bunge reimprimió gran parte de esos artículos en sus libros.

8Este pasaje, desmesurado desde cualquier punto de vista, no aparece en la edición inglesa de 2016. No obstante, en otro pasaje de esa obra mantiene la valoración de la obra de Husserl como “sinsentido altisonante” (Bunge 2016: 380).

9Puede verse una síntesis de todo esto en el primer capítulo de Bunge 2012a.

10Bunge valoraba mucho ese discurso y lo reimprimió en dos de sus libros, primero en inglés en Bunge 1959b y luego en español en Bunge 1960a.

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