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Revista latinoamericana de filosofía

versión On-line ISSN 1852-7353

Rev. latinoam. filos. vol.48 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jun. 2022

http://dx.doi.org/10.36446/rlf2022306 

Estudios críticos

¿Qué puede aportar la filosofía a la comprensión de las teorías conspirativas?. Nota crítica de Conspiracy Theories de Quassim Cassam

What Can Philosophy Contribute to Our Understanding of Conspiracy Theories?. A Critical Notice of Quassim Cassam’s Conspiracy Theories

EZEQUIEL ZERBUDIS1 

1 Universidad Nacional del Litoral Universidad Nacional de Rosario Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

Abstract

I present and critically examine the analysis of conspiracy theories presented by Quassim Cassam in his book Conspiracy Theories (2019a). I hold that the distinction he draws between problematic and unproblematic kinds of theories that report conspiracies is useful for an assessment of the phenomenon, but I draw attention to some shortcomings in the way he characterizes it, as well as in his treatment of the causes and the harmful effects of belief in such theories.

Key-words: conspiracy; belief; knowledge; ideology; politics

Resumen

Presento y evalúo críticamente el análisis de las teorías de la conspiración presentado por Quassim Cassam en su libro Conspiracy Theories (2019a). Sostengo que su distinción entre los tipos problemáticos y no problemáticos de las teorías que refieren a conspiraciones resulta útil a la hora de evaluar el fenómeno, pero señalo algunas debilidades en su caracterización, así como en su tratamiento de las causas y los efectos nocivos de la creencia en estas teorías.

Palabras clave: conspiración; creencia; conocimiento; ideología; política

En este breve libro, Quassim Cassam hace una muy sugestiva presentación, desde una perspectiva filosófica, de diversos pro blemas planteados por la aceptación y difusión de teorías conspirativas. Esto puede resultar sorprendente, ya que a primera vista la idea de que 92 i un tratamiento filosófico pueda echar luz sobre los problemas asociados con este fenómeno suena más bien improbable. Podemos suponer que las teorías conspirativas plantean desafíos políticos, o que se conectan con aspectos intrigantes de la psicología de algunos individuos, pero ¿qué podrían aportar los filósofos respecto de hechos tales como que haya gente que crea que la vacuna triple viral causa autismo, o que la caída de las torres gemelas fue perpetrada por agentes del mismo gobierno norteamericano? Cassam muestra de modo convincente, en mi opinión, que esta apariencia es infundada, y que una perspectiva filosófica (que incorpore, entre otras cuestiones, discusiones sobre la naturaleza del co nocimiento, la racionalidad o los desacuerdos) permite efectivamente echar luz, de un modo enriquecedor sobre la naturaleza y efectos de las teorías conspirativas.

El libro está articulado en cuatro capítulos, cada uno de los cuales cumple una función bien clara en la estructura argumental de la obra. En el capítulo 1 se delimita el tema de la investigación y se lo caracteriza de modo de distinguirlo de otros fenómenos cercanos; en el capítulo 2 se discuten las causas de la creencia en las Teorías Conspirativas; en el capítulo 3 se pre sentan las consecuencias de la creencia en Teorías Conspirativas y se muestra en qué sentido dicha creencia resulta problemática; finalmente, en el capítulo 4 se plantea qué tipo de actitud deberíamos tener frente a quienes sostienen y difunden Teorías Conspirativas, dadas las consecuencias problemáticas que estas tienen, discutidas en el capítulo anterior.

Como se dijo, en el capítulo 1 se intenta delimitar mejor el objeto particular de la discusión, ya que, intuitivamente, no todas las teorías sobre conspiraciones parecen ser igualmente problemáticas. La operación central que realiza aquí Cassam consiste en realizar una distinción entre las teorías conspirativas (con minúsculas, “tcs” en lo que sigue) y las Teorías Conspira tivas (con “T” y “C” mayúsculas, “TCs” en lo que sigue), que serán el foco de su atención. Las TCs son una subclase de tcs: si incluimos en esta última clase a cualquier teoría o relato que refiera de modo central a alguna cons piración, las TCs se distinguen dentro de esta clase más amplia por tener algunas características peculiares que las hacen particularmente problemá ticas. Estas son características que hacen a estas teorías más bien improbables (2019a: 6-7) y, más aún, tales que llegar a la verdad no parece nunca su ob jetivo principal, sino que más bien su finalidad sería promover alguna causa política (2019a: 7-16). Las características que permiten ver que ese es en verdad el punto central de las TCs son de varios tipos. Por una parte, desde un punto de vista epistémico, Cassam describe a las TCs como especulativas, en el sentido de que postulan hipótesis no suficientemente avaladas por la evidencia, y además como obra de aficionados (amateurish), en el sentido de que quienes las defienden lo hacen apelando a afirmaciones técnicas (por ejemplo, sobre balística o resistencia de materiales) sobre temas para los que no tienen una calificación profesional. Por otra parte, desde el punto de vista de su contenido, se señala que están típicamente a contramano de las opiniones recibidas (contrarian), lo que puede implicar oponerse tanto a cierto punto de vista oficialmente aceptado, como a la explicación más natural y obvia de un fenómeno. También se las califica desde este mismo punto de vista como esotéricas, en el sentido de que apelan en sus expli caciones a ciertos elementos ocultos (“los sótanos del poder”, etc.) y como premodernas, por lo que se entiende aquí básicamente que sus explica ciones refieren casi exclusivamente a acciones intencionales humanas, in sertas en un marco cargado moralmente y que, correlativamente, se soslaya la complejidad y el carácter sistemático de ciertos fenómenos. Finalmente, en el cap. 4 se agregará otra característica epistémica adicional sumamente importante a la hora de evaluar cómo lidiar con estas TCs, a saber, la de volverse impermeables (una traducción un tanto heterodoxa que ofrezco de self-sealing), esto es, la de resultar inmunes a la argumentación que in tenta refutarlas, al resultar siempre natural denunciar la evidencia que pueda aducirse en esa argumentación como simplemente un aspecto más de la misma conspiración que se está defendiendo (algo que estará a la base del fenómeno de las “burbujas de creencias”, esto es, grupos de personas con creencias similares que se apuntalan mutuamente, 2019a: 99).1 El punto central a retener de este primer capítulo, en todo caso, es que la posesión de (buena parte de) estas propiedades vuelve particularmente improbable la verdad de las TCs, lo que a su vez permite ver, para Cassam, que su función, con independencia de las intenciones de quienes las proponen y consumen, no fue nunca la de ofrecer una explicación fiel de los hechos, sino más bien la de promover una causa política, la de ser parte de la propaganda en favor de un programa político.

El capítulo 2 del libro está dedicado a entender la aceptación o, en palabras de Cassam, la popularidad de las teorías conspirativas. Es interesante notar acá que, si bien el tema central del capítulo será el de los motivos por los que la gente cree en las teorías conspirativas, Cassam inserta su discusión en una problemática más amplia. En efecto, tener otras actitudes positivas frente a las TCs, sin llegar a la creencia en ellas, puede resultar igualmente dañino. Para ver esto, notemos que si, como se había indicado en el capítulo anterior, las TCs funcionan básicamente como piezas de propaganda, dis tintos agentes pueden crearlas y difundirlas, y permitirles igualmente cumplir sus funciones, con independencia de si se cree o no en ellas. Los agentes podrían también tener motivaciones independientes de la creencia para fo mentarlas: una motivación podría ser el lucro (en el caso del dueño de un sitio de internet en que se publican TCs, a quienes llama “empresarios de la conspiración”), otra la de simplemente querer favorecer cierta agenda política. Por ejemplo, consideremos una TC según la cual un cierto ataque a tiros en una escuela norteamericana nunca tuvo lugar (ataque que, de hecho, sí tuvo lugar): alguien que esté en contra de la introducción de controles de armas más estrictos puede tener un interés en difundir esa teoría que tiene como objeto silenciar los pedidos en ese sentido, con independencia de si cree o no en la TC en cuestión.

De todos modos, es claro que la actitud hacia las TCs más interesante desde un punto de vista filosófico es la de la creencia en ellas. ¿Cómo puede ser que, siendo la mayor parte de ellas implausibles, muchas delirantes y algunas hasta demostradamente falsas, haya gente que crea en esos relatos? Cassam admite que no tiene una respuesta exhaustiva y plenamente convin cente de esto; de hecho, termina el capítulo con esta nota un tanto sombría:

No hay una explicación única o simple de la mentalidad conspirativa; pero nunca hubo realmente una esperanza seria de lograr algo así. La respuesta a la pregunta de por qué la gente cree en las Teorías Conspirativas es: es com plicado (2019a: 62).

Sin embargo, esta conclusión no invalida que a lo largo del capítulo el autor discuta diversos motivos que empujan y atraen a la creencia en este tipo de teorías, y que esa discusión resulte, a pesar de lo fragmentario y no del todo concluyente, muy iluminadora.

La mención que acabo de hacer a “empujar y atraer” corresponde a una distinción que hace el propio Cassam en el capítulo (2019a: 57) y que estructura en buena medida su discusión del tema. Por una parte, (a) discute diversas circunstancias en que pueden encontrarse los agentes que los harían más susceptibles de adherir a TCs (los empujes); por otra parte, (b) discute diversos caracteres de las teorías mismas que las hacen en general atractivas. Veamos brevemente estos dos puntos.

En lo que respecta a (a), Cassam rechaza una explicación psicológica de las condiciones que llevan a los agentes a creer en TCs, favoreciendo por el contrario una explicación de tipo político que apela a sus ideologías. Según Cassam, quienes privilegian una explicación psicológica de la creencia en TCs hacen uso básicamente de dos tipos de consideraciones: por una parte, (i) intentan remitir la explicación a las “mañas y debilidades” (quirks and foibles) de nuestro cerebro; por otra, (ii) hacen también referencia a rasgos de personalidad que harían a algunas personas más susceptibles a creer en TCs. Cassam llama la atención, atinadamente, respecto de que estos dos aspectos de la explicación psicológica están en tensión: en efecto, mientras (i) parece remitir a rasgos que caracterizan a toda la clase de los humanos, (ii) se centra más bien en algunas idiosincrasias suyas. Precisamente por esto le parece que las explicaciones que apelan a (i) no pueden estar bien, ya que no todos somos conspiracionistas. Por otra parte, acepta en relación con (ii) que parece tener sentido hablar de “mentalidades conspirativas”, ya que explicarían por qué ciertos agentes, pero no otros, son proclives a aceptar TCs, pero que resulta preferible entenderlas en términos de sus ideologías en vez de como rasgos de carácter.

La crítica respecto de (i), sin embargo, no me resulta convincente. Las mañas cognitivas a las que se apela en la explicación psicológica son básicamente sesgos: sesgo de intencionalidad, sesgo de confirmación, sesgo de proporcionalidad (la idea de que un evento con un cierto grado de sig- nificatividad tiene que haber sido causado por un evento igualmente sig nificativo). El mismo Cassam se encarga de mostrar cómo en ciertos casos estos sesgos pueden operar favoreciendo la creencia en una TC determinada.

Por ejemplo, en el caso de la desaparición de un avión en medio del mar, el sesgo de intencionalidad (favorecer explicaciones que apelan a la intenciona lidad de ciertos agentes) sugiere que eso no puede haber sido un accidente, lo que incita a generar algún tipo de TC para explicarlo (hubo un secuestro, alguien le disparó un misil al avión, etc.), mientras que el sesgo de confir mación ayuda a defender a esa teoría de ataques posibles (haciendo desoír la evidencia contraria). Como mencioné, Cassam no acepta estas explica ciones porque, según dice, todos tenemos estos sesgos, pero no todos somos conspiracionistas. Hay dos puntos que me parecen acá problemáticos. Uno es que, por más que estos sesgos sean inclinaciones que todos tenemos, no sería implausible suponer que algunos hayan aprendido a resistirlas mejor que otros. Por ejemplo, puede pensarse que nuestras “mañas y debilidades” nos hagan pasar naturalmente de genéricos de propiedades llamativas (del tipo de “el mosquito transmite el dengue”, aceptable pese a que solo el 1% de los mosquitos lo transmiten) a genéricos característicos, y de ahí a genéricos ma- yoritarios, tendencia que aplicada a grupos sociales puede influir causalmente en la aceptación de afirmaciones racistas (al pasar, por ejemplo, de “los árabes son violentos”, que alguien podría inicialmente aceptar como un genérico de propiedades llamativas (i.e., a partir de unos muy pocos casos, como en el ejemplo de los mosquitos) a entenderlo, por el desplazamiento natural entre sus distintas interpretaciones, con un valor característico o mayoritario, esto es, como caracterizando a la totalidad de la clase).2 A pesar de esto, no todos somos luego racistas: algunos intentan, y logran, resistir esas tendencias naturales. De hecho, algo parecido puede decirse respecto de los sesgos men cionados más arriba en relación con el conspiracionismo, en la medida en que se los puede entender como factores que aumentan la probabilidad de desarrollar tendencias conspirativas, y en consecuencia como causalmente re levantes, sin que eso requiera que se dé luego, de modo invariable, el efecto (algo que, de hecho, resulta implausible suponer).3 Esto lleva al segundo pro blema con su argumentación mencionado más arriba, a saber, que los mismos motivos que le hacen rechazar el valor explicativo de estos factores se aplican también a aquellos factores que él sí acepta como explicativos de la creencia en TCs. En efecto, nuestro autor va a sostener que, por ejemplo, la aceptación de ideologías extremistas influye causalmente (es “un factor de riesgo”) en la aceptación de TCs, aun cuando no ocurra que todos los extremistas sean conspiracionistas (ni tampoco, aunque es menos relevante, que todos los conspiracionistas sean extremistas). Pero si se acepta que una conexión de este tipo entre factores de riesgo y conspiracionismo, menos estricta que una implicación, puede ser explicativa de la creencia en TCs, no queda claro por qué una conexión semejante entre conspiracionismo y sesgos psicológicos no resultaría explicativamente relevante.

Como mencionamos, Cassam acepta en relación con (ii) que cabe hablar de una mentalidad conspirativa, ya que diversos experimentos muestran que lo que permite predecir con mayor precisión si alguien creerá una cierta TC es si cree también en otras TCs (aun cuando se trate de teorías inconexas o incluso, en un resultado interesante que reporta, contradictorias). Sostiene, sin embargo, correctamente en mi opinión, que estos experimentos no avalan de modo decisivo la idea de que lo que explica ese comportamiento es del orden de un rasgo de personalidad, como suponen quienes avalan explica ciones psicológicas; en efecto, el mismo resultado podría ser explicado a partir del contenido de las creencias de los agentes, esto es, de su ideología. Es importante notar, de todos modos, que la indeterminación corre en los dos sentidos, y que los resultados de los experimentos que menciona como favo reciendo su interpretación ideológica también podrían explicarse por rasgos psicológicos (por ejemplo, el experimento con distintos mitos sobre la bebida Red Bull mencionado en 2019a: 47, que conecta la creencia en TCs efectivamente propuestas con TCs inventadas especialmente para el experimento).

Este contrapunto con las explicaciones psicológicas le permite a Cassam presentar una tesis central de su explicación positiva de la creencia en TCs, a saber, que estas dependen en buena medida de cómo ellas calzan en el resto de los compromisos ideológicos de los agentes, lo que a su vez permite profundizar sobre la conexión ya notada entre TCs y propaganda política. Acá Cassam describe al “conspiracionismo” como una ideología particular, cuyo contenido central sería “la creencia de que la gente en posición de autoridad oculta cosas frente al resto de nosotros como parte de una conspiración para lograr sus propios objetivos siniestros” (2019a: 46), y sugiere que hay una conexión entre las tendencias conspiracionistas y la adhesión a ideologías extremistas (como el fascismo, el comunismo y el is- lamismo).4 Por supuesto, como Cassam nota, esas distintas ideologías sustantivas hacen que esa otra creencia más formal o tenue, el conspiracionismo, se manifieste de modos específicos distintos:5 así, mientras que quienes adhieren a ideologías de derecha aceptan ciertas TCs (por ejemplo, que Obama no nació en EEUU), quienes adhieren a ideologías de izquierda aceptan otras (por ejemplo, que el gobierno de Bush estuvo involucrado en el derribo de las torres gemelas en 2001).6 En este sentido, Cassam acepta la idea de una “mentalidad conspirativa”, pero sugiere entenderla en términos de contenidos ideológicos y no de rasgos psicológicos. La evidencia en favor de esta preferencia es, de todos modos, en mi opinión, un tanto tenue y poco fundamentada.

Entre las circunstancias que nos empujarían a aceptar TCs Cassam menciona, finalmente, la de ser miembro de algún grupo que ha sido víctima de alguna conspiración (o un maltrato semejante) en el pasado. Por ejemplo, miembros de comunidades que descubren que han sido utilizadas de in cógnito en experimentaciones médicas, o miembros de comunidades mar ginadas en general, pueden estar más dispuestos que otros a creer que tengan lugar conspiraciones semejantes. Parece haber, en efecto, una correlación in teresante, sobre la que llama la atención Cassam, entre haber vivido “eventos negativos”, en general, y la creencia en ciertas TCs.

Esto completa la discusión del punto (a), esto es, de las situaciones que empujarían a un agente a aceptar una TC. ¿Qué hay respecto de (b), las propiedades que hacen a las TCs seductoras? La discusión de Cassam sobre este punto es mucho más breve. Básicamente considera tres atractivos de las TCs. Por un lado, el hecho de que sean historias que tienen una trama de tipo detectivesco, que excitan al consumidor a resolver un enigma; por otro, que son historias que tienen un carácter moral o justiciero, en la medida en que se desenmascara a los poderosos; y, finalmente, que se trata de relatos que permiten dar sentido a sucesos que no parecen tenerlo, sino que serían más bien el efecto de que “esas cosas pasan” (shit happens) -lo que se conecta con su carácter premoderno, ligado a explicaciones agentivas, mencionado más arriba-. Aquí su discusión deja tal vez algo que desear, ya que parece haber más para decir respecto de lo que hace atractivas las TCs. Por ejemplo, nada se dice del tipo de gratificación psicológica asociada al descubrimiento de una explicación sencilla y unificadora de hechos desconectados, o al consi derarse como formando parte de los pocos elegidos que han logrado des enmascarar a los conspiradores.5 En este punto, se nota el interés de Cassam en resaltar explicaciones sistémicas en lugar de psicológicas, lo que quizás no sea más que un sesgo. De todos modos, la discusión del capítulo resulta en general esclarecedora.

En el capítulo 3 se abordan las consecuencias, en particular las no civas, que se siguen de la aceptación y difusión de las TCs en una sociedad. Cassam presenta su posición con un contrapunto con quienes llama “apo logistas de la conspiración”, quienes sostienen que, dado que los gobiernos y en general los poderosos suelen incurrir en conspiraciones, es bueno que haya gente (los conspiracionistas, esto es, quienes creen en TCs) que estén dispuestos a buscar y examinar la evidencia que permitiera desenmascarar esas operaciones. Frente a este planteo, Cassam llama la atención en primer lugar sobre que los conspiracionistas del mundo real difieren bastante de esta descripción idealizada, dado que sus afirmaciones están basadas más en elucubraciones originadas en intenciones políticas que en recabar evidencia. Pero, y este es el punto más importante, el daño que causan es mayor que el que pretenden evitar, aun si lograran desenmascarar conspiraciones reales. Según él, este daño puede verificarse en cuatro niveles distintos: personal, social, intelectual y político.

Respecto de los daños personales, si bien pueden por cierto resultar muy nocivos, su funcionamiento es bastante obvio y no merece mucho comentario -el ejemplo que se menciona es el de alguien acusado falsamente de estar involucrado en una conspiración, y gastando sus ahorros en defen derse (o, eventualmente, pasando un tiempo en la cárcel)-. Igualmente obvio es lo que puede decirse sobre los daños sociales: la creencia en una TC según la cual la vacuna triple viral causa autismo, por ejemplo, puede llevar a que algunos padres no vacunen a sus hijos, algunos de los cuales podrían morir en consecuencia. Conviene concentrarse, entonces, en los daños intelec tuales y políticos, más interesantes desde un punto de vista filosófico.

El daño intelectual generado por las TCs radica en que nos pueden privar de conocimiento que de otro modo tendríamos. Cassam presupone aquí ideas suyas sobre las condiciones para conocer que defiende en otro lugar (Cassam 2019b: 10), a saber, que para saber algo es necesario creer en ello con suficiente confianza (al menos tanta como para guiar la propia conducta), tener derecho a esa confianza, y que lo que creemos sea de hecho verdadero. El caso con el que ejemplifica la pérdida de conocimiento es muy claro. Supongamos que un médico le aconseja a un padre dar la vacuna triple viral a su hijo, al ser efectiva y segura. En esa situación, la actitud del padre respecto de la proposición de que la vacuna es segura cumple con las tres condiciones para ser conocimiento, ya que la vacuna es segura, él confía en su médico (al creerlo capaz y confiable), con lo que tiene confianza en la verdad de la proposición, y además el médico es capaz y confiable, por lo que el agente tiene derecho a estar confiado. Sin embargo, una vez que entra en contacto con la TC según la cual la vacuna produce autismo, perderá esa confianza, y en esa medida dejará de saber algo que sabía (aunque no haya perdido el derecho a esa confianza, ya que el médico sigue como antes). Esto es, la idea básica, que me parece iluminadora, es que una vez que se genera desconfianza y la discusión se desplaza hacia la cuestión de si alguien es o no experto en un área, uno deja de saber a qué atenerse y el daño epistémico ya está hecho.

Finalmente, las TCs causan también distintos daños de tipo político. En primer lugar, en la medida en que las TCs son típicamente piezas de propaganda política, y en general de ideologías extremistas, se sostiene que su aceptación resultará dañina en la medida en que lo sean las ideologías y causas políticas que ellas ayudan a consolidar. Respecto de este punto, mi im presión es que en su tratamiento hay ciertas tensiones no del todo resueltas. Por una parte, Cassam llama la atención sobre cómo las TCs son usadas tanto por la extrema derecha como por la extrema izquierda, e incluso que, en ocasiones, ambos grupos pueden confluir en el apoyo a una misma TC, logrando así cierta “unidad en la acción” (2019a: 81). Sin embargo, también se insiste en recalcar que, en general, adoptar TCs implica apoyar de algún modo causas de derecha. Por ejemplo, se dice que

No puede eludirse que las TCs son parte de una tradición que es de manera predominante, si bien no exclusiva, de derecha. [...] Hay un sentido en el que, al respaldar TCs, uno no puede evitar asociarse con las causas políticas que estas teorías tradicionalmente promovieron (2019a: 79).

Cassam señala, correctamente, que uno no puede desprenderse del significado político de ciertas TCs por una mera decisión particular. Como dice en un lugar, “tú no decides lo que las cosas significan” (2019a: 81). Pero si bien es cierto que esto es así para TCs particulares, no es obvio que el mero hecho de apelar a alguna u otra TC implique ya dar un apoyo tácito a causas de derecha -al menos no por el motivo que Cassam ofrece acá, de que en ese caso uno termina asociado a una tradición que es de hecho antisemita, ra cista y conservadora-. Parece implausible suponer que, por ejemplo, suscribir a la TC de que el asesinato de Kennedy fue organizado por la CIA implique un respaldo objetivo, quizás inadvertido, a la derecha.6

Paradójicamente, hay otro modo en que, según Cassam, las TCs re sultan políticamente dañinas que sí podría pensarse como eventualmente favoreciendo posiciones de derecha, aunque en la discusión esto no es men cionado de modo directo. La característica importante acá de las TCs es que estas se ofrecen como explicaciones de situaciones negativas o injustas que apelan de modo preponderante a las decisiones y acciones particulares de ciertos individuos y grupos. Ahora bien, en la medida en que se coloca el peso explicativo en conspiraciones causadas de este modo, eso desalienta la bús queda de las explicaciones sistemáticas e institucionales que, plausiblemente, son las explicaciones más adecuadas de esas injusticias (cuando no ayudan di rectamente a encubrirlas). Si esto es así, la vigencia de esas TCs entorpecerá la posibilidad de revertir las situaciones de injusticia y desigualdad estructurales (causada por un cierto diseño institucional, cierta estructura productiva, etc.), lo que favorece a quienes desean mantener esas injusticias -y, por lo tanto, confluye con objetivos de la derecha-. En este punto, las TCs cumplen un rol similar al de distintos tipos de mitos fascistas o populistas (algunos de los cuales son efectivamente TCs), tales como las falsas explicaciones que apelan a los inmigrantes para explicar el desempleo y otras similares.

El capítulo 4 del libro aborda finalmente el problema de cómo res ponder a la proliferación de TCs, teniendo en cuenta el daño que ellas causan.

Cassam comienza el capítulo rechazando una propuesta de Sunstein y Ver- meule (2009), quienes sugieren llevar a cabo lo que denominan una “infil tración cognitiva”, en la que agentes estatales intervengan en los distintos foros y redes en que se divulgan TCs. Cassam sugiere que esta propuesta está basada en un error de diagnóstico de por qué se aceptan las TCs: esto no se debe, como piensan ellos, a falta de información, sino más bien deriva de su exceso, que es lo que permite que el sesgo de confirmación seleccione solo la que resulta favorable a la posición propia y termine dando lugar a “bur bujas de creencia” en las que solo participan quienes ya comparten creencias. De hecho, Cassam sostiene que intentar hacer lo que sugieren Sunstein y Vermeule no solo sería inútil, sino hasta contraproducente. En primer lugar, inútil porque, asociado al fenómeno de las burbujas de creencias, las TCs son, como ya se mencionó, “impermeables” (self-sealing): en la medida en que siempre resulta posible descartar la posible evidencia contraria como parte de la misma conspiración que se quiere desbancar, la TC integra así un complejo ideológico sellado frente a todo aquello que pueda ponerlo en riesgo, de modo que esta estrategia resultará inefectiva. Si bien Cassam no menciona esto, la situación se asemeja en este sentido a las de desacuerdo profundo: la discordia no puede resolverse racionalmente debido a que no hay siquiera acuerdo respecto de qué podría valer como evidencia adecuada (cf. Fogelin 1985 y Lavorerio 2020 para una discusión). Por otra parte, sería contraproducente: Cassam discute evidencia que sugiere que a los intentos de refutar las tesis centrales de las TCs les sale “el tiro por la culata” (dan lugar a un backfire-effeci): tales intentos dan lugar, no a una disminución del grado de creencia en esas teorías sino, por un efecto de compensación, a un grado mayor.

Dado lo difícil que es argumentar contra quienes sostienen TCs, pero también lo peligroso que sería dejarlas sin desafiar, Cassam ofrece una propuesta modesta para tratar con ellas que tiene dos aspectos centrales. El primero da cuenta de su carácter modesto: hay que aceptar que no habrá, en el curso corriente de las cosas, ningún modo de persuadir a los conspi- racionistas duros de abandonar sus creencias, ya que en muchos casos estas ocupan un lugar demasiado central de su ideología y de su imagen de sí mismos como para que tal cosa ocurra; los esfuerzos, entonces, deberían estar dirigidos a los conspiracionistas más blandos y a individuos dubitativos e imparciales. Por otra parte, propone una combinación de dos tipos de in tervenciones, una intelectual y otra política.

La dimensión intelectual apunta a intentar refutar las premisas fác- ticas incorrectas de las TCs. Cassam admite que el alcance de esta empresa es limitado, ya que poca gente va a tomarse el trabajo de siquiera leer los reportes y refutaciones hechas por expertos en el tema -y, por supuesto, los conspiracionistas convencidos siempre pueden aducir que esos expertos no son genuinos, sino parte de la conspiración-. Sin embargo, Cassam sos tiene que es importante que el trabajo esté hecho, y que sus resultados se difundan, en particular entre gente no convencida; el punto es al menos evitar que más gente caiga “del lado oscuro”. La dimensión política tiene a su vez tres aspectos: por un lado, desacreditar las TCs mostrando cómo su razón de ser depende más de intereses políticos que de evidencia fáctica;7 en segundo lugar, dejar en claro que quienes rechazan TCs no se vuelven por eso defensores de los gobiernos o de los poderosos que, supuestamente, están detrás de las conspiraciones; y, finalmente, dejar en claro la distinción entre TCs y tcs, mostrando así que no creer en cierta TC no es producto de la ingenuidad, ya que bien puede creerse en tcs que estén bien documentadas. Se sugiere además que estas intervenciones políticas deberían incorporar no tanto elementos argumentativos sino emocionales: a eso debería apuntar, por ejemplo, el desenmascaramiento de la conexión entre TCs y agendas obje tables como el antisemitismo y el racismo.

A pesar de que el libro es breve y esta nota muy larga, dejé de lado algunos aspectos importantes allí tratados, como el rol de internet y las redes sociales. Creo que de todos modos la discusión esbozada más arriba debería permitir ver que este libro es una muy sugerente e instructiva introducción al estudio de las TCs desde un punto de vista filosófico. El último punto que querría tocar brevemente para concluir refiere a la delimitación temática. Si no me equivoco, la mayor parte de los problemas de las TCs cuyo trata miento filosófico puede resultar productivo son problemas que se aplican más en general a distintos componentes ideológicos -relatos falsos, mitos o pseudoexplicaciones de diverso tipo- que se aceptan fundamentalmente por motivaciones políticas. En ese sentido, mi impresión es que el tratamiento más adecuado de estos problemas tiene que considerar más bien las TCs como un caso particular de la propaganda en favor de ciertas ideologías problemáticas.8

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1 Hay, por cierto, otro aspecto de las TCs que contribuye a su impermeabilidad al que Cas sam no le presta suficiente atención, que es que, en razón de su mismo contenido (que apela a hechos que se ha pretendido ocultar) la falta de evidencia en su favor es de hecho esperable, y hasta puede volverse evidencia de su propia verdad, lo que dificulta la evaluación diferencial de TCs y tcs verdaderas.

2Cf. Langton et al. (2012: 760-765) para una caracterización de esta tendencia a desplazar nos entre distintas interpretaciones de los enunciados genéricos y su conexión con la adop ción de actitudes xenófobas y racistas.

3Es sin dudas extraño que Cassam parezca exigir aquí que las causas sean suficientes para sus efectos, ya que es usual suponer que esto no es en general así (algo en lo que concuerdan teo rías tan distintas como el análisis conceptual de Mackie 1965 y el realismo disposicionalista de Mumford y Anjum 2011).

4La conexión entre extremismo y conspiracionismo, si bien resulta plausible, es quizás me nos estrecha de lo que el autor presupone. En la medida en que esa conexión es cimentada

5Estas son ciertamente motivaciones plausibles de la creencia en las TCs mencionadas, por ejemplo, por Michael Butter 2021.

6En el capítulo siguiente, en que discute cómo responder a las TCs, ahonda en esta idea al sugerir que un buen modo de convencer a individuos de izquierda de abandonar ciertas TCs que podrían estar inicialmente dispuestos a creer (como que el gobierno de Bush estuvo al tanto o fue responsable del ataque a las Torres Gemelas) es mostrarles la conexión histórica entre sostener TCs y promover causas políticas de derecha: “De lo que estos [individuos de izquierda] pueden no darse cuenta es del modo en que las TCs han sido usadas para promover causas de derecha o antisemitas. Al revelarse su carácter de propaganda de derecha, puede ha cerse a las TCs menos atractivas para individuos de izquierda” (2019a: 107). Estos ejemplos hacen para mí aún menos convincente que meramente por sostener una TC uno esté por asociación haciendo avanzar causas de derecha.

7Esta estrategia tiene puntos en común con los llamados “argumentos desacreditadores”, sobre todo en ética y metafísica, donde un argumento es desacreditador cuando intenta mos trar que la aceptación de nuestra creencia en cierta tesis se explica no por su verdad, sino por el cumplimiento de alguna otra función. Cf. para un estado de la cuestión Korman 2019.

8Quisiera agradecer a Paula Castelli y a un evaluador anónimo de la revista por sus comen tarios a una versión previa de este trabajo. Se agradece también el apoyo del Ministerio de Ciencia e Innovación del Gobierno de España y de la Unión Europea (proyecto PID2019- 106420GA-100/AEI/10.13039/501100011033).

Received: January 31, 2022; Accepted: March 17, 2022

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