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Revista de la Asociación Argentina de Ortopedia y Traumatología

versión On-line ISSN 1852-7434

Rev. Asoc. Argent. Ortop. Traumatol. v.74 n.4 Ciudad Autónoma de Buenos Aires oct./dic. 2009

 

MAESTROS DE LA ORTOPEDIA ARGENTINA

Semblanza del profesor Domingo T. Múscolo

Conocí a Domingo T. Múscolo en 1954, cuando ingresé en el cuerpo médico del Instituto Dupuytren de Ortopedia y Traumatología de Buenos Aires. Dos cosas me impactaron de su personalidad: su elegancia y su cordial manera de tratar al prójimo.

Nació así una relación entre "profesor y alumno" (todavía no me había graduado de médico), que luego se transformó en un trabajo conjunto, ya que fui su principal colaborador durante muchos años.

En mi formación profesional tuve la suerte de tener tres prestigiosos maestros: Arthur Steindler, Domingo T. Múscolo y Roberto Paterson. Ellos me inculcaron sus cualidades profesionales y su sabiduría científica.

De Múscolo aprendí su habilidad y seguridad quirúrgica y la manera de resolver, sin dudar un instante, las complicaciones que se presentaban en las distintas cirugías con resultado satisfactorio.

Como todo buen maestro, me obligó y ayudó a incursionar en el campo de la investigación, y fue el padrino de mi tesis doctoral. Le debo mi eterno agradecimiento por los logros obtenidos en el área de Ortopedia y Traumatología.

Pero también como todo ser humano, debía poseer algún defecto; desde el punto de vista médico era su escritura, tan difícil de leer que era complicado interpretar lo escrito en la historia clínica, a tal extremo que, a veces, ni él mismo sabía descifrar el jeroglífico.

Domingo Músculo se graduó de médico en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires en 1927. Tenía recién 20 años.

Obtuvo el Diploma de Doctor en Medicina con la tesis "Tumor de células gigantes". En 1934-1935, fue becario en el Instituto Ortopédico Rizzoli de Bologna (Italia), que tenía como director de becas en ese momento a Vittorio Putti.

Fue socio fundador de la Sociedad Argentina de Ortopedia y Traumatología (SAOT) en 1936 (hoy AAOT), de la que fue presidente en 1962.

Se desempeñó como médico en el Servicio de Ortopedia y Traumatología de los hospitales Italiano, Militar Central y Durand de la Ciudad de Buenos Aires. En el último, llegó a ser subjefe del Servicio. Más tarde fue jefe del Servicio de Ortopedia y Traumatología de los hospitales Teodoro Álvarez, Cosme Argerich y Policial Bartolomé Churruca-Visca.

Siendo profesor adjunto de Ortopedia y Traumatología de la Universidad de Buenos Aires, realizó dos viajes prolongados de estudio: seis meses en los Estados Unidos en 1948 y seis meses en Europa en 1954, donde visitó distintos centros de la especialidad.

Fue socio fundador y compartió con Roberto Paterson la primera Dirección Médica del Instituto Dupuytren de Ortopedia y Traumatología de Buenos Aires.

Como autor de diversos trabajos científicos, los temas que abordó con mayor dedicación fueron los tumores óseos, la epifisiólisis de cadera, la osteosíntesis inmediata en las fracturas expuestas, el síndrome de Volkmann y las secuelas poliomielíticas.

Falleció en la plenitud de su carrera, en marzo de 1967, a los 59 años.

Quiero permitirme algunas palabras más, ahora referidas a su personalidad, a lo que él significó fuera de la cátedra como profesor o del quirófano como cirujano.

En estos desgraciados tiempos en los que vivimos, toda manera de recordar a alguien va siempre acompañada de una especie de desacople, de un desguace, buscando el error, lo furtivo, la intriga, el secreto intimista. Con la excusa de la investigación se llega, créase o no, a una suerte de antología caníbal y morbosa, que más que un estudio parece, en realidad, la autopsia de un deshojamiento.

Estoy muy lejos de ese propósito. Domingo Tercero Múscolo fue un arquetipo de persona que se quiere o no se quiere, pero a la que se respeta por su condición irreversible de ser y de sentir.

No era el dibujo de un cuadro referencial para tomar como ejemplo. Era la vida misma, con sus virtudes y sus defectos, encarnando la decisión, la reciedumbre del vivir, la varonil ternura del sentir y del querer.

Remolino de sí mismo, tenía siempre la edad de la esperanza. Para él, siempre había comienzo en el reverso de la vida.

De espléndido físico, caballero de su tiempo, era alegre, feliz, cautivador, en todo momento elegante: deportivo o conferencista, de gala o de pañuelo. Como un esgrimista medieval, terminaba su intervención quirúrgica tirando el bisturí, como una espada después de la contienda, sobre la mesa de la instrumentadora.

Mis compañeros, mis camaradas de tareas, veían en él a un idealista irremediable, que tanto podía ser un galán de cine o un escalador de montañas. Puesto a profesor era un interrogante detrás de una socarrona sonrisa. Era una especie de padre difícil, con gestos austeros y simulacros de castigo. Sin recovecos de rencor y sin celos marginales, asumía sus cargos con responsabilidad y sin petulancia.

Como en el caso de todas las personas diferentes, hubo quienes lo amaron y lo admiraron y quienes, seguramente mediocres, lo difamaron y envidiaron. Precisamente por eso, porque era de estirpe gallarda y de gran respeto por sí mismo. Porque fundaba la verdad en las adversidades del entorno. Porque tenía un orden distinto y un razonamiento no pragmático, sino cotidiano. Porque odiaba las conductas hipócritas que enmascaran la auténtica esencia de nuestra condición humana.

Porque en definitiva y para siempre era como, diría Miguel de Unamuno, "Nada más y nada menos que todo un hombre".

Dr. Marcos Waissmann

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