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Revista de la Asociación Argentina de Ortopedia y Traumatología

On-line version ISSN 1852-7434

Rev. Asoc. Argent. Ortop. Traumatol. vol.76 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Jan./Mar. 2011

 

MAESTROS DE LA ORTOPEDIA

Dr. Héctor Dal Lago

 

Fue, sin duda, un maestro de la medicina argentina, como se define en latín al Magíster (de Magis-Mas-), es decir, a quien ha alcanzado el más alto grado de conocimientos y competencia. El maestro es presencia, gesto y palabra y, en el área de la Traumatología y la Ortopedia, el profesor Dal Lago fue maestro superlativo. A lo largo de su trayectoria maduró la más sólida eficiencia profesional y alcanzó verdadera sabiduría, en el marco del siempre estimulante juramento hipocrático y de los más rigurosos principios éticos. Su talento se abrió a todas las problemáticas del hombre y a todas las incitaciones de la cultura.
Dal Lago fue médico a pleno en el ejercicio profesional, y simultánea e integradamente, en las tareas y los horizontes de la investigación científica. Su inteligencia y su sensibilidad funcionaron también como plataforma para construir sobre ellas su participación en las temáticas del arte y las más exquisitas creaciones humanas. Todo nutrió su alma: el arte, la literatura, los idiomas… Vivió con deleite las obras pictóricas -el óleo y la acuarela, en particular- e incursionó en esas áreas desplegando sus propias aptitudes y su exquisito sentido de la belleza y de lo estético. Era un apasionado del arte y lo atrajeron todas las acciones y todos los logros que apuntaban a plasmarlo y consagrarlo.
Nació en San Luis el 16 de mayo de 1912 y su trayectoria de vida fue fecunda y ejemplar. Murió el 8 de noviembre de 2005. Su figura fue grata y atractiva: alto, delgado, varonil, elegante, de andar pausado y enérgico a la vez; rostro expresivo, ojos azules y cejas tupidas. Su mirada, firme e inquieta, expresaba la solidez y el atractivo de su personalidad. Tenía gran fuerza en sus manos, que siempre utilizó con destreza y sutileza en las maniobras quirúrgicas, aliadas eficaces de sus pormenorizados conocimientos de la anatomía humana. Lo más complejo lo hizo aparecer siempre como simple y accesible.
Desarrolló su actividad docente, desde el inicio de su carrera, en la cátedra de Anatomía Topográfica, con el profesor Eugenio Galli, y en el Hospital Militar Central con el profesor Enrique Lagomarsino. Desde 1947 hasta 1958 fue profesor adjunto y titular interino de Traumatología y Ortopedia de la
Universidad de La Plata, y en la Universidad de Buenos Aires, profesor adjunto desde 1959. Alcanzó la condición de Profesor titular, por concurso de oposición, en 1972. Este se llevó a cabo en el Hospital de Clínicas de Buenos Aires, con un aula llena, hasta con ortopedistas de pie, que escuchaban atentamente la magnificencia de dos conferencias sobre la luxación recidivante de hombro, pronunciadas por el profesor Luis Petrachi y el profesor Héctor Dal Lago. Fue este, con su habitual oratoria y capacidad pedagógica, quien recibió los aplausos más intensos.
La docencia fue su preocupación permanente. Dal Lago siempre sostuvo que la cátedra tenía que cumplir con dos funciones fundamentales: "La primera consistía en trabajar en la formación técnica del alumno, del egresado y del especialista. La segunda debía desarrollarse en el perfeccionamiento cultural que permitiera realizar la integración de todas las cualidades que apuntaran a conformar los atributos de la personalidad médica".
Durante su trayectoria profesional como médico y como investigador publicó múltiples trabajos de excepcional significación. Valen como evocación:"Luxación recidivante del hombro", con técnica quirúrgica propia; "Diferencias anatomoclínicas de los meniscos", donde describe, entre otros aspectos, el síndrome del ojal del poplíteo; "Tratamiento del pie plano transverso y del hallux valgus con metatarso varo"; "Reconstrucción plástica del tendón de Aquiles con la aponeurosis de los gemelos"; "Mecanismo de
fractura del escafoides carpiano", entre otros. Todos sus trabajos reflejan la idoneidad y la excelencia sin concesiones; la capacidad de investigación esencial, la precisión en la disección anatómica, la riquísima experiencia quirúrgica y el riguroso seguimiento clínico. Recuerdo cuando hablábamos del ingente esfuerzo que requería elaborar una presentación y Dal Lago nos decía: "Los trabajos dan trabajo". Hábil y exigente cirujano, nos señalaba con frecuencia: "Si las cosas se pueden hacer bien, ¿por qué hacerlas más o menos?". Recuerdo también lo que decía cuando se le proponía alguna técnica quirúrgica novedosa: "¡Cuidado! Las técnicas quirúrgicas no son para el cirujano sino para los pacientes". Todas sus frases fueron lecciones para recordar. Trabajar a su lado era un constante aprendizaje.
Se preocupó siempre por los jóvenes profesionales de la medicina y de la especialidad. Así lo reveló cuando se hizo cargo de la Presidencia de la Sociedad Argentina de Ortopedia y Traumatología, el 11 de mayo de 1971. Su mensaje estuvo dirigido a la generación de jóvenes especialistas, a quienes les transmitió orientaciones medulares. En ese año presidió el VIII Congreso Argentino, que por primera vez se realizó en San Carlos de Bariloche.
Fue fundador del Servicio de Ortopedia y Traumatología del Hospital Naval Buenos Aires y cofundador, junto con el profesor Lagomarsino, del Servicio del Hospital Militar Central; se mantuvo relacionado como consultor en ambas instituciones. En este último hospital, cumplió funciones hasta 1999. Durante años presidió los Ateneos clínico-quirúrgicos, donde representaba un placer inmenso y un espectáculo magnífico asistir al debate científico y al desmenuzamiento pausado de los signos y los síntomas, hasta llegar, por un prodigioso arte discursivo, al diagnóstico. Paralelamente a su calificado y fecundo tránsito por la medicina, Dal Lago fue un deportista constante: practicó golf y náutica. También le atrajeron la caza y la pesca. En lo intelectual, dedicó largas horas y tiempo extra a la lectura. Ávido e incansable, prefería leer las grandes obras literarias en el idioma original: "Las traducciones -acotaba- no están bien hechas, no son del todo fidedignas". Devoto de las artes plásticas, se inclinó por la pintura y más precisamente por la acuarela, cuyas técnicas investigaba; admiraba a los grandes acuarelistas, como al mendocino Luis Quesada.

Dr. Carlos Manuel Vilariño

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