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Revista de la Asociación Argentina de Ortopedia y Traumatología

versión On-line ISSN 1852-7434

Rev. Asoc. Argent. Ortop. Traumatol. vol.83 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jun. 2018

 

OBITUARIO

Dr. Javier Maquirriain

Me resulta difícil escribir un obituario. Nunca lo hice. Y me resulta más difícil aun cuando se trata de recordar a un amigo al que le tenía tanto aprecio y respeto. Podría describir a Javier en cuatro palabras que ya lo definirían de manera bastante certera: un distinto, un señor, un inquieto, un sabio. Pero ya que me han otorgado el enorme honor de escribirlo, voy a explayarme un poco más, aun sabiendo que cualquier extensión que escriba no alcanzará nunca a describir la grandeza que tuvo Javier.
¿Por qué creo que Javier era un distinto? Porque sobresalió en todos los escenarios en los que le tocó actuar: en el humano, en el médico, en el científico, en el del deporte. En todo lo que se le cruzó por el camino, se destacó. Jugó al pádel y llegó a ser campeón mundial, estudió medicina y logró, como pocos, doctorarse (con una tesis sobre el abordaje artroscópico del tendón de Aquiles), se especializó en Traumatología y Medicina del Deporte, y fue la persona con mayor conocimiento en Medicina del Tenis, en el país (y, personalmente, pienso que más que en el tenis). En las relaciones personales, también fue un distinto. Su rectitud, valores, coherencia y ética eran intachables… tanto que, a veces, le jugaban en contra.
Estas características hacían de él un gentleman. Desde un campeón de Grand Slam hasta el deportista más amateur de un pueblito del interior del país, desde un directivo de la asociación de tenis hasta un canchero, desde un famoso hasta un ignoto, mi hermano, una amiga de mi hija, el que arregla las computadoras en mi trabajo, un conocido de mi vecino y varios, varios más, eran recibidos, atendidos y tratados por Javier con la misma seriedad profesional, rigor científico y compromiso humano. Por todos y cada uno de ellos me llamaba por teléfono para saber los resultados de las imágenes, sin importar el escalafón económico-social o la cobertura médica.
La inquietud y proactividad que tenía lo movían a organizar cursos, simposios, ateneos que a quienes estábamos cerca de él nos encantaba colaborar y lo llamativo es que nos participaba con una asimetría pasmosa: él hacía casi todo y todos obteníamos los mismos laureles. Esa generosidad de Javier era increíble. Muchos colegas, dentro de los que me cuento, éramos coautores en publicaciones que hacía casi exclusivamente él, con una mínima –o a veces nula– participación de nuestra parte. Publicó más de 50 artículos científicos, fue investigador del CONICET, Visiting Professor de la Universidad de Yale (New Haven, EE.UU.), presidente de la Society for Tennis Medicine and Science y editor de la revista de esa sociedad. Fue también Director Médico de la Asociación Argentina de Tenis y médico de Copa Davis por muchísimos años, además de Jefe del Servicio de Traumatología del CeNARD. Como si el tiempo le sobrara, también escribió tres volúmenes de una saga de "Medicina Deportiva Aplicada al Tenis", un legado científico de enorme valor para quienes se dedican al tema.
La sabiduría la empleaba en todos sus actos. Era sabio en la medicina y también en la vida. Sus actos y decisiones estaban signados siempre por la mesura y la racionalidad. Era extremadamente inusual verlo enojado, lo que no significaba que no le mostrara su disgusto a una persona cuando no concordaba con su parecer, pero lo hacía disimulando su fastidio con un manejo quirúrgico –vaya analogía– de la diplomacia.
Todas estas cualidades las mantuvo incluso en el camino hacia la muerte. Él sabía que su destino estaba signado por ese maldito glioma que le había puesto el único obstáculo difícil (o imposible) de sortear. No por eso bajó los brazos, pero administró su tiempo, sus visitas, el futuro de su familia, con esa sabiduría y entereza propias de un ganador, aun en esa batalla de éxito utópico. Hasta presentó su tercer libro con el pasaporte firmado hacia el cielo, donde tiene, seguro, un lugar de privilegio. Acá quedamos aquellos que tuvimos su amistad y presenciamos su nobleza. Su mujer, Cintia, y sus hijos Serena, Justo, Victoria, Cruz y Constantina deben estar más que orgullosos por haber tenido a su lado más que a un gran médico, sino a un distinto, a un señor, a un inquieto y a un sabio, de los que no abundan en los tiempos que corren.

Dr. Juan Pablo Ghisi

Especialista en Diagnóstico por Imágenes

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