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Población y sociedad

versión On-line ISSN 1852-8562

Poblac. soc. vol.20 no.2 San Miguel de Tucumán dic. 2013

 

RESEÑAS

Empresarios ricos, trabajadores pobres. Vitivinicultura y desarrollo capitalista en Mendoza (1850-1918).
Rodolfo Richard-Jorba, Prohistoria, Rosario, 2010, pp. 279.

 

El presente libro constituye otro interesante aporte de la colección Historia Argentina de la editorial Prohistoria. Su autor ostenta una larga trayectoria ligada al estudio de la región vitivinícola mendocina en su época de mayor esplendor. Si bien no se incluye aquí material en su totalidad inédito, se lo ha preparado con el explícito fin de ahondar en el análisis de algunos aspectos poco o nada tratados por la historiografía, en particular el mundo de los trabajadores, sus condiciones de vida y de labor. Consta de seis capítulos, vertebrados mayormente en torno a ese objetivo, al cual se dedican de lleno tres de ellos (IV a VI), precedidos por un panorama de contexto (capítulo I), centrado en la descripción de las transformaciones económicas y sociales de Mendoza buscando ajustarlas a sintéticos "modelos" de desarrollo; y los dos capítulos restantes (II y III) donde se estudian el capital (con un muy bienvenido y poco frecuente análisis de las transformaciones tecnológicas) y el sector empresarial. Hay asimismo algunas referencias a la clase política, la cual, como se sabe, apoyó y aun impulsó el desarrollo viñatero pero no se involucró directamente en él sino en ciertos casos puntuales.
Tan sucinto resumen ni por asomo podría dar cuenta de la gran riqueza de datos que el lector encontrará. La concisión responde plenamente a las limitaciones de espacio que imponen las normas editoriales de esta revista; pero, de todos modos, antes que sólo resumir el contenido, prefiero centrarme en algunos aportes destacados, y comentar a la vez aquellos puntos en que considero que la investigación debería avanzar por sobre lo ya hecho.
El libro tiene desde su título una virtud: el largo lapso temporal, que va desde 1850 hasta 1918. Abarca así una impresionante transformación (cuyo retrato aparece sin ambages en la sección dedicada a los cambios tecnológicos), en la que entre otras cosas se multiplican las especializaciones laborales y surgen diversas formas de contrato rural a fin de involucrar al trabajador más estrechamente en el proceso productivo, compartiendo con él parte de las ganancias, algo típico en economías donde el valor del trabajo nunca dejó de ser alto. Es sumamente interesante y aleccionadora la descripción del proceso por el que se  superan las viejas tutelas y coacciones (poco o nada útiles) ante el avance de un mercado de trabajo libre y abierto. Pero todos esos continuos y muy significativos cambios no dieron al parecer pie para una modificación sustancial de ingresos y condiciones de vida. Ello es algo a primera vista contradictorio, y es aquí donde creo que hace falta mayor investigación empírica. De hecho, a pesar de que el autor acopia datos para mostrarnos la persistencia de un panorama más bien desolador, es difícil terminar de aceptarlo, al menos para los distintos ámbitos urbano y rural, y para el transcurso del ciclo de vida. Invocaré para ello sólo dos detalles. En primer lugar, el número: se califica como en condiciones de "empleo precario" (p. 141) a los peones y jornaleros informados por los censos, pero también a todos aquellos que no declaran actividad, sean hombres o mujeres, busquen o no trabajo. Ello a mi juicio aumenta artificialmente la oferta laboral potencial considerada inestable, cuando, de hecho, la proporción de peones y jornaleros tout court sobre el total de la población activa se reduce progresivamente a lo largo del tiempo, pasando del 28% en 1864 al 17% en 1914 (p. 141).
En segundo lugar, más números: no hay series de precios de bienes de consumo, ni de salarios, ni canastas, sólo datos aislados; y éstos no perdonan analogías. Se compara, por ejemplo, el salario de un jornalero rural con el costo de vida de una familia urbana (dos adultos y cuatro niños, incluyendo gastos de vivienda) para concluir que el primero no cubría el segundo (pp. 167 y ss.). Pero los costos de vida urbanos, en especial vivienda, alimento y combustible, son diametralmente diferentes de los rurales; y el  salario varía mucho en función de la edad, responsabilidad y capacidades del asalariado, que tienden naturalmente a aumentar con el tiempo. Puede no ser así lo mismo el salario de un hombre soltero de 15 años de edad que el de uno casado de 30; y tampoco equivale éste al ingreso familiar, que obtiene  recursos de múltiples expedientes. Por lo demás, en medios rurales era usual acompañar al salario monetario con incentivos como la vivienda, la comida y los "vicios", práctica ésta que existió en Mendoza incluso en épocas tardías (como lo documenta el autor, por ejemplo en p. 162 ó p. 257). A lo que debe agregarse la muy grande variación del jornal en tiempos de cosecha, o simplemente cuando coincidía una coyuntura de alta demanda de mano de obra con otra de escasa oferta. Los datos de salarios presentados, tomados de informes oficiales o privados, pueden o no ser verosímiles (lo cual se discute en el libro), pero en todo caso no reemplazan la fuente por excelencia, la contabilidad empresarial, ni la serie, que al mostrarnos la evolución a lo largo del tiempo nos permite evaluar adecuadamente los testimonios impresionistas, que pueden estar dando cuenta sólo de particulares situaciones críticas.
De modo que las posibilidades de movilidad social probablemente hayan sido más amplias de lo que sugiere el libro, aun cuando en diversos lugares del mismo se enfatizan las formas en que muchos trabajadores ascendían a propietarios de viñas o empresas vinícolas. Sólo ello explicaría el constante aumento en la proporción de explotaciones rurales que se verifica a lo largo del tiempo en los sucesivos censos, paralelo al ya indicado descenso también proporcional de los peones jornaleros.1 En este sentido, vuelve nuevamente a adquirir aquí relevancia la centralidad que debería darse al ciclo de vida en el análisis del mundo del trabajo en una economía de gran dinamismo como la que nos ocupa. Es decir, si es cierto que existe en toda vida de trabajador una etapa de privaciones y escasez, ésta es a menudo sólo un estadio inicial de la misma, a menudo pronto superado merced a las oportunidades existentes (las cuales justifican que Mendoza haya absorbido durante tanto tiempo multitudes de inmigrantes). Apuntemos lateralmente que, si bien hoy en día las condiciones de vida y de trabajo en contextos rurales de hace un siglo pueden parecernos duras, y los accidentes laborales frecuentes, no en vano hemos transitado un largo camino desde entonces. Reclamar hoy efectivas normas de prevención a nuestros ancestros sería por tanto un exceso; no sólo a los de aquí, sino a los de cualquier otro lugar del mundo, en el que éstas apenas estaban aún en ciernes. De todos modos, los datos del libro suelen mostrar mejoras poco conocidas: por ejemplo, la tendencia descendente en las tasas de mortalidad infantil en los primeros años del siglo XX (p. 276), la cual es consistente con un aumento de la atención pública al problema (evidente en la profusión de informes al respecto) y una progresiva mejora en las condiciones de vida, que habrá que verificar.
La falta de series nos muestra también con crudeza lo que creo que es quizá el principal problema: sabemos poco y nada acerca de los mercados de bienes al interior de la economía mendocina, como ocurre con tantas otras. Sólo con más información y análisis podríamos tener un panorama medianamente completo de los mismos, útil para conocer mejor las condiciones y posibilidades del trabajo, y además las de toda la economía mendocina de la segunda mitad del siglo XIX. Es así un gran progreso que contemos con este libro: con más preguntas que respuestas, avanzando un poco a tientas en un escenario todavía oscuro, ha puesto en evidencia un haz de tareas imprescindibles en torno a temas realmente cruciales.

Julio Djenderedjian
Instituto Ravignani (CONICET - UBA)

NOTAS

1 Sumando agricultores, labradores, horticultores y viticultores, la proporción de los mismos sobre la población rural en actividad aumenta del 7% en 1869 al 11% en 1914, pasando de 2.058 a 19.514. Apuntemos que en ese último año, como en 1895, el peso de los "agricultores" en esa proporción es determinante (7.211 y 18.553 respectivamente). Las cifras en los censos nacionales de 1869; 1895 y 1914.