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Población y sociedad

versão On-line ISSN 1852-8562

Poblac. soc. vol.21 no.2 San Miguel de Tucumán dez. 2014

 

RESEÑAS

Kuruyuki.
Isabelle Combès, Instituto de Misionología/Itinerarios Editorial, Cochabamba, 2014, pp. 329.

 

Las dos representaciones que el nombre de Kuruyuki evoca con más frecuencia son que en ese lugar, a principios de 1892, el pueblo guaraní de Bolivia se unió para luchar, contra los blancos, en defensa de sus derechos, y que ese enfrentamiento entre indígenas chiriguanos y soldados del ejército boliviano fue una manifestación de resistencia del oriente frente a las intervenciones del gobierno nacional. El arraigo y la difusión de estas dos idealizaciones sobre el combate de Kuruyuki se deben a la concurrencia de al menos tres factores. El primero es el papel que se le ha asignado a ciertas versiones del pasado como legitimadoras de reivindicaciones, organizaciones y luchas regionales e indígenas que se desarrollan en el presente. El segundo es la ausencia, durante más de ochenta años, de investigaciones historiográficas sobre la sublevación chiriguana de 1892 y el combate de Kuruyuki. El tercero es que la única historia escrita al respecto en más de cien años se debe a la pluma historiográfica tenida por la más prestigiosa en el oriente boliviano que es, al mismo tiempo, la más representativa de su regionalismo: Apiaguaiqui-Tumpa. Biografía del pueblo chiriguano y de su último caudillo, de Hernando Sanabria Fernández, publicado en 1974.
Este estado de la cuestión impulsó a Isabelle Combès a llevar adelante la investigación plasmada en Kuruyuki, cuyos objetivos son dar cuenta de la rebelión de 1892 en el marco de una historia chiriguana de larga duración, centrando su atención en los actores indígenas a partir de la información disponible en las fuentes primarias contemporáneas. Se trata, en términos de la autora, de una "revisita" de lo sucedido, a partir de los documentos de la época.
Por tratarse de la única obra publicada sobre el tema, el punto de partida de la investigación de Combès es Apiaguaiqui-Tumpa. Pero los fundamentos de ese libro también resultan revisitados. En efecto, el examen de la evidencia utilizada por Sanabria -el cotejo de originales con citas textuales y transcripciones así como el inventario y el estado de los mismos-, arrojó ciertas incongruencias que una nueva transcripción y publicación realizada por Combès viene a subsanar. Junto con otros que no fueron consultados por el historiador, estos documentos  componen el apéndice documental de Kuruyuki (con excepción de los que fueron publicados en fechas recientes). Son de índole y procedencia variadas: correspondencia oficial, informes, proclamas, comunicaciones, noticias de periódicos, cuyos originales se encuentran en archivos y bibliotecas de Sucre, Santa Cruz de la Sierra, Tarija y Camiri. Fueron escritos entre fines de diciembre de 1891 y fines de diciembre de 1892, están ordenados cronológicamente y cada uno cuenta con su respectivo aparato crítico que indica procedencia y ubicación. El apéndice también incluye dos publicaciones de 1892: un texto escrito por un misionero atribuido a Angélico Martarelli y las partes relativas a la sublevación de 1892 del relato escrito por Melchor Chavarría, delegado del gobierno a cargo de la expedición pacificadora. Por otra parte, Combès también se valió para su investigación -aunque no forman parte del apéndice documental- de testimonios orales recogidos algunos años después de la sublevación, publicados en investigaciones y literatura de las primeras décadas del siglo XX.
Bajo el título "Antes de Kuruyuki", en el segundo capítulo del libro, quedan resumidos los pilares sobre los cuales la autora construye su interpretación de la sublevación chiriguana de 1892: los tumpas y su rol en la historia de las rebeliones chiriguanas, las sublevaciones en el período republicano, la participación toba en ellas y la insurrección general de 1874. Una descripción pormenorizada de los hechos que tuvieron lugar entre diciembre de 1891 y fines de marzo de 1892 es el contenido del tercer capítulo, mientras que los dos últimos son más analíticos y exponen la versión de la autora. Una de las ideas revisitadas es el alcance temporal de la rebelión y su contexto. Combès considera la batalla de Kuruyuki en el marco de las guerras chiriguanas -intensificadas con el avance karai en la segunda mitad del siglo XIX- y al mismo tiempo como el momento culmine de un período de tensión abierto en diciembre de 1891. El combate del 28 de febrero de 1892 cierra ambos ciclos de conflicto y no puede ser entendido por fuera de ellos.
Por otra parte, lejos de limitarse a una mera cuantificación, una revisión del conteo de indígenas sublevados y de los que permanecieron aliados al bando karai matiza las imágenes tradicionales construidas en torno de los rebeldes. De ahí se desprende que fueron familias completas las que participaron de los ataques armados y los frentes de batalla, que el foco de la rebelión estaba circunscrito al área central de la región chiriguana y que el número de rebeldes no superaba al de los aliados. La idea  que resuena con fuerza es que Kuruyuki no fue una sublevación general de los indígenas chiriguanos contra el bando karai. No sólo porque los chiriguanos neófitos  de las misiones y peones de hacienda no se plegaron a la rebelión, sino también porque hubo regiones como el Ingre y el Isoso que tampoco participaron del lado de los rebeldes. Más aún: la posición de ésta última debe ser entendida en el marco de la tradicional oposición de los isoseños (chané) a los chiriguanos. En el mismo sentido, resulta difícil afirmar que este levantamiento haya sido exclusivamente una reacción frente al avance de las haciendas sobre el territorio que habitaban los chiriguanos, consumado en 1874. La ambigüedad de las posiciones asumidas por ciertos capitanes y la discrepancia que despertaba entre ellos la instalación de misiones como medio de protección frente a los abusos de los hacendados, hacen pensar a la autora que - consecuentes con una larga historia de pugnas internas- el conflicto con los blancos pudo haber sido un medio para dirimir disputas entre capitanes chiriguanos y entre los cursos de acción posibles que cada uno de ellos representaba frente al avance de los blancos.
El escenario así despejado resulta irreductible al paradigma tradicional que opone indígenas víctimas a blancos-victimarios. Solamente en el marco de un análisis desde la perspectiva del actor social indígena es posible afirmar, como lo hace la autora, que lo que triunfó en Kuruyuki no fue el bando karai sino la opción por el fin de la guerra y el inicio de la convivencia de los chiriguanos con los blancos.
Así como Combès reconoce en la obra de Sanabria Fernández el innegable mérito de rescatar la sublevación de 1892 del olvido, Kuruyuki tiene la virtud de revisar y cuestionar aquel relato y proponer una versión basada en un exhaustivo análisis de documentos y pensada desde una perspectiva indígena. Reñida con esa historia clásica y consagrada, inevitablemente abre la discusión. La publicación de los documentos sobre el tema, por su parte, permite e invita a revisitar Kuruyuki todas las veces que haga falta.

Cecilia G. Martínez
Universidad de Buenos Aires

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