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Población y sociedad

versão On-line ISSN 1852-8562

Poblac. soc. vol.27 no.2 San Miguel de Tucumán jun. 2020

http://dx.doi.org/https://doi.org/10.19137/pys-2020-270210 

Notas

El Momento Archivos

The Archives Moment

Lila Caimari1  lilacaimari@gmail.com

1Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Universidad de San Andrés, Argentina.

Resumen

Partiendo de una conferencia dictada en el marco de un ciclo de reflexión sobre el archivo, se ofrece un diagnóstico general sobre la convergencia de dinámicas que explica la relevancia inédita de la cuestión en la actualidad. En un segundo momento, el trabajo se detiene en una dimensión particular de este proceso tal como transcurre en la Argentina, a saber: los efectos de la digitalización del archivo en la reconstrucción del pasado.

Palabras clave Archivos; Historia; Digitalización

Abstract

Based on a presentation delivered in a cycle of conferences about the archive, this text offers a general appraisal of the multiple dynamics converging on this issue in the present. The second part of the text analyzes a particular dimmension of this process as it develops in Argentina, namely, the impact of the digital archive on the reconstruction of the past.

Keywords Archives; History; Digital reproduction

Esta intervención no proviene de un saber específico, no soy archivista ni especialista en archivos bajo ninguna definición.[1] La intención es compartir lo que se percibe desde un punto de mira particular, el de una historiadora socio-cultural usuaria de archivos, interesada en la situación de los archivos argentinos y en el lugar del archivo en la investigación de la historia. Me propongo esbozar algunas líneas que se vislumbran desde esa colocación, en lo que sin duda es un momento de inusitado interés en la cuestión.

Por supuesto, la conversación casual sobre el archivo siempre existió. Me refiero a la que combina goce y padecimiento: la del hallazgo afortunado y el folklore del desastre, la del descubrimiento y la frustración, la del salvataje y la última desolación de este género catástrofe. Lo que importa aquí es que sobre aquel fondo de siempre se percibe una multiplicación de síntomas dispersos que han tornado al archivo en nudo de sentidos muy variados, distintos de aquellos otros.

Todos los días nos cruzamos con alguna formulación de la cuestión. Haciendo evaluaciones para las agencias de investigación, por ejemplo, se percibe el aumento de proyectos sobre patrimonio archivístico y bibliotecológico, verdaderos planes de rescate y puesta en acceso, que hoy pueden ser concebidos como vía de ingreso al Conicet. Y allí mismo, en Conicet, asistimos en estos días a la organización de una Red de Archivos y Gestión Documental, y a iniciativas nuevas de articulación con instituciones de resguardo documental, o instituciones en posesión de archivos sensibles necesitados de asesoramiento profesional. Mientras tanto, recibimos gacetillas sobre charlas y seminarios con títulos que incluyen alguna declinación de la palabra archivo –como sustantivo, verbo o adjetivo– designando un amplio repertorio de objetos y prácticas que antes se nombraban de otro modo. Todo parece haberse convertido en archivo, o ser "tocado" por el archivo, o evocarlo de alguna manera. Esto era inimaginable hace no tantos años, cuando el archivo era el ámbito menos trendy del mundo: cuando la vecindad de la palabra archivo y la palabra moda era poco menos que imposible.

Comenzaré por caracterizar a grandes rasgos algunos elementos de lo que en principio podríamos llamar el Momento Archivos, punto de cruce de tendencias globales que cada disciplina refleja de maneras propias, y dinámicas locales que van delineando zonas de giro particular –de ahí la distinción del Archival Turn tal como se ha manifestado en otros contextos–. Luego, me concentraré en un diagnóstico específico vinculado a mi campo, la historia socio-cultural, y en lo que veo como un síntoma relevante del estado actual de la relación entre archivos y quehacer de la investigación.

En este intenso y a la vez difuso movimiento de interés en el archivo, es posible distinguir, a un nivel muy elemental, la intersección de varios desarrollos. Esbocemos un primer horizonte de trazo grueso:

  1. en un plano muy básico, se percibe un proceso de toma de conciencia en relación a la necesidad de cuidado y preservación de archivos (sobre todo, de profesionalización de su gestión);

  2. paralelamente, se desarrolla una reflexión sobre nuestro vínculo con el archivo en tanto investigadores, tendencia que se vincula a su vez a un interés renovado en la escritura como herramienta expresiva en el quehacer de la historia;

  3. en diálogo con otras disciplinas, se perfilan algunos subcampos específicos, como una historia mediática de la tecnología que incluye también la cuestión del archivo; esta inflexión puede remontarse a la historia del impreso y la lectura, que se continúa actualmente en preguntas sobre tecnología, medios y comunicación, en el estudio de las prácticas nacidas del paso de uno a otro soporte, y de la revolución en nuestro vínculo con lo escrito. También se puede mencionar aquí una proliferación de trabajos metodológicos sobre la práctica de la investigación en esta nueva ecología.

  4. finalmente, evoquemos en conjunto las expresiones de un desarrollo que está en la base de muchos otros, una ancha avenida de figuraciones más abstractas del archivo. Este uso del término esfruto del cruce de la teoría crítica –pienso, por supuesto, en la influyente obra temprana de Michel Foucault, en Mal de archivo de Jacques Derrida, en algunos pasajes de La escritura de la historia de Michel De Certeau, entre otros­– y la transformación de la definición de archivo ligada al cambio tecnológico, pasando por una larga serie de estaciones intermedias y traducciones particulares. De este encuentro explosivo entre teoría crítica y revolución tecnológica ha nacido lo que suele llamarse Archival Turn, o giro archivístico. En el seno de este movimiento tectónico surge la asociación de un sinnúmero de prácticas disciplinares, intelectuales, e incluso artísticas, a un archivo devenido instrumento maleable. Herramienta teórica, entonces, categoría además de objeto, repertorio abierto de operaciones: el archivo figurado aparece hoy en pleno rendimiento de su potencial, con usos extendidos en la teoría literaria, en el mundo de la ficción, la crítica cultural, la plástica...

Detengámonos aquí, para observar un panorama adonde todo esto avanza más o menos entremezclado, a veces en un mismo panel, o en un mismo equipo de trabajo, en una misma comisión, allí donde la confluencia de movimientos de distinta naturaleza e inscripción encuentran en esta figura polisémica la inspiración para proyectos, expectativas y demandas. Encontramos discusiones sobre política de gestión, ensayos de teoría cultural y de las disciplinas, narrativa historiográfica, manuales metodológicos, proyectos estético-políticos, etc.

Un elemento común subyace al conjunto: por caminos distintos, el archivo se ha vuelto una referencia políticamente potente, ha ingresado en la agenda de intervención pública. Se dirá con razón que eso siempre estuvo, que el CeDInCI (Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas) no era otra cosa: el archivo como instancia (política) de rescate de voces, de puntos de vista. Llegaría luego el momento fuerte de la concepción política del archivo (de ciertos archivos, al menos), con la tematización del asunto en el contexto de los juicios de lesa humanidad, y la construcción del vínculo entre archivo y memoria, una línea de reflexión muy importante en la Argentina. Hay en este cruce una deriva fundante en nuestra región, en verdad, y no me refiero solamente al Cono Sur. Pienso en el libro editado por Carlos Aguirre y Javier Villa-Flores sobre la destrucción y recuperación de archivos en América Latina, que contiene ensayos sobre numerosos países. En particular, sobresale el trabajo de Kirsten Weld sobre el extraordinario proceso de rescate de archivos de la policía en Guatemala, que se ubica entre la investigación académica y la intervención política. Sabemos que hay ecos de este movimiento en otros géneros, como el documentalismo en torno a la memoria de los 1970s, adonde la figura del archivo ocupa un lugar importante también. El reciente documental chileno, Historia de mi nombre, de Karin Cuyul, transcurre en torno a un hilo conductor que combina resonancias de aquel archivo de los 1970s junto a la concepción más reciente, la que subyace a la búsqueda de archivos íntimos de infancia ­–álbumes de fotos, películas caseras, entre otros–.

Ligado a esto, vemos una nueva generación que ha tornado al archivo en lugar de militancia, un movimiento que representa un cambio importante de perfil del personal de estas instituciones, y que revela transformaciones paralelas en el mundo de la archivología. En mis tiempos de estudiante, el archivo era un lugar políticamente inerte, nadie soñaba con cambiar el mundo desde ahí. Hoy es trinchera de combate de un vasto colectivo de archivist.s. En esta sede es donde se verifica con mayor claridad la cristalización de una asociación fuerte entre capacidad técnica y potencia política del archivo.

Algunas observaciones generales sobre este panorama.

Lo primero que podría decirse es que, dispares como son, estos hilos denotan la pérdida de ingenuidad (política, conceptual, metodológica) en relación al archivo.

En el mundo de la historia, el cambio cultural en los modos de concebir la institución archivo salta a la vista. Hay allí una doble toma de conciencia: en relación a la necesidad de intervenir, haciendo uso de nuestra voz pública para llamar la atención sobre los problemas en este ámbito; y a la vez, en relación al mandato de delegación del trabajo en manos de expertos. No solamente está la AsAIH (Asociación Argentina de Investigadores en Historia) poniendo la cuestión en el centro de su agenda, dando curso a denuncias y pedidos. Un ejemplo más reciente, y más transversal, radica en la creación de la mencionada red interdisciplinaria nacida en Conicet, con una ambiciosa agenda de intervención ligada al impulso de políticas y discusiones públicas sobre el archivo. Ya no se le ocurre a nadie (salvo a las autoridades políticas, que siguen rezagadas en este movimiento, por detrás del estado de las discusiones) que comprometerse con la causa de los archivos implica tomar las riendas del archivo. Son otras las maneras de intervenir. La batalla de la profesionalización no está ganada, por supuesto, porque la cuestión de la discontinuidad de las políticas y la fragmentación de las agendas sigue ahí, tan destructiva como siempre. Pero a pesar de todo, hay un consenso que se afirma, una tendencia que parece irreversible.

También se percibe un cambio en la concepción antigua del vínculo historia-archivo. El recuerdo de la noción de la disciplina auxiliar como nos la describían hace años, resulta casi cómico a la luz de lo que es la archivología hoy, y del estatus actual de la ciencia de la información. No solamente no hay relación jerárquica: tampoco hay exclusividad, pues estamos ante el estallido de la idea que conectaba de manera unívoca archivo e historia. La cuestión archivos es transversal a muchas disciplinas –incluidas disciplinas por fuera de las humanidades–. Y los investigadores académicos tampoco somos los usuarios exclusivos. Otra premisa que se ido consolidando es que el archivo público es instancia del ejercicio de derechos: además de los documentos para la investigación del pasado, allí están los títulos de propiedad de tierras de pueblos originarios, los vestigios de la represión, los papeles de antepasados inmigrantes, y mucho más.

Ante todo esto: ¿cuál es el papel que nos cabe a nosotros, qua investigadores, en esta transformación? Está claro que ese papel no es el de gestionar los archivos, ni el de construirlos en sentido tradicional, pero tampoco simplemente el de usufructuar de ellos sin más (aunque no todo el mundo necesita convertirse en vestal del archivo, y por suerte sigue siendo perfectamente legítimo mantener una relación instrumental y despreocupada con ese ámbito). Hay formas de intervención nuevas, más informadas, instancias que directa o indirectamente irradian una nueva conciencia documental ­–desde la más explícita conciencia política del archivo público, hasta la más recóndita relación entre archivo y creación, archivo y escritura, nacida del contacto con colecciones particulares o corpus epistolares-.

Algunas manifestaciones de este vínculo se cruzan con desarrollos de otro orden, y allí vemos la expansión semántica de la categoría archivo, el ingreso de esta figura en infinidad de micro-procesos, el horizonte que ha permitido la transmutación en figura, metáfora, herramienta. Es interesante que este impulso no provenga tanto de la historia, ni de su larga tradición de vínculo más bien artesanal con el archivo, sino de disciplinas adonde la cuestión ha ingresado más recientemente y por otras vías, como la literatura.

Se dirá que siempre estuvo Piglia, nuestro escritor más interesado en el archivo, pero lo que vemos ahora es diferente, tiene otra base teórica, otro pulso. Formado en la historia, Piglia pensaba el archivo como algo dado, que ejercía la fascinación de su potencialidad infinita, pero la génesis y estructura de ese universo no eran motivo de interrogación. En contraste, numerosos análisis de la crítica pivotean en torno a una noción amplia y dinámica de archivo. Los archivos de autor en particular están en el centro de una vasta reflexión, con líneas sólidas de trabajo en la Argentina. Por su parte, el libro reciente de Juan José Mendoza ofrece una muestra de usos posibles del concepto, donde podemos ver un despliegue de temas y entradas a la cuestión, tal como es pensada por un investigador del mundo de las letras formado en este clima, un catálogo diverso y personal en frecuente conversación con la historia del libro y la lectura. En otro orden, el último libro de Graciela Montaldo lleva la palabra en el título, y abre con una explicitación muy deliberada de la construcción del archivo subyacente a este ambicioso proyecto, explicitación por completo distinta de la idea de tengo un archivo original. Qué se incluye y qué no, y por qué razones, con qué criterios, para decir qué y discutir con quién: el término aparece como vía de ampliación de la base predecible, como movimiento desafiante de inclusión de materiales no consagrados, como herramienta para volver sobre el canon. En otro orden todavía, la novela de Valeria Luiselli despliega en su trama varias figuras de archivo, sin privarse de citar la constelación principal de ensayos teóricos al respecto. En esta road novel, la historia de una familia que atraviesa Estados Unidos se organiza en una trama que transcurre en un auto, con archivos materiales (los que lleva cada miembro en caja en el baúl), inmateriales (los archivos sonoros de comunidades diezmadas, que se espera rescatar en el desierto) y un archivo producido a lo largo del camino, en la voz de los niños que comentan las terribles noticias del momento. Diversos como son, estos casos denotan una toma de conciencia (conceptual, política) en relación a la infinidad de operaciones implícitas en la conformación de archivos de todo tipo, y en el sedimento que estas operaciones van dejando a su paso.

Mientras tanto, hay en nuestro mundo académico una manifestación nítida de este momento en la multiplicación de proyectos sobre fondos particulares, y en la proliferación de esfuerzos en pos de la puesta en valor. Un cambio, con otro cambio: esos proyectos suelen enfatizar la despatrimonialización como horizonte, como marca de un nuevo deber ser: el archivo (el recibido o el construido) no solamente no es secreto sino que su puesta en acceso es tematizada. Una proporción creciente de recursos parece gravitar hacia la generación o el desarrollo de fondos accesibles a otros, algo que hasta hace poco no era siquiera considerado. Cada equipo genera su archivo para uso de los que vienen detrás, un patrón que sugiere el debilitamiento de la noción individual y secreta de esa posesión, y el compromiso de los investigadores con los problemas del archivo.

Todo esto se vincula, por supuesto, con las posibilidades tecnológicas que permiten tomar iniciativas por la vía de proyectos parciales, y que aparecen junto a la deslocalización y democratización del acceso. Y aquí volvemos a encontrar la nueva conciencia en relación a la pericia técnica, en la forma de la incorporación de asesoramientos archivísticos en proyectos de humanidades.

Bajo estos desplazamientos subyacen, entonces, las posibilidades abiertas en un mundo donde cada individuo se ha vuelto creador y reproductor cotidiano de archivos. Que se haya elegido esa palabra antigua para designar las series de unidades generadas en la computadora, ha planteado una continuidad conceptual explícita entre el archivo material y el inmaterial. Y lo ha derramado en ámbitos y disciplinas mucho más allá de las que tradicionalmente incluían esta referencia. Imposible dar cuenta de este fenómeno, cuyas ramificaciones están capilarizadas en tantas sedes y en cada operación. En tren de identificar síntomas, señalo solamente la circulación creciente de una bibliografía específica sobre los efectos de este cambio en la investigación, análisis de herramientas de trabajo en términos que exceden la cuestión de la asistencia técnica, y que se interrogan sobre el papel de estos instrumentos en nuestros modos de trabajar y pensar, y en las oportunidades y trampas eventuales que plantean a su paso.

Este caudal sugiere, además, que incluso las reflexiones de historiadores para historiadores se integran de alguna manera en la vasta cuestión de las operaciones de construcción del saber, y por ende, en las manifestaciones del poder inscripto en el diseño de tramas y relaciones subyacentes. En otras palabras, vemos hoy un piso de visiones relativamente complejas en relación al archivo como construcción, revelando los frutos concretos del largo camino de la teoría, su relación con los estudios mediáticos, y su culminación (por la vía de muchas mediaciones) en un sentido común que es menos ingenuo también en ese plano.

Observo un rasgo de este movimiento tal como se está dando en Argentina: la toma de conciencia en relación a las implicancias de la instancia archivo, la incorporación de la cuestión archivo en proyectos sobre temas tan diversos, todo esto combina dimensiones que en otros contextos han transcurrido más separadas. Por un lado, vemos la expansión de la voluntad constructiva, de generación de poder arcóntico, en la forma del compromiso con el fortalecimiento institucional de los archivos existentes, la formación de recursos humanos, la canalización de subsidios a la creación de fondos: un impulso creador de más archivo en una tierra de archivos precarios, maltratados, o inexistentes. Este impulso aparece junto con la toma de distancia crítica tributaria de la teoría del archivo (cuyos autores, como sabemos, no necesitaban preocuparse por el asunto porque se inspiraban en archivos construidos por estados de antiguo régimen a lo largo de muchos siglos). Así, los proyectos que incluyen horizontes de construcción y desarrollo de archivos transcurren no solamente en el marco de una conciencia más aguda en relación al mandato profesionalizador y democratizador, sino también de las implicancias teóricas y epistemológicas de esa creación. Podría decirse: en estas tierras de archivos endebles o ausentes, la conciencia crítica del archivo no es incompatible con la intervención constructora de archivo, con la vocación pública de los proyectos. Y difícilmente podría ser de otra manera porque, como en otros ámbitos, la recepción de la teoría crítica transcurre sin los objetos que la inspiraron.

Por eso importa que esta proliferación instale también un horizonte de reflexión propia, teórica y metodológicamente informada, y a la vez sensible a las condiciones singulares de existencia. Entre la denuncia del mal archivo y la conciencia de las operaciones de construcción del archivo, se va perfilando un espacio de análisis sintonizado con el objeto tal como se presenta, o como se espera construir en las condiciones locales, o como interviene en un campo dado.

Este clima general ha estimulado otra vertiente que pone el archivo en escena, como es el cultivo de la escritura de las operaciones de investigación, una línea que podríamos asociar a la reflexión original de Arlette Farge (me refiero al clásico La atracción del archivo, publicado en 1989, un libro que ha cobrado una nueva vida). En esta encarnación, el archivo ya no es mera acumulación y descubrimiento de lo que está ahí esperando: ya no es la fase intelectualmente menos prestigiosa (brazal, esforzada, opaca) del quehacer de la historia, sino más bien una instancia de creatividad rendidora para la reflexión y la escritura. Pues este interés se entrelaza con la paralela toma de conciencia en relación a operaciones discursivas de la narrativa histórica, y participa también allí de la sensibilidad constructivista más general. La escritura de trastienda de archivo se está desarrollando crecientemente en el marco de la enseñanza de la metodología. Incluso aparece en concursos –el año pasado la revista Población y Sociedad hizo una convocatoria con mucha respuesta–. En ese marco se inscribe también la fortuna de la reflexión de Ivan Jablonka, un historiador con un pie en el mundo académico y otro en el ensayo de amplia difusión. Entre dos best sellers que narran en primera persona el proceso de pesquisa de casos verídicos, Jablonka se vuelve sobre la disciplina para hablar de la escritura como herramienta expresiva de la historia. Y al final de un largo recorrido historiográfico, su receta es esa misma: para el historiador, apostar a la escritura es, sobre todo, poner en escena la aventura de la investigación.

Hay manifestaciones de esta tendencia en un ámbito cada vez más importante en la difusión de ideas sobre la historia, como es el podcast, en programas de historia donde se habla simultáneamente del proceso y el producto de la investigación. En Francia, por ejemplo, la popular emisión de France Culture, La Fabrique de l'Histoire, tiene la pregunta por el quehacer de la historia en su mismo título. Y en Estados Unidos, el podcast de Jill Lepore, The Last Archive, evoca casos criminales del pasado junto a la historia de la investigación, echando mano de una batería de recursos de sonido con reminiscencias del radioteatro. La escenificación de la investigación se ordena aquí en torno al archivo como lugar de la verdad en tiempos de fake news. Lepore trabaja con una noción tradicional de archivo, por cierto, que cobra potencia por el contexto político norteamericano. Tomemos nota, en todo caso, de la tematización narrativa del archivo por historiadores con vocación de comunicación puertas afuera de la academia.

En este amplio espectro de movimientos y exploraciones, me detengo en un tema que considero sub-representado, y a la vez relevante en países como el nuestro. A saber: las implicancias del cambio de la definición del archivo en la historiografía misma, y en la construcción de visiones del pasado. Lo hago retomando la pregunta por los efectos de la deslocalización, tal como aparece a investigadores ubicados en la periferia de este proceso. Y me sirvo de uno de los trabajos incluídos en el volumen colectivo editado por Antoinette Burton, Archive stories. En esa colección de narrativas sobre la construcción de archivos, el ensayo de Renée Sentilles (Toiling in the Archives of Cyberspace) se pregunta por las implicancias del archivo digital en países pobres, y por la cuestión de la ausencia digital –por oposición a la reflexión más habitual que va en sentido de digitalización y acceso (y exceso)–. Y se pregunta también por los efectos en sociedades sub-archivizadas, adonde el proceso de digitalización se expande a partir de infraestructuras precarias, una pregunta que contiene la preocupación por la red como sistema de visiblización de archivos. El artículo habla de elementos que desaparecen, de la fragilidad, de las zonas de silencio. De ahí su argumento en favor de la existencia digital de los archivos de países no centrales. Lo retomo porque desde entonces (2005) la relevancia de esta cuestión se ha agudizado, y porque al igual que en tantos ámbitos, el contexto de pandemia la ha puesto en evidencia como nunca antes.

Me interesa pensar la pregunta de Sentilles en el marco de la construcción del corpus digital de la cultura argentina, y de la incidencia efectiva de los proyectos parciales en el conjunto. Parto de un ejemplo propio, que me consta está lejos de ser excepcional. En estos meses de cuarentena, he trabajado en un libro que tenía comprometido hacía tiempo. Ese libro iba a tener una serie de características que había presentado en un proyecto, pensado en base a un trabajo previo sobre historia de la prensa argentina del 900, con la premisa de que iba a pasar una parte considerable del 2020 en hemerotecas de Buenos Aires. Esperé un poco, y otro poco, y al final empecé a buscar alternativas que fueran accesibles desde el búnker. Lo que están haciendo tantos, ni más ni menos.

Aparecieron muchas cosas en el proceso. Pero lo cierto es que no son las que estaban en la base del planteo, y he terminado por modificarlo radicalmente para que fuera posible en un ámbito de documentos accesibles en estas condiciones. Es decir, que lo que iba a ser un libro basado en evidencia obtenida de diarios (un objeto que tenía cierto tipo de presencia en la vida del siglo XIX), se ha vuelto un estudio sobre revistas ilustradas, un objeto distinto pero mucho más accesible porque es más fácil de digitalizar y poner en línea.

Se podría decir: serán trabajos con marcas de pandemia. Considero que es más que eso. Cuando las hemerotecas abran, muchos proyectos estarán definidos, siguiendo rumbos autónomos. Más importante: lo que parece un dato de la excepcionalidad ilustra, en verdad, una tendencia previa que se está profundizando vertiginosamente, y que tiene consecuencias para la historia. Yo misma había escrito sobre esto hace varios años, a propósito de los efectos historiográficos de la (muy afortunada) incorporación de Caras y Caretas en la hemeroteca digital de la Biblioteca Nacional de España. Al ritmo de la eliminación de la consulta de tantos diarios físicos de la época de esa revista, y ante la ausencia de reemplazo en soporte digital, el efecto de esta disponibilidad no ha cesado de incrementarse.

En la aceleración que ha adquirido el cambio, es cada vez más evidente que la discusión sobre el archivo no puede sustraerse a la pregunta por las políticas de digitalización. Noten que no me refiero a cuestiones metodológicas: es decir, a las razones por las que es importante mantener contacto con documentos en versión material, o a las implicancias del pasaje al soporte digital, o a la inflación de los aparatos eruditos, o al adelgazamiento de la relación con las fuentes. Todos estos problemas son parte de un cambio que es extraordinario en sus posibilidades, y con razón se está hablando mucho sobre ellos. Últimamente me interesa más la pregunta por los sesgos generales del corpus, y por las hipótesis de la historia como se perfilan en un mapa cada vez más moldeado por las deteminaciones de acceso, que son muy desiguales entre un soporte y otro, entre un país y otro, entre un tipo de fuente y otro: una reflexión más genérica en relación a la historia de los consumos culturales que está naciendo de este cambio.

Que estudios sobre diarios porteños se vuelvan trabajos sobre revistas ilustradas quiere decir que esos diarios (es decir: el corpus más leído por los contemporáneos) quedan afuera del universo, distorsionando la composición que nos hacemos de la práctica efectiva de la lectura y la conversación pública, sin hablar de los demás efectos del diario como objeto estructurante de la cultura de los siglos XIX y XX. Y esto ocurre, además, cuando la pregunta por las circulaciones (de información, de ideas, de ficción y representaciones) se ha vuelto central en tantas investigaciones.

El problema de fondo siempre estuvo, por supuesto: nunca hubo acceso parejo a nada –el archivo es por definición selectivo y discontinuo­. Pero lo que hoy queda en penumbras está mucho más afuera por su contraste con lo que sí puede verse fácilmente en ese mapa. Sigo con los síntomas en mi campo. La historia de la prensa sudamericana se ha visto enormemente beneficiada por la puesta en línea de los diarios brasileños, pues la Biblioteca Nacional del Brasil se tomó ese trabajo muy tempranamente. Todos celebramos la novedad, por supuesto. Pues bien, ocurre que Brasil fue el único país de la región con un proyecto de esa envergadura, un proyecto de estado: ni Chile, ni Argentina ni Uruguay tienen hasta ahora nada comparable a ese corpus. Han pasado años, y los efectos historiográficos están a la vista. No solamente hay una proliferación absolutamente desproporcionada de estudios de la prensa brasileña en universidades del hemisferio norte. También se ha instalado la referencia a Brasil (a Río de Janeiro en particular) como polo excluyente de prensa moderna del Cono Sur en el siglo XIX y principios del XX. En los libros de historia global de la prensa que se están publicando hoy, el único capítulo sobre la región es indefectiblemente sobre Brasil. Todo esto ocurre, como sabemos, a espaldas de indicadores básicos que dicen otra cosa –no solamente que el centro de la modernización de la prensa estaba en el Río de la Plata, donde estaban sus mercados de lectores más importantes, etc., sino que era un sistema integrado, difícil de entender por fuera de las articulaciones regionales­–. Mientras tanto, las hemerotecas rioplatenses siguen en penumbra silenciosa, los puntos accesibles reciben más y más atención, y el sesgo se profundiza un poco cada día.

No parece necesario recurrir a más ejemplos porque el punto es claro. El desafío no es simplemente multplicar archivos digitalizados en red. También importa cuál es el mapa que esos archivos producen, no solo en relación al archivo material, sino en relación al pasado de estas sociedades. Hay un crecimiento notable del acceso a ciertos universos documentales, sin desarrollo remotamente comparable de una base (de reproducción más costosa, sin duda) que podría proveer un contexto, un sentido de proporción de los consumos tal como estaban dispuestos en ese pasado que estamos estudiando. Esta distorsión demanda un esfuerzo incomparablemente mayor para ponderar el peso relativo de cada pieza en el conjunto, dado que hay corpus básicos de la cultura argentina que están vedados por completo. Y ahí se manifiesta la modalidad de este desarrollo, y los límites de la ilusión en torno a una ola digitalizadora que iba a permitir sortear la precariedad histórica de los archivos y bibliotecas argentinos (los nacionales, y también los provinciales, pues los sesgos de esta repartición inciden mucho en ese plano también).

Que se entienda: por suerte están los buenos proyectos específicos, América Lee, Ahira, y tantos otros más específicos o modestos. Y por suerte están las bibliotecas extranjeras que compensan algunas ausencias. Pero esta constelación de puntos brillantes se va disponiendo siguiendo sesgos propios, con criterios selectivos que son siempre interesantes, pero que no ponderan la representatividad ni el efecto de proporción en un mapa mayor. Tenemos un vergel de revistas socialistas a dos clicks, podemos acceder desde cualquier punto a periódicos culturales que creíamos perdidos para siempre, recorrer colecciones hemerográficas rarísimas, joyas curiosas, genialidades y no tanto. Pero no tenemos (ni en digital ni en papel) los diarios más leídos –algunos de los cuales eran extraordinarios también–. Así, la constelación se dispone en torno a un vacío, porque esa sumatoria de proyectos parciales no puede reemplazar una política coordinada de construcción del corpus digital de la cultura argentina. Este sesgo ya tiene traducción en las visiones del pasado que se están produciendo hoy mismo.

No quisiera cerrar esta intervención alimentando visiones apocalípticas –soy lo contrario de apocalíptica, y reitero la impresión de que estamos en un momento de excepcional convergencia de energías, que permite abrir discusiones como nunca antes–. Estas observaciones nacen de la convicción de que sí hay planos en los que el criterio de los investigadores sigue teniendo un lugar. Por fuerza, las agendas de este Momento Archivos transcurrirán dispersas en disciplinas y colocaciones distintas, públicas, privadas, del estado, de la sociedad civil. Lo que de ellas nazca requerirá, también, de conversaciones transversales.

Referencias

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Notas

[1]Versión adaptada de la conferencia ofrecida en el Ciclo de charlas sobre Archivos, organizado por el Centro de Investigación en Arte y Patrimonio (CIAP) y la Fundación Espigas, Universidad Nacional General San Martín, 6 de octubre 2020. Agradezco los comentarios de los colegas allí presentes, y de Roy Hora.

Recibido: 09 de Octubre de 2020; Aprobado: 26 de Octubre de 2020

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