Introducción[1]
El aumento en la estacionalidad de la demanda de trabajo y en la residencia urbana de los trabajadores son dos características clave de las actuales transformaciones del empleo agrícola. El resultado es, por un lado, una mayor inestabilidad laboral para los trabajadores y, por otro, la presencia cada vez más frecuente de personas que combinan trabajos agrícolas y no agrícolas. La transición hacia una nueva fuerza de trabajo agrícola con características más temporarias, residencia urbana y multiactiva a partir de su inserción en diferentes sectores, parece consolidarse y con ello se transforma también la reproducción social de los trabajadores y de sus hogares.
Sin embargo, visto desde la composición laboral de los hogares de asalariados agrícolas, a los ocupados exclusivamente en esta actividad y a los que combinan esa inserción con otra/s no-agrícola/s, se agregan aquellos integrantes del hogar que se desempeñan exclusivamente en trabajos no-agrícolas. Esta última situación aparece claramente facilitada por la residencia urbana, si bien el acceso efectivo a las oportunidades laborales no-agrícolas se ve condicionada por las características de los individuos y de las alternativas de ocuparse en la agricultura.
En la provincia de Tucumán, la estacionalidad y, en menor medida, la residencia urbana y el acceso a empleos no agrícolas no son fenómenos totalmente nuevos, aunque hay evidencias que han ido en aumento. El mercado de trabajo agrario de esta provincia se estructura actualmente con base en una clara supremacía de las ocupaciones temporarias, distribuidas en una estructura productiva relativamente diferenciada y para distintas tareas en diferentes tipos de empresas. La movilidad migratoria de esta población además es una constante en el funcionamiento de ese mercado.
Este artículo se interesa particularmente por la relevancia y las condiciones sobre las que se concretan las combinaciones entre inserciones laborales agrícolas y no-agrícolas para los hogares de asalariados de la agricultura de esa provincia. La ya mencionada dificultad para garantizarse un alto nivel de ocupación a lo largo del año, junto a sus históricas bajas remuneraciones, pone en riesgo la reproducción de los trabajadores agrícolas y de sus hogares, más aún cuando el acceso a la autoproducción está imposibilitado por la residencia urbana. En este contexto, el trabajo no-agrícola adquiere una relevancia particular que debe ser analizada en relación con las ocupaciones agrícolas existentes.
Restructuración agrícola, temporalidad y multiactividad
Con mayor intensidad desde las últimas décadas del siglo pasado, la agricultura viene experimentando crecientes procesos de concentración de la tierra y la producción, una mayor internacionalización de los flujos comerciales y de capital, aumentos de los requisitos de calidad traccionados por el consumo y una constante y renovada innovación tecnológica. Nuevas formas de organización social de la producción primaria, así como de vinculación con las etapas industriales y el mercado mundial llevaron al desarrollo de estrategias empresarias en las que el trabajo pasa a ocupar un lugar crítico (incluyendo su contratación, remuneración, organización, entre las principales dimensiones).
Esa amplia reestructuración del sector termina incidiendo en las características históricas de sus mercados de trabajo y explica también el surgimiento de nuevos escenarios principalmente para el empleo asalariado (Gómez y Klein, 1993; Murmis, 1994; Lara Flores, 1998; Piñeiro, 1999; Pedreño Cánovas, 2000; Neiman, 2010). En este sentido, la reducción del empleo permanente y el aumento de las formas de contratación temporaria son el resultado de los procesos de flexibilización que, desde hace varias décadas, se han puesto en práctica en los mercados laborales de diferentes agriculturas del mundo. La intensificación del empleo temporario les permite a los empleadores minimizar los costos laborales directos e indirectos, a la vez que ajustar de manera más eficiente la incorporación de los trabajadores según los requerimientos específicos de la producción (Lara Flores, 1993; Newman, 2013; Neiman y Quaranta, 2000), segmentando el mercado laboral y profundizando las diferencias entre el tipo de empleo que ofrece la agricultura y otras ramas de actividad (Klein, 1992; OIT, 2015).
Así, mientras que una minoría de los asalariados agrícolas consigue trabajar todo el año, por otro lado, se van acrecentando las modalidades de trabajo discontinuo que si bien no son nuevas (Barrón, 2013; Ball, 1987) llevan a que la regularidad año a año de las temporadas sea lo único que le otorga a este trabajador cierta estabilidad en las inserciones (Riquelme, 2000).
Por esta razón, se sostiene que “la condición temporera oscila entre la regularidad (formas y ciclos) y la irregularidad (de lo inestable) […]. El empleo productivo, inestable y cíclico, da lugar a la identidad y dualidad llamada temporero/as, quienes constituyen un universo laboral con rasgos distintivos” (Molina, 2012, p.55), promoviendo situaciones con trabajadores permanentemente temporarios.
Así, en las trayectorias laborales cimentadas a partir del encadenamiento de ocupaciones temporarias se destaca el papel que juega la estructura productiva local, considerando el tipo de empleos agrícolas ofrecidos y, de manera creciente, las oportunidades de empleo en otros sectores con los que compite por la mano de obra (Bellit y Détang-Dessendre, 2013; Bellit, 2014). Sin embargo, en muchos casos las limitadas oportunidades de trabajo a nivel local y la temporalidad se encadenan con procesos de movilidad migratoria que también adquieren un carácter estacional.
En este sentido, la construcción de un “ensamblaje territorial rururbano” (Pérez Martínez, 2016, p.108) implica una interacción permanente a nivel de las actividades productivas (agrícola y no agrícolas) y de la localización de los trabajadores (rural y urbana), conformando un nuevo espacio de trabajo como resultado de la combinación de las dimensiones económica, laboral y residencial. La movilidad territorial asociada a la desocupación y la inactividad estacional que llevan a la inserción en actividades no agrícolas están dentro de los escenarios más frecuentes, propios de las situaciones de irregularidad laboral, acompañando en muchos casos verdaderos procesos de desagrarización (Camarero, 2017).[2]
En América Latina, los ingresos de los hogares rurales originados en ocupaciones no agrícolas representan una proporción creciente del ingreso total de los hogares rurales pobres, señalándose esta situación como un mecanismo para salir de la pobreza (Berdegué, Reardon y Escobar, 2000) y para reducir la tradicional brecha rural-urbana (Reinecke y Faiguenbaum, 2016). Incluso, la disminución del trabajo familiar no remunerado en la agricultura familiar es relacionado con la creciente importancia del empleo rural no agrícola y, también, hay evidencia sobre la asociación entre el incremento del empleo no agrícola y el empleo asalariado de las mujeres, que pasa del 28% al 35% del total de mujeres rurales ocupadas entre 2005 y 2014, respectivamente (Rodríguez, 2016; CEPAL, 2015). Paralelamente, se observa que la proporción de trabajadoras familiares sin remuneración se reduce del 33% al 22% del total de mujeres ocupadas en el medio rural (OIT, 2015).
Sin embargo, la posibilidad que el empleo rural no agrícola se convierta en una alternativa de superación de la pobreza resulta cuanto menos discutible ante el incremento de situaciones de autoempleo y ocupaciones de baja calidad, principalmente entre los hogares con residencia rural (Contreras Molotlo, 2018). Entre los pequeños productores en los que crece la inserción en actividades extraprediales, se observó que las mismas continúan siendo mayormente transitorias y en el mismo sector (Blanco y Bardomás, 2015), persistiendo la dependencia económica de estos hogares respecto de la actividad agraria.
Específicamente para el caso de los hogares de asalariados agrícolas, se ha constatado que una de las formas de multiocupación más frecuente es el empleo no agrícola; esta condición tiene menor presencia en el grupo de hogares en situación de pobreza y, además, resulta más probable que haya ocupados no agrícolas en un hogar asalariado agrícola (definido a partir de la condición del jefe de hogar) antes que en la situación inversa (Srinivisan y Rodríguez, 2016).
En resumen, la transitoriedad y la localización urbana de los trabajadores y las trabajadoras agrícolas atraviesan a distintas regiones y países, a partir de los cambios experimentados en el proceso de producción y de trabajo de la actividad. La intensificación del trabajo estacional a la vez que vulnerabiliza la reproducción de los hogares, coloca al empleo no agrícola como una alternativa; sin embargo, su contribución a la reducción de la inestabilidad laboral y económica dependerá de las características de esa inserción y de los puestos de trabajo propiamente dichos.
Método
Se utiliza información de la Encuesta sobre Empleo, Protección Social y Condiciones de Trabajo de los Asalariados Agrarios (ENAA), implementada en 10 provincias del país por el Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social de la Nación en los años 2014 y 2015. A partir de un diseño bietápico, se elabora una muestra con representatividad estadística provincial conformada por 400 hogares con al menos un integrante que se hubiera desempeñado como asalariado agrario durante el período de referencia de la Encuesta, pertenecientes a viviendas localizadas en áreas rurales (dispersas y concentradas) y en centros urbanos de hasta 25.000 habitantes. En el caso específico de la provincia de Tucumán, los datos recogidos corresponden al año 2014.
Además, en este artículo, la información generada por la ENAA se complementa con la recolectada a través de entrevistas en profundidad realizadas a asalariados y asalariadas del departamento Monteros, en la zona centro-sur de la provincia, durante el año 2015.[3] Se seleccionó este departamento por tener una importante y variada actividad agrícola, demandante de volúmenes significativos de fuerza de trabajo estacional y por haber evidenciado un importante incremento de la residencia urbana entre los trabajadores y trabajadoras agrícolas. En el momento del último censo de población (2010), el departamento contaba con una ciudad –homónima y cabecera de este– de 23.274 habitantes, dos centros urbanos de algo más de 5.000 habitantes, dos localidades entre 2.500 y 3.500 habitantes, además de varios poblados rurales. La población rural representaba el 30% de la población departamental.
Una herramienta clave para el desarrollo del análisis es una clasificación de los individuos ocupados según el sector de inserción –agrícola/no agrícola– de la que resulta una tipología de hogares (Cuadro 1) según su dependencia exclusiva de la agricultura o de la combinación con actividades no agrícolas. Para esta última situación, se distinguen a su vez dos subtipos que se diferencian si esta inserción laboral no agrícola es o no exclusiva por parte de algún integrante de los respectivos hogares.
Transformaciones productivas y laborales en la agricultura de la provincia de Tucumán
Una característica relevante del agro de la provincia de Tucumán desde el último cuarto del siglo pasado es la creciente diversificación de su base productiva. La crisis de su histórico cultivo –la caña de azúcar–, la notable expansión de la agroindustria citrícola (limón) y la difusión de otros nuevos como el arándano, modifican significativamente el paisaje productivo provincial; además, se debe agregar la presencia de hortalizas, granos (incluyendo la expansión de la soja) y la ganadería vacuna. Esta trayectoria ha incidido significativamente en la estructura y orientación económica del agro provincial, destacándose su mayor articulación y dependencia de los mercados mundiales a partir del desarrollo de una agricultura empresarial cada vez más dominante. Con esto, se modifica la dinámica ocupacional de la agricultura provincial destacándose la creciente demanda de empleo asalariado estacional y también para tareas posteriores a la cosecha (procesamiento industrial, preparación o acondicionamiento y empaque de la producción primaria).[4]
En efecto, el cultivo e industrialización de la caña azúcar fueron el motor de la economía de la provincia de Tucumán prácticamente a lo largo de todo el siglo XX y, a través de ese complejo, es que se concreta su integración a la economía nacional. Se constituye en el principal generador de ingresos y de trabajo de la provincia (Campi, 1995; Giarracca, Bidaseca y Mariotti, 2001), involucrando en sus distintas etapas a pequeños cañeros, a trabajadores agrícolas, a obreros de los ingenios, a una creciente burguesía local y de comerciantes (Nassif, 2015).
Históricamente, la actividad se vio afectada por sucesivas crisis de sobreproducción, caídas en el consumo interno y bajas en los precios internacionales (Gómez Lende, 2014), problemas que se agudizan en los años ´60, y van a afectar severamente a pequeños productores y a provocar el cierre de varios ingenios (Murmis y Waisman, 1969).[5] Esta coyuntura será un punto de inflexión histórico para la economía provincial que impactará decisivamente en el trabajo generado por el sector.
En efecto, hasta los años 60, las tareas manuales de pelado y de corte de la caña movilizaban un muy elevado número de trabajadores estacionales, que incluía campesinos locales (Giarracca, Aparicio y Gras, 2001) y migrantes temporarios procedentes de provincias vecinas tales como Santiago del Estero y Catamarca. Para esa misma época, se inicia un proceso de semi-mecanización de la cosecha que se profundiza en las décadas siguientes con la introducción de cosechadoras integrales que reducen sustancialmente el número de trabajadores, modifica su perfil, acorta el período de cosecha e impulsa un aumento de la escala productiva (Biaggi, 2018; Jaldo, Ortiz y Biaggi, 2016; Nassif, 2015.; Giarracca; Aparicio y Gras, 2001).[6] En este contexto, las migraciones estacionales hacia distintas provincias comienzan a formar parte de la estrategia histórica de multiocupación de los trabajadores y trabajadoras agrícolas de Tucumán (Giarracca, 2000; Bidaseca, 2002).
A su vez, las transformaciones que se suceden en el sector azucarero están acompañadas por una política estatal de promoción de la diversificación productiva provincial, en donde la citricultura (limón) comienza a ocupar un lugar relevante.[7] Así, desde las últimas décadas del siglo pasado se expande sostenidamente la superficie implantada con limón, superando en 2018 las 43.000 hectáreas (INTA, 2018). Mientras que en sus inicios la orientación predominante de la producción en fresco fue el mercado interno y la exportación para el caso de subproductos industrializados (principalmente aceites esenciales y jugos concentrados), posteriormente la exportación de frutos alcanzó un dinamismo muy marcado.[8] En este siglo se intensifica la integración vertical de las empresas y se produce un acelerado proceso de concentración empresarial traccionado por la transnacionalización patrimonial y el comercio exterior.
El complejo agroindustrial del limón pasa a estructurar el mercado de trabajo agrícola provincial (Crespo Pazos, 2014), intensificando el uso de empleo asalariado temporario principalmente durante un extenso período de cosecha (de abril a septiembre)[9] y para grandes empresas. Su estructura del empleo es demostrativa de la significación que alcanza el trabajo temporario: prácticamente el 90% de la mano de obra utilizada en la producción de limón corresponde a trabajadores temporarios; a esto se debe agregar que entre las empresas grandes y medianas los requerimientos de trabajo prácticamente triplican a los de los pequeños productores, alcanzando 85 y 30 jornales por hectárea/año, respectivamente (Torres Leal y Jiménez, 2010).[10]
El crecimiento de la exportación de limón en fresco también intensifica la estacionalización del trabajo, en este caso para las tareas de empaque, llevando incluso a la incorporación de mujeres (como clasificadoras y supervisoras de los empaques), visibilizando de esta manera el trabajo femenino a diferencia de lo que ocurría en la caña de azúcar en la que aparecía como ayuda familiar (Aparicio, 2012; Vázquez Laba, 2003).
También, la estacionalidad del empleo se asocia a la generalizada utilización de contratistas de mano de obra principalmente para las tareas de cosecha (Ortiz y Aparicio, 2006 y 2007), a los cuales las empresas les transfieren la responsabilidad de la selección, movilidad y organización de los trabajadores temporarios en el lugar de trabajo. En este caso, la residencia urbana facilita la contratación de grandes volúmenes de trabajadores y posibilita la generación de vínculos más permanentes y directos con los propios contratistas (Aparicio, 2005; Craviotti, 2008).
Un hito productivo relativamente reciente a nivel provincial lo constituye la incorporación del cultivo del arándano que ha experimentado un crecimiento sostenido desde principios de este siglo. Para 2017, la superficie plantada alcanzaba las 1.337 hectáreas distribuidas en 54 explotaciones (Dell´Acqua et al., 2019), con exportaciones que ascienden a 6.300 toneladas de frutos frescos y 2.500 toneladas de frutos congelados.
Al igual que en la producción del limón, tanto la fase agrícola como el acondicionamiento y el empaque de la fruta, demandan un número importante de trabajadores estacionales, si bien en este caso se trata de un período de trabajo relativamente corto (desde mediados de octubre hasta fines de noviembre/principios de diciembre); además ocupa un número significativo de mujeres y de jóvenes que suelen combinar su ciclo de trabajo con el limón (Craviotti, Cattáneo y Palacios, 2007), pero también algunos grupos minoritarios se ocupan exclusivamente en esta tarea.
Específicamente en el departamento Monteros,[11] la población ocupada en la agricultura representaba el 20% de la población económicamente activa, con una muy elevada tasa de asalarización de sus ocupados (92%), incluso superior a la media provincial (82%) (INDEC, 2010). La caña de azúcar, el limón y el arándano constituyen sus principales producciones. Se encuentra dentro de la zona citrícola por excelencia, representando el 13% de la superficie total provincial y los trabajadores temporarios se ocupan principalmente en la cosecha, aunque también lo hacen en otras tareas como la poda y el mantenimiento de las plantaciones. Además, este departamento es el primer productor provincial de arándano.
La evolución productiva la provincia de Tucumán resulta, en primer lugar, en una estructura de empleo agrícola con un claro predominio de asalariados y asalariadas, que se acentúa en las últimas décadas según surge de distintas fuentes de información. Por ejemplo, de acuerdo con el Censo Nacional de Población Viviendas de 2001, los asalariados representaban el 65% de la población económicamente activa agrícola; para el siguiente relevamiento de 2010, esa participación se incrementa al 82%.
Esto ocurre, además, en el marco de un proceso de creciente residencia urbana (según la definición censal en localidades de 2.000 habitantes y más) de estos trabajadores que pasan de participar con un 26% en 2001, al 46% en 2010.[12] Asimismo, la proporción de población rural dispersa desciende del 65% al 46% de la población rural total entre los respectivos años (INDEC, censos nacionales de población).[13] Por su parte, la ENAA detectó un porcentaje muy bajo de asalariados con residencia rural dispersa (5%), un 25% en pequeñas localidades urbanas y el resto en localidades más grandes (superiores a 5.000 habitantes).
Los censos nacionales agropecuarios también corroboran esa condición, aunque desde una perspectiva diferente ya que se trata de relevamientos de explotaciones agropecuarias (a diferencia de los censos de población que corresponde a individuos). Así, según el Censo Nacional Agropecuario de 2002, de las aproximadamente 10.000 explotaciones dedicadas a actividades agropecuarias en la provincia, algo menos del 15% contrataba asalariados permanentes, pero aproximadamente el 40% empleaba trabajadores temporarios (INDEC, 2002). Los resultados provisionales del siguiente relevamiento de 2018 (que no incluyen aún datos sobre trabajo) muestra una notable caída en el total de explotaciones (aproximadamente de un 50%, concentrada en aquellas con menos de 25 hectáreas) y un aumento de más del doble de los establecimientos de tamaño medio comparado con el registro anterior (INDEC, 2018).
Por último, según la mencionada ENAA (MTESS, 2014), el 80% del total de asalariados y asalariadas agrícolas de la provincia se ocupaba de forma temporaria y algo menos de la mitad de éstos había estado empleado como máximo durante 4 meses.
En resumen, la relevancia del empleo asalariado mayoritariamente temporario junto con su creciente residencia urbana constituye un contexto propicio para el estudio de las nuevas condiciones de reproducción de estos trabajadores y de sus hogares, principalmente a partir de la posibilidad de combinación de inserciones agrícolas y urbanas no agrícolas. Específicamente con respecto al caso de estudio, a pesar del carácter diversificado de la agricultura provincial ésta no les garantiza una ocupación plena, confirmado también –como se verá más adelante– por el involucramiento de una parte de estos trabajadores en migraciones extra provinciales.[14]
Heterogeneidad del empleo asalariado agrícola: un análisis de los trabajadores y de sus hogares en la provincia de Tucumán
Para el año de referencia de la ENAA, prácticamente la mitad de las personas ocupadas de los hogares con asalariados agrícolas lo hacía exclusivamente bajo esa condición; el resto se distribuía en partes iguales entre personas ocupadas exclusivamente en sectores no agrícolas y los que combinaban ambas actividades (Cuadro 2).[15]
A pesar de la marcada presencia de trabajadores temporarios, entre los asalariados que se insertan exclusivamente como tales en la agricultura hay cierta heterogeneidad. Los que están ocupados por mayor cantidad de tiempo son en su mayoría varones jóvenes, que lo hacen principalmente durante el ciclo completo del limón combinado, eventualmente, con caña de azúcar y arándano; durante el verano, migran hacia otras provincias (mayoritariamente a Río Negro y Mendoza) que demandan mano de obra agrícola para las cosechas de sus cultivos. Otro grupo se diferencia por la ausencia de migraciones, incluye varones y mujeres, que suelen complementar ingresos laborales con subsidios o directamente atraviesan períodos de desocupación. Entre estos aparecen los que realizan algunas changas en actividades muy diversas, con mucha discontinuidad y los que se desempeñan en trabajos con mayor regularidad en el tiempo como por ejemplo en la construcción, servicio doméstico e, incluso, empleo público; en estos casos, retornan al trabajo agrícola con la reactivación de la actividad.
Otra aproximación a la estructura de estos grupos según la posición que ocupan las personas en los respectivos hogares permite identificar dos situaciones: aquellas que mantienen un vínculo laboral completo o parcial con la agricultura, se distribuyen mayoritariamente entre jefes/as e hijos/as (80%), mientras que entre los ocupados no-agrícolas cae significativamente la proporción de jefes/as, se incrementa la de cónyuges y se mantiene la de hijos/as.
Con respecto a las características de edad y sexo, los asalariados ocupados en la agricultura de manera exclusiva o combinada con una inserción no agrícola son algo más jóvenes (32 años) que los que trabajan exclusivamente en una actividad no agrícola (37 años). Los primeros están conformados en un 75% por varones; en cambio, la proporción de mujeres es algo mayor entre las personas ocupadas exclusivamente en actividades no agrícolas (53%). [16] También, los asalariados agrícolas exclusivos son los que tienen recorridos educativos más cortos, ya que dos tercios sólo alcanzó el nivel primario; en los otros grupos crece la proporción de los que alcanzan el nivel secundario (aproximadamente 40%) y, específicamente entre los no-agrícolas exclusivos, se observa la presencia de un porcentaje reducido (8,2%) que superó el nivel secundario y que es insignificante en los otros segmentos.
Una lectura a nivel de los hogares hace, por un lado, más significativo el análisis de las formas que asume la combinación entre ocupaciones en actividades agrícolas y no agrícolas, visibilizando el grado de dependencia de los hogares respecto de unas y otras. Por otro lado, permite examinar cómo ciertas condiciones de los hogares (demográficas, educativas, económicas) pueden restringir o propiciar esas diferentes combinaciones y las consecuencias en términos de su reproducción social.
En primer lugar, de alguna manera relativizando el peso de lo agrícola entre los ocupados, se observa que prevalecen los hogares multiactivos (casi el 70%) y particularmente los del subtipo II (40,2% del total) (Cuadro 3). Por lo tanto, mientras que prácticamente la mitad de los trabajadores mantiene un vínculo laboral exclusivo con la agricultura, sólo el 30% de los hogares depende exclusivamente de esa actividad y el resto pasa a depender en distinto grado de las actividades no agrícolas.
El tamaño de los hogares también presenta alguna particularidad según tipos y, por lo tanto, mostrando procesos demográficos también diferenciales. Primero, resultan más numerosos aquellos que tienen al menos un ocupado exclusivamente en actividades no agrícolas (los multiactivos II, con 5.7 personas por hogar), mientras que en los restantes hogares la media es de 4.8 integrantes. Además, para ese mismo subtipo, la media de personas ocupadas es 2.9, duplicando prácticamente a la de los otros tipos. Las tasas de dependencia en los hogares reflejan estas situaciones, con valores de 1.9 para los multiactivos II y 2.8 en los otros dos tipos. En resumen, las inserciones laborales no agrícolas se relacionan con hogares más grandes, con un número también creciente de personas ocupadas que resultan en tasas de dependencia demográficas más bajas.
Adicionalmente, la presencia de hogares nucleares (ya sea completos e incompletos, con o sin hijos) es claramente mayoritaria en los hogares agrícolas exclusivos y en los multiactivos I, participando con cerca del 80% de los totales respectivos. En cambio, entre los hogares multiactivos II esa participación cae al 57.9%, ya que el restante 42.1% corresponde a hogares compuestos (con otros familiares entre sus integrantes).
Los hogares agrícolas exclusivos están constituidos mayoritariamente por parejas jóvenes –entre 25 y 35 años– con hijos/as en edad escolar, en los que ambos cónyuges trabajan en tareas agrícolas, incluyendo el involucramiento en migraciones. A veces, el período de actividad de las cónyuges puede ser muy breve –por ejemplo, durante la cosecha del arándano–, dedicándose a tareas domésticas el resto del año y percibiendo el beneficio de la Asignación Universal por Hijo (AUH). En algunos hogares se observan períodos mayores de inactividad o desocupación en jóvenes que se inician en el mundo laboral y que, todavía, no han conformado su propia familia; las inserciones agrícolas cubren 6 meses como máximo y para el resto del año no disponen de otra ocupación ni perciben ningún beneficio social.
Entre los hogares multiactivos I aparecen con frecuencia los conformados por familias con hijos e hijas que han salido del sistema educativo pero que aún permanecen en el hogar. La situación más frecuente es que el trabajo agrícola exclusivo lo lleven adelante los jefes de hogar; entre los hijos/as están los/as que lo combinan con la construcción, obra pública, servicio doméstico, etc. Específicamente para el caso de la construcción es habitual que al concluir la obra vuelvan a trabajar en la agricultura. Los trabajos no agrícolas suelen presentarse como ocupaciones muy irregulares, con carácter de changas ocasionales y que sólo cubren unos pocos días al mes. De esta manera, se exponía en una entrevista realizada:
En la construcción he empezado así: iba al limón, a la construcción, así, porque el limón tiene un ciclo digamos de terminación, o sea son 2 o 3 meses y, bueno, de ahí después tenés en la construcción para laburar... En la construcción te pagan monedas, la verdad que te pagan monedas... En cambio, en el limón, ponele en la construcción te pagan 150 y vos en el limón vas a ganar, laburando, laburando, metiéndole pata, vas a ganar 300, 400 mangos.[17]
Otra realidad de este mismo agrupamiento de hogares es aquella donde para algún miembro la principal ocupación corresponde a otro sector, como el pequeño comercio, albañilería por cuenta propia, o empleados municipales; en estos casos tanto varones como mujeres pueden excepcionalmente complementar sus ingresos con changas en la recolección del arándano y/o en otros cultivos, ya sea a través de una jornada reducida de trabajo o durante los fines de semana.
Los hogares multiactivos II se destacan por la presencia de jefes de hogar mayores de 40 años, con hijos/as jóvenes con diferentes tipos de inserciones laborales no-agrícolas. Entre éstos es frecuente que en distintos momentos de su vida laboral hayan sido ocupados agrícolas exclusivos, por ejemplo, en limón y arándano, pero que prefieren desempeñarse en tareas fuera del sector por considerar el trabajo agrario mucho más duro. Las ocupaciones exclusivas fuera de la agricultura pueden presentarse alternadas a lo largo de la trayectoria laboral, sobre todo las que se dan en la construcción, teniendo en cuenta la inestabilidad de este sector según la coyuntura económica, ya sea en obras públicas, pero más aún cuando se trata de pequeñas obras en viviendas particulares.[18]
Si bien se observa que algunos jóvenes prefieren no trabajar en la agricultura, también en varones de mayor edad la ocupación no agrícola se presenta al final de su carrera laboral. De todas maneras, esto siempre va a depender más de las oportunidades que les brinde el mercado de trabajo local, que de sus propios deseos e intenciones.
Las remuneraciones por trabajo y los ingresos de los hogares
Visto desde los ingresos personales, llama la atención cierta paridad generalizada en los respectivos niveles en las diferentes ocupaciones. En primer lugar, la remuneración promedio anual es similar para los trabajadores ocupados exclusivamente en la agricultura y para los que combinan con actividades no agrícolas; incluso, para los ocupados exclusivamente en actividades no agrícolas, ese promedio se incrementa solo un 15% comparado con las correspondientes a los grupos anteriores. Por lo tanto, el acceso a fuentes de ingresos no-agrícolas no resulta suficiente para modificar el nivel del salario medio agrícola (Cuadro 4).[19]
El ingreso medio por hogar proveniente de la agricultura es relativamente más alto en los hogares agrícolas exclusivos (de $31738), superando en un 45% al de los hogares multiactivos I y en un 20% al de los multiactivos II (Cuadro 5). Ese mayor nivel de los ingresos se explica principalmente por la mayor difusión de las migraciones temporarias entre los hogares agrícolas exclusivos, lo que les permite incrementar su nivel de ocupación a lo largo del año y, por lo tanto, garantizarse una precepción más estabilizada de ingresos.
En cambio, si se considera el ingreso laboral total de los hogares, son los hogares multiactivos II los que se encuentran en una situación claramente más favorable, por efecto de las relativamente mejores remuneraciones de las actividades no agrícolas, pero fundamentalmente por el mayor número de ocupados por hogar.
El ingreso laboral por ocupado no presenta diferencias importantes entre los tipos de hogares, ya que tiende a asemejarse influenciado por el tamaño de los mismos. Además, en cualquiera de las estimaciones la situación de los multiactivos I es la más desfavorable.
En este punto es relevante volver a destacar el papel de la migración como práctica sustantiva para mejorar los ingresos, frente a la escasez de la demanda del mercado de trabajo local, principalmente entre los meses de diciembre a marzo. Por ejemplo, los desplazamientos a la región del Alto y Medio Valle del Río Negro[20] se constituyen en el destino más buscado dado el nivel de los ingresos que se obtiene, la mayor formalización de las inserciones laborales e incluso las condiciones de vida durante la estadía (esto último, en comparación con otros lugares de destino).
[…] Empecé a ir a Río Negro porque cuando llega enero casi ya no hay trabajo en el campo y tenía un grupo de amigos que viajaban. Me habían invitado a viajar, también me hacía falta el trabajo y fui a probar para ver cómo me iba… allá no se trabaja tanto y se paga mucho mejor.[21]
El dinero que traen al regreso de la migración les permite pagar los gastos corrientes del hogar y, cuando la temporada ha sido buena, invertir en artículos domésticos o en la construcción y ampliación de la vivienda.
Aquí se van acumulando las cuentas y, después, se viene y se paga… Él (se refiere al marido que migra), el año pasado ha traído como $25.000, ha pagado como 5.000 pesos entre créditos y esas cosas y, bueno, lo que te queda ya lo hemos invertido en la casa.[22]
Yo empecé a hacer esta casa desde que empecé en Rio Negro… Yo voy todas las temporadas al mismo lado… porque es una buena empresa, nunca me faltó la plata y cada año gano mucho mejor… Estoy enero, febrero, marzo y hasta abril, depende de lo que me apuren acá… yo siempre les digo que me traten de esperar… [23]
Por último, si se incorporan al análisis los ingresos no laborales,[24] en los hogares agrícolas exclusivos su ingreso medio se incrementa prácticamente un 50% (pasa de $31738 a $45975 por año), asociado a la percepción más generalizada de los subsidios del denominado Programa Interzafra.[25] En cambio, para los otros tipos de hogar, los ingresos no laborales van a aportar aproximadamente un 25% adicional a los respectivos ingresos laborales medios totales. Esto permite reducir la brecha de ingresos entre los hogares agrícolas exclusivos y los multiactivos II, aunque igualmente se mantiene una diferencia importante entre ambos y corrobora la peor situación de los hogares multiactivos I.
Acceso al trabajo y condiciones de las ocupaciones no agrícolas
Entre las ocupaciones no-agrícolas más difundidas es posible encontrar cierta regularidad en cuanto a los sectores de inserción, pero emerge alguna diversidad según el tipo de hogar y si se trata de varones o mujeres quiénes se desempeñan en esas tareas.
En los hogares multiactivos I, la mitad de todas las ocupaciones se concreta en el sector de la construcción en el caso de trabajadores varones, al que se agrega el pequeño comercio (11%), las changas (6%), el empaque de frutas (5%); una minoría se inserta en el sector público.
Otra situación es la de varones jóvenes, no jefes, ocupados menos de 6 meses en el limón y el arándano, que cuando finaliza el ciclo de trabajo en estos cultivos lo completan con trabajo no agrícola. La alternancia con inserciones en otros sectores, especialmente en la construcción, aparece circunscripta a ciertos momentos del año como una protección frente a la falta de otras oportunidades y como una lógica de sobrevivencia, por lo general, en ocupaciones no formalizadas, lo que aparece asociado a actividades transitorias de refugio, más que a una solución a la inestabilidad laboral.
Para las mujeres de estos mismos hogares, surge una composición más diversificada de sus inserciones laborales no agrícolas que incluye el comercio informal (30%), el trabajo en casas particulares (20%), la elaboración de comidas para la venta (10%), la fabricación de artesanías, y el empleo público (casi exclusivamente en tareas de limpieza) y el trabajo en empaques con porcentajes similares (7%).
En cambio, en las inserciones no agrícolas de los hogares multiactivos II, sobresale en primer lugar la baja importancia que tiene la construcción tanto en el total de ocupados (10%), como entre los trabajadores varones (uno de cada cuatro). También se observa un incremento en la incorporación de mujeres al trabajo remunerado y una mayor participación del sector público entre las ocupaciones de trabajadores y trabajadoras.
El servicio doméstico, exclusivamente a cargo de mujeres, equivale al 20% de todas las inserciones laborales no agrícolas y al 40% de todas las mujeres ocupadas de este segmento de hogares. El mismo, que incluye limpieza, lavado de ropa y cuidado de niños, no se manifiesta como una alternativa actual entre las entrevistadas, sino como acotadas al ingreso en el mundo laboral y antes de conformar su propia familia, ya que suele ser bajo un régimen de contratación cama adentro en la capital de la provincia o en otras ciudades del país. Aquellas que pasaron por este tipo de ocupación consideran que es un trabajo muy mal remunerado, siempre en negro (sin protección social) y en el que es habitual el maltrato. Por otra parte, si bien en la ciudad de San Miguel de Tucumán la oferta suele ser mayor, sólo puede ser cubierto por mujeres jóvenes, sin hijos:
Pagan poco, no te pagan bien… fui digamos empleada doméstica pero no me gustó. Prefiero el trabajo de campo, por lo menos sé que voy a trabajar las horas que corresponde, voy a venir, me voy a dar un baño, soy dueña de sentarme a comer o a conversar o algo…[26]
Otro 20% corresponde a empleos en el sector público, con una participación algo mayor de mujeres ocupadas en tareas de limpieza (calles, oficinas públicas, escuelas) comparado con el grupo anterior, pero también aparece un número similar en otras ocupaciones de mayor calidad y de carácter permanente, como en educación y en salud (enfermería). En el caso de los varones aparecen tareas vinculadas al ordenamiento de tránsito, control y vigilancia de espacios públicos.
En forma reiterada, las mujeres manifiestan la necesidad de conciliar la vida laboral con el ciclo vital de la familia; ciertos eventos de la vida familiar (nacimientos, rupturas matrimoniales, etc.) parecen operar como inflexiones en el trabajo en la agricultura y en la migración hacia otras regiones:
A los 21 años me casé y ahora hace tres años que me separé. Yo estando casada empecé a trabajar en arándanos, como él era portero de la empresa. Plantación primero y después poda y cosecha… Ya quedé embarazada de ella y ya dejé de trabajar; después la tuve a la otra, son seguidas. Y después de tener a la más chiquita, empecé a trabajar en el empaque de arándanos… después cuando me separé, ahí empecé a trabajar en el limón y en el campo en el arándano.[27]
Las jefas de hogar (20% del total de hogares) mayoritariamente se ven compelidas a desplegar estrategias de inserciones múltiples para permanecer ocupadas más meses, aunque en situaciones precarias y sin formalización (empleo doméstico, elaboración y venta de comida, cuidado de niños, entre otras). Su participación en la movilidad laboral estacional es reducida, si bien la incorporación de las mujeres al mercado laboral agrícola local es importante y creciente. La crianza de los hijos, las dificultades para desplazarse con ellos a otras provincias y contar con cierto reaseguro de la asistencia social, operarían desalentando la migración femenina. Sin embargo, el trabajo estacional en la agricultura se presenta muchas veces para la mujer como la ´mejor´ opción para garantizar su subsistencia y también para facilitarle inserciones laborales cortas o intermitentes motivadas, por ejemplo, por situaciones familiares críticas. Las condiciones del mercado de trabajo local para ocupaciones no agrícolas en las que tradicionalmente se insertan mujeres provenientes de hogares de bajos ingresos, muchas veces no constituyen una alternativa –principalmente para las jefas de hogares– dados los bajos niveles de remuneración, generalmente muy inferiores a los que pueden percibir en la cosecha del arándano o del limón.
[…] Para buscar otro trabajo, digamos en algún local es a la mañana y venís a comer, hacés tus cosas y te tenés que ir a trabajar a la tarde, si es en comercio; entonces vas a estar 5 minutos con mi hija y vas a volver a las 10 de la noche porque es en Monteros... En cambio, en el campo, me voy a trabajar a la mañana y sé que voy a volver y a las 2, 3 de la tarde estoy acá. Y estoy toda la tarde con ellas y los domingos descanso.[28]
Por último, en una reducida franja que no supera el 10% del total de este segmento de ocupados en actividades no agrícolas, se encuentran exclusivamente varones que se desempeñan en tareas de operación de maquinarias, soldadura, transporte y distribución de mercaderías.
Conclusiones
Los procesos de globalización y reestructuración agroindustrial como el considerado en este artículo para la provincia de Tucumán intensifican la demanda de trabajo estacional, generando situaciones de vulnerabilidad asociadas a la inestabilidad laboral y a las bajas remuneraciones; estas condiciones, a su vez, actúan promoviendo la residencia urbana de la fuerza de trabajo agrícola y la combinación de inserciones en distintos sectores de actividad.
La permanencia como asalariados agrícolas exclusivos o el acceso e inserción en ocupaciones no-agrícolas – ya sea en forma exclusiva o combinando con la asalarización agrícola– es el resultado de una compleja interacción entre diferentes condiciones: a nivel de los individuos, tales como posición en el hogar y la edad y sexo, de las ocupaciones como los niveles de las remuneraciones y las características de los trabajos no-agrícolas disponibles y, por último, de los hogares principalmente en función de su tamaño y composición.
Además, incide la evaluación subjetiva que realizan los propios trabajadores: las exigentes condiciones del trabajo en la agricultura que llevan a la búsqueda de opciones no agrícolas (algo que ocurre especialmente entre los más jóvenes), en el caso de las mujeres a las necesidades de compatibilización entre el trabajo remunerado y las tareas en el hogar y, también, a las trayectorias prolongadas de trabajo en la agricultura que terminan clausurando las expectativas de cambio y de adaptación a otras ocupaciones que no sean las del sector.
La incorporación de la perspectiva de los hogares en el análisis resulta clave para evaluar, por un lado, el alcance y el grado de dependencia respecto de las ocupaciones no agrícolas –por ejemplo, su relevancia es mayor cuando se consideran los hogares en comparación con el nivel de los individuos– y, por otro, sobre cómo ciertas condiciones familiares terminan articulándose para restringir o acelerar procesos de desvinculación ocupacional de la agricultura.
Específicamente, la incorporación de las mujeres al trabajo, tanto por su número como por las características de sus ocupaciones, resulta decisiva para explicar el crecimiento de los empleos no agrícolas y la consecuente condición de sus respectivos hogares. Aquellas que se mantienen trabajando en la agricultura son las que se desempeñan por menor cantidad de tiempo a lo largo del año (generalmente en las cosechas de algunos cultivos); en este caso, el trabajo doméstico y el comercio informal son las inserciones prevalecientes durante el resto del tiempo.
Ciertos comportamientos entre las nuevas generaciones relativas al acceso y permanencia en la educación secundaria por parte de varones y mujeres (y muy excepcionalmente en el nivel superior) no permite concluir aún que se trata de un proceso sostenido que pueda modificar las tendencias y los vínculos descriptos entre lo agrícola y no agrícola, particularmente para mercados de trabajo de elevada inestabilidad y precariedad como los abordados en este artículo.
Por último, la inserción en ocupaciones no-agrícolas no resulta en sí misma suficiente para modificar la situación económica y las condiciones de vida de los hogares. En muchos casos la evidencia de ciertas mejoras obedece más a características de los hogares (como tamaño y composición especialmente en lo que atañe a sus tasas de dependencia demográfica) y/o al desempeño en condiciones de trabajo más precarias por parte de sus integrantes tanto en la agricultura como en otros sectores, antes que a un acceso efectivo a ocupaciones formalizadas, estables y bien remuneradas. Además, principalmente entre los trabajadores agrícolas temporarios, el acceso a subsidios provenientes de las políticas públicas sostiene su reproducción social especialmente en momentos críticos por desocupación estacional, bajos ingresos, etc.