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Cuadernos del CILHA

versión On-line ISSN 1852-9615

Cuad. CILHA vol.10 no.1 Mendoza ene./jun. 2009

 

ARTÍCULO ORIGINAL

Rubén Darío: Los desheredados de la suerte

Pablo Kraudy a

a. Instituto Nicaragüense de Cultura, Nicaragua

kraudy51@yahoo.com.mx

Recibido: 7-VI-2008 
Aceptado: 29-VIII-2008

Resumen: Este artículo analiza la preocupación de Rubén Darío por los desheredados en la sociedad como ejemplo de su humanidad hacia los ancianos, los niños, la pobreza y hacia aquellos que tienen que enfrentar situaciones vitales difíciles. La compasión de Darío puede conectarse con la idea de la charitas cristiana.

Palabras clave: Rubén Darío; Desheredados; Compasión; Charitas cristiana

Title and subtitle: Rubén Darío: the less fortunate human beings

Abstract: This article analyzes Rubén Darío´s concerns for those less fortunate human beings in society as an example of his humanity towards the elderly, children, poverty and other individuals who have to face difficult situations in life. Darío´s compassion can be connected to Christian charitas.

Key words: Rubén Darío; Disinheriteds; Compassion; Christina charitas

Usualmente damos por contado que detrás del poeta Darío hubo necesariamente un ser humano que, como todo ser humano, tuvo tanto defectos como virtudes1; pero de ese ser humano ignoramos, a ciencia cierta, la intensidad y la complejidad de sus emociones y sentimientos. Si recurrimos a sus biógrafos, nos informamos de su itinerario vital, de sus obras, sus viajes, sus oficios, sus amigos, sus amores; a lo mejor encontramos numerosos episodios anecdóticos, más o menos humorísticos o irónicos; todo un conjunto de experiencias que, estamos seguros, entrañaron diversos tipos e intensidades de emociones y sentimientos. Rubén Darío, el ser humano, se vio cruzado por múltiples tensiones personales, que lo hicieron pendular en un sentido u otro, entre realidad y ensueño, entre alegría y tristeza, entre satisfacción y vergüenza, entre amistad y envidia, entre deseo y frustración, entre sosiego y zozobra; entre desolación y esperanza: todo un abanico de emociones. De hecho, en uno de sus intentos novelísticos de índole autobiográfica, Rubén se autodefinió con un marcado acento vital, parafraseando el célebre pensamiento de Terencio contenido en El atormentado de sí mismo: "Soy hombre y nada de lo que al hombre toca me es extraño... Soy poeta, y nada de lo que al poeta toca me es extraño"2. Y como tal, no le fue extraño, nada extraño, el sentimiento de comunión, de solidaridad humana.

En este trabajo queremos tocar ese tópico, planteándonos un propósito sencillo: mostrar lo que pareciera a veces olvidado por los estudios eruditos, quizá por tenérselo supuesto, considerándolo asunto de Perogrullo: esto es, la vena humana de Rubén Darío. Al hacerlo hemos procurado un acercamiento que, por decirlo, sea recíproco, en el sentido de no sólo descubrir la persona de Rubén (al menos en lo que a este aspecto refiere), sino hacerlo como nuestro Rubén, personalmente apropiado, con quien nos identificamos, en este caso, no por su mérito literario, sino por su sensibilidad humana, su generosidad y su capacidad de solidarizarse, valores ya desde entonces agonizantes en la sociedad, en donde el reino del individualismo y el indiferentismo se expande3.

Mucho podría hablarse de su entretejido emocional con los cercanos —la familia, los amigos—, el que se podría considerar de lo más intenso. Un abordaje en esta línea puede figurarse muy en consonancia con el hecho de que hoy el mundo nuestro ha dejado de ser un mundo ancho e inmenso para pasar a ser el mundo familiar, compuesto por sujetos y objetos habituales, e indolente y desdeñoso de cuanto se halla más allá de su frontera afectiva, por muy próximo que se encuentre. Este hecho, no obstante, es una de las expresiones de lo que Rubén calificaba como la enfermedad moral de nuestro tiempo. Sin rechazar esa esfera, que es por sí misma importante para comprender al ser humano y al poeta Darío, nos interesa aquí mostrar al Rubén que fue capaz de expandir su frontera afectiva hacia quienes, sufrientes y desamparados, bajo distintas situaciones y formas de sufrimiento y desamparo, no integraban su mundo familiar. Nos interesa mostrar su expansión afectiva y solidaria hacia los "desheredados de la suerte"4, como tuvo a bien llamarlos: hacia los niños que sufren secuelas sociales, hacia los jóvenes que ven frustradas sus aspiraciones, hacia los ancianos en desamparo, hacia las personas en extrema pobreza, hacia aquellos que tienen que enfrentar la crudeza de la vida con la desventaja de una discapacidad5. Nuestro Rubén es aquel que fue sensible y solidario con todos ellos, quien no enclaustró el sentimiento estimulado por una dramática existencia, sino que, plasmando aquellas situaciones y la conmoción que le producían, quiso hacer de su palabra una convocatoria para la acción regeneradora, con el fin de volcar voluntades de solidaridad que pudieran "remediar en alguna manera la perra suerte de estos sin ventura". Su yo-poeta encuentra en esta dimensión otorgada a la palabra, por la solidaridad necesaria, una forma superior de regocijo interior que no tiene reparo confesional: "si estas líneas mías lograsen producir algún buen movimiento en vosotros [... afirma] quedaría más satisfecho de ellas que de un bello poema o una hermosa página literaria"6. Y es ese necesario y anhelado desborde de solidaridad, que en su concepto involucra tanto a la sociedad civil como al Gobierno, el que comprende como la única forma de quitar del "mundo una enorme infamia del pasado"7.

En el cuento-prólogo de tono autobiográfico "Primavera apolínea", Rubén alude a su iniciación en el "sentimiento de la solidaridad humana", considerándose a sí mismo, en este sentido, como "vibrantemente personal". Y, confiesa: "como no encontraba campana mejor que la que levantaba el alma de los desheredados, de los humildes, de los trabajadores, me fui a buscar a Cristo por los mesones de los barrios bajos"8. Rubén Darío no tuvo prejuicios que limitaran su contacto con los que sufren colocados en la marginalidad y la barbarie de nuestras sociedades. Y si tuvo, a más del desaliento y las vacilaciones existenciales, su parte de lujos, placeres y de espíritu aristocrático, es él quien se adelanta a respondernos: "no por eso olvidé el sufrimiento de los que consideraba mis hermanos de abajo"9.

Rubén se preguntaba, consciente de que la gran aventura de conocimiento y cambio del ser humano le ha permitido hacerse de una civilización más refinada, si acaso, al lograrla, "los hombres han llegado a ser más indolentes", puesto que la miseria, con ser tan antigua, es hoy más creciente y dramática10. La ciudad prospera en busca de la abundancia y el confort, pero la industria de la miseria persiste en su seno, y con creces. De la falsa miseria y de la verdadera miseria; "la primera -alega Rubén- toca a la Policía; la segunda, a la caridad"11.

En distintas ocasiones reiteró su esencial condición humana. "Nada me fue extraño —afirma—, y mi yo invadía el universo"12. Y en esto no sólo entraba en juego su profuso caudal de sensibilidad y experiencia, y su don de perspicaz observador de las emociones humanas, sino también el conocimiento del curso cotidiano que le proveía el diarismo. Supo de "todo el endemoniado producto de una inmensa ciudad"13, de la "terrible vida moderna"14: "Sodoma por una parte y Lesbos por otra"15. Esto lo hizo apreciar enormemente el gesto generoso y la obligación sentimental, que puede ir desde el calor que proporciona al alma "una frase, un apretón de manos a tiempo"16, hasta la formación de asociaciones con el fin de favorecer la suerte del desventurado; desde la promulgación de "leyes y disposiciones oportunas"17, hasta un sencillo "dar de comer a los pajaritos"18. Una honda satisfacción le causaba, pues, saber que en el vasto "cuerpo" social de la ciudad moderna, había un "corazón" que "anima a las individualidades silenciosas y discretas que hacen el bien callado a los hospicios y lugares de asilo". Ese corazón impulsa:

a las viejas caritativas a llevar pan y carbón a sus pobres; él sostiene a las infinitas muchachas honestas que, viviendo con el lupanar a la vista, prefieren ir a la fábrica para dar de comer a la madre inválida o al hermanito enfermo; él se revela, por fin, en los que se ahogan por salvar suicidas, en el médico que va a ver el infeliz y le deja con la receta el dinero para pagarla, en las nobles cooperativas, y hasta en el cochero viejo que se mata porque se le murió el caballo, que era su antiguo compañero19.

Para Rubén, ningún sentimiento de origen noble debe ser ridiculizado, ni siquiera el que se siente con honda emoción hacia la naturaleza: paisaje, animales, flores o agua. Nuestro compromiso es social y natural: "tengamos —dice— la pasión del universo, la tendencia a nuestra unidad"20. Y en esto nos da una pasmosa ilustración: la conmovedora petición que hace algún tiempo dirigieron al Congreso belga los miembros de un Instituto de ciegos: "Sabido es que en ambas partes —en Francia y Bélgica, según indica Rubén— a los pajaritos cantores, para que canten mejor, les sacan los ojos, sin duda, acordándose del divino Melesígenes, que también supo ser armonioso sin los suyos... // En Bélgica hacen los mismo, y esos ciegos del Instituto han intercedido por los ojos de los pajaritos..."21.

Quizá el tema la más conmueve la humanidad de las personas sea el infortunio de los niños. Éstos suscitaron en Rubén, junto al más tierno afecto, una profunda preocupación al ver invadidos el universo y el alma infantil por los vientos de cambio del mundo. Sus preguntas son incisivas:

¿Es que ya, en realidad, no hay niños? ¿Acaso el alma infantil de otras veces ha desaparecido, y se nace hoy suscriptor del periódico, miembro del club o pretendiente a un sillón del Congreso o del Instituto? ... ¿qué tiene que ver la imaginación del niño y su necesidad de distracción con las miserias de la actualidad, con la anécdota vil de la vida política o de la vida social?22.

La juguetería inculca la intolerancia, la violencia, la superficialidad y el indiferentismo, cuando los principales elementos que hay que saber despertar en el espíritu pueril son la risa y el ensueño.

Esto, que envuelve en signos inciertos la convivencia de los "hombrecitos de mañana, o de pasado mañana", tiene, además, su espacio oscuro de más cruenta realidad. Nada hay más horrible y lastimoso para Rubén que "la existencia martirizada que les hacen padecer los hombres viles que los tratan como a bestias productoras"23. Éstos hacen de su vida la cruel antesala de "una muerte casi segura" de la que, si se escapan, no es sino para "caer en poco tiempo en la degradación de todos los vicios y en la posibilidad de todos los crímenes"24. ¿Acaso sea una semejante "mísera infancia esclavizada" la que sustenta la "desesperada tanatofilia" pueril que, dice en otro parte25, registran las estadísticas?

El tema del infortunio asociado a una discapacidad, también es objeto de su atención, en particular, los ciegos. El tema había estimulado su sensibilidad humana desde su estadía en Chile. El 21 de agosto de 1888 dio a luz en La libertad electoral su cuento para niños "El perro del ciego"26, en el que, desde el prisma de la piedad cristiana y el castigo de Dios, narra la historia de un niño odioso que "se burlaba de los cojos, de los tuertos, de los jorobados, de los limosneros que andan pidiendo a veces en nombre de su negra miseria ridícula", y que, en uno de tantos días escarneció a un viejo ciego al hacerlo a él y su perro víctima de sus maldades. El viejo estuvo a punto de morir; el perro no las sobrevivió, y el victimario sufrió la cólera divina. El relato, cuyo objeto es instar a los niños a las buenas acciones, hace a Rubén proferir: "El niño que siente las penas de sus semejantes es un niño excelente que el Señor bendice".

En 1910, Rubén tuvo un insólito paseo por las calles de París en compañía del doctor Luis Debayle, médico eminente y amigo suyo que, según sus propias palabras, "aplicara semejante medicina de amor", refiriéndose a la esperanza, el amor y el bien27 que proporcionaba el galeno en el ejercicio de su profesión. Este encuentro se dio, seguramente, en ocasión de la llegada del doctor Debayle a aquella urbe, con motivo de recibir la distinción que se le otorgara al aprobarse su incorporación a la Academia de la Medicina de Francia. Mientras caminaban, durante una tarde de domingo, llegaron al Hospicio en que se ofrece atención y albergue a personas ciegas de todas las edades, desde ancianos hasta niños. Esta visita fue una de las incisivas inmersiones de Rubén en la cara oculta de la sociedad, de la que nos dejó testimonio escrito, el que a continuación glosamos. Como fue usual en sus crónicas, Rubén abunda en descripciones, no tanto para mostrarnos la parte física del establecimiento, sino para resaltar el drama humano que contiene.

Por todas partes vense numerosos enfermos —refiere—, ancianos casi todos. Unos descansando la cabeza entre las manos; otros con la frente alzada, como buscando algo que no encuentran y como interrogando al destino. Algunos, apoyados con sus bastones, titubeantes, explorando con ellos la senda invisible o conducidos por lazarillos, se mueven vacilantes, la cabeza levantada y como buscando en otro sentido la orientación que no les pueden dar los ojos sumidos en las tinieblas28.

A Rubén lo conmovió profundamente la penuria en que el infortunio hunde a las personas ciegas, la de aquellos que llevan consigo la nostalgia de los goces que una vez sintieron debidos a "los encantos de la Naturaleza, de la gama admirable de los colores, de la hermosura de la luz". La de aquellos que, "víctimas de la ignorancia o del vicio de sus progenitores, vieron al nacer apagarse ante sus ojos la amada luz del sol"29. Y en aquel Hospicio, pudo observar la diversidad de casos y dramas que a diario afrontan los médicos, quienes, "a pesar de tanta práctica y tanta escena análoga, no puede[n] ser indiferente[s] ante tan terrible desgracia"30. ¿Y cuáles son las causas de este "fatal destino"? Si Rubén hubiese estado sumido en el indiferentismo que criticó, no se habría hecho esta pregunta, ni hubiese sido tan incisivo su planteamiento: "Las grandes ciudades —nos dice—, con sus hacinamientos absurdos y sus tugurios circundante, verdaderos laboratorios de la miseria; los populosos centros industriales, sin condiciones higiénicas; la ignorancia, pesando aún por todas partes, y el descuido —consecuencia suya— agravando el mal"31.

Rubén nos dibuja un amplio cuadro de causas que conducen a las personas al reino de las tinieblas. Causas congénitas, causas adquiridas, y como telón de fondo, la ignorancia, el descuido y la miseria. Lesiones diferentes, accidentes de trabajo, infecciones internas y externas, tumores, deficiencias nutricionales, y más: "Víctimas de la ignorancia o el vicio de sus progenitores", dice: y todavía hoy se repite una y otra vez, cómo la ignorancia decide el destino de los niños ciegos. La familia no sabe como tratarlos, no sabe como ayudarlos, no sabe si han de ir a la escuela, y escudados en un errado instinto protector, limitan los estímulos del niño, privándolos de experiencias y frustrando su desarrollo. La necesidad que obliga a trabajar en malas condiciones. Una mujer, con un niño de escasos años en brazos, sirve de lazarillo a un hombre adulto. "¿Por qué no ha cesado usted en su trabajo como se le dijo? [inquiere el médico]. —¡Oh!, no podía, señor. Mi mujer y mis hijos no tenían pan"32. Y, para colmar el dramatismo de cuanto ocurre, "el turno de los niños", los niños de escasos años, y los tiernos:

¡Cuántos pobres mal vestidos, hijos de los obreros que trabajan en el faubourg y cuyo esfuerzo no basta para alimentarlos! Pálidos, cubiertos de erupciones o con la degeneración de la córnea, propia del raquitismo, u otra dolencia terrible, o debida a la deficiencia de nutrición o a tales o cuales causas hereditarias33.

En ese Rubén humano, demasiado humano, todo su ser se revuelve al grito continuo de los niños recién nacidos, pero ya no por la "habitual molestia" que provoca su impaciencia, sino porque "nos deja mudos de pena al vernos impotentes para prevenir lo irremediable". Y a la pregunta de "¿podrá ver mi hijo doctor?", un "tal vez sí" que muestra al médico "embarazado entre la mentira consoladora y la verdad terrible..." que pronto la madre descubre llorando desesperada al saber privado a su hijo del "derecho a la luz"34.

Frente a estas situaciones, Rubén sentía su humanidad avergonzada. "Apena —decía— llegar al convencimiento de lo hondo del mal", que se torna sin salida "mientras la ignorancia y la incuria sean como naturales en tanto desgraciado". Es un problema de grandes magnitudes sociales, económicas y educativas. "Pero —agrega Darío— cuando la ignorancia sea vencida, cuando el imperativo de la necesidad no obligue al hombre a inutilizarse, cuando la incuria no ate las inteligencias, ¿enviará aún el vicio sus víctimas a los hospitales...?"35. Una terrible pregunta respecto de la que, abriéndonos el espacio para soñar un mundo mejor, sólo nos queda confiar que, si el mal no termina porque la naturaleza también tiene sus cosas extrañas, al menos la vida sería más humana.

Debido a su fe cristiana, Rubén consideró como salidas a la crisis de humanidad en que se empantana la sociedad, la práctica del amor y la caridad. "El amor lleva a Dios tanto o más que la fe"36, "la caridad salvaría al mundo"37, dijo alguna vez.

El argumento de la caridad fue, hasta cierto punto, recurrente en Darío. Brota en escritos de diferentes géneros y temas, con distinta propósito, intensidad, lirismo. Al menos dos de sus poemas se ocupan exclusivamente de ella. Por cierto, ambos llevan por título "La caridad". En uno, de 1897, resalta la vocación donante de pueblo argentino:

Ricas manos bondadosas,
manos blancas como rosas,
pobres manos del obrero,
todas tienen, todas dan,
todo brazo es el primero
que conduce alivio y pan38.

Reza en una de sus estrofas. El segundo, escrito en Mallorca diez años después, es menos laudatorio y más lírico, y continúa en la línea exhortatoria de la actitud donante para con el necesitado y el desvalido, como expresión de virtud cristiana:

¡Dad al pobre, dad al pobre
paz, consuelo, alivio, pan!
¡Que recobre
la esperanza y la alegría
con la ayuda que le dan!
......................................
Si a los tristes dais consuelo,
sensitivos corazones,
¡tendréis alas en el cielo
y en la tierra bendiciones39!

Pero estas apreciaciones no son tan simple, pues asimismo señalaba, y de modo más concreto, que "la caridad no puede matar tantas hambres, por más que se establezcan lugares donde haya sopas baratas o gratuitas"40, concepto que no debemos restringir tan sólo al hambre que se siente por el estómago. Es también el hambre de educación, el hambre de salud, el hambre de amor, el hambre de dignidad. Y puesto que, según sus propias palabras, este "amargo problema" es "el resultado de un sistema industrial desorganizado y establecido contra todo principio de humanidad"41, su solución es mucho más compleja y radical.  

Darío se expresa con el lenguaje que le proporciona su fe cristiana, el cual resulta frecuente en el tratamiento de estos temas. Pero, como se puede notar, analizado con mayor detenimiento, es evidente que en su concepto la caridad no se limita a la voluntad donante que busca tener abierta las puertas del cielo, sino que trasciende hacia el sentimiento de verdadera solidaridad humana, al de la persona que se siente lastimado con el sólo hecho de saber la existencia del sufrimiento humano; la de la persona que se afirma en la fe de que la verdadera solidaridad nos hace mejores seres humanos; de que, como dijimos en párrafos anteriores, citando sus palabras, "el amor —y diríase mejor la solidaridad— lleva a Dios tanto o más que la fe". Paradójicamente, con todo y lo duro que fue la vida para Rubén, cuya síntesis la dio a Mayorga Rivas diciéndole: "¡Oh, Ramón, tú sabes las tristezas morales de mi niñez, las penas de mi juventud: sabes también, amigo mío, las cosas dolorosas del hombre...!"42; con todo y su tristeza congénita y su propensión a ver las cosas más funestas de lo que eran43; con todo y el desgarramiento moral y social del tiempo que le tocó palpar, Rubén le rehuyó al aprisionamiento en la amargura, el desencanto y el escepticismo. Muy por el contrario, guardó, como él mismo dijo, en lo profundo de su ser "bondad, mucho cariño, mucho amor"44; cupo siempre en su alma la esperanza, al extremo de poner en sus labios un "soy optimista"45. Si bien la incertidumbre gobierna el mañana, Rubén no quiso aceptar sin más aquello de que "todo tiempo pasado fue mejor"46, y a diferencia de ello nos dijo que: "la vida será más bella cuando el Mundo / sea un canto de rítmica armonía..."47. De igual modo, dice Darío: "Supe, más que nunca, que nuestra redención del sufrir humano está solamente en el amor. Que el gozo de existir debe ser nuestra virtud del paraíso"48, y que, para salir del mal que, tanto individual como colectivamente nos embarga, "nuestro principal poder, nuestra principal riqueza: [es] la voluntad..."49.

Notas

1 Rubén tuvo frecuentes momentos de introspección, que le condujeron a reconocer no sólo sus virtudes —cuyo pronunciamiento le ha valido más de una vez para ser calificado de egotista—, sino también sus defectos. Dice en carta a Luis Berisso, desde Madrid a inicios de 1899: "Cada día me convenzo que usted con todos los defectos que tengo —¡como todos!— es y ha sido el mejor de mis amigos". En: Rubén Darío. Cartas desconocidas de Rubén Darío. Managua: Academia Nicaragüense de la Lengua, 2000: 186.

2 De Terencio, en uno de los parlamentos iniciales de la obra referida: "Homo sum, humani nihil a me alienum puto": Hombre soy; nada de lo que es humano lo considero ajeno a mí. Para citación de texto: Rubén Darío. La isla de oro. Edición de Luis Maristany. Barcelona: J. R. S. Editor, 1978: 25.

3 Rubén percibió y dio testimonio de la creciente crisis de valores que se experimenta la sociedad de fines del siglo XIX e inicios del XX, del ascenso de una racionalidad instrumental y utilitaria que bastardea los valores supremos y sumerge en la miseria social y moral, en la intolerancia, en la tristeza, la desilusión y la desesperanza. En 1886, comentando Vida de Bohemia de Henry Mürger, Rubén indicaba: "¡Todo cambia en este mundo! El progreso tiende a desbaratar el sentimiento como objeto inútil y a dejar entronizado arriba y abajo, en el banquero como en el estudiante, el rey-cálculo, majestad muy positiva". Cfr.: Rubén Darío. Obras desconocidas de Rubén Darío escritas en Chile y no recopiladas en ninguno de sus libros. Edición de Raúl Silva Castro. Santiago: Prensas de la Universidad de Chile, 1934: 65. También: Pablo Kraudy. Modernidad, democracia y elecciones en Rubén Darío. Managua: CIRA, 2001.

4 Rubén Darío. Obras completas. Madrid: Afrodisio Aguado, 1950. vol. IV: 1038.

5 La identificación de Rubén con el sufriente y el desamparado, trasciende los linderos culturales y raciales. En 1912, los horrores y angustias de la guerra turco-balcánica lo hacen declarar: "Yo no soy antisemita, antes bien mi simpatía va a esas tribus deshechas, a esas familias errantes o perseguidas...", y, en un sentido diferente, al comentar un estudio sobre la literatura de los negros, niega "ciertos prejuicios sobre la inteligencia de los negros" y destaca el talento de este grupo humano, descalificando autores que, como D'Acumba, Harris y Grabowski, han escrito obras en que justifican y legitiman alguna forma de esclavitud invocando y desnaturalizando argumentos bíblicos. "Los amigos y partidarios de la esclavitud —dice— han sido, necesariamente, los enemigos de la humanidad". Para citación de nota, "Los judíos en oriente. La poesía judeo-cristiana" y "El talento de los negros". En: Rubén Darío. Escritos dispersos de Rubén Darío. Edición de Pedro Luis Barcia. La Plata: Universidad Nacional de La Plata, 1968. v. I: 284 y 296 respectivamente.

6 Rubén Darío. Parisiana. Madrid: Mundo Latino, 1920: 104.

7 Rubén Darío. Parisiana. Ed. cit.: 109.

8 Rubén Darío. Cuentos completos. Managua: Nueva Nicaragua, 1990: 375-376.

9   Rubén Darío. Obras completas. Ed. cit., vol. IV: 1028.

10 Véanse los ensayos "Los miserables", "Los modernos Ícaros (La Caravana Pasa, Libro Tercero), "El hipogrifo" (Parisiana). "Jamás el ser humano —concluye Rubén— ha sido menos ángel; jamás ha sido más bestia fiera. Y esto con automóviles, con telégrafos sin hilos, con cinematógrafo, con omnipotencia de la máquina en la industria y del oro en todo". Para referencia de texto: Rubén Darío. Obras completas. Ed. cit., vol. IV: 1045. Para citación de nota: Rubén Darío. Parisiana. Ed. cit.: 179.

11 Rubén Darío. Obras completas. Ed. cit., vol. IV: 1049.

12 Rubén Darío. Obras completas. Ed. cit., vol. IV: 1026.

13 Rubén Darío. Obras completas. Ed. cit., vol. IV: 1020.

14 Rubén Darío. Obras completas. Ed. cit., vol. IV: 970.

15 Rubén Darío. Obras completas. Ed. cit., vol. IV: 1020.

16 Rubén Darío. Cuentos completos. Ed. cit.: 131.

17 Rubén Darío. Parisiana. Ed. cit.: 109.

18 Rubén Darío. Obras completas. Ed. cit., vol. IV: 1017.

19 Rubén Darío. Obras completas. Ed. cit., vol. IV: 1023.

20 Rubén Darío, Obras completas. Ed. cit., vol. IV: 1024.

21 Rubén Darío, Obras completas. Ed. cit., vol. IV: 1024-1025.

22 Rubén Darío. Parisiana. Ed. cit.: 17-18.

23 Rubén Darío. Parisiana. Ed. cit.: 105.

24 Rubén Darío. Parisiana. Ed. cit.: 105.

25 Rubén Darío. Ramillete de reflexiones. Madrid: Librería de los sucesores de Hernando, 1917: 5.

26 Rubén Darío. Obras desconocidas de Rubén Darío escritas en Chile... Ed. cit.: 222-227.

27 El doctor Luis Debayle, quien poseyó también talento literario, había dedicado un poema a Darío, cuya primera estrofa dice: "Has apurado, Rubén, / la célica medicina: / esperanza, amor y bien / son una porción divina, / peregrina". En retribución de la cortesía y el afecto de su amigo, Rubén escribió su "Respuesta al Doctor Debayle", colocando como epígrafe el poema del galeno. Rubén Darío, Poesías completas. Madrid: Aguilar, 1967. vol. II: 1025-1026.

28 Rubén Darío. Obras completas. Ed. cit., vol. II: 661.

29 Rubén Darío. Obras completas. Ed. cit., vol. II: 661-662.

30 Rubén Darío. Obras completas. Ed. cit., vol. II: 667.

31 Rubén Darío. Obras completas. Ed. cit., vol. II: 669.

32 Rubén Darío. Obras completas. Ed. cit., vol. II: 664.

33 Rubén Darío. Obras completas. Ed. cit., vol. II: 665.

34 Rubén Darío. Obras completas. Ed. cit., vol. II: 667-668.

35 Rubén Darío. Obras completas. Ed. cit., vol. II: 669-670.

36 Citado por: Catalina Tomás McNamee. El pensamiento católico de Rubén Darío. Madrid: Universidad de Madrid, 1967: 21.

37 Catalina Tomás McNamee. El pensamiento católico de Rubén Darío. Madrid: Universidad de Madrid, 1967: 29.

38 Rubén Darío. "La caridad" (Buenos Aires, 1897). En: Poesías completas. Ed. cit., vol. II: 983.

39 Rubén Darío. "La caridad" (Palma de Mallorca, 1907). En: Poesías completas. Ed. cit., vol. II: 1017-1018.

40 Rubén Darío. Obras completas. Ed. cit., vol. IV: 1043.

41 Rubén Darío. Obras completas. Ed. cit., vol. IV: 1050 y 1048 respectivamente.

42 Rubén Darío. "Carta a Ramón Mayorga Rivas, febrero de 1896". En: Rubén Darío. Cartas desconocidas de Rubén Darío. Ed. cit.: 150.

43 La personalidad de Darío poseyó una marca nota de indefensión que motivó el protectorado de sus amigos. Él mismo lo refiere diciendo, en carta a Fabio Fiallo: "¡Ay de mí, que tiemblo ante las menores cosas de la vida! Es otoño. Estoy triste. ¿Por qué no se irá al diablo la tristeza?". Cuando se veía objeto de "intrigas ruines", este rasgo se acentuaba: "yo no soy hombre de esas ásperas luchas, no puedo con la intriga y a causa de mis nervios y de sensibilidad, todo lo veo aumentado y por el lado trágico", confiesa a José Madriz. Rubén Darío. "Cartas a Fabio Fiallo y José Madriz, del 6 y el 14 de noviembre de 1908 respectivamente". En: Rubén Darío. Cartas desconocidas de Rubén Darío. Ed. cit.: 286 y 289.

44 Rubén Darío. A de Gilbert. Ed. cit.: 244.

45 Rubén Darío. "Carta a Julio Piquet, 11 de diciembre de 1913". En: Rubén Darío. Cartas desconocidas de Rubén Darío. Ed. cit.: 376.

46 Rubén Darío. "Carta a Luisa Ortega de Gámez, 15 de septiembre de 1903". En: Rubén Darío. Cartas desconocidas de Rubén Darío. Ed. cit.: 213.

47 Rubén Darío. "Extravagancias". En: Poesías completas. Ed. cit., vol. II: 1096.

48 Rubén Darío. Obras completas. Ed. cit., vol. IV: 1030.

49 Rubén Darío. Letras. París: Garnier Hermanos, [1911]: 50.

Bibliografía

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