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Cuadernos del CILHA

On-line version ISSN 1852-9615

Cuad. CILHA vol.10 no.2 Mendoza Jul./Dec. 2009

 

ARTÍCULO ORIGINAL

Vargas Llosa y la historia de las ideas: avatares de un esquema

Wilfrido H. Corrala

a. Sacramento State University, Estados Unidos

corralwh@csus.edu

Recibido: 30-04-2008 
Aceptado: 20-06-2008   

Resumen: Este artículo define las coordenadas del pensamiento de Vargas Llosa, arguyendo que sus ideas, obviamente inseparables de su narrativa y del mayor contexto occidental, no son el objeto de una atención matizada. La consistencia ideológica del autor yace particularmente en las razones de su presunto "giro conservador", y en general en la autocrítica e independencia que lo convierten en parte de un puñado de intelectuales públicos latinoamericanos con influencia en Occidente.

Palabras clave: Vargas Llosa; Historia de las ideas; Intelectuales públicos; Pensamiento liberal de Occidente

Abstract: This article defines the coordinates of Vargas Llosa's thought, arguing that his ideas, obviously inseparable from his narrative and the larger Western context, are not the subject of careful scrutiny.  The author's ideological consistency lies particularly in his purported "conservative turn," and generally in the self-criticism and independence that make him in part of a handful of influential public Latin American intellectuals in the West.

Keywords: Vargas Llosa; History of ideas; Public intellectuals; Liberal Western thought

Aunque siempre está detrás de la de los libros, o en ellos, la batalla de las ideas sigue manteniendo su protagonismo en el siglo veintiuno.  Particularmente después del affaire Dreyfus, los novelistas casi nunca están ausentes de esas luchas. Ninguno ha estado en el meollo de la versión hispanoamericana de esa condición como Mario Vargas Llosa, con sus ensayos, novelas, periodismo, y textos afines. En este siglo, el ubicuo autor es también el reconocido director de una orquestación internacional (no oficial) a favor de la libertad en la literatura y las ideas sociales que la nutren. Como con todo buen director, su primacía surge sólo cuando es necesario, con una especie de yo antagónico. El esquema que sigue descifra el contexto individual e internacionalista del pensamiento de ese hombre-orquesta. Si se ha postulado de varias maneras que su obra es una serie de preguntas, también es verdad que ha dado muchas respuestas.  Así, se ha convertido en un autor necesario, y por ende también vale saber por qué otros creen lo opuesto.  Este artículo no es ni podrá ser, entonces, una hagiografía, lo último que querría Vargas Llosa.  A pesar de que el éxito de una novela como La Fiesta del Chivo (2000) lo ubicó por más de un año seguido en listas de superventas, es muy revelador que casi inmediatamente publicó los ensayos de El lenguaje de la pasión (2001), como para nutrir a su narrativa de las ideas que siempre la contextualizan. 

Esta tendencia continúa con El Paraíso en la otra esquina (2003) y La tentación de lo imposible: Victor Hugo y Los miserables (2004), y el año pasado con Travesuras de la niña mala (2006) y Diccionario del amante de América Latina (2006). Como asevera un reseñador de Touchstones: Essays on Literature, Art and Politics (2007), selección en inglés de la prosa no ficticia que ha ido publicando en El País y otros periódicos, Vargas Llosa tiene la energía de un Victor Hugo, y esos ensayos, artículos y notas: "Ilustran cómo su crítica literaria y de arte está acorde con sus convicciones políticas, y revela la constancia de éstas durante los últimos veinte años. Es refrescantemente franco: impaciente con las ideas recibidas y la corrección política, siempre cuidadoso para mantener lo que [aquí] llama su 'independencia moral'" (Griffin, 2007: 22). Es decir, su dinamismo imposibilita atraparlo como esclavo permanente de un maestro o una idea fija.  Sin embargo, es un lugar común crítico examinar la importancia de Sartre y Camus en el desarrollo del ideario del autor, aunque él mismo haya esclarecido a principios de los ochenta su progresión intelectual hacia otra ideología, partiendo del contexto de la batalla de las ideas de esos pensadores. Temporalizar así sus "influencias" ideológicas es abreviar las atribuciones y ascendientes de un intelectual dinámico, limitarse al contexto del "último grito" (los años cincuenta, digamos) de ideas que, después de todo, pretendían un alcance mayor. 

Luego vendría su ruptura con el pensamiento que tutela al gobierno de Cuba hasta hoy.  Pero su reacción al pensar isleño cedió antes otras preocupaciones aliadas, como la visión del indigenismo de Arguedas, sobre quien ha venido escribiendo desde 1955, cuando publicó una nota en El Comercio limeño titulada simplemente "José María Arguedas". Para finales de los setenta, establecida su canonicidad, su relación con las ideas se complicó y matizó positivamente, expandiéndose más y más a la sociopolítica transatlántica.  Alrededor de los ochenta, debido a su todavía mal interpretado giro "conservador", se comenzó a hablar de su dependencia en las ideas del filósofo Karl Popper, especialmente en torno a la noción de una "sociedad abierta".  Otra vez, Vargas Llosa se encargó de poner ese peso del pasado en perspectiva y nunca adhirió, por ejemplo, al radicalismo de los seguidores estadounidenses del pensamiento socioeconómico de Friedrich A. von Hayek1. Hacia finales del siglo veinte, y hasta la muerte del letón, el peruano parecía fundar su inclinación ideológica en Isaiah Berlin, y en épocas recientes vuelve constante y matizadamente a Jean-François Revel.  Vargas Llosa se identifica implícitamente con Revel por dar batallas que otros no se atreverían a dar, y cuando en un sesudo y reciente ensayo sobre su modelo dice "escribía con elegancia, razonaba con solidez y conservaba una curiosidad alerta por lo que ocurría en el resto del mundo" (69), o habla de sus oficios (74) o características humanas (76), es como si estuviera hablando de sí mismo.

Pero la influencia es un arma analítica torpe, porque como ocurre con prosistas proteicos como Vargas Llosa, sólo permite escuchar a lo lejos conversaciones sublimadas entre ellos.  Por otro lado, la sucinta progresión esbozada arriba puede dejar la impresión de que en las lecturas del peruano las que más influyen son las ideas extranacionales y adecuadas a un pensamiento único, cuando en verdad no fueron éstas las que le condujeron a postularse a la presidencia de su país, como explica a través de El pez en el agua (1993). Nada más simple o lejos de la verdad, como también demuestra el resto de su poco estudiada obra ensayística.  Vargas Llosa es el barómetro necesario al que hemos recurrido por cinco décadas, no por presentarnos ideas foráneas, sino debido a su sofisticado latinoamericanismo, exento de esencialismos patrioteros. Por esta razón varias ideas del venezolano Carlos Rangel informan el inicial contexto latinoamericanista que definiría el pensamiento del peruano desde los setenta. Investigar o examinar esa actitud o la ética de su autor al respecto, no ha formado parte de los congresos o volúmenes dedicados a él, y no se puede exculpar esa ausencia con el argumento de que es una condición fluida, porque como pretendo esquematizar a continuación, su proceder ha sido consecuente en todo momento.

En el 2008 una de las acusaciones más fáciles contra Vargas Llosa es que su "ideología" es lo más elocuente de su prosa, a pesar de o tal vez debido a que le haya dicho a Aguilar Camín y muchos otros que aquélla nos mató en el siglo veinte.  Ante autores cuyas paradojas vitales podemos ver, pero cuyas contradicciones internas como seres humanos sólo podemos pretender entender, cabe preguntarse por qué (aparte del fanfarronear de articulistas habilitados en universidades estadounidenses) no se ha armado una campaña similar, o escrito estudios, contra el canon ensayístico o novelístico de la "ideología" opuesta a Vargas Llosa.  F. Scott Fitzgerald decía que la prueba de una inteligencia de primer nivel era la capacidad de sostener dos ideas opuestas a la vez, y seguir manteniendo la habilidad de funcionar. Cabe preguntarse también por qué el don para lo obvio en la crítica cultural es aplicado de una manera que descontextualiza solamente ciertas batallas ideológicas. El fluir de la inconsciencia crítica o falta de "ética discursiva", son altamente responsables del relativismo interpretativo e institucional que promulgan los partidarios de la "alta teoría" enfrentados al peruano, así no lo hayan leído, velando lo que verdaderamente es retórica desprestigiada, lugares comunes, etiquetas lapidarias y textos cobardes.  Desde ese contexto Vargas Llosa nunca podrá ser acusado de extremista, como en su momento señaló Mario Benedetti, porque ningún prosista hispanoamericano actual entra en la batalla de las ideas de la manera visceral en que lo ha hecho él.

En el espacio del cual dispongo quiero argüir que la percepción comparatista dedicada a probar lo que podríamos llamar su querella contra la "dependencia" mental de nuestros pensadores, deja de lado la vasta y simbiótica influencia en nuestro autor de pensadores latinoamericanos.  Los tiros, veremos brevemente, van y vienen desde otros lados. En un homenaje de 1969 a Alfonso Reyes, Vargas Llosa dice que el regiomontano "desbarató con su oceánica curiosidad la división artificialmente creada entre 'americanismo' y 'europeismo', mostró que ambas fuentes constituían en anverso y el reverso cultural de América" (162).  Propongo a continuación un esquema similar para desenredar la tira de Moebius que es la relación de Vargas Llosa con las ideas.  Pero otra vez, vale recordar que todavía no tenemos el libro o artículo que desenrede sus ideas, ni el crítico que intente llevarlo a cabo.  Por ende, es preciso aseverar que para el autor de La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo (1996), tal vez el más polémico y reconfigurado de sus ensayos, las ideas se mueven a través de espacios geográficos y sociales, con los artefactos, estructuras e instituciones que las sitúan en el contexto en que las encontramos. 

En ese tejido, es arduo echarles la culpa de todo a los yanquis, o creer que el Subcomandante Marcos y Rigoberto Menchú son pensadores americanos netos, como ha manifestado Roberto Fernández Retamar, pensador como ellos de una idea única, sin notar la diferencia entre filosofía como sistema y la opinión como consigna. Dicho de otra manera, que Vargas Llosa escriba desde Madrid o Londres no quiere decir que sus ideas, recibidas u originales, han sido adaptadas y transformadas permanentemente por un solo movimiento cultural del novelista. Durante la época que le ha tocado vivir, el autor de El hablador ha visto algo indudable: que el mundo de las ideas, aun antes de la globalización, se adaptaba, reubicaba y transformaba al cruzarse o chocar con un ambiente nuevo. Kwame Anthony Appiah pregunta acertadamente hasta qué extremo se puede llevar la idea de "un ciudadano del mundo", como si uno en verdad debe abjurar todo lazo y parcialidad en nombre de la humanidad, esa abstracción tan vasta (xv-xvi).  No veo ninguna razón para descartar esa interpretación, aunque tampoco veo gran recompensa en creerla.

Esos cruces no significan necesariamente el surgimiento de un híbrido, porque no importa qué se diga acerca del "neoliberal" de Vargas Llosa -que dicho sea de paso rara vez se contextualiza con su conversión de joven burgués peruano a progresista internacionalista dedicado al experimento cubano de los sesenta- la realidad es que es difícil encontrar textos no ficticios suyos que no sean latinoamericanos en cuerpo y alma, y enigmáticos por distanciarse del realismo mágico que todavía los puede afectar. Para él, la circulación y transferencia de ideas conlleva usos de tradiciones y formas estéticas que nunca han tenido fronteras, lo que en términos convencionales se llamaba "universalismo" y hoy interdisciplinaridad. Si tuviera que apostar dónde se encuentra Vargas Llosa hoy respecto al aluvión de ideas, diría que está en el meollo de la dinámica cultural que examina cómo aquéllas se apropian, encuentran y reciben para crear redes e intermediarios transnacionales. Como asevera The New York Times en una nota que complementa la reseña (por Harrison) de la versión inglesa de Travesuras de la niña mala, se puede medir la presencia de un autor por los escritores que se ponen en fila para reseñar sus libros. Así, entre 1982 y 1990 sus libros fueron reseñados en aquel periódico por William Kennedy, Robert Stone, Julian Barnes, Robert Coover, Ursula K. Le Guin y Anthony Burgess. Pasemos entonces a la representación más reciente de sus ideas presentes, tal como las recoge en Diccionario del amante de América Latina (2006), para contextualizarlas con los desarrollos anteriores que le sirven de plantilla.

"Amante" se asocia fácilmente con nuestro continente, aparte de que autores como Vargas Llosa siempre parecen tener peleas de enamorados con el mundo. Voltaire, en el suyo, decía que los diccionarios se hacen de diccionarios, y el Dr. Jonson creía que eran como relojes, porque no funcionan, pero es mejor tener uno. Ambas condiciones se dan en el peruano, porque su prosa no ficticia es simbiótica y el barómetro necesario al que hemos recurrido durante casi cincuenta años. Aunque parezca pleonasmo, la divulgación actual de su prosa no ficticia no deja de sorprendernos, y no sólo porque éste es el segundo libro de ensayos que publica primero en francés (como Dictionnaire amoureux de l'Amérique latine [2005], el anterior fue Un demi-siècle avec Borges, de 2004). En rápida sucesión, su ensayística también se publica en inglés, como si Occidente quisiera ponerse al día con la energía de uno de los escritores que más ayuda a pregonar esa cultura. En virtud de su visión inquieta y lenguaje cinético, coadyuvado por similar valentía, Vargas Llosa es incapaz de ser tedioso, aunque superar esa combinación no quiere decir que cada escrito incluido en Diccionario del amante de América Latina tendrá la misma vigencia. Después de todo, cada diccionario personal se convierte en testimonio, y Vargas Llosa lo percibe así en su prólogo. En esa dinámica yace su enamoramiento permanente, y de ella surge ese libro que, por ahora, provee un resumen íntegro de sus ideas.

Sus apartes sobre varios escritores (sabemos que conoce a casi todos los que valen, y más), casi siempre tienen la temible agudeza crítica de sus libros sobre Flaubert, Arguedas y el que ha resucitado hace poco sobre García Márquez; pero es así sólo si se ve las notas contenidas como fichas de diccionario, no en el contexto de los libros mayores que ya ha producido sobre esos tres autores (ahora faltaría el Hugo de La tentación de lo imposible). Los recuerdos personales, generosos en anécdotas y escenas reconocibles de la "vida alfabética", cubren la gama de lo fascinante a lo menos profundo, de lo maravillosamente entretenido a la superabundancia de información, como vemos en las notas, apuntes, fragmentos y menciones acerca de Balzac, Bioy Casares, Eco, Foucault, Monterroso y varios otros.  ¿Qué hacen aquellos "extranjeros" en un volumen cuyo autor quiere valorar lo latinoamericano? La respuesta no es complicada. Como dice en el texto sobre sus años parisinos (ficcionalizados retrospectivamente en Travesuras de la niña mala), allí "los artistas y escritores de América Latina se conocían, trataban y reconocían como miembros de una misma comunidad histórica y cultural, en tanto que, allá, vivíamos amurallados dentro de nuestros países, atentos a lo que ocurría en París, Londres o Nueva York, sin tener la menor idea de lo que ocurría en los países vecinos, y, a veces, ni en el nuestro" (285).

Tal vez por ese viaje contrario al provincianismo al que usualmente obliga el alejarse del contexto nacional de uno, los apartados para autores nómades y políticos nacionalistas que le obsesionan son mayores, como ocurre con los dedicados a Borges, Cortázar, Donoso, Edwards, Mariátegui, Moro, Sartre y Vallejo, sin faltar Castro, Che Guevara y Fujimori (compárese el genial contexto mayor, y personal que le da a éste en la ficha "Cholo"), que tienen algo del "corte y pegue" que caracteriza a este tipo de compilación. Y como para proveer un mayor contexto o evitar la sensación del reciclaje, otras fichas se ocupan de "Compromiso", "Patria" y "Utopía", presentada esta última como palabra clave2. Cada ítem contiene notas al pie (algunas demasiado pleonásticas para un latinoamericano culto), y es claro que son del compilador, no del autor. Como demuestra adicionalmente Diccionario del amante de América Latina, casi cada negocio, por no decir ideas, tiene sus celebridades, escándalos, cambios de paradigmas y chismografía, que si no explican conceptos, por lo menos dan pistas para conversar y, en el mejor de los casos, pensar. 

Los iniciados saben que el mundo de los libros no tiene una reputación correcta y formal, y como lo cortés nunca ha quitado lo valiente en Vargas Llosa, tampoco decepciona en las páginas consagradas a esos temas, los más. Son de particular interés al respecto las dedicadas a Balcells y Barral, y otra muy conocida a su maestro Raúl Porras Barrenechea. Pero a quien más le dedica páginas respetuosas es a la maestría de Octavio Paz, añadiendo unos cinco párrafos iniciales al ensayo que dio su título a El lenguaje de la pasión.  En las fichas más "literarias", entre ellas las dedicadas a "Cuentos", "Indigenismo", "Literatura" y "Novela", el ensayista no ha renunciado a su propia interpretación de los deberes del novelista: la autocrítica. Por ende, esas fichas son complementadas por las que giran en torno a conceptos de raigambre popular como el "Humor", la "Huachafería", "Radioteatros", "Sectas" y el "Telurismo", sin dejar a un lado conceptos expuestos sobre los locales de varias de sus novelas en "Lima", "Selva", "Sertao" y, ¿por qué no?, "Europa". 

Tampoco deja de hablar de un par de sus obras o los objetos en que se inspiraron (Los cachorros y La casa verde), como de los personajes reales de quienes se imbuyeron, como "El Consejero" y "Flora Tristan".  Pero ojo, porque de esas relaciones no se debe desprender un comodín de los críticos agobiados por el poder de su ficción: que una de sus principales fuentes de inspiración es sin duda "su propia experiencia", u otra candidez crítica apabullante que postula que en resumidas cuentas su política "es una crítica independiente"3. Desde su tan citado discurso al recibir el Premio Rómulo Gallegos en 1967 hasta hoy ha mostrado que cuando hay una idea de por medio, se está tratando un asunto filosófico, y no se puede ver sus reacciones como "ataques" sino como la continuación de una discusión intelectual acerca de algo real.  Vargas Llosa se ha dado cuenta de que toda revolución necesita contrarios, que frecuentemente se convierten en enemigos, y qué mejor antítesis que la burguesía, blanco conveniente, pero, contradictoriamente, también una fuente de apoyo y estímulo. Por razones similares, ha sido ecuánime respecto a sus ideas acerca de la ficción.  Por ejemplo, a través de La tentación de lo imposible se pregunta si el mundo en verdad ha avanzado con las fantasías revolucionarias de la izquierda, y reconoce que esas promesas han resultado tan falsas como cualquiera fábula.  Retoma esa idea en "Literatura y política..." al afirmar que "la vida política llegó a ser, con Trujillo, literatura, sólo literatura, es decir, pura ficción" (66). 

Pero como sabemos, esa afirmación es más un regreso a una pasión de décadas, a un demonio prodigioso que propulsa su exploración del mundo interno del artista.  Si Vargas Llosa tiene el "problema" de siempre volver a su defensa de la "cultura de la libertad", la izquierda ilustrada tiene el problema de no poder abandonar su obsesión por la idea de la "dependencia", si los ensayos recogidos en Crítica y teoría en el pensamiento social latinoamericano (2006) son prueba fehaciente. Esa fijación puede ser positiva para cierto tipo de pensador, pero la pregunta inevitable es para quién escribe. De la misma manera, esa interrogante no se puede contrarrestar con el facilismo de que los aliados ideológicos de Vargas Llosa escriben libros sobre idiotas para idiotas, y la respuesta no yace necesaria o exclusivamente en los públicos de ambos polos. El hecho es que, por un lado, la historia intelectual debe contextualizar, pero por otro, debe explicar por qué una teoría general propuesta por un escritor como Vargas Llosa es aplicable a diferentes circunstancias en el futuro, si es que es una teoría.

Ante las razones señaladas las fichas que he ido eligiendo de su libro de ensayos más reciente podrían dejar la impresión de que este diccionario se concentra en vivencias, personas y gustos demasiado cercanos al ensayista que tanto conocemos, pero no es así. En este tomo el centro es América Latina y su diversidad, sin simulaciones políticamente correctas, y hallamos fichas acerca de los Andes, Brasil (y Euclides Da Cunha), Chile (y Neruda, en una nota personalísima, más homenaje que la diatriba que sus detractores esperarían), La Habana (y Lezama y su Paradiso), Paraguay (y Roa Bastos), sin que falten las crisis de pintores, artistas y dictadores. Afortunadamente, no hay en el Diccionario del amante de América Latina ningún psicoanálisis barato de la cultura o del latinoamericano, aunque bien sabemos que la introspección le viene fácil al autor, y nunca hemos sospechado que haya sido ambivalente respecto a hacer públicas sus indagaciones personales. 

Consecuentemente, hace poco (octubre 2007) le contestó a una entrevistadora del New York Times que se oponía al psicoanálisis porque "está demasiado cerca a la ficción, y no necesito más ficción en mi vida".  Cuando habla de política (véase las notas dedicadas a "Camus", "Cuba", "Literatura", solamente como comienzo) Vargas Llosa no se engaña con retórica pesimista sobre el ser latinoamericano, porque definirse como tal no quiere decir rechazar nuestro carácter occidental, ni recurrir a esencialismos basados en ataques a un neoliberalismo que, a decir verdad, ya no existe como registro único de ningún estado latinoamericano actual. A la vez, y como Berlin (196-197), Vargas Llosa sabe que la doctrina que el artista es socialmente responsable es antigua, y como su héroe pensador también sabe que:

El arte no es periodismo y no es instrucción moral.  Pero el hecho que es arte no lo absuelve a él, o mejor dicho al artista, de responsabilidad.  Tampoco es la actividad artística un juego de vestimenta que uno se puede poner o quitar porque sí: es la expresión de una naturaleza individual, o no es nada (213).

El peruano matiza esa noción al argumentar en "Literatura y política...", una charla anterior, que ambas están distantes por varios motivos (62), pero es inevitable que confluyan. Por eso asevera que "Creer que la literatura no tiene nada que ver con la política y que si se acerca a ella, de alguna manera se degrada, es creer que la literatura es un juego, una distracción, un entretenimiento" (50). No en vano ya había dicho: "En aquello que se llama 'literatura light' o liviana y que se ha convertido en la tendencia predominante de la literatura contemporánea, la política no tiene cabida" (44).

Se puede rastrear fácilmente, en ensayos y novelas anteriores y particularmente en su prosa de este nuevo siglo, que el autor de La tentación de lo imposible no es un escritor ideológico per se, en gran parte porque no escribe de la política en sí, sino del comportamiento político de seres humanos variopintos. Según él, la opinión nunca le da forma al carácter de una persona (véase el arco del fanatismo representado desde La guerra del fin del mundo hasta La Fiesta del Chivo), ni el prejuicio de ella cubre sus imperfecciones. Por eso, dentro de un esquema de sus ideas, cabe verlo como novelista de vidas personales, según el modelo de su héroe Hugo, porque se preocupa de ideas y sucesos políticos sólo en la medida en que aquéllas distorsionan, estimulan o frustran esas vidas. Pero esa visión no quiere decir que se presente como redentor de seres humanos por medio de ideas que tal vez son demasiado grandes para aquellos individuos, o que su comunicación sea simplemente simbólica, y nada más que un bien cultural. De libro a libro, los que leen a Vargas Llosa asiduamente llegan a admirar su preclara discriminación del juicio humano. Por esa necesidad su imaginación por lo general no se distancia mucho de la actualidad, así quiera encontrar fundamentos en ideas occidentales del siglo diecinueve, por ejemplo. Aparte de la obvia impronta cultural europea, el hecho de que al principio de su carrera como haya leído a los novelistas estadounidenses de la "Generación perdida" (Dos Passos, Faulkner, Fitzgerald y Hemingway), como asevera en entrevista tras entrevista, sirve para hacer hincapié en el amplio parentesco geopolítico de Occidente que siempre ha practicado.

En un homenaje a Alfonso Reyes de 1969 Vargas Llosa habla de cómo el regiomontano desbarató la división artificial entre "americanismo" y "europeísmo", añadiendo que "fue un enamorado de Occidente" que se apoderó de esa tradición, juzgándola con rigor e irremediable buen gusto. El discípulo de entonces es el maestro de hoy, y Diccionario del amante de América Latina muestra que las buenas influencias permiten que se les añada, no que se las revoque. Como dice en "El viaje de Odiseo", epílogo a su Odiseo y Penélope (2007), "Hay una constante en la cultura occidental: la fascinación por los seres humanos que rompen los límites, que, en vez de acatar las servidumbres de lo posible, se empeñan contra toda lógica en buscar lo imposible". El repertorio de Diccionario del amante de América Latina muestra que esa constante también se aplica a las ideas. En la ficha titulada "América Latina" (1988), que podría ser concebida como expresión inicial de su malentendido "neoliberalismo", Vargas Llosa dice "Ser libres siendo pobres es gozar de una libertad precaria y sólo a medias. La libertad cabal y plena sólo florecerá en nuestra región con la prosperidad, que permite a los hombres plasmar sus sueños y concebir nuevas fantasías" ¿Diccionario económico? No. Su frase es más bien otra expresión de otro de sus deberes como intelectual y novelista: desmentir algunas verdades oficiales.

Su generoso prólogo manifiesta que el impulso para su libro fue proveído por algunos colaboradores (Albert Bensoussan, su habitual traductor al francés es uno), pero no cabe duda de que el libro se debe a su ADN, y no sólo porque la distancia entre "amante" y "amoroso" pasa por la acepción de templado, particularmente cuando se trata de fijar su latinoamericanismo por encima de cualquier atavismo nacional. Como ocurre con su prosa ficticia, la consistencia es otro hilo suyo que siempre ha borrado fronteras nacionales y límites estéticos. Como dice todavía otra reciente reseña de Touchstones, colección de algunos de los artículos más representativos de su columna periodística quincenal, Vargas Llosa es "el narrador en quien se puede confiar", porque como lector es un liberador. Así, ideas, textos y semblanzas se mezclan en fragmentos (se indica el año de composición entre paréntesis) cuyo hilo es una visión de América, no una especie de "En esto creo" petulante o poco convincente por ser escrito a la medida calculada de la ideología que el autor cree que se espera de él. Si es verdad que en extensos ensayos y estudios, e incluso en sus columnas periodísticas, noticias y algunas compilaciones anteriores Vargas Llosa ha examinado cabalmente algunos de las cuestiones que trata aquí, o que se espera de un diccionario (digamos, "Civilizaciones, choque de"), el hecho es que el suyo es sui generis. Por ejemplo, la entrada llamada "Juego" es en verdad un análisis de Cortázar, y el dedicado a "Kola Real" un análisis del genio empresarial.

El orden alfabético escogido no provee una idea precisa de las condiciones de producción ni del desarrollo ideológico del autor de un autor con una obra tan heterogénea, cronología que tanto desespera a sus críticos. Se puede suponer que aquella organización se debe a Besounsan, quien armó la versión francesa en que se basa ésta. Flaco favor se le haría a Vargas Llosa al tratar de precisar esos detalles, porque el orden de los factores no altera el producto. Por ejemplo, bien sabemos su opinión acerca del "intelectual barato" latinoamericano en El pez en el agua, pero nótese lo que dice en este diccionario en un texto de 1966, en que distingue entre creador e intelectual: "Si ambas -vocación y opción política- coinciden, perfecto, pero si divergen se plantea la tensión, se produce el desgarramiento. No debemos, empero, rehuir ese desgarramiento; debemos, por el contrario, asumirlo plenamente, y de ese desgarramiento hacer literatura, hacer creación". Como también sabemos, los intelectuales o mediadores baratos de ideas nunca han admitido sus contradicciones, mientras que el peruano ha sido honesto con las suyas, y tolerante con las diferencias. Evita así la perniciosa tendencia de más de un intelectual progresista, en cuyo diccionario no caben la libertad y la tolerancia que no sean "latinoamericanas". Vargas Llosa termina demostrando que hay más personas y cosas que nos unen que las que supuestamente nos separan, y por eso no está de más amar (en un sentido más intelectual que sentimental) las palabras y las cosas que siempre nos han identificado como seres humanos.

Poniendo en perspectiva el estado actual de su pensamiento, del cual su diccionario es sólo la muestra más reciente, es evidente que Vargas Llosa sabe a ciencia cierta que la tormenta de las ideas de las últimas cuatro décadas es contraria a cualquier consideración del fin de la historia de ellas, a la vez que las ve en relación a las edades del ser humano y sus mitologías4. También es axiomático que las ideas siguen fluyendo, que no hay que lamentarse de una falta de ellas, y que su vaivén seguirá marcando a las ciencias humanas. Pensadores como el peruano reaccionarán paralelamente, respetando la profesionalidad de los campos intelectuales, porque para ellos lo conceptual no podía estancarse en lo políticamente efímero.  Como consecuencia, la progresión iniciada con Entre Sartre y Camus (1981), que servirá de base al primer tomo de Contra viento y marea, 1962-1982 (1983), no salió de la nada, aun cuando se considere Historia secreta de una novela (1971, basada en charlas de 1968) su primera incursión sistemática en la prosa no ficticia, después de su tesis limeña. Por esos inicios no siempre calculados respecto a sus fines, autores fundacionales como él, a pesar de donar o salvaguardar sus documentos en fundaciones o universidades, siempre están expuestos a esfuerzos de recuperación o rescate, y está por verse en qué quedará, por ejemplo, la reciente edición de sus obras completas5.

Sería fácil atribuir sus amplios intereses al carácter proteico de su escritura y su autenticidad verbal como crítico, así como es obvio que falta el libro que dilucide esas condiciones o coteje sus opiniones en un sinnúmero de entrevistas y crónicas. Sin embargo hay un hilo indiscutible en cualquier progresión que se le impute: su preocupación por la crisis del arte y de los artistas, entendidos estos en el más dilatado de sus sentidos, y como los verdaderos rebeldes permanentes de la sociedad. En esa consideración yace otra paradoja: él ha sido el menos conservador de los "boomistas", y cada vez que lo critican sus antagonistas, es como que no oyeran lo que verdaderamente está diciendo, y como si hubieran sido programados para no notar lo que está pasando en el mundo de las ideas ajenas a las suyas.  En una exhaustiva y necesaria revisión del antimodernismo literario latinoamericano, que acertadamente inscribe dentro de la dialéctica entre "lo universal y lo local, el cosmopolitismo y el nacionalismo, lo foráneo y lo propio, etc." (76), Claudio Maíz (2007) despega con igual convicción y acierto desde las "metafísicas de la ubicación" (68-72). Como afirma Appiah en su estudio de la ética en un mundo de extraños, podemos fallar en compartir un léxico de evaluación, podemos darle diferentes interpretaciones al mismo vocabulario, y diferente importancia a los mismos valores. 

Según el idealismo del filósofo ghanés, "Parece más factible que emerja cada uno de estos problemas si la discusión involucra a personas de diferentes sociedades" (66). Pero el pensamiento actual, según Hopenhayn, "Se consagra sobre todo a estudiar cómo estudiar, a protegerse de otros más metódicos que él.  En nombre de una 'sana' cautela ha renunciado a la aventura de pensar. Se ha vuelto detective, árbitro y estratega del conocimiento. No escribe para provocar, sino para ser refutado" (28). Diferente de esa degeneración del pensamiento, Vargas Llosa quiere dar el lado A y el lado B de las palabras y las cosas.  Tampoco quiere ser percibido como "Ministro de Ideas" de ningún país o continente, consciente de que cualquier pensador contestatario se abre a la acusación de ser mesiánico. Precisamente porque hoy estamos en sociedades de microondas, en que empujamos un botón y todo está listo, el peruano ha buscado otras articulaciones para los mecanismos de abstracción del momento.  No obstante, su postura no quiere decir que quiera "guiar" con sencillez. Más bien, quiere anclarse en la racionalidad para no perderse en la profundidad.

Es por esa preocupación que Vargas Llosa generalmente ha hecho caso omiso de términos (llegan a ser "ideas" sólo para sus entusiastas más ciegos) como "globalización", "modernidad", "multiculturalismo", "poscolonialismo" y sus avatares, aunque nunca ha abandonado los efectos de los cambios que introducen la ciencia y la tecnología en la configuración de las sociedades. Es decir, se inquieta más por el arte, por el peso de las malas ideas, y no por la seriedad de los conceptos implícitos en el pensamiento social occidental. Appiah reclama que "Una conexión -que se desatiende en las negociaciones sobre el patrimonio cultural- es la conexión no a través de la identidad sino a pesar de la diferencia. Podemos responder al arte que no es nuestro; de hecho, podemos responder completamente a 'nuestro' arte sólo si superamos pensar en él como nuestro y comenzamos a responder a él como arte" (135, su énfasis). No obstante, debido a que Appiah vincula el cosmopolitismo al cruce de fronteras, a la diversidad, localismo, nacionalismo y tolerancia a nivel global, también se podría creer que estamos ante un "significante libremente flotante".  Sobre todo, a Vargas Llosa le molesta la frivolidad de sus mercaderes, especialmente la de los que tienen puestos tendidos en la academia universitaria estadounidense. Se ocupa generalmente de esas fuentes institucionales de sabiduría pasajera, y las despacha, en Desafíos a la libertad (1994), que también se arma con textos publicados en la columna quincenal "Piedra de toque"6. Esa postura no quiere decir que no haya "correcciones" estadounidenses respecto a la "gran teoría" de Occidente aplicada a América Latina, como demuestran varios ensayos sobre las ciencias sociales recogidos en The Other Mirror (2001) por Centeno y López-Alves.

No hay espacio aquí para examinar la extensa crítica de Vargas Llosa al nacionalismo y sus tenues diferencias con las dictaduras populistas, como ha venido haciendo con los problemas del País Vasco y Hugo Chávez, pero no cabrá duda de que al analizarlos opta por la razón y no por el sentimiento.  ¿Qué es lo que crea diferentes lecturas de escritores como Vargas Llosa? que todos ellos enturbian las aguas políticas, y no hay que decir "contra viento y marea". Ese pensar a contracorriente concuerda con la visión de Lovejoy, fundador del examen de la historia de las ideas, para quien: "el estudio de la historia de las ideas [...] se dedica especialmente a las manifestaciones de ideas-unitarias específicas en el pensamiento colectivo de grupos mayores de personas, no meramente en las doctrinas u opiniones de un número reducido de pensadores profundos o escritores eminentes" (19). Reitero que me concentro en la prosa no ficticia del peruano, porque se descontextualiza su estética con pronunciamientos como "La ortodoxia marxista de los intelectuales latinoamericanos es desafiada más y más por escritores [sic] como Hernando de Soto, Mario Vargas Llosa y Carlos Rangel, quienes han empezado a encontrar un auditorio significante para ideas económicas liberales basadas en el mercantilismo" (Fukuyama, 42). 

La salvedad que se debe señalar es que comentarios como el anterior, que tal vez sea emblemáticos de la recepción de Vargas Llosa en el mundo anglosajón de las ideas (aunque entonces Fukuyama estuviera de acuerdo con el peruano), es que presentan una noción monolítica del pensamiento hispanoamericano.  Aunque Werz no colisiona las ideas de Paz, Rangel y Vargas Llosa respecto a la crítica del estatismo (227-232), hace una distinción necesaria. Al decir que ambos opinan que los factores decisivos del subdesarrollo se encuentran en los países del Tercer Mundo y en sus intelectuales, añade que "A diferencia de Rangel, sin embargo, no parte del supuesto de una incompatibilidad entre capitalismo y socialismo" (225). El problema obvio y conocido con la ideología es que no importa quién la ofrezca, nunca nos llega como un paquete coherente. En un ensayo de 1978 "Yo, un negro", ahora recogido en el tercer volumen de Contra viento y marea, Vargas Llosa critica la insistencia de la "ideología" (por la cual entiende una usurpación retórica de la izquierda) en partir de nociones cuyo significado o contenido aquélla cree evidentes y universales.  Como asevera Appiah en un breve artículo anterior a su libro, el cosmopolitismo y el patriotismo, diferentes del nacionalismo, son sentimientos más que ideologías7.

Vocablos como "negro", según el autor, no tienen un significado racista único, lo cual tampoco permite usarlo con licencia plena. Esta progresión le parecerá obvia a cualquier pensador racional, pero no en un ambiente políticamente correcto, "idea" que se apega al tipo de eufemismo y reticencia que Vargas Llosa nunca ha practicado. Por eso mismo, de maneras que son casi imposibles de cotejar para resumir, Vargas Llosa arguye que la ideología, entendida a su manera y de ahora en adelante sin comillas, ignora convenientemente la infinidad de variantes que producen el lenguaje y el habla públicos.  Una fuente de apoyo es que "(según Isaiah Berlin hay doscientas definiciones distintas de la idea de 'libertad')" (22). En la conferencia "La cultura de la libertad", de 1985 e incluida en el segundo volumen de Contra viento y marea, presenta una preciosa apología de cómo la noción y práctica de la libertad se han afirmado en Occidente.  Esto, sigue el autor, explicaría cómo creció, se robusteció e incluso se impuso la noción occidental de libertad, a pesar de que se haya intentado dotarla de contenidos equívocos.  En su conferencia entonces le recuerda a su público que "(Isaiah Berlin ha detectado por lo menos 40 nociones diferentes de la idea de libertad)" (435).

No se esclarece la disímil atribución a Berlin, ni es primordial especificar si la disminución tiene que ver directamente con algún cambio en las ideas de Berlin, o si es un simple error de imprenta.  Lo que sí cabe fijar es la atención que le ha prestado Vargas Llosa a aquel historiador de las ideas para elaborar el "sentido común" de las suyas. Por eso lo que más cabe observar respecto a su relación con Berlin y otros "pensadores verdaderos" (como se ha llamado a los que conforman un grupo ideológico bastante significativo para el novelista) es el empleo que hace de ellos como señas de identidad.  En su lectura de ensayistas "liberales" (en el sentido latinoamericano o europeo) Vargas Llosa va atando cabos ideológicos constantemente, tal como lo harán los que lean el Diccionario del amante de América Latina. Algunos diferirán del autor al recordar que el fin de los regímenes totalitarios no lleva necesariamente a la democracia y a la economía de mercado.  Otros sostendrán que la salida del socialismo que tanto apoyan los verdaderos pensadores no conducirá a un liberalismo real, porque la prensa y las tendencias pre-revolucionarias no predicen un verdadero interés en la reforma.  Para Vargas Llosa, quien mantiene más interés en los pensadores liberales, la obra de ellos no es tanto una matriz, un modelo o punto de partida.  Es más bien un marco, un andamiaje, un trasfondo viable para sus resoluciones actuales. Es decir, hay además una simpatía y contemporaneidad histórica que entra en juego:

En estos días, verificamos lo que siempre sostuvieron un Karl Popper o un Hayek o un Raymond Aron, en contra de un Maquiavelo, un Vico, un Marx, un Spengler o un Toynbee: que la historia nunca está 'escrita' antes de hacerse, que no es la representación de un libreto elaborado por Dios, por la naturaleza, por el desarrollo de la razón o por la lucha de clases y las relaciones de producción, sino que es, mas bien, una continua y diversa creación, que puede optar por las más inesperadas trayectorias, evoluciones, involuciones y contradicciones, derrotando siempre en su fantástica complejidad y multiplicidad a quienes la predicen y la explican ("El país...", 2)

Así como podría argüirse que si Vargas Llosa siempre vuelve a su noción de la mentira8, los demonios o a la alegoría de la solitaria para explicar su ficción o la vocación de un escritor, también se puede pensar en que siempre va a volver a los pensadores citados para explicar sus ideas. Esa actitud lo expone a las tres maneras de caracterizar la eficacia de las ideas en su adecuación con la realidad, que Maíz resume así: "las que estarían 'fuera de lugar' (Schwarz), las que se ubicarían en un 'entrelugar' (Silviano Santiago), y las que nosotros llamaríamos 'migrantes'" (85). Según este esquema, Vargas Llosa sería, pues bien, el pensador latinoamericano más ubicuo.

Sabemos hasta la saciedad que la noción del demonio (que como la de Dios, sería omnipresente) se volvió una colérica causa célebre cuando defendió sus probables implicaciones políticas en contra del malogrado y canónico Angel Rama, quien inició el diálogo con su reseña de García Márquez: historia de un deicidio (1971). Luego, junto con Julio Cortázar, Vargas Llosa arremetió en contra del entonces joven novelista colombiano Oscar Collazos, más conocido hoy por su antiguo compromiso político que por sus novelas (Collazos et al.: 78-93). La postura de Vargas Llosa en este aspecto es bastante similar a la de su ensayo "La novela de una novela", que es el seductor relato de su decisión de 1958 de hacerse novelista.  Lo que sería su "idea-unitaria" (o la historia de pruebas y errores que es la historia de las ideas, según Lovejoy, 23) continúa en ese ensayo sobre la logística de construir La casa verde, donde corrige las exégesis de sus críticos: "Fue por esta época que descubrí que las novelas se escribían principalmente con obsesiones y no con convicciones, que la contribución de lo irracional era, por lo menos, tan importante como la de lo racional en la hechura de una ficción" (1971: 57-58). Cabría preguntarse si lo citado se puede traducir como "cuántos hechos suman una ficción". No obstante, lo que ya entonces puntualiza su coherencia o empeño respecto a la "hechura" apolítica de su quehacer es el dato de que la versión en inglés del ensayo sobre La casa verde, recogido con otros en A Writer's Reality (1991), reproduce (ahora) la versión original, con sólo un leve aunque importante cambio sobre la "verdad real". Por razones afines, el carácter proteico de su pensamiento debe incluir su labor como crítico de la novela, que con resabios teóricos sensatos se extiende hoy hasta la segunda edición de La verdad de las mentiras (1990, 2002), porque siempre amenaza con escribir sobre otro prosista, y cumple. 

En su prosa no ficticia Vargas Llosa nunca ha querido explorar los límites de la tolerancia pública sino tratar de reflejarla, dejando así descontentos a conservadores y liberales. Precisamente, en la entrevista mencionada del New York Times afirma "Estoy a favor de la libertad económica, pero no soy un conservador". Nadie le cree, sobre todo los que mandan en la emisión de enunciados universitarios.  Y he ahí una contradicción: en las universidades, ostensiblemente los lugares más comprometidos al libre intercambio de ideas, las voces más altas son precisamente las de los que no dejan hablar a otros. Para él, como para los filósofos pragmatistas estadounidenses, la idea es una ley de acción, y en su significado el término no ha perdido la raíz griega de "ver". Si podemos constatar que algunos prosistas que son sus pocos pares han llegado a "posar" en cuerpo y alma, acusación lanzada frecuentemente y no siempre con precisión contra Carlos Fuentes, Vargas Llosa parece irritar con su lógica irrebatible, pero nunca se lo podrá acusar de no ser sincero. Para el novelista y ensayista que es, el plan es hacer crujir varias capas de la sociedad que normalmente no se conectan. Pero no está siempre seguro de cómo tejer esas diferencias en el discurso ensayístico y novelístico, y es por eso que seguirá buscando su musa ideológica, para beneficio nuestro. La autenticidad de su prosa, la convicción de que las ideas y sus vicisitudes nos afectan a todos así no lo admitamos, muestran una precisa visión documentalista que nunca es absorbida por la ideología. En este sentido, la historia de las ideas de Occidente sólo tiene un adalid comparable en Orwell en el siglo veinte, y Vargas Llosa todavía tiene y tendrá mucho que decir sobre el siglo actual, razón por la cual no se puede proveer más que un esquema de sus ideas.

Notas

1 Como asevera Werz, "Vargas Llosa manifiesta admiración por los contenidos filosóficos de los escritos de Hayek, pero admite que en América Latina no podría funcionar un modelo de economía liberal pura" (227). Para un contexto latinoamericanista más amplio. Véase Steven Topik, "Kart Polanyi and the Creation of the 'Market Society'", en Centeno y López Alves (81-104). Toda traducción es mía excepto donde indique lo contrario.

2 Respecto al compromiso artístico, es claro que el Isaiah Berlin tardío es una fuente a la que no dejará de regresar.  Su primera discusión del letón se encuentra en un largo ensayo de 1980, recogido en el primer volumen de Contra viento y marea.  Véase el ensayo muy posterior de Berlin, al cual volveré, sobre el legado ruso para el compromiso artístico.

3 Véase Wilfrido H. Corral, "Por qué Vargas Llosa sigue buscando la verdad de sus intérpretes", El error del acierto (contra ciertos dogmas latinoamericanistas) (Quito: Paradiso Editores, 2006): 179-190.  Este capítulo incluye una aguda lectura que hace el novelista mexicano Enrique Serna de las charlas de Vargas Llosa recogidas en Literatura y política.

4 En resumidas cuentas la suya sería una especie de filosofía del juicio al mismo tiempo que una filosofía de la libertad.  La relación se desarrolla plenamente en "Alain" (Emile Auguste Chartier), Les Idées et les Âges (París: Gallimard, 1927), respecto al sueño, las ilusiones, los cuentos, los juegos, los signos, los amores, los oficios, el culto y las naturalezas.

5 Así, tenemos: Textos del joven Vargas Llosa, ed. Omar Prego (Montevideo: Cuadernos de Marcha/Intendencia Municipal de Montevideo, 1994), Miguel Angel Rodríguez Rea, Tras las huellas de un crítico: Mario Vargas Llosa, 1954-1959 (Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 1996), estudio descriptivo concentrado en los artículos, entrevistas y reseñas bibliográficas que publicó en esos años, incluido el ya mencionado "José María Arguedas" (37-39).  También está por verse la reacción a su tesis universitaria de 1958, publicada como Bases para una interpretación de Rubén Darío, ed. Américo Mudarra Montoya (Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2001).

6 Imposible escudriñar y confirmar aquí que la recepción de su prosa no ficticia siempre es muy positiva en Europa y los Estados Unidos, no por ser "pro-Occidente", sino por estar a la altura de ideas y pensadores literarios mayores.  Así, las comparaciones con Amis, Coetzee, Kundera, Rushdie, Updike, Henry James y sus pocos pares son frecuentes, y nada exageradas.  No menos ocurre con su ficción: en su reseña de Travesuras de la niña mala, Harrison lo llama "maestro" y lo compara a Flaubert, desarrollando la idea de que la novela es "espléndida, mantiene en vilo e irresistible", y que es tan completa y convincente que no le permite al lector desviarse de ella (9).

7 Véase "Cosmopolitan Patriots", en Martha C. Nussbaum et al., For Love of Country. Debating the Limits of Patriotism, ed. Joshua Cohen (Boston: Beacon Press, 1996): 21-29.

8 Partiendo del topo clásico que los poetas son mentirosos, lo que en verdad explora con ingenio es el cambio en sensibilidad y práctica de la imitatio naturae a teorías de la ilusión que ha afectado a las formas modernas de la ficción.  Para la historia de esa transmutación véase Hans Blumenberg, "Concetto di realtà e posibilita del romanzo", trad. Francesco Peri, Allegoria: per uno studio materialistico della letteratura XIX. 55 (gennaio/giugno 2007): 111-134.

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