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Cuadernos del CILHA

versão On-line ISSN 1852-9615

Cuad. CILHA vol.12 no.1 Mendoza jan./jun. 2011

 

DOSSIER

Alfonso Reyes y las "Notas sobre la inteligencia americana": Una lectura en red

Alfonso Reyes and "Notas sobre la inteligencia americana"

 

Beatriz Colombi

Facultad de Filosofía y Letras (UBA), Argentina
bcolombi@filo.uba.ar

Recibido: 4-I-2010 
Aceptado: 10-III-2011

 


Resumen: En 1936 se realizan en Buenos el XIV Congreso Internacional del los PEN Clubs y la Séptima Conversación de la Organización de Cooperación Intelectual. En el contexto del avance del fascismo y de los regimenes totalitarios en Europa y el estallido de la Guerra Civil Española, los intelectuales europeos redefinen su lugar y a lo largo de la década del treinta la ideología del escritor como clerc comienza a ser sustituida por la del escritor comprometido. En este escenario polémico, Alfonso Reyes lee sus "Notas sobre la inteligencia americana", donde establece la paridad de América con Europa y funda la reflexión crítica sobre el letrado en una sociedad proveniente de la experiencia colonial. Este trabajo se propone trazar las redes intelectuales y las continuidades conceptuales en la obra de Reyes que iluminan la lectura de este ensayo.

Palabras clave: Alfonso Reyes; Redes intelectuales; Inteligencia americana.

Abstract: In 1936 Buenos Aires hosted the XIV PEN Clubs International Congress and the Seventh Conversation of the Intellectual Cooperation Organization. In the context of the rise of fascism and totalitarian regimes in Europe and the outbreak of the Spanish Civil War, European intellectuals were impelled to redefine their place, and through the thirties' the ideology of the writer as clerc began to be substituted by that of the committed writer. At this polemic stage, Alfonso Reyes reads his "Notes on American intelligence", where he stands for the cultural parity of America and Europe and  inagurates a critical reflection on the intelectual in a society coming from a colonial experience. This work traces the intellectual networks and conceptual continuities in the work of Reyes aiming to illuminate the reading of the essay.

Key words: Alfonso Reyes; Intellectuals Networks; American intellectuals.


 

Buenos Aires fue sede en 1936 de dos importantes encuentros internacionales de intelectuales. El XIV Congreso Internacional del los PEN Clubs, entre el 5 y el 15 de septiembre, y la Séptima Conversación de la Organización de Cooperación Intelectual, entre el 11 y el 16 de septiembre. Entre los dos eventos, casi simultáneos, alternaron los mismos congresistas, y en gran medida, ambos fueron escenarios de los mismos debates sostenidos en un contexto histórico que todos los disertantes no dudaron en calificar como extremadamente crítico. Desde la Gran Guerra y la Revolución Rusa, hasta el avance del fas cismo y de los regimenes totalitarios en Europa en la década del 20, sumado al estallido de la Guerra Civil Española, todas las circunstancias diseñaban un horizonte plagado de incertidumbres donde la cultura europea y sus presupuestos aparecían seriamente afectados. Los intelectuales europeos se vieron compelidos  a redefinir su rol social, y trasladaron esta inquietud y sus disputas al otro lado del Atlántico.

Que estos congresos se realizasen en Buenos Aires respondía a la política del gobierno de Agustín P. Justo (1932-1938) de reposicionar el país frente el mundo, y ese objetivo lo llevó a garantizar los fondos para los dos costosos eventos cubriendo los gastos de pasajes y alojamiento para más de cien invitados, confiando en que esta sería una inversión cultural que redundaría en la mejora de la imagen de la Argentina en los discursos de prominentes representantes internacionales. De hecho, se trató de la primera reunión del PEN Club fuera de las fronteras de Europa desde su fundación en 1921. Manuel Gálvez (2003), primer presidente del PEN Club argentino y miembro de la comisión organizadora de 1936, hace un irónico balance de los hechos, diciendo que tal retorno simbólico en beneficio del país no se produjo.

El ambiente de la Argentina de los treinta no podía ser más incierto. Oscar Terán (2004) señala la significación del golpe de estado de 1930 que inaugura la llamada "década infame", caracterizada por el fraude electoral, la corrupción, la desocupación y la crisis económica, y paralelamente, el desarrollo de una intensa vida cultural plasmada en revistas, editoriales y conformación de grupos intelectuales, como el que se reúne en torno a la revista Sur. El campo intelectual ofrecía un complejo arco de posiciones ideológicas y militancias enfrentadas, que abarcaba el nacionalismo, antiimperialismo, socialismo, comunismo, liberalismo, catolicismo y conservadurismo. Sumado a esto, la presencia de intelectuales españoles como José Ortega y Gasset,  Guillermo de Torre o Amado Alonso -por citar a tres personalidades de gravitación en el ensayismo, la prensa y el mundo editorial y académico de los años 30- o la residencia de figuras latinoamericanas como Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, y otros escritores extranjeras llegadas al país con las diásporas transatlánticas de la época, apuntalan el carácter cosmopolita y atractivo cultural de la ciudad. 

Alfonso Reyes vive en Buenos Aires como Embajador Plenipotenciario entre 1928 y 1930 y, con las mismas funciones, entre 1936 y 1938. Su segundo turno lo encuentra a gusto, disfrutando de las amistades literarias construidas a lo largo de todos estos años y continuadas epistolarmente1 -como fue siempre su hábito- desde Río de Janeiro, donde fue Embajador entre 1930 y 1936. Al poco tiempo de llegar para lo que sería su segunda estadía en Buenos Aires, participa de ambos congresos, con carácter de invitado oficial en el PEN Club, y como orador en la inauguración de la Conversación de la Organización de Cooperación Intelectual. Es en esta oportunidad cuando lee sus "Notas sobre la inteligencia americana", un ensayo sobre la función de los intelectuales americanos y una proclama de paridad intelectual de América respecto a la cultura occidental. El texto traza líneas de continuidad y proyección dentro de la propia obra de Reyes, cifrando sus preocupaciones y obsesiones en torno al lugar de México y de América en la cultura universal, pero también entra en sintonía con los sucesos de su momento y establece diálogos cruzados con otros intelectuales locales y extranjeros. Mi propósito es ahondar las redes intelectuales que estos hechos propician y la significación que las Notas alcanzan en estas circunstancias.

El Pen Club y el fin de los jardines edénicos

Si los debates del Pen Club giraron, en un sentido, en torno a ejes que podemos definir como propios del gremio de los escritores, como es la traducción o la propiedad intelectual, o de asuntos decididamente estéticos, como la poesía, fue el problema de la función social del escritor el que más conflictos motivó en el encuentro, dominando la agenda y buena parte de su cobertura periodística. No podía ser de otro modo, ya que los hechos históricos presionaban imponiendo su urgencia sobre el programa predominantemente apolítico que movía al PEN desde sus comienzos. Dice al respecto Susana Shirkin: "La expectativa potenciada por la prensa local e internacional, los decibeles en ascenso del clima político europeo y vernáculo y las disímiles ideologías y personalidades de los delegados, convertían las sesiones del congreso en un simbólico campo de batalla paralelo del que se gestaba en el Viejo Mundo" (Shirkin, 2007: 4). Los congresos de intelectuales en Europa hacia la misma época mostraban sus disidencias internas entre socialistas y comunistas, stalinistas y antistalinistas, pero enfrentaban conjuntamente al fascismo; en cambio, en los eventos porteños los contendientes se vieron cara a cara, es un escenario no europeo, y en un ámbito que privilegiaba la diplomacia por sobre las diferencias. En el transcurso del encuentro quedará demostrado que un diálogo sin bases comunes era una ficción poco sustentable.

La comisión organizadora estaba presidida por Carlos Ibarguren, quien presidió también la de Cooperación Intelectual, figura simpatizante del fascismo en la Argentina y funcionario de la Revolución del 30, lo que explica en buena medida la presencia variopinta de los concurrentes (Terán, Shirkin, 2007). Victoria Ocampo, quien junto con Oliverio Girondo y Eduado Mallea representaba a la nueva generación de escritores argentinos, ya reconocida directora de Sur y vicepresidenta del acontecimiento, abre las sesiones con un breve texto sobre la "Función posible del escritor en la sociedad", tema espinoso propuesto por la comisión, pero no nuevo para estas ocasiones, ya que figuró en las disertaciones del reciente Congreso de Escritores de 1935 en París. Ocampo sostiene que los escritores no pueden ya "contentarse con permanecer sentados en sus plateas y contemplar el espectáculo del desquicio actual con sus anteojos de teatro" (XIV Congreso, 1937: 40). Se inspira para esta imagen en la cita del texto que ha enviado Aldous Huxley, ausente en la ocasión, e insta a los escritores a acercarse a la realidad de su momento, sin por ello pasar al campo de la acción. Ocampo habla en nombre del common reader y alega que ésta es la demanda hacia el escritor en los años que corren2. Interviene entonces Filippo Tommaso Marinetti quien, como veremos, será la voz más controversial de estas jornadas. Marinetti, quien ya había visitado la Argentina en 1926 como abanderado del futurismo y era el delegado oficial de PEN club de Roma, objeta el concepto de common reader usado por Ocampo, diciendo que ni Baudelaire, Mallarmé o Gide escribieron para ese lector, y reivindica los derechos de la "creación pura", si bien sus posteriores intervenciones lo identifican como un férreo defensor de Mussolini y de la pretendida libertad intelectual reinante en Italia. Además de Ocampo, se refieren al tema Sofía Wadia, Eduardo Mallea, Cremieux, Georges Duhamel. Duhamel expresa una posición próxima a Julien Benda (1927), argumentando que si el escritor es tentado por la política y cede a posiciones facciosas, compromete su propia autoridad; no obstante, no se manifiesta partidario de la abstención, sino de una profunda meditación antes de tomar partido.

En la sesión del día siguiente, el 8 de septiembre, Emil Ludwig habla en nombre de los escritores alemanes emigrados y exiliados y denuncia, en un impactante alegato, la censura, persecución de escritores y quema de libros del régimen nazista. La ofensiva afecta a todos aquellos que no se ajustan al programa filosófico de la guerra como higiene de los pueblos y entre los escritores sindicados como traidores a la patria se encuentran Thomas Mann, Heinrich Mann, Stefan Zweig, Erich María Remarque y Lion Feuchtwanger. Ludwig dice que el escritor en el Tercer Reich ha sido rebajado al grado de burócrata o trovador a sueldo. Cuestiona, paralelamente, al PEN Club donde, en "asamblea idílica", "se nos invita siempre a permanecer en el Edén del espíritu" y predice que pronto esos jardines asépticos terminarán rodeados de ametralladoras, por lo que insta a no permanecer en silencio frente a semejantes violaciones. Gabriella Belli sugiere que la mención de la "guerra como higiene de los pueblos" y la del escritor como "trovador a sueldo" estaban ex profeso dirigidas a Marinetti (Belli, 2010: 48). Marinetti responde, de hecho, a estas imputaciones, declamando sobre la libertad del régimen italiano, y sobre su adhesión a un arte que no se ocupe de la política -sobre todo, queda implícito, cuando este "ocuparse" signifique denunciar al fascismo. Asegura que Italia debe estar alerta contra la insidia de sus enemigos y potenciales invasores, alegando el argumento de la autodefensa. A instancias de Jules Romains, la sesión cierra con la votación de un mensaje de paz, en contra de cualquier justificación de la guerra -recordemos que era uno de los objetivos fundacionales del PEN Club- y un pronunciamiento por el libre ejercicio del pensamiento, con la votación unánime de las delegaciones.

Pero la controversia tiene su punto más álgido en la sesión vespertina de ese mismo día, cuando Marinetti -que lideraba la delegación italiana integrada también por Enzo Ferrieri, Giuseppe Ungaretti y Mario Puccini- se enfrenta con la delegación francesa, representada por Georges Duhamel y Jules Romains. Marinetti dirige la sesión por sugerencia de Carlos Ibarguren, cuando interviene Romains para denunciar que circula en las galerías "un texto de extrema gravedad", aparecido en la portada de la revista Azione Imperiale, firmado por Marinetti. Se trata de una apología de la guerra ("la guerra sola higiene del mundo"), y traduce para el auditorio alguno de sus fragmentos que, de modo inequívoco, colocan a Marinetti en las antípodas de la plenaria por la paz. Sumado a esto, Marinetti había dictado al día siguiente de su llegada a Buenos Aires, el 25 de agosto, la conferencia "Testimonios de un soldado poeta en el África Oriental" en el Teatro Politeama. Pero Marinetti no se retracta, al contrario, se victimiza y sostiene que la delegación francesa quiere instalar un tribunal contra su país y el fascismo. Romains, Duhamel y Cremieux son los más agudos contendientes de Marinetti, mientras Carlos Ibarguren y otros participantes intentan contemporizar. No así el público -en su conformación mayoritariamente joven y estudiantil- que silba y se pronuncia contra las intervenciones del escritor italiano, el "orador más impresionante del Congreso", según apunta Manuel Gálvez recordando estos entretelones, con previsibles simpatías en sus opiniones.

La relación entre los escritores y la política reaparece en la sesión del 10 de septiembre, titulada "Debate sobre inteligencia y vida", donde los distintos oradores, Hans Ruin, Jacques Maritain y Eduardo Mallea, reseñados por Cremieux, se manifiestan contra la filosofía idealista de Jules Benda y el aislamiento del espíritu profesada por el autor de La trahison des clercs. De hecho, ambos encuentros cuestionaron esta figuración del intelectual que entrará en crisis en la década del 30, cuando comienza a fraguarse la ideología del compromiso del escritor que decantará en la post-guerra con Jean-Paul Sartre. Las discusiones en Buenos Aires actualizan las polémicas que se habían instalado en el campo francés poco tiempo antes, con la realización del Congreso Internacional para la Defensa de la Cultura de 1935, presidido por Gide y Malraux, donde al tiempo que se proclamaba la resistencia al fascismo y al nazismo, se mostraban los enfrentamientos entre comunistas, socialistas, surrealistas, trotsquistas y conservadores, todo acompañado de distintas iniciativas y publicaciones respaldadas por el prestigio de los intelectuales franceses que internacionalizaron así sus inquietudes (Lottman, 1982).

Europa-América. La conversación posible

A continuación, tiene lugar la VII Conversación de la Organización de Cooperación Intelectual de la Sociedad de las Naciones, realizada entre el 11 y el 16 de septiembre de 1936, bajo el lema "Las relaciones actuales de las culturas de Europa y América Latina". Asistieron, entre otros, los europeos Enrique Díez Canedo -embajador de España en Buenos Aires-, Georges Duhamel, el conde de Keyserling -quien envió una comunicación ya que no estuvo presente- Giuseppe Ungaretti, Jules Romains, Jacques Maritain, Stefan Zweig y los americanos, Alcides Arguedas, Pedro Henríquez Ureña, Julio Afrânio Peixoto, Francisco Romero, Juan B. Terán, Carlos Reyles y Alfonso Reyes, también congresistas o invitados especiales del PEN Club3.

Si bien las intervenciones tienen un tono más amable que los ríspidos enfrentamientos del PEN Club pocos días antes, sus ecos perduran en los debates del entretein. Esto se hace evidente en el cruce entre Jacques Maritain -defensor de la civilización católica-protestante- y Giuseppe Ungaretti, promotor del fascismo como el resto de la delegación italiana, quien sostiene frente a Maritain que "el fascismo es el único movimiento político que, en todas sus formas, restaura el honor del cristianismo" (Arguedas, 1937: 137). La discusión hace pendant con la mantenida entre Marinetti y los delegados franceses, Romains, Duhamel y Crémieux a la que aludimos más arriba.

Georges Duhamel ofrece junto con Alfonso Reyes, una de las exposiciones preliminares, estableciendo una enérgica defensa de la civilización en un mundo entregado a la violencia y a la superstición del progreso y propone revalidar el viejo humanismo occidental: "De los dos lados del Atlántico, los filósofos han proclamado la excelencia del viejo humanismo occidental para la edificación y la renovación del libre genio creador. Ella misma recobrada, la inteligencia declara que, para conservar su imperio, ya no le resulta suficiente aplicar métodos en todos los lugares y en todas las manos triunfantes, sino que debe, según su elevada tradición inventar nuevos métodos" (Arguedas, 1937: 5). En cuanto a América, Duhamel expresa lo que muchos otros intelectuales del viejo continente piensan, debe salvaguardar el "legado testamentario" de una Europa en severo estado de desarticulación.

El nuevo humanismo es el principal punto en común de este diálogo transatlántico, y coinciden en esta revaloración Jacques Maritain, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Juan B. Terán y Joan Estelrich. Tanto Pedro Henríquez Ureña como Alfonso Reyes habían emprendido el camino de recuperación de la cultura y valores clásicos desde los años del Ateneo de la Juventud en México, por lo tanto el neohumanismo que campeaba entre los europeos calzaba perfectamente en sus aspiraciones. No obstante, y dado que ambos tenían presente el legado del arielismo, del cual eran al mismo tiempo progenie y crítica, no dejaban de advertir que el humanismo podía entenderse como una suerte de elitismo despegado de lo real. Por eso Reyes propone que la vuelta a los principios de la cultura greco-latina no debía desprenderse de la "necesidad de reformas sociales que nace del materialismo histórico" (Arguedas, 1937: 130). Pedro Henríquez Ureña separa el programa de Ariel, representativo del antiguo humanismo, del nuevo, que reclama atención a los problemas sociales modernos a la luz de la justicia social, términos que flexionan evidentemente las fronteras de incumbencia del intelectual en la sociedad y alude a los cambios en los programas de enseñanza de filosofía tanto en México como en la Argentina, como señal de estas transformaciones (Arguedas, 1937: 151). También Terán propone afianzar la enseñanza clásica, ante el peligro del irracionalismo. Maritain se manifiesta por un humanismo integral, pluralista y con incumbencia social, por eso dice -en sintonía con Reyes- que el nuevo humanismo supone la "búsqueda de los valores sociales y de la justicia social, lo que falta en los clásicos de los siglos xvi, xvii y xviii" (Arguedas, 1937: 133).

De este modo, prima en los discursos el rechazo de las filosofías irracionalistas identificadas son los regimenes totalitarios, y la propuesta del humanismo y la razón como dique de contención y posibilidad de regeneración. La mirada decepcionada sobre Europa después de la Gran Guerra y su incierto destino, que unos y otros comparten, es confirmada en la intervención del Conde Keyserling -no asiste pero envía su conferencia- quien indica que entre 1914 y 1936 se ha destruido un antigua orden y no se ha construido otro nuevo en su reemplazo, prevé que la literatura en las próximas décadas tendrá el papel de los conventos en la Edad Media: "conservar y perpetuar la tradición de los pequeños círculos cerrados", y anuncia el ocaso del intelectual "En occidente moderno, el tipo de pensador y del intelectual formado por los siglos XVIII y XIX, esté en trance de muerte. Entre las gentes que escriben sólo el poeta que es tipo verdadero, primordial y eterno a la vez, conservará su primitiva importancia" (Arguedas, 1937: 200).

La crisis del clerc

Tanto las discusiones del Pen Club como las del Instituto Internacional de Cooperación Intelectual, muestran el quiebre y replanteo del intelectual como clerc sostenida por Julien Benda, ya discutida en Europa como dijimos más arriba. En La trahison des clercs  (1927), Benda define al clerc del siguiente modo:

A côté de cette humanité que le poète peint d'un mot :O curvæ in terram anima et cælestium inanes, on pouvait jusqu'à ce dernier demi-siècle en discerner une autre, essentiellement distincte, et qui, dans une certaine mesure, lui faisait frein ; je veux parler de cette classe d'hommes que j'appellerai les clercs, en dési­gnant sous ce nom tous ceux dont l'activité, par es­sence, ne poursuit pas de fins pratiques, mais qui, demandant leur joie à l'exercice de l'art ou de la science ou de la spéculation métaphysique, bref à la possession d'un bien non temporel, disent en quelque manière : " Mon royaume n'est pas de ce monde. " Et, de fait, depuis plus de deux mille ans jusqu'à ces der­niers temps, j'aperçois à travers l'histoire une suite ininterrompue de philosophes, de religieux, de littéra­teurs, d'artistes, de savants -on peut dire presque tous au cours de cette période- dont le mouvement est une opposition formelle au réalisme des multitudes. Pour parler spécialement des passions politiques, ces clercs s'y opposaient de deux façons : ou bien, entièrement détournés de ces passions, ils donnaient, comme un Vinci, un Malebranche ou un Goethe, l'exemple de l'attachement à l'activité purement désintéressée de l'esprit, et créaient la croyance en la valeur suprême de cette forme d'existence ; ou bien, proprement moralistes et penchés sur le conflit des égoïsmes humains, ils prêchaient, comme un Erasme, un Kant ou un Renan, sous les noms d'humanité ou de justice, l'adoption d'un principe abstrait, supérieur et directement opposé à ces passions. Sans doute -et encore qu'ils aient fondé l'État moderne dans la mesure où il domine les égoïsmes individuels- l'action de ces clercs demeurait surtout théorique ; ils n'ont pas empêché les laïcs de remplir toute l'histoire du bruit de leurs haines et de leurs tueries ; mais ils les ont empêchés d'avoir la religion de ces mouvements, de se croire grands en travaillant à les parfaire. Grâce à eux on peut dire que, pendant deux mille ans, l'humanité faisait le mal mais honorait le bien. Cette contradiction était l'honneur de l'espèce humaine et constituait la fissure par où pouvait se glisser la civilisation.

Or, à la fin du XIXe siècle, se produit un changement capital : les clercs se mettent à faire le jeu des passions politiques ; ceux qui formaient un frein au réalisme des peuples s'en font les stimulants. Ce bouleversement dans le fonctionnement moral de l'humanité s'opère par plusieurs voies (1927: 55).

Con la palabra clerc, Benda alude por una parte al que escribe, pero también al que, al hacerlo, ejerce un sacerdocio por el cual se compromete ante la humanidad a velar por los valores universales por sobre las contiendas e intereses particulares, de clase, raza o nación. Benda advierte que desde fines del siglo xix se produce un cambio drástico de esta misión suprema ya que los clercs han abandonado su cometido para descender a la plaza pública en nombre de otras motivaciones, de allí su "traición" al mandato secular. Sus antagonistas inmediatos son los intelectuales del nacionalismo francés, como Maurice Barrès, Charles Péguy y Charles Maurras, pero su mensaje va más allá de esta polémica situada. Benda se anticipa a los tiempos venideros al profetizar que los intelectuales se comprometerán en pasiones políticas revocando, según su perspectiva, la autoridad que la sociedad les ha concedido por siglos. Para Benda el modelo más prístino y quizás el último clerc moderno sea Zola y otros escritores que intervienen en el caso Dreyfus, ya que desempeñaron plenamente su más alta función, es decir, defender la justicia en términos universales: "les officiant de la justice abstraite et ne se ovullaient d'aucune passion pour un objet terrestre" (Benda, 63).

Su ideario fue ampliamente difundidas en Hispanoamericana, como en la revista Sur dirigida por Victoria Ocampo,  y está presente en los debates de 1936, donde queda demostrado que el modelo del letrado tradicional está ya superado a un lado y otro del Atlántico. Así la delegación francesa en ambos eventos, oscilará entre cerrar filas en torno a esta concepción o poner en duda su validez. Lo primero les permitirá enfrentar a Marinetti y su discurso belicista y nacionalista, totalmente inadmisible en el marco de las declaraciones del PEN club por la paz. Si bien el modelo del clerc garantizaba el compromiso del intelectual con los altos valores, por otra parte, daba sustento a posiciones que, en su pretendida abstinencia de la política, podía llevar al silencio y la complicidad, como lo denuncia Ludwig en su discurso. ¿Puede el PEN club hacer oídos sordos a los atropellos del Tercer Reich contra los intelectuales disidentes en nombre de un pretendido diálogo universal? Las discusiones demuestran que tal posición de neutralidad se aproximaba peligrosamente al cinismo.

Del lado de los latinoamericanos, la figura del clerc comienza a ser relativizada. Victoria Ocampo en su intervención sostendrá la necesidad de implicarse en los acontecimientos, si bien aun no podía sospechar que su empresa cultural la llevará, en los años por venir, a un enfrentamiento con el peronismo, que se traduce en confinamiento por un mes bajo este régimen4. Pedro Henríquez Ureña en su intervención distingue tres categorías de escritores en la actualidad hispanoamericana, los que practican literatura pura, la literatura social y la literatura de indagación interior, mostrando en esta diversidad caminos alternativos y divergentes. Reyes apuntará a la necesidad de que la inteligencia americana respire los "aires de la calle" (una sinécdoque de la ciudad) y ejerza una función ideológica en la polis, realizando una de las primeras caracterizaciones del intelectual en una sociedad proveniente de la experiencia colonial.

Precisiones americanas

Uno de los temas centrales del entretein fue caracterizar a la cultura hispanoamericana. Los europeos, en la voz de Jules Romains, reclaman "precisiones" (Arguedas, 1937: 79) sobre las diferencias y semejanzas entre la civilización europea y la americana. Reyes es renuente a darlas, "nos veríamos forzados a definiciones artificiales que a nada conducen", "No creo que podamos trazar rasgos generales, que abracen toda la realidad de nuestro continente; tanto sería como falsear la realidad" (Arguedas 1937: 119). Las definiciones esencialistas se enemistan con su programa universalista y con su conciencia de la heterogeneidad del continente. Los intentos de otros participantes por responder a esta demanda de los europeos no corren buena suerte.

Cuando Afrânio Peixoto hace su aporte diciendo que lo propio de la cultura americana es su deseo de independencia, el amor por la tierra y el paralelo desdén por nosotros mismos, la sensibilidad de "nómades" y la tristeza (saudade) que nos hace lamentarnos del mundo perdido y desear continuamente un mundo nuevo (Arguedas, 1937: 108), Jules Romains le replica que la melancolía y el nomadismo se encuentra también en el sur de Europa y en Oriente (Arguedas, 1937: 111). Duhamel tercia con la teoría de la imitación, que los hispanoamericanos ya conocían por la lectura que la generación arielista había realizado de Gabriel Tarde, así dice "La imitación es, hasta nueva orden, la única escuela de la originalidad" agregando que "Los pueblos que desean constituir una cultura original no tienen más que seguir el ejemplo de las mejores obras de la viejas y acreditadas culturas" (Arguedas, 1937: 141).

El español Enrique Díez Canedo -en diálogo con Reyes, cuya amistad frecuentaba- hace una propuesta universalista, en un momento crucial para su propio país, ingresado ya en la contienda de la Guerra Civil: "El tiempo en que vivimos niega toda diferencia, y cada vez más firmemente. El americano que quiere expresar lo que él tiene de verdaderamente único y diferente en su espíritu, corre el riesgo de no encontrar más que matices y nada más, porque, sin que él se llegara a dar cuenta, su América ya no existe más, lo mismo que ya no existe la vieja Europa. Yo creo que la parte viviente y "pensante" de Europa y de América forma en el presente un todo, en el cual cada pueblo no es más que una ligera variación" (Arguedas, 1937: 182).

Baldomero Sanín Cano, Presidente de la reunión, expone un panorama sobre la debilidad de las civilizaciones precolombinas y el carácter predominantemente europeo de la cultura americana, mientras Carlos Reyles presenta una visión escéptica respecto a la capacidad alcanzada por el continente para influir en la cultura mundial. Francisco Romero, en cambio entrega un mensaje de optimismo con "Futura influencia de la literatura iberoamericana en el pensamiento mundial", donde dice que la realidad americana se va convirtiendo en sustancia estética vuelta a Europa con Darío o Herrera, mientras la filosofía en Iberoamérica es ya una "síntesis de Occidente".

En este tramado de voces se distingue Pedro Herníquez Ureña que con "La América Española y su originalidad" ofrece algunos de los lineamientos de su historia cultural, exponiendo cómo la conquista avasalló la cultura del indio y destruyó sus formas de expresión, por lo que de ese pasado sólo se conservan vivas las formas populares y familiares. Henríquez Ureña no solo llama a la construcción de una tradición -que realizará futuramente con Las corrientes literarias en la América Hispánica (1945) e Historia de la cultura en América Hispánica (1947)- sino que diseña en esta oportunidad un necesario canon continental que incluye a el Inca Garcilaso de la Vega, Alarcón, Bernardo de Valbuena, Sor Juana Inés de la Cruz, Andrés Bello, Domingo Faustino Sarmiento, Montalvo, Hostos, José Martí, José Enrique Rodó, Rubén Darío, José Hernández, Gutiérrez Ricardo Palma, Justo Sierra, Gutiérrez Nájera, Díaz Mirón, Othon, Nervo, Urbina, Casal, Silva, Valencia, Santos Chocano, Jaimes Freire, Lugones, Herrera y Reissig. Ante el mismo pedido de "precisiones", Pedro Herníquez Ureña retoma de las intervenciones de sus colegas latinoamericanos, el acento emocional y poco intelectualista del espíritu hispanoamericano propuesto por Terán y el deseo de síntesis y universalidad postulado por Reyes, para realizar finalmente una comparación entre los dos espacios que, a su juicio, conforman los dos polos de la heterogénea cultura latinoamericana, Argentina y México (Arguedas, 1937: 110-114).

Como lo señala Reyes en su memoria de estos días La constelación americana. Conversaciones de tres amigos (1950), los europeos desconocían no sólo las sociedades americanas, sino también sus autores más prestigiosos, con la excepción de las dos figuras indiscutidas de Sarmiento y Darío, el micro-canon que casi todos los asistentes parecen manejar5. El desconocimiento de América es un tópico del discurso latinoamericanista y su reversión será la propuesta de la red latinoamericanista de los años treinta que, afianzándose en la universalidad como nuevo tópico, alcanzará ese reconocimiento que no tendrán aquellos discursos latinoamericanistas que, por el contrario, busquen en la autoctonía su matiz diferenciador. De allí la importancia de dos textos que dialogan entre sí y que definen esta nueva etapa: "Lo mexicano y lo universal" (1932) de Reyes y "El escritor argentino y la tradición" (1932)  de Jorge Luis Borges.

Para una constelación americana

Fundido en el diálogo con su amigo y maestro dominicano, y en afinidad también con Romero, Reyes ofrece su discurso inaugural "Notas sobre la inteligencia americana". En este texto coloca en relieve algunos conceptos que viene enunciando desde comienzos de los 30 y que tendrán posteriores desarrollos en su obra. La inteligencia en Reyes remite tanto a la clase letrada (intelligentzia) como a la constitución del espacio letrado, a lo que Ángel Rama llamaría años más tarde la ciudad letrada.

Reyes alude, entonces, tanto a las funciones de los intelectuales, como a la construcción de un campo común que permita el despliegue de estas funciones. Así en "En el día Americano" (1932) dice Reyes "Y entiendo aquí por inteligencia al mutuo conocimiento, base única de toda concordia". Por eso propone incrementar los lazos a través de "un trueque epistolar, entre los más calificados representantes de la alta actividad intelectual" objetivo que lleva a cabo en sus nutridos y continuos epistolarios con otros intelectuales del área. La inflexión de inteligencia como comunicación entre adquiere así la connotación de red intelectual. En sus memorias de 1950, La constelación americana, Reyes sustituye inteligencia por constelación, con lo que enfatiza el sentido de armado de vínculos y trazado de un campo contenedor de coincidencias y diálogos.

El empeño claro de Reyes es definir, más que las "precisiones" de una cultura que reclamaban los europeos, el lugar particular del intelectual americano. Ese lugar está caracterizado por cuatro condiciones -la falta de especialización, la situación colonial, la arritmia, el cosmopolitismo o internacionalismo- y una misión, la síntesis.

La inteligencia americana es menos especializada y profesionalizada que la europea, lo que lleva al intelectual a someterse a continuas transacciones de sus fueros (podríamos pensar en esos pactos que Rama señala entre la ciudad letrada y la ciudad real). Pero la "falta de especialización" indicada por Reyes, antes que ser leída como una deficiencia, es apuntada como una ventaja, ya que coloca al intelectual al resguardo del taylorismo o fordismo intelectual que imponía la división del trabajo y la fragmentación de los intereses. Así lo expresa en "Ciencia social y deber social" (1940): "¿qué es esta crisis que padecemos sino un disparate de la especialización que ha perdido el norte de la ética?" (Reyes, 1955-1993, XI: 107). En "El día Americano" (1932) Reyes había objetado a Julien Benda diciendo que su concepción es válida para los países centrales, pero no para América, donde "los sabios tienen todavía que ser hombre públicos". Retoma este tema en "Notas sobre la inteligencia", donde sostiene que el intelectual americano no puede refugiarse en una torre de marfil sino sumergirse en el "aire de la calle" -contrariando la prescripción de Julien Benda sobre la presencia del clerc en la "plaza pública"- ya que el trabajo intelectual para los latinoamericanos es un "servicio público" y un "deber civilizador".

En "Notas sobre la inteligencia", Reyes argumenta que la condición colonial americana ha redundado en atraso y arritmia (hemos llegado "tarde al banquete de la civilización"), pero también ha permitido ejercer la audacia de avanzar a saltos en la historia cultural y valerse de la improvisación. La situación colonial será retomada en muchos otros textos, como en "Para inaugurar los Cuadernos Americanos" (1941) y "Posición de América" (1942). En este último texto va más allá en la definición de una cultura colonial y en los procesos que han permitido el tránsito a la descolonización.  Dice aquí Reyes que "Por una parte, en toda cultura colonial obra un principio de retrogradación hacia las formas más elementales o más antiguas de las metrópolis" (Reyes, 1955-1993, XI: 263). Así, las formas americanas adoptaron rasgos residuales o arcaicos, por ejemplo, el teatro misionero eclesiástico recurre a tipos ya superados en la escena teatral en la metrópoli. Sumado a estos caracteres remanentes, se había implementado durante la colonia una estrategia imperial retardataria de la modernización, "la metrópoli echaba murallas en torno a sus colonias y se reservaba el privilegio exclusivo de la explotación económica y de la transmisión cultural", cerco que la administración de los Borbones irá ablandando por la presión de las nuevas ideas que conducirán a la Independencia. Detengámonos en el fragmento donde Reyes argumenta que la situación colonial da derechos a reclamar la herencia universal:

Esta inevitable invasión del liberalismo, o política de puertas abiertas, alcanza su máximo con las independencias americanas. A partir de esa hora, las antiguas colonias quedan en categoría de sociedades que no han  creado la cultura, sino que la reciben hecha de todos los focos culturales del mundo. Por un explicable proceso, toda la herencia cultural del mundo pasa a ser un patrimonio suyo por igual derecho. Su sistema de cultura, aunque para nuestros pueblos referido siempre a la fuente hispánica, se ensancha a la absorción de todas las corrientes extranjeras, algunas veces por sorda hostilidad y reacción contra la antigua metrópoli, y más generalmente y en último análisis, por convicción y por educación de universalismo. Este universalismo viene entonces a ser el inesperado efecto benéfico de la formación colonial. El ciudadano de las grandes naciones creadoras de cultura casi no tiene necesidad de salir de sus fronteras lingüísticas para completar su imagen del mundo. El ciudadano de la antigua colonia tienen que ir a la vida internacional para completar tal imagen y, además, está acostumbrado a buscar en el exterior las fuentes del saber (Reyes, 1955-1993, XI: 264, las cursivas son del original).

La situación colonial trae un "inesperado efecto benéfico", acceder al saber internacional. La condición de "herederos" de occidente no sólo será reclamada por Reyes y otros participantes latinoamericanos, sino también prevista y auspiciada por los delegados europeos, quienes confían en una moderna translatio de la cultura europea que, amenazada en las fronteras del viejo mundo, podría continuarse y resguardarse en América. Y no se trataba sólo de enunciados abstractos o voluntaristas, ya que los intelectuales europeos migraban y migrarán a este continente en los próximos años buscando refugio de las persecuciones y conflictos bélicos en Europa. Stefan Sweig, uno de los escritores más reconocidos por el público en los congresos porteños de 1936, buscará tal destino en Brasil, país donde dará fin a su vida pocos años más tarde. Por otra parte, la condición utópica de América, tantas veces esgrimida por Reyes (Ultima TuleNo hay tal lugar), está presente también entre los intelectuales europeos, como es evidente en el discurso inaugural de Georges Duhamel, o en las palabras de Paul Valery que Reyes reproduce en "Paul Valery contempla a América" (1938).

La inteligencia colonizada se descoloniza desarrollando su capacidad de síntesis, categoría expuesta en las "Notas sobre la inteligencia americana" y retomada en "Posición de América" (1942), donde rememora además las jornadas de 1936:

Hace años, examinando este aspecto de la agilidad americana, que podemos llamar la facilidad internacional de la inteligencia, expuse rápidamente estos puntos de vista ante los escritores europeos congregados por un conferencia de Pen Club de Buenos Aires, y dejé caer la palabra "síntesis  de cultura", que usó también, para iguales fines, el filósofo argentino don Francisco Romero, sin que ambos nos hubiéramos puesto de acuerdo. La rapidez de las discusiones y la limitación del tiempo hicieron imposible que los europeos se penetraran de lo que queríamos decir. Algunos de ellos quedaron tristemente convencidos de que pretendíamos reducir la función de la inteligencia americana a organizar compendios de la cultura europea. Ante todo, no nos referíamos  sólo a la tradición europea, sino a toda la herencia humana. En seguida, por síntesis entendíamos la creación de un acervo patrimonial donde nada se perdiera, y para el cual los hábitos de la inteligencia americana nos parecían bien desarrollados por los motivos antes expuestos. Finalmente en la síntesis no vemos un compendio o resumen, una mera suma aritmética, como no lo es la del hidrógeno y el oxígeno al juntarse en el agua, sino una organización cualitativamente nueva, y dotada, como toda síntesis, de virtud trascendente. Otra vez, un nuevo punto de partida (Reyes, 1955-1993, XI: 265).

La síntesis fue la palabra clave de su mensaje de 1936, si bien, como Reyes reconoce, ninguno de los europeos entendió plenamente su sentido. Quizás porque, a pesar de los esfuerzos de Reyes y Henríquez Ureña para mostrar la heterogeneidad americana, desde el lado europeo se reclamaba un relato de homogeneidad cultural. La síntesis postulada por Reyes es la capacidad de fusión y resignificación del legado universal, pero también de compaginación y aceptación de la diversidad americana. Como dirá en "Posición de América", América es un laboratorio posible para un ensayo de síntesis, y es en este texto donde aproxima, proféticamente -por llamarlo de algún modo- la categoría de síntesis a la de transculturación de Ortiz que dominará el pensamiento crítico latinoamericano en años posteriores. Así, al referirse al agotamiento de Europa y a la función que América deberá cumplir en la cultura universal, dice que sus intelectuales deben asumir la "la profecía, la prédica, la función prospectiva de la palabra":

Esta  promesa de destino tiene un anverso y un reverso. Por el reverso parece significar que la capacidad de Europa está ya agotada. Por el anverso, que las bases americanas aseguran ya las probabilidades de éxito. Examinemos ambos extremos, procurando no pecar por ingratitud ni por orgullo. Por cuanto a lo primero, posible es que Europa no salga agotada de la catástrofe y lo deseamos fervorosamente. Aun los pueblos definitivamente conquistados sueles seguir determinando los rumbos de la cultura y venciendo a sus vencedores, operándose así esa ósmosis para la cual el maestro cubano don Fernando Ortiz ha acuñado en nuestra lengua el término "transculturación" (237).

Pero la síntesis exige tiempo y la hora propicia, el "fuego del tiempo" para soltar su hervor como había advertido metafóricamente Reyes en "Los ojos de Europa" (1931), donde duda del apriorismo o de la aceleración de otras propuestas, con  las que toma distancia, como el criollismo, el autoctonismo y "hasta las paradojas de los llamados antropófagos de San Paulo" (Reyes, 1955-1993, VIII: 305), aludiendo al "Manifiesto antropófago" (1928) de Oswald de Andrade, otras de las respuestas posibles del intelectual a la condición colonial formulada hacia estos mismos años.

Para Reyes la síntesis es un trabajo continuo de fusión donde la autoctonía es sólo uno de los ingrediente, así en "Para inaugurar los Cuadernos Americanos" (1941), dirá que el intelectual americano deberá ejercer el cuidado de una herencia abandonada por los "pueblos magistrales", herencia a la que deberá insuflar un sentido internacional, ibérico y autóctono. Lo primero, como dijimos más arriba, es propio de la situación colonial que ha favorecido el trabajo de asimilación del patrimonio universal. Reyes descree de  una cultura americana aislada de la europea, y prevalece el criterio de literatura universal, el Weltliteratur de Goethe, que había expuesto antes en "Lo mexicano y lo universal" (1932), donde refuta tanto al nacionalismo como al exotismo literario. El componente ibérico es irrenunciable y la cultura del hispanismo -resemantizado a partir del 98 y de la Guerra Civil Española- adquiere un peso fundamental para los hombres de su generación, así como en su propia obra. En cuanto al componente autóctono americano, Reyes cree que debe ser sometido a un trabajo de de ampliación, jerarquización y selección.

El concepto de síntesis es retomado en La constelación americana y asociada a integración, mosaico y pluralismo. Con este último término, Reyes remite a Pluralistic Universe (1909) de William James, quien discute las concepciones monísticas, idealistas y deterministas de la filosofía, para proponer que el universo físico y moral se compone de partes independientes y diversas que, bajo el efecto del azar y la libertad interna, convergen en una estructura donde conviven en orden y libertad. Por eso Reyes advierte que la síntesis no debe ser confundida con el "sincretismo" o el "eclecticismo", sino ser concebida como una estructura "orgánica y viva" que deberá operar de acuerdo a los principios de no exclusión, "la no segregación étnica o la no discriminación", recuperando aquí las propuestas armonizadoras de Vasconcelos.

La síntesis en Reyes se relaciona también con el mestizaje como única salida a la heterogeneidad americana, sobre todo porque tiene presente el ejemplo de mestizaje cultural de Grecia y el gran proceso de mezcla del Renacimiento, bajo cuyo auspicio nace una nueva cultura americana, "El bastardeo, decía Burckhardt, es la ley de la historia." (Reyes, 1955-1993, XXII: 86). Con sus Notas y en la trama de una red intelectual construida a conciencia, Reyes sentaba las bases para una lectura crítica de la función del letrado en América, que los años venideros verán fructificar.

Notas

1 Los epistolarios de Alfonso Reyes constituyen una de las referencias más ricas para la construcción de redes intelectuales en la primera mitad del siglo XX en América Latina. He analizado la actividad y teoría epistolar de Reyes en "Un escenario de cultura: Alfonso Reyes epistolar".

2 Sobre este discurso, anota Manuel Gávez en sus Recuerdos de la vida literaria: "En la primera sesión, Vitoria Ocampo habló antes que nadie, y lo hizo en nombre del lector común, pero del lector común muy culto y de mucha sensibilidad. Habló, pues, en nombre de las minorías, y trató de la "función social" del escritor. Sus palabras no fueron muy claras. Parecía pedir a los escritores que no permanecieran indiferentes a las realidades sociales" (Gálvez, 2003: 307).

3 Participan del encuentro A. Arguedas (Bolivia), E. Díez Canedo (España), G. Duhamel (Francia), W.J. Wintwistle (Inglaterra), J. Estelrich (España), F. de Figueiredo (Portugal), P. Henríquez Ureña (República Dominicana), C. Ibarguren (Argentina), Conde Keyserling, Emil Ludwig (Suiza), J. Maritain (Francia), R. H. Mottram (Inglaterra), A. Peixoto (Brasil), L. Pierard (Bélgica), A. Reyes (México), C. Reyles (Uruguay), J. Romains (Francia), F. Romero (Argentina), B. Sanin Cano (Colombia), J. B. Terán (Argentina), G. Ungaretti (Italia), S. Zweig (Austria).

4 En carta de 17/6/1953 a Alfonso Reyes Victoria Ocampo narra con detalle, y se diría con fruición, esta experiencia; véase Cartas echadas.

5 Finalizado el congreso, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña y Francisco Romero ser reunieron durante los meses de octubre y noviembre de 1936 para registrar sus propuestas en notas que luego Reyes sistematiza y publica bajo el título La constelación americana. Conversación de tres amigos (1950), para pasarlas a Mariano Picón Salas, quien preparaba un seminario sobre el tema que dicta en El Colegio de México.

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