SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.13 número2Laura Esquivel: La educación solo es posible a través del artePoética de lo criollo: La transformación del concepto "criollo" en las letras hispanoamericanas (siglo XVI al XIX) índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

  • No hay articulos citadosCitado por SciELO

Links relacionados

  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Cuadernos del CILHA

versión On-line ISSN 1852-9615

Cuad. CILHA vol.13 no.2 Mendoza dic. 2012

 

RESEÑAS

Carlos Thorne. Yo, San Martín.
Prólogo de Abel Posse. Madrid: Huerga & Fierro Editores, 2011.      
  

 

Graciela Maturo

Universidad del Salvador
gmaturo@gmail.com
Argentina

Agradezco a mi viejo amigo Carlos Thorne el haberme elegido como presentadora o comentarista de su libro Yo, San Martín. Conozco su trayectoria, su talento, sus trabajos históricos y literarios. Sus novelas Papá Lucas, El Señor de Lunahuaná, El encomendero de la adarga de plata, tomaron el rumbo de la novelización americana que enlaza tiempos y espacios en una tarea de comprensión de nuestra realidad, revelándolo como un gran intérprete de la historia y un señor del estilo.

Pero en su camino de hijo del Perú se hallaba sin duda este personaje que a todos los sudamericanos nos pertenece: José de San Martín. Un gran novelista encontró a su héroe, y en tal sentido comparto lo asentado por otro grande de nuestras letras, Abel Posse, en su breve prólogo: Escribir esta novela poética estaba seguramente en su destino. Hay en efecto algo destinal en este encuentro del escritor con un personaje al que puede dar carnadura porque ha pasado por los filtros de su propia interioridad. Captar, recrear, comprender, es sin duda más importante para el escritor que discutir o analizar. Tal el acto del novelista, amoroso en esencia, que nos aboca como lectores a la difícil tarea de discernir  las fibras del autor entremezcladas en el retrato de su personaje.

Y a mi ver debía ser en el Perú  donde se emprendiera esta plena recuperación del Capitán,  no en la Argentina -donde hace poco tiempo se escribió una historia infamante- ni en Chile, Bolivia o el Uruguay, también ligados a su gesta emancipatoria. En  el Perú alcanzó San Martín el apogeo de su gloria; allí fue reconocido y venerado como gobernante, conductor y maestro. No era solamente el militar que había triunfado con la espada; era el autor de leyes, el fundador de bibliotecas, el maestro de la comunidad.

Con ese reconocimiento colectivo viene enriquecido Carlos Thorne cuando aborda, con el esfuerzo del historiador, el amor del discípulo y la destreza del escritor maduro, esta empresa novelística. Arduo habrá  sido desbrozar los documentos, cartas, actas y testimonios de distintos archivos y repositorios, pero más lo sería descongelar ese material, insuflarle vida, pasión, aliento, descubrir  la cuota de verdad y humanidad que harían de San Martín un personaje creíble a sus lectores. 

Carlos Thorne se impuso ese desafío: ser leal a la documentación existente, y servir a esa otra verdad más honda de lo histórico, esa que no figura en el museo ni en las actas notariales.

Porque es tarea poética, es decir de escritor, ese "oficio de intersubjetividad" -sin pretensión de caer en tecnicismos- que permite el  encuentro con el otro, el descubrimiento del otro en el sí mismo, y del sí mismo en el otro.

Pero dejemos estas disquisiciones y abordemos esta obra excepcional, que nos acerca a un San Martín anciano, próximo a la muerte -el escritor se ha preocupado de asentar la fecha: 2 de agosto de 1850-,  un hombre de carne y hueso que en los días finales de su vida arrastra una silla para sentarse frente al mar, dedicado al arte de la reminiscencia.  Y se produce el milagro: gracias al novelista,  podemos escuchar su voz, esa voz de viejo todavía aguerrido, la voz del padre, el joven, el militar, el galán, el esposo, el soñador, el conductor.

"En esta soledad he sentido el aullido de la muerte"dice Don José, acariciado por la brisa marítima que hace ondular su poncho americano. Un San Martín sin rencores, transfigurado, ecuánime, va a desplegarnos los recuerdos de su vida, desde el Yapeyú de la niñez  hasta el destierro en la bella Francia.

En 15 capítulos sabiamente administrados, Carlos Thorne va desgranando los años de San Martín desde que sale de España -de la España por la que ha luchado- con pasaporte inglés, pasando por encuentros, batallas, sufrimientos, saraos, e intimidades, hasta el lúcido balance del presente, en el interior de su casa, o a orillas del mar.

La rememoración adquiría para los antiguos, el carácter de lo sagrado. El encuentro con el devenir, en la intención de recapturar lo esencial, rescatándolo del deterioro,  era una actividad constituyente de la persona, un triunfo contra el olvido. En este caso aparecen en el horizonte dos móviles tácitos del personaje: dejar testimonio sobre los hombres y los hechos, revalidando una memoria personal, y ajustar cuentas consigo mismo, como lo hace todo buen cristiano en la proximidad de la muerte.

Una voz castiza y sin alambicamientos, una voz argentina, sudamericana, peruana si cabe, nos acerca ese devenir en momentos fulgurantes y variados, públicos e intimistas. Voz que sin perder la universal riqueza del español, acusa los matices de la irrenunciable patria sudamericana del personaje, y de la reconocible patria del autor que hace gala de sobriedad y riqueza idiomática. Es muy bello recuperar el idioma en su versión prístina, expresiva y carente de empaque; ese idioma es  el castellano americano, hoy maltratado y empobrecido en nuestras grandes ciudades, recuperable en algunas provincias argentinas como en el Perú, el Ecuador, Colombia y otros países de la región.

Esa voz asume por momentos la primera persona del título, o bien la segunda propia del monólogo interior, del hablar consigo mismo. El yo interpelado como un tú por ese yo interior que asume consistencia moral, nos va llevando con sutiles matizaciones a los diferentes momentos de la vida del héroe.

En cada uno de ellos surge un presente que anima la escritura y hace vívidas las escenas ante nuestros ojos.

Daré un ejemplo: "Tú habías trepado en las jarcias y ayudado a desplegar la vela de la verga mayor del palo de proa, para recibir mejor el viento, también habías ayudado junto con Holmberg y Arellano a desaguar la cubierta grasosa del pañol. El cocinero trae un frasco de higos secos, el capitán los ofrece con mucha cortesía, primero a Doña Carmen y luego a ti. Es la víspera del 25 de febrero de 1811 y tú mañana cumplirás 34 años".

El monólogo da lugar a otras voces, a diálogos vivaces, también a preguntas sin respuesta.

La pregunta es una modalidad que se reitera en el discurso de Carlos Thorne, y con toda evidencia es algo más que un recurso retórico: es la expresión de juicios no definitivos, de cuestiones morales e históricas no totalmente resueltas. Hay asuntos que la propia historia ha dejado abiertos, mostrando que la vida humana no es un teorema matemático y que la grandeza no es ajena al error y la labilidad del hombre.

Van sucediéndose los momentos del pasado y las detenciones del presente, que integran un itinerario público y un recorrido personal, íntimamente fusionados. Pero sobre todo va desplegándose ante nuestros ojos la personalidad moral de José de San Martín, su perfil interior no eminente ni marmóreo sino sencillamente humano, atravesado por algunos errores y debilidades pero en lo fundamental, tocado por la grandeza. No son los intereses personales ni los apetitos mundanos los que movilizan a este hombre austero, soñador, algo triste, sino su raigal amor a la Patria y su aceptación del destino. Esta aceptación, de carácter religioso, siempre desborda  la voluntad individual: es un pacto del hombre con la Providencia.  El lector percibe la fuerza de ese pacto destinal que sostiene al personaje en medio de sus contingencias y flaquezas. Siente la proximidad afectiva del hombre que ha obedecido a un llamado, y se mantiene ajeno a la solemnidad, el orgullo y el engolamiento de los mediocres.

El cuerpo frágil es azotado por dolores y enfermedades, que sólo la fuerza del carácter es capaz de ordenar y sobrellevar.

Y se dice a sí mismo: "Tú no puedes olvidar que naciste en una reducción de indios donde los jesuitas cultivaron hermosos hierbales, huertos y muchos jardines, y que lo lograron domando la feracidad de estas tierras, merced a la disciplina que corrige las pasiones". Esa voz interior es un yo ético que le habla continuamente en la hora última, organizando la totalidad de sus recuerdos y haciendo vivo el testimonio de una vida cumplida. Es una introspección y una defensa, el testimonio de haber respondido plenamente a la vocación.

José de San Martín pasa revista a la condición moral de los otros, al débil patriotismo de algunos funcionarios, a la ambición de otros, a la vanidad de embajadores y militares que trataron con él, obstaculizaron sus planes, le mezquinaron los recursos o a medias accedieron a su obstinación.

El lapso, no muy largo, de los servicios del Capitán a la Patria y a la Patria Grande que es América -esta convicción salta a la vista en la conducta del héroe y en su discurso- es repasado con ayuda de cartas y documentos que el novelista supo reinterpretar con singular ahondamiento y destreza.

Como lectores, compartimos el punto de vista del soldado, el héroe doliente que exige al máximo a sus fuerzas corporales, el esposo, el hombre sensible a la solicitación de algunas mujeres, el solitario, el hombre de gobierno tanto en Mendoza como en el Perú. Vemos nítidamente a San Martín en los años en que le tocó actuar, conocemos una vez más las incomprensiones que sufrió, las causas profundas que lo llevaron al destierro. Es el héroe de la renuncia, el hombre de las Provincias Unidas que se niega a participar de las luchas civiles.

Y también conocemos al filósofo introspectivo -entretejido entre Carlos Thorne y José de San Martín- que reflexiona con la sutileza de un Pascal o un Montaigne sobre la inteligencia y las pasiones, sobre la diversa y contradictoria condición humana, sobre la fidelidad a una tierra, sobre el amor, la libertad y el pecado, sobre el enigma del tiempo.

Las olas del mar septentrional y la brisa del atardecer vuelven como estribillos poéticos en ese largo y diversificado monólogo del héroe casi descarnado, que deja su testimonio. Thorne ha desnudado la personalidad de San Martín y ha novelado su vida a partir de la técnica de la remembranza, sin eludir espinosos tramos de su gesta, e incluso el delicado tema del encuentro de Guayaquil en que se enfrentaron los Libertadores. Todo desfila en un discurso más lírico que épico, que si bien hace lugar a descripciones realistas de batallas o aprestos pronto los envuelve en la mirada de un capitán que denuncia la inmoralidad de la guerra.

La narración se diversifica, inserta cartas históricas y otras inventadas, al menos una. Conoce nuestro amigo Carlos Thorne el papel heurístico de la imaginación que otorga valor a la actividad del escritor en aquellos huecos donde ha faltado el documento, y se ejerce aún sobre el documento mismo, al recrearlo imaginariamente.

Carlos Thorne, descendiente de un prócer de nuestra historia, nos condujo a lo largo de veinte años en que su personaje estuvo vivo y actuante en América, pero nos libra a su incorporación desde el siglo XXI, desde nuestro ahora difícil y conflictivo. Tal el triunfo hermenéutico de la novela sobre la historia documental. Siempre será la suya una lectura personal de la historia, una lectura comprometida, silenciosamente opinante, que reclama del lector una respuesta.

Así el texto, cuyo nombre quiere decir tejido, se convierte también en un entretejido de subjetividades, la del autor, la del personaje -en este caso histórico- la del lector, convocado a su turno. No se trata pues de texto como cosa dispuesta al análisis, sino de un juego conversacional entre sujetos.

José de San Martín, desprendido del bronce, alcanza en este libro una extraordinaria estatura moral a partir de su introspección rememorante y filosófica. Establece, sin pregonarlo, un claro contraste con figuras históricas dominadas  por la soberbia y el afán de poder, ya sean del pasado o del presente. La obra literaria siempre es leída desde el ahora, es reconocida desde el marco del lector, desde su contemporaneidad.

Mucho más podríamos decir de esta obra magnífica y oportuna, provocadora, iluminadora. Pero deberemos escuchar a otro gran novelista -Abel Posse- también abocado en su labor a sucesos y personajes históricos, que seguramente hallará en ella otros aspectos dignos de atención.

Solo me queda agradecer al consumado escritor, historiador y amigo Carlos Thorne esta obra que comparto plenamente, nacida -como decía el Inca Garcilaso- de su amor a la verdad y a la patria americana.