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Cuadernos del CILHA

versión On-line ISSN 1852-9615

Cuad. CILHA vol.21 no.1 Mendoza jun. 2020

 

Artículos originales

Diarios de cuidado. Tiempos y modalidades de la escritura desde la vulnerabilidad

Care Diaries. Times and Modes of Writing in Vulnerability

Francisco Gelman Constantin1 

1Consejo Nacional de Investigaciones, Universidad de Buenos Aires. Argentina. simbiosisficticia@hotmail.com

Resumen:

Todo nos sale bien de Julia Coria (2019) y Games of Crohn. Diario de una internación de Leonor Silvestri (2017) pueden leerse como diarios de cuidado que permiten hacer una contribución desde los estudios literarios a la investigación de la problemática del cuidado como responsabilidad social colectiva de sostenimiento de la vida. Se reconstruye el modo en que la escritura permite operar sobre las formas de cuidado en términos del montaje de redes, la modulación de los afectos que circulan en el interior de esos vínculos bajo el establecimiento de un tono, y la organización de los estratos temporales que se imbrican entre la convalecencia, la atención de sí y el acompañamiento.

Palabras clave: Diarios; Cuidado; Enfermedad; Discapacidad; Temporalidad

Abstract:

Julia Coria’s Todo nos sale bien (2019) and Leonor Silvestri’s Games of Crohn. Diario de una internación (2017) can be read as care diaries which allow for a contribution of literary studies to research into the issue of care as a social responsability concerning the sustainment of life. It is rendered the way in which writing can act over ways of care in the assemblage of networks, the modulation of the affects that circulate through the relationships in establishing a tone, and the organization of the time strata imbricated in convalescence, attention to the self and tending to others.

Keywords: Diaries; Care; Illness; Disability; Temporality

“(…yo te cuido)”, así, entre paréntesis y en cursivas, es la respuesta que ofrece Todo nos sale bien, de Julia Coria (2019, p. 82), a la expresión de desvalimiento que recibe una mujer de su marido, en el período final de su convalecencia de cáncer. “Me estoy cuidando el cuerpo que vos no me cuidás” es la declaración, en toda la virulencia de esa segunda persona, que ofrece Games of Crohn. Diario de una internación, de Leonor Silvestri (2017, p. 70), de la paciente a una enfermera, mientras relata cómo atiende a su propio padecimiento y el acompañamiento que le prestan amistades desde su diagnóstico de enfermedad de Crohn. Con tonos y posiciones disímiles, con operaciones diferentes sobre las experiencias y afectos, ambos libros ofrecen una puerta de entrada para los estudios literarios a la hora de afrontar el ascenso en las disputas colectivas -atravesando cualquier separación entre la política, la economía, la cultura- de la pregunta por quiénes cuidan y cómo.

El dictamen de una “crisis de los cuidados”, emitido desde los años setenta con el desfondamiento de los estados de bienestar en América y Europa, fecha un problema profundo y de más larga data, la contradicción entre el sostenimiento de lo viviente y la organización forzada del hacer bajo los ritmos del capital (Vega Solís, Martínez Buján y Paredes Chauca, 2018; Precarias a la deriva, 2004; Gutiérrez Aguilar, 2017). En el interior de ese conflicto, según lo dimensionaba el avance del neoliberalismo en nuestro continente, Joan Tronto y Berenice Fisher habían ofrecido hace ya treinta años una definición fundacional del cuidado, entendido como aquellas tareas de elaboración de una “red de sostén de la vida” (Tronto, 1993: 40) . En el interior de esa red, el cuidado se escinde entre su dimensión técnica y su dimensión relacional -del afecto puro de una caricia al aséptico procedimiento de una inyección-, tanto como entre el reclamo de su reconocimiento como un trabajo y su crítica como una forma de poder -desde el problema de la invisibilidad de las atenciones domésticas hasta la crueldad de muchas tutelas- (Worms, 2010 y 2012).

El avance del cuidado en las discusiones públicas y como dimensión de luchas sociales incluyó su abordaje por una serie de investigaciones dentro y fuera de las universidades y centros de estudio. Fundamentalmente constituyeron encuentros del pensamiento y el activismo feminista con la sociología, la economía, la geografía, la teoría política, la ética filosófica o la antropología (Tronto, 1993; Colombara, 1998; Izquierdo, 2004; Precarias a la deriva, 2004; Worms, 2010 y 2012; Angelino, 2014; Pérez Orozco, 2014; González y Sassone, 2016; Puig de la Bellacasa, 2017; Dragojlovic y Broom, 2018; Vega Solís, Martínez Buján y Paredes Chauca, 2018; Cavallero y Gago, 2019; entre otras y otros).

Pese al importante trabajo del feminismo en su interior, los estudios literarios no intervinieron de manera tan significativa sobre la problemática del cuidado, con la excepción de volúmenes aislados como Narative Care: Biopolitics and the Novel (de Boever, 2013) o las sugerencias provenientes de los usos de la literatura en el contexto de las humanidades médicas -sobre todo en el medio sajón, pero también en algunos centros académicos de países como Brasil o Cuba (Horowitz, 1996; Shapiro y Rucker, 2003; Charon, 2006; Grossman y Cabral, 2006; Macías Llanes, 2011; Schleifer y Vannatta, 2013; Claramonte Gallian, Reginato y Rodrigues Barbosa, 2015; Marini, 2016; Avrahami, 2017; Hamdy, 2017)-. En esta ocasión se trata precisamente de comprometer la investigación literaria en la cuestión, a partir de la exploración del funcionamiento de la escritura de diarios en el interior de vínculos de cuidado en la enfermedad y la discapacidad, a partir de los textos de Coria y Silvestri.

Producir literatura, armarse relatos: mantenerse en el suelo de los renglones

Todo nos sale bien y Games of Crohn, junto con otros textos que circulan a su alrededor -entrevistas a las autoras, reseñas, el documental homónimo realizado por Silvestri y Mai Staunsager (2015)-, relatan su propio origen como escritura a partir de la acumulación de una serie de anotaciones sucesivas a lo largo del tiempo de convalecencia. En el caso de Silvestri, el libro se origina en entradas a su blog, redactadas por consejo de una psiquiatra y publicadas desde su internación (Silvestri y Staunsager, 2015: 20’23), reescritas, reordenadas, y combinadas con textos nuevos y la transcripción de una entrevista. En el caso de Coria, aquello que la contratapa del volumen impreso designa como “novela” es no menos el trabajo sobre unas “notas”, unos “apuntes” (Coria, 2019, pp. 51, 97) tomados por la autora a lo largo de los cerca de dos años de enfermedad de su marido Fabián, hasta que el cáncer de esófago acaba con su vida. De acuerdo con un crítico:

Julia acompañó dos años la agonía de Fabián. (…) Lloró sola, sonrió a su lado. Protegió a sus hijos, buscó el hombro de su abuela, de 96 años. Dejó de producir literatura, pero en medio del dolor, tomó nota de los diálogos felices, de guiños amorosos en momentos dramáticos y de sueños alcanzables, que ya eran imposibles.

Y así, en un cuaderno, alumbró el texto del que salen manos, para apretar otras manos, para palmear a los que pasan por situaciones similares (Calvo, 2019)

La figura de por sí ambigua de los libros como hijos que también se “alumbran” (Domínguez, 2007, pp. 199-203, 391) está sobredeterminada en esas líneas por la oposición entre la “literatura” y los escritos inmanentes al cuidado, femenino, de los otros. La disyuntiva sugiere mucho más sobre el crítico y los estereotipos culturales que impactan sobre su propia escritura -sobre la línea acaso de la misma oposición entre lo privado y lo público que el punto de vista del cuidado en sí mismo objeta (Tronto, 1993: 165)- que sobre la naturaleza de Todo nos sale bien. El libro de Coria más bien exacerba la proximidad, o postula la imposibilidad o la irrelevancia de un discernimiento entre literatura y cuidado, a partir de la propia “indeterminación” del diario respecto del terreno de lo literario (Mosquera, 2020, p. 41). En ambas obras hay algo de la posibilidad sugerida por Arne de Boever de “considerar la novela como una forma de escritura de vida, una clase de cuidado estético de sí y de los otros” (2013 p. 8) o de la advertencia de Frédéric Worms contra que se “considere demasiado a menudo la estética como un lujo en las relaciones de cuidado” (2012: 41). Entre las notas y posts, y las publicaciones impresas a través de la colección y reescritura de las entradas que se convierten en capítulos, ambos libros se constituyen en diarios del cuidado en los que las palabras han de cumplir múltiples funciones a la vez, suspendiendo las fronteras categoriales.

Y es que, bien lejos de conformarse con la simple comunicación de historias de enfermedad o discapacidad, Games of Crohn y Todo nos sale bien evidencian la acción compleja de la escritura sobre aquella materia viviente que el lenguaje convierte en su contenido: lxs cuerpxs y los sujetos que los habitan. De acuerdo con el libro de Coria, escribir se presenta como una estrategia de supervivencia, tal que “mi única esperanza era (…) intentar mantenerme en el suelo firme que formaban los renglones en que se acomodaban las palabras que componían nuestras historias, nuestros recuerdos” (2019, p. 66). La terapéutica es, en efecto, una funcionalidad típica del diario, convertido entonces en cierta clase singular de “historia clínica” (Pauls, 1996, pp. 5-6, 10); pero, de serlo, esa terapia es en todo caso también, en palabras de Silvestri, una forma de enfrentamiento en la que el enemigo no es la enfermedad, sino los regimens regulatorios que explotan y oprimen: “esta posibilidad de organizarse relatos, (…) esa manera de armarse narrativas (…) es lo que le pone un coto o un freno a estas otras narrativas que me propone el mundo de un cuerpo desempoderado, desposeído, enfermo, minusválido, discapacitado, y lo acerca a un cuerpo resiliente” (Silvestri y Staunsager, 2015, 41’20-43’15). Mucho más que el simple registro de acontecimientos experimentados, la escritura aparece como una cierta acción -entra el sostén y el combate- sobre la vida de la que emerge, que no sabría delimitarse como la de lxs cuerpxs de sus autoras: se escribe en el interior de una comunidad de cuidado y al hacerlo se la modifica en su conjunto.

Existir en red

A menudo calificados de “íntimos”, los diarios escritos bajo la imantación de la primera persona que narra son leídos muchas veces como si el individuo (o alguno de sus relevos filosóficos contemporáneos) comprendiera su principal radio de acción. Así, la soledad aparece como un trabajo activo de negación del mundo, tal que, por ejemplo:

Kafka demuestra cuál es, en verdad, la nueva condición del escritor de diario íntimo (…). No un solitario sino su más artero enemigo: un célibe. (…) Kafka no se queda soltero; dice que no, lo que es radicalmente distinto (…). Decir que no, ayunar, abstenerse, llegar incluso a la anorexia con tal de rechazar lo existente, el tipo de intercambios y de relaciones que propone, las formas de vida que reproduce. Ser más extranjero que un extranjero en “el seno de mi familia, en medio de las personas mejores, y más amables”, y también ser un extranjero “en este mundo que se desintegra”. (Pauls, 1996, p. 12)

Del mismo modo, diarios de enfermedad han suscitado una reflexión sobre los vínculos entre la escritura y la “inquietud de sí”, la construcción de un “médico de sí” (Link en Bongers y Olbrich, 2006, pp. 256, 263) en que el cuidado aparece desprendido de su posición en un entramado comunitario.

Incluso si defienden los momentos de soledad (Silvestri, 2017, p. 59) o, algo más modestamente, reivindican en ocasiones el pequeño círculo de la “intimidad blindada y especular” de un matrimonio (Coria, 2019, p. 33), los diarios que nos ocupan son intervenciones declaradas dentro de la red colectiva más amplia que sostiene la vida de cada cual; se impone un “plan de acción: no aislarse” (Silvestri, 2017, p. 21) y el individuo depone su protagonismo absoluto. En la estela de la crítica feminista y del movimiento de discapacidad sobre el ideal liberal de autonomía (Tronto, 1993; Precarias a la deriva, 2004; Angelino, 2014), una y otra autora escriben en la densidad de la interdependencia:

A los amigos se les piden banquetas para un festejo en el que las sillas disponibles no son suficientes, un libro tomado al azar de la biblioteca, el dato de un plomero o gasista, vestidos, un aventón, un taladro, la receta del budín de pan. Qué hubiera sido de nosotros sin nuestro elenco estable de gente dispuesta a todo: no lo sé. (Coria, 2019, p. 101)

Todos esos cuerpos que se los suele llamar como ‘discapacitados’ dejan en claro (…) la necesidad de organizar comunidades y redes comunales. (Silvestri y Staunsager, 2015: 31’55-32’25)

no solo no soy autónoma sino que además no creo que sea deseable serlo. Me siento interconectada a muchas existentes, y no solo personas, que dotan mi existencia de sentido y me dan vida, y me parece formidable existir en red. (Silvestri, 2017, p. 219)

Por eso mismo es que los textos de ambas, pese a que parezcan divergir entre ser narrados por “quien cuida a otro” y “quien cuida de sí misma y es cuidada”, admiten ser leídos juntos. Porque el yo no agota los sentidos de la trama desplegada en la escritura, porque “el sufrimiento no debería ‘tratarse’ como si estuviera contenido en el o la paciente (…) (puesto que m)ás bien, el sufrimiento circula, descansa en varias personas, y se soporta en relaciones y roles sociales” (Dragojlovic y Broom, 2018, p. 12), y porque el cuidado no puede ser reducido a la esfera de un individuo ni a una relación diádica como la famosa médico-paciente, sino que “la reciprocidad del cuidado es raramente bilateral, la red viviente del cuidado no se sostiene en individuos que reciben y devuelven sino en una fuerza colectiva diseminada” (Puig de la Bellacasa, 2017, p. 20).

Por cierto que, según escribe Silvestri, en un momento de crisis “(las cuerpas enfermas) hemos sido expropiadas de (la) potencia y (la) alegría (de cuidar)”, pero ni la enfermedad ni la discapacidad sabrían convertir a nadie en simple receptor o receptora pasiva de cuidados. Cuando Fabián, el marido de Julia, apenas puede salir ya de la cama en la fragilidad en que lo ha dejado la quimioterapia, ella encuentra de todos modos un instante fugaz para hacerse cuidar:

Aquella noche tuve una crisis de llanto y entonces me consoló por última vez. Me acosté de espaldas a él y él, lo que quedaba de él, se pegó contra mi cuerpo. Aproveché para decirle dos cosas. (…). Y dicho esto dejé de hablar y recibí dócilmente sus besos en los hombros y por última vez Fabián fue mi refugio, uno huesudo y tan distinto y a la vez tan esencialmente igual al que me había guarecido en los últimos veinte años. (Coria, 2019, p. 109)

Que la dirección del cuidado pueda invertirse indica que no hay una línea que divida la población cuidada de aquel otro colectivo que cuida. Hay desde luego un plus de fragilidad que compromete a ciertxs cuerpxs en determinados momentos de padecimiento y bajo determinados regímenes de exposición diferencial al daño, así como hay sistemas de dominación (sexuales, raciales, de clase) que sobrecargan a algunas y algunos de responsabilidades de cuidado; pero bajo la perspectiva de un cuidado democrático, el reconocimiento de la necesidades depende de la solicitud que emana de una voz y un gesto o una imagen convocante (Butler, 2004, p. 168) y a ese pedido puede responder cualquiera.

Ese llamado a guarecer, como el ademán de Julia de presentar la espalda en la cita anterior, opera en el orden de una plástica de la invocación que abunda en ambos libros. Coria recurre, para constituirse como cuidadora de su marido, a la imagen de un niño indefenso: sobre el cuerpo del Fabián adulto superpone el relato de un Fabián de ocho años, huérfano de padre, que viaja solo en tren de Buenos Aires a Córdoba para pasar unos meses con su abuela (Coria, 2019, pp. 21-22). Puesto que el llamado al guarecimiento requiere un mensaje, verbal o no, el texto renueva en distintas ocasiones esa visión fulgurante de la vulnerabilidad, la sobreimprime como señal a ecos de una convocatoria y una responsabilidad.

Respecto de esa invitación al acompañamiento, los diarios se mueven entre la oferta diferida de cuidado o la invocación a cuidar. Todo nos sale bien registra un sinfín de mensajes y llamadas de ofrecimientos diversos de parte de amistades y familiares, así como narra los momentos excepcionales en que Julia se dirige especialmente a otros y otras para pedir socorros; pero, sobre todo, se compromete todo él como libro a disposición del amparo de los y las demás. En primer lugar, como reservorio de recuerdos para ella misma y para su hijo e hija: proyectada sobre la desaparición de los padres de Coria en manos de la última dictadura cívico-militar argentina, la memoria en la escritura aparece como un acto de amparo colectivo, opuesta a los efectos lesivos del silencio (pp. 27-28; Dragojlovic y Broom, 2018, p. 67). Allí donde, a escala familiar, se pudo atinar a callar como una forma de protección, Todo nos sale bien propone más bien la selección de las palabras correctas y el momento de decirlas ¬-o de anotarlas y hacerlas circular- (Coria, 2019, pp. 21, 113). En segundo lugar, el libro de Coria se dirige a un conjunto abierto de destinatarios y destinatarias que encuentren en él también alguna clase de guarecimiento. Las entrevistas a la autora luego de la publicación registran la efectividad de ese encuentro diferido:

nadie escribe para sí mismo, porque estás poniendo afuera un mensaje para que alguien lo recoja. Lo que no me vi venir es esa función adicional que el libro tuvo para mucha gente. Me escriben un montón de personas a las que se les murió un hijo o una pareja, o mujeres que están en mi misma situación. El comentario general es: "Me prestaste palabras". (Coria en Ordoqui, 2019)

Los lectores le escriben conmovidos por Instagram o Facebook apenas terminan las 167 páginas: “Y yo siempre les contesto, con mucho respeto. Tengo dominio de lo que está bueno que te digan, porque sé lo que me hubiese venido bien a mí. Una familia con un enfermo de cáncer necesita eso, realidad, no que le sugieran tomar Espirulina o pasarte aloe vera. Si alguien tiene metástasis en todo el cuerpo, no le digas que con un licuado o con reiki se salva”.

Julia admira la dedicación de la escritora Amélie Nothomb en contestar a mano cada carta que le llega sobre su obra, dedicada a la complejidad de las relaciones humanas. “Es muy loco eso: la gente termina de leer el libro y así, con el arrebato, me busca por las redes y me escribe. Mujeres que acaban de enviudar, que tienen un familiar enfermo, un pibe que salió corriendo a ver a la novia porque necesitaba abrazarla”, cuenta la autora (Calvo, 2020).

En esa “función adicional” el libro cuida de muchos y muchas más, se incorpora como primer envío de una correspondencia por venir o como renovación de un movimiento de palabras ya siempre en curso, que da consistencia a una comunidad de cuidado de márgenes inciertos. A diferencia de las cartas que encarga Fabián a Julia entregar a familiares y amistades cuando él muera, cada una con su destinatario y fecha de remito precisos (Coria, 2019, p. 81), Todo nos sale bien queda disponible a quien lo solicite cuando lo solicite.

Sobre ese movimiento de destinación -que en Coria vira entre el circuito pequeño de la familia, los grupos de WhatsApp y un círculo abierto de lectores y lectoras- el trabajo de Games es Crohn es mucho más intenso. El libro de Silvestri sostiene una meticulosa pedagogía del cuidado, en la que destinatarios y -sobre todo- destinatarias reciben distintas lecciones según en qué figura colectiva hayan de caer. Están el aprendizaje colectivo de un “nosotras”, los apartes íntimos con un “vos”, las advertencias a “muchas de ustedes” o las reconvenciones a “algunas de ustedes” (Silvestri, 2017, pp. 13-14); el diario no puede predeterminar cómo afectará a cada cual, pero sí despliega una serie de lugares posibles en los que admitir a quien lea. En el intercambio con los otros y otras se negocia “un cuidado habitable tanto para quien lo da como para quien lo recibe” (196), a fuerza de pedidos y reclamos:

Si quieren afectarse, entren al delirio, yo les cuento cómo. (29)

no me saques cosas de la mano, si estoy tratando de hacer algo y tardo es porque estoy recuperando mi cuerpa y lleva tiempo porque estoy postrada. (73) Exíjanse, acéchense, póngase incómodas, reflexionen, aprieten el paso, dejen de tenerse pena y de lamentarse y sobre todo no se anden quejando, no cerca de mí si no quieren que los muerda. (73)

Si un cuidado radicalmente democrático requiere la apertura ante una invocación -para no imponerlo a nadie ni desoír ningún pedido inesperado¬-, ese llamado al cuidado incluye también la prescripción de un plan de tareas. Reclamar guarecimiento no implica en estos diarios someterse pasivamente al arbitrio que quien lo ofrezca, y, así como la Julia de Todo nos sale bien atajaba el ímpetu de las recomendaciones de amigos con la advertencia de que “sí importaba lo que Fabi quisiera” (Coria, 2019, p. 92), Games of Crohn emprende una cruzada vigorosa contra cualquier forma de autoritarismo en quienes la rodean, profesionales o afectos. Con Crohn y todo, la “paciente” se reserva el derecho de “elegir” (Silvestri, 2017, p. 48)¬ cómo quiere ser cuidada; y esa decisión precisa un acto de enunciación que la escritura, en su capacidad de institución (Derrida, 2017, p. 58), fortifica.

En esa tarea, las expresiones de gratitud desde la dedicatoria misma del libro conviven con las acusaciones: a “vos (que) no me cuidás” -como veíamos al comienzo-, a “un régimen de opresión que ustedes apoyan” o a moralistas - “(oh, sí, veganos, asesínenme con su moral…)”- (Silvestri, 2017, pp. 15, 19). Y, sin comprometer el vigor de esas imprecaciones, quien enuncia también puede abandonar la expectativa de resolver ella sola la naturaleza del vínculo en construcción: ”La verdad no sé qué decirte sobre muchas cosas” (Silvestri, 2017, p. 35).

La intervención ética y política sobre la trama de cuidado se hace desde una primera persona irrenunciable, pero cualquier yo que surja entre esas palabras está imbricado y enredado en la maraña vincular. La complejidad de esa red la delatan secuencias clave de esa escritura, de solo desplegar su sintaxis. De un fragmento como “Ojalá no cesemos en el intento de una proximidad sin perder la lejanía necesaria para que la cuerpa herida se me reponga hasta poder salir de aquí con vos acompañándonos” (Silvestri, 2017, p. 39) puede proyectarse “Ojalá (NOSOTRAS) no cesemos en el intento de una proximidad sin perder la lejanía necesaria (ENTRE USTEDES Y YO) para que (¿MI?) cuerpa herida se (ME) reponga hasta poder salir de aquí con (VOS, ) acompañándonos (UNAS A OTRAS).” Ese enredo de personas y cuerpxs delata, describe y da forma a una exposición y conexión recíproca, pero asimétrica; un anudamiento en que el decir nunca puede borrar al yo, pero nunca le pertenece por completo. Tal como de las personas queridas -y de las odiadas, menos o más cordialmente-, del “dispositivo médico” puede afirmar tanto como interrogar: “Estoy en sus manos. ¿Estoy en sus manos? Sus manos retienen y capturan mi cuerpo, dejándome morir o no dejándome morir” (18). En esa existencia en común que trama el cuidado, las palabras participan decisivamente del discernimiento de las mejores vías, entre la forma más general del “armado de redes”, el “control”, la “amistad política común” y el “apoyo mutuo” (Silvestri, 2017, pp. 25, 31-33).

Cuestión de formas

Lo que se dice y escribe juega así un papel crítico en el cuidado, como medio técnico singular y como regulación de los demás medios. Los diarios de cuidado suscitan una indagación específica sobre el abanico de modos de acción que le caben a la palabra: una exploración intensificada sobre las formas múltiples que tienen la voz y la escritura para actuar sobre la vida. Tal como sugirió Adriana Rodríguez Pérsico (2017, p. 128) leyendo a Ricardo Piglia, el tono es en los diarios una modulación clave de las relaciones entre escritura y padecimiento. Games of Crohn y Todo nos sale bien proponen modulaciones bien distintas.

En los diarios de Coria, la operación central es la atenuación. La noticia de la enfermedad de Fabián moviliza la llegada de señales de afecto y de ofrecimientos de ayuda, pero sobre todo de infinitas recomendaciones de conocidos y amigos, suerte de doxa de la medicina de clase media y el autocuidado, que la narradora dice agradecer prolijamente y en mayor medida descartar . El libro opera sobre todos ellas, incorporando fragmentos, a medida que resume y versiona:

El que más sabe de cáncer en el país en el mundo en la galaxia, no podés dejar de consultarlo, es el único que lo puede salvar. (…) Visualizar el tumor, que está en el esófago por todo lo que no se dijo; pensar en lo que no se dijo y decirlo al fin. Ir a ver al cura sanador, a la mujer milagrosa, explorar técnicas medicinales alternativas que es esta, esta y no otra, son estas diez. (…) la quimio es lo peor, yo que vos la descarto ¿es la única opción? La descartaría igual. ¿Ya pasaron a la morfina? Porque la morfina es un camino sin retorno. (Coria, 2019, pp. 32-34)

Las itálicas sostienen esas voces a una distancia justa en la que no dejan de oírse pero son amortiguadas de un asentimiento completo a lo que indican. La tipografía suspende esas voces para alivianar el peso de una moral y rescatar al mismo tiempo la proximidad de un acompañamiento. En la cursiva trabaja una sutileza del decir que recae también, como veíamos, sobre las propias palabras de Julia cuando promete a su marido cuidarlo. Así atenuadas, las palabras organizan un registro de lo blando en que el cuidado coincide con cierto acolchamiento de la vivencia, que en sus grados máximos -sobre el discurso panegírico que aparece al final- recibe de la propia narradora la autoacusación risueña de tocar lo “un poco barroco, quizás cursi” (Coria, 2019, p. 155). Pero precisamente la atenuación también opera por la vía de la comicidad, el ingreso de “un código de humor que nos hacía bien”, en el que predomina la ironía ante la calamidad; tal como lo preanuncia la contradicción entre el optimismo del título del libro y su presentación en llamas en la tapa (Calvo, 2020). La sonrisa en la desgracia es aquello que da sentido a esa contradicción; son palabras que Fabián enfermo dirige riendo a Julia en dos ocasiones, cuando en el medio de la enfermedad terminal la pareja obtiene triunfos minúsculos: un descuento en la farmacia, o ganar en un concurso un picnic de regalo que no podrán realizar (Coria, 2019, pp. 47, 131). La ironía hace coexistir dos afectos aparentemente contradictorios, en una sincronización inesperada que -como veremos en la siguiente sección- juega un papel decisivo en la intervención sobre la experiencia de cuidado que constituye el libro de Coria.

Tal como poner itálicas puede ablandar el peso asertivo o prescriptivo de la palabra recibida y sus efectos sobre los cuerpos, la escritura de Todo nos sale bien se reserva el derecho de quitarlas cuando esa operación tipográfica puede fortalecer unas palabras de consuelo, sin importar cuán contrafácticas sean:

Esta es mi fortaleza, porque esta es mi página. Puedo escribir por ejemplo: Ya es mañana y recuperamos nuestra vida anterior. Fabián no está enfermo. Viajaremos a Italia. (…)

En esta página tengo incluso el poder de suprimir el efecto de la cursiva:

Es la mañana, Fabián no está enfermo, recuperamos nuestra vida anterior. (Coria, 2019, pp. 51-52)

No importa que quien escribe y quienes leen estén perfectamente al tanto de la condición irreparable de Fabián. La escritura sobre la página de la afirmación contraria, la operación tipográfica de fortalecer ese enunciado todo lo posible, cumple una función consolatoria en el cuidado de sí y de los y las otras.

Cuando atenúa, la palabra opera entonces no solo por suspensión sino también por multiplicación. Sobre la “literalidad de la vida” en la enfermedad terminal, el sentido que se “impone” a todas las acciones de las personas en esa situación, sobre la “solidez de la verdad absoluta” de la muerte (Coria, 2019, pp. 78, 88, 96), sobreimprime otros sentidos e imágenes. Desde el pico del trip analgésico, Fabián dispara los juegos de palabra más pueriles y comparte con su pareja pantomimas de todo tipo, en las que la seriedad y el humor no terminan de separarse:

-Dale, que te los paso por la sonda.

-¿Sonda? ¿Onda?

-No te entiendo, gordo.

Me miró a los ojos al hacer que desfundaba un arma, con la que me apuntó e hizo el gesto y ruido de dispararme. Me puse la mano en el lugar donde había entrado esa bala y, herida, comencé a llorar.

-¡Era un chiste! -dijo, y se reía a carcajadas, los ojos entrecerrados como en una borrachera-. (Coria, 2019, pp. 128)

Las fronteras del “chiste” o lo genuino de las lágrimas se vuelven indiscernibles, las resonancias se superponen sin desplazarse. Contra la oposición que pudo sugerir Joan Tronto entre el cuidado y las “actividades de creación” (Trono, 1993, p. 104), la escritura -como los dibujos o las historietas (Coria, 2019, pp. 56, 165)- se apresta como “recurso” en una misma trama para guarecer a quienes padecen, operando sobre los sentidos que condicionan el cuidar. En y a través de ellas se reabre el sentido de “sanarnos” y la evidencia del “curarlo” (Coria, 2019, pp. 19, 108).

Mientras tanto, en los diarios de Silvestri, la atenuación de las palabras propias o de quienes la saben cuidar no es una opción posible. El tono se dirime en términos de la beligerancia de un enfrentamiento. En esa trifulca, lo dicho persigue una factitividad rotunda, en cuyos márgenes está apenas, como veíamos, el reborde de lo que no se sabe, la “incertidumbre” (Silvestri, 2017, p. 20). El centro lo ocupan aquellas certezas alcanzadas, aquello de lo que se puede hacer roca sólida desde la que sostener una posición defensiva para el cuerpo vulnerable: “Es verdad que…”, “es cierto que…”, “eso lo entenderé mucho más tarde”, “Recién acabo de entender que…”, “no teníamos dudas de que…”, “¿Acaso no sé yo que…?”, “Lo cierto es que…”, “Desde aquí logro ver cómo…”, “eso no es cierto”, “me resulta este axioma una verdad tan autoevidente”, “Pero, claramente…”, “Hay un hecho”, “Sé que…”, “Lo tengo claro”, “la realidad es que…”, “Lo que sí entiendo bien es que…”, “realmente no se dan cuenta de que…”, “se ha comprobado que…”, “la verdad es que…” (Silvestri, 2017, pp. 13, 17, 24, 27, 32, 37, 47, 51, 52, 61, 71, 72, 84, 89, 116, 117, 152, 153, 155, 199, 206, 208). Una y mil expresiones que modalizan lo dicho para parapetarse el cuerpo de las certidumbres necesarias: un tono sentencioso como recaudo contra la sentencia de muerte que no viene tanto de la cuerpa cuanto de los demás.

Atenuadas son en cambio las palabras del enemigo, que caen a menudo dentro de comillas sardónicas, el régimen del “Hay quienes dicen que…” (Silvestri, 2017, p. 41). Ante las posiciones del adversario, se autoriza a burlarse: “Déjenme reírme” (62). Que la dejen reírse con rabia de “que a eso le llamen ‘salud’”, de que los demás nombren “cuidado” lo que es de hecho “control”, de aquello a lo que “le dicen ‘curarse’”, del uso que hacen de palabras como “discapacitada” o “limitada” (Silvestri, 2017, pp. 72, 25, 47, 13), etcétera. La oposición nítida entre aquello defendido como claro, cierto y autoevidente, y aquellas concepciones ajenas que caen bajo unas amargas comillas satíricas es el momento local de una guerra total contra “EL bien incuestionable de nuestra sociedad” (Silvestri, 2017, p. 78), el recurso estratégico contra una amalgama entre capacitismo, medicalización, heteropatriarcado y capitalismo que tiene la posición dominante. La fortaleza que procura la enunciación a su alrededor depende de una acción de “desafío”, necesaria para quien se encuentra contra las redes y debe galvanizarse desde las palabras: “Rechazo la sintaxis con la que la narrativa occidental organiza sus rituales. Me rescribo otra historia” (Silvestri, 2017, p. 188, 184). Y esa reciedumbre también sirve al enfrentamiento contra aquello de lo que “tengo miedo” (Silvestri, 2017, p. 161-162). Cuidar de sí con palabras, e invitar a otras, requiere en Games of Crohn por tanto no un reblandecimiento, sino el montaje de una trinchera de certezas estratégicas, sin importar que sean momentáneas, que deciden la modulación del tono beligerante. Y es que si sostiene que “Desearía vivir en un mundo donde se use el lenguaje al máximo de su capacidad de obrar para la libertad y no para que esa capacidad esté al servicio del sometimiento” (Silvestri, 2017, p. 15), cuidarse, entonces, es usar el lenguaje, en toda su fuerza asertiva, también para liberarse de los pequeños y grandes autoritarismos que socavan las decisiones sobre el autocuidado.

Cuestión de relojes

Junto con las modulaciones formales sobre el peso de los enunciados, otra de las dimensiones críticas que imprime la escritura de los diarios sobre la trama del cuidado es el trabajo sobre los estratos temporales. Si de acuerdo con la tradición genérica el calendario ha de definir el ritmo del diario (Acosta Peñaloza, 2017, p. 19), los diarios de cuidado operan modificaciones sustanciales sobre ese vector pretendidamente lineal. Y tampoco se ajustan al hecho retroactivo que solían constituir los diarios literarios: los diarios ya no suspenden su publicación hasta la muerte (¡biológica!) del autor -lo que por otra parte en Argentina ya ocurría por lo menos desde los Testimonios de Victoria Ocampo-, y pueden en cambio elaborar una “figura de la supervivencia”, que no excluye la supervivencia en el duelo (Mosquera, 2020, p. 44; Pauls, 1996, p. 1). Doblemente intempestivos, entonces, los diarios de cuidado construyen en la escritura el complejo tejido de su propia temporalidad.

En el caso de Games of Crohn, la película documental se abre con un gesto de fechado: “El 2 de febrero del año 2014, o sea ya hace un año exactamente, (…) un jueves a la noche, ingresé (…) al hospital (…). Ahora estamos… ¿qué día es hoy, 22, 23? ¡26! (…) 26 de febrero de 2015, pasó un año y vuelvo a brindar con vino, pero estuve muy mal”, declara mirando a cámara Silvestri, mientras, entre varios anacolutos, se llena una copa y se interrumpe con la festiva onomatopeya del sonido del líquido al salir de la botella (Silvestri y Staunsager, 2015, 0:29-2:36). Pero el libro opta por un gesto contrario: aunque abundan las relaciones cruzadas entre “hoy” o “aquí” y diversos momentos particulares de la convalecencia, faltan por completo las referencias de calendario. En línea con el establecimiento de ciertas verdades que fortalecen, el vínculo privilegiado en la distribución del tiempo es con el momento de comprender (Lacan, 1999, pp. 195-211), más allá de las fechas. El presente desde el que pueden constatarse las lecciones de la experiencia, el pasado en que todavía no se contaba con el saber vivencial y la proyección a futuro que la nueva comprensión hace posible (en la forma de un proyecto experimental de vida).

Abundan las discrepancias entre el presente de la escritura (dilatado entre las publicaciones más inmediatas en el blog y las reescrituras para el libro impreso) y el presente narrado de los estados corporales, de tal modo que por ejemplo “Hoy es un gran día” pero “Hoy en realidad no es hoy, según esta cronología que me propongo. Hace 20 días que estoy internada y comienzo a escribir el diario de mi internación” (Silvestri, 2017, p. 17). Sin embargo, incluso en esas contradicciones de datación, la fijación del “hoy” es un gesto necesario de la escritura, para la elaboración de una actualidad tangible, condición de las relaciones entre una situación del cuerpo y un modo de sentir, pensar y hablar.

El presente en la internación implica un cuerpo fijado forzosamente a un sitio, en el que, por caso, “desafortunadamente no tengo el diccionario etimológico acá” (Silvestri, 2017, p. 91) y la ansiedad por el momento de salir del hospital crece, mientras “La irritabilidad de lo que yo pienso son mis últimos días acá no tiene fin” (83). Un capítulo se cierra con la promesa de la externación, en “cuenta regresiva” (Silvestri, 2017, p. 55), para que otro se abra con la revelación, bajo la “Ley de Murphy” de que “si algo puede salir mal, saldrá mal… o casi. No me volví a casa. El viernes finalmente me operaron de urgencia” (Silvestri, 2017, p. 69). La inscripción del presente relativo es central para que quien escribe y quienes lean compartan la decepción, la frustración de la expectativa de un futuro inminente, en el modo en que los tiempos del cuerpo y los del hospital no coinciden con los planes. La impaciencia es siempre presente: “Tortura: saber que vas a salir pero estás todavía acá” (Silvestri, 2017, p. 55). Para que exista como posibilidad en la escritura misma, la narración debe renunciar a la síntesis retrospectiva de cada momento y habitar la demora como tal; los movimientos hacia adelante y hacia atrás no deben colapsar el espesor de actualidad del momento internado o el momento padecido, deben consolidar la textura de un libro “escrito en tiempo real” aunque “salió después” (Silvestri, 2017, p. 214).

Ahora bien, al materializar el presente, la escritura también defiende como verdad sobre la vida la perspectiva de la afección. Demasiadas patografías ofrecen un esquema épico de aprendizaje en la recuperación (Marini, 2016, p. 14); contra ellas, en el libro de Silvestri el saber surgido de la convalecencia corresponde a la capacidad del estado vulnerable de iluminar el tejido de relaciones afectivas y de dominación: no es aprender para no caer enferma ni aprender de haber dejado atrás el estado crítico, sino incorporar la contingencia del padecer como un modo de pensar la vida. El momento de comprender es durante los períodos críticos, y reivindicar ese presente es el modo de defender esa fuente para la mirada, impedir que la recuperación lo disuelva en narrativas de crecimiento y superación. Defender lo que “Desde aquí logro ver” (Silvestri, 2017, p. 37) porque “Desde aquí parte mi cuerpo para armarse otro” (Silvestri, 2017, p. 20), el aquí y ahora internado debe renovarse en el trabajo de armado de cuerpxs y redes que se retome también afuera.

El despliegue de ese presente continuo es además la construcción de la rutina como modo de habitar los espacios impuestos por el tratamiento.

El cuerpo paciente está siempre a disposición. (…) Imposible organizar una suerte de rutina con horarios, aunque de algún modo, en la detención, la hay. (Silvestri, 2017, p. 25)

Los espacios de encierro hospitalario no están tampoco pensados para que nadie permanezca por períodos largos a relativamente largos; se suponen estadías cortas (…). Aquí es virtualmente imposible reunir 5 horas de oscuridad, silencio y descanso consecutivas, el descanso se lo vas robando a los protocolos medicamentosos y a los médicos y sus horarios de visita. (Silvestri, 2017, p. 43)

La emergencia y la internación corta en el hospital imponen a lxs cuerpxs un tiempo apremiado; el cuidado en una condición duradera requiere otra manera de alojarse en el tiempo, que debe procurar para sí quien la experimenta. Retomando un poco más extensamente la cita con la que comenzábamos, la internada debe puntualizar a una enfermera que “me estoy cuidando el cuerpo que vos no me cuidás porque no estás comprendiendo la diferencia entre un paciente agudo que se queda tres días y uno crónico que ahora enfrenta por lo menos 15 días de internación” (Silvestri, 2017, p. 70). Hablar por sí para detener la prisa de la medicina industrial, pero también para educar a otros y otras, “algunas personas a las que hay que explicarles lo mismo mil veces: nociones de asepsia básica, intimidad, empatía, a qué hora ceno o duermo la siesta. (…)

¿Tendría que morir acaso para que su ritmo sea más acompasado?” (Silvestri, 2017, p. 55-56). Y la rutina para sostenerse se enfrenta también con restricciones intrínsecas al estado somático, porque es difícil distribuir el tiempo cuando faltan las particiones naturales: “Angustia. De nuevo sin comer, sin el gran organizador del día de quien está internada y de quien no también. La locura de oír los ruidos de los alimentos deslizándose en su bandejita por los pasillos. 8.00, 10.30, 12.00, 15.30, 19.30” (Silvestri, 2017, p. 71). Entrada marginal de las medidas objetivas del tiempo, no del calendario pero sí del reloj, cuando fallan las más tangibles. Otra alternativa es la notación: una entrada o varias por día, o cada tantos días, para trazar ranuras en el tiempo y crear la rutina en torno suyo. Como los ratos de lectura y el momento de ponerse crema, la escritura distribuye las horas y exige a las prisas, internas y externas, la misma paciencia que cualquier actividad que a un cuerpo afectado le “lleva tiempo” (Silvestri, 2017, p. 73).

Tiempo pedí cuando llegué acá con el intestino nuevamente fisurado y se desató el caos médico al no dejarme operar. Tiempo para que cicatrice sin cortes. Tiempo para pensar, estar tranquila. Tiempo para comer. Tiempo para beber agua. Tiempo para dormir. Tiempo para nutrirme. Tiempo para tener una amiga. Tiempo para estar a solas. Tiempo para dar una clase. Tiempo para afectarme y desafectarme. (…) Tiempo para leer en el baño. Tiempo para relajar el abdomen. (…) Tiempo para no aguardar lo que no llega a tiempo. (…) Tiempo para remendar, subsanar, sanar, regenerar. Tiempo para preferir no hacerlo. (…) Tiempo para vivir. Tiempo para dar y recibir caricias. Tiempo para querer. (…) Tiempo para escribir cartas a las amigas que están lejos y próximas. (Silvestri, 2017, pp. 59-60)

El pedido de tiempo, como acto del decir, entre lo articulado a quienes la atienden en el hospital y lo escrito desde ese mismo lugar a cualquiera de los destinatarios y destinatarias del libro, se multiplica en interminables incisos a lo largo de una página y media. Muchas palabras porque de ellas se sostiene la defensa del tiempo para esa cuerpa. Pedido de pausa, de una vida más larga, de la distancia necesaria para una relación, etcétera. Los tiempos necesarios para poder padecer un poco menos, encontrar incluso algún placer.

Sobre la capacidad de desplegar de otro modo ese presente se eleva la posibilidad de montar el futuro, “a partir de ahora y para siempre (…) hasta que la muerte nos separe” (Silvestri, 2017, p. 17). Puesto que “Crohn, es vital pensarte como un amanecer no como un ocaso” (Silvestri, 2017, p. 49), “indefectiblemente comienzo a pensar en el afuera: ¿qué haré, cómo será mi vida, con quiénes?” (Silvestri, 2017, p. 84). La mera morfología de los verbos en la cita anterior muestra ese movimiento, de la intensidad del hoy a aquello que invita a proyectar de otro modo; “imaginar un mundo hecho de libros que voy a leer durante semanas (…). Volver a caminar descalza, concentrar las energías que quedan hacia mí misma aunque me digan cínica, ‘buena economía de los impulsos’, cumplir con pequeños rituales íntimos de cuidado,…” (Silvestri, 2017, p. 56). Los planes para la vida por venir, incorporado Crohn como nueva nota de un régimen de vida, prevén el cuidado como presente continuo desde el instante del pico de vulnerabilidad.

En ese régimen de vida imaginado entra la lectura, como entrará también la escritura, por su propia capacidad de hacer futuro, “Escribir y leer me salvan, son mi proyecto vital dentro de esta instancia. Leer, leer y leer” (Silvestri, 2017, p. 47). En principio, como refugio dentro de la internación, proyectan más allá de sus regulaciones imperativas; pero requerirá también futuridad toda una forma de vida fuera de la clínica, pues “el miedo a recaer estará ahí por siempre” (Silvestri, 2017, p. 104), incluida la posibilidad del fracaso del tratamiento prolongado: “después de 5 años, cabe la posibilidad de que yo genere anticuerpos contra la droga (…) y el Humira deje, entonces, de funcionar. Leo también por ahí que no están muy seguros sus fabricantes de cuáles son sus efectos a largo plazo” (Silvestri, 2017, p. 152). La escritura, paradójicamente, inaugura un futuro no escrito como posibilidad creativa, sustrayéndolo a la sola inminencia del daño.

La vida, insisto, está hecha de cosas mundanas, difíciles. Y también está hecha de atrocidades resignificables que cambiarán irreversiblemente el curso de la existencia individual, sin posibilidad de retorno, solo hacia el devenir, y lo incierto que tanto libera. Como en la primera Terminator, el futuro no está escrito, el futuro no es mañana, es hoy. (Silvestri, 2017, p. 118)

Escribir e imaginar historias para no tomar un futuro escrito de antemano y padecer la economía afectiva que impone. Escribir la vida por venir desde dentro mismo de la internación para ganarle el tiempo al cuidado, en lugar de hipotecarlo de antemano.

Si el futuro abierto para un cuidado más habitable depende en Games of Crohn de la sólida instalación en el presente, en Todo nos sale bien el presente es el sitio más terrorífico:

El presente es una cárcel. Los cultores del aquí y ahora no valoran lo suficiente la forma en que el recuerdo lo nutre y en que las perspectivas a futuro lo llenan de emoción. (…) De a poco comprendimos que estábamos en la cárcel del día a día. Hice esfuerzos por valorar la filosofía del hoy, pero me parece tan restrictiva y tacaña que me corta la respiración. (Coria, 2019, p. 40).

La enfermedad de Fabián ha borrado del horizonte de toda la familia tanto la continuidad de una forma de vida construida en el pasado cuanto los planes proyectados, los festejos, un viaje a Italia (condensado alrededor del pueblo de Amatrice, cuya mención reaparece a lo largo de las páginas), las visitas frecuentes al café del barrio, “incontables ilusiones para nuestra larguísima vida juntos” (Coria, 2019, p. 16), todo suspendido a un imprevisible cotidiano. En el padecimiento como nueva realidad diaria, que atraviesa la red vincular más allá del cuerpo enfermo, cada jornada puede ser un día cualquiera, distinto de los demás en principio solo en el diferencial de dolor, e igualmente enclaustrado en sí mismo y sus necesidades internas de subsistencia. Excepto que, en alguno, ingrese la escritura: algún día “me senté a escribir este párrafo sobre un día equis, un día que por aquel entonces se llamaba hoy” (Coria, 2019, p. 46).

La escritura encuentra valor en sustraer del presente puro que impone la convalecencia para conectar los instantes dados momento a momento con otros pasados o anticipados. Contra lo que podría suponerse de un diario, el texto de Coria abre la actualidad hacia tiempos múltiples. Por un parte, en las palabras de la autora “Cuando uno escribe deja una huella, un mensaje para que alguien lo encuentre” (Coria en Calvo, 2019). Como veíamos, la escritura aparece, entre la corriente de todos los presentes urgidos, como la posibilidad de reparar con memorias, legando a una lectura futura en la que los acontecimientos puedan ser resituados para los sujetos de otro modo. Un resto que sobrevive a la demolición del tiempo, que arrasa como el terremoto que destruye Amatrice antes de que pudieran visitarlo:

se derrumbó dócilmente, como basta un soplido para hacer caer un castillo de naipes.

Las calles, los edificios, incluso al gente; pero más que nada la historia: el pavor de que la historia ya no tenga un sustento físico más allá de las fotos, de que su nuevo soporte sea el recuerdo y de que se acabe, porque la historia de Amatrice solo puede tener sede en el pueblo y para eso Amatrice tiene que existir. (Coria, 2019, pp. 13-14)

La escritura hace existir más allá de su tiempo una vida dañada, para una reparación siquiera retroactiva. El mismo gesto de perduración en el que en Todo nos sale bien se deja en herencia y se hereda -de un lado a otro de la cama matrimonial y a los estantes para el hijo y la hija-una biblioteca pacientemente adquirida en excursiones familiares; legar salva todavía una vida posible, aunque sea para alguien más.

Por otra parte, junto con la futuridad de lo escrito mismo, los diarios de Coria pueblan el presente de recuerdos de tiempos más felices, superponen a cada hoy planes incluso si ya han debido ser descartados, hilan predicciones esotéricas incluso si han fracasado -la cita a un libro de astrología china que prevé para Julia y Fabián el 2017 como “un año perfecto” (Coria, 2019, p. 18)- e insertan tiempos de comprender y de sanar (Coria, 2019, p. 19). La escritura como “máquina del tiempo” (Coria, 2019, p. 42) horada cada escena con remisiones múltiples, que se recuperan unas a otras entre capítulos y permiten a los sujetos habitar la misma multiplicación como suplemento sanador. Las palabras y las imágenes suscitadas se trazan sobre lo actual para aliviar: “Incluso si lo tenía enfrente, aun si veía lo que veía, algo que hoy puedo describir con todo detalle, yo tenía la capacidad sobrenatural de ver otra cosa, como si la vida real fuera lo que había sido y el presente solo una falsa y transitoria superposición” (Coria, 2019, p. 86). Del mismo modo, cuando la pareja encuentra una pausa durante el empeoramiento del cáncer para casarse, el relato aísla esa secuencia de lo que la rodea y proyecta su propio futuro, por mucho que nadie pueda creer en él: “Si se ignoraban los detalles, daba la sensación de que seríamos felices para siempre” (Coria, 2019, p. 25). En la escritura se erigen una ignorancia a medias de la fatalidad, una memoria superpuesta que consuela, una anticipación que prepara y rescata.

Pero si escribir permite traficar tiempos hacia el presente periódico del diario, se revela no menos inerme ante ciertas fatalidades. El tiempo de la escritura se segmenta inevitablemente a medida que la condición del enfermo se hace más grave: el paso de los intentos terapéuticos a los cuidados paliativos, tiempos suplementarios ganados y agotados, despedidas repetidas en cuotas o la oficialidad de la inminencia del final -sujeta a determinaciones clínicas-. Tal como señala una crítica, “se entrevé (…) cómo la historia va llegando inevitablemente a su fin” (Ordoqui, 2019). A medida que el fin del libro y el fin de una vida narrada convergen, la escritura trata crecientemente con lo innegociable, aquello que “ya nunca” y la muerte como punto de referencia para lo que viene “en adelante” (Coria, 2019, p. 145), un límite irreductible ante el que la narradora intenta blandir con W. H. Auden el ruego de que “paren los relojes” (Coria, 2019, p. 151).

El diario muestra en loop la escena del primer encuentro de Julia y Fabián en un aula, y espirala también los capítulos del libro, retomando títulos de capítulos anteriores con el agregado insistente de “otra vez”: “todo nos sale bien, otra vez”, “trópico de las palabras, otra vez”, “refugio, otra vez”, “la fiesta, otra vez”, “Amatrice, otra vez” (Coria, 2019, pp. 130, 149, 156, 158, 160). La conclusión se acerca irremediablemente y las operaciones de la escritura sobre el tiempo parecen encontrar sus límites; en última instancia, aceptan participar de “la ceremonia del adiós”, tan adelgazada de rituales en occidente (Coria, 2019, pp. 105, 162). De acuerdo con lo que declara Julia a su hija e hijo en el panegírico que transcribe entre los últimos capítulos, finalmente solo la muerte de Fabián libra completamente de la cárcel del día a día: si durante la enfermedad “la hermosa complejidad del tiempo se perdió en la hostil obligación de vivir el día a día. La única buena noticia que hoy tengo para darles (Cuca, Fi) es que esa cárcel se terminó” (Coria, 2019, p. 153). Precisamente en el relato del momento en que decide leer ese discurso ante los convidados a la ceremonia, la resolución de leerlo actualiza una capacidad, modesta pero concreta, de dar forma a esa conclusión: “todo aquello no podía terminar así, y entonces ofrecí lo único que tenía”, el discurso mismo (Coria, 2019, p. 150). De ese modo intervienen las palabras en la organización del final de una vida, y por esa vía, en el guarecimiento de las vidas que la rodean. En ese sentido es que encuentran su justa medida, en negociación con lo innegociable; según lo formula la última frase del libro, “Todo sale todo lo bien que se puede” (Coria, 2019, p. 167).

Los diarios y el cuidado, en adelante

Retomando ese gesto de herencia que recorre Todo nos sale bien o la perspectiva de apoyo mutuo que alimenta Games of Crohn, una lectura hoy de esos libros como diarios de cuidado puede comprenderse como un trabajo de socialización de las herramientas que ofrece la palabra -en una zona en la que la determinación de las fronteras de lo literario pierde importancia- para la tarea continua de construcción de redes de cuidado en torno de la enfermedad, la discapacidad, la vulnerabilidad generalizada de lxs cuerpxs. A lo largo del recorrido por ambos textos se procuró advertir qué operaciones podía realizar la escritura en el interior de esas tramas colectivas de sostenimiento de la vida, incluso en sus coyunturas de mayor fragilidad y alrededor de los finales irremisibles.

Así emergía, paulatinamente, la capacidad del trabajo verbal de modular los afectos que pueblan la existencia en común como se regula el tono de una enunciación. De una parte, en Coria, la posibilidad de una atenuación sensible en el acercamiento a las vidas frágiles y apremiadas por la enfermedad: pequeñas modificaciones irónicas sobre los gestos, que preserven su capacidad de acompañamiento pero suspendan su presión normativa, un cuidado que no se imponga como un ejercicio invasivo de autoridad. De otra parte, en Silvestri, el ejercicio de una fortificación por la palabra: un tono de batalla defensiva no contra la enfermedad, sino contra la imposición de un orden social cruento que obtura la propia invención de un modo de vida en la enfermedad (o la condición corporal diferencial); solidificar ciertas verdades transitorias para fortalecer los intentos locales de cuidado de sí y de parte de próximas y próximos. Tanto al acolchar cuanto al galvanizar, la escritura aparece no solo como un recurso para el cuidado, sino también como un medio para regular el uso de los demás recursos, por cuanto la palabra se hace territorio para la disputa colectiva sobre cómo cuidar.

Por otro lado, los diarios de Silvestri y Coria permitían reconocer en la escritura un modo de acción sobre los tiempos que organizan la experiencia del padecimiento y las tareas de cuidado alrededor suyo. Games of Crohn ofrecía la posibilidad de sostener el presente de la convalecencia como perspectiva activa sobre la vida; el presente señala la finitud corporal como punto de partida materialista y al mismo tiempo desmonta las narrativas construidas a posteriori sobre la normalización y la restauración de un equilibrio. Se trata de armar futuros solo desde la precariedad vivida en presente, con el daño como una posibilidad siempre latente a cada instante vivido y que crea exigencias continuas. Al mismo tiempo, el libro de Silvestri mostraba el papel de la lectura y la escritura en el trabajo de hacerse tiempo, de defender la densidad de un proceso singular de invención de modo de vida, respecto del apuro de la medicina industrializada o de las exigencias de una sociabilidad coercitiva; decir y comprender lo dicho por otros y otras era condición necesaria para crear una rutina vivible y hospitalaria para sanar. En Todo nos sale bien, por el contrario, en la progresiva degradación de Fabián y las novedades imponderables de la enfermedad, el presente aparecía como una prisión en el día a día que tiraba por tierra la capacidad de rememoración y la posibilidad de formular planes. De tal modo, se encontraba en la escritura la capacidad de recuperarle a la vida un pasado y un futuro, siquiera evanescentes o inverosímiles, pero que pudieran de todos modos aliviar de la excesiva actualidad del sufrimiento y dar alguna forma más tolerable al final.

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Recibido: 26 de Marzo de 2020; Aprobado: 25 de Abril de 2020

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