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Cuadernos del CILHA

versión On-line ISSN 1852-9615

Cuad. CILHA vol.21 no.1 Mendoza jun. 2020

 

Entrevistas

Entrevista a Leonardo Padura Fuentes

Roxana Azcurra1 

1Universidad Nacional de Cuyo, Centro Interdisciplinario de Literatura Hispanoamericana. Argentina. roxanazcurra@gmail.com

Licenciado en Filología por la Universidad de la Habana, periodista en sus primeros años de carrera, sus artículos culturales fueron el puntapié para un posterior despertar en las Letras. Es autor de nueve novelas policiales agrupadas en la Serie Conde (1991-2018), editadas por Ediciones Unión y Tusquets. Sus ficciones constituyen una bisagra en el modo de narrar cubano, teniendo en cuenta que subvierten el paradigma del policial revolucionario, en boga durante los setenta. Junto al corpus mencionado, se destacan algunos relatos de carácter histórico, como La novela de mi vida (2002) o El hombre que amaba los perros (2009), cuentos, libros de ensayo, guiones cinematográficos y televisivos, algunos en co-autoría con su esposa, Lucía López Coll. Una vasta enciclopedia dialoga en sus historias con su no menos cuantiosa producción, y se cristaliza en importantes premios, como el Princesa de Asturias, otorgado en 2015. Heredero de Manuel Vázquez Montalbán y de la “Generación Perdida” estadounidense, forma junto a otros novelistas iberoamericanos, el nuevo canon de la narrativa sobre crímenes, el neopolicial iberoamericano. Es que estas representaciones juegan con la trama en busca de nuevos límites, lo que posiciona a Padura más que como un autor de género, como un cronista de un tiempo concreto (Escribà, 2006), un escrutador de la realidad posmoderna. La presente entrevista busca iluminar aspectos de su obra, con el objetivo de conocer cómo contribuye con la renovación de la novela policial, cubana en particular y latinoamericana en general, en diversos aspectos como el identitario, el formal y la génesis creativa.

Roxana Azcurra: En su ensayo, “Yo quisiera ser Paul Auster” (2015, p. 285), usted declara que desearía ser como el escritor estadounidense, a quien le preguntan sobre literatura y no solo sobre la situación de su país. Indudablemente, su producción está reconfigurando el mapa literario del Caribe y lo ubican junto a otros nombres de las letras contemporáneas, dentro de lo que Pascale Casanova denomina “República Mundial de las Letras” (2006).¿Cuál considera es su lugar en este espacio simbólico?

Leonardo Padura: Mi lugar es simplemente el de un cubano que vive en Cuba y escribe sobre su experiencia e identidad cubanas y se empeña en hacerlo del modo más libre, sincero y estilísticamente mejor que le es posible. El resto de mi ubicación no depende de mí, sino de ustedes, los críticos y estudiosos…

Vamos a ver. Mi propia condición de escritor cubano me aboca a un contexto político tan peculiar que resulta siempre atractivo, por curiosidad, deseos de conocer o por fines menos elementales. Y, como escritor y ciudadano pues cumplo con ese deber, no solo desde mi literatura, que no es de vocación abiertamente política, pues también lo hago desde las opiniones que manejo en entrevistas o en artículos que publico en diferentes espacios -por cierto, casi ninguno cubano. Esta pertenencia, mi oficio, mi pensamiento, me ubican entonces en una posición muy complicada, pues debo preservar mi literatura de las amenazas de caer en el “color local” o el panfleto político, y a la vez intentar definir los colores locales y las condiciones políticas que definen mi sociedad y mi tiempo humano. Pero sin renunciar nunca a lo que debe ser un principio básico de la literatura: intentar mirar hacia lo universal desde las entrañas de lo local (Unamuno dixit) y sin acomodarme a lo que pueda haber logrado, pues la literatura solo se puede asumir como un combate por la superación, sin conformarse jamás con lo que buenamente uno haya sido capaz de escribir.

Por todo eso creo que te quede claro que no sé cuál es mi lugar en ese espacio simbólico. Quizás tú, que lo preguntas, tengas una idea de eso, ¿no?

Roxana Azcurra: Los libros de Padura gozan de una libertad formal sin estrecheces genológicas. La transtextualidad entre ficción policial, relato de memorias, novela autobiográfica, entre otras, nos lleva a preguntarnos por el proyecto creador en el que se apoyan tales transformaciones del código policial, por demás esquemático en sus orígenes. ¿Será que el género pierde importancia frente a otras inquietudes?

Leonardo Padura: La novela policial es una forma literaria muy generosa pero muy peligrosa. Es muy fácil caer en la tentación de parecer ingenioso y crear una trama inteligente, con muchas peripecias, muy legible, pero… solo eso. Como todos los sistemas, tiene sus códigos y a través de ellos se puede armar un esquema, que se va rellenando con soluciones previsibles, por más inteligentes que parezcan.

Pero, a la vez, puedes tomar algunos elementos del sistema y subvertir otros para intentar llegar a otros resultados, quizás más interesantes: o para mí más importantes. Sencillamente, nunca me interesó escribir una novela para descubrir quién mató a quién. Eso es el pretexto. Lo importante es por qué alguien mata a alguien y todo lo que rodea a ese acontecimiento, o sea, el contexto social, político, cultural. Y, por supuesto, temporal. Por eso yo veo mis novelas más policiales como crónicas sociales, como documentos para revelar un estado social en una época determinada. Cuba y sus avatares. Mi generación y sus condiciones. Y todo eso, visto desde una perspectiva más abarcadora, que apunta hacia los conflictos de la condición humana, que es eterna y universal: el odio, el miedo, la ambición, el amor, la pertenencia, etc. De ahí que mis textos policiales rompan con tanta frecuencia esos códigos del sistema y se muevan por un territorio libre, el de la literatura sin apellidos.

Mientras, en mis novelas no policiales, si te fijas bien… son muy policiales. Utilizo recursos del género que permiten algo que considero muy importante: atrapar al lector. Siempre estoy a la caza del lector, pero no le hago fácil la tarea. Tiene que trabajar… aunque yo lo ayudo.

Roxana Azcurra: Se define como cubano, habanero, mantillero y agrega −adhiriendo a Manuel Vázquez Montalbán− que un escritor, más que a un país, pertenece a una ciudad (Padura, 2019, p. 20) y que sus historias se nutren de los barrios de La Habana. Sin embargo, confiesa haber intentado una perspectiva ampliada de la cubanía: “lo universal en las entrañas de lo local” (2019, p. 21) ¿Cómo se plasma esta concepción en el proceso creativo? Pienso por ejemplo en los paralelos entre las obsesiones en torno a la escritura de “Papa” y las de Mario Conde, el investigador, en Adiós Hemingway; en la desviación de situaciones del presente hacia el pasado; en los múltiples textos con los que dialogan sus novelas; en las reflexiones generalizadoras a partir de los casos particulares.

Leonardo Padura: Es que una ciudad es un mundo y un país, una galaxia. Y una lengua todo un universo… Todo depende del punto de vista desde el cual uno vea o asuma cada una de esas pertenencias. Ser un escritor habanero no es una cárcel, es una condición vivencial que uno puede explotar de diversos modos, y uno de ellos es mirando al mundo desde una esquina de un barrio de una ciudad. Allí cabe todo si uno es capaz de proponerse encontrarlo.

Por otro lado, mi formación personal es la de un académico que hizo estudios, estableció cánones, practicó el ensayo literario y luego escribe ficción. Toda la literatura universal me pertenece, aunque de ella prefiero a determinados autores, estilos, conceptos de la vida. Y en mis libros me nutro de esa literatura y en muchas ocasiones dialogo con ella.

Roxana Azcurra: Sus novelas policiales son consideradas por la academia integrantes de una línea estética iniciada por el Posboom Latinoamericano: el neopolicial y producto de la Posmodernidad. En Agua por todas partes (2019:17), ha destacado el peso de la condición insular de Cuba y el deseo de “escapar” real o metafóricamente de los límites que impone el mar ¿En qué sentido el corpus conformado por la Serie Conde, se ancla en la isla y a la vez escapa de ella en sus otras historias?

Leonardo Padura: La serie de Conde tiene escenarios cubanos, dramas cubanos, personajes cubanos, pero sus conflictos son universales, o pretenden serlo, como antes te dije. En otras novelas como El hombreLa novela de mi vida, Herejes, pues me muevo en escenarios que no son solo cubanos, pero podrás fijarte en que todos los argumentos y conflictos parten de Cuba y regresan a Cuba, son, en las novelas, historias de Cuba. Porque el hecho de que en esas novelas me mueva por otras geografías y épocas no implica que las desgajé de mis intereses permanentes, que también aparecen en la serie de Conde. Por ejemplo, los avatares de mi generación. Conde, Iván o Fernando Terry son cachorros de la misma camada con experiencias y traumas comunes, lo que implica que sus concepciones del mundo pueden ser muy semejantes, y de hecho lo son. Sus diferencias caen más en el terreno del estilo o la personalidad que de la experiencia y las peripecias individuales.

Las vivencias que traen otros personajes en otras latitudes (esto es muy visible en el Antoni Barral de La trasparencia del tiempo), siempre que me es posible están en función de mis propias preocupaciones individuales y generacionales. Lo que dice Rembrant en Herejes de la creación y la libertad del artista, pues puedes leerlo como una respuesta a mi condición personal, social y epocal de escritor habanero. Lo que expresa Trostky sobre la libertad de creación, en México, en 1937… tiene una lectura cubana muy contemporánea.

Roxana Azcurra: ¿Qué continuidades y rupturas buscó en el tratamiento de la figura del personaje central, el investigador? Me refiero a elementos como la centralidad del propio cuerpo, experiencia y emociones frente a la legitimación de un sistema político-ideológico determinado observable en las otras modalidades de novela policial (de enigma, novela negra o policial revolucionario).

Leonardo Padura: Me preguntas algo que yo nunca me pregunté al crear a Conde. Yo necesitaba un personaje lo suficientemente cercano e inteligente para que fuera mis ojos y mi sensibilidad en una novela, y que tuviera la capacidad de develar una cierta realidad. Eso fue todo. O casi todo. Porque, eso sí, traté de que Conde no se pareciera a los policías de la novela policial cubana que se escribía en esa época, y tampoco a los policías de la realidad, porque él debía vivir en un mundo novelesco, que tiene otras condiciones y reglas. Lo doté además de una concepción del mundo, de gustos y fobias, de ciertas opiniones políticas, de un perfil ideológico porque el personaje lo necesita, todos los personajes lo necesitan, pero no porque tuviera un propósito tan coherente como el que tú me preguntas.

Roxana Azcurra: En Máscaras (1997), los lectores asistimos al espectáculo teatral al que es conducido el teniente Conde de la mano de Alberto Marqués, máscara del dramaturgo Virgilio Piñera. Las actuaciones y escenarios reaparecen menos explícitos en otros relatos y condicionan la mirada del investigador, quien busca desmontar apariencias y dejar al descubierto artificios con métodos poco ortodoxos, como la intuición. ¿Qué concepción sobre la realidad subyace en Conde y hasta qué punto se intersecta con la de Conde escritor?

Leonardo Padura: En Conde subyace mi propia y personal concepción de la realidad. Conde es mis ojos y mi mente en esas novelas, tamizados, por supuesto, desde su personalidad peculiar. Es curioso que un personaje que al nacer tenía un carácter tan utilitario, deviniera un personaje tan “vivo”. Para muchos lectores Conde existe. Y es que su personalidad se ha ido delineando hasta convertirlo en algo más que un prototipo y entrar en un territorio extraño, en el que él vive de acuerdo a sus reglas y formas de entender la vida que son muy cercanas a las mías, pero ya son las suyas. Y yo he decido respetar esa individualidad. Por ejemplo, cuando le permití salir de la policía porque él ya no resistía ser policía.

Respecto a su relación con la literatura, pues es más complicado. Lee como yo, lo que leo yo, y tenemos gustos semejantes. Y desde Máscaras, que es la tercera novela de la serie, ya escribe, y en La transparencia del tiempo pues también tiene un papel como autor, y lo volverá a tener en la novela que estoy planeando con él.

Roxana Azcurra: Muchos de los personajes de sus ficciones, comenzando por el protagonista, son perdedores éticos, antihéroes que resisten aunque sean marginados. Parecieran funcionar, como afirma Ana María Amar Sánchez, como figuras metafóricas a través de las cuales se cuentan versiones diferentes a las de la exitosa historia oficial. (2006:151) ¿En qué medida coincide o no con esta apreciación pensando en el periplo vital de Mario Conde?

Leonardo Padura: En mi literatura, por supuesto, hay perdedores. Pero, sobre todo, en una aplicación de la estética hemingwayana, lo que más abundan son los derrotados, que no es lo mismo. El derrotado puede levantarse y volver a pelear. Es lo que hace Conde. Es lo que hace el arte de Rembrandt, lo que hace el pensamiento de Trotsky, la poesía de José María Heredia. La historia oficial, por su lado, siempre es exitosa, aunque en realidad sea la historia de una gran derrota, de una pérdida sin remedios. Es una historia construida para mostrar las bondades de un sistema, un gobierno, un proyecto, no sus lados oscuros, sus descalabros. La literatura, en cambio, necesita de las derrotas y de los personajes derrotados, porque los triunfadores y exitosos suelen ser antidramáticos, poco atractivos literariamente.

Conde es un derrotado porque su propia vida es una derrota, empezando por el sentido mismo de la vida: es una pelea en la que, al final, siempre seremos derrotados por la muerte, y él lo sabe. También lo es porque el mundo en que vive no es el que él quisiera, y por mucho que haga no podrá mejorarlo en lo esencial, pues no tiene poder para ello, y solo lo repara en lo individual: hallando verdades, tratando de hacer justicia. En este sentido, Conde es quijotesco, y ese carácter lo salva de ser un perdedor. Choca con unos molinos y, maltrecho, vuelve al camino, una y otra vez. Y no es heroico porque no le interesa esa capacidad, no tiene que ver con él: Conde es humano y con eso le basta… y a mí me sobra para haber podido escribir tantas novelas con él, gracias a él.

Roxana Azcurra: En la Serie, advertimos la presencia de objetos artísticos y de la cultura, como estatuas, cuadros y colecciones de libros. En Paisaje de otoño (1998), o en La transparencia del tiempo (2018), estas reliquias dejan de ser meramente decorativas y ocupan un eslabón importante en la historia del crimen. ¿A qué obedece su elección como material narrativo?

Leonardo Padura: Los objetos creados por el hombre son expresiones de la cultura. En Herejes, por ejemplo, todo el argumento parte de la creación por parte de Rembrandt de unos estudios en los que pintaba lo que él creía que podía ser el rostro de Jesús, el Cristo. Y las pistas que dejan los movimientos de estos objetos siempre es un camino por el que se mueven muchos conflictos y comportamientos de los hombres. El primero es la creación, la creación de belleza. Luego, el instinto de posesión, que es eterno y universal. Y, por último, el hecho de que alrededor de uno de esos objetos siempre se puede tener un drama. La búsqueda del objeto del deseo, la necesidad de poseerlo y enriquecerse con él (material o espiritualmente) ha sido uno de los grandes temas de la literatura y a mí me ha servido para penetrar en mundos, sociedades, individuos que se me abren como flores gracias a la existencia de esos dichosos objetos.

Roxana Azcurra: ¿Cuál es la poética de Padura en cuanto a su concepción sobre la lectura y la escritura?

Leonardo Padura: Muy fácil. Cuando estoy escribiendo novelas necesito leer a autores que me comuniquen algo, con los que encuentre empatías profundas, que me enseñen cómo debería ser capaz de escribir yo si tuviera el talento de ellos. Por eso releo a determinados autores, pues voy sobre seguro. No obstante, me encanta hacer descubrimientos, encontrar escritores que no conocía pero me dan ese mismo impulso. No siempre es posible, pero cuando descubro, digamos a un Michelle Houellebecq, un Jonatahn Franzen, un Keigo Higashino, un Jonathan Littell o un Vasili Grossman (todos leídos en la última década), pues siento que eso que llamas mi poética encuentra la satisfacción de la complicidad. Leo todo lo que puedo, muchos buenos autores de mi lengua, pues con ellos siempre aprendo a escribir mejor. Y me acerco a ellos con toda la modestia del mundo, siempre dispuesto a recibir lecciones que me pueden servir para hacer mejor lo que pretendo, o sea, escribir.

Roxana Azcurra: ¿En qué se encuentra trabajando actualmente? ¿Dejará a Conde atrás o el personaje sigue buscándolo a pesar del carácter crepuscular de su última novela?

Leonardo Padura: Estoy terminando, de hecho he terminado, una novela en la que no aparece Conde. Se titula Como polvo en el viento y es una historia, mejor, varias historias en una macrohistoria, de las relaciones de mi generación con el exilio y la permanencia. Una crónica posible de un proceso de diáspora que nos ha lanzado a los cinco confines del mundo. Como ves, es otra vez una reflexión generacional, porque soy eso, un escritor generacional, un cronista… Pero eso no quiere decir que haya abandonado a Conde. Solo está descansando, pero ya tiene una misión que cumplir en lo que será mi siguiente novela. Conde es mi mejor modo de tomarle el pulso a la realidad en que vivo y, aunque más viejo, cansado y cascarrabias, seguirá desfaciendo entuertos y caminando conmigo en busca de algo tan difícil de hallar como son las verdades.

Bibliografía

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