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Revista argentina de radiología

versión On-line ISSN 1852-9992

Rev. argent. radiol. v.73 n.4 Ciudad Autónoma de Buenos Aires oct./dic. 2009

 

IN MEMORIAM

Dr. Julio Luis Loureiro
Adiós Julio

Constituye una expresión trivial afirmar que cada ser humano es único e irrepetible, pero hay algunos cuya personalidad excede los parámetros habituales y los recordamos mucho tiempo después de su muerte. Julio Loureiro, fallecido en junio de este año, era uno de esos seres especiales.
Dejemos de lado la solemnidad del listado de sus logros profesionales, ya muy sabidos, y repasemos con inmenso cariño algunas de las facetas de su personalidad que pudimos valorar los que lo tratamos de cerca.
Julio era de altura mediana, quizá hubiera merecido que la madre naturaleza le concediera algunos centímetros más. Su cara era expresiva, de rasgos pronunciados, alargada, los ojos saltones y brillantes, los pómulos y el mentón prominentes, la boca demasiado grande y dentuda. Nos recordaba a un actor francés, Fernandel, aquel que interpretó en los años 50 a Don Camilo, cura párroco de un pueblito de la Emilia Romagna que eternamente se peleaba con su archirrival, el honorable Don Peppone, el alcalde comunista protagonizado por Gino Cervi en las películas de Julien Duvivier.
Tendía a ser histriónico. Sus clases eran un modelo de oratoria en las que mezclaba erudición y teatralidad. Le gustaba enseñar desde la cátedra, pero se hallaba más a gusto en la sala de informes, con los residentes. Sus sesiones de diagnóstico provocaban en los presentes un misticismo religioso, tanto por el resplandor de sus enseñanzas como por el humo que salía de los cigarrillos que fumaba sin pausa, inundando la sala y que, a fuer de incensario, ponían a todo el auditorio en un estado cercano al Nirvana... Su voz era profunda e inconfundible, ronca por el abuso de la malsana costumbre que no abandonaba, pese a consejos y protestas que alcanzaban el rango de reclamo airado. Muchos colegas imagenólogos pasaron por esas aulas durante sus diecisiete años en el Hospital Roffo y el Castex y sus quince años de trabajo en Investigaciones Médicas. Decenas de residentes se formaron allí; a ellos habría que agregarles los alumnos de los cursos de la Facultad de Medicina y de la Sociedad de Radiología. Quizá su mayor y más aplicado discípulo fue su hijo radiólogo, al que amó con ternura.
Todos debemos algo a Julio, ya sea por haber aprendido de él en forma directa o a través de los radiólogos a los que enseñó.
Su capacidad de trabajo era asombrosa. Podía sentarse a almorzar copiosamente y luego seguir como si nada con otra sesión de informes de varias horas. Como buen descendiente de gallegos, era conversador y, además, culto, lo que hacía su charla interesante. Estando con él, nunca existían silencios incómodos. Le gustaba que le contaran chismes y demostrar hallarse siempre bien informado. Disfrutaba de ser el primero en dar una noticia, a la que agregaba, según su criterio, un comentario pícaro o uno condenatorio, con la sonrisa siempre ancha presente en su bocota. Peleaba con denuedo hasta convencer a todos de la verdad de lo que afirmaba y se resistía a perder una discusión. Era, en apariencia, de humor inconstante y carácter variable, lo que podía desconcertar a algunos, pero una clave para entender esta sorprendente característica podría hallarse en su gusto por la opera: se colocaba a veces en la piel del malvado Barón Scarpia, jefe de policía de Roma, cuando montaba en cólera porque un estudiante había errado en forma grosera en una respuesta durante un examen; otras veces, interpretaba a la cruel princesa Turandot, que planteaba a sus pretendientes enigmas mortales. Podía ocurrírsele, como primer contacto con el ya de por sí aterrorizado aspirante, preguntarle quién había sido la segunda esposa de Enrique VIII, o por qué causa llamaban al rey de España José Bonaparte, hermano de Napoleón, Pepe Botella… (aunque aclaremos que las respuestas no influían en el resultado del examen). Podía interpretar a Sir John Falstaff y afirmar que todo el mundo lo amaba por sus grandes condiciones, o encarnarse en Fígaro, quien pregonaba que, además de sus habilidades como barbero, era capaz de solucionar todos los problemas del mundo. En otras ocasiones, adoptaba roles menos dramáticos y entonces era el alegre Papageno o el romántico Caballero des Grieux. Poseía la capacidad de reírse de sí mismo. Era desinteresado. En el fondo, era un niño, un ser dulce y enormemente querible que ocultaba bajo su máscara una rara mezcla de ingenuidad, inteligencia, capacidad de trabajo, deseo de lograr la aprobación de todos y alegría de vivir.
Solíamos reunirnos en la generosa mesa de Luis Romero, con Julio y Norman Koremblit. Hoy, ellos ya no están y el sol ha perdido algo de su brillo.

Dr. Pedro Louge

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Homenaje al Dr. Julio Luis Loureiro

El 10 de junio falleció una gran persona: el Dr. Julio Luis Loureiro. Escribo estas líneas con gran dolor por su abrupta e inesperada desaparición, dejando inconclusas algunas charlas y una despedida. Me motiva a escribir estas palabras la gran cantidad de saludos y recuerdos recibidos de quienes fueron sus alumnos durante tantos años en el Curso Superior de Especialistas de la SAR y de aquellos que supieron compartir su trabajo, sus sesiones de informes y con quienes discutía aquellos ateneos, sesiones de interpretación de imágenes o de case reports en los fríos días en Chicago.
Rindo tributo a un gran hombre, que me enseñó tanto y que fue y será modelo a imitar. Me inculcó el valor de la justicia, la honestidad, el orden, el respeto a los demás y el amor por el trabajo y por una especialidad médica a la que se brindó con todo su esfuerzo. Pero, sobre todo, fue mi amigo y compañero. Fui testigo de su sacrificio y dedicación cuando preparaba ateneos, clases y conferencias para congresos, sin desatender el cariño hacia su familia. Trabajó incansablemente hasta su último día. Se entregó en todo. Era de esas personas que no se quedaban con nada.
Me queda el legado de continuar su camino -el mismo que recorrió mi abuelo (también médico)-, de respetar y honrar su nombre, de esforzarme por ser una persona de bien e inculcar sus enseñanzas, su ejemplo y modelo a mis hijos. Y de recordarlo siempre de la mejor forma, por lo importante que fue y es en mi vida.
Pido a quienes tuvieron la suerte de conocerlo recordarlo como lo que fue: un hombre de bien.
Viejo querido: el día ha finalizado. El trabajo ha concluido.
Descansa en paz.
Te recordaré siempre.

Dr. Mariano Loureiro

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