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Mora (Buenos Aires)

versión On-line ISSN 1853-001X

Mora (B. Aires) v.13 n.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jul./dic. 2007

 

RESEÑAS

Collin, Françoise. Praxis de la diferencia. Liberación y libertad. Barcelona, Icaria, 2006, 263 págs.

Praxis de la diferencia reúne una parte importante de los artículos de Françoise Collin que, por dispersión o problemas de traducción, resultaba de difícil acceso en lengua española.
     Co-fundadora de la revista Les Cahiers du Grif, Françoise Collin es sin duda una de las filósofas feministas más lúcidas respecto de la problemática de la diferencia sexual. Su apuesta estriba en "pensar por sí misma" a partir de un contexto determinado, puesto que pensar - sostiene- nunca es a partir de la nada, sino una toma de posición respecto de lo que nos ha sido dado; se piensa a partir de la palabra heredada, para transformarla, recrearla. Desde esta propuesta, una gran parte del libro rinde homenaje a Hannah Arendt y recorre los derroteros de la filosofía contemporánea: Jacques Derrida, Gilles Deleuze, Maurice Blanchot, Jean-François Lyotard.
     El punto de partida ineludible del pensamiento de Collin es la diferencia entre los sexos: intentar superar las relaciones de poder entre las categorías de hombre y de mujer resulta de tan fundamental importancia como cuestionar la forma de organización social dualizada y jerarquizada que atraviesa todas las culturas y la historia. Su posición no acepta un punto de vista esencialista: de ninguna manera, podría aceptar la "bondad natural" de las mujeres, víctimas insoslayables del poder masculino. Tampoco le resulta aceptable la superación de la diferencia sexual como indiferencia, posición teórica que parecería estar más ligada al deconstruccionismo o a un pensamiento posmoderno. Para la autora, la diferencia entre los sexos no puede pensarse en tercera persona, sino, por el contrario, toda reflexión sobre ella se pone en marcha a partir de la relación efectiva y real entre mujeres y hombres. Sólo se la puede pensar o decir en la experiencia del diálogo: "Nadie sabe lo que una mujer (u hombre) quiere decir, sino en la escucha". Por tanto, si bien admite el carácter social de la construcción de los sexos, dicha construcción no es a partir de su modelo natural, ni en su indiferencia o borramiento, sino que está basada en una metafísica de la acción, atravesada por el deseo, guiada por el pensamiento, en un mundo plural.
     En esta interpretación, Collin defiende el carácter de movimiento del feminismo. Sostiene que el movimiento de mujeres se basó en una práctica elemental vital: el deseo de ser un sujeto de palabra y de acción, la necesidad de las mujeres de convertirse en hablantes y no en habladas, la posibilidad de ubicarse en el discurso como "nosotras, las mujeres" en vez de "ellas, las mujeres"; aunque la organización social entera se resistiera a ello. Esto fue y es posible en la confrontación dialógica que se privilegia en el discurso. En este sentido, Collin redefine el concepto de "praxis" resignificando la concepción aristotélica de este término y, posteriormente, la de Hannah Arendt. En efecto, la praxis es la constitución de lo que no tiene modelo. Es un movimiento hacia lo que todavía no es, una acción sin garantía. De este modo, el movimiento de las mujeres es una invención constante no sólo teórica sino también práctica, pues no tiene ninguna doctrina fundacional previa. No hay manera de representarnos cuál va a ser su final ni cómo sería una sociedad que alcance su objetivo de superación de la desigualdad entre los sexos; como tampoco pretende el regreso a un supuesto paraíso perdido.
     Para Collin, la originalidad y su vez la dificultad del feminismo radica en que todo el tiempo se construye en dirección a lo desconocido. La revolución de las mujeres no tuvo ni tiene un marco teórico u ideológico que la guíe como las revoluciones modernas, pero tampoco puede admitir la nulidad de la/s diferencia/ s, el borramiento de las fronteras del pensamiento posmoderno. Por eso prefiere caracterizar el movimiento de liberación de las mujeres como transmoderno. Se trata de un desplazamiento o de un actuar el desplazamiento. No hay que negar la realidad de "una casa propia", sino transformarla en algo nómade. Y Collin nos recuerda que nómade no es aquel/aquella que no tiene morada sino cuya morada no es fija.
     Cuando nos invita a "Pensar la diferencia sexual" (en la primera parte del libro), constatamos que no remite a un mero discurso teórico especulativo. Por el contrario, pensar la diferencia entre los sexos da significado a lo político, al compromiso político; permite determinar sus condiciones de posibilidad. De esta manera y siguiendo a Hannah Arendt, se aúna lo político con lo artístico. En efecto, pensar la diferencia entre los sexos sólo puede adquirir representación a partir de la experiencia real, no sólo simbólica de las relaciones entre varones y mujeres. Implica actuar esa diferencia al mismo tiempo. Allí se encuentra el enlace de lo político con la creación artística, pues se trata de hacer advenir lo que todavía no es. Hacer ser sin garantía de la misma manera que en el caso de la obra de arte.
     Esta propuesta no es sólo a un nivel colectivo (de las mujeres) sino que involucra estrechamente el compromiso singular. Para transformar el mundo común es necesario cambiar el mundo propio, el modo de estar con uno/ a mismo/a. Con otras palabras, para poder alcanzar la liberación colectiva de las mujeres es necesaria la libertad singular. Paradoja arendtiana: sólo los seres libres pueden liberarse.
     En este libro, Françoise Collin inaugura su búsqueda teórica con dos afirmaciones aparentemente contradictorias. Por un lado, el advenimiento de lo femenino arrastra la muerte del Sujeto. Por otro lado, las mujeres quieren volverse sujetos plenos. ¿Cómo es posible que quien "no es" pueda ser sí mismo? La filosofía ha decretado ya la muerte del sujeto y comenzado su "devenir-mujer" por los caminos de lo no-uno, de la diferencia, de la alteridad radical, del no-toda, de la pasividad. Es decir, se invierte la valoración tradicional de la sexuación. La verdad está del lado de lo no-uno, de lo "femenino". Pero para la autora, esta retención de lo femenino sólo capta la ineptitud para lo simbólico que tradicionalmente le ha sido concedido. Para Collin, desde esta filosofía, estaríamos en el terreno de lo puramente especulativo que no afecta en nada la realidad de varones y mujeres, peor aún, amenaza con hacer vana e inútil toda diferencia sexual. En este sentido no sólo resulta amenazador, sino escandaloso cualquier pensamiento filosófico que pretenda deslindarse de lo político.
     La diferencia entre los sexos es un hecho innegable, pero "ser diferente de" no es esencializable. "Mujer no existe" o "mujer es esto" son dos afirmaciones muy similares desde el punto de vista especulativo. La autora propone una tercera posición teórica. Lo dado (la diferencia entre los sexos) no se puede anular bajo el supuesto de que es una construcción social, ni estancarse en esencias eternas e inamovibles. Se trata más bien de desplazarse, de mujerecrearse en la pluralidad de lo social a través del lenguaje.
     La pregunta de Françoise Collin ("¿en qué condiciones es posible todavía un mundo común?") revela que, como destaca Fina Birulés en el posfacio del libro, una feminista (Collin) no es sólo una especialista en feminismo pues "el espacio entero del pensamiento y de lo real es su lugar" ["l´espace entier de la pensée et du réel est son chez soi"] (Collin, 1990).

María Marta Herrera

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