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Mora (Buenos Aires)

versión On-line ISSN 1853-001X

Mora (B. Aires) v.14 n.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires ene./jul. 2008

 

ARTÍCULOS ORIGINALES

Intoxicación literaria: dispositivos de lectura femenina en Argentina (1890-1930)

José Maristany*

* Instituto Superior del Profesorado "Joaquín V.González", Universidad Nacional de La Pampa.

Fecha de recepción, 24 de septiembre de 2006.
Fecha de aceptación, 28 de mayo de 2007.

RESUMEN

En el universo discursivo del ensayo, el texto literario y la pedagogía, y en un período que abarca los últimos años del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, podemos constatar la regularidad, la amplitud de los sujetos y espacios de enunciación, y la insistencia en un tema como el de la lectura de las mujeres. Desde la elite intelectual y desde los distintos estamentos de la institución escolar hay una real preocupación por el impacto que la lectura puede efectivamente producir sobre las almas y cuerpos de las mujeres. Los argumentos que legitiman esta preocupación se derivan tanto de una imagen que la sociedad tiene acerca del "alma femenina", de las capacidades o incapacidades intelectuales que se supone son propias de la mujer como de una idea de la lectura. El objetivo del presente trabajo es indagar en la configuración que del imaginario femenino se proyectaba desde los discursos autorizados que se ponían en funcionamiento para su control, en lo que podríamos llamar, siguiendo a Foucault, un "dispositivo de lectura". A tal efecto, se analizan una serie de textos de "maestras escritoras", en especial Raquel Camaña y Herminia Brumana, quienes serán voceras privilegiadas para aconsejar, disciplinar y advertir contra los peligros de una naturaleza femenina expuesta a las excitaciones inconvenientes de la imaginación.

Palabras clave: Lectura; Mujeres; Maestras escritoras; Argentina.

ABSTRACT

At the turn of the XIXth. Century, women who read became a serious concern that appears in the essay, the literary fiction and the pedagogic discourse. The intellectual elite was worried about the effects that reading may produce on the souls and bodies of women. The arguments underlying this concern derive, on the one hand, from the image of the "feminine soul", the intellectual ability or disability that were supposed typical in women; on the other, from a particular idea of reading. This article analyses the feminine images that was projected from the authorized discourses designed to control the readings of women, in what we may called with Michel Foucault, a "reading device". We focus on the "schoolmistress writers", Raquel Camaña y Herminia Brumana, whose privileged voices gave advice, kept discipline and warned about the risks of exposing the feminine nature to the inconvenient excitements of imagination.

Keywords: Reading; Women; Schoolmistres writers; Argentine.

Joaquín V. González, en un breve artículo fechado en 1895 y titulado "Ocios femeninos", habla sobre "el bellísimo tema de las lecturas que convienen y que harían más dichosas a las jóvenes, nuestras compatriotas" (243). Se imagina a las muchachas en sus residencias de campo y les pregunta: "¿Qué leen ustedes, bellas jóvenes, cuando las tardes serenas, el rumor de las ondas o de los árboles, y toda la armonía de la naturaleza, las incita a soñar despiertas entre las páginas de un libro?" (245). El autor dirige su pregunta a las niñas de la clase alta que pasan sus días de verano en la estancia o en la quinta familiar. Para González, el efecto de la naturaleza en el espíritu femenino es similar al de la lectura y así equipara "los árboles susurrantes y flores bien olientes que se apoderan del alma, la sugieren, la hipnotizan y la embriagan" (243) con "las dulces y silenciosas confidencias del libro amado, aquel que habla más a los corazones y estimula más vivamente a la fantasía" (244). El texto describe el alma femenina como presa fácil de la sugestión, el hipnotismo y la embriaguez, y por ello mismo, resulta natural la preocupación por orientar, seleccionar, controlar y revisar a las mujeres en sus prácticas de lectura:

"Difícil sería, en la turbamulta literaria contemporánea, sin pecar de atrabiliarios o puritanos, realizar una acertada selección de lecturas, propias y dignas de nuestras bellas y nobilísimas damas, y bastantes a interesar sus vivas y chispeantes imaginaciones, sus gustos tan eclécticos y sus corazones de una raza y de un clima como los nuestros. Ellas buscan lo que les agrada como las aves la selva propicia, sin saber a punto fijo por qué, [...] , y cuando, a media lectura, han llegado a regiones vedadas o inclementes, tornan rápidas el vuelo, pero no sin haberse quemado, como ciegas y doradas mariposas, las puntitas de sus alas de encaje." (245)

     En el universo discursivo del ensayo, el texto literario y la pedagogía, y en un período que abarca los últimos años del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, podemos constatar la regularidad, la amplitud de los sujetos y espacios de enunciación, y la insistencia en un tema como el de la lectura de las mujeres. Desde la elite intelectual y desde los distintos estamentos de la institución escolar hay una real preocupación que deviene en constelación de discursos, por el impacto que la lectura, expandida por la ampliación del público lector y por los modernos desarrollos de la industria editorial, puede efectivamente producir sobre las almas y cuerpos de las mujeres. Los argumentos que legitiman esta preocupación se derivan tanto de una imagen que la sociedad tiene acerca del "alma femenina", de las capacidades o incapacidades intelectuales que se supone son propias de la mujer, como de una idea de la lectura. También desde la organización capitalista del mercado editorial, que con su oferta ampliada desborda los controles que se podían ejercer desde la esfera íntima de la biblioteca privada, desde la Iglesia, promotora indiscutible de los discursos sobre la lectura, y por último, desde la escuela, que deberá ya entonces competir con una cultura de masas, que asedia moralmente a los grupos de riesgo que, en ese momento, conformaban las mujeres y los niños.
     Mi objetivo en el presente trabajo no es tanto discernir el imaginario del público femenino como indagar en la configuración que del imaginario femenino se proyectaba desde los discursos autorizados que se ponían en funcionamiento para su control, en lo que podríamos llamar un dispositivo de lectura, si con Foucault (1999: 95) entendemos por dispositivo, un conjunto heterogéneo de discursos, de proposiciones, de instituciones, leyes y enunciados científicos, que forman una red coherente, más allá de las diferencias, con la función estratégica dominante, en este caso, de constituir y controlar el imaginario de las mujeres.
     El artículo de Graciela Batticuore, "Lectoras en diálogo en América finisecular" (1997), incluido en su libro El taller de la escritora: veladas literarias limeñas de Juana Manuela Gorritti (1999), resulta un buen antecedente para introducirnos en la problemática de la lectura femenina en la segunda mitad del siglo XIX, período inmediatamente anterior al abordado aquí. La autora se centra en textos de autoras peruanas y argentinas, en los que se diseña la imagen de la "lectora" en el contexto del debate sobre la educación de la mujer, tópico central en el pensamiento feminista de aquella época, imagen que tendrá dos caras opuestas: "Modelo y contramodelo, objeto de admiración o de escándalo social, la lectora es la moza mala, la mujer sin dedal o la redentora de todos los males que aquejan a la sociedad cercana al fin de siglo" (46). En los artículos de Mercedes Cabello, Raimunda Torres y Quiroga y Carolina Freyre de Jaimes, entre otros, publicados en El Correo del Perú y en La Ondina del Plata, en la década de 1870, es posible constatar, como lo hace Batticuore, dos tendencias complementarias: por un lado, la defensa de la "nueva idea" que propicia una reforma educacional basada en la ilustración de la mujer, piedra angular sobre la que se edificará la moderna sociedad latinoamericana y, por el otro, la necesidad de controlar un saber que puede resultar peligroso y excesivo, por lo cual resulta indispensable fijar límites y elaborar un canon de lecturas recomendables para el bello sexo, advirtiendo sobre las nefastas consecuencias que sobre un alma no ilustrada puede traer el consumo de "páginas encantadoras y fatales". En los textos analizados por Batticuore se perfilan ya los argumentos e ideologemas básicos que sostendrán las diferentes posiciones desarrolladas por las "maestras escritoras" en las primeras décadas del siglo XX.

Acerca de las "maestras escritoras"

Antes de continuar, haré un pequeño paréntesis para explicar y justificar esta categoría en la que quedan encuadradas las autoras que mencionaré más adelante. Bonnie Frederick, en su libro Wily Modesty (1998), analiza la obra de nueve escritoras argentinas que publicaron aproximadamente entre 1860 y 1910, y sostiene que, en general, en el siglo XIX uno de los desafíos para las escritoras fue encontrar una representación adecuada para la voz narrativa, es decir, autorizada.
     Los roles de "autor" que habían circulado hasta entonces, a saber, el escritor científico, el escritor estadista, el gentleman mundano, el héroe romántico y poeta maldito eran modelos que le ofrecían a la mujer escasas oportunidades, pues todos ellos iban en contra de la "naturaleza" femenina, de su obligado decoro o pudor y, en última instancia, no se adecuaban a sus posibilidades reales de tener cierta autonomía; eran inadecuados para la mujer cuya imagen predominante era la de "Ángel del hogar", ejemplo de modestia, paciencia y abnegación, y es a partir de esta imagen que las escritoras deben construir todas sus estrategias retóricas, como bien lo demuestra Frederick en el trabajo citado.
     En este sentido, la relación de la mujer con la escritura se verá ampliamente transformada para la generación siguiente y esta transformación está marcada por el acceso masivo de las mujeres al magisterio1. Este hecho es sumamente importante desde el punto de vista de la escritura, pues la docencia dota a las nuevas generaciones de mujeres con una imagen social que articula el modelo femenino tradicional, centrado en lo privado, con una participación en el ámbito público e intelectual (a pesar de todas las restricciones que pudiera tener en su tarea docente). Esta articulación permite una alternativa a los modelos de "autor" vigentes hasta entonces, ya que aparece ahora la "maestraescritora", un rol que será adoptado por aquellas mujeres que deseen emprender tareas literariointelectuales y a partir del cual resulta menos conflictiva la adopción de una representación femenina de la figura de autor. El magisterio es un espacio a medio camino entre el hogar y la academia, que si bien tuvo sus limitaciones, permitió una identidad diferencial de base y una legitimidad social de la palabra desde la cual emprender otras aventuras intelectuales. Se trata de una vía de acceso de las mujeres en el campo del saber que vendría a proporcionar una plataforma de ingreso a la cultura letrada.
     En los textos de estas "maestras escritoras", que desde el magisterio accedieron al periodismo y emprendieron sus trayectorias literarias, es posible detectar una alta concentración de discursos sobre "el orden de la lectura femenina".
     Existen dos límites que trazan el espacio permitido y conveniente para la mujer lectora, los cuales se explicitan en una pequeña nota firmada por Isolina Peña y aparecida en la revista El pensamiento, que editara, entre 1895 y 1896, en la ciudad de Santa Fe la maestra escritora Carlota Garrido de la Peña2. El artículo lleva por título "La mujer y los libros" y en él podemos leer lo siguiente:

"Es una necesidad moral que debe preocuparnos la de proporcionar a la juventud y sobre todo a las jóvenes una lectura sana, moral y agradable a la vez para evitar que sus ideas se estravien (sic) con una lectura perniciosa o que no lea nada, temiendo esos escollos, males ambos que es necesario prevenir" (10, 3)3.

     Los límites, entonces, consisten en una doble presunción acerca de la lectura: es bueno que las mujeres lean, así pueden perfeccionar su espíritu e instruirse, pero al mismo tiempo en los libros se esconden serios peligros que pueden extraviar el alma femenina, tan sugestionable y proclive a nefastas ensoñaciones que la alejen de la realidad.
     Esta preocupación tan generalizada, de la que participan hombres y mujeres, nos habla no sólo del lugar central que ocupaba el libro en plena expansión del "capitalismo impreso" y de los posibles efectos de una producción cultural que rápidamente se industrializaba, sino también de los rasgos inherentes a la naturaleza femenina, sobre los cuales se elabora este dispositivo de lectura, el que, por otra parte, deriva de aquel dispositivo mayor de saber y de poder, señalado por Michel Foucault, que se organizó desde el siglo XVIII en torno de la "histerización del cuerpo de la mujer":

"El cuerpo de la mujer fue analizado -calificado y descalificado- como cuerpo integralmente saturado de sexualidad; según el cual ese cuerpo fue integrado, bajo el efecto de una patología que le sería intrínseca, al campo de las prácticas médicas; según el cual por último, fue puesto en comunicación orgánica con el cuerpo social (cuya fecundidad regulada debe asegurar), el espacio familiar (del que debe ser un elemento sustancial y funcional) y la vida de los niños (que produce y debe garantizar, por una responsabilidad biológico-moral que dura todo el tiempo de la educación): la Madre, con su imagen negativa que es la "mujer nerviosa", constituye la forma más visible de esa histerización". (1999:127)

     De esta manera, el control y la vigilancia a que es sometida la práctica de lectura por parte de las mujeres, se deriva de los "conocimientos" que toda la tecnología de la sexualidad, proliferante desde hace tres siglos, sacó a la luz acerca de la naturaleza femenina. Hombres y mujeres no leen de la misma manera. Estas últimas aparecen en extremo vulnerables y en riesgo permanente de perder su pureza, inocencia y virginidad, o su equilibrio psicofísico, si queremos traducirlo a la jerga médica que cambió las virtudes femeninas en descripciones fisiológicas. Aun en aquellas mujeres que propician el acceso de la mujer a la educación aparece la mirada desconfiada que pone límites y selecciona el material al que pueden acceder, en especial, las más jóvenes.
     Esta tópica aparece, no solamente en ensayos de diferente tipo, sino que tuvo una larga vida como tema literario. La galería de mujeres extraviadas por la lectura es amplia y si Madame Bovary proporciona un modelo arquetípico, no es casualidad que Raselda, la maestra normal de Gálvez, sea lectora de novelas de amor, rasgo que explica en parte su destino, su figura moral y sus desventuras (Sarlo, 1985). En las novelas y cuentos de mujeres, escritos durante las primeras décadas de este siglo, la lectura y también la escritura, aparecen como temas con asiduidad y permiten, en muchos casos, explicar conductas y personalidad de los personajes.
     Entonces, al mismo tiempo que se consolida un público femenino que masivamente consume literatura, en formato de libros, folletines publicados en diarios o magazines, como Caras y Caretas, en las revistas de novelas (que, en realidad, son cuentos4), consumo que atraviesa las fronteras de lo culto y lo popular, se intensifica el mecanismo de control, sustentado en principios estéticos, éticos y morales, en los que la naturaleza de la cultura de masas se asocia de algún modo con la mujer, como lo sostiene Andreas Huyssen al observar que la cultura de masas y las masas se "feminizan" ("genders as feminine") en el discurso político, psicológico y estético de fines del siglo XIX y comienzos del XX, en tanto que la cultura tradicional o moderna sigue siendo el dominio privilegiado de las actividades masculinas. "El temor a las masas en esta época es siempre también temor a la mujer, a una naturaleza descontrolada, al inconsciente, a la sexualidad, a la pérdida de identidad y de los límites estables del yo en la masa" (Huyssen, 1986: 196).

Los sexos de la escritura y la lectura

La revista Nosotros, fundada en 1907, nuclea a los miembros de la llamada generación del Centenario y forma parte del proceso de profesionalización que el campo literario experimenta en la primera década de este siglo. Dentro de la escasa colaboración femenina que encontramos en la revista, en el número 9, de 1908, aparece el primer artículo firmado por una mujer, Ida Baroffio Bertolotti, que precisamente se titula "Cuando la mujer escribe", y que resulta curioso, pues a diferencia de lo que la doxa de su época sostenía, la autora considera que la mujer está mucho más dotada para el estudio de las ciencias exactas, de las lenguas antiguas y modernas y de las ciencias sociales, y desconfía de las "literatas", porque su escritura "degenera fácilmente de la gentileza a la dulzonería, de la simplicidad a la variedad". Pero en realidad, lo interesante es la pequeña nota con la que los editores de Nosotros presentan a su nueva colaboradora. Allí se la retrata como una "distinguida escritora extranjera", italiana, y agregan que escribe sobre literatura femenina "siempre recibida con la natural desconfianza". La nota concluye diciendo -y esto es lo que quiero destacar- que su prosa es "varonil por el pensamiento, femenina por la delicadeza". Este ejemplo es uno de los tantos que permiten constatar la persistencia y la centralidad de un binarismo que opera como criterio fundante al momento de evaluar la palabra literaria, y pone de manifiesto hasta qué punto la escritura se percibía y se juzgaba según un paradigma de género en el que lo masculino y lo femenino ocupaban un lugar central para delimitar espacios de poder y realizar operaciones de legitimación. La escritura que se reconoce desde el círculo restringido del campo literario tiene sexo, es "naturalmente" masculina, siendo el término marcado de la oposición, es decir, el desvío o la anomalía, la escritura practicada por una mujer. Esta definición de la actividad en términos de género es fundamental y explica las frecuentes afirmaciones exageradas y defensivas de feminidad en los textos de mujeres que piensan que el ejercicio de la escritura las volverá masculinas a ojos del público.
     Por otra parte, en el número 26 del mes de febrero de 1910, en un breve ensayo titulado "¿A quién culpar?" y firmado por Gisberta Smith de Kurth5, el tema ya no es la escritura, sino la educación intelectual de las jóvenes, y por lo tanto la lectura. Allí, en una modalidad frecuente del ensayo femenino de la época, que expone una historia de vida con intención didáctico-moralizante, se presenta la historia de una mujer que ha recibido una educación deficiente, causa fundamental de su personalidad frívola y alejada de la realidad. En esa trayectoria que cuenta el fracaso vital, las lecturas inapropiadas ocupan un lugar importante:

"Naturalmente inclinada al bien y deseosa de hacer vibrar las delicadas fibras de su alma femenil, fueron sus lecturas predilectas las novelas románticas que hablaron a su corazón y no dejaron ningún rastro favorable en su inteligencia, poblándola de seres desprovistos de realidad que no tardaron en conquistarla haciendo que cultivara con amor la traicionera flor del ideal, cuya sutil fragancia invade el alma y de ella se enseñorea, para convertirse luego en dolorosa acritud cuando, perdida su lozanía y sus brillantes colores ante las primeras asechanzas de la realidad, deja caer sus pétalos vencida por el primer desengaño".( 135)

     Las novelas románticas aparecen aquí como las responsables de fomentar algo que está en la naturaleza del espíritu femenino, como lo es la tendencia morbosa de la imaginación exagerada, que distorsiona la visión que se tiene de la realidad. En las biografías femeninas del fracaso será un tema recurrente la nociva influencia de ciertas lecturas para explicar la infelicidad y la "caída" de las mujeres.

Raquel Camaña: la lectura como práctica patológica

En 1911, la progresista educadora y escritora, Raquel Camaña6, quien propiciara la coeducación, es decir, la escuela mixta y la instrucción sexual en las escuelas del Estado, publica un artículo en la Revista de Derecho, Historia y Letras con el título de " Intoxicación literaria", en el que ataca lo que en su parecer es una patología social: el bovarismo. La autora, sin embargo, no puede disimular su entusiasmo y apasionamiento por la figura de Emma Bovary; en el ensayo cuenta minuciosamente la novela y concluye de este modo:

"Y así, degradándose cada vez más, pervertida por dentro desde que fue intoxicada por el romanticismo y por una educación inapropiada a su esfera de vida, Emma rodó desde el desamor al adulterio, desde el horror de no amar a la hija hasta la mancilla de robar dinero al marido y de instigar, al amante, el fraude para satisfacer su sed de lujo, hasta dar en la suprema cobardía del suicidio". (541)

     La novela de Flaubert es leída en dos dimensiones: como un caso clínico sobre la influencia de la literatura morbosa y del "virus romántico" en una personalidad femenina sugestionable, y como una fábula didáctico-moralizante que alerta contra los perniciosos efectos que cierto tipo de lectura puede acarrear en imaginaciones enfermizas, y podríamos decir que, para los saberes de la época, toda alma femenina es naturalmente "enfermiza" y proclive a la caída patológica: "Sería conveniente, aconseja Camaña, difundir la lectura de la hermosa obra de Flaubert. En ella se realiza el escarmiento en cabeza ajena" (535).
     El discurso moralizador cristiano que redundaba en el tópico de la tentación, la caída, la concupiscencia, reaparece en esta educadora socialista trasmutado en un discurso en el que la ciencia, y ya no el dogma religioso, se vuelve la base moral de la sociedad. Dentro de un enfoque netamente biologista, la autora habla de la "mentira vital" 7 que es alimentada por la literatura morbosa y el falso arte, cuyos orígenes sitúa en el romanticismo francés y alemán y cuya poderosa sugestión atrapa a los "imaginativos y los abúlicos":

"[...] aún hoy nuestra juventud, sobre todo la femenina, se intoxica con esas lecturas [...] que despierta locos deseos, alimenta un excesivo desarrollo imaginativo, hace vivir en un mundo novelesco, falso y ruin, acabando por hacerles despreciar, por comparación, el mundo del trabajo honrado, del esfuerzo propio, de la dignidad de bastarse a sí mismos en que sus padres fueron educados. [...] El bovarismo hace presa fácil entre nuestra juventud". (534-535)

     Camaña volverá sobre el tema en "El dilettantismo sentimental", ensayo más extenso que da nombre al libro publicado en 1918, con el subtítulo de "Estudios literarios -Crónicas de tierra adentro- Notas de viaje", y que lleva una introducción de Alicia Moreau. Ahora bien, en este ensayo, la autora toma como caso clínico a Robert Greslou, personaje de una novela de Paul Bourget titulada El discípulo (1889). Pero se trata ahora de un caso de bovarismo masculino, en el que se invierte la etiología de los males y su sintomatología, de acuerdo a la diferente naturaleza masculina:

"El análisis [de la obra de Bourget] nos permitirá examinar un fenómeno demasiado frecuente de la vida social moderna, que compromete la felicidad humana, corrompiendo en sus mismas fuentes el más noble de los sentimientos -el amor- y apartando de la dicha a todos los que pretenden someter la vida afectiva a un exceso de raciocinio, hasta olvidar que el corazón tiene razones que la razón ignora, según dijo Pascal. El 'dilettantismo sentimental' consiste, más que todo, en querer amar con la cabeza en vez de hacerlo con el corazón, lo que aleja de toda tendencia verdaderamente moral, y mata, en el mismo germen, las inclinaciones que en el ser humano están más de acuerdo con la humana naturaleza". (27)

     Es interesante observar que, en este caso, no se trata ya de una imaginación exacerbada por el virus romántico, sino por el contrario de una "vida afectiva" excesivamente controlada, ahogada, por la razón. Aquello que era desborde en la naturaleza femenina, aparece como carencia en la naturaleza masculina, inclinada a la especulación, a "metafisicar", a la vida contemplativa: "Siempre en la familia paterna la potente inteligencia unióse a un impulso peligroso e indomable, vecino a la locura". La locura y el descontrol masculinos se asocian a un exceso de inteligencia, a una poderosa capacidad de abstracción y de fuga de la realidad, que es necesario aplacar. La intoxicación literaria de Roberto también provino inicialmente de los autores románticos: Hugo, Lamartine, Balzac, Musset, y luego de Nietzsche y Schopenhauer. Nihilista intelectual, la patología de Roberto es la de personalidad múltiple, y

"[l]e faltó el remedio supremo; el régimen a seguir con estos desequilibrados, dotados de poderosa fuerza de abstracción, sería el de enseñarles a amar. El amor (...)restablece el equilibrio entre el sentimiento y la ideación concentrada, unifica los procesos internos, aumenta la vitalidad, da fuerza de resistencia en la lucha por la vida, permite al ser superior adaptarse al medio y dominarlo en vez de ser dominado". (88)

     En el discurso de Camaña resuena la publicidad farmacológica de la época en la enumeración de los amplios y benéficos efectos del amor, como remedio para males físicos y nerviosos. Roberto es el artista maldito del modernismo, "todos sus sentimientos y pasiones parecen concentrarse en torno de la exaltación de su egotismo, Roberto dedicóse a adorar su yo, convirtióse en un epicúreo intelectual, su cerebro desvastado por el orgullo, por la sensualidad y por morbosas curiosidades" (89).
     Tal vez la descripción de la naturaleza masculina y femenina tan nítidamente diferenciadas, y con rasgos opuestos, y con carencias y excesos complementarios, es lo que llevó a Camaña a ser una defensora acérrima de la coeducación, de este modo lo masculino y lo femenino, como polos positivos y negativos se anularían mutuamente y lograrían un equilibrio entre la abstracción racional y la sensibilidad emotiva8.

Brumana: la lectura como programa de formación moral

Herminia Brumana9, maestra, escritora, periodista, publica en 1923 Cabezas de mujeres, galería de tipos femeninos de su pueblo natal, Pigüé, en la que desfilan entre otras "la confidente", "la engreida", "la viuda", "la recién casada" y cuatro tipos de los cuales da un retrato en profundidad a partir de relatos de vida, de las mujeres que denomina como "las cobardes", "las frívolas", "las culpables" y "las desorientadas".
     Matilde, la joven frívola de 16 años que se casa con el italiano Martaldi, de cuarenta años, y que rápidamente muestra su verdadera naturaleza, "haragana, coqueta, débil", "imperiosa, brutal, interesada" (61), vive escudada por una enfermedad nerviosa que ha inventado desde niña, "con el refinamiento cruel de la mujer que apela a su debilidad para conseguir todo cuanto se le ocurre" (62). En última instancia, la explicación de la narradora para esta simulación patológica es el ocio: "Ocio, nada más que ocio. Ocio excitado por la imaginación calenturienta de las novelas. Y es un buen pretexto el ataque de nervios por cualquier contradicción, la neurastenia, el histerismo" (62, nuestro subrayado). El ocio y la influencia nociva de las novelas han hecho de Matilde un monstruo que ni siquiera puede sentir afecto maternal, puesto que no amamanta a su hija, y "el no dar su leche al hijo equivale a no ser madre del todo" (62).
     Una de sus hijas, Noemí, por el contrario, trabaja desde joven "en un importante escritorio de la ciudad" y allí conoce a Adolfo Rivera, compañero de oficina: "Noemí entró a vivir ampliamente. Leyó libros que él le indicaba, libros de fe y de amor, libros que eran salmos a la vida. Y se convenció entonces que ella como mujer, podía vivir también esa vida de lucha amplia y fuerte" (68). La narradora no nos dice cuáles son esos libros, de qué tratan. Podemos suponer a partir de la ideología de la autora, que en ellos se esboza un anarquismo romántico, atravesado por ideales, si no cristianos, ligados con la moral cristiana10. En este caso, la lectura orientada por el compañero de Noemí, -Brumana, acorde con sus ideales anarquistas, propicia en todos sus escritos la unión libre, y son muy fuertes sus críticas a las convenciones sociales del matrimonio- es fuente de fortaleza moral y espejo del deber ser femenino, que es "la mujer fuerte, sin protestas pero tampoco resignada, que comprende que la vida es deber, un dulce deber de amor..." (70).
     Por último, en el relato titulado "Las desorientadas", aquellas mujeres que no saben lo que quieren en materia amorosa, que pasan los mejores años de sus vidas en andar y desandar, para encontrarse al final cansadas y en el punto de donde partieron (85), Brumana hace contar a Hilda Romieux su historia a su amiga confidente:

"Tu amor está desorientado, como lo estuvo el mío, como lo está el de la mayoría de las mujeres de hoy. Y la culpa, si puede haberla, está a veces en la influencia de los libros, en los cuales generalmente se narran amores desgraciados. Buenos y malos autores tienen especial interés en divulgar la mentira del amor primero, del amor imposible, del amor romántico, enfermizo. Tú lo sabes. Las novelas que yo, que tú, que todas leemos...". (85)

     Hilda ha vivido en función de lo que ha leído, copiando los modelos de las heroínas en todas las etapas de sus romances: el primer beso, el desengaño, la traición, la resignación, etc.: "[...] había leído que sufrir era la más grande dicha de los espíritus selectos... Me consideré una heroína de novela" (87).
     Ciertos libros han tejido en la protagonista una falsa conciencia, "aquella que había hecho yo con los falsos libros, esa conciencia desviada de lo natural, forjada con cerebro, no con impulsos como se forja la verdadera conciencia" (87, mi subrayado). Y aquí aparece algo diferente, pues en general se dice de la lectura de novelas para mujeres que exaltan los impulsos, las pasiones que habitan el alma femenina, y dejan de lado, no desarrollan la razón, el intelecto, la capacidad intelectual. Sin embargo, Brumana opone una falsa conciencia, "desviada de lo natural, forjada con cerebro", que correspondería al imaginario que tejen las novelas, "falsa conciencia hecha de libros y de cosas viejas" que le ordenan a Hilda "dejar la felicidad viva, palpitante, [...] por la dedicación al pasado, a la adoración de un pasado imposible, lleno de mentiras y fantasías" (89), y una verdadera conciencia forjada con impulsos naturales, que se aprende en "el libro de la vida", conciencia que permite escuchar las propias necesidades.
     A partir de estos dos relatos, podemos hablar de un doble efecto de la lectura que depende, en última instancia, de la personalidad de la lectora: en el caso de la mujer frívola, coqueta, superficial, la ficción sentimental provoca el extravío, lleva a la simulación de la enfermedad nerviosa; para otras mujeres, "las desorientadas", la lectura crea una falsa conciencia, llena de imágenes y conductas ajenas, de imposturas y sensiblería, que impiden desarrollar un camino personal que, en este caso, debe ser aquel que conduce a lo que se siente. La lectura sería una pantalla ideológica que nos aleja de nosotros mismos, es decir, nos aliena (aunque no son estos términos de Brumana) y no nos deja vivir de nuestros propios recursos esprituales. En este último caso, la crítica a la lectura parecería tener más que ver con la imposibilidad de romper con ciertas convenciones sociales que recaen especialmente sobre la mujer, que reproducen la ideología dominante y que anidan especialmente en las novelas que leen las mujeres. Hilda ha tenido innumerables pretendientes y, siguiendo el modelo literario, debe ser fiel al primer amor y vivir resignada su destino, mientras que el encuentro con Jorge Díaz, su compañero en el final feliz, es posible dejando de lado las imágenes novelescas del primer amor y del amor imposible y de la mujer lánguida y sufrida que posterga su vida a partir de una mala experiencia.
     Si es verdad, como sostiene Francine Masiello, que Brumana en este relato "deconstruye el concepto literario de amor que circula en la ficción popular de la década de 1920, según el cual las mujeres estaban destinadas al romance y al matrimonio y eran condenadas por sus pasiones ilícitas" (1997: 237), es necesario, sin embargo, tener presente que el tipo de relación que presupone entre la subjetividad femenina y las ficciones sentimentales es similar a la que hemos examinado en las otras autoras, ya sea como pantalla ideológica que desvía de lo "natural" o como atizador de la nefasta naturaleza femenina (y aquí el pensamiento de Brumana acerca de lo "natural femenino" también es paradójico), la lectura femenina tiene riesgos y, en no pocos casos, es la fuente y origen del extravío y de la infelicidad.
     En uno de sus ensayos, Brumana abordará específicamente el tema de las lectoras de la clase media: "En esa clase incluyo [...] a las maestras, a las profesionales, a las estudiantes, a las muchachas empleadas, a las casadas, especialmente a las jóvenes a quienes, teniendo poca tarea en el hogar, les sobra el tiempo que a veces dejan escapar de sus dedos lastimosamente" (738). Brumana encuentra tres tipos de lectoras, agrupadas "por lo que leen y por los resultados visibles de estas lecturas": la lectora snob, que lee con el único y exclusivo propósito de aparentar, y de hacerse ver; la que lee por el amor de la lectura en sí, que comprende y ama lo que lee, pero que no es la lectora perfecta por cuanto, "lee sin practicar en su vida los ideales que deleitaron su espíritu"; y por último describe al grueso de las lectoras "cuyo tipo está encuadrado en la lectora superficial", cuyo objeto de lectura son las revistas exclusivamente femeninas y los libros de "éxito fantástico y tirada asombrosa".
     Es necesario observar aquí, que Brumana no se mantiene al margen de la expansión editorial y de la producción de lo que Beatriz Sarlo denomina "narrativas plebeyas", es decir, las publicaciones periódicas dedicadas a la novela sentimental: algunos de sus cuentos se publican en La novela semanal y otros tantos en una revista que apunta principalmente a un público femenino, como es El Hogar (Fletcher, 1987).
     Esta lectora, que "lee cuando no sabe qué hacer, lee sin objeto, para pasar el tiempo, empeñada en matar el tiempo de la manera más cómoda" (740), se dedica a lo frívolo, a lo sensiblero o a lo cotidiano: "Yo no me opongo a la lectura de recetas de cocina, pero hacer de este tipo de obra función educativa, me parece que es subalternizar el sentido femenino, limitándolo en forma alarmante" (739). Lectura realizada sin esfuerzo, meramente sensitiva, que hace llorar, pero que no consiste en una asimilación "para actuar en la vida con dignidad". En Brumana, la lectura es un programa de formación moral para la mujer que deberá "ser sostén de la humanidad."
     Sin embargo, no va a insistir tanto en lo que se lee, su ataque no va a estar dirigido exclusivamente contra las novelas sentimentales que contaminan el imaginario femenino y lo desvían de sus deberes sociales, sino hacia un modo de leer, "el libro asimilado y vivido", que le permite a la mujer "formarse un mundo propio tan lleno de fuerza y de nobleza, que sea capaz de dar un nuevo sentido a la vida" (741, subrayado en el original), y en último término, aunque no se lea, se incita a que la mujer colabore con la adquisición de los libros y, de este modo, se recompense materialmente a sus autores. Este giro economicista, responde sin duda al modo profesional con que Brumana había encarado sus proyectos literarios y periodísticos, y que con frecuencia encontraron grandes obstáculos para su realización.

La lectura como estabilizador social

Los textos comentados forman parte de esa configuración de discursos en los que se intenta encausar una naturaleza siempre en peligro, una subjetividad proclive a la sugestión y la hipnosis, por parte de una cultura de masas pensada como una amenaza constante a la estabilidad de las lectoras, perdidas en sueños y fantasías, amenaza también a una estabilidad social: es interesante ver que en un momento en que la movilidad social aparecía como un dato de la realidad en la Argentina, no pocas de las preocupaciones de estas autoras van dirigidas a aquellas mujeres populares que no podrán adaptarse a su vida rústica y de sacrificio después de haber conocido, a través de los libros, los refinamientos y comodidades de la vida de las clases altas. Así, otra maestra escritora, Victorina Malharro,11 en uno de sus artículos publicado en el diario católico El pueblo12 en 1907, y en el que se ocupa de la educación femenina aconseja poner a las niñas y jovencitas:

"En contacto con las virtudes encarnadas en seres humildes e ignorados, porque en el 99 por ciento de los casos la vida de ella va a ser también humilde e ignorada; hay que mostrarle la poesía del hogar pobre, pero honrado, la belleza del sacrificio del corazón en las aras del deber. La niña sale de la escuela creyendo leer muy bien, porque da la entonación debida a todos los capítulos de 'Corazón' y no conoce una obra que la inspire, un autor que la dirija. Así se dejará después influenciar por la primer novela de folletín que caiga en sus manos y el mal menor será que nos resulte una cursi romántica [...] Si una maestra de conciencia no se encarga, por sí y ante sí, de dar a la mente de sus alumnas, un lastre de educación del carácter que pueda contrarrestar los arrebatos de la imaginación juvenil y femenina, nada se hace por el porvenir moral de la niña". (1929:126)

     Como señala Elizalde, al analizar el "dispositivo de regulación lectora femenina" en esta maestra escritora, "aquí Malharro cuestiona una de las ideas-fuerza del ideario liberal: la movilidad social a través de la educación, al estimar que esa movilidad para el caso de las mujeres es pura fantasía y nunca se realiza, o al menos eso esperaría ella" (2003:13). En este caso, el control de la lectura se convierte en un dispositivo de conservación y adaptación ante cualquier pretensión de las mujeres de las clases populares de ascender en la escala social.13 La operatoria educativa del estado liberal viene a poner freno, a través de una de sus más legítimas representantes, a las aspiraciones que ella misma se ha encargado de inculcar en sus destinatarios y que comienzan a ser vistas como amenazas al poder estatuido.
     Si, como dijimos al comienzo, el magisterio le permitió a la mujer adoptar un nuevo rol desde el cual asumir la escritura y moverse con mayor facilidad en el ámbito de la alta cultura, sobre todo en aquellos espacios cercanos a la política y gobierno educativos, al momento de abordar la lectura femenina, las maestras escritoras, más allá de los particulares encuadres ideológicos que las pudieran diferenciar y distanciar, serán voceras privilegiadas para aconsejar, disciplinar y advertir contra los peligros de una naturaleza femenina expuesta a excitaciones inconvenientes. Parece acertada, por tanto, la afirmación de Pierre Bourdieu acerca de que "la violencia simbólica no tiene éxito más que cuando aquel que la experimenta contribuye a su eficacia". (Citado en Chartier, 2000:200).
     De este modo, los discursos se multiplican, se suman voces a ese coro de bien intencionadas lectoras privilegiadas que procuran evitar que las jóvenes quemen, "como ciegas y doradas mariposas, las puntitas de sus alas de encaje" al contacto con el fuego, la pasión y el lujo, alegremente derramados en las novelas de folletín.

Notas

1 "Entre 1874 y 1921 se graduaron 2626 maestras y 504 maestros [...] en los datos relativos al quinquenio 1925-1929 la proporción de mujeres alumnas de las escuelas normales no desciende del 83 por ciento." (Morgade, 1993:55).

2 Este "semanario de lectura amena, costumbres, asuntos religiosos y sociales, crónicas de salón y de modas, bibliografía, etc., etc.", según rezaba el subtítulo de la publicación, del que se conservan algunos ejemplares aparecidos entre julio y septiembre de 1895, fue fundado por Garrido de la Peña en 1895 y se publicaba en Santa Fe. En él colaboraban, entre otras, Carolina Freire de Jaimes, Lola Larrosa de Ansaldo y Clorinda Matto de Turner. A partir de 1902 Garrido de la Peña dirigió juntamente con Freire de Jaimes La Revista Argentina, que apareció durante tres años.

3 La autora de la nota, Isolina Peña, es una lectora mendocina de la revista que inicia su participación en El pensamiento con este artículo: "Nada hay que me preocupe tanto como la suerte de la mujer y es por ella y para ella que escribiré!" (77). Otra nota suya, aparecida en el número 11, continúa con la problemática de la lectura femenina: "Yo pediría a las niñas como a las señoras, que lean, pero buenos libros, útiles, de historia, novelas de costumbres, aunque pocas, pues esta clase de libros nos quitan el gusto por los más serios" (88).

4 Ver al respecto la observación que hace Sarlo, en el texto señalado, sobre las razones que pudieron impulsar el cambio de denominación (38-39).

5 "Escritora y educadora, nacida en Buenos Aires en 1882. Cursó el magisterio y se doctoró en la Facultad de Filosofía y Letras. Fue profesora en el Liceo Nacional de Señoritas y las Escuelas Normales Nº 1 Presidente Roque Sáenz Peña y Nº 9 Sarmiento. A partir de 1921 colaboró en La Prensa donde publicó infinidad de cuentos, ensayos, relatos, etc. Entre sus libros pueden mencionarse: Sugestión de las cosas y los seres; Vislumbres de nuestro pasado, y Poesía y verdad. Falleció en Buenos Aires en 1946" (Newton, 1986:594).

6 Nació en Buenos Aires en 1883. Estudió en la Escuela Normal Nacional de La Plata bajo la dirección de la educadora norteamericana Mary O. Graham y posteriormente se diplomó en la Escuela Normal de Lenguas Vivas de la Capital Federal. Concurrió en 1910 al Congreso de Higiene Escolar de París, como representante oficial del gobierno. En 1913 organizó, junto a Julieta Lanteri de Rawson y otras mujeres renovadoras, el Primer Congreso del Niño. La conclusión de su tesis, titulada "La cuestión sexual" recibe aprobación unánime y la Sociedad de Higiene y Ciencia de la Educación promueve la inclusión de la "educación e instrucción sexual" en los colegios nacionales, liceos, escuelas normales e institutos superiores del profesorado. Su obra más significativa es Pedagogía social pues en ella condensó, no sólo sus teorías, sino sus experiencias, signadas por amargas decepciones como la acogida que tuvo la solicitud, presentada en 1910 a la Universidad de Buenos Aires, para que se le concediese la suplencia de la cátedra de Ciencia de la Educación en la Facultad de Filosofía y Letras, para la cual Camaña tenía planeado dar una serie de conferencias sobre Higiene Psiquiátrica. Se le respondió que existía la duda de si era posible abrir tal carrera al sexo femenino, y sus posteriores reclamaciones sólo obtuvieron por respuesta que "el asunto había sido aplazado". Murió en Buenos Aires, a los 32 años de edad, en 1915. (Cfr. Newton, 1986: 116-117).

7 Camaña publicó una veintena de artículos en la Revista de Derecho, Historia y Letras entre 1910 y 1914 y son casi las únicas colaboraciones femeninas en la revista. En un trabajo titulado precisamente "La mentira vital" (Tomo 38, 1911 págs. 236- 252) podemos leer la siguiente afirmación: "Por acentuación de los caracteres específicos, la involución, lo conservador, lo estático, lo femenino, se objetiva al procrear; mientras que la evolución, lo avanzado, lo dinámico, lo masculino, se subjetiva al idealizar" (237). En otro artículo, sostendrá que la inferioridad femenina es producto de la "herencia sexual" y citará a José Ingenieros: "La herencia sexual acumulada en ella [la mujer] a través de tantas generaciones como cuenta la especie no puede ser contrarrestada individualmente, en la evolución particular. Necesitaríase la evolución de la causa: progreso individual continuado en varias generaciones para que la base orgánica de esa debilidad psíquica femenina -el cerebro del sexo, por decirlo así- evolucione progresivamente hasta equivaler al órgano mental del hombre" ("Herencia sexual" , Tomo 40, 1911, pág. 334, mi subrayado)

8 En "El prejuicio sexual y el Profesorado en la Facultad de Filosofía y Letras" (Revista de Derecho, Historia y Letras, Tomo 37, 1910, págs. 575-596), la autora promueve la educación sexual en los profesorados y escuelas normales y afirma que "[E]sta educación fortalecerá, en la mujer, el contralor de la razón para que ésta domine la emotividad exagerada, la superexcitabilidad nerviosa que ha permitido definir su psicología como la psicología de los extremos. Como "mujer" y "madre" son sinónimos, esta educación sexual enseñará a la mujer a saber amar a sus hijos; ya que nada es tan peligroso como esa fuerza llamada"amor" mal orientada" (593).

9 Nació en Pigüé, provincia de Buenos Aires en 1901. Egresada de la Escuela Normal de Olavarría, en 1917 se inició en la docencia en su pueblo natal, donde fundó la revista Pigüé. Su labor educativa se complementó con la publicación de su primer libro, Palabritas. Continuó su carrera en escuelas de Avellaneda, llegando en 1929 a la vicedirección de una de ellas. Colaboró en El Hogar, El Suplemento, La Nación, Mundo Argentino y otras publicaciones. Falleció en 1954. (Newton, 1986: 99-100)

10 Brumana no se afilió a ningún partido político ni tampoco se unió al feminismo pujante en aquellos años. Mantuvo siempre una independencia de pensamiento y acción, no creía en los rótulos o encasillamientos. Sin embargo se relacionó con el socialismo desarrollando actividades y colaborando en La vanguardia y Vida Femenina. Su auténtica inclinación política fue el anarquismo romántico; Rafael Barret fue el maestro citado a menudo en sus escritos y además colaboró en publicaciones anarquistas como La Protesta (1922), Reconstruir (1946), Nuestra Tribuna (1920-1925), Nervio (1931-1936), entre otras. En cuanto al feminismo, postuló su definición personal en un reportaje recogido por Lea Fletcher: "mi feminismo [...] no es el rotulado y que brega por los derechos políticos de la mujer. Mi feminismo reclama a la mujer lo que ni el hombre ni las leyes le darán jamás: amplitud de criterio, comprensión, desprejuicios" (Fletcher 1987: 19-21).

11 Nació en Buenos Aires en 1881. Se recibió de maestra en la Escuela Normal de Profesores Nº 1. Ejerció la docencia en escuelas primarias de las que llegó a ser directora. Fue inspectora técnica del Consejo Nacional de Educación. Fue asidua colaboradora del periódico El pueblo bajo el seudónimo de Verax, y de El Hogar. Escribió libros de carácter didáctico y las novelas Gato escaldado (1918); De amor y de dolor (1919) y Amor y meteorología (1920). Falleció en 1928. Los artículos aparecidos en El pueblo y El hogar fueron recopilados por su marido y publicados en seis volúmenes que llevan el título genérico de In memoriam (Newton, 1986: 380). Carbonetti (2000) compara las posiciones diferentes de Brumana y Malharro en el campo intelectual-pedagógico de la primera mitad del siglo XX: "Victorina fue un producto exitoso, en cierto modo, del aparato escolar del Estado. Perteneciente a las "altas autoridades" que no podían comprender a Brumana [quien renuncia al magisterio en 1932 por problemas con las autoridades educativas], Malharro, en cambio, no escribe desde el absoluto margen, sino a partir de una posición crítica desde dentro del sistema ya que produce estos textos [los que publica en El Hogar] durante el tiempo en que fue una de las pocas mujeres que llegaron al cargo de inspectora" (3).

12 Desde sus páginas, este periódico ofrece una visión particular de la realidad política, social y cultural de Buenos Aires de comienzos del siglo, signada por la doctrina católica. En un estilo heterogéneo, combina la actualidad con la opinión, amplios espacios para la publicidad de productos y objetos del culto religioso (ornamentos, velas, sotanas), ofrecimientos de servicios educativos de colegios católicos, avisos fúnebres, edictos, noticias políticas nacionales y del mundo. En las secciones destinadas a la opinión, el común denominador es el análisis de las costumbres, las prácticas culturales y temas educativos desde una perspectiva religiosa. Como estrategia retórica, estos artículos retoman el estilo polémico de los panfletos y anatemizan los discursos liberales y modernos de otras publicaciones. En particular los blancos de los ataques son los diarios La Nación y La Prensa, portavoces de la ideología liberal y en algunos casos anticlerical. La educación y sus efectos formadores constituyen uno de los tópicos más asiduos entre los espacios de reflexión, en los cuales se percibe una actitud de reticencia respecto de los parámetros que rigen la formación común impulsada por el Estado, especialmente, respecto de la eliminación de la enseñanza religiosa en las escuelas (Cfr. Elizalde 2003:4-6).

13 Con respecto al consumo de literatura en función de género, sexo y clase, es interesante este comentario de Antonio Aíta, incluido en Algunos aspectos de la literatura argentina, en el que explica la popularidad de las obras de Hugo Wast por el tipo de lectores de novela: "Entre los numerosos lectores, de ambos sexos, ya que es el género literario que cuenta con mayor atracción, se encuentran el servicio doméstico, que es el que devora más novelas, luego los dependientes de almacenes de ambos sexos, luego en cantidad mucho menor, las señoras y las hijas de las señoras, sobre todo si frecuentan algún instituto de enseñanza y por fin en el último escalón de esta tabla aritmética [...] viene el hombre de letras" (1930: 43). El artículo de Malharro publicado dos décadas antes delineaba ya la preferencia de un público femenino popular por la novela-folletín.

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