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Mora (Buenos Aires)

On-line version ISSN 1853-001X

Mora (B. Aires) vol.16 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Jan./July 2010

 

LA CAJA FEMINISTA

Las mujeres argentinas desde la perspectiva de otra mujer: Katherine Dreier en Buenos Aires 

Traducción del inglés María Paula Luciani*

*IDAES-UNSAM

En la primavera de 1918, la norteamericana Katherine Dreier de 41 años, llegaba a la Argentina con la intención de relevar las condiciones de vida de la clase obrera y, en especial, de las mujeres.
     Se trataba de un personaje multifacético, sobre el cual resulta complejo ofrecer una semblanza breve que, a la vez, le haga justicia. Dreier era, ante todo, una distinguida dama neoyorquina. Su temprana inclinación por el mundo del arte la llevó a formarse en la Brooklyn Art School y en el prestigioso Pratt Institute, pero sus inquietudes excedían ese terreno. Durante la década de 1910, fue una activa sufragista y estuvo comprometida, también, con causas sociales. Fundó un centro comunitario, sobre el que poco sabemos hoy ya que la figura de Dreier ha quedado más bien ligada a la obra de patrocinio y fomento del modernismo que realizó a lo largo de su vida y en la que su amistad con Marcel Duchamp, jugó un rol fundamental.
     Las impresiones encontradas que le generó nuestro país quedaron plasmadas en un diario de viaje titulado "Cinco meses en la Argentina -desde el punto de vista de una mujer", del cual hemos seleccionado dos capítulos para su traducción al castellano. En ellos, se despliega la escudriñadora perspectiva de Dreier sobre los valores, las costumbres y la formación profesional de las mujeres argentinas de aquella época. Como observadora de paso, marcada por las experiencias de su país de origen, la distancia entre lo que ella espera de una "mujer moderna" y la imagen que esboza de la "mujer argentina promedio", es cubierta por una gama variopinta de teorías bosquejadas sin timidez, en su constante afán por comprender la sociedad que ve. Los defectos que observa en la población nativa son explicados por una serie de razones que van desde el peso atribuido a las costumbres españolas sobre las convenciones y usos sociales vigentes en la Argentina, hasta lo que cree un exceso en el consumo de carne por parte de los argentinos.
     Los pasajes que figuran a continuación constituyen, entonces, una ventana para asomarnos a la convulsionada Argentina de fines de la década del 10` y a las posibilidades y límites que ofrecía para el desarrollo de las mujeres de distintas condiciones sociales. Una ventana abierta, claro está, "desde el punto de vista de una mujer", extranjera y que se consideraba a sí misma, libre e independiente.

"El entrenamiento profesional de las mujeres"1 

La única universidad que visité  fue la Universidad de Medicina, la Escuela Práctica de Medicina, que está localizada en un regio edificio frente al Hospital Nacional de Clínicas en la calle Córdoba, entre Andes y Junín, lugar en que los estudiantes de medicina reciben su entrenamiento final. El entrenamiento consiste, para los médicos, en un curso de siete años; para los boticarios, en uno de cuatro y el de las parteras lleva tres años. Hay pocas enfermeras entrenadas porque casi todo ese tipo de trabajo es realizado por las Hermanas de la Caridad. El Dr. Moreau ha enfatizado la importancia de este hospital conectado a la universidad, porque es un espacio en el cual las Hermanas de la Caridad están bajo control de los doctores. En muchos otros hospitales, que desde el punto de vista edilicio podrían ser mejores, las Hermanas de la Caridad tienen la última palabra y, si no acuerdan con el doctor en cuanto a la medicina que se supone que necesita el paciente, pueden sobrepasar su autoridad. En consecuencia, los doctores están haciendo un tremendo esfuerzo para pelear en contra de esto. Hasta ahora no han tenido éxito debido a que las mujeres acaudaladas presionan a favor de la Iglesia Católica, y esto tiene relación en tanto y en cuanto muchos de estos hospitales están bajo control de la Sociedad de Beneficencia. Primero, recorrimos el hospital, que es uno de los más viejos de Buenos Aires y que por ello tiene mucho de esa belleza que nos remonta al pasado. A menudo me pregunto si las personas del pasado amaban la belleza más que nosotros, a punto de ser capaces de crear una atmósfera tan difícil de encontrar en los edificios de los tiempos modernos. Las viejas paredes grises del jardín encerraban paisajes de senderos de árboles, a lo largo de uno de los cuales vi a un cura caminando meditabundo, o las estatuas viejas, ya grises y casi olvidadas, respirando una atmósfera de reposo, imperturbables ante el paso del tiempo. Pero dentro del edificio, el espíritu moderno estaba sobre nosotros. Poquito a poco, están reconstruyendo las viejas salas, remodelándolas siguiendo parámetros modernos y científicos. Pero los ecos de los viejos tiempos brillaban todavía y traían consigo un espíritu de informalidad despreocupada que uno nunca podría encontrar en los hospitales del norte. Pensando que era una física, me dejaron entrar en la sala de operaciones mientras tenían lugar dos intervenciones. Me impresionó desde el punto de vista higiénico, porque habíamos estado haciendo un tour por la ciudad esa mañana y todo el polvo de las calles parecía estar pegado a nuestro cuerpo. Pero para aquellos pacientes convalecientes a los que les era posible caminar entre los senderos de árboles o sentarse en los bancos a tomar un poco de sol,  me parecía que esa atmósfera antigua tenía un efecto sanador del cual nuestros hospitales fríos y científicos, carecen. Del hospital, cruzamos hacia la Escuela, que también ocupa una manzana entera. Aquí tienen una biblioteca muy sofisticada de seiscientos volúmenes, a la que pueden acceder los graduados y llevar los libros a casa, no así los estudiantes, que cuentan con pequeños cuartos de lectura donde pueden estudiar sin ser molestados. El salón de conferencias y el cuarto de disecciones resaltan especialmente. 
     Me interesaba saber el número de mujeres químicas que había. En Buenos Aires hay ochenta y nueve, muchas de las cuales tienen sus propios locales. El entrenamiento de la partera la ubica en un estrato superior al de la enfermera. De estas últimas, hay actualmente, unas 2.140 registradas en Buenos Aires y prestan un excelente servicio. Como ya dije, los hospitales no entrenan enfermeras porque el cuidado de los pacientes está a cargo de las Hermanas de la Caridad.  Pero hace alrededor de veinte años, la Dra. Cecilia Grierson, la primera física de Buenos Aires, inició una escuela de entrenamiento para enfermeras, con un curso de dos años. Estas trabajan generalmente para familias, de manera privada. Todas las nodrizas son registradas ante la junta de salud pública. Lo que también me llamó la atención es que todos los vendedores de vegetales, frutas, dulces y tortas, los barberos, y demás, tienen que estar registrados allí y son inspeccionados una vez por semana. 
     Buenos Aires cuenta con alrededor de cincuenta y nueve mujeres dedicadas a la física, una ingeniera que se recibió este año, 1919, y seis abogadas, si tomamos el censo de 1910. De estas últimas, algunas incluso manejan sus propios estudios. Me interesó mucho saber si las abogadas intervenían en los juicios públicos, y me topé con la información de que la manera de manejar aquí la ley es bastante distinta respecto de los usos anglosajones. En lugar de hacerse un juicio con jurado, los expedientes se remiten a la Cámara de Justicia. Solamente cuando un caso se eleva a juicio por tercera vez, se sostiene un juicio in voce ante la Cámara; esto es, que implica que los abogados en persona defienden el caso. No hay objeciones en cuanto a que una mujer cumpla con este rol, aunque las mujeres nunca lo han hecho porque la instancia del tercer juicio es muy atípica. Hasta donde pude averiguar, ellas han tenido el privilegio de presentar expedientes por muchos años, y esto me ayudó a pensar en las luces y sombras de todos los países. Esta realización debería reubicarnos en una posición de humildad, porque más allá de la posición general de las mujeres en la Argentina, uno queda sorprendido por la libertad de estas profesionales en contraste con la posición de sus equivalentes en Inglaterra, donde se ha permitido que las mujeres estudiaran derecho pero no que lo ejercieran, al menos hasta hace muy poco, desde la guerra. 

Las mujeres de Buenos Aires 

Me gustaría causar cierta impresión en el lector que no conoce Sudamérica, al decir cuán pocas mujeres caminan por Buenos Aires exceptuando las horas entre las cinco y las siete, cuando hacen compras o desfilan por la Calle Florida -su Quinta Avenida. Florida es una calle tan estrecha que durante estas horas de congestión, no se permite pasar a los vehículos y se transforma en peatonal. Allí, los jóvenes se encuentran con sus amigos y tienen la oportunidad de saludarse al paso, porque debemos recordar que ninguna jovencita tiene posibilidad de hablar a solas con un hombre, a menos que esté comprometida con él. Ella puede saludarlo en la calle y estimo que ellos tiene una suerte de lenguaje de miradas, porque no entiendo de qué otra manera se las ingenian para llegar a estar comprometidos alguna vez si nunca se les permite hablar entre ellos excepto que esté presente una tercera persona. 
     Esta actitud de que es absolutamente importante que una mujer se case, es casi incomprensible. Recuerdo una tarde en la casa de un conocido cuya hija quería venir a conocer Norteamérica. Ella pertenecía a una familia muy distinguida pero venida a menos, y como no estaba casada, debía mantenerse. Se sentía muy limitada en cuanto a los trabajos que se le permitían hacer para ganarse la vida, porque tenía que hacerlo tan delicadamente que la persona promedio no supiera que estaba en una posición en la que tenía que trabajar para vivir. Eso empezó a molestarle y deseaba ir a un país donde nadie la conociera y donde ella pudiera hacer sus cosas con libertad. Su madre estaba completamente consternada por este capricho y sentía que interferiría del todo con cualquier oportunidad de casamiento. Traté de explicarle a su madre que su hija correspondía al nuevo tipo de mujer soltera, que en general no quiere casarse. Siendo, como era, extremadamente hermosa, le di entender que si su hija fuera a los Estados Unidos,  seguramente tendría muchas oportunidades, aunque yo creía que ella no las aceptaría. "Después de todo", le dije, "no es tan terrible -seguro que usted tiene a alguna mujer en su familia o en la de su esposo, o algún pariente vinculado, que es soltera o soltero." ¡Y, no! ¡Nadie de su familia había quedado soltero; nadie conectado de alguna forma con ellos había quedado soltero; y era una terrible calamidad que tales caprichos entraran en la cabeza de su hija!  Le dije que debía ser duro para ella. Afortunadamente para mí, yo pertenecía a una familia que hasta donde recordaba, estaba acostumbrada a semejantes excentricidades y además, las solteras estaban conformes con sus vidas. Pero aquello no era Sudamérica. En Sudamérica, una chica es criada para que el día de mañana se case. Es desagradable para una mujer moderna ver a pequeñas de siete y ocho años, pensando en la belleza, y he visto a una de diez durante el Carnaval, cenando a la medianoche con su padre y un pequeño de once años en un restaurante de moda. Ella tenía todos los modos de una mujer de mundo, pellizcándose y empolvándose, torciendo sus pequeños brazos para que la luz se reflejara mejor en su brazalete y en sus anillos, y su padre, encantado. Recuerdo la desesperación de una mujer muy elegante que daba clases privadas ante la actitud de la madre de una de sus alumnas, que era muy ambiciosa. Esta mujer estaba horrorizada ante el ansia de conocimiento de su hija. Odiaba verla leyendo cualquier cosa seria, pero dejaba que leyera cualquier novela francesa que se podía conseguir en Sudamérica, que no eran precisamente de lo mejor que se podía encontrar. Cada vez que la encontraba leyendo algo que valía la pena, cosa que la niña lograba hacer contrabandeando el material dentro de la casa, la madre lloraba: "¡Querida, aleja ese libro horrible inmediatamente. Te pondrás vieja y arrugada antes de tiempo y nadie querrá casarse contigo!". La mujer promedio en la Argentina parece manejar dos cuestiones únicamente: amor y maternidad.  
     De todo lo que pude saber, la educación de la mujer acaudalada promedio en la Argentina, consistía en saber tan poco como fuera posible de lo fundamental, pero en hacer una aparición brillante en sociedad. Muchas de ellas escriben versos encantadores; otras cantan con un aire casi profesional de soprano operística. Una chica debe tener logros, pero no estar educada. 
     Esta forma de educación hace que un chaperón sea esencial. He visto al chaperón preocupado cuando su protegida se escabulle por un segundo para suspirarle algo a su joven, y a una hermana sentándose deliberadamente entre una joven y el hombre que, fijándose en ella en el cine, se había asegurado un asiento en la misma fila. Esta separación de los sexos hace que comprometerse sea casi una costumbre para muchos hombres jóvenes, aun sin ninguna intención de casarse, solamente para poder ir a una casa por las tardes. Esta actitud se aprecia especialmente entre los hombres solteros que hay flotando en la marea de los negocios, ya que es imposible entrar en la vida de la familia sin estar comprometido. Luego, cuando se harta, el muchacho sencillamente no va una noche, y luego de una semana la familia percibe que se ha roto el compromiso. Parece difícil de manejar para la chica, excepto cuando ella juega el mismo juego. Pero si uno tiene en mente que la chica promedio es criada con la sola idea de casarse -porque el casamiento, y no la felicidad, es lo importante- se puede intuir el golpe que significa para ella. 
     Ahora bien, cuando el compromiso se toma en serio, se toma realmente en serio. Un pequeño y triste incidente tuvo lugar mientras yo estuve allí, en el círculo que frecuentaba. Un joven, impulsado por espíritu de malicia, robó de la casa de un amigo, la fotografía de la hermana de este amigo. Como está absolutamente en contra de la etiqueta en la Argentina, que un hombre tenga consigo la imagen de una mujer joven sin estar comprometidos, esta acción dejó a la joven en una posición muy precaria, sin siquiera conocer al muchacho. Todo fue hecho con ánimo de hacer daño, lo cual tuvo su muestra más genuina en el hecho de que el muchachito mostró el retrato a un grupo de hombres, diciéndoles que era su prometida. El no sabía, no obstante, que la joven ya estaba comprometida, y que, desafortunadamente, el prometido real estaba presente cuando la imagen fue exhibida. Uno puede fácilmente imaginar la consternación en el pecho de un argentino al ver que otro hombre muestra la foto de su futura esposa diciendo que es su novia. Tan furioso estaba el prometido auténtico que tuvieron que pasar meses hasta poder controlar su ardoroso temperamento sudamericano y al menos acercarse a la casa para hacer las averiguaciones del caso. La pobre jovencita, inconsciente de la causa de abandono tan repentino, cayó enferma y no fue hasta que su padre buscó al joven y le preguntó por los motivos de su frialdad que descubrió lo que había sucedido. Al principio, no pudo obtener información del apesadumbrado amante pero, poco a poco, ganó su confianza y le contó la historia. No hace falta decir que la pareja se unió nuevamente, y fue todo lo que sus amigos pudieron hacer para evitar un duelo.  
     Era una broma realmente ofensiva para ser jugada en un país con convenciones tan dominantes en ese terreno: donde un hombre no puede hablar con una conocida en la calle, sin poner en jaque su posición, aunque pueda conocerla íntimamente desde la niñez como para llamarla por su primer nombre. Tanto Huret como Hammerton hablan de esto y los argentinos a quienes consulté dijeron que todavía existía esta costumbre. Para proteger a la mujer, un hombre nunca debería hablarle, porque si lo hiciera, se pensaría que ella es su esposa o, en su defecto, su amante. Como todos se conocen con todos, si un hombre habla con una mujer que está casada pero que no es su esposa, el público concluye que debe ser su amante, y si él no está casado, llegan a la misma conclusión. Me acuerdo con qué asombro vi a un conocido argentino lanzarse hacia una calle lateral cuando me vio venir. Me había prometido unos libros, pero se había olvidado y, sabiendo cuánto los quería y temiendo afectar tanto su reputación como la mía, su único refugio fue desaparecer. Siempre me ha parecido que los hombres actuaban así, no solamente para proteger a las mujeres, sino para protegerse a sí mismos. Porque seguramente que a uno lo pone nervioso que todo el mundo se pregunte por el tema del sexo. 
     Por lo tanto, fue un alivio para mí encontrar un joven argentino casado con una europea, quien estaba tan fuera de sospecha que pudo escoltarme desde Buenos Aires hasta su estancia, en un viaje de una noche, que implicó cenar y desayunar conmigo en el tren. Cuando le pregunté cómo se animaba a llegar a eso y pasar por alto las convenciones, se rió y dijo que siempre lo hacía y que, aunque la gente debe ser educada, había que empezar a hacer algo para cambiar esas costumbres. Además me aclaró que todos lo conocían. Me hizo recordar cuán libres somos, después de todo, cuando llevamos una vida más allá de las sospechas de los demás. Aquí estaba ante mí, un hombre que podía transgredir la convención y del que nadie pensaba mal - y por otro lado, había otro que ni siquiera podía ser cortés en la vía pública, debido a - bueno, sí- debido a las sospechas. 
     Esta actitud que muestran los hombres hacia las mujeres en la calle, se encuentra en todos los lugares públicos. Una de las cosas que más llama la atención de un extranjero es la falta de mujeres entre las audiencias en general. Ninguna mujer de la mejor clase se sienta jamás en un asiento que no esté en un palco, excepto en los casos del Colón, el Odeón y algún que otro teatro. En el Colón hay toda una sección separada especialmente para mujeres, para que aquellas que no pueden ir con sus esposos o con sus padres, pero que aún quieren ir a escuchar algo de ópera o ir a un concierto o a una gala, puedan ir de todos modos. Los precios para un palco para ver una película rondaban los 20 pesos, lo que es alrededor de ocho dólares. Me parecía escandaloso gastar tanto en tan poca cosa. Los precios para ver buenas obras eran espeluznantes. Por ejemplo, los asientos para escuchar a la orquesta en el Odeón, cuando la Compañía de Brule estaba tocando, eran de diez pesos; el palco más barato, sesenta. Tal es el precio de una noche de entretenimiento. Este rango de precios no es solamente el de los teatros, sino que se ven también en los libros, lo cual los transforma en un objeto de lujo, cosa muy desalentadora para las personas de ingresos modestos y gusto refinado. Como las mujeres tienen mucho tiempo libre en Buenos Aires, tenemos que lamentar especialmente que no haya bibliotecas gratuitas o ambulantes que valgan la pena y a las que una se pueda sumar. Sí hay bibliotecas de referencia espléndidas, especialmente la de medicina conectada con la Escuela Práctica de Medicina y también hay una de derecho en el Congreso, que antes solamente estaba disponible para los miembros del Senado y de la Cámara de Diputados, pero que gracias a la intervención del Socialismo, ahora está abierta al público. Sin embargo, en bibliotecas de literatura general, no hay algo parecido a lo que tenemos aquí. Algunas pocas librerías tienen bibliotecas, que básicamente tienen novelas-basura. 
     La Prensa también tiene una pequeña biblioteca abierta al público, en la que podemos encontrar libros estándar de arte, ciencia y filosofía. Pero como no les ha parecido necesario actualizar el catálogo desde 1916, uno puede rápidamente percibir que cualquiera deseoso de mantenerse al día encuentra serias dificultades, dado el precio de los libros, a menos que se trate de gente de recursos. Como en muchas otras ramas del comercio, la ganancia en la venta de libros me sorprende muchísimo. Cuando dije que me parecía una política equivocada, me dijeron que era esencial ya que las ventas eran bajas y distaban mucho de lo que sucedía en otros países. Esto redunda en un círculo vicioso: las personas que aman los libros no pueden comprar debido a los precios exorbitantes y los vendedores de libros no pueden vender a precios más bajos a causa de los pocos clientes que tienen.
     La temporada de teatro es breve, tan breve que, prácticamente por ocho meses al año la única recreación que tiene la gente son las películas. Por lo tanto, uno es conducido a las películas como única forma de esparcimiento o a ver unas compañías o vodeviles de tercera o cuarta categoría, eventos a los que una mujer decente no puede asistir. Las secciones de la noche de las películas comienzan a las nueve o a las nueve y media, y consisten en tres partes, a cada una de las cuales se puede asistir por separado si uno lo desea. Siempre me divirtió ver las filas y filas de autos paquetes estacionados frente al cine. Había algo absurdo acerca de toda esta grandeza y lujo frente a algo tan plebeyo. Como estaba determinada a hacer lo mío por civilizar a esta buena gente en su actitud hacia las mujeres, siempre intentaba sentarme en los asientos de la platea. Sin embargo, no siempre podía cumplir mi cometido en cada cine al que iba, porque el hábito argentino de hacerle el amor a cada mujer que ven, lo hacía imposible. Una de las veces que traté de hacerlo, había un bailarín famoso al término de cada sección de película, y tuve que cambiar de asiento tres veces en total. Uno puede darse cuenta de que si no se tiene el espíritu de un misionero en el corazón se pierde interés rápidamente por asistir a estos lugares. El Sr. Hammerton habla de esto también. Él no podía convencer a su mujer de que asistiera, porque ella se sentía incómoda entre tantos hombres y con tan pocas mujeres. La primera vez que fui, conté el número de mujeres de las butacas y me di cuenta de que en total - para el tamaño promedio de los pequeños teatros que uno encuentra en Nueva York- había once mujeres sin contarme a mí. 
     Durante los cinco meses que estuve allí, la gente empezaba a resaltar un cambio: que se empezaban a ver más mujeres en la platea. Estas pertenecían más bien a lo mejor de las mujeres trabajadoras. Pero uno puede fácilmente captar la dificultad de cambiar esta actitud cuando se da cuenta de que incluso en las grandes reuniones sindicales, las mujeres se sentaban en palcos y no en las plateas; cuando uno se da cuenta de que en las reuniones sindicales regulares, todas las mujeres se sentaban al frente y los hombres quedaban detrás, parados o sentados; uno comienza a entender un poco cuán profundamente arraigada está esta convención de la segregación de los sexos en cualquier clase. 
     Una mujer rusa a la que conocí en una reunión sindical y que había pasado muchos años en Nueva York, me dijo que yo no tenía idea de cuán marcadas por estas convenciones estaban incluso las mujeres trabajadoras; y que para ella había sido muy difícil persuadir a sus amigas de que era correcto que asistieran a las reuniones sindicales. No podían entender que esto fuera cierto. Se la pasaban diciendo: "Pero solamente las mujeres malas quieren ir a las reuniones de hombres." Y, no obstante, en este asunto el trabajador argentino está más avanzado que los nuestros, porque parece haber comprendido que solamente uniéndose entre todos los trabajadores, ya sean hombres o mujeres, será capaz de mejorar el estándar de vida para sí mismo. Ellos, por lo tanto, pertenecen a los mismos sindicatos, aunque las mujeres pagan aportes más bajos, dado que reciben salarios más bajos por el mismo trabajo. 
     Es muy difícil dar una imagen verdadera de la posición de las mujeres en la Argentina para aquellos que no conocen España. Es casi imposible para uno trasladarse a una época de convenciones, que uno no ha experimentado personalmente, y que contiene tanto de los vestigios de las creencias musulmanas, para quienes la mujer era una posesión a ser apartada de otros hombres. Y la Argentina supera a España en ser española. 
     Es una tierra de tremendo contraste. El contraste que existe entre las pocas mujeres delicadas y profesionales - mujeres que están a la altura de cualquier gran mujer en el mundo- y la mujer joven promedio cuyo único interés es casarse y hacer lo mejor posible en pos de ese objetivo, es mucho más grande que en otros países.  
     La argentina de buena posición, que representa a las viejas familias argentinas de varias generaciones, es un ser encantador, de voz dulce, que, sin embargo, tiene demasiada poca iniciativa y energía como para estar a la altura de las demandas de crecimiento que se le presentan a la mujer moderna. Resulta hermosa al observarla, con sus grandes y lánguidos ojos oscuros y sus modales delicados. 
     El "nuevo rico", en contraste, es agresivo, común y ordinario. Gente de bajas expectativas y que carece de las cualidades que hacen a la distinción, ha hecho dinero tan rápido en la Argentina -por supuesto, con algunas excepciones- que ha pasado a componer lo que es la aristocracia de los países más antiguos, y eso hace que mezclarse con los adinerados genere poco placer. No solamente los cuerpos de estos hombres y mujeres son ordinarios y vulgares, al punto de que dentro de uno comienza a destilarse repulsión al estar rodeado de esta clase de gente cuando se asiste a restaurantes y teatros, sino que muchos de estos pequeños rasgos detestables son motivo de risa, porque ellos los encuentran divertidos. Como por ejemplo, cuando los chicos roban la propina que se le deja al camarero. 
     Los filósofos de la India creen en una teoría en que el cuerpo astral, o el cuerpo como "vehículo de las emociones", es agredido con la ingesta de carne. Así que aquellas personas que desean vivir en un plano espiritual deben prescindir de ese tipo de comida porque hace que "el cuerpo astral o vehículo de las emociones" engorde, y de eso se sigue que "el hombre cuyo cuerpo astral pertenece al estilo burdo, estará más inclinado a las variedades más burdas de la pasión y la emoción...". Esto podría explicar por qué los argentinos en general, que son grandes consumidores de carne, carecen de las cualidades que hacen que la vida del espíritu sea dominante, porque el menú del argentino promedio es el que sigue a continuación: un desayuno europeo de café y panecillos; un almuerzo entre las once y media y las doce, que puede incluir carne fría y ensalada, sopa, y un plato con huevo y macarrones, carne caliente con algún vegetal, postre, fruta y café; la cena, que en general se organiza para las ocho y media o nueve, y que consiste en entrada, sopa, pescado, plato principal, trozo de carne asada, algún ave, vegetales, postre, fruta y café. Todos sabemos las terribles condiciones que se podían encontrar hace unos años en los alrededores de los corrales de Chicago, las que solamente cambiaron cuando Upton Sinclair a través de su vívido libro La Selva, logrando enardecer al público, -como Mary McDowell dijo-logró en seis meses lo que ella no había logrado en veinte años de trabajo en el distrito. "Los sentimientos de nerviosismo y depresión profunda que son tan usuales allí, se deben a", escribe C.W. Leadbeater, "esa asquerosa influencia que se expande como una nube de plagas sobre la ciudad. No sé cuántos miles de criaturas son asesinadas por día, pero el número es elevado. Recuerden que cada una de estas criaturas es una entidad definida.... Recuerden que cada una de ellas permanece para derramar su sensación de indignación y horror ante toda la injusticia y el tormento que se inflige sobre ellas... ellos generan reacción sobre todo en aquellos que son menos resistentes - sobre los chicos y las personas sensibles. Esa ciudad es un lugar horrible para criar niños, un lugar donde toda la atmósfera tanto física como psíquica está cargada con los vahos de la sangre y con todo lo que ello implica". Seguramente, hay mucha gente que se burlará de estas teorías y aunque yo estaba familiarizada con ellas, no hicieron mella en mí hasta que vine a vivir a Buenos Aires. Había visitado Chicago, y pasé una noche en el asentamiento de la Señorita McDowell en los corrales, pero lleva más de unos días el tomar conciencia de la atmósfera física. No se pueden probar ciertas teorías fácilmente y, aun así,  es posible que puedan servir para ser aplicadas a una sola cuestión. ¿Por qué podría ser tan pesada la atmósfera de Buenos Aires? ¿Por qué las mujeres, que tienen una constitución más delicada, están oprimidas por una depresión cuya única salida posible son las lágrimas? Tantas mujeres extranjeras casadas con argentinos, y felizmente casadas, me han dicho que a veces quieren llorar sin razón aparente. Se lo adjudican al clima, lo que puede ser aproximado, pero esta teoría de los filósofos hindúes, me parece, que explica mejor cuál es la causa de la atmósfera deprimente que hace que sea tan difícil para todos -excepto para los más fuertes- elevarse por sobre un nivel muy bajo de moral y modales. ¿Y por qué, si no, el europeo promedio se hunde en los estándares que encuentra en la Argentina en lugar de mantener los propios? Me di cuenta de que, con ciertas excepciones, los hombres que habían venido a amasar sus fortunas y que, siendo sensibles, habían intentado mantener sus parámetros, se habían vuelto taciturnos y parecían mayores de lo que eran. Sudamérica tenía un efecto curioso sobre ellos. 
     Como ya dije, lo importante para la vida de una mujer en la Argentina es casarse, no alcanzar la felicidad. Esta máxima está tan fuertemente implantada en la mente de una mujer que ellas soportan casi cualquier cosa en su vida de casadas, antes que lidiar con el ostracismo de un divorcio o el desagrado de quedarse solteras. Es un secreto a voces que muchos hombres, casi la mayoría, diría uno, tienen varios hogares. Sin embargo, hace unos años cuando un grupo de ciudadanos progresistas intentó juntar firmas para que se aprobara una ley de divorcio, las mismas mujeres cuyos maridos eran los que cometían las irregularidades más flagrantes y que por tanto tenían un matrimonio que se parecía más a un mal chiste, se negaron a firmar por miedo a quedar en el ostracismo. Es de lo más patético este miedo a quedar aislado del propio grupo. Uno es más proclive a comprenderlo, no obstante, cuando se da cuenta de cuán poco ofrece la vida a una argentina promedio fuera de la casa. Como una europea casada con un argentino me decía: "El contraste entre lo que es la vida en Europa y lo que es Argentina, es de tal magnitud que, cinco años después, apenas me puedo acostumbrar. En Europa la vida intelectual es tan vívida que cae como maná desde el cielo, pero aquí no hay maná para recoger, si no que tiene que venir desde dentro de uno. El círculo es tan pequeño, los intereses son tan comerciales, que a menos que uno tenga mentalmente una naturaleza viva y fuerte, terminas volviéndote superficial como todos los demás. No se puede echar toda la responsabilidad sobre la gente; el clima es tan relajado que todo lo que uno hace, es para mantener la rutina social, y eso resulta fatal para el espíritu. Fuera de la vida social, todo es muy estéril, excepto para las mujeres profesionales, y las argentinas de recursos son criadas tan especialmente para esos fines que si sus matrimonios fallan, ¿tienen una mente lo suficientemente entrenada como para soportar la tensión?". Para gran parte de estas mujeres, el casamiento es una hermosa casa, un collar de perlas y muchos hijos. Como un caballero norteamericano, que había vivido varios años en la Argentina, me preguntó: "Es tan extraño cómo uno se acostumbra a las cosas - supongo que hasta nos podemos acostumbrar al infierno y extrañarlo si alguien nos sacara de ahí". Es ese extraordinario poder de la raza humana el que nos hace capaces de acostumbrarnos al "infierno", porque se percibe cuántas otras naciones se han mezclado con los hispánicos, y en relación con ello, es extraño notar cómo el hombre promedio de cualquier nación se sentirá cómodo ante esa actitud conveniente de pensar que la mujer es esclava del hombre. Se relajan y se acostumbran a eso, porque además, la mujer promedio se conforma con esa posición, y debemos recordar que Sudamérica está ampliamente habitada por hombres que vienen a hacer su fortuna, dejando atrás a sus familias, o bien por jóvenes solteros, que se casan con mujeres argentinas que tienen este punto de vista masculino sobre ellas mismas y sobre la vida. 
     John Fisher Frase, en su libro La sorprendente Argentina, describe a las argentinas como "entre las mejores madres del mundo". Si la indulgencia reemplaza a la educación en ser una buena madre, entonces las madres argentinas pueden reclamar esa posición. Pero me dio la impresión de que las argentinas tenían una idea muy confusa de lo que es ser una buena madre. Me pareció que ellas enfatizaban el cuidado físico, aunque en este aspecto, permiten que sus hijos coman demás y a todas horas del día, que es una de las causas de la baja vitalidad de los chicos pequeños en la Argentina y de la alta tasa de mortalidad - ya que el 62% de los niños mueren. Es bastante patético ver cómo la madre argentina sacrificará todo placer personal y dedicará su tiempo y energía completos a su hijo, solamente para malcriarlo, en lugar de educarlo. A los chicos no se les inculca ningún tipo de auto-control,  y no son siquiera reprimidos cuando deliberadamente arrojan vasos por diversión en un restaurante. Las argentinas tampoco pueden esperar que los hombres ejerciten el auto-control en asuntos sexuales, por lo menos por ahora, ya que sus madres tienen sirvientas bonitas en la casa para el deleite físico de sus hijos varones, o bien se da que los padres pagan los gastos para que ellos tengan amantes. ¿Cómo pueden aprender a auto-controlarse cuando sus padres viven por encima del nivel que sus medios habilitan y permiten que sus hijos los acompañen cuando van a pedir adelantos por sus cosechas para pagar deudas previas? La así llamada riqueza en la Argentina parecía muy inestable. Personajes de las grandes artes y de las firmas de joyería más importantes me dijeron que en sus libros contables tenían cuentas sin saldar por miles y miles de dólares de las familias más acaudaladas, y que ellos se preguntaban si alguna vez las iban a cobrar. Y además, a pesar de que la aristocracia del dinero era tan pro-Aliados, me dijeron que cualquier familia estaría contenta de que sus hijas se casaran con algún miembro de las familias germano-argentinas, porque entonces se asegurarían de que podrían mantener el estilo de vida al que estaban acostumbradas. Entendí lo que quería decir esto cuando pude ir a una pensión del Ejército de Salvación, donde conocí a una dama que se había hundido en este estado, junto con su hija, no por su culpa, si no acaso debido a su falta de educación y a los instintos de juego que su marido no pudo controlar. El juego es el gran vicio argentino, creo. Está fomentado más que supervisado por la lotería oficial, que se juega todas las semanas, y a través de la cual dos veces por año uno se puede ganar medio millón de pesos.  Todo esto tiende a exhibir la falta de autocontrol en la vida del joven argentino promedio, y mi opinión es que hasta que la mujer argentina no cambie su punto de vista, esto no mostrará cambios para mejor. No se puede ser indulgente con un niño y luego esperar que un milagro lo vuelva virtuoso dado que la base de la virtud es el auto-control. 
     Katherine Fullerton Gerould, en un artículo intitulado "La nueva simplicidad", que salió el invierno pasado en la revista Harper, habla sobre la actitud hacia el trabajo en los nuevos países. Entre otras cosas, ella dice: "Pero había otra fuerza siempre en funcionamiento. Excepto por aquella parte del país en que se importaron esclavos temprano y en que se intentaron mantener por tanto tiempo como fue posible, los estándares del pionero prevalecieron. Era un país nuevo; prescindimos, por fuerza, de muchas de las comodidades heredadas (como en otras colonias). Nuestro amor por la independencia personal (no pienso en términos políticos) era una especie de camuflaje protector. La simplicidad reforzada de la escena del pionero, alimentó en nosotros un desagrado ante la idea de ser importunados. Porque teníamos que hacer ciertas cosas para nosotros, desarrollamos una preferencia por hacerlas y un displacer ante la interposición constante de otros seres humanos en los procesos más privados de la existencia".  Cito esto porque ella habla de "otras colonias". Esta también era la idea previa con la que yo había llegado a Sudamérica. Pensaba que había un lazo de semejanza más fuerte entre todas las colonias, un lazo surgido de la situación de aislamiento del pionero. Pero en Sudamérica sentí que los españoles habían traído consigo el sentimiento del Este, que los moros habían dejado tan marcado en la civilización española. Su esposa favorita tenía que ser atendida por otros. Entonces, estuve muy interesada en preguntarle a una mujer argentina, que había vivido tanto en el campo como en Buenos Aires, por esas pequeñas sirvientas que uno veía tan a menudo en las casas semi elegantes y que atendían en las reuniones de la noche que no empezaban hasta las nueve y media cuando a esa hora ya deberían estar arropadas en la cama. La mujer se sonrojaba al responder: "Oh, tú sabes,  somos muy arcaicos aquí. En general, son las hijas ilegítimas del dueño de casa, ya que ellos percibieron que eran las sirvientes más fieles, sobre todo durante los campamentos." Todo se remonta a la idea original que ya he mencionado, esta actitud esclava cruzada con la idea de que la mujer favorita tiene que ser atendida.  Aún hoy hay mujeres argentinas, aunque no todas, que no objetan el tener la constante interposición de otra persona en sus asuntos, sino que además aceptan tener a una media hermana de sus hijos sirviéndolas. Ellas demandan servicio a cualquier precio y lo tienen. Imaginen el punto de vista que no encuentra objeción moral alguna en que los esposos o padres mantengan sirvientas que lo cuiden a uno y aumenten sus comodidades mentales. Y naturalmente, a causa de esto, entre las mujeres existe una celosía de tales dimensiones que no he visto jamás en otros países. 
     Fue asombroso ver cómo se trataba al sirviente promedio. Las cocineras, por ejemplo, dormían en despensas construidas a lo largo, en la mitad de la cocina, que en realidad parecían estar pensadas para reservar alimentos. Eran lugares oscuros y sin ventilación, como armarios casi, construidos sobre una de las paredes de la cocina, que, como todas las habitaciones en Sudamérica, tiene unos quince pies de alto. Sobre la pared de la despensa, había una escalera inclinada, que la cocinera debía trepar y dentro había un catre. Sin ventilación, con el calor de la cocina yendo hacia arriba tornándolo todo sofocante. Aquí se esperaba que ella pudiera descansar, en un catre sin colchón y solamente con una manta de campamento, sin ningún tipo de sábanas. Noté que en muchas casas, no se le proporcionaban sábanas a la servidumbre, porque era considerado un lujo innecesario. Y sin embargo, en este Mundo del Revés en más de un sentido, hay un sindicato que agrupa a todo el personal doméstico. En Buenos Aires, los salarios son mucho más bajos que en Nueva York, aunque antes de la guerra era al revés. El porqué de este cambio no lo puedo explicar. La respuesta superficial que me daban era: la guerra. Pero por qué nosotros, en Norteamérica, sufríamos de la falta de personal doméstico, mientras que en Sudamérica abundaba en los últimos cuatro años fue una de las preguntas para las cuales no pude encontrar respuesta.  
     La convención, no la moral, es, hoy día, la fuerza motriz de la mujer promedio en la Argentina. Cuando esta actitud se expande, se vuelve un peligro para el desarrollo del país. Muchos piensan que es la influencia de la Iglesia Católica la que ha traído consigo esta actitud general. Aun los católicos fervientes de otros países se impactan ante la condición de la Iglesia Católica tal y como existe allí hoy. Parece que la Iglesia, siendo Iglesia Estatal, trabaja dañosamente para lo que son los mejores intereses tanto de la Iglesia como del Estado; porque parece que Roma no puede interferir con la designación de prelados cuando la Iglesia es Iglesia del Estado. Yo, que siempre admiré las virtudes de la Iglesia Católica, me sorprendí de que en la Argentina existieran tantas condiciones como para tornar al protestante promedio en su contra. La aceptación de la inmoralidad de los sacerdotes es horrorizante. Sé de muchas católicas practicantes que no se animaban a ir a confesarse debido a lo que se les decía allí, y otras que se habían vuelto ateas a causa de su primera experiencia en el confesionario cuando eran niñas. Los comentarios cínicos que se hacían respecto de la cercanía de los lugares donde se encontraban los clérigos y las monjas, eran shockeantes y hacían que uno se diera cuenta de cuán bajo había caído la Iglesia, a punto de que la gente distinguida lo comentaba libremente. Me recordó el impacto que sentí cuando estuve en Roma y un sacerdote que me quería convertir al Catolicismo me dijo, cuando yo aduje la usual ruptura del voto de castidad entre los sacerdotes, que un cura no tomaba votos de castidad sino de celibato. Tales distinciones, que sólo pueden conducir a la desintegración y la inmoralidad, se encuentran en la Argentina.  
     Le conté a un católico norteamericano que había pasado siete años recorriendo Sudamérica, las condiciones que había encontrado en la Argentina y le pregunté cómo era que el Papa permitía que persistieran estas condiciones. Me explicó que Roma no podía interferir cuando la Iglesia era una Iglesia relacionada con el Estado. Enfatizó la tragedia que representaba esta actitud por parte del Estado hacia Roma, ya que el grueso de la cultura de Sudamérica fue traída por los jesuitas. Muchos países sudamericanos prohibían que desde allí se enviaran nuevos hombres. Como el tipo de hombre que aspira a cura en Sudamérica, raramente es de lo mejor, porque los hombres capaces en general se dedican a los negocios y como el Estado no permite que esta nueva sangre y cultura entren, esto implicará la gradual desaparición de la cultura de aquellos distritos cuya población es demasiado escasa como para que la gente culta se asiente allí. El aislamiento y las distancias son tales que nunca atraerán a personas de cultura, salvo que se trate de misioneros. Esto quiere decir que el mercantilismo predominará a menos que suceda lo inesperado y que el espíritu del mercantilismo reciba su cheque también.  

Notas

1Dreier, Katherine, Five months in the Argentine. From a woman´s point of view. 1918-1919, New York, Frederic Fairchild Sherman, 1920.          [ Links ]

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