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Mora (Buenos Aires)

On-line version ISSN 1853-001X

Mora (B. Aires) vol.16 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Jan./July 2010

 

LA CAJA FEMINISTA

Frente al Bicentenario

Dora Barrancos*

*IIEGE/ CONICET

Lejos de la autocomplacencia, el Bicentenario debe ser la oportunidad de una sincera reflexión acerca de lo que nos aconteció como sociedad. Debe significar, ante todo, la ocasión de un balance profundo acerca de nuestros avatares y de nuestros desgarros, una invitación a pensar en los obstáculos para constituirnos como una comunidad en la que se garantice "el derecho a tener derechos". Propongo que repasemos especialmente la dimensión de las exclusiones en el plazo que media desde el Centenario.
     A fines del siglo XIX, cuando las guerras intestinas parecieron encontrar un freno, asumimos el desafío de constituirnos como Nación. Las fuerzas liberales parecían entonces convencidas de la necesidad de garantizar la soberanía individual dentro de un orden republicano investido por los principios de igualdad. Pero nuestros liberales, en verdad, estuvieron más tentados por las vertientes conservadoras, de modo que el ingreso a la Argentina moderna se hizo con numerosas exclusiones: no todos - y mucho menos todas - tenían asegurada la condición de sujetos de derecho. A tono con la enjundia evolutiva del período, y de sus incontestables matices racialistas, se creía que nuestras marcas de origen indiano eran un grave obstáculo para el desarrollo de una sociedad pujante en donde parecía inexorable el destello de la razón.  
     Pero el proceso de la modernización finisecular requirió de la conquista militar de los territorios patagónicos ocupados por pueblos aborígenes, y recordaré que desde el inicio de la ocupación hispánica se había negado el derecho de gentes a los indígenas. La devaluación aborigen coincidía con la sobrevaluación de las poblaciones europeas, cuya inmigración fue solicitada como un paliativo eugénico, como la posibilidad de hacernos de riqueza material, de descollar culturalmente y asegurarnos un lugar reconocido en el orbe. Pero se trataba de una utopía, ya que es bien sabido que las masas inmigrantes procedían en gran medida de los márgenes de Europa, que en buena parte provenían de medios rurales y que apenas eran alfabetas. Entre los miles y miles venidos de ultramar no fueran pocas las mujeres y éstas poseían menos ilustración aun que los varones. Si la decepción de nuestros liberales fue grande, no lo fue menos el empeño para educar a los recién llegados y a su descendencia. La educación, pensada para resolver el problema de las poblaciones "atrasadas", locales y extranjeras, proveyéndoles de recursos para alcanzar la  ciudadanía, significó un notable proceso de expansión de los beneficios letrados, casi único en Latinoamérica. Nuestro país se constituyó en una de las naciones con menor número de analfabetos de la región en las primeras décadas del siglo pasado. De este modo, si los agentes del poder político oligárquico se caracterizaron por la exclusión, la educación fundamental, en contrapunto, garantizó un proceso que tendía a la nivelación integradora.
     La ampliación política pudo ser conquistada por las nuevas fuerzas sociales representadas por los segmentos medios en ascenso, por la multiplicación del número de asalariados, por el aumento de diversos grupos de trabajadores. La "cuestión social" se agitaba a la par de la expansión de las ideologías cercanas al proletariado, el anarquismo y el socialismo, que revelaron fuerte implantación en los medios urbanos y que urgían - con disímil radicalidad- a una sociedad igualitaria. El gobierno de Hipólito Yrigoyen, surgido en 1916 de la nueva fuerza política que combatía al "Régimen", la Unión Cívica Radical, respondió a las demandas de participación de ese variopinto arco social. Y aunque resultaron significativos los avances en materia de mejoras para los grupos subalternos, el radicalismo fue vacilante en lo que atañe a las convicciones civiles más progresivas, a pesar de su raigambre liberal. Una buena parte de sus partidarios no comulgaba, por ejemplo, con el divorcio vincular y aunque no eran pocos los que abogaban por el voto de las mujeres, no había en sus filas entero convencimiento sobre esa medida, comenzando por la opinión del propio Yrigoyen. A pesar de sus dilaciones progresivas, fue un conjunto de fuerzas ultra conservadoras, militares y civiles, las que lo derrocaron en 1930, iniciándose así una larga era de golpes militares que suspendieron repetidamente el estado de derecho. De este modo, las derechas autoritarias se sucedieron en el poder.
     Propongo que el particular empinamiento intelectual de esas derechas en nuestro país, su hostigamiento a los sectores populares obturándoles formas de inclusión, tiene mucho que ver con los atributos letrados conquistados gracias a la educación pública. La hipótesis que sostengo es que nuestras derechas se han crispado con la capacidad simbólica de la democracia letrada, que parecía ser más efectiva que la democracia política. Irritaba a nuestras derechas que los "guarangos"  fueran en verdad letrados y que insistieran en la procura de reconocimiento. Pocos países latinoamericanos han visto un desarrollo tan vigoroso de las formaciones de derecha como en nuestro medio, y me refiero especialmente a la enjundia intelectual que gozaron.
     La inclusión social obtenida con el peronismo fue, en buena medida, paradójica, pues surgió como una consecuencia no querida por ciertos bastiones de derecha que sin embargo sirvieron de incubadora. El peronismo, por cierto, fue el fenómeno político más notable de la segunda mitad del siglo XX,  su complejidad no acaba de escudriñarse. Los procesos de redistribución que se vivieron bajo el peronismo, tanto de orden material como simbólico, implicaron sin lugar a dudas  el acceso a derechos  en gran escala para las mayorías, pero también se incrementó la distribución de la "civilidad" con prerrogativas fundamentales como el voto de las mujeres, la igualación de la filiación y el divorcio vincular. Es igualmente cierto que esa era en que se consumó una conquista de mayor igualación no significó completa libertad ya que convivieron los tonos autoritarios con  el magma de la expansión de derechos.
     Con la derrota del peronismo y su completa marginación,  inclusión/exclusión política fueron como diástole y sístole en una sociedad en la que reverberaban, además, los acontecimientos internacionales de la década de 1960 apelando a la radicalidad. El programa de la inclusión definitiva de las masas populares reconoció muchos vertederos, fue impetuosa la palabra y también el derramamiento de sangre. Se trató, efectivamente, de una utopía agonística, en muchos aspectos equivocada e incompleta,  pero no puede negarse que esa generación fue una de las más convictas en el credo de la igualdad social, que fue más lejos que ninguna otra en la interpelación a las formas de injusticia. Ningún error, ninguna intemperancia, ningún desenfreno cometido por la exacerbación utopista puede justificar la violación de los derechos humanos. El terrorismo de  Estado es sin duda el proceso más siniestro de toda nuestra historia. La evocación de ese pasado reciente es lacerante al  punto tal de que cuando hablamos de "memoria" hay una operación que lo hace coincidir con ese período, como si compartieran semiología. Los años monstruosos de la desaparición forzada, de las torturas, del exterminio, de la apropiación de niñas y niños, del exilio obligado, de la persecución, del espanto, impregnan con un sentido trágico nuestra vida como Nación.
     Frente al Bicentenario, estos años gravitan con un peso excepcional y si hemos de pensar el futuro, es imprescindible demorarnos en el desvarío atroz del Estado de excepción. Sin duda, es obligarnos a pensar cómo cerrar definitivamente un ciclo aciago, cómo podemos preservar inclusión con justicia, derechos con libertad, equidad con diversidad.

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