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Mora (Buenos Aires)

versión On-line ISSN 1853-001X

Mora (B. Aires) vol.16 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jul./dic. 2010

 

VARIA REUNIDA

Emma Barrendéguy o cómo se construye una autora

Silvia Jurovietzky*

*IIEGE, ILH, Instituto de Literatura Argentina (UBA)

"Emma Barrandéguy fue una autora secreta que deambuló por las zonas fronterizas del canon" dice el copete de la nota de un diario, retomando la frase que Diana Bellessi le había dedicado en 2002, con la aparición de Habitaciones, novela, autobiografía y crónica social. La frase de Bellessi es exactamente: "Bienvenida al fuera del canon, a la línea fronteriza de la gran escritura argentina". La distancia que media entre una y otra frase es, al menos, llamativa: la primera define un pasado, una trayectoria que no encontró su sitio, mientras la segunda la recibe en presente, a partir de la lectura de su libro, a una gran tradición de escritura. Entre una y otra queda flotando el sintagma autora secreta. ¿Existe ese concepto acaso?
     Michel Foucault (1969) se pregunta: "Si un individuo no fuera un autor, ¿podría decirse que lo que escribió, o dijo, lo que dejó en sus papeles, lo que se pudo restituir de sus palabras, podría ser llamado una 'obra'? Mientras Sade no fue un autor, ¿qué eran entonces sus papeles? Rollos de papel sobre los cuales, hasta el infinito, durante sus días de prisión, desenrollaba sus fantasmas".
     Mientras Emma Barrandéguy (1914-2006) no fue tomada en cuenta como autora -o sea, hasta que tuvo ochenta y ocho años-, no solo escribió papeles. Veamos: en 1936, aparecen escritos en mimeógrafo sus primeros poemas vinculados a la militancia política. En 1964, aparece su primer libro de poesías, Las Puertas. El primer libro en prosa se llamó El Andamio, otro libro fue Techos. En 1970, la Dirección de Cultura de Entre Ríos le otorga la máxima distinción a su obra teatral Amor saca amor: el Premio Fray Mocho. De los últimos años son: el ensayo No digo que mi país es poderoso (1982), el relato Los Pobladores (1983), las poesías "Refracciones" (1986) y "Camino hecho"(1991), y luego, Salvadora, una mujer de Crítica (1997), que es una biografía.
     Podría pensarse, entonces, que eligió una zona de retiro público -un poco al estilo de Silvina Ocampo- pero su actividad pública lo desmiente: se recibió de maestra en Gualeguay, su ciudad natal, y se trasladó a Buenos Aires. Integró la Asociación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores, que dieron su apoyo a los republicanos en la Guerra Civil Española, y única mujer en el grupo de escritores nucleados en Claridad. Fue la secretaria privada de Salvadora Medina Onrubia de Botana durante veintidós años. A los cincuenta años cursó en la facultad de Filosofía y Letras. A los ochenta regresó a Gualeguay.
     Una autora con un recorrido que se toca por momentos con su coetáneo y coterráneo Juan L. Ortiz y, sin embargo, el secreto que se tejió alrededor del autor de El Gualeguay es un secreto a voces que, a su vez, teje un mito: el maestro retirado, silencioso, en contacto con la naturaleza, y a veces rodeado por sus ávidos discípulos. La figura de autora prestigiosa, el mito para Emma Barrandéguy empieza ya de bien vieja, cuatro años antes de su muerte. Tres años después termina de cobrar forma con Poesías completas, publicado en 2009 por Ediciones del Copista, una editorial cordobesa. Un libro que, con sus 438 páginas, no pasa inadvertido. Una obra que toma por sorpresa a los poetas o críticos que pensamos que la red amorosa que había tramado María Moreno, que impulsó la aparición de Habitaciones (escrito a finales de los 50), era una joya separada.
     Es la propia Barrandéguy (sabiendo que su obra reunida sería, en breve, obra completa) la que empieza a trabajar junto con Irene Weiss en este libro. Y es Irene Weiss, junto con Cristina Barrandéguy (la sobrina de la autora), la que va a dar forma al proyecto, acompañándolo con un minucioso trabajo crítico que encontró apoyo en Ediciones del Copista. Lo que adquiere calidad de completud gracias a la muerte, no admite secretos.

"Me moriré sin haber sentado cabeza"

Antes de que la teoría posestructuralista lo formulase, Emma titulaba un poema "Posición de mujer":

Cantar con la segura independencia con que lo hacen los hombres
sería la gran alegría.
No puedo lograrlo desde este encastillado corazón de siglos.
[...]
Puedo hablar del amor...
[...]
Puedo hablar de la sangre, de las calles sacudidas de ruidos,
del agua y las estrellas,
pero me falta la totalidad lograda por el hombre.
[...]
No es incapacidad de adueñarse de las cosas y traducirlas.

Es incapacidad de saber erguirse definitivamente.
[...]
y situarse en la sencilla historia de cada día que pasa.
Hasta lograr un alma saturada de equilibrio.
Tierno y terrible equilibrio del átomo y del infinito. (Poesías completas, 2009: 245)

     Casi un arte poética de las dificultades ­-o beneficios, según se entienda- que encontramos las mujeres lectoras y escritoras en el momento de tomar posición frente al mundo y los libros. Esa totalidad que el hombre parece haber logrado al principio del texto se contrapone a la relación complejísima entre el átomo y lo infinito. Allí, en ese juego, la totalidad es imposible; sin embargo la pretendemos, y ahí están las Poesías completas en cuyo prólogo Irene Weiss comenta que el libro

[...] se propone ser un aporte para el conocimiento y la valoración de la obra de Emma Barrendéguy, en la convicción de que la lectura o el estudio cabal de un poeta solo se puede llevar a cabo disponiendo del arco completo de su producción. Esta es la razón por la que he desechado la variante antológica [...] la poesía completa en un volumen le dará al lector la posibilidad de ejercer la libertad de su propio juicio y al estudioso un material que le permita profundizar surcos temáticos o investigar la semantización de los espacios.

     Posiciones de lectura y de escritura diversas para la propia Irene Weiss, cuando en la revista-libro Hablar de poesía, de diciembre del 2009, cuenta cómo llegó a conocerla:

[...] le puso nombre propio al receptor que había elegido como confidente. Y este nombre resultó, por extrañas casualidades que tuvieron lugar en enero de 2004, mi vía de acceso a ella y su obra. El libro había sido escrito a fines de la década del 50, poco después de la muerte de su dedicatario, el amigo y confidente de Habitaciones, Alfredo J.J. Weiss, mi padre. (...) Las treinta cartas que mi padre le había enviado entre 1938 y 1941. Ella las conservaba intactas, atadas y ordenadas. Su lectura abrió para mí [...]

     Aquí, fuera de la letra erudita, se puede hablar de amor.
     Esta escisión entre la escritura académica y autobiográfica es la misma que atraviesa nuestra lectura. Políticas, críticas literarias, feministas, poetas, humanas sexuadas y humanas viejas recorremos las páginas de Poesías completas con diferentes archivos. El libro comienza con sus poemas militantes en prosa, algo enfáticos probablemente "porque todos sabemos la misma áspera canción de nuestras voluntades, tendida sobre el mundo como el viento que aúlla, se retuerce y rompe" (Poesías completas, 2009: 49), pero que despiertan cierta simpatía y, por qué no, también nostalgia por la fe en los cambios revolucionarios que expresan.
     El mundo del trabajo que aparece en Poesías Inéditas sorprende por la referencia directa a la opacidad que infiere la oficina sobre el yo. Ese mundo que aparece en Cuentos de la oficina de Roberto Mariani (1925) y en La isla desierta de Roberto Arlt parecía desplegarse en un territorio masculino y narrativo. En estos poemas aparece la marca del género femenino. Lejos quedó la ambigüedad de los primeros poemas donde todos éramos camaradas, hombres -los obreros, campesinos y militantes-, incluido el yo, "puños frente a la cara de los burgueses". En Las puertas, de 1964, Barrendéguy escribe:

'La medicina es el trabajo':
oigo decir, en cambio, a mi derecha,
y a mi izquierda. ("Cotidiana", Poesías Completas, 2009: 110).

Y estoy atada, atada.
No sé escribir más nada,
ni contar lo que pienso
y tengo las muñecas rotas por la máquina de escribir,
[...]
La oficina me ha implantado en los días
su sordidez opaca. ("Tarde", Poesías Completas, 2009: 257)

     El cuerpo joven desaparece, sobrevive un cuerpo cansado, unas manos que teclean interminablemente para Salvadora. Quizás esto explique por qué este poemario que había escrito entre 1937 y 1943 quedó inédito. A la distancia, podemos fantasear sobre la experiencia maravillosa que debió ser la de acompañar a la gente que hacía el diario Crítica, pero el texto nos hace presente que la participación en ese círculo se paga, porque más acá de las redes que se tienden entre las mujeres hay cuestiones de clase:

Esta es la cuadra del reloj colgado
con dos caras severas y amarillas.
Cada mañana grita que voy tarde,
cinco minutos son para él, la vida.
[...]
reloj con cinta de firmar que espera
y si queda vacía de mi nombre
a dar las ocho y treinta,
hay ásperas palabras que me llegan
desde un ancho sillón de cueros rojos. ("Tres cuadras", Ciudad: 253).

     Son los textos que refieren al cuerpo y al erotismo donde la poesía crece de la mano de una posición de mujer activa:

Llueve
y el ruido del agua es como una caricia
que me arañara toda.
Tengo el cuerpo tenso
en un erizamiento de deseo,
y estoy esperando
el minuto de tocarte
con mis dedos enloquecidos.
No quieras saber si te quiero [...] (Poesías completas, 2009: 236).

     De la suavidad de la caricia al goce del arañazo que ejerce la lluvia y, siguiendo el curso del agua/deseo, desde el propio cuerpo hacia el amigo que pronto las manos convertirán en amante.
     Hay un estar siempre atenta al cuerpo, el yo lírico hace un esfuerzo por no dejarse acunar por las palabras y las poses remanidas del amor y del sexo. En su libro, los ojos, los espejos son la garantía para no dejarse llevar por los estereotipos. "Esa soy yo" comienza el poema titulado "Foto" (pág. 142), y así la voz que enuncia se despliega, por momentos feroz en la voluntad de no falsear las imágenes. Y es aquí donde el acorde mayor de su escritura se muestra, donde Emma Barrendéguy dice -donde nadie dijo- sobre la pasión de los cuerpos viejos de mujer, sin pudor, a veces con melancolía y otras con rabia: "Soy la vieja perra callejera" (pág. 377). Desde sus textos más tempranos, la que enuncia se preparaba para la vejez -una supone, cuando lee cronológicamente- para estar más cerca de alguna forma de sabiduría cercana a la muerte. Y en realidad, se trata de una experiencia de vida sorprendente:

Huelo mis dedos
como si hubieran estado
dentro tuyo
procurando el placer.
Pero esta noche el placer
fue solamente mío
y solo si vos los olieras,
yo habría hecho bien mi faena,
solo entonces
con tu olor y tu goce
tu jadear me devolvería
dicha y orgullo
que mis años no merecen
ni evitan. (Poesías completas, 2009: 391)

     Los ojos, tan presentes en su obra, cuando por fin llega a estar próxima a la muerte, dejan su lugar a las manos que tocan el cuerpo y a los olores del sexo propio y de una amada joven.
     Si más arriba decíamos que adoptábamos posiciones de mujer diversas frente al mundo y los libros, esa pretensión se disuelve frente a la poesía. La lectura ya no atiende, es fagocitada por el esplendor de la escritura. Quizás ese es el momento de re-unir, de religar con los seres amados, de penetrarlos. Completar es un verbo tanático, se sostiene en lo dicho pero nunca en lo deseado.

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