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Mora (Buenos Aires)

versión On-line ISSN 1853-001X

Mora (B. Aires) vol.17 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires ene./jul. 2011

 

PANEL

Nomadismos del saber: Estrategias de pasaje entre género, sexualidad y poder1

 

Kemy Oyarzún*

* Directora de la revista Nomadías, Universidad de Chile.

 

Esta reflexión se propone reevaluar los avances realizados por los Centros de Estudios de Género respecto a aquel "imperativo ético de cambiar las relaciones autoritarias" heredadas de la dictadura militar en Chile, objetivo enunciado por el Servicio Nacional de la Mujer (SERNAM) a partir de su instalación en 1992 en uno de los gobiernos de la Concertación de Partidos por la Democracia. Esa meta -al igual que otras propuestas de esa coalición que no es ocasión evaluar aquí- resulta particularmente significativa a la luz del reciente cambio a una coalición de derecha, acaecido con el éxito de la Alianza por Chile durante las últimas elecciones presidenciales.2
     Nos preguntamos aquí cuánto hemos realmente contribuido para promover esa "comunidad de iguales" que formulaba el SERNAM para el país, al interior de las universidades. Otro modo de interrogar cuán democráticas son las relaciones sociales de hoy, incluidas las relaciones de sexo-género en nuestras propias casas de estudio y en nuestra sociedad. Estamos seguras de que cualquier planteamiento crítico sobre la relevancia de la noción de modernidad hoy pasa por insertar la equidad de género al interior de la multidimensional plataforma por la igualdad, una igualdad que aún en el siglo XXI tiene demasiadas deudas estructurales con la memoria, la justicia, la equidad y la democracia en el Cono Sur.
     Intrigada por realizar un balance, realizo con ustedes y ante ustedes una reflexión triple: 1) a propósito de nuestra revista Nomadías recorro el escenario -álgido, tiznado de relaciones de poder- en el que desarrollamos el quehacer científico-cultural las mujeres y las/os disidentes sexuales; 2) (no menor) deslizo una mirada bizca sobre la producción de saberes en la universidad bancaria del Chile de hoy; 3) concluyo con una "reflexión-taxi", biográfica y a contrapelo de la cronopolítica neoliberal.
     A lo largo de estos quince años hemos estado cuestionando cómo avanzar en la construcción de sujetos de derecho más allá de los "meros objetos de políticas" del saber. Asimismo, hemos estado pensando en qué hacer para incidir en la producción de sujetos y no de meros objetos deseados. Estas inquietudes, además de un replanteamiento de las actuales condiciones para una modernidad crítica en nuestras universidades y en el ámbito de estudios de la mujer y de género a nivel particular, incluyen por cierto una evaluación finisecular de nuestra revista Nomadías. Nuestra publicación fue fundada precisamente hace más de quince años, cuando, en el seno de la primera fase de la transición a la democracia, recién comenzábamos a instalar el interdisciplinar campo de estudios por la igualdad y la equidad de género en Chile. Por esos años nos inquietaba la articulación contemporánea de equidad con igualdad, por una parte, y por otra, de los conceptos de igualdad y diferencia.
     Cuando Julieta Kirkwood dijo que "se aprende a conocer, enseñando", ella expresaba lúcidamente aquella zona abierta a otros y otras, aquella capacidad de descubrirse ante sí y con otras/os. Enseñar y enseñarse, evidenciar y arriesgarse, conocer y conocerse en el imaginario de otros. Un movimiento dialógico y nomádico estaba implícito: el saber era pensado por la crítica feminista de los 80 como interlocución y desplazamiento. Siempre otros y otras en el horizonte de las prácticas culturales, viaje hacia aquella otra que es también imagen especular de sí misma (imagen en movimiento, se entiende). Por ello, aquí el saber apunta a alteridad y alteración, a desplazamientos y emplazamientos.
     El nomadismo al que me refiero no es solo físico. Es también simbólico y psicosocial; mientras deambulo por las calles de Buenos Aires pienso en la academia del capitalismo tardío, en la divulgación, en los intercambios, en las estrategias de pasajes (temática que me sugirieron para esta reflexión).
     ¿Cómo saber sin alterar, sin modificar las cómodas relaciones establecidas entre yo y la cultura que me constituye? Y puesto que habrá alteraciones, los saberes circularán en campos tensionados por relaciones de poder y subalteridad. Ese fue el contexto del título que le dimos a la revista. Hoy me resulta más importante que nunca desbrozar entre autonomía de los saberes frente al Estado y al mercado, y autonomía de los dominios desde los cuales se ejercen nuestras prácticas. Asumir la contaminación sexual, racial, clasista de los saberes implica repensar identidades y prácticas, resignificar artefactos científico-culturales, instalar nuevas modalidades de producción y lectura, pero sobre todo, implica asumir críticamente la doble naturaleza de saberes legítimos y bastardos, canónicos y emergentes.
     Nos mueve una convicción fundamental: la producción de saber es praxis movilizadora de lo material y lo inmaterial, de lo tangible y lo intangible, de registros económicos, imaginarios y simbólicos. Es aquella zona de nuestro quehacer que nos llena de sentido o sinsentido, de autonomía o sometimiento, dependiendo de las condiciones en que nos movemos, siendo idealmente un lugar de articulación entre lo privado y lo público. Y digo "idealmente", puesto que aun a estas alturas una de las tensiones más complejas de la actualidad es la contradicción entre lo privado y lo público, contradicción que históricamente da sentido al actual sistema de sexo/género y a la división laboral de los sexos entre cuidado de otros (lo femenino) y ethos de rendimiento (lo masculino); entre lo socialmente visible y lo invisible; entre lo laboralmente remunerado y lo no rentado; entre géneros discursivos canónicos y géneros marginales.
     Insistamos en una polémica que ha sido insoslayable para nuestra revista y para nuestros centros de estudio: el ámbito de lo privado es y ha sido un escenario de productividad, de saber, de deseo, de trabajo, y no meramente de reproducción de la especie. Aquí lo "meramente" deviene primordial, diría Butler. Para revistas como la nuestra, tanto la reproducción de la especie como la divulgación de saberes implican también trabajo en tanto producción deseante. Articulemos, pues, aquel aspecto dialéctico de la producción en el que se encuentran -si bien tensionadas- la producción deseante y la producción enajenada. A diferencia de los conceptos tradicionales de trabajo y saber, la producción de vida no es todavía masivamente anexada al mercado del trabajo (a menos que hablemos de aquel antiguo y obstinado tráfico de las mujeres -la prostitución, los matrimonios concertados-, de la producción de vida in vitro o del alquiler de vientres en el caso de mujeres empobrecidas de regiones periféricas). Al ser trabajo, la reproducción simbólica y material, biológica y social, se inserta en la producción en un amplio sentido. Dicho de otro modo, es en el saber-trabajo, así, ampliamente concebido, que potencialmente nos realizamos como humanas y humanos, desplegando lo mejor de nuestras actividades biológicas y psíquicas, de nuestra energía existencial y política.
     Desde un punto de vista de género y sexualidad, es en las prácticas tangibles e intangibles que se materializan las relaciones sociales, incluidas las relaciones de sexo y género, las relaciones biopolíticas que conjugan magistralmente sexo y clase, en el seno de las relaciones jerárquicas de la vida patriarcal, del neocolonialismo y de la vida neoliberal. Las relaciones sociales de los sexos y la división sexual del trabajo son dos términos indisociables, pero es la historia de la discriminación y de las segregaciones la que ha naturalizado la invisibilización y el menosprecio de las acciones de unas y otras (Kergoat, 2000: 39).

     Chile se ubica entre los países de mayor desigualdad:


(Banco Mundial, 2004)

     No nos sorprende, entonces, que también Chile se sitúe entre los países latinoamericanos que menos invierten en la educación terciaria:


Tasa de matrículas en educación terciaria y grado de privatización en países latinoamericanos selectos

     Manuel Antonio Garretón dilucidaba tempranamente, en la década de los noventa, la contradicción entre igualdad y equidad al enfatizar que si "la ?nalidad de la política económica es dirigir la economía hacia la satisfacción de las necesidades materiales de los individuos [...] la política social tiene por ?nalidad la producción de las condiciones que aseguran la existencia de la sociedad como tal. Ello signi?ca un cierto nivel de igualdad entre sus miembros, una calidad de vida de?nida de acuerdo a la diversidad cultural de quienes la forman y la existencia y desarrollo de actores y redes sociales que le den sustento a la ciudadanía" (Garretón, 1993: 99-44). Repensar socio-políticamente los problemas de la producción y difusión del saber a la luz de la noción de multidimensionalidad de la igualdad permite, al menos teóricamente, resignificar la posible articulación entre equidad de género e igualdad social (Garretón, 1993: 99-45). Algunas teóricas han asociado equidad a "igualdad individual de oportunidades" (Pérez, 2009). Aquí, entendemos la igualdad como misión estructural multidimensional, la cual, en las condiciones neoliberales, implica de suyo distinguir la equidad individual y colectiva de diferentes actorías y sujetos, no solo de género sino de nacionalidad, etnia, raza y sector social.
     Nomadías es sobre todo estrategia de poder marginal, en el contexto concreto de la universidad bancaria, privatizada de mi país. Aquí las universidades públicas no son hoy las ciudadelas letradas de la república de antaño, por lo menos no en Chile, y en ese sentido espero contribuir con un grano de arena aquí, donde ustedes todavía tienen educación gratuita, a reflexionar sobre la importancia de defender lo público para los saberes canónicos y marginales. Tal vez las universidades tradicionales siempre espejearon la Nación-Estado y tal vez por eso mismo la universidad de hoy se encuentra en Chile parcializada, su universalidad mermada, su capacidad de convocatoria cívica disminuida, su estatuto nacional tan desperfilado como la propia nación globalizada que la instituye. Solo el catorce por ciento de nuestro presupuesto viene del Estado, a pesar que este último aparece como nuestro "propietario" a la hora de fiscalizar nuestras actividades. A nivel de la educación superior, resultan alarmantes las recientes medidas del gobierno de Piñera. Queda en evidencia que un nuevo giro en la privatización de la educación ha sido promovido, argumentándose una supuesta equidad de derechos de las llamadas "universidades privadas" -la mayor parte de ellas lucrativas empresas- con las tradicionales casas de estudio que han permitido construir la Nación y su soberanía. Por eso, el actual rector ha insistido tanto en que esa legítima fiscalización y ese control público deben ir acompañados de una garantía estatal de nuestro patrimonio material e intangible.
     Según José Joaquín Brunner, hace un tiempo que el sistema de educación superior chileno estaría transitando hacia una "nueva política de educación superior". Ha insistido Brunner en que "si el sistema continúa meramente su actual trayectoria -esto es, sin un nuevo acuerdo de políticas- no podrá enfrentar los desafíos que el país tiene por delante ni desempeñar a satisfacción sus funciones esenciales" (Brunner). ¿En base a qué escenario, con qué protocolos y formas y, sobre todo, con qué amplitud de sujetos y actantes se habría de llegar a ese "nuevo acuerdo de políticas" enunciado por Brunner?¿Hasta cuándo estaremos en este impasse posdictatorial, en tránsito indeterminado frente a una temática de tal envergadura para la resignificación del desarrollo de un conocimiento de actorías y proyectos multidimensionales, de cara al país?¿Qué garantías de Nuevo Trato puede darnos una sociedad en la que aun predominan prácticas autoritarias, lógicas excluyentes heredadas de la dictadura y situaciones que perpetúan las inequidades y desigualdades?
     El proyecto Brunner preconiza su objetivo de "guiar el mercado". Primero, acepta como única opción válida la privatización de la educación superior, para luego presuponer una empresa titánica: la de generar una instancia mesiánica capaz de enfrentarse al "polo del mercado" y de "guiarlo". Hoy, nuestras academias se desprestigian sacudidas por el tintineo feroz de los mercados y las monedas. Hoy por hoy, concordando con la política educacional del gobierno de Piñera, Brunner ha sido instrumental en lograr la mal llamada "equidad" de las universidades privadas y públicas ante el Estado, de modo que los impuestos de chilenos y chilenas hoy subvencionan el gran negocio académico de las empresas privadas del saber.
     A mediados de los años 90, los países mandantes de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) propusieron la creación de Comisiones Tripartitas para la Igualdad de Oportunidades entre hombres y mujeres en el empleo, como respuesta al deterioro de los derechos de los trabajadores en la década de los 90. Entre 1995 y 1998 se crearon estas comisiones en Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay, conformadas por representantes de los gobiernos (Ministerio de Trabajo y Ministerio de la Mujer) y organizaciones de trabajadores y de empleadores. En el caso específico de Chile, ello se hacía fundamental dado el impacto de las propuestas de Hayek en la conformación de un Estado subsidiario durante la dictadura militar.
     ¿La academia bancaria reconoce todavía esa aura crítica de la era republicana? Pese a la presente jibarización neoliberal del rol del Estado y con todas las deficiencias que ello conlleva, las universidades estatales (y la Universidad de Chile en particular) no han dejado de actuar como propiedad del Estado. Algunas son complejas, otras docentes. En tanto propiedad estatal ellas tienen derechos y obligaciones. Entre los derechos está el acceder al Aporte Fiscal Directo (AFD) en proporciones dignas, que le permitan llevar a cabo su misión pública en tanto proyecto de país y de región. La Universidad de Chile ha propuesto que el mínimo necesario en fondos basales no debería ser inferior al cincuenta por ciento de su presupuesto. Entre los deberes está el transparentar su gestión, incluidos los aspectos financieros, ante la Contraloría General de la República. Las universidades privadas no tienen esos deberes, por lo cual difícilmente podrían a su vez garantizar que no lucran con la educación. ¿No corresponde al Estado ser garante, regulador y fiscalizador de esos deberes y derechos?
     A nivel teórico hace más de quince años, cuando institucionalizamos los estudios de género en la Universidad de Chile, pensamos en replantearnos nuestro microespacio y nuestros propios ejercicios académicos; volvíamos de exilios internos y externos; el pensamiento feminista se había fortalecido al alero de los espacios sociales, no en las ciudadelas universitarias. Por un lado, las coyunturas parecían inmersas en un inmediatismo tecnocrático. Por otro, las reflexiones de largo aliento, desde la dictadura para acá, tendían a disolverse en el aire, desentendidas de las situaciones concretas. La metacrítica estaba ausente de las demandas tecnocráticas e inmediatistas de los ministerios. Se nos exigía "aterrizar" nuestros saberes, aprender a ser pragmáticas. Incluso, circulaba en los noventa un enrarecido aire antiteórico entre nuestras jóvenes más radicales, para quienes la teoría implicaba en cierta medida un culto a la masculinidad. Con algo de razón, se relacionaba el quehacer teórico producido en la academia con una desvinculación de movimientos sociales que se habían venido produciendo con grandes dificultades en momentos en que las universidades de la dictadura exoneraban el pensamiento crítico.
     Por otra parte, a medida que avanzábamos en la construcción de espacios propios, la academia tradicional se resistía (por muy sustentadas que fuesen nuestras reflexiones teóricas). Después de todo, hablábamos de aspectos hasta entonces ajenos al saber canónico: sexo, aborto, homosexualidad, lesbianismo, trabajo (incluida la "producción" de la "costurerita que dio aquel mal paso"). Por eso, intentamos productivizar la relación del pensamiento con las coyunturas y la de la metacrítica con las tecnologías (Foucault, 1980). Nos movíamos en torno a un pensamiento "bailarín", como diría Nietzsche, capaz de desplazarse ética, estética, políticamente por los cuerpos, las calles, las pieles, las funciones primarias, pero también capaz de transitar por aquellas otras funciones más removidas del cotidiano vivir. No queríamos quedar reducidas ni a lo uno ni a lo otro, ni a lo pragmático ni a lo metacrítico abstracto. No pensábamos esas dimensiones como opciones excluyentes. Recién llegadas de exilios internos y externos, nos movían pulsiones ubicuas, inclusivas, voraces, voluntariosas. No deseábamos que nos mapearan el quehacer entre esto o lo otro, sino en lógicas inclusivas, en saberes coyunturales con perspectiva estratégica. Nos interesaba ingresar al cotidiano, al cuerpo y sus funciones, con los pies en el aire y la cabeza en la tierra; pensábamos y pensamos hoy que lo coyuntural se construye desde la distancia, en ese viaje de regreso al particular y al concreto. ¿Regreso de dónde? Del exilio, del saber-taxi, del pensamiento-viaje, del viraje epistemológico, trayendo como equipaje las trayectorias recorridas por los feminismos; históricas disquisiciones de este mundo y de aquel que dejábamos atrás. Eran (y son) reflexiones de nuestro tiempo nutridas por tenaces memorias, imborrables, jamás impunes, sobre todo, situadas en estas múltiples orillas latinoamericanas. Entendimos entonces lo concreto en tanto público y privado; ni natural ni espontáneo, como nos planteaba el empirismo tecnocrático. Producíamos entre lo marginal y lo canónico, al alero de los cuartos propios, de los espacios a salvo que íbamos armando al interior de universidades cada vez más privatizadas. Aprendíamos que viaje y viraje implican distanciamiento, y que esa distancia académica diferencia los quehaceres que desarrollábamos en las ONGs (en las cuales todas ejercimos saberes durante la dictadura, dentro y fuera de Chile). Ejerceríamos entonces desde la universidad, aunque eso implicara rearmar el mermado universo de nuestras casas de estudio.
     Nos comprometimos con el proceso de democratización universitaria. Nuestro primer número de la revista nació al alero de los paros de los años 95, 96 y 97, cuyo norte era Córdoba (la Córdoba de 1918). ¿Quién sino el Estado y las comunidades universitarias autónomas irían a invertir en saberes capaces de responder al país y resignificarse críticamente en relación a la sociedad (organizada o no)?
     Luego vino lo que llamo la "metáfora del Postinor" (no se acá si se llama igual a la "píldora de emergencia" o "píldora del día después"), a la cual le dedicamos más de un debate en Nomadías. Finalmente, la píldora circula hoy en Chile, pero hay toda una cadena de farmacias que rechazan venderlas. Por ley se debía dispensarla gratuitamente en los consultorios, pero los municipios de derecha rehusaron hacerlo. En tanto derecho sexual y reproductivo, nos enfrentamos al mercado y al Opus Dei. Insistimos en exigir que el mercado farmacéutico dispensara el Postinorpara dejar que "las consumidoras decidieran". No coincidía la libertad de elección sexual y reproductiva con el "libre" mercado, cuyos límites "libertarios" se detenían en los fundamentalismos morales.
     El distanciamiento necesario del quehacer universitario nos ofrecía mayores garantías de autonomía frente a los intereses inmediatos de instituciones y empresas. Obviamente, respecto al Postinor, la industria farmacéutica se mostraba más cerca de los derechos sexuales y reproductivos que el Opus Dei (institución con la que mantenemos un debate permanente en Chile). Después de todo, encontrarnos puntualmente con la industria farmacéutica en relación a los derechos sexuales no implicaría subsumirnos en los intereses comerciales delPostinor. Coincidir puntualmente con los planes de equidad de la Concertación tampoco significó subsumirnos acríticamente en ellos. Más bien, muchos de nuestros proyectos interdisciplinarios de investigación y desarrollo tuvieron como objetivo la equidad y el trabajo decente, incluido el trabajo académico y entendiendo por aquél cualquier tipo de práctica social, individual o colectiva, cognitiva o empresarial, privada o pública que se inscribiera en el marco de contratos indefinidos y acceso a la seguridad social (previsión, salud) respaldada por legislación laboral frente al despido, derecho de afiliación sindical y negociación colectiva; todo lo cual no ha sido posible garantizar en Chile desde la dictadura militar hasta nuestros días.
     En este caso, nos ha preocupado pasar de la equidad formal a las equivalencias sustanciales y concretas sin perder de vista la utópica distancia que media hoy de las radicales transformaciones civilizatorias a las que, como feministas, no íbamos ni vamos a renunciar. Apuntar a transformaciones reales frente a la equidad formal, pensando en la diferencia entre lo formal y lo sustancial, requiere asumir reflexivamente nuestras distancias críticas frente a los gobiernos de turno, frente a los ministerios y parlamentos, frente a la iglesia y el Postinor. Transformaciones radicales de civilizaciones coercitivas como el patriarcado y el capitalismo tardío, el dogmatismo, los fundamentalismos religiosos y mercantiles, implican ir repensando un mundo y unas relaciones sexuales, laborales, culturales y humanas de otro tipo. Todo ello llevó a unas colegas españolas que nos visitaban a decir que éramos un híbrido extraño entre el feminismo de la igualdad y el de la diferencia. El número de Nomadías que homenajeó a Julieta Kirkwood -una de esas híbridas amantes de la igualdad y la diferencia-se ha abocado a estas temáticas. De ahí que los insumos de siete años de investigaciones en el ámbito laboral hicieran parte del equipaje que Michelle Bachelet incluyó en su plataforma electoral. Hoy podemos decir que nuestras reflexiones contribuyeron a detener los embates del mercado laboral contra el fuero maternal (conquista de los años 30 en nuestro país que los empresarios consideran un lastre contra la flexibilidad y la precarización laboral). Desde lo coyuntural a lo neocivilizatorio, ya sea en filosofía o ciencias sociales, en la ciencia o la literatura, hemos relevado el protagonismo de los sujetos y actores sociales emergentes en su multidimensionalidad. Esos pasajes, esas nomadías (no todo ha de ser "insumos" investigativos) bioéticas, biopolíticas y bioestéticas han contribuido a rescatar de cada aborto un relato, de cada ejercicio de muerte una historia de vida. Transformar cada feminicidio individual o masivo, cada tráfico sexual en biografía o memoria: he aquí un álgido punto de quiebre en el guión de una sujeto/persona, situación límite que puede potenciar dinámicas evolutivas. Hemos venido proponiendo así una ampliación de límites del yo y una persistente creación de discurso: desde el útero vacío de la genitalidad al derrame energético de las triples jornadas, desde los "pañales laborales" empleados en supermercados a las anfetaminas de las industrias de costura y textiles. Los movimientos pro-vida han esencializado el cigoto. No pretendamos nosotras esencializar nuestros cuerpos-en-devenir. La muerte del sujeto cartesiano permite vislumbrar de reojo la emergencia de sujetos encarnados en los cuerpos, aquí donde lo anatómico es desnaturalizado, puesto en abismo, descolocado y reapropiado culturalmente para nosotras.
     Las condiciones de sobrevivencia y el toyotismo neoliberal inciden en el tiempo y el ritmo cambiando profundamente los cronotopos del liberalismo. Esos cambios constituyen nuevas formas de cronopolítica, que afectan la producción artística y científica, que redistribuyen la errancia contra la divagación.En alguna ocasión, el Lukács hegeliano anunciaba que en la Modernidad, el camino terminaba y el viaje comienza. No le temo al viaje, más me perturban los pactos silentes del poder-saber. He aquí el destino latinoamericano globalizado y sus inquietudes tránsfugas: una aventurilla de circunvalación, de periférico; nada fluye más que el capital metropolizado, las tecnologías del saber. La propia cultura se anexa a los flujos de la acumulación y hace proliferar plusvalía; ni el paseante de las calles, ni el obsesivo de los anaqueles bibliotecarios. En Chile tenemos más farmacias que librerías. Las bibliotecas funcionan a pulso, merced a la obstinación de las bibliotecarias. Tampoco el viraje extremadamente cibernético, su acceso no es aún democratizado como pretenden algunos. Cada vez menos tiempo para sí, un medidor constante interrumpe las pulsiones estéticas y críticas; las conversaciones pierden espontaneidad y agudeza; se consolidan y programan, aparecen sobre producidas; el ocio parece vicio. Ortega se equivoca: en esta Modernidad no hay ensimismamiento, todo es reacción. El movimiento se confunde con el vértigo de la hiperactividad como dispositivo que acciona sobre un mismo punto.
      A partir de estos "nudos" críticos, quisiera, para concluir, acentuar dos cosas; primero: la necesidad de aumentar cualitativamente la masa crítica feminista, así como las conversaciones teórico-prácticas entre las ciencias mal llamadas "duras" y "blandas" (Estamos cruzadas por esta tensión en Chile de una manera inédita); y segundo, propiciar la profundización del vínculo entre la academia y la ciudadanía, sean estas epistemológicas, sexuales, laborales y sociales. El reduccionismo de la "democracia del cigoto" como decíamos hace un tiempo, pone en el tapete la necesidad de debatir en torno a una democracia radical, proyecto pendiente en nuestro país hasta el día de hoy.3 Metáfora de un país que preconiza prácticas tuteladas de subjetivación a todo nivel: los seis días que dura el viaje del embrión en su desplazamiento a la trompa de falopio se han vuelto notoriamente más significativos que la vida entera de una mujer. Al mismo tiempo, asumir que no habrá radicalización ni realización de la formal democracia que ostentamos si la mujer, el cuerpo y el sexo están ausentes como tópicas subjetivas cuyo potencial rebelde es inagotable. Así, del fragmento al "para sí" y al "para nosotras", ahí el viraje nomádico que nos queda como encargo histórico por el arrojo de saber, por el derecho a la identidad, a la inquietud de sí y de mundo, deseo que siempre ha implicado enfrentarnos a las violencias simbólicas y materiales de cada época, institución y territorio. En el mientras tanto, he aquí la tópica de nuestros tiempos: paródica, irónica, blasfema, iconoclasta, a contrapelo. Viraje del derecho formal al derecho real, del mercado a las economías psicopolíticas, del empleo a la producción deseante, del objeto pequeña "a" del Edipo, a la sujeto en devenir.   

Notas     

1Este trabajo ha sido producido en el contexto del Proyecto ANILLO SOC 21 de Estudios Interdisciplinarios de Género y Cultura, CONICYT.

2La presente reflexión formó parte de la conferencia de Kemy Oyarzún en el III Encuentro Internacional de Publicaciones Feministas, "Entre medios: autoras, editoras, públicos". Su revisión final para la actual publicación coincide con un cambio importante hacia la derecha en el país, cambio que no se preveía al momento de la conferencia.

3Decíamos que vivimos en la "democracia de cigoto" porque el mismo Tribunal Constitucional que se pronunciara en contra del Postinor 2 ha obviado revisar la Constitución del 81, redactada durante la dictadura y vigente hasta nuestros días. Nuestra democracia se reduce a un pronunciamiento sobre el "huevo" y no sobre la gallina, decía por esos días Pedro Lemebel.

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