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Mora (Buenos Aires)

versión On-line ISSN 1853-001X

Mora (B. Aires) vol.17 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires ene./jul. 2011

 

PANEL

Edición y recepción de libros feministas en España1

 

Isabel Morant*

* Isabel Morant profesora de Historia en la Universidad de Valencia. Desde 1990 dirige la colección Feminismos, publicada en Madrid por la editorial Cátedra. Ha publicado numerosos libros y artículos sobre la historia de las mujeres, el matrimonio y la vida conyugal, la teoría y práctica del feminismo y la historiografía feminista.

 

Quisiera comenzar este discurso sobre mi experiencia como editora de la colección Feminismos, creada en el año 1991, hablándoles de los orígenes del pensamiento feminista en España. Lo que hoy se conoce como estudios sobre las mujeres comienza a desarrollarse en las universidades españolas en los años setenta y, sobre todo, en los ochenta, a impulsos del feminismo militante de los años sesenta y setenta. En España su eclosión se retrasaría, respecto del resto de Europa, debido a la dictadura del general Franco. Su muerte, en 1775, precipitaría la salida a la luz de los movimientos sociales y políticos que hasta entonces se habían movido en la clandestinidad. Muchas mujeres jóvenes, entre las que había bastantes estudiantes universitarias, militaban en estos grupos y, a la vez, comenzaban a conocer el feminismo que empezaba a llegar de fuera. Fueron muchas las mujeres que, en los años de la llamada transición política, se vieron confrontadas -y a menudo divididas- entre una militancia política y la necesidad que sentían de una política feminista.
     Mi caso puede servir de ejemplo del proceso que me interesa destacar. Había nacido en un pequeño pueblo del Mediterráneo y mi lengua materna era el valenciano (o catalán), que hablaba siempre con mi entorno familiar. La dictadura, sin embargo, había menospreciado el uso de las lenguas propias (catalán, gallego o vasco) imponiendo el castellano en las escuelas y como única lengua oficial. El valenciano quedaba como lengua residual propia de las gentes campesinas menos formadas. En los últimos años de la dictadura, sin embargo, los movimientos nacionalistas reivindicarían el valor de la lengua y su uso en igualdad de condiciones con la lengua oficial. En este contexto, en los últimos años de mi carrera universitaria, fui reclutada para impulsar el uso público de nuestra lengua: lo que se nos pedía era que recorriéramos los pueblos para dar pequeñas charlas o conferencias en valenciano para mostrar que, la lengua que era de uso común entre la gente de los pueblos, podía servir también como lengua de comunicación del saber universitario. Como yo, muchos otros estudiantes procedentes del mundo rural habían pasado por la experiencia de ser considerados como gentes campesinas, menos cultas que las gentes urbanas que hablaban castellano. Nuestros propios padres habían sufrido más de una humillación por hablar la lengua propia o por no poder expresarse correctamente en la que, los nacionalistas de entonces, denominarían la lengua del imperio.
     Lo interesante en mi caso fue que lo que empezó siendo un activismo por la lengua se convertiría muy pronto en militancia feminista; cuando me peguntaba de qué podía hablar en las conferencias que debía impartir pensé que podía hablar "de los problemas de las mujeres". Descubrí entonces que lo que me movía era una vaga intuición, una percepción difusa, pero no tenía un discurso mínimamente elaborado y, peor aún, no había ninguna literatura que pudiera informarme. Pero cuando comenzaron los viajes y las charlas por los pueblos, pudimos comprobar que las mujeres que asistían a las reuniones compartían nuestros sentimientos. Estas mujeres, que como yo, esperaban cambios políticos, se sentían felices de poder expresarse en su propia lengua, pero aún más querían hablar de los temas que les preocupaban: la desigualdad que percibían en sus relaciones con los hombres, la menor valoración que se concedía a su trabajo en la casa, en las tierras y negocios familiares, el trabajo de los hijos, etc. Las mujeres, mayores que yo en muchos casos, sabían muy bien -mejor que las jóvenes- de qué problemas debíamos hablar.
     La muerte del dictador aceleraría el surgimiento del movimiento feminista, cuyas militantes unirían a la práctica política la necesidad de construir un discurso, que en un primer momento, debía basarse en nuestra experiencia pero además en la literatura feminista que nos llegaría de fuera. Esta tarea se vio facilitada por las pequeñas editoriales que se crearon entonces (Edicions de La Sal en Barcelona, Debate en Madrid, etc.) y también por las librerías que, al igual que las editoriales feministas, estaban regidas por mujeres. Las Memorias y El segundo sexo de Simone de Beauvoir nos llegaría de Argentina, el libro de Kate Millet, Sexual Politics, se tradujo entonces al castellano, lo mismo que el de la italiana Carla Lonzi Escupamos sobre Hegel, el solo título produjo un gran impacto -y rechazo- entre los compañeros de la izquierda. Para nosotras, sin embargo, fueron grandes descubrimientos, nos sirvieron para disentir de los saberes al uso y para aprender a pensar las casas de otro modo: formulando nuevos problemas y produciendo reflexiones más elaboradas. El debate en aquellos años se hizo intenso y, muy pronto, debimos comenzar a producir nuestros propios textos. A la vez que recuperaríamos los textos del pasado, los de los años treinta y anteriores. Así caminaríamos hacia atrás en el tiempo y hacia adelante.
     En los años 80 se desarrollaría en España lo que podemos llamar el feminismo académico, cuyo primer objetivo sería denunciar los sesgos sexistas en las ciencias, el patriarcalismo dominante en las universidades (cuyos investigadores se resistían a dar credibilidad a los problemas planteados por el feminismo). La cuestión de las mujeres, pensaban, no era de su incumbencia. En estas circunstancias, las investigaciones y los libros producidos por las académicas feministas no siempre pudieron encontrar apoyo y acomodo en las editoriales clásicas, ni siquiera en las propias de las universidades en las que trabajábamos.
     La producción feminista, sin embargo, llevaba años creciendo y afirmándose como una temática innovadora que interesaba a un número importante de mujeres y de jóvenes universitarios. Lo suyo pues, era tener una colección que fuera representativa -y demostrativa- de unos estudios que a finales de los años 80 eran ya notables. De estas reflexiones nacería la colección que luego se denominaría Feminismos, sobre los estudios de las mujeres o de género (como pasarían a ser llamados después). Se había avanzado mucho y, sin embargo, eran aún poco visibles, en parte porque no tenían un espacio editorial que los privilegiara. Yo era entonces vicerrectora de mi universidad, la de Valencia. Era, además, responsable del servicio de publicaciones así que decidí aprovechar la coyuntura para Feminismos como una colección universitaria. El interés mostrado por el proyecto por una editorial privada, Cátedra (que era un sello conocido y respetado en el mundo universitario), añadiría efectividad al proyecto. El entonces director de Cátedra entendió que la colección podía ser viable desde el punto de vista económico ya que los libros que le proponíamos podían tener un público importante de mujeres, interesadas en los temas feministas, además de los estudiantes universitarios. En efecto, poco antes -a finales de los años ochenta- había habido una reforma de los planes de estudio universitarios, estos se habían hecho más flexibles, permitiendo la incorporación de asignaturas nuevas, entre ellas muchas referidas a las mujeres: Historia de las mujeres, Filosofía feminista, Literatura de mujeres, Antropología y género. Para esta docencia, pensábamos, eran necesarios los libros que queríamos editar.
     Los dos primeros títulos de la colección Feminismos salieron en marzo de 1991, como un proyecto editorial conjunto de la editorial Cátedra, el Instituto de la Mujer y la Universidad de Valencia.2 Los tres socios firmaron un convenio de colaboración en el que se especificaba el objetivo de la colección y las responsabilidades de cada uno. La editorial Cátedra debía de ocuparse de la edición y de la comercialización. La colección debía tener una dirección (la que yo he ocupado desde la creación) y un consejo asesor formado por especialistas de distintas materias y encargado del asesoramiento editorial.
     El título de la colección, Feminismos -en plural-, significa nuestra voluntad por recoger las distintas sensibilidades y corrientes del feminismo internacional. Los libros de Feminismos interesan a diversas disciplinas: Humanidades, Ciencias Sociales, Biología. En unos títulos se privilegia el estudio de las mujeres en el tiempo; se escribe sobre la memoria de las mujeres, su existencia y su hacer como sujetos históricos sea en el espacio familiar, social o político. En otros casos, son la memoria crítica del pasado o del momento actual. También se incide en los debates actuales del feminismo internacional, así, por ejemplo, nos ha interesado editar algunos libros que tratan sobre la influencia de los flujos migratorios o de las diferencias culturales en la vida de las mujeres. En el libro de Fadela Amara, Ni putas ni sumisas, publicado en 2004, se trata el problema del multiculturalismo en la sociedad francesa; en el de Bénédicte Manier, Cuando las mujeres hayan desaparecido, publicado en 2007, se denuncian las prácticas de selección: abortos selectivos de niñas que se practican en determinadas comunidades de la India y en la China. El libro aporta un análisis muy preocupante acerca de la violencia contra las mujeres que se recrudece en estas determinadas culturas asiáticas. Por otro lado, la colección acoge una línea de edición que denominamos clásicos del feminismo, en la cual pretendemos editar los textos que consideramos fundamentales en la construcción del pensamiento feminista (desde la Ilustración hasta los textos de autoras contemporáneas: Kate Millet, Celia Amorós, Amelia Valcárcel. La lista es larga y continúa).
     El éxito de esta literatura feminista debe mucho a la expansión del feminismo, al mayor número de mujeres que reconocen como propios los libros que publicamos. El apoyo político ha sido también importante: La ley de igualdad entre hombres y mujeres, que se ha aprobado en 2005, ha posibilitado algún cambio importante para las académicas feministas. Así, por ejemplo, la ley obliga a que los tribunales que juzgan la investigación tienen que ser paritarios, lo cual ha permitido que se premiara a una autora emblemática del feminismo español, Celia Amorós, que ganó el Premio Nacional de Ensayo 2006 con un libro titulado La gran diferencia y sus pequeñas consecuencias... para la lucha de las mujeres. Ha sido la primera vez que una mujer ha podido obtener un premio importante con un libro feminista que, además, había sido publicado en la colección Feminismos. Este premio, que nos llena de satisfacción, ha contribuido a que la gente del mundo editorial se interese cada vez más por publicar libros que antes hubieran rechazado. Es evidente pues que necesitamos buscar apoyos que -académicos o políticos- sirvan para prestigiar nuestros temas y ediciones; es importante, también, que los libros se usen para la docencia y que puedan llegar a la gente más joven. Nuestro mejor público son las mujeres feministas, pero también hemos llegado al ámbito académico: a los -pocos- profesores que empiezan a tener curiosidad por nuestros temas o a los alumnos -bastantes más- que los usan para el estudio. No se trata de un gran público, pero sí es un público que se mantiene fiel a la colección. Con estos apoyos, la colección Feminismos ha cumplido ya veinte años y cuenta con más de cien títulos. El público, especialmente las mujeres que siguen la colección, dice que se reconoce en nuestros libros y que de ellos aprecian un saber feminista que es nuevo y vigoroso, que permite pensar las cosas de otro modo y dar soluciones a los problemas que no solo afectan a las mujeres, sino también a los hombres y a la sociedad en general.
     El mercado del libro, sin embargo, es difícil. Los editores hace tiempo que vienen hablando de la crisis que afecta sobre todo al libro académico. En España tenemos muy poca tradición de lectura, la tasa de consumo es baja en comparación con la de Francia, por ejemplo. Nuestra universidad no es diferente, es pobrísima en libros. Con todo, Feminismos sirve y se usa en la universidad, normalmente en los estudios especializados, pero sirve, sobre todo, para el aprendizaje y el debate de las mujeres feministas, sean o no académicas. Pero necesitamos tomar un impulso más divulgador, no creo que podamos aspirar a tener un gran público pero sí podemos procurar que nuestros libros lleguen a un mayor número de gente. Las personas interesadas en nuestros libros son una minoría, ciertamente, pero las minorías están en todas partes. Después de tantas investigaciones creo que estamos en disposición de escribir y dar a las editoriales muchos más textos dirigidos a las amplias minorías de lectores que deberemos encontrar. En este sentido, me gustaría abrir una nueva colección de libros feministas orientados a la docencia no universitaria. Por otro lado, pienso que las nuevas tecnologías podrían ayudarnos a llegar a un público más amplio. En estos momentos, en España se discute mucho sobre este tema, pero parece que la cuestión no es nada fácil y las editoriales se muestran cautas. Siguen apostando por el libro tradicional, mientras ensayan la creación de nuevos formatos de lectura, por los cuales yo también apostaría sin abandonar la edición en papel, si estos sirven para acercar el libro a un mayor número de estudiantes y de jóvenes que, como sabemos, usan internet y desarrollan otros hábitos lectores.
     Me gustaría referirme, por último, al problema de la distribución de Feminismos en América: los libros que llegan son pocos y son caros. Hemos peleado muchísimo para que la editorial los distribuya mejor, pero no se ha logrado. En algún tiempo pensamos en la posibilidad de que, mediante algún acuerdo entre editoriales, los títulos de Feminismos pudieran editarse también en Argentina o México, pero hemos fracasado. En estos momentos, la editorial se plantea la venta on-line. Confiemos en que en un futuro, no muy lejano, este medio nos sirva para mejorar el intercambio y el consumo de libros feministas, a uno y otro lado del Atlántico. 

Notas

1Este artículo es una reproducción final de la conferencia dictada por Isabel Morant al comienzo del III Encuentro Internacional de Publicaciones Feministas. Esta versión escrita fue revisada por la autora.

2 Los títulos publicados pueden verse en el sitio web de la editorial Cátedra (Grupo Anaya), colección Feminismos.

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