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Mora (Buenos Aires)

versão On-line ISSN 1853-001X

Mora (B. Aires) vol.17 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jan./jul. 2011

 

RESEÑAS

Domínguez, Nora y Mancini, Adriana (compiladoras), La ronda y el antifaz. Lecturas críticas sobre Silvina Ocampo, Buenos Aires, Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras, UBA, 2009, 344 págs

 

Si bien es cierto que, a lo largo de los últimos años, la obra de Silvina Ocampo, en particular sus cuentos, ha merecido la atención de la crítica literaria argentina, también resulta evidente que, como señala Sylvia Molloy en su artículo "Identidades textuales femeninas. Estrategias de auto-figuración del yo", Ocampo ha sufrido, al igual que tantas otras mujeres escritoras, los vicios de una crítica que muchas veces se sintió inclinada a dramatizar las anomalías que se le atribuían antes que a leer sus trabajos: Silvina Ocampo corporizando a la excéntrica perversa. Pero, además, tampoco salió ilesa de esa otra tendencia crítica que figuraba a las escritoras a partir de sus relaciones con aquellos escritores legitimados, portadores del poder intelectual: hablar de los vínculos que unieron a Silvina Ocampo con Borges o Bioy Casares es hoy casi un lugar común.
     La ronda y el antifaz no ignora esto. Lo incorpora y lo reformula para devolverle al lector una imagen sorprendente, de múltiples caras y de múltiples miradas que delatan la posibilidad del relato unívoco, imposible.
     La ronda y el antifaz es una compilación de textos críticos sobre Silvina Ocampo reunidos por Nora Domínguez y Adriana Mancini, producto de las jornadas sobre la autora realizadas en agosto de 2003 (MALBA/IIEGE, UBA). Si bien el subtítulo aclara: Lecturas críticas sobre Silvina Ocampo, nada resulta tan sencillo. Como las compiladoras explican en el prólogo, este libro no pretende marcar direcciones de lectura sino, más bien, abrir el juego y, en el mismo gesto, ser parte de él; mantener la singularidad de la autora y, simultáneamente, trazar genealogías, descubrir herencias.
     Si bien este libro es parte del movimiento de proliferación que tuvo el formato compilación en el mundo académico, es posible afirmar que no solo viene a satisfacer una necesidad teórica pendiente sino que se convertirá en un aporte ineludible sobre el tema Ocampo. Por encima de los artículos, parciales en su naturaleza, La ronda y el antifaz cobra importancia en el modo en que se constituye como más que la suma de sus partes; en la forma en que genera un excedente a partir del diálogo entre abordajes plurales.
     El volumen abre con un prólogo y una cronología pormenorizada -en un guiño al lector, lleva como epígrafe una cita de Silvina: "Odio las fechas (será porque la vejez llega a través de ellas)" (9)- que recorre la vida y obra de la autora (incorpora, además, datos de artículos y entrevistas) desde el año 1903 hasta 1993, y continúa hasta el año 2009 con el detalle de las publicaciones póstumas.
     El cuerpo del libro, dividido en seis partes que esbozan un círculo o una ronda (entrada/salida, figuras, lugares, interiores, relaciones, salida/entrada), acompañado por ilustraciones de Hugo Padeletti y con notas introductorias -reflexiones teóricas, casi poéticas- para cada título, propone un pacto en el que vida, obra y lectura se acercan y se alejan pautando ritmos, abriendo puertas, tendiendo lazos: "En el espacio Ocampo que aquí se abre", escriben las compiladoras y coautoras: "no hay pórticos sino mirillas, no hay centros sino puntos mínimos, no hay gritos sino voces sinuosas, entonaciones y miradas femeninas, declives melancólicos o excesos de lo imaginario [...] Se debaten entre la dirección de la mirada y la punción de una escucha, entre el testimonio y el pliegue sutil de un saber Ocampo" (38).
     El libro cobra la forma de lo potencial: nos ofrece un (des)orden posible (uno de los tantos) para adentrarnos en la compleja y extensa obra de Silvina Ocampo en su "[...] variedad de voces infinita" (67); en "[...] esa fuerza que nos sigue arrastrando [...] clave de su contemporaneidad" (91). Pero al hacerlo también nos enfrenta a ciertos problemas: ¿dónde empieza y dónde termina la obra de Silvina Ocampo? ¿En qué momentos es Silvina la que escribe y cuándo es la escritura la que le da cuerpo? ¿Es posible leer de modo conjunto a sus pinturas, sus cuentos y poemas e incluso sus traducciones, sus cartas o las fotos que de ella fueron tomadas (como aquella de Sara Facio, en la que la mano con la que escribe se convierte en su máscara; en velo para su rostro)?
     Propuesta lúdica y ambiciosa desde su misma forma, este libro activa un acercamiento crítico que hace honor a la escritura de Ocampo: no le tiene miedo a los desvíos, al detalle ni a lo excéntrico. Tampoco a las aparentes contradicciones ni a la inclusión de experiencias personales. Porque, justamente, entiende a la vida como texto que permite reflexionar sobre la misma escritura. Pero, además, no resulta detalle menor que a este libro, a esta "casa autobiográfica" (5) lo integren muchas de las voces académicas argentinas más reconocidas:
     Sylvia Molloy abre el círculo con un bello título: "Para estar en el mundo: los cuentos de Silvina Ocampo", en el que anécdota y teoría se fusionan de modo sugerente y productivo; Jorge Panesi inaugura las "Figuras" citando a la autora y ofrece un profundo análisis sobre las prisiones especulares, los espejos (y los reflejos) que proliferan en la obra ocampiana. En un movimiento que, de algún modo, apunta hacia la misma dirección, Jorge Monteleone parte del análisis de la foto de Sara Facio para rápidamente proponer una lectura de "Las caras de Silvina Ocampo", ya rostros ficcionales, momentos imaginarios. Daniel Balderston, por su parte, se aboca, en un texto conciso, a la impronta religiosa -lo católico- en los cuentos y poemas de la autora. Valentín Díaz lee el proyecto estético de Silvina como "verdadera experiencia-Silvina Ocampo" (91) y analiza los diálogos que este establece (e incluso esconde) con la filosofía, específicamente la bataillana. Y Adriana Mancini lee en los textos de Silvina, sobre todo en el libro Cornelia frente al espejo (1988), una indagación sobre la muerte y la vejez (y su relación con la infancia).
     José Amícola -su reflexión sobre la malseance (la falta de decoro) en los relatos de Silvina y su relación con la recepción de su obra- comienza a dibujar los "Lugares". El artículo de Annick Mangin, que al igual que el de Graciela Tomassini (Menos que un puñado de polvo. Acerca de 'Fragmentos del Libro Invisible' de Silvina Ocampo) construye una mirada con perspectiva de género, aborda "el género en tanto forma literaria y construcción sociocultual de la diferencia sexual en la literatura y en la trayectoria de Silvina Ocampo" (141) y elabora su reflexión alrededor de lo que ella llama "recursos de la transgeneridad", mientras que Mónica Zapata analiza en los cuentos, con el psicoanálisis como herramienta, los modos del funcionamiento de los pares humor-horror, estereotípico-inquietante. Noemí Ulla se aboca a la obra poética de Silvina y Cristina Fangmann lee su correspondencia, especialmente aquella que mantiene con Pepe Bianco y su hermana Angélica. Gloria Pampillo se centra en esa mirada atenta que Silvina despliega sobre su entorno y que rescata detalles, objetos imaginarios que se repiten a lo largo de sus páginas. Andrea Ostrov, también desde una mirada de género, lee los cuentos de Ocampo contraponiendo la noción de escritura epitáfica y escritura-lugar de pasaje. Por otro lado, Judith Podlubne propone, de modo extremadamente productivo, a la fuerza ilocucionaria de la confesión y/o de la confidencia como punto de partida de análisis de ese Yo al que le da cuerpo la escritura de Ocampo.
     Y entonces, se arman las "Relaciones" (las asociaciones, las series). El artículo de Nora Domínguez construye una interesante lectura en paralelo de Silvina Ocampo y Norah Lange a partir de la idea de "iniciaciones" (el ingreso al campo literario, las novelas de aprendizaje, los retornos a/de la infancia). Mientras que Anahí Mallol fija su mirada en los relatos de maternidad y de las relaciones madre-hija que construyen los poemas. Adriana Astutti dibuja y descubre una estirpe o genealogía literaria de mendigas que atraviesan a la literatura latinoamericana y Eduardo Paz Leston afirma a la traducción, en tanto experiencia de y con la lengua, y a "la pintora que fue" Silvina, como elementos fundamentales al momento de leer, de entender, su poética. Y, finalmente, el círculo se cierra (o se vuelve a abrir) con el recuerdo -y el agradecimiento- de Hugo Padeletti.

Laura A. Arnés

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