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Mora (Buenos Aires)

versión On-line ISSN 1853-001X

Mora (B. Aires) vol.19 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jun. 2013

 

RESEÑAS

Preciado, Beatriz (2010). Pornotopía. Arquitectura y sexualidad en "Playboy" durante la guerra fría, Barcelona, Anagrama, 236 págs.

 

Pornotopía constituye un nuevo aporte de Beatriz Preciado para el desarrollo y explicitación de las nuevas tecnologías de producción de subjetividades, en el marco de lo que lx autorx denomina la "era farmacopornográfica". Si, en términos generales, podemos sostener que uno de los rasgos distintivos de la obra de Preciado es recuperar, criticar y complementar la matriz biopolítica foucaulteana a través de la propuesta de una "tercera episteme postdisciplinaria", el objetivo específico del texto que aquí nos ocupa es mostrar el funcionamiento de una de sus piezas centrales (y ejemplares): la pornotopía Playboy. El dispositivo Playboy es analizado, entonces, en el marco de las nuevas tecnologías de producción farmacopornográfica que operan una interiorización y flexibilización de las viejas técnicas disciplinarias, caracterizadas como exteriores y rígidas. De allí que, sostiene Preciado, el libro puede ser comprendido como una "autopsia de la pornotopía Playboy" (p. 199), cuyo corte se inflige en el cuerpo en decaimiento de un sistema semiótico que ya se ha implantado en la cultura del siglo XX.

De modo que el desarrollo de esta "singular heterotopía sexual propia del tardocapitalismo de las sociedades de superconsumo de la guerra fría" (p. 120) le permite a Preciado poner a rodar, una vez más, su dispositivo (hermenéutico) farmacopornográfico. Ahora bien, si Testo yonki focalizaba su análisis en las tecnologías corporales de incorporación propias del capitalismo tardío (analizando "códigos semántico-técnicos" de feminidad y masculinidad, como la "píldora" o la testosterona en gel), Pornotopía se centrará en las tecnologías de la representación y arquitectónicas propias de la "tercera episteme". Así, Preciado sostiene: "… la arriesgada hipótesis de partida que pondré a prueba en estas páginas [afirma]: es posible entender a Hugh Hefner como pop-arquitecto y al imperio Playboy como una oficina multimedia de producción arquitectónica, ejemplo paradigmático de la transformación de la arquitectura a través de los medios de comunicación del siglo XX" (p. 16).

La prótesis multimedia intentará difundir un modelo de utopía sexual en la que se propone una nueva relación entre el espacio, la domesticidad, la sexualidad y la subjetivación. De allí que, prosigue Preciado, "es posible afirmar que Playboy no solo contribuyó de manera ejemplar a la ‘modernización' de la arquitectura durante el período de la guerra fría, sino que se comportó como una auténtica oficina de producción arquitectónica multimedia difundiendo su modelo de utopía sexual, postdoméstica y urbana a través de una diseminación mediática sin precedentes" (p. 17). Ahora bien, ¿cuál es la especificidad de esta heterotopía sexual? Según Preciado, lo distintivo de la tecnología Playboy radica en la producción de una nueva "subjetividad sexual como un derivado de sus operaciones espaciales" (p. 120) en las que se produce una alteración en las convenciones sexuales y de género (masculinas). En este marco, a continuación me interesa analizar dos frases expuestas por Preciado.

1) "[...] Tallando una nueva alma en la cantera virtual de la cultura popular americana" (p. 29). La heterotopía sexual Playboy se centra en la producción de un sujeto (supuestamente novedoso), (hetero)sexual, masculino, postdoméstico, que no solo será un nuevo consumidor sino que se caracterizará por un "nuevo tipo de afecto, de deseo y práctica sexual distinto al que dominaba la ética del ‘breadwinner': el decente trabajador y buen marido blanco y heterosexual promovido por el discurso gubernamental americano tras la Segunda Guerra Mundial" (p. 29). Esta contranarrativa de los códigos de género teje su trama a partir de dos elementos centrales y correlacionados: el apartamento del soltero y la invención del "soltero" (o divorciado) como modelo alternativo de masculinidad. Más aún, la nueva identidad del varón urbano se desarrollará en torno a este espacio (post)doméstico, alejado tanto de la feminidad del hogar como de la masculinidad de proveedor suburbano. Preciado explicita de esta manera el modo en que el apartamento de soltero funciona, al igual que los estrógenos y la testosterona, como una prótesis de género que tiene a su cargo la producción de un tipo particular de varón: el playboy de (post)domesticidad urbana y ultratecnificada.

La "celda postdoméstica", como denominase Preciado al apartamento, se revela así como una de las tecnologías de producción subjetivas propias de la era farmacopornográfica, y debe ser comprendida como una "máquina performativa de género". Proponiendo una nueva (post)domesticidad, la arquitectura Playboy produce nuevos modos de habitar el espacio, así como afectos, placeres y modos de relacionarse alternativos. "Articulando la diferencia sexual en torno a la posición masculino-técnico/femenino-natural, la revista Playboy defiende la tesis según la cual el nuevo entorno doméstico, saturado de artilugios mecánicos y eléctricos, es el ámbito legítimo de la masculinidad" (p. 96).

2) "[...] Un discurso disidente frente al lenguaje blanco heterosexual y colonial dominante" (p. 50). La heterotopía de Playboy, veíamos, construye un espacio de postdomesticidad urbana que se traduce en una des-feminización/masculinización/tecnificación del apartamento, para gestionar la emergencia de una nueva subjetividad masculina: la del playboy. El carácter disidente de esta contranarrativa radica, según la perspectiva de Preciado, en el sostenimiento de un nuevo discurso (e ideal) de masculinidad. Frente a la subjetividad masculina hegemónica del "ciervo" adulto, serio, austero y moralista, emerge un ideal antagónico, "combativo": "la subjetividad 'conejo', adolescente, rápida, saltarina y doméstica [...], politeísta y amoral" (p. 57). De manera correlativa, y en oposición al modelo de subjetividad femenina centrado en la madre, la esposa monogámica o el ama de llaves, se producirá la figura de la "mujer-coneja", la playmate, "prototipo femenino complementario". De este modo, "situada en el umbral del apartamento del soltero, al mismo tiempo al alcance de su mano, pero ajena a su propio entorno doméstico, la ‘vecina de al lado' estaba destinada a convertirse en materia bruta para la fabricación de la compañera ideal" (p. 63). El dispositivo Playboy, para decirlo con Foucault, muestra toda su productividad en la emergencia de estas contra-figuras de la masculinidad y la feminidad, y constituye una narración disidente, según Preciado, al oponerse al discurso macartista de los años cincuenta en Estados Unidos.

A pesar de esta alteración de los códigos de género, y ubicándose más allá del discurso de la familia y del matrimonio, Playboy permaneció en el marco del discurso heteronormativo centrado en la diferencia sexual. La propia Preciado lo destaca: "La pornotopía Playboy trató de terminar en plena guerra fría con las bases sociales de la servidumbre masculina en el régimen del capitalismo heterosexual, pero no cuestionó el sistema de género que le era inseparable. El resultado de este programa desigual de liberación fue el híbrido de una versión high-tech de Robinson Crusoe y una versión voluptuosa de Mujercitas"(p. 206). En definitiva, aun cuando Hefner no dude en "describir la concepción de la playmate como la creación de una nueva subjetividad política cuya envergadura es comparable con la nueva mujer propuesta por el movimiento feminista" (p. 68), o incluso cuando Preciado señale el modo en que las nuevas pautas de masculinidad-feminidad representan "una redefinición de las tradicionales fronteras del género" (p. 37), la utopía sexual de Playboy se monta sobre la vieja (y desgastada) diferencia y jerarquización sexual. En este (supuesto) discurso disidente, "las conejas, piezas indispensables del consumo audiovisual que Playboy proponía, quedaban casi totalmente excluidas de los beneficios de esta economía" (p. 140), y la "liberación sexual" se traduce para nosotras, las sujetas-femeninas, en la posibilidad de devenir (una vez más) "agente(s) anónimo(s) de resexualización de la vida cotidiana" (p. 64).

Quizás porque yo soy de aquell@s que piensan que la revolución será feminista o no será, la mentada disidencia del discurso de Playboy no me parece comparable con la propuesta (siempre abierta) del feminismo. De allí que, incluso cuando a juicio de Preciado "quizás lo que se escondía tras la amenaza de la ‘arquitectura Playboy' era la posibilidad de una ‘revolución', ya no óptica sino política y sexual, [...] tanto [d]el orden espacial viril y heterosexual dominante en la guerra fría como [de] la figura masculina heroica del arquitecto moderno" (p. 20), yo leo en su lugar la reinvención del viejo contrato (hetero)sexual. Este contrato social y simbólico, sostenía Wittig, se monta en una distribución inequitativa de libertades, prácticas y derechos so pretexto de una diferencia sexual. El (contra)relato de Preciado, y quizás más allá de los sueños revolucionarios de Hefner y compañía, no solo devela de manera exitosa el carácter novedoso de Playboy como "prótesis de género" (propia de la tercera episteme del tardocapitalismo), sino que también la presenta como una nueva forma de encarnar (y producir) el viejo e inequitativo sueño de una naturaleza-femenina a la mano del consumo de los sujetos-varones-libres.

Presa del discurso de la diferencia sexo-genérica, Playboy nos "produce" a nosotras, las mujeres, como las piezas anónimas del "dispositivo masturbador masculino", objetos de consumo, privadas de las ganancias económicas, habitantes de la (pesadillesca) heterotopía de una "isla telecomunicada en la que un hombre envejece junto a un grupo, renovado constantemente, de jovencitas en bikini" (p. 206). Quizás lo que se escondía tras la "amenaza de la arquitectura Playboy" no es tanto la posibilidad de "una revolución político-sexual", sino más bien la reinvención (reificante) del viejo dispositivo (bio)político de producción de diferencias e inequidades sexo-genéricas. Quizás, me atrevo a decir, sea hora de celebrar otras contranarrativas sexuales y políticas, otros sueños y utopías que no se basen en la (poco novedosa) inequidad entre varones y mujeres, entre lxs unxs y l@s otr@s.

Virginia Cano