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Mora (Buenos Aires)

On-line version ISSN 1853-001X

Mora (B. Aires) vol.19 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires July/Dec. 2013

 

DOSSIER: SIRVIENTAS, TRABAJADORAS Y ACTIVISTAS. EL GÉNERO EN LA HISTORIA SOCIAL INGLESA

Las mujeres y la radicalidad política en el siglo XIX: una dimensión ignorada*

 

Dorothy Thompson**

* Dorothy Thompson, "Women and Nineteenth-Century Radical Politics: a Lost Dimension", en Outsiders: Class, Gender, and Nation, Londres, Verso, 1993.

**Dorothy Thompson (1923-2011), fue miembro de la Royal Historical Society. Dictó Historia Moderna Británica en Universidad de Birmingham entre 1968 y 1988.

 

Quienes escriben la historia del movimiento de liberación de las mujeres han notado la brecha importante que existió  entre las aspiraciones de las luchadoras por la emancipación de la clase media y las de aquellas mujeres que estaban por debajo de ellas, ubicadas en posiciones más bajas en la escala social de la sociedad victoriana. Una de las muchas hipocresías del pensamiento conservador victoriano consistía en su tipificación de la mujer como una criatura frágil, delicada y decorativa, y al mismo tiempo su tolerancia y, de hecho, dependencia de la explotación de una gran cantidad de mujeres en todo tipo de trabajos pesados y degradantes, que iban desde la minería del carbón a la prostitución. Estas mujeres, jornaleras y sirvientas, no tenían necesidad de luchar por el derecho a trabajar: la sociedad no habría sobrevivido mucho de haberles impedido trabajar. Su trabajo figuraba en lo más bajo de la escala de remuneración y de reconocimiento social, y hasta casi el final del siglo XIX, no se fundaron organizaciones estables para mejorar o proteger sus condiciones salariales y laborales. Los cambios en las condiciones de trabajo de las mujeres que eventualmente se implementaron por ley fueron el resultado de campañas radicales o humanitarias, antes que de las propias organizaciones de mujeres. Dichas campañas giraban tanto en torno al bienestar moral de las operarias y la estabilidad de la familia de clase obrera, como a la mejora de la condición de las mujeres en tanto trabajadoras.

La expansión de las manufacturas británicas y la rápida industrialización de finales del siglo XVIII y principios de siglo XIX no significaron el ingreso de las mujeres en la industria fabril. Ellas eran ya una parte esencial de la fuerza de trabajo en la industria que aún no se había mecanizado. Sin embargo, algo sí cambió en algunas industrias clave: la ubicación del trabajo. El advenimiento del obrero fabril independiente -fuera éste mujer, niño o niña- que trabajaba fuera de su casa pero que regresaba a su hogar y era responsable y a la vez dependiente del mismo constituyó un fenómeno nuevo, sobre todo en la escala que existía en los distritos industriales textiles a principios de la década de 1830.

Es posible que se exagere al hablar de la realidad de la "independencia" de las mujeres en términos económicos, ya que el salario que percibían se consideraba como una contribución al salario familiar antes que la contribución de un trabajador independiente.1 No obstante, es dable especular que el empleo en el sector "público" junto a integrantes de su propio sexo y un salario regular que cobraba directamente, aún cuando fuera legalmente propiedad de su esposo, pudo haber provocado entre las mujeres de la clase trabajadora una conciencia más vigorosa sobre cuestiones del oficio  y de la política y sobre los asuntos públicos en general.

El propósito de este artículo es demostrar hasta qué punto las mujeres participaron de hecho en los orígenes del radicalismo como movimiento político. Este período se caracteriza porque el radicalismo obrero combinó formas de acción tradicionales (manifestaciones masivas, procesiones y actividades políticas abiertas que involucraban a toda la familia y a comunidades enteras), junto a tempranas versiones de las formas más sofisticadas de organización que luego devendrían en el patrón de la acción política a fines del siglo XIX.

El cartismo fue la culminación de cincuenta años de actividad política e industrial de la clase obrera británica. En aquellos años, los distritos fabriles respondieron a los cambios provocados por las rápidas alteraciones en el ritmo y en los patrones de trabajo de diferente forma, algunas veces defensivamente, otras en forma activa y asertiva. Una larga serie de huelgas y paros en los principales oficios manufactureros -tejido de lana e hilo, cardado de lana, sastrería, zapatería- culminó en la derrota de los huelguistas y la aceleración de la mecanización. Era evidente que no se lograrían conservar los viejos patrones, las costumbres y los métodos de pago a través de la acción dentro de cada uno de los oficios. Los trabajadores por lo tanto se volcaron a la acción política o al sindicalismo en general, en busca de una defensa mas amplia de los niveles salariales y de algún grado de control político sobre el ritmo de la mecanización. Es difícil separar en esos años las  cuestiones políticas de las industriales. Enfrentados a las nuevas técnicas industriales, los trabajadores  buscaron una defensa contra el desempleo de hombres calificados en las viejas técnicas, y del control de la utilización del trabajo femenino e infantil para reemplazar al de los hombres en las nuevas fábricas. Al buscar alternativas a la introducción descontrolada de maquinaria, se presentaron un número de opciones. Para algunos, los argumentos de los owenistas y otros pensadores socialistas y radicales ofrecían una forma de ver a las nuevas máquinas como una bendición en lugar de una amenaza. Otras alternativas radicales coincidían en proponer una organización diferente de la industria, con una distribución más igualitaria de la nueva riqueza generada y el uso de una parte de esta riqueza para la educación infantil y el cuidado de los enfermos y los ancianos. Sostenían que se podía aspirar a una mejor forma de vida para los obreros industriales así como para los propietarios y comerciantes.

Para la década de 1830, el espectro del pensamiento radical era bastante amplio. Iba desde una posición defensiva en general, en la que se esgrimían los valores de las antiguas comunidades de la industria doméstica (supervisión de los padres sobre la crianza y el aprendizaje de los hijos, el estatus del padre como el jefe de familia y el principal asalariado, el valor de los antiguos oficios calificados no mecanizados), pasando por demandas más agresivas por el  derecho a organizarse para proteger salarios y condiciones de trabajo y acceder al sistema político a través del sufragio, hasta incluso el rechazo total al capitalismo industrial de emprendimientos privados a favor de una organización más racional de la industria que evitaría la competencia y fomentaría la cooperación. La producción industrial a gran escala aún constituía un sector minúsculo del total de la industria productiva y durante este período muchos creían que no sería imposible domesticarla y controlarla.

En 1832, la Ley de Reforma dio el sufragio a las clases medias. El antiguo sistema de representación, rígido e irracional le cedió paso, aparentemente bajo presión aunque sin una revuelta armada, a un sistema de representación uniforme en todo el país, que además les otorgó un lugar en el mundo político a los propietarios sin tierras. Las clases trabajadoras en Londres y las provincias habían formado parte de la presión que dio lugar a la reforma. Pero cuando quedó claro que los nuevos intereses estaban asegurando tanto la irrevocabilidad de los acuerdos de la reforma como el fortalecimiento legal de las exigencias de la clase media para un mejor disciplinamiento de la fuerza de trabajo (ejemplificado en la Enmienda de la Ley de Pobres y en la serie de juicios en contra de los gremios), la respuesta de la clase obrera fue de temor ante un declarado ataque de las autoridades a las instituciones y condiciones de vida de la clase obrera combinado con un resurgimiento positivo y esperanzador de la actividad política orientada a la ampliación del sufragio. Es por ello que el cartismo, a pesar de los fuertes elementos defensivos que conllevaba, fue básicamente un movimiento optimista. Los cartistas y sus seguidores realmente creían que ellos conseguirían el voto y que el logro estaría seguido de una mayor atención a las necesidades de los trabajadores por parte de las autoridades. Los cartistas creían firmemente en la posibilidad de producir grandes cambios en la estructura de poder y autoridad de la sociedad británica que resultarían en un sistema más igualitario y humano. En ese sistema alternativo, las mujeres jugarían un rol más igualitario que el que tenían en la sociedad contemporánea.

Que ese optimismo existió puede ampliamente demostrarse, y la historia del papel de las mujeres en el cartismo tiene que ser contada para subrayar este punto. Lo que resulta más difícil de entender, sin embargo, es por qué este elemento desapareció del pensamiento y la acción radical en algún momento en la década de 1840. Las mujeres de la clase obrera parecen haberse retirado a sus hogares en algún punto de mediados de siglo, o tal vez hasta un poco antes. Hasta ese momento, existen evidencias de su participación activa en la política de las comunidades obreras.

La agitación de la Reforma, que se renovó luego del fin de las Guerras Napoleónicas asumió un carácter masivo en algunos distritos manufactureros, en especial entre los obreros algodoneros de Lancashire. En su autobiografía, Samuel Bamford dejó una vívida descripción de su experiencia como líder local en esos años. Él asume una responsabilidad personal en la admisión formal de las mujeres a los consejos de los reformadores.

En una de esas reuniones que se llevaron a cabo en Lydgate, Saddleworth […], yo insistí, durante una intervención, en que era justo y también un derecho que las mujeres presentes en dichas asambleas votaran con la mano a favor o en contra de las resoluciones. Ésta era una idea novedosa y la gran cantidad de mujeres que asistieron (a la reunión) en aquellos cerros desolados se sintieron muy complacidas. [L]os hombres no estuvieron en desacuerdo cuando se propuso la resolución y las mujeres levantaron la mano, entre grandes risas. Y desde ese momento las mujeres votaron en las asambleas radicales […].2

Más allá de hasta dónde se atribuya la responsabilidad a Bamford por este fenómeno, no hay dudas de que el movimiento de la Reforma incluyó a muchas mujeres y que se formaron gremios políticos femeninos, con sus propios comités y funcionarias. Cuando el 16 de agosto de 1819 los reformistas de las comunidades tejedoras se encolumnaron  y marcharon a Manchester para participar de la manifestación más grande hasta esa fecha en pro de la reforma parlamentaria, muchas mujeres estaban allí en St. Peters Fields.3 El contingente de Middleton que lideraba Bamford, arrancó con "unas cien o doscientas mujeres encabezando [la columna], la mayoría jóvenes esposas, entre ellas la mía. Cien o doscientas de las más bellas jóvenes, novias de los jóvenes que nos acompañaban, bailaron al compás de la música o cantaron estrofas de canciones populares […]".4

Junto a sus propios y vívidos recuerdos de lo que sucedió ese día, Bamford incluye el relato de su esposa, separada de él en la multitud. Sesenta y cinco años más tarde, cuando los radicales de Failsworth organizaron una manifestación contra la Cámara de los Lores durante el tratamiento de la Ley de la Tercera Reforma, llevaron con ellos en la marcha a un grupo de diez viejos radicales que habían estado presentes en la masacre de Peterloo, con la bandera que habían portado en 1819. Cuatro de los diez eran mujeres.5

Las mujeres de los distritos manufactureros eran nuevas en la política, igual que mucho de los varones. Sin embargo, al igual que ellos, muchas ya tenían experiencia en otro tipo de protestas. Existe una amplia evidencia de la participación de las mujeres en los motines del hambre y otras manifestaciones en el siglo XVIII y principios del XIX. Southey dejó constancia de la gran ferocidad demostrada por las costureras de guantes de Worcester.

Hace tres o cuatro años las damas inglesas empezaron a preferir los guantes largos de seda; la demanda de guantes de cuero cesó de inmediato y las mujeres que se dedicaban a coserlos fueron despedidas de sus empleos. Ése fue el caso de cientos aquí en Worcester. En esos casos, los hombres por lo general se quejan y se someten, pero las mujeres están más dispuestas a la rebeldía, le temen menos a la ley, en parte por ignorancia, en parte porque presumen de los privilegios de su sexo y por lo tanto en todas las protestas públicas son las primeras en recurrir a la violencia y la ferocidad. En esa ocasión, llevaron su protesta al territorio femenino: era peligroso usar guantes de seda en las calles de esta ciudad. Y se cuenta que una dama que por ignorancia o estupidez se aventuró a caminar por las calles con esa moda prohibida fue asaltada por las mujeres y azotada.6

Más o menos por la misma época, "Lady Ludd" lideraba una protesta en Nottingham contra un panadero que había subido el precio de la harina a 2 peniques los 3 kilos y medio:

Varias mujeres del callejón Turn-calf colgaron una hogaza de pan de medio penique de una caña de pescar, después de trenzarla y envolverla en un trozo de crepé negro, para que pareciera una hambruna sangrante vestida en una tela de bolsa de harina. Con esto y con la ayuda de tres campanas, dos en manos de mujeres y una que llevaba un niño, muy pronto se fue juntando una gran multitud de mujeres, niñas y niños.7

A un nivel menos espontáneo de acción, hay numerosos ejemplos de la actividad de sociedades mutuales femeninas durante el inicio del siglo XIX. Éstas proveían a los enfermos y los funerales, y también deben haber fungido como organizaciones sociales. Muchas tenían reglamentos que insistían en la conducta proba y decente, incluyendo, al menos en un caso, sanciones contra cualquier integrante que tuviera relaciones sexuales irregulares con el marido de otra integrante. Se sabe muy poco de estas sociedades, o hasta qué punto desempeñaron funciones relacionadas a actividades gremiales en los períodos en que los gremios eran ilegales, tal como parece haber sucedido con las sociedades masculinas. Sin embargo, es claro que fueron mujeres quienes las organizaron y administraron y que no fueron únicamente mujeres solteras. También existieron logias femeninas dentro de muchas de las sociedades mutuales masculinas, como Rechabites, Druids y Oddfellows, entre otras.8

En los primeros gremios, el papel de las mujeres variaba de un oficio a otro. En la mayoría, la cooperación entre varones y mujeres se dificultaba por los problemas derivados de la gran diferencia de salario pagado por el trabajo hecho por mujeres, aunque entre los tejedores parecen haber pagado tarifas iguales (siempre en base al trabajo a destajo) y la membresía en el gremio estaba abierta a ambos sexos. Cuando en 1829 James Burland asistió en Barnsley a una reunión de tejedores de lino en huelga y pidió información sobre uno de los oradores, se dirigió a su vecina, "una mujer mayor, alta, de huesos grandes y aspecto masculino con una pipa en la boca", para preguntarle sobre el orador y la huelga.9 En 1832, el periódico Leeds Mercury, informó que:  "Las perforadoras de tarjetas [de telar] en los condados de Scholes y Hightown, en su  mayoría mujeres, realizaron una asamblea en Peep Green de 1500 personas en la que se determinó que no se perforaría ni una tarjeta más por menos de medio penique el millar."

Esto se publicó juntó al comentario presumiblemente irónico: "Los alarmistas pueden considerar estas señales de independencia femenina como más peligrosas para las instituciones establecidas que 'la educación de los sectores bajos' ".10

Cuando, en el verano de 1834, los movimientos gremiales y radicales irrumpieron en la breve experiencia de la Gran Unión Nacional de Gremios Consolidados (Grand National Consolidated Trades Union), las mujeres estaban presentes en las logias de las Operarias Sombreras, Mujeres Sastres y también simplemente como Mujeres de Gran Bretaña e Irlanda.11

Por lo tanto, las mujeres jugaron un papel importante en los procesos de trabajo y en las actividades sociales y públicas de la comunidad. A medida que la gente se volcaba hacia formas de acción más políticas en las década de 1830, hombres y mujeres participaron conjuntamente de estas acciones. Los periódicos ilegales sin estampillar (que por lo tanto no pagaban el impuesto de publicación) eran parte de la campaña contra el impuesto a los periódicos a comienzos de la década y fueron voceados por todo el país tanto por mujeres como por varones. Cuando Brady de Sheffield estaba regresando a casa después de pasar una temporada en prisión por vender el Poor Man's Guardian, los radicales locales lo fueron a buscar y lo escoltaron por todo Barnsley portando linternas y acompañados por una banda de música. Tal como se afirma en un relato, Brady era "el héroe del momento. Pero no lo era menos que la Sra. Lingard, la heroína, ya que estuvo presente con una pila de periódicos sin estampillar que voceaba para vender y a la que -resulta casi innecesario aclarar- no le faltaron compradores".12 La Sra. Lingard era la esposa de Joseph Lingard, un zapatero radical de Barnsley que se convirtió en agente de prensa, y la madre de Thomas, quien más adelante fue uno de los líderes cartistas de Barnsley. Los Lingard son sólo un ejemplo, entre muchos otros, de una familia radical en la que ambos sexos y más de una generación formaron parte de la dirigencia local. En Leeds, durante el mismo período, Alice Mann fue quien lideró la publicación, venta y distribución de periódicos que no pagaban impuestos.13

Todos los observadores contemporáneos subrayaron la presencia de las mujeres en la multitud durante los motines, disturbios y manifestaciones de la década de 1830. Por ejemplo, en el movimiento contra la Nueva Ley de Pobres de 1834 que se desató en los distritos fabriles del norte en 1837, las mujeres y las niñas estaban al frente, como lo estaban en las manifestaciones públicas de los comités por la jornada de 10 horas.14 Al escribir desde Yorkshire en 1838, Lawrence Pitkeitbly, un líder del movimiento por la reducción de la jornada laboral y contra las Leyes de Pobres, urgía a su colega radical James Broyan de Nottingham: "Espero que logren que sus mujeres se pongan en movimiento y ataquen en masa a esos canallas que defienden la Bastilla, sea los que ya estén allí o que se dirijan a tu ciudad; perseveren y seguro triunfarán, sean dóciles y no habrá más que Bastillas para ustedes […]".15

La presencia de las mujeres, casi como tropas de choque en estas protestas violentas, ha quedado bien documentada al menos hasta 1842, cuando F. H. Grundy, al describir su experiencia de la multitud en los "motines del tapón" 16, se refirió a un enfrentamiento entre los cansados manifestantes y las tropas. Grundy contaba: "Todos estaban hambrientos, ya caía la noche; y aunque arrojaron algunas piedras, casi todas lanzadas por mujeres por supuesto, cuando el magistrado se adelantó para leer la Ley Anti-Motines, al menos ese día la multitud se dispersó pacíficamente".17

En los inicios del período cartista, los distritos manufactureros de Lancashire, Yorkshire, Nottingham, Escocia, Gales del Sur, Newcastle y los West Midlands tenían una larga tradición de actividad industrial y política radical, más reciente aunque tal vez más diseminada que las antiguas tradiciones jacobinas de las ciudades. Para la década de 1830, en la mayoría de los distritos había familias radicales en las que más de una generación legaba tradiciones, creencias y un folklore radical a sus hijos y a quienes recién se iniciaban en la política. Hacia finales de siglo, muchos cartistas recordaban una infancia o juventud estrechamente asociada con esta tradición. Benjamin Wilson, un cartista de Halifax y luego historiador del movimiento en su ciudad, recordaba en 1887 cómo creció en Skircoat Green, "un pueblo que hacía mucho se destacaba por su radicalismo".

Las mujeres de este pueblo no le iban a la zaga a los hombres en su amor a la libertad, puesto que he escuchado a mi madre contar sobre sus asiduas asambleas y conferencias en la casa de Thomas Washington, un zapatero […]  ellas también estuvieron de duelo (en la época de Peterloo) y marcharon en procesión, la esposa de Tommy llevando un gorro frigio en la punta de un palo […].

Cuando Wilson se mudó a la casa de su tío para trabajar como bobinador y cadete, fue su tía, "una famosa dirigente política, cartista y gran admiradora de Feargus O'Connor", la que primero lo introdujo a la política.18 Peterloo figura en forma prominente en la crianza de los cartistas de Yorkshire y Lancashire. Wilson de hecho nació ese mismo año, pero aprendió sobre la masacre casi al mismo tiempo que aprendió a hablar. Cuando Isaac Johnson, de Stockport fue apresado por sus actividades cartistas en 1839, le causó honda impresión al Inspector de Prisiones H. M., que lo describió como:

Un hombre astuto, creo que después de ganar seis premios, un republicano por principio; sin educación, lo que él explica debido a que fue expulsado de la escuela, pues en la época de Peterloo su padre lo obligó a asistir a clases con un sombrero blanco con una banda de crepé verde, por lo que fue expulsado y después de eso nunca más asistió a ningún otro establecimiento.19

W. E. Adams, quien más tarde editaría el Newcastle Weekly Chronicle, fue un cartista ferviente durante su juventud en Cheltenham:

Existen pocos hombres que aún vivan, creo yo, que hayan sido introducidos al cartismo antes que yo. Toda mi gente, aunque no hubiera ni un varón entre ellas, era cartista o al menos estaba interesada en el movimiento cartista. Si no respetaban el "mes sagrado" era porque pensaban que si unas pocas lavanderas pobres suspendían el trabajo no tendría mucho efecto sobre la política nacional. Sin embargo, por un tiempo sí se abstuvieron de consumir productos sujetos a impuestos sobre el consumo.20

Otro cartista, William Aitken, tejedor, director de escuela y radical de toda la vida, recordaba a las mujeres que lo habían introducido a la política cuando era muy joven en Ashton-under-Lyne, uno de los distritos más radicales de Lancashire:

Mis más tempranos recuerdos de mi historia en el radicalismo son las invitaciones que solía recibir para asistir el 16 de agosto, a la casa de la vieja Nancy Clayton, en Charlestown, para protestar por la masacre de Peterloo y beber en solemne silencio "a la memoria inmortal de Henry Hunt" […]. La vieja Nancy y su marido habían estado ambos en Peterloo y creo que los dos fueron heridos, o al menos la mujer había sido herida. En aquel día memorable llevaba unas enaguas negras, que luego transformó en una bandera negra, que los 16 de agosto solía estar colgada con un gorro frigio verde prendido a la misma. En el año 1838 hicieron un nuevo gorro frigio para colgarlo junto a la bandera negra en el aniversario de la masacre de Peterloo. Estos terribles y terroríficos emblemas de sedición alarmaron a las autoridades de entonces. A  nuestro jefe de policía -para nada amante de la democracia- un juez le  ordenó enviar una partida de agentes especiales y todo el poder civil que pudiera organizar para llevarse por la fuerza estos viles emblemas de la anarquía y la revolución de las clases inferiores. Y allí se dirigieron […] pero las mujeres de aquella parte del vecindario se enteraron de la razia que se avecinaba sobre sus queridos emblemas y entonces los quitaron de la ventana y los escondieron. La galante y bravía banda de hombres llegó hasta la puerta de la casa de la vieja Nancy Clayton y se apostaron como tropas amenazantes, mientras que el jefe de policía subía las escaleras junto a un subordinado y allí entre las mujeres se encontró a mi vieja amiga Riah Witty, quien le contó a este escritor lo que sigue. En tono imperioso y altanero, como correspondía al jefe de tan noble banda y de una causa tan justa, exigió que le entregasen la bandera negra y el gorro frigio. Mi vieja amiga Riah dijo: "¿Qué tenéis que hacer vos con el gorro de la libertad? Su merced jamás apoyó la libertad, ¿qué reclamo tiene sobre ella?"

A pesar de ello, registraron la habitación y la pobre bandera negra fue encontrada bajo la cama y arrestada […] registraron la casa de cabo a rabo buscando el gorro frigio, pero ni el genio del jefe de policía, ni su subordinado pudieron encontrar el emblema faltante de la revolución. Así se retiró esta galante banda de hombres, con las enaguas de la pobre vieja Nancy, y nunca más la bandera negra presidió el banquete radical de pastel de papa y cerveza destilada en casa […].

El sábado siguiente a esta gran demostración de fuerza Riah Witty se encontró con el jefe de policía y exclamó:

"Entonces, ¿no habéis encontrado ese gorro frigio, no es cierto?"
"No", dijo él, "No lo encontré, Riah, ¿dónde estaba?" A lo que ella respondió,
"Sabía que no podría encontrarlo; estaba donde no se atrevió a buscarlo…"21

Es raro encontrar organizaciones radicales de mujeres que hayan sobrevivido sin interrupción durante las décadas de 1820 y 1830, pero las protestas en contra de la Ley de Pobres de 1837 vieron el crecer o el revivir de las asociaciones femeninas en varias regiones. En Elland, un pequeño pueblo de manufacturas laneras en West Riding, Yorkshire, las mujeres radicales llevaron a cabo asambleas durante el período pre-cartista, con mujeres como oradoras. Después de una de estas reuniones, el periódico Globe le recriminó a Elizabeth Hanson su ataque a la Nueva Ley de Pobres y su falta de comprensión de las leyes de la economía política. Su respuesta fue inspirada:

Señor, me sorprende que su sagacidad como político y educador público no le deje comprender el sentido de lo que dije con respecto al sufrimiento que mencioné en una asamblea pública de mujeres en Elland. Al hablar de ese tema, Ud. dice "cómo es que mi sagacidad femenina no me mostró que el sufrimiento tenía lugar bajo la vieja ley de pobres". Ya sabía eso, señor, tan bien como usted. Lo supe en el momento en que lo dije y lo sabe todo aquel con sentido común, que ni la antigua ley de pobres ni la nueva, tienen algo que ver con la causa del sufrimiento.

 El sufrimiento, señor, es el efecto de una sociedad mal organizada; entonces se crea la ley de pobres, que es un emblema en sí mismo de esa organización, como corrector o paliativo […].

[…] Usted habla de expandir nuestro comercio. Hemos saqueado todo el planeta habitable. Si Ud. puede encontrar un camino a la luna, tal vez podamos, con la ayuda del papel, extender nuestra competencia un poco más; pero si lo que Ud. busca es mejorar la condición de las clases trabajadoras, entonces que nuestro gobierno legisle para que la maquinaria vaya paso a paso con la mano de obra manual y que actúe como un auxiliar o asistente, no un competidor.22

Al parecer, Elizabeth Hanson integraba otra familia radical, ya que posiblemente fue la esposa de Abraham Hanson, tejedor y predicador laico, y la madre de Feargus O'Connor Hanson, nacido en 1837. Ponerle los nombres de conocidos líderes radicales a niños y niñas fue una práctica común en aquellos años. En 1849, el corresponsal del Morning Chronicle observaba:

Un curioso indicio del estado actual de la política radical en el pueblo (Middleton, Lancashire) puede corroborarse en el registro parroquial, testigo de que está de moda entre la gente bautizar a sus hijos con el nombre del héroe del momento. Así, una generación atrás más o menos, los Henry Hunts eran tan comunes como las moras; luego le siguió una cosecha entera de Feargus O'Connors y últimamente han florecido unos cuantos Ernest Jones.23

El podio en la asamblea donde habló Elizabeth Hanson fue luego ocupado por Mary Grassby, a quien el Globe también atacó por sus actos indecorosos. Ella también respondió defendiéndose con bravura. Las radicales de Elland siguieron realizando sus actividades públicas con un discurso de bienvenida a los jornaleros de Dorchester que regresaban de prisión en la primavera de 1838. En su arenga felicitaban a los hombres por su liberación, pero los urgían a unirse a la campaña para asegurar el perdón y liberación de los hilanderos de algodón de Glasgow, sentenciados bajo el cargo de conspiración en 1837 y cuyo caso fue el segundo juicio más importante contra la organización gremial en el período pre-cartista.24 Las mujeres de Elland fueron francas seguidoras de Richard Oastler y se opusieron a la Nueva Ley de Pobres, igual que las mujeres de Staleybridge, en Lancashire, de quienes se informaba que en febrero de 1838 preparaban una petición contra la Nueva Ley de Pobres para no ser menos que los hombres que ya habían recolectado varios miles de firmas con su petición.25

En junio de 1838, apareció una carta en el Northern Star dirigida a las mujeres de Escocia y firmada por "Una Verdadera Demócrata", que comenzaba diciendo:

Estimadas compatriotas, me dirijo a ustedes como una trabajadora común, una tejedora de Glasgow. No esperen de mí que mi gramática sea perfecta, ya que no he tenido la educación, como muchas de mis colegas, que debiera haber recibido y que es el derecho de todo ser humano […]. Es el derecho de toda mujer tener un voto en la legislación de su país y aún más ahora que tenemos a una mujer como jefa de gobierno […].26

Este es uno de los raros casos en aquellos años en los que la demanda del sufragio femenino es defendida específicamente por mujeres obreras. En general sus demandas son más de tipo social y más generales, como las de las radicales de Rochdale, quienes fundaron su sociedad al año siguiente "decididas a demostrarle al mundo públicamente que conocen sus derechos y los van a defender".27

Así, las mujeres al parecer asumieron una posición radical en el período posterior a la Ley de Reforma, ya sea formando sus propias organizaciones o participando en manifestaciones y acciones junto a sus esposos y familias. A medida que el movimiento radical cobraba impulso en los años 1837, 1838 y 1839, casi no hay dudas de que las mujeres fueron parte de ese empuje.

Cuando Henry Vincent visitó West Riding, Yorkshire, como misionero de la Asociación de Obreros de Londres para alentar la formación de asociaciones provinciales, se sintió casi abrumado por la forma en que lo recibieron. Desde Huddersfield, la tierra de Richard Oastler y Lawrence Pitkeithly, escribió:

Nuestra asamblea estaba citada a las cuatro de la tarde, nos fueron a buscar a la entrada algunos amigos que nos llevaron a una posada donde tomamos el té. Luego nos condujeron a través del pueblo entre encantadoras escenas de alegría. Todos los habitantes del pueblo, granjeros y de los alrededores, con sus esposas e hijas salieron de sus casitas y se unieron en procesión para asistir a la asamblea. Esta se llevó a cabo en una hondonada, justo a la entrada del pueblo, toda rodeada de verdes colinas: los hombres estaban de pie en la hondonada, en tanto las bellas jóvenes y mujeres con sus delantales blancos y cofias decoradas de verde, se sentaron alrededor en las laderas de la colina. Jamás en mi vida había sido testigo de una visión tan gratificante […].28

Vincent recorrió Inglaterra en 1837 y 1838 y lo impresionó el hecho de que no  muchas mujeres asistían a todas las asambleas públicas en las que era orador, sino que en varios lugares era obvio que ellas tenían sus organizaciones independientes. En Trowbridge, Wiltshire, las damas le regalaron un "elegante traje", al que las tejedoras de Tiverton añadieron un "hermoso chaleco, tejido por ellas mismas".29 En Birmingham, la gran multitud que siguió a Vincent y a los oradores locales hasta Holloway Head para la reunión al aire libre incluía a mujeres además de hombres: "Tan lejos como alcanzara la vista había una espléndida variedad de belleza masculina y femenina […] entre todas había 50 000 mujeres, todas ataviadas limpia y pulcramente."30 En Hull, el nuevo salón estaba "atestado hasta la sofocación y las mujeres adornaban con su encanto la galería".31 En octubre de 1838 Vincent organizó un encuentro exclusivamente para mujeres en Bath.

Firmé un llamado el sábado a última hora anunciando que había conseguido los Jardines de Larkenhall, situados como a una milla de la ciudad, e invité a las damas a asistir a las tres horas […] ayer por la tarde todo el camino que llevaba hasta el sitio de encuentro estaba repleto de mujeres muy respetables, algunas de a pie y otras en coches y diversos vehículos que lentamente se abrían camino hasta el lugar indicado. Los jardines que podían acoger al menos 5000 personas estaban atestadas a un grado sofocante, y todos los hombres tenían prohibida la entrada excepto el Sr. Kissock…., el Sr. Young… y yo. Cientos quedaron afuera y no pudieron acercarse al lugar.32

En Blandford, Dorset, "podía verse a los muchachos y a las jóvenes arribando en masa por los campos cultivados y las colinas desde todas las direcciones" hacia el sitio de reunión en las afueras del pueblo. A medida que los oradores llegaban a la plataforma erigida para ellos, recibían "los habituales saludos amistosos, los hombres con sus vítores y las mujeres aplaudiendo y agitando sus pañuelos".33

A lo largo y ancho del territorio, en todas las regiones del país con una historia de franca actividad radical, las mujeres parecen haber entrado al cartismo junto a los hombres. Era usual que establecieran sus propias organizaciones, con frecuencia con el aliento y la ayuda de los varones. En Newcastle-on-Tyne, la primera asamblea de la Asociación Femenina de Cartistas fue presidida por James Ayr, un conocido radical de la zona. Los hombres eran admitidos a la asamblea pagando una entrada de dos peniques y las mujeres entraban gratis.34 En otros sitios, como Bath, tuvieron sus propias funcionarias desde el comienzo. La Sra. Bolwell, había presidido la asamblea en la que Vincent habló, y según él dijo, ella había dado un muy buen discurso. Sin embargo, al igual que las mujeres en Elland y como la Sra. Anna Pepper de Bradford, quien les habló a las cartistas de esa ciudad sobre las responsabilidades políticas de las mujeres en diciembre de 1840, las oradoras mujeres se dirigían a un público exclusivamente femenino. Al parecer las mujeres no figuraban en la presidencia o las plataformas donde se reunía un público mixto, aunque los hombres en ocasiones sí se dirigieron a un público exclusivamente femenino.

"Hurra por las mujeres" comenzaba un informe del Northern Star:

El pasado miércoles, el Sr. Reeves de Sunderland visitó este lugar (New Durham) para organizar una asamblea en apoyo a la Carta. Una vez que obtuvo un salón, el Sr. Reeves procedió a llegar al lugar para la hora en que estaba anunciada la reunión, pero para su sorpresa, en lugar de encontrar un salón lleno de hombres (quienes no habían tenido tiempo de llegar tan temprano siendo que recién salían del trabajo), cada rincón de ese enorme salón, incluidos los alféizares de las ventanas, estaba ocupado por las ingeniosas mujeres del lugar. Esto fue una agradable sorpresa para el Sr. Reeves y -ya fuera que tuviera pensado hacerlo o no- no tuvo más remedio que hablarles a las damas, pues lo hicieron entrar al salón, echaron llave a la puerta y lo colocaron sobre la silla, declarando que no se iría hasta que hubiera formado una asociación femenina. Así se hizo y a la mañana siguiente media docena de estas patriotas recorrieron toda la ciudad con carteles y pegamento, convocando a otra asamblea para el sábado siguiente […].35

Las asociaciones radicales femeninas, de las cuales el Northern Star menciona a más de veinte durante los primeros dos años a partir de la existencia formal del cartismo, se ocupaban de una diversidad de actividades además de las asambleas públicas. En Sheffield, bajo el liderazgo de la Sra. Foden, esposa de Peter Foden, recolectaron los nombres de las mujeres que simpatizaban con la causa y las alentaron a "inculcar los principios del cartismo a sus hijos".36 Asistían a asambleas y manifestaciones, preparaban pancartas y banderas, decoraban los salones y los vagones de los oradores. Las mujeres organizaban y participaban en los eventos sociales, desde las cenas radicales de "pastel de papa y cerveza casera" de Nancy Clayton, hasta las veladas más ambiciosas y noches musicales que se realizaron en otras regiones. Desempeñaron un papel fundamental en los esfuerzos educativos realizados por algunas localidades, que incluían capillas cartistas y demócratas, escuelas dominicales, e inclusive escuelas de día. Todos estos emprendimientos requerían del apoyo activo de las mujeres para tener éxito, al igual que lo precisaba esa importante forma de presión obrera, los acuerdos de comercio exclusivo.37 En distritos mayoritariamente obreros, quienes estaban calificados para votar para el parlamento (10 libras) eran por lo general dueños de tiendas y tabernas. Muchos de ellos dependían de su clientela obrera para sobrevivir y, por lo tanto, en los días de elecciones abiertas, era posible presionar al menos a una pequeña cantidad de votantes. A comienzos de 1839, los cartistas de Barnsley que estaban recolectando dinero para el Fondo de Apoyo Nacional (National Rent) y para el fondo de defensa creado para brindar apoyo legal al líder arrestado Joseph Rayner Stephens, resolvieron:

Que se pida a quienes hayan reclutado a los comerciantes de la ciudad para realizar contribuciones para el fondo nacional de apoyo y para la defensa de Stephen, que confeccionen una lista de aquellos que aceptaron donar fondos, para que esa lista sea leída cada noche por el presidente o el secretario como preámbulo de la agenda de la reunión y a modo de directorio de acuerdos de comercio exclusivo.38

En Halifax, Ben Wilson recordaba a varios comerciantes que prosperaron gracias a la clientela de costumbre sus colegas cartistas. Ese fue el caso de James Haigh Hill, un carnicero de Shambles, conocido como el carnicero cartista, que empleaba a un peinador llamado Boden, un líder del movimiento y uno de los mejores oradores en Halifax. "He visto multitudes de gente frente a su tienda un sábado a la noche y una vez llevó a una banda de música […]"39 Las miles de pequeñas compras de cada familia obrera podían representar un considerable poder financiero si estaba organizado. Los opositores de los cartistas, o los comerciantes que habían testificado en las cortes en contra de los prisioneros cartistas se dieron cuenta tarde del riesgo que corrieron en más de una de las regiones donde el cartismo era fuerte.40 El poder de compra de la clase obrera también podía utilizarse para apoyar a los líderes del movimiento en sus pequeñas empresas, así como para embarcase en emprendimientos de comercio cooperativo. Todas estas actividades requerían del acuerdo y la cooperación activa de las mujeres de las comunidades y se llevaron a cabo con éxito en aquellas áreas donde los hombres y las mujeres participaban juntos.

Una forma de manifestación en algunos lugares fue la ocupación pacífica de la iglesia parroquial por parte de un gran número de cartistas durante el día de descanso. Se sentaban en los bancos por los que no habían pagado alquiler y con frecuencia insistían en que se predicara sobre un texto escogido por ellos, como ser: "Él que no trabaja, tampoco comerá", o "Vayan ahora, hombres ricos, lloren y griten por las miserias que caerán sobre ustedes" y otros de este estilo. Algunos clérigos aprovecharon la ocasión para predicar sermones anti-cartistas y uno de ellos, el reverendo Francis Close, cura a perpetuidad de la Iglesia Parroquial de Cheltenham publicó dos sermones sobre las ocupaciones cartistas, el primero dirigido a los hombres y el segundo a las mujeres cartistas de Cheltenham.

Ya era bastante malo [se quejaba Close] que usaran su influencia sobre esposos, hermanos y padres para fomentar la discordia, promover el espíritu de rebeldía y exacerbar, en lugar de calmar, las malas pasiones de aquellos con quienes viven. Pero por desgracia, en estos días donde reina el mal, estos días foráneos a nuestro suelo británico, no contentas con esto, las mujeres ahora se han vuelto políticas; ¡dejan el huso y la rueca para escuchar a los maestros de la sedición; olvidan sus hogares y tareas hogareñas para ir a asambleas políticas; descuidan el trabajo honesto para leer periódicos facciosos! Y han abandonado de tal modo todo sentido del decoro, de modestia y sumisión femenina, que se convierten en agitadoras políticas: dictadoras, asediadoras, ¡en mujeres cartistas!41

En sus comienzos, aunque la política cartista se distinguió de movimientos más antiguos por su escala y extensión, era similar sin embargo en cuanto a las formas tradicionales de protesta y agitación. Los reclamos, incluso el del sufragio universal, con frecuencia se expresaban en términos que apuntaban más a la restauración de derechos perdidos antes que a la creación de nuevos derechos. Defender a sus hijos del sistema fabril, a sus empleos y los de sus esposos de la creciente explotación (en la cual la mecanización fue sólo un aspecto), y la resistencia  a las atribuciones de un estado centralizador  -tal como lo demostraban la durísima Nueva Ley de Pobres y las propuestas para dar mayor poder a la policía- fueron motivaciones suficientemente fuertes para impulsar a las mujeres a participar activamente en la política cartista. Sin embargo, hubo hombres y mujeres que fueron más allá y propusieron cambios fundamentales en la sociedad. Entre ellos estaban los owenistas, para quienes las instituciones tradicionales del matrimonio y la familia nuclear eran obstáculos para el desarrollo de una comunidad genuinamente cooperativa. Estos partidarios del "sistema social" arremetieron sistemáticamente contra las leyes relativas al divorcio y el matrimonio y se regocijaban en mostrar evidencias de la injusticia y la inhumanidad de las situaciones existentes. Así utilizaron desde historias de asesinatos y violencias, como el caso del marido que asesinó a su mujer por culpa de un matrimonio infeliz: "¡Verdaderamente es muy posible que los cristianos abusen del sistema del matrimonio de los socialistas ya que su propio sistema no tiene fallas!", hasta incidentes más graciosos como aquel en la que un disertante anti-socialista que atacaba las ideas socialistas sobre el matrimonio en una reunión pública en Liverpool fue interrumpido por su propia esposa abandonada, quien había leído el anuncio de la reunión y había venido "para verlo y tener un pequeño debate sobre ciertos hechos importantes. Aquí tienen a uno de los especímenes de los oponentes del sistema social".42

Los owenistas incluyeron a las mujeres entre sus oradores y las inscribieron en sus proyectos comunitarios. Al dirigirse a los miembros de la Comunidad de Cambridgeshire, B. Warden, de la rama Este de Londres, apeló especialmente a las mujeres entre ellos:

¡Hermanas de la comunidad! Ustedes que tienen todo para ganar y nada para perder, ustedes a quienes la ley considera políticamente muertas, ustedes cuyos derechos jamás fueron reconocidos excepto por el sistema social, recuerden, repito, deben adquirir conocimiento. De ustedes depende mayormente el carácter de nuestros jóvenes; de ustedes depende la paz y la felicidad del círculo de la comunidad. Sin ustedes la superestructura estaría sin terminar; ustedes, la piedra fundamental que los constructores han rechazado, se han convertido en el baluarte de nuestra paz y unidad.43

Muchos owenistas también eran cartistas, ya que la doctrina pura del socialismo owenista no se ocupaba de la política cotidiana. Así, quienes aceptaban la crítica generalizada de Owen al capitalismo competitivo pero también deseaban involucrarse en la política contemporánea, se unieron a la movilización por el sufragio.

Aunque, sin duda las mujeres participaron en la acción del reducido grupo de comunidades owenistas44 y en los aún más minúsculos grupos socialistas, como los sansimonianos (quienes publicitaban con cada copia del New Christianity or the Religion of St. Simon "un retrato a color de una mujer sansimoniana"),45 se registra muy poca evidencia de este pensamiento "de avanzada" en las declaraciones de las mujeres cartistas. Los reclamos de las mujeres son en general más o menos los que expresaba la Unión Política Femenina de Newcastle-upon-Tyne en febrero de 1839:

[…] Hemos visto que debido a que el ingreso de los maridos no alcanzaba para mantener a su familia, la esposa se ha visto obligada a descuidar su hogar y, junto a sus hijos pequeños, trabajar en un empleo que degrada el alma y el cuerpo […]. Durante años hemos luchado por mantener nuestros hogares confortables, tal como nos indicaban nuestros corazones que debíamos ofrecer a nuestros maridos luego de tanto trabajar. Han pasado los años e incluso ahora nuestros deseos no están cerca de cumplirse, nuestros maridos se sienten agobiados, a nuestros hogares les falta la mitad de lo necesario, nuestras familias no están bien alimentadas y nuestros hijos no tienen educación […].46

En los episodios de violencia que se desataron durante el verano de 1839, participaron por igual varones y mujeres. En Llanidloes, donde la muchedumbre local "rescató" a un grupo de cartistas que habían sido arrestados por la policía metropolitana traída especialmente para el caso, los testigos coincidieron acerca del papel activo de las mujeres:

Algunas mujeres que se habían unido a la multitud no dejaban de instigar a los hombres para que ataquen el hotel. Una vieja marimacha juraba que pelearía hasta quedar cubierta de sangre, antes que los londinenses del lado Este se llevaran a sus prisioneros fuera de la ciudad. Ella, junto a otras de su sexo, juntaron una enorme pila de piedras que luego utilizaron para dañar y arruinar el edificio donde estaban los prisioneros […].47

El motín de Llanidloes fue una de las escasas ocasiones durante el período cartista en el que las mujeres fueron arrestadas y sentenciadas por su participación. En general, la política de las autoridades parece haber sido arrestar a mucha gente, pero sólo para llevar a juicio una pequeña proporción de los arrestados, que raramente incluía a las mujeres.

En los motines conocidos como Plug Riots (motín de los tapones), en el verano de 1842, tal vez el último ejemplo importante de la "vieja" política abierta de las comunidades obreras en los distritos industriales, la presencia de gran cantidad de mujeres entre los huelguistas está bien documentada. Frank Peel, un testigo directo de los acontecimientos describió que, recordaba las escenas de miles de obreras marchando hacia Yorkshire atravesando los Peninos: […] una cantidad considerable de los insurgentes eran mujeres, y aunque parezca extraño, ellas eran las más violentas del grupo […].

Los habitantes del lugar, que simpatizaban con los manifestantes, sintieron lástima de las miles de trabajadoras en huelga, ya que muchas iban vestidas con harapos y marchaban descalzas. Cuando las autoridades leyeron la Ley Anti-Motines y ordenaron a los insurgentes dispersarse y volver a sus hogares, una multitud de esas mujeres, de pie frente a los magistrados y los militares, gritaron a voz en cuello que no tenían hogar y los desafiaron a matarlas si así lo querían. Luego cantaron el Himno Gremial:

Nuestros pequeños aprenderán a bendecir
a sus padres del gremio
y cada madre acariciará
a su héroe del gremio.

Nuestras praderas serán coronadas con abundancia,
la espada horadará la tierra fértil,
la lanza cosechará los frutos de los árboles
para bendecir la unión gremial de la nación.48

A F. H. Grundy, otro testigo presencial, le impactó que los huelguistas en Halifax fuesen recibidos por una multitud -trabajadores locales que ni siquiera estaban pasando las duras necesidades económicas de los huelguistas de Lancashire- entre los que había muchas mujeres. Uno de los enfrentamientos más violentos de esas jornadas se produjo cuando la muchedumbre intentó rescatar a un grupo de prisioneros que eran llevados lejos del lugar por una escolta militar. La mañana en que se produciría el rescate, Grundy escribió que el camino de salida de Halifax parecía:

Como el camino a una feria o a las carreras […] me intrigaba mucho la multitud de personas que se juntaron en los barrios, hablando con entusiasmo aunque todos ocupados -tanto mujeres como hombres- en apurarse por los senderos […] con los brazos y delantales cargados de piedras sacadas de las pilas de pavimento macadán colocados a lo largo del camino de peaje.49

Las piedras fueron usadas para atacar a un grupo de soldados en una emboscada. Grundy y otros testigos insistieron en que los perpetradores eran gente de la localidad y no forasteros.

En el tumulto general de la política cartista, por lo tanto, las mujeres jugaron su parte. Se unieron a las protestas y a la acción contra la policía, la iglesia establecida, la explotación de los patrones y las intromisiones  del estado. Formularon sus quejas, a veces, en términos políticos generales, recurriendo a argumentos basados en antiguas leyes y en el derecho natural; y otras, en términos éticos o religiosos, recurriendo a la Biblia para legitimar su protesta: "Sé" -gimió el reverendo Close-  "que ese libro sagrado ha sido prostituido nada más que con propósitos traicioneros […] las viejas y pintorescas perversiones e interpretaciones de la escritura sagrada tan comunes en los días de Oliver Cromwell han revivido […] y están dirigidas contra la paz de la nación […]".50 Sin embargo, durante el movimiento cartista, surgieron nuevas formas de organización política, así como nuevas formulaciones políticas. ¿Hasta qué punto estas afectaron a las mujeres?

En relación a la cuestión central sobre la extensión del sufragio a las mujeres, la actitud cartista siempre fue ambigua: "Creo," -escribió Elizabeth Pease en 1842—"que los cartistas en general adhieren a la doctrina de la igualdad de derechos de las mujeres. Pero no puedo asegurar que no piensen que cuando la mujer se casa sus derechos políticos se funden en los de su marido […]".51

De hecho, R. J. Richardson, quien escribió su panfleto Los derechos de la mujer52 en la prisión de Lancaster en 1840, sostenía este punto de vista, en parte porque, como otros escritores cartistas, él también buscaba argumentar su caso dentro del marco legal existente. Sin embargo, sostuvo que las mujeres solteras y viudas debían ejercer plenamente sus derechos políticos y sociales, incluyendo el voto. Richardson argüía desde la perspectiva de un trabajador de la región del norte, que consideraba a las mujeres como educadoras en la familia y como trabajadoras en la industria local y de allí proviene su apoyo a los derechos de las mujeres. Los argumentos políticos más "sofisticados" de algunos cartistas londinenses parecen fundarse, de hecho, en una valoración generalmente inferior de las mujeres.

En su autobiografía, William Lovett describe el cuidado que puso en explicarle a su esposa las cuestiones políticas:

Procuré interesar a mi esposa en todas estas cuestiones, leyéndole y explicándole los distintos temas que surgían, así como la política contemporánea. Busqué también convencerla de que, más allá del placer que nos otorga el conocimiento, teníamos la responsabilidad de esforzarnos en utilizarlo sabiamente para los demás […] al recordar este período con frecuencia siento satisfacción por haberme conducido de esta forma, ya que el reconocimiento de mi esposa sobre mi humilde vocación siempre ha sido la mayor de mis aspiraciones y el mejor aliento para seguir adelante frente a las dificultades y tribulaciones que sufrí en mi carrera política […].53

Sin embargo, no pareciera que a Lovett, o a sus colegas de la Asociación de Trabajadores de Londres, se les haya ocurrido incluir a las mujeres en sus consejos políticos, o de hecho, inscribirlas como miembros en ninguna de las organizaciones que apoyaban. Lovett se contentó con permitir que su esposa tomara su lugar, por la mitad de la paga, cuando la Primera Asociación de Comercio Cooperativo de Londres ya no pudo mantener su salario como comerciante. Pero al parecer nunca consideró que ella o cualquier otra mujer tuviera algo para ofrecerle a los consejos de la organización. Tal vez la queja que dejó asentada sobre la renuencia por parte de las esposas de los miembros de comprar en la tienda cooperativa podría haberse evitado si ellas hubieran tenido una parte más activa en la planificación y la política de esos comercios. Lovett relata que él y otros miembros del comité que redactaron el original de la Carta del Pueblo habían querido incluir el sufragio femenino entre los principales puntos. Sin embargo, fueron desautorizados porque "varios miembros pensaban que su inclusión en la Carta podría retrasar el sufragio masculino".54 En la mayoría de las declaraciones cartistas el tema quedó indefinido. Indudablemente, para la mayoría de los cartistas de ambos sexos, el tema principal pasaba por la clase. La consecución de poder político por parte de los varones obreros podría traer grandes beneficios a la clase en su conjunto y era dable esperar la extensión de derechos políticos para las mujeres, derivados de la justicia natural. Además, igual que sucedía con otras reformas a excepción del sufragio, los cartistas consideraban que no serían beneficiosas si se alcanzaban en forma prematura. En una sociedad básicamente dividida entre propietarios y no-propietarios, otorgar el derecho al voto a las mujeres de la clase propietaria antes de otorgárselo a los hombres de la clase obrera podía interpretarse como algo que fortalecería aún más a los que ya ostentaban el poder. No obstante, la cuestión del sufragio femenino sí apareció de vez en cuando en la literatura cartista. La Asociación Nacional, creada por Lovett y otros luego de su salida de la prisión, declaró en su Gazette que tenía la intención de tornar los derechos de las mujeres "en objeto de tanta atención y defensa como los derechos del hombre". "En este sentido al menos", declaraba:

A los obreros se los puede acusar de adoptar las mismas políticas egoístas hacia las mujeres que las otras clases adoptan para con ellos. La clase media no defiende el sufragio universal por miedo a hacer peligrar la abolición de aranceles a la importación de granos o el voto a los propietarios de casas; y los obreros no defienden la inclusión de las mujeres en la representación por miedo a que demore su propia inclusión […].55

¿Pero hasta dónde llegaba [este compromiso]? Algunas mujeres cartistas de hecho escribieron al Gazette. "Como representante del sexo cuyos derechos Ud. dice defender", decía una carta:

Espero que no me niegue un rincón en su periódico para expresar mi opinión sobre un tema que tal vez caiga dentro de la peculiar jurisdicción de una mujer. El pasado lunes seguí los pasos de la gran procesión que llevaba la Petición Nacional a la Cámara de los Comunes. Y aunque me sentí complacida con el comportamiento general de quienes estaban allí, sin embargo no puedo dejar de remarcar la gran cantidad de hombres y mujeres sucios que había allí. Estoy segura, señor, de que una ocasión semejante ameritaba que cada hombre y mujer trabajador, cualquiera fuera su ocupación, se tomara el trabajo de venir prolijo y limpio. Debió haber un poco de agua y jabón, y aunque la ropa podía estar andrajosa, no era necesario que los rostros y las manos estuviesen mugrientos. ¡No exagero al decir que cientos de ellos parecían no haberse lavado en una semana! Le aseguro, señor, que me hizo sentir bastante incómoda.56

Otras mujeres escribieron notas similares. La comparación entre estas mujeres con las harapientas huelguistas de Lancashire en 1842, o con Mary Holberry, arrestada con su marido en Sheffield en 1840 por ser su cómplice en una conspiración armada (aunque luego liberada por falta de pruebas), o con la Sra. Adams, esposa del secretario de los cartistas de Cheltenham, arrestada por exhibir para la venta el periódico libre-pensador prohibido Oracle of Reason mientras su marido cumplía una condena de un mes por venderlo, da cuenta de la gran variedad de experiencias y actitudes políticas dentro del cartismo. Las enormes diferencias de cultura y perspectiva eran tanto o más grandes entre las mujeres que entre los hombres.

La década entre 1838 y 1848 en la que el cartismo fue la principal expresión política de las aspiraciones sociales e industriales de la clase obrera fue testigo de muchos cambios dentro del movimiento. La creación de la Asociación Cartista Nacional (NCA) en 1840 y de una serie de asociaciones más pequeñas a nivel nacional trajo más formalidad a la política, en tanto el desarrollo de formas más estables de organizaciones gremiales y empresas cooperativas a fines de la década del cuarenta canalizaron las energías de muchos cartistas locales en nuevas formas de actividad ininterrumpida. La sensación de crisis inminente tan presente en los primeros años se atenuó y comenzaron a discutirse estrategias de acción política y reconstrucción social más variadas y menos defensivas. Este fue el período en el que los líderes cartistas participaron de las discusiones sobre socialismo europeo, haciendo contacto con destacados pensadores en Europa y América y llevando un discurso elogioso al Gobierno Provisional de París en 1848. Sin embargo, también fue el período en el que, excepto en unas pocas áreas, las mujeres desaparecieron de la política obrera.

Unas pocas secciones femeninas de la NCA aparecen de vez en cuando en las listas publicadas a comienzos de los años cuarenta. Sin embargo, no hay nominaciones de su parte para elegir a mujeres para los comités locales o nacionales, ni tampoco ningún indicio de que una mujer haya tenido un cargo alguna vez cuando las organizaciones cartistas se formalizaron. En la elección general de 1847, el éxito de los acuerdos de comercio exclusivo que volvieron a ponerse en práctica en las zonas donde el cartismo era fuerte, como Nottingham y Halifax, hacen presuponer el apoyo de las mujeres. De hecho, en Halifax, las mujeres tuvieron un rol destacado en las celebraciones que siguieron a la victoria de Ernest Jones en la tarima cuando fue nominado (e inevitablemente derrotado en la elección). En el té que se hizo en su honor para entregarle un reloj de oro al candidato, las mujeres estaban convencidas de que el color radical debía estar bien representado. Ben Wilson estaba presente en la primera llamada "que estaba en su mayoría compuesta por mujeres. Algunas habían decorado sus cofias con hermosas cintas verdes, otras tenían pañuelos verdes y algunas incluso, vestidos verdes. He asistido a muchos tés en mi época, pero nunca he visto nada igual".57 Sin embargo, estas ocasiones fueron la excepción. En el período cartista tardío, la presencia masiva de las mujeres no era usual. En 1856, Benjamin Deacon declaró:

Hace tiempo que cavilo acerca de por qué la organización cartista no se ha esforzado más por conseguir la cooperación de las mujeres. Si el clero se asegura de sus servicios para manteneral mundo en la oscuridad mental ¿por qué no tendríamos nosotros que buscar su ayuda para agraciar nuestras plataformas al defender la causa de la libertad?58

Incluso Ernest Jones, que siempre se había preocupado por los derechos de las mujeres y que, en sus últimos años en Manchester, perteneció a organizaciones de la clase media que apoyaban el sufragio femenino, tiene muy poco que decir sobre la cuestión en su periodismo cartista. Y no es que no fuera consciente del tema. En el preámbulo de una sensacionalista novela por entregas que escribió en su Notes to the People entre 1851 y 1852, afirmaba: "[…] la sociedad ni siquiera tiene en cuenta a la mujer en sus instituciones, sin embargo ¡la hace cargar con la mayor parte del sufrimiento que inflige un sistema en el que ella no tiene voz! Primero la fuerza bruta impuso la ley y ahora es la fuerza moral la que la obliga a obedecerla."59

Casi en ninguna sección del periódico existe un indicio de que Jones o alguno de los cartistas de ese tiempo buscasen involucrar a las mujeres de la clase trabajadora en la actividad política para remediar su situación. La única contribución al Notes que sugiere que aún existían mujeres organizadas e interesadas en el cartismo apareció cuando Jones emprendió una campaña en contra de la costumbre que tenían los grupos cartistas de hacer asambleas en los bares y tabernas. Allí se publicó una carta de la secretaria de correspondencia de la Asociación de Derechos de las Mujeres de Sheffield. Jones la presentó elogiosamente:

[…] la voz de la mujer no es lo suficientemente escuchada ni suficientemente respetada en este país. La mayor prueba de ilustración y civilización en un pueblo es el respeto a la mujer y su influencia en la sociedad. La mujer tiene una misión importante en este país y nuestras bellas amigas de Sheffield nos demuestran que son dignas de esa tarea.

La carta, firmada por Abadiah Higginbotham "en nombre de la asamblea", alaba el artículo de Jones "Elevar la Carta por encima de la Taberna" con un voto de agradecimiento y lo urge a continuar su campaña. Luego afirma:

[…] si nuestros hermanos admitieran nuestro derecho a disfrutar de aquellos privilegios políticos por los que ellos luchan encontrarían innumerables adhesiones en el sexo femenino, que no solo sacaríamos a la Carta de esas guaridas de iniquidad y vicio del que muchas de nosotras somos víctimas. También lucharíamos con orgullo femenino por borrar el estigma que ha caído sobre el cartismo por la extravagancia de nuestros hermanos. Y [las mujeres] lo harían no solo ejerciendo su influencia fuera del hogar, sino enseñando a sus hijos una firme educación política. Esto nunca podrá hacerse mientras los hombres continúen defendiendo la taberna como lugar de reunión, gastando su dinero y privándonos de lo que nos corresponde de su libertad política.60

La última frase puede constituir de hecho una pista para comprender la razón de la disminución en la participación de las mujeres en el movimiento cartista. En los comienzos, la bebida no parece haber separado a los sexos como sin dudas lo hizo hacia finales del siglo XIX. Cuando los cartistas de Barnsley fueron a prisión en 1839-1840, los radicales de la ciudad habían ayudado a sus familias apoyándolas con pequeños emprendimientos. Una de las líderes, la Sra. Hoey, tuvo una cervecería mientras su esposo Peter estaba encarcelado. La amenaza de las autoridades de que le quitarían su licencia si continuaba permitiendo que los radicales se reunieran allí nos da indicios de que esto se había convertido en costumbre. A medida que la cantidad de cartistas activos iba mermando, y que menos regionales pudieron mantener sus propios locales, la taberna representaba un sitio obvio de encuentro. Si esta tendencia coincidió con la creciente influencia de la temperancia sobre las mujeres de clase obrera y con la desaparición del trabajo a destajo, es muy posible que también haya acentuado el alejamiento de las mujeres de la política, aunque no es factible que esa fuese la única causa.

El alejamiento de la actividad pública por parte de las mujeres de clase obrera es un hecho irrefutable. La razón, o las razones que lo explicarían, no están para nada claras. La respuesta puede estar en parte en la "modernización" de la política obrera. Al progresar hacia una sociedad capitalista industrial avanzada, grandes sectores de la clase obrera desarrollaron organizaciones relativamente sofisticadas, sindicatos, grupos de presión, cooperativas e instituciones educativas. Estas le permitieron proteger sus salarios y condiciones laborales y reclamar para sí una parte de la creciente riqueza nacional. Para finales de la década de 1840, el derecho a voto contra pago de impuestos para entrar al gobierno local en los municipios incluía un sector significativo de los obreros mejor pagos, que así podían participar del gobierno y en algunos casos llevar adelante campañas exitosas contra la corrupción local. De distintas formas, la clase obrera pudo encontrar los medios para proteger su posición dentro de un sistema cada vez más estable. Así, quedó atrás la política de masas de la primera parte del siglo, que había representado un desafío más directo a todo el sistema del capitalismo industrial en una etapa en la que este era mucho menos seguro y estable. Al hacerlo, los obreros calificados también dejaron atrás a los obreros no calificados y a las mujeres, cuyo estilo de vida no permitía su participación en las formas más estructuradas de la política. Estas formas requerían tanta regularidad de los tiempos de trabajo y del ingreso para que la participación fuese posible.

Sin embargo, esta no puede ser la única respuesta, ya que incluso ni siquiera las esposas de los obreros calificados participaron formalmente en las cooperativas o las organizaciones educativas que mantenían ocupados a sus esposos. Antes bien, parecería que hubo un cambio en las expectativas de las mujeres y en sus ideas acerca de su lugar en la sociedad. A la luz de las historias tremebundas sobre las consecuencias en el cuidado de los niños por parte de personas no calificadas y la sobreexigencia de trabajo de las mujeres y los niños en las zonas fabriles durante la primera mitad del siglo, no es necesario hacer hincapié en los beneficios de la creciente tendencia de las mujeres casadas con hijos a permanecer en su casa y cuidar de los niños. Pero a cambio de esos beneficios, las mujeres obreras parecen haber aceptado una imagen de sí mismas que incluía tanto la inferioridad como el hecho de estar casi exclusivamente centradas en el hogar. Por la naturaleza de su estilo de vida, no podían asumir el rol decorativo e inútil que las clases más acomodadas le imponían a las mujeres de la época, pero sí parecen haber aceptado algunas de sus consecuencias. El sentimentalismo victoriano en torno al hogar y la familia, en las que todas las decisiones importantes eran tomadas por el padre jefe de familia y aceptadas con docilidad y obediencia por el resto de sus miembros inferiores, impregnó a todas las clases y se generalizó. Lo que se había ganado durante el período cartista en conciencia y autosuficiencia en los pasos hacia un tipo de actividad política más igualitaria y cooperativa para varones y mujeres se perdieron en los años inmediatamente anteriores a la mitad del siglo. Tal como sucede cada tanto en la historia, a una época de apertura y experimentación, en la que la gente parecía preparada para aceptar un amplio rango de ideas nuevas, le siguió una época de reacción, un norte más estrecho de expectativas y demandas. Una de las pérdidas en este proceso durante la era victoriana fue la contribución potencial a la política y la sociedad en general de las mujeres de las comunidades obreras.

Traducción de Alejandra Vassallo

Edición de Andrea Andújar, Silvana Palermo, Valeria Silvina Pita, Cristiana Schettini

Notas:

1 Para una discusión sobre el tema con más énfasis en la "independencia" de las obreras en el período, ver McKendrick, Neil (1974). "Home Demand and Economic Growth: A New View of the Role of Women and Children in the Industrial Revolution", en McKendrick, Neil et al. (comps.), Historical Perspectives: Studies in English Thought and Society in Honour of J. H. Plumb, Londres, Europa Publications.

2 Bamford, Samuel ([1844] 1967). Passages in the Life of a Radical, Londres, Cass, p. 164.

3 Nota de las traductoras: Luego conocida como "La masacre de Peterloo", en alusión irónica a la reciente derrota napoleónica en Waterloo. Quince muertos y cientos de heridos convirtieron a "Peterloo" en un hito en la historia de los enfrentamientos entre el incipiente movimiento obrero y el estado inglés.

4. Bamford, Samuel, ob. cit.,p. 200.

5. Percival, Percival (1901). Failsworth Folk and Failsworth Memories, Failsworth, Hargreaves.

6. Don Manuel Álvarez Espriella [R. Southey] (1808). Letters from England, Londres, Longman, pp. 46-47.

7. Nottingham Review, 11 de septiembre, 1812. Para ejemplos de la participación de las mujeres en motines por alimentos en el siglo XVIII y una discusión sobre su importancia ver Thompson, E. P. (1971). "The Moral Economy of the English Crowd in the Eighteenth Century", en Past and Present, núm. 50, Febrero 1971, pp. 115-118.

8. Neff, Wanda F. (1929). Victorian Working Women, Londres, Routledge, pp. 35. Para ejemplos de sociedades mutuales y radicales en dos distritos industriales durante este período, ver dos tesis de licenciatura de la Universidad de Birmingham: Corfield, K. (1971). "Some Social and Radical Organizations among Working-Class Women in Manchester and District 1790-1820", y Nicholson, E. (1974). "Working-Class Women in Nineteenth-Century Nottingham 1815-1850".

9 Burland, James "Annals of Barnsley", MS en la Biblioteca Pública de Barnsley.

10 Wade, John, History of the Middle and Working Classes, citado en Neff, pp. 32. Las perforadoras de tarjetas eran usualmente mujeres o niños, Benjamin Wilson ganaba medio penique por cada 1500 tarjetas que perforaba cuando era niño en la década de 1820, en The Struggles of an Old Chartist, Halifax, 1887,  pp. 13.

11 "Se crearán Gremios de Mujeres Trabajadoras en cada distrito en el que sea factible; estos gremios deberán considerarse en todo sentido como parte y miembros de la GNCTU [Confederación Nacional de Gremios]". Norma XX del Reglamento del GNCTU, en Webb, S. y B. (1920). History of Trade Unionism, Londres, Longman, pp. 725.

12 Del aviso necrológico de Thomas Lingard, Barnsley Chronicle, 7 de noviembre de 1875.

13 Demagogue, 5 de julio de 1834. Lovett, William (1876). The Life and Troubles of William Lovett in his Pursuit of Knowledge, Bread and Freedom, Londres, Trübner & Co, pp. 50. Wiener, Joel (1969). The War of the Unstamped: The Movement to Repeal the British Newspaper Tax, 1830-1836, Nueva York, Cornell University Press.

14 La mejor historia de ambos movimientos puede leerse en Driver, Cecil (1946). Tory Radical, A Biography of Richard Oastler, Nueva York, Oxford University Press.

15 Pitkethly a Broyan, 28 de diciembre de 1838, HO/40/47.

16 "Plug riots": plug significa tapón en inglés. Durante estos motines, también conocidos como la Huelga General de 1842, los huelguistas quitaban los tapones de las calderas en las máquinas a vapor. N. de la T.

17 Grundy, F. H. (1879). Pictures of the Past, Londres y Edinburgo, pp. 98, énfasis de la autora.

18 Wilson, ob. cit., pp. 1-3.

19 HO/20/10.

20 Adams, W. E. (1903). Memoirs of a Social Atom, Londres, Hutchinson & Co., pp. 163. El "mes sagrado" fue una propuesta de una huelga general de un mes que se presentó en los inicios del movimiento cartista. De hecho, nunca se exigió a los cartistas que cumplieran con ella, ya que los dirigentes abandonaron la idea. En el capítulo "Working-Class Women in Britain 1890-1914" del libro Workers in the Industrial Revolution: Recent Studies of Labour in the United States and Europe (1974), New Brunswick, New Jersey, Peter Stearns señala que pocas de las autobiografías de la clase obrera del período mencionan a la madre del autor. Para el período cartista sucede exactamente lo contrario. Casi todos los autores de autobiografías en esta temprana era del siglo parecen haber sido criados por madres viudas u otras mujeres de su parentela.

21 Ashton Reporter, 30 de enero de 1869.

22 London Despatch, 1 de abril de 1838.

23 Reach, Angus Benthune (1972). Manchester and the Textile Districts in 1849, en C. Aspin, comp., Helmshore, pp. 107. En julio de 1848, el secretario de la sucursal Hyde de la Land Company, John Gaskell, inscribió los nacimientos de hijas mellizas Mary Mitchel y Elizabeth Frost (Northern Star, 15 de julio de 1848).

24 Northern Star, 17 de marzo de 1838 y siguientes.

25 Ibíd., 3 de febrero de 1838.

26 Ibíd., 23 de junio de 1838.

27 Ibíd., 13 de abril de 1839.

28 Henry Vincent a John Minikin, 4 de septiembre de 1837. (Cartas MS en la colección Transport House.)

29 Henry Vincent a John Minikin, 10 de junio de 1838.

30 Henry Vincent a John Minikin, 18 de junio de 1838.

31 Henry Vincent a John Minikin, 17 de agosto de 1837.

32 Henry Vincent a John Minikin, 2 de octubre de 1838

33 Henry Vincent a John Minikin, 17 de noviembre de 1838.

34 Northern Liberator, 5 de enero de 1839.

35 Northern Star, 30 de marzo de 1839.

36 Sheffield Telegraph, 6 de abril de 1839.

37 Arma de presión obrera para castigar a aquellos comerciantes que según los cartistas tenían monopolios o vendían a precios arbitrarios. Los acuerdos comprometían a los consumidores a comprarle únicamente a quienes se avenían a cooperar en el establecimiento de precios justos o que directamente apoyasen al movimiento cartista. N de T.

38 Northern Star, 3 de febrero de 1839.

39 Wilson, ob. cit., p. 8.

40 Como por ejemplo, los dos tenderos en Ashton-under-Lyne que declararon contra Joseph Rayner Stephens en 1839 y se fueron a la bancarrota debido al boicot contra sus negocios.

41 Reverendo F. Close AM, A Sermon Addressed to the Female Chartists of Cheltenham, Cheltenham, 1839, pp. 21.

42 Social Pioneer, 16 de marzo de 1839.

43 Social Pioneer, 6 de abril de 1839.

44 Para la mejor historia sobre el owenismo, ver Harrison, J. F. C. (1969). Robert Owen and the Owenites, Londres, Routledge.

45 Social Pioneer, 30 de marzo de 1839.

46 Northern Star, 2 de febrero de 1839. (El discurso completo está reimpreso en mi libro The Early Chartists, Londres, 1972.) La demanda cartista "ningún trabajo femenino, excepto en la casa y la escuela" parece haber tenido amplia aceptación.

47 Hamer, Edward (1867). A Brief Account of the Chartist Outbreak at Llanidloes in the Year 1839, Llanidloes. Reimpreso en The Early Chartists, ob. cit.

48 Peel, Frank ([1880] 1968). The Risings of the Luddites, Chartists and Plug-Drawers, Londres, Brighouse, pp. 333 y 334.

49 Grundy, F. H., ob. cit., pp. 100.

50 Close, F., ob. cit., pp. 23.

51 Carta MS Elizabeth Pease a Wendell y Ann Phillips, 29 de marzo de 1842. (En la Biblioteca de la Sociedad de Amigos, Londres.)

52 Richardson, R. J. (1840). The Rights of Woman, Edinburgh, J. Duncan, reimpreso en The Early Chartists, ob. cit.

53 Lovett, ob. cit., p. 32.

54 Lovett, ob. cit., p. 141.

55 The National Association Gazette, 12 de marzo de 1842.

56 The National Association Gazette, 7 de mayo de 1842.

57 Wilson, ob. cit., pp. 9 y 10.

58 People's Paper, 29 de noviembre de 1856.

59 Notes to the People, 1851-1852, reimpreso 1967, vol. II, p. 515.

60 Notes to the People, 1851-1852, reimpreso 1967, vol. II, p. 709.

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