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Mora (Buenos Aires)

versão On-line ISSN 1853-001X

Mora (B. Aires) vol.19 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jul./dez. 2013

 

DOSSIER: SIRVIENTAS, TRABAJADORAS Y ACTIVISTAS. EL GÉNERO EN LA HISTORIA SOCIAL INGLESA

La historia de Samuel y Jemima: Género y Cultura de la clase trabajadora en la Inglaterra del siglo XIX

 

Catherine Hall*

* University College de Londres

El tejedor radical Samuel Bamford, en su famosa autobiografía Passages in the Life of a Radical, describió su experiencia en  la masacre de Peterloo de 1819.1 El relato se ha convertido en un clásico, con justa razón. Bamford fue el primero en relatar el modo en que la reinstauración del habeas corpus en 1818 permitió volver abiertamente a hacer campaña a favor de la reforma. En el Norte se tomó la decisión de convocar a una concentración a favor de la reforma en Saint Peter's Field, Manchester. Se crearon comités para organizar el evento y estos emitieron sus primeras consignas: LIMPIEZA, SOBRIEDAD Y ORDEN a las que se agregó PAZ, por sugerencia del orador Henry Hunt. Luego se sucedieron las semanas de entrenamiento con "los muchachos" en los páramos, después del trabajo y los domingos por la mañana, aprendiendo a "marchar con firmeza y regularidad  dignas de un regimiento en desfile". Como recompensa, algunas jóvenes cargadas de tarros de leche, "ninfas sonrojadas y risueñas", en ocasiones refrescaban a los hombres con "tragos deliciosos, directamente del pico".2  Entonces llegó el día de reunirse para la procesión en Middleton, la ciudad de origen de Bamford. Encabezaban la marcha:

Doce jóvenes de entre los más apuestos y de aspecto más decente, formados en dos filas de seis, cada uno llevando un ramo de laurel en la mano, en señal de paz y concordia. A continuación iban los hombres de varios distritos, de a cinco;  luego la banda de música, excelente; luego los estandartes: uno azul, de seda, con inscripciones en letras doradas: "UNIDAD Y FUERZA". "LIBERTAD Y FRATERNINDAD". Uno verde, de seda, con letras doradas: "PARLAMENTOS ANUALES", "SUFRAGIO UNIVERSAL"; y en medio, sobre un asta, un magnífico gorro de terciopelo carmesí, con un gajo de laurel, y el gorro con la palabra "LIBERTAD" bordada en el frente con muy buen gusto.

A continuación iban los hombres de Middleton y sus alrededores. Había un líder cada cien, que llevaba un gajo de laurel en el sombrero. Los 3000 hombres estaban prestos a obedecer las directivas de un "conductor principal" "que ocupaba su puesto a la cabeza de la columna con un clarín, para anunciar sus órdenes". Antes de iniciar la marcha, Bamford se dirigió a los hombres, recordándoles que era imprescindible que se condujeran con dignidad y disciplina, para así desconcertar a sus enemigos, que los representaban como una "muchedumbre pandillera". Bamford recordó a la procesión como una "reunión muy respetable de hombres trabajadores", todos ataviados de manera decente, aunque humilde, y vistiendo sus camisas blancas y pañuelos de domingo.3

La columna de Middleton se encontró con la columna de Rochdale poco después. Entre ambas, según estima Bamford, posiblemente habría unos 6000 hombres. En ese momento, a la cabeza iban alrededor de 200 jóvenes mujeres entre las más bonitas simpatizantes, incluida la esposa de Bamford. Algunas de ellas iban cantando y bailando al son de la música.  Los reformistas llegaron a Manchester luego de haber cambiado su recorrido a pedido personal de Hunt de que precedieran a su grupo. Esto no le agradó mucho a Bamford, quien tenía una alta estima de su propia dignidad como líder y no sentía particular simpatía por Hunt. Sin embargo aceptó, y entonces, mientras se desarrollaban los discursos, previendo que no habría nada nuevo que escuchar, fue con un amigo a buscar un refresco. Fue en ese preciso momento cuando atacó la caballería y la gran manifestación fue dispersada con terrible brutalidad. Centenares de personas fueron heridas y once fueron muertas. Bamford logró escapar y luego de mucha zozobra se encontró con su esposa, de quien había estado separado algunas horas.

El horror humano de Peterloo fue vivido de manera diferente por Jemima Bamford, dado que desde el momento en que comprendió que algo había salido muy mal, sus inquietudes y temores se centraron en la seguridad de su marido. Como líder de los reformistas, él sería sometido a especial persecución y, de hecho, fue arrestado y acusado de alta traición poco tiempo después. Las demostraciones reformistas eran eventos predominantemente masculinos, como podemos ver en la descripción de la procesión de Middleton. Normalmente había unas cuantas mujeres presentes y una "mujer pulcramente vestida, que sostenía una pequeña bandera" iba sentada en el sitio del conductor del carruaje de Hunt.4 Mary Fildes, Presidente de la Sociedad de Mujeres Reformistas de Manchester, estaba sobre la plataforma, toda vestida de blanco. Más de 100 mujeres fueron heridas en St. Peter's Field y dos fueron muertas; sin embargo la mayoría de los participantes, de los oradores y de los líderes reconocidos, fueron hombres.5

Cuando Bamford comenzó a preocuparse por saber dónde estaba su esposa, se culpó por haberle permitido ir. En su relato, ella dijo que estaba decidida a ir a la manifestación y habría marchado aunque su esposo no se lo hubiese permitido. Antes del evento temió que algo pudiera salir mal, y prefirió estar cerca de Samuel. Él finalmente consintió y ella hizo arreglos para dejar a su pequeña hija, Ana, con un "vecino de confianza" y se unió a otras "mujeres casadas" que encabezaban la marcha. Vestía de manera sencilla, como una campesina, con su "segundo mejor atuendo". Separada de su marido y de la mayoría de los hombres de Middleton por la multitud, cayó presa del terror cuando los soldados comenzaron el ataque, pero logró escapar y esconderse en un sótano. Allí permaneció oculta hasta que terminó la masacre, momento en que salió ayudada por los amables habitantes de la casa, y fue en busca de Samuel, quien fue inicialmente dado por muerto, luego registrado en la enfermería y por último, en prisión, pero con quien finalmente logró encontrarse a salvo. Al cabo del trágico día, Bamford nos dice:

Resuelta su preocupación al haberse asegurado de que yo estaba a salvo, se apresuró a reunirse con nuestra hija para consolarla. Yo me reuní con mis camaradas, y con unos mil, alineados, nos movilizamos al son del pífano y el tambor, nuestro único estandarte flameando, y de ese modo entramos nuevamente a la ciudad de Middleton.6

Peterloo fue una experiencia formativa en el desarrollo de la conciencia popular a comienzos del siglo XIX, y el relato de Bamford nos lleva a la cuestión de los significados de la diferencia sexual al interior de la cultura de la clase trabajadora. En la clásica caracterización que hace E. P. Thompson de la formación de la clase obrera inglesa se observa el proceso por el cual los grupos de calceteros y tejedores, de obreros fabriles y trabajadores rurales,  aquellos de los viejos centros de comercio y de las nuevas ciudades industriales llegaron a verse a sí mismos como grupos con intereses en común, por oposición a los de otras clases. Peterloo se considera uno de los momentos decisivos, al volcar de manera significativa a individuos y grupos dispersos hacia una conciencia política definida.7 Ya en 1832, sostiene Thompson, los trabajadores habían construido un sentido de identidad colectiva y lucha compartida, habían llegado a concebirse como pertenecientes a una clase. Al poner el énfasis en la clase como proceso y relación, antes que como "objeto" o estructura fija, Thompson sostiene que "la clase sucede cuando algunos hombres, como resultado de experiencias comunes (heredadas o compartidas), sienten y articulan la identidad de sus intereses entre sí, y en oposición a otros hombres cuyos intereses son diferentes de los propios (y generalmente opuestos)".8 Apartándose del énfasis del marxismo clásico en las relaciones de producción, se centró en la experiencia de nuevas formas de explotación y en los significados dados a aquella experiencia a través de la construcción de una conciencia de clase. La formación de la clase obrera en Inglaterra documentó y celebró el surgimiento de esa conciencia de la clase trabajadora entre la década de 1790 -cuando un radicalismo artesanal distintivamente inglés llegó a amenazar el orden político y social establecido-, y el inicio de la década de 1830, que vio los comienzos del cartismo, un movimiento político nacional protagonizado por los trabajadores. La conciencia de los trabajadores, sostiene Thompson, estaba arraigada en sus instituciones culturales, sus tradiciones y sus ideas. De este modo, La formación se apartaba radicalmente de los caminos establecidos por los marxistas y los historiadores del trabajo al poner el acento en los aspectos culturales e ideológicos de la política de clase.

El libro constituyó una intervención política e intelectual de gran importancia y ha quedado en el centro de los debates sobre historia, clase y cultura desde entonces. Siendo estudiante de Historia en 1963, cuando se publicó, lo devoré y procuré asumir sus implicancias teóricas poco a poco. Más de veinte años más tarde, cuando ahora lo enseño a los estudiantes, todavía me emociona su relato, la riqueza de su material, la potencia de su visión política. En 1963 el resurgimiento del feminismo estaba aún por venir, pero desde el comienzo de aquel nuevo amanecer, cuyo primer evento nacional se realizó bajo la égida del History Workshop  (a su vez, profundamente deudor del trabajo de Thompson), la historia feminista ha sido fuertemente influenciada por la historia social thompsoniana. Su insistencia en rescatar al "pobre tejedor de medias, al tundidor ludita, al tejedor de telar manual 'obsoleto', al artesano 'utópico', e incluso al iluso seguidor de Joanna Southcott de la enorme condescendencia de la posteridad", y su triunfante demostración de que es posible tal rescate halló eco en la vocación feminista por la recuperación del sexo olvidado, plasmada en el título de la obra de Sheila Rowbotham, Hidden from History.9

La Formación de la clase obrera en Inglaterra contempló a las activistas políticas mujeres - miembros de sociedades reformistas y sindicalistas- así como a la profeta o a la visionaria ocasional. No caben dudas de que en el contexto de comienzos de la década de 1960, Thompson prestó atención a esas mujeres que aparecían en los registros históricos que examinaba. Pero, el feminismo redefiniría los modos de pensar acerca del espacio político y cultural de las mujeres. En 1983, Barbara Taylor publicó Eve and the New Jerusalem que así como se basó en los logros de Thompson, también amplió su análisis. En su caracterización del lugar de los trabajadores calificados en el movimiento owenista, por ejemplo, utilizó el marco establecido por Thompson en sus capítulos iniciales sobre los artesanos y tejedores, pero indagó más allá de la amenaza planteada a aquellos trabajadores por las fuerzas de los nuevos métodos y relaciones de producción, en las tensiones y antagonismos que esto generaba entre trabajadores varones y mujeres. La frágil unidad de la clase trabajadora inglesa en la década de 1830, sostenía ella, se construyó en el seno de un mundo dividido sexualmente, en tiempos en que en ocasiones, según lo planteara una mujer owenista, "los varones son tan malvados como sus patrones".10

Este reconocimiento de que la identidad de clase, que anteriormente se teorizara como esencialmente masculina o neutral en términos de género, se articula siempre con un sujeto femenino o masculino, y ha sido un insight feminista central, donde la historia de Samuel y Jemima nos ayuda a seguir  las implicaciones  de este insight para la cultura de la clase trabajadora radical de comienzos del siglo XIX. La cultura a la que pertenecía Bamford que se originó con los artesanos pero se extendió a los operarios fabriles estacaba la sobriedad moral y la búsqueda del conocimiento útil, valoraba la investigación intelectual, consideraba el estudio compartido y el debate como métodos de aprendizaje y superación personal. Dicha cultura ubicaba de modo diferente a hombres y mujeres, y al destacar estas formas de división sexual puede brindarnos algún acceso a las características de género de la cultura popular a comienzos del siglo XIX.

Hombres y mujeres vivían aquella cultura de modos muy diferentes, como podemos ver en el relato de Bamford. Él había participado en la organización de la jornada, en el entrenamiento de los hombres para que marcharan en procesión disciplinada, en los preparativos del recorrido, en el ceremonial y los rituales que contribuirían a darles un sentido de fuerza y poder a los reformistas. Pertenecía inequívocamente a la lucha; como líder se ocupaba de articular las demandas de los tejedores honestos, de ayudar a desarrollar estrategias en pos de la reforma. Para su esposa el tema era totalmente distinto. Ella también estaba comprometida con la causa, pero fue su esposo quien escribió su historia, con la esperanza de que no resultara "falto de interés para el lector".11 Las previsiones de ella tenían que  ver con su hija. Su primera preocupación, una vez que supo que él estaba a salvo, fue volver junto a ella. Como la mayoría de las mujeres reformistas de la época ella se posicionaba, y era posicionada por otros, como esposa y madre que apoyaba la causa de los hombres trabajadores. Los hombres, por otra parte, como que su esposo, ingresaban a la contienda política como sujetos independientes, luchando por su propio derecho al voto, su propia capacidad de desempeñar un papel en la determinación de las formas de gobierno. Esta distinción entre los hombres como seres políticos independientes y las mujeres como dependientes es la que ilustra claramente la historia de Samuel y Jemima.

El surgimiento del trabajador como sujeto político por derecho propio fue parte del proceso de desarrollo de una conciencia de clase masculina. Como ha demostrado E. P. Thompson, la sociedad del siglo XVIII no había estado exclusivamente dominada por cuestiones de clase y luchas de clase. Quien gobernaba era la Propiedad Real; y la hegemonía establecida por las clases terratenientes y la gentry  se basaba en la aceptación de una sociedad patriarcal y jerárquica. El consentimiento para el ejercicio del poder por los propietarios se había logrado, en parte, a través de la aceptación compartida  de un conjunto de creencias y costumbres: la "economía moral" de la sociedad, a diferencia de la nueva economía política del siglo XIX, reconocía normas y obligaciones comunales y juzgaba que los ricos respetarían los derechos de los pobres, especialmente cuando se trataba de la cuestión de un "precio justo" para el pan. Cuando se transgredía esa economía moral, las multitudes del siglo XVIII se sentían con derecho a defender sus costumbres tradicionales. Los motines del pan eran una de las formas de protesta más populares. Se centraban en el alza de los precios, las malas prácticas entre los comerciantes, o simplemente el hambre. Las mujeres frecuentemente eran las iniciadoras de los motines, dado que eran quienes más se ocupaban de la compra e inevitablemente eran más sensibles a la evidencia del peso disminuido o la adulteración. Su preocupación era la subsistencia de sus familias.12

 Pero las ideas tradicionales de familia y hogar fueron cambiando hacia fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX. En algunas regiones, la economía familiar tradicional se estaba desmoronando al requerirse formas diferentes de trabajo en los procesos productivos, y acelerarse el proceso de proletarización.13 Estos cambios influyeron en la estructuración y organización de la familia y en la formación de las ideas acerca del matrimonio, la paternidad y la maternidad. Entre los pobres de las zonas rurales del sur y del este, por ejemplo, como ha planteado John Gillis, las familias trabajadoras típicas, que ya no poseían sus medios de producción, se vieron compelidas a introducir a sus hijos en el mercado de trabajo para sobrevivir. Las parejas apenas podían mantener a sus pequeños; ni pensar la familia ampliada. Al mismo tiempo, la disminución del trabajo en la propia vivienda se tradujo en una mayor libertad sexual y marital de la que jamás se había esperado entre los sirvientes agricultores. Desde fines del siglo XVIII, los empleadores y capataces de esta región tendieron a favorecer el matrimonio como fuente de mano de obra dócil y barata, mientras que anteriormente habían favorecido el celibato entre los sirvientes que trabajaban en sus viviendas.  En estas circunstancias, las parejas de trabajadores desarrollaron lo que podría describirse como una "conyugalidad estrecha". En el norte y el oeste, sin embargo, especialmente en las áreas de proto-industrialización, la familia siguió siendo la unidad económica, y el parentesco siguió siendo un lazo fuerte, mientras los maestros artesanos en los viejos centros urbanos se aferraban a su tradición de matrimonio tardío. Pero esta riqueza o variedad en los patrones familiares y maritales, que se extendía incluso al radicalismo sexual en algunos bolsones de owenistas, libre pensadores y cristianos radicalizados, ya en la década de 1850 condujo a lo que Gillis ve como una era de "matrimonio obligatorio".14 Ya no existía alternativa viable a la familia nuclear y a la monogamia heterosexual para los trabajadores; al mismo tiempo, el debilitamiento de la independencia de la economía familiar fue de la mano del reconocimiento del hombre como sostén económico y de la mujer como dependiente. Los historiadores aún no han trazado en detalle las interconexiones y disonancias entre las narrativas de la familia y la sexualidad y la narrativa de la política, en sentido más estricto. Bastante ha costado comenzar a componer la separación entre el mercado y el hogar, entre la producción y el consumo, tan fuertemente inscriptas en nuestra cultura.15 Lo siguiente a investgar debe ser la insistencia en que la política de género no se halla en cuestiones relativas a la regulación estatal de la familia y la sexualidad, sino que afecta arenas aparentemente neutrales en términos de género, como los asuntos de política exterior y las relaciones diplomáticas, las políticas comerciales y financieras, y las ideas de nación y nacionalidad.

La política inglesa dio un giro abrupto en la turbulenta década de 1790, cuando fue desafiada la jerarquía establecida y se puso en marcha el movimiento hacia un nuevo sentido de intereses distintivos, de intereses de clase, no sólo para los trabajadores, sino para los aristócratas y los empresarios también.16 Con el comienzo de las actividades jacobinas en Inglaterra, se desvaneció la relativa simpatía de algunos magistrados, con la que habían podido contar los revoltosos del pan, y las autoridades comenzaron a adoptar estrategias mas punitivas. El repudio de los derechos consuetudinarios por quienes detentaban el poder significó que tales expectativas debían ser repensadas y reinterpretadas. Fueron los escritos de Tom Paine y los ideales revolucionarios de libertad, igualdad y fraternidad los que inspiraron la versión de 1790 del "inglés nacido libre" y la creación de nuevas tradiciones del radicalismo y la protesta. En los clubes y sitios de reunión de la década de 1790, se congregaban los reformistas serios para discutir el tema vital del día: LA REFORMA PARLAMENTARIA. Como escribió en su autobiografía Thomas Hardy, primer secretario de la London Corresponding Society (Sociedad de Correspondencia de Londres), describiendo su primera reunión:

Después de haber cenado su pan con queso y cerveza negra, como era habitual, y luego fumado sus pipas, conversando un poco sobre la dificultad de los tiempos y la carestía de los productos de primera necesidad [...] se abordó el tema para el que se habían reunido -La Reforma Parlamentaria- un tema importante para que aquella clase de hombres meditara sobre él y lo afrontara.17

Los artesanos y pequeños comerciantes de las sociedades reformistas habían llegado a la conclusión de que su reivindicación debía ser la representación política. Era el Parlamento el que tenía la llave para un futuro mejor. Con el consenso moral erosionado y la negativa de los ricos a asumir sus responsabilidades seriamente, tanto en el campo de los salarios, como del control consuetudinario del trabajo, de la pobreza y el hambre, la única solución posible era mejorar el gobierno. Eran hombres quienes iban a la cabeza en la formulación de estas reivindicaciones. A partir de una reelaboración de las arraigadas tradiciones inglesas del liberalismo y del disenso, se definieron a sí mismos como agentes políticos, mientras sus esposas, madres e hijas fueron definidas principalmente como seguidoras y dependientes. A medida que los motines del pan dieron paso a nuevas formas de protesta política, ya fueran sociedades constitucionales, manifestaciones en favor de la reforma o la destrucción de máquinas, eran hombres quienes iban a la cabeza de la organización, quienes dominaban las reuniones y definían las agendas en pos de la reforma. Esto no significa que las mujeres no estuvieran representadas. Por cierto, Samuel Bamford se consideraba el iniciador del voto femenino e incluso de las sociedades filantrópicas femeninas, concepto que hubiera dejado atónitas a las muchas mujeres que habían participado en dichas organizaciones desde la década de 1790. Al hablar en Saddleworth, relata:

Yo, durante una intervención, insistí en el derecho, y la pertinencia también, de que las mujeres presentes en asambleas como esa votaran a mano alzada, a favor o en contra de las resoluciones.  Esta era una idea nueva; y a las mujeres, que participaban en gran número en aquel páramo desolado, les agradó enormemente; -y al no disentir en absoluto los hombres- cuando se puso a consideración la resolución, las mujeres levantaron sus manos, en medio de mucha risa; y desde aquella ocasión, votaron junto a los hombres en las reuniones radicales.18

Es posible que las mujeres hayan votado junto a los hombres en muchas de las reuniones radicales, pero no cabe duda de que no tenían el mismo peso en el proceso político considerado en su conjunto. La decisión posterior de los cartistas de abandonar el sufragio universal en favor del sufragio universal masculino se basó en la noción de que los hombres serían los representantes de las mujeres.

Jemima "nunca escatimó en esfuerzos" cuando se la convocó para la causa, según relata Samuel, pero los problemas que tenía eran diferentes de los de su esposo.19 Samuel fue arrestado y juzgado por alta traición, hallado culpable y encarcelado. En el curso de todo este proceso tuvo que llegarse hasta Londres dos veces, mayormente a pie, ser entrevistado por Lord Sidmouth, hacer formar un comité de defensa que lo representara, reunirse con muchos de los reformistas prominentes de ese tiempo y hacer informar su juicio por la prensa nacional. Jemima, por otra parte, permaneció en su casa, trabajando en el telar para mantenerse y mantener a la hija de ambos mientras Samuel estuvo ausente, enviándole ropa limpia cuando podía, aventurándose hasta la cárcel de Lincoln para visitarlo en dos ocasiones, dejando a la niña al cuidado de un tío y una tía. El hogar era para Samuel, en sus propias palabras, su "nido de paloma" al que podría regresar después de la tormenta. Su primera descripción del hogar data del momento que se arriesgó a viajar a su casa en tiempos en que procuraba pasar desapercibido por temor a ser arrestado, y llegó con una "lluvia helada" y un viento nocturno. Destaca el buen fuego, el hogar limpio y bien aseado, con su esposa zurciendo, mientras su hija le leía la Biblia: "Bienaventurados los mansos porque ellos heredarán la tierra." "Esos eran los tesoros", nos cuenta, "que yo había acumulado en aquella humilde casita."20

Mientras que los trabajadores se definían como un nuevo tipo de sujetos políticos, "bregando por algo para "la nación" más allá de la satisfacción por las bendiciones domésticas, al tiempo que aprendían habilidades organizacionales, establecían contactos a lo largo y ancho del país, abrían nuevas vías para ellos mismos como periodistas radicales o activistas políticos, al mismo tiempo fueron viéndose a sí mismos más y más como representantes de sus familias en el nuevo mundo público".21 La cultura de la clase trabajadora radical progresivamente se asentó en un conjunto de supuestos de sentido común acerca de los lugares relativos de hombres y mujeres, supuestos que no fueron sometidos al mismo examen crítico que la monarquía, la aristocracias, las formas de representación del gobierno y otras instituciones de la Vieja Corrupción.

¿Cuáles eran las creencias, prácticas e instituciones de esta cultura trabajadora que emergía a comienzos del siglo XIX y en qué sentidos legitimaban de modo diferente a hombres y mujeres? En el corazón de esa cultura, estaba el movimiento de reforma. Esto, por supuesto, no quita que hubiera otros elementos muy significativos al interior de la cultura popular. El metodismo, por ejemplo, proporcionó una alternativa discursiva en este sentido, coincidiendo en algunos puntos con las ideas de los artesanos serios y prósperos, como es el caso de su preocupación compartida por contrarrestar los males del alcohol, pero difiriendo fuertemente en otros aspectos de sus inquietudes.  Mientras tanto, la bebida fuerte y las apuestas seguían siendo pasatiempos muy populares para parte de la clase trabajadora, por mucho que los sobrios y respetables los desaprobaran. Sin embargo, en la potente narrativa de Thompson, fueron las instituciones y creencias características de los radicales, las que surgieron como elemento conductor al interior de la cultura de los trabajadores en el temprano siglo XIX, portando mayor resonancia y una base institucional más fuerte que cualquier otro.22 El mayor impulso que recibió el movimiento de reforma provino de las "clases industriosas" -los calceteros, tejedores de telar de mano, hiladores de algodón, artesanos y, asociados con estos, una amplia dispersión de pequeños maestros, comerciantes, posaderos, libreros y profesionales-.23 Estos diferentes grupos lograron reunirse y en base a la organización política e industrial que compartían, a través de los Hampden Clubs, las sociedades constitucionales, los sindicatos, las sociedades de amigos, los grupos educacionales y las sociedades de auto-mejoramiento, lograron llegar a sentir una identidad de intereses. Estos clubes y sociedades fueron, en consecuencia, centrales para la tarea de construir una cultura común; pero estos sitios  ofrecían un espacio donde a los hombres les resultaba mucho más fácil intervenir que a las mujeres.

Bamford nos habla de los Hampden Clubs y su importancia:

En lugar de motines de la destrucción de la propiedad, los Hampden Clubs estaban ahora establecidos en muchas de nuestras grandes ciudades, y en los pueblos y distritos de sus alrededores; los libros de Cobbett se imprimieron en formato económico; los trabajadores los leían y en consecuencia se tornaban deliberados y sistemáticos en su proceder. Tampoco faltaron hombres de su propia clase que alentaran y dirigieran a los nuevos convertidos;  las escuelas dominicales de los treinta años precedentes habían producido a muchos trabajadores con capacidad para ser lectores, escritores y oradores en las reuniones de los pueblos por la reforma parlamentaria; se descubrió que algunos también poseían un talento poético tosco, que volvía populares a sus efusiones, y otorgaba un encanto adicional a sus reuniones. Así, por esta variedad de medios, un auditorio expectante, al comienzo, y luego unos seguidores fervorosos, fueron atraídos desde las casas de rincones y recovecos tranquilos hacia las lecturas y discusiones semanales de los Hampden Clubs.24

Bamford está describiendo reuniones de varones. Los hombres que habían aprendido a leer y escribir en las escuelas dominicales de fines del siglo XVIII utilizaron sus nuevos talentos, les hablaron a otros, a veces incluso en una popular forma poética, y poco a poco le dieron forma a las reuniones semanales de lectura y discusión. Los trabajos sobre las tasas de alfabetización sugieren que las mujeres de la clase trabajadora iban muy a la zaga de los hombres.25 Era menos probable que los maestros les dedicaran tiempo y energía. Era menos probable que ellas tuvieran el tiempo, el lugar o la libertad de perseguir el estudio y la discusión. Como ha demostrado David Vincent, las dificultades asociadas a la escritura de las mujeres se reflejan en el material autobiográfico que ha sobrevivido. De las 142 autobiografías que ha analizado, solo seis fueron (escritas) por mujeres. En parte, atribuye este silencio a la falta de confianza en sí mismas, ¿quién podría jamás interesarse en sus vidas? Recordamos a Jemima Bamford, escribiendo sus pocas notas para incluir en el relato de su marido. Vincent también señala la posición subordinada de las mujeres dentro de la familia. Los hombres podían exigir que sus esposas e hijos reconocieran su necesidad de silencio y privacidad en circunstancias en las que esas condiciones eran casi imposibles de obtener. La esposa solía hacer callar a los niños y calmaba las tormentas mientras su esposo se empeñaba con sus ejercicios de lectura y escritura. Semejantes esfuerzos raramente podían preverse para las mujeres. Mas aun, las sociedades de auto-mejoramiento normalmente eran solo para hombres. Se les hacía difícil a las mujeres, en estas circunstancias, tener el mismo tipo de compromiso con la indagación intelectual y la búsqueda del conocimiento útil, valores que eran centrales en la cultura radical.26

Sin embargo, las características de la posición subordinada de las mujeres dentro de la familia no eran fijas e inmutables. Las presunciones consuetudinarias acerca del "lugar de una mujer" fueron repensadas y reelaboradas en este período. No hubo cambio en el supuesto de que los hombres y las mujeres eran diferentes y de que las mujeres eran inferiores en algunos aspectos. Hubo muchos cambios en las relaciones políticas, económicas y culturales, dentro de las cuales las nociones tradicionales de la diferencia sexual estaban siendo articuladas. Tomemos por caso la nueva política cultural del movimiento de reforma. Como ha sostenido Dorothy Thompson, las sustituciones de las protestas del siglo XVIII, más informales y comunales, por los movimientos más organizados del siglo XIX, condujeron a la creciente marginalización de las mujeres.27  A medida que las sociedades formales, con sus constituciones y funcionarios, reemplazaron los esquemas habituales de movilización de masa, las mujeres se retiraron. Muchas reuniones eran vistas como ocasiones para la camaradería entre hombres, y las mujeres quedaban excluidas informalmente, cuando no formalmente. En ocasiones las reuniones se realizaban en horas en que ellas no podían asistir, ya que una vez que se retiraron de la calle, se quebró la participación automática de hombres, mujeres y niños. Frecuentemente se realizaban en lugares donde (a las mujeres) les resultaba difícil ir, ya que las tabernas comenzaban a ser vistas como lugares inadecuados para las mujeres respetables. En el caso de que lograran llegar al sitio, bien podían sentirse alienadas por la jerga oficial y los procedimientos constitucionales tan amados por algunos hombres radicales.28

Sin duda, ocasionalmente los hombres radicales aceptaban de buen grado la participación de las mujeres como partidarias de sus demandas. En la Unión Política de Birmingham (Birmingham Political Union - BPU), por ejemplo, resucitada en 1839 luego de sus triunfos en los prolegómenos al Acta de Reforma de 1832, se fundó la Unión Política Femenina (Female Political Union) por medio de los esfuerzos de Titus Salt, un radical destacado, quien sostuvo que el apoyo que podían proporcionar las mujeres sería invaluable. En un té gigantesco organizado por la Unión Política Femenina en el magnífico nuevo Ayuntamiento de la ciudad, los líderes de la BPU demostraron la naturaleza ambigua y contradictoria de su modo de sentir acerca de la participación de las mujeres en la política. Se sirvió té y torta de ciruelas a los mil congregados y luego los hombres dieron sus discursos desde la tarima. Thomas Attwood, el héroe de 1832, habló primero. "Mis amables y hermosas y muy queridas compatriotas", comenzó. "Declaro con la mayor solemnidad que mi afecto por las mujeres de Inglaterra ha sido fundamental y decisivo como razón de todos mis esfuerzos en la causa pública. No significa que no me conmuevan los hombres, pero mi deseo de alentar los cuidados de las mujeres es mayor".

Las mujeres, de acuerdo a la reseña del Birmingham Journal, el portavoz de los radicales, agradecieron debidamente sus esfuerzos en nombre de ellas. A Attwood lo sucedió Scholefield, el primer MP por la ciudad, elegido tras el triunfo de la Reforma. Scholefield procedió a enunciar sus impulsos contradictorios ante su audiencia. "Le resultaba gratificante reunirse con tantas excelentes e inteligentes mujeres", comenzó, "quienes, con su presencia, demostraban muy claramente que se interesaban vivamente en todo lo referido al bienestar de sus maridos, padres, hermanos e hijos, y en lo que también", agregó, "afectaba profundamente al bienestar de ellas mismas." A  continuación, Scholefield argumentó a favor de la política de las mujeres, refiriéndose a la importancia del ataque de las mujeres a la Bastilla. Sin embargo, concluyó que "estaba lejos de desear que la política pudiera jamás sobreponerse a los importantes deberes de la vida social y doméstica, que constituían la principal responsabilidad de las mujeres; pero al mismo tiempo deseaba que las mujeres de Birmingham jamás se volvieran indiferentes a la política."

Titus Salt sucedió a Scholefield, y sostuvo que gracias a su buen desempeño las mujeres habían ganado el apoyo de todos a la causa de las uniones femeninas y que, "sosteniendo la misma conducta, y la fuerza de poder moral, lograrían todo lo que demandaran". Todos estos hombres radicales querían el apoyo de las mujeres. Su capacidad para reunir fondos era especialmente bienvenida. Pero al procurar su apoyo, estaban rompiendo en parte los supuestos tradicionales según los cuales la política pertenece a la esfera masculina, supuesto tradicional que había sido rudamente desafiado por las mujeres revolucionarias de Francia, constantemente invocadas en el debate acerca de la actividad política de las mujeres. No debe sorprender que muchos hombres tuvieran sentimientos encontrados acerca de este campo de acción potencial para "el sexo bello". De hecho, a muchas mujeres les sucedía lo mismo. La condescendencia de Atwood sobre su audiencia femenina, la insistencia de Scholefiled en que ellas participaban primordialmente para apoyar a los hombres de sus familias, el énfasis de Salt en la buena conducta y la fuerza moral como los modos en los cuales las mujeres podían ser políticamente eficaces, todos indican las dificultades que surgían de la movilización de las mujeres, las tensiones generadas por el espectáculo de 1000 mujeres en el Ayuntamiento de Birmingham y lo que podrían hacer. ¿Reconocerían, como era debido, que Attwood había logrado la reforma en su nombre? ¿Se conformarían con actuar para sus padres, maridos e hijos? ¿Continuarían comportándose bien y conduciéndose de acuerdo a las buenas costumbres femeninas? ¿Podrían controlarlas los varones? ¿La Sra. Bamford habría ido a Manchester sin permiso de su marido? ¿Cuál era el lugar de la mujer?

No cabe duda de que ellas no estaban dispuestas a ser acalladas. En una reunión de la Unión Política Femenina subsiguiente, presidida por una tal Sra. Spinks, habló el Sr. Collins, un destacado miembro del BPU. Birmingham había finalmente logrado la incorporación y el derecho a un gobierno local representativo. El Sr. Collins dijo que "no podría menos que felicitarlas por la gloriosa victoria que había sido lograda ese día en el Ayuntamiento por los hombres de Birmingham". Una mujer de la reunión, acusando recibo de este menosprecio de su sexo, lanzó a viva voz: "Y por las mujeres, Sr. Collins, porque nosotras estuvimos allí." El Sr. Collins tuvo que reconocer "la ayuda que las mujeres habían brindado."29

Dado el marco institucional de la cultura de la clase trabajadora radical, les resultaba difícil a las mujeres participar de manera directa, como agentes políticos por derecho propio. Sin embargo, ellas estaban presentes en número considerable y con considerable fuerza en las asociaciones reformistas femeninas, en las comunidades owenistas y entre los cartistas.30 En la mayor parte de los casos, tal parece que ellas procuraban ante todo impulsar la causa de los hombres de sus familias y, en el caso del cartismo, de asegurar que la voz de los hombres pudiera ser representada adecuadamente en el Parlamento. Pero hubo voces de discordia. La discusión acerca de la naturaleza femenina estaba siempre presente tanto en la clase trabajadora como en la sociedad de clase media en este período. Los debates sobre el carácter de la influencia moral de la mujer, sobre su potencial para la inspiración moral, sobre la tensión entre la igualdad espiritual y la subordinación social, sobre el tipo de trabajo adecuado para la mujer, permeó los discursos políticos, religiosos y científicos, así como los campos de la representación literaria y visual.

Los círculos radicales no escaparon a esto. Los intentos de algunas feministas como Mary Wollstonecraft, de plantear cuestiones relativas a la diferencia sexual y a la igualdad sexual en la década de 1790 habían encontrado una andanada de hostilidad. Sin embargo, aquellas que quisieron cuestionar la primacía del status de las mujeres como esposas y madres, que quisieron argumentar a favor de tener derechos por sí mismas, no sólo el derecho de mejorar a los hombres a través de su inspiración espiritual, sino de ser trabajadoras independientes en los campos de la cultura radical y socialista, lograron usar y subvertir el lenguaje de la influencia moral para plantear nuevas reivindicaciones para ellas mismas en tanto mujeres. Como ha demostrado Barbara Taylor, los intentos más sostenidos de interpretar al radicalismo político relacionado centralmente no solo con la política de clase sino también con la política de género, provino de las feministas owenistas.31 El owenismo ofreció un terreno menos pedregoso que otras variedades del radicalismo y del socialismo para  los desarrollos de nuevas formas de feminismo socialista. Su compromiso con el amor y la cooperación, en oposición a la competencia, y su crítica  de las relaciones de dominación y subordinación, ya fuera entre patrones y hombres u hombres y mujeres, significó que el análisis owenista estaba atento a todas las relaciones sociales del capitalismo, incluidas las instituciones del matrimonio y la familia.

Pero el momento owenista fue un momento político de transición. Los hombres owenistas no fueron inmunes al antagonismo sexual suscitado por los nuevos métodos de producción que tendían a marginar a los hombres calificados, para utilizar la mano de obra barata de mujeres y niños. Incluso al interior del movimiento, las feministas owenistas tuvieron que luchar para ser escuchadas y a medida que decrecía la fuerza del owenismo y el cartismo progresivamente fue ganando protagonismo en la escena de la cultura radical, las voces feministas fueron acalladas. Las instituciones de la cultura de clase trabajadora radical, como hemos visto, tendían a centrarse en los hombres y a legitimar la pertenencia masculina. Los clubs de auto-mejoramiento, las sociedades de debate, los Hampden Clubs y las noches de educación mutual eran más accesibles a los hombres que a las mujeres. Si el marco institucional posicionaba a los hombres como agentes y a las mujeres como adeptas ¿qué sucedía con el sistema de creencias?

El radicalismo de Paine era central para los discursos de los trabajadores en esa época. Con su énfasis en el igualitarismo radical, su rechazo de las tradiciones del pasado, su convicción de que el futuro podía ser diferente, su creencia en los derechos naturales y en el poder de la razón, su cuestionamiento a las instituciones establecidas y su firme compromiso con la idea de que el gobierno debe representar al pueblo, le dio un impulso contundente a las demandas radicales.32 Mary Wollstonecraft se apoyaría en el igualitarismo radical y ampliaría la demanda de derechos individuales a las mujeres. En su nuevo mundo moral, las mujeres serían sujetos plenos, capaces de participar en tanto seres racionales, no más atadas a los lazos restrictivos de una femineidad frívola. Pero su causa ganó pocos adeptos. Las fuerzas contrapuestas fueron demasiado fuertes y aunque su ideal de ciudadanía de la mujer sobrevivió en el pensamiento y el debate feminista, se perdió en los discursos más públicos del radicalismo durante los siguientes cincuenta años.33

El énfasis que Paine ponía en los derechos individuales y en la importancia fundamental del consentimiento a las formas representativas de gobierno se inspiraba en la tradición clásica de Locke, la que a su vez se basaba en el derecho inalienable a la vida espiritual individual de los puritanos. Esta tradición había obtenido un poder considerable en la Inglaterra del siglo XVIII. Pero el concepto de agente individual de Locke nunca se extendió más allá de los hombres. Para él, los orígenes del gobierno se hallaban en el consentimiento de los propietarios. Las únicas personas calificadas para dar su consentimiento eran aquellos propietarios hombres que se responsabilizaran por sus dependientes, ya fueran sus esposas, hijos o sirvientes. Para Locke, la autoridad política pertenecía a los hombres. Locke posteriormente reforzó aún más las diferencias entre los hombres y las mujeres, argumentando que dentro de la familia los hombres inevitablemente adquirirían mayor autoridad que las mujeres. De acuerdo con la ruptura política que él representaba respecto de Filmer y las ideas conservadoras sobre la naturaleza divina y patriarcal de la autoridad real, él insistió en que el matrimonio era una relación contractual a la cual ambos socios debían consentir. Hasta aquí, Locke argumentó a favor de los derechos individuales para las mujeres. El esposo no era visto como poseedor de soberanía absoluta dentro de la familia. Sin embargo, Locke consideraba que era de esperarse que en cada hogar alguien tomara el mando. Ambos padres tenían obligaciones hacia sus hijos; pero la capacidad superior del esposo le daría el derecho de actuar como cabeza y árbitro. Este era un resultado natural. Locke distinguía así entre el mundo "natural" de la familia, en el cual los hombres cobrarían mayor poder  que las mujeres, y el mundo político de la sociedad civil, en el cual los hombres daban su consentimiento a determinadas formas de gobierno.34 Esta distinción entre ambas esferas, la familia y la sociedad civil, con sus diferentes formas y reglas, fue retomada y desarrollada por los pensadores del Iluminismo en el siglo XVIII. Según ha argumentado Jane Rendall, los escritores a lo largo y ancho de Inglaterra, Francia y Escocia elaboraron teorías sobre la diferencia sexual que se basaron en esta distinción primaria. Subrayaban que la naturaleza de la mujer era gobernada por los sentimientos más que por la razón, era imaginativa antes que analítica, y que las mujeres poseían características morales distintivas que, en el entorno adecuado, podrían realizarse. Rousseau combinaba de este modo su crítica de la debilidad moral y sexual de las mujeres con la convicción de que ellas podían actuar como fuentes de inspiración y guía, a condición de que se les permitiera florecer en sus mundos domésticos. La esfera doméstica, según sostenían los pensadores del Iluminismo, podía proporcionarles un papel positivo a las mujeres, pero un papel que se basaba en la afirmación de su diferencia respecto de los hombres, antes que en su semejanza.35

El pensamiento radical estaba arraigado en estos supuestos acerca de la diferencia sexual. La misma Mary Wollstonecraft argumentó a favor de los derechos de las mujeres en tanto esposas y madres, y pensaba que en el nuevo mundo la mayoría de ellas le darían prioridad a esos deberes. Para ella, tal visión se equilibraba con su convicción de que debían tener el derecho a realizarse por sí mismas. Para otros, era más que posible combinar un claro compromiso con el radicalismo político, con un conservadurismo social profundo y arraigado. William Cobbett, el escritor y periodista a quien Thompson considera la influencia intelectual más importante sobre el radicalismo de posguerra, estaba a la vanguardia de estas tendencias. Fue Cobbett quien creó la cultura radical de la década de 1820, sostiene Thompson: "No por haberle brindado sus ideas más originales, sino en el sentido de haber hallado el tono, el estilo y los argumentos que podían integrar al tejedor, al maestro de escuela y al carpintero naval en un mismo discurso. De la diversidad de reivindicaciones e intereses, él hizo surgir el consenso Radical".36

Pero el consenso radical de Cobbett fue tal que ubicó a las mujeres firmemente en la esfera doméstica. Llegó a estar categóricamente en favor de la vida del hogar y de lo que veía como modelos hogareños establecidos y probados. Las esposas debían ser castas, sobrias, industriosas, frugales, aseadas, tener buena disposición de ánimo y ser hermosas, tener conocimiento de asuntos domésticos y saber cocinar. La nación estaba constituida por familias, argumentaba Cobbett, y era fundamental que las familias fueran felices y estuvieran bien administradas, con comida suficiente y salarios decentes. Esta era la base justa para una sociedad buena. Al escribir Cottage Economy, Cobbet esperaba contribuir a revivir los saberes hogareños y domésticos, a los que veía seriamente amenazados por el desarrollo de una economía de salario. Ofrecía instrucciones precisas sobre la elaboración de la cerveza, no sólo porque podía fabricarse de forma más económica en el hogar, sino también porque una buena cerveza casera podría motivar a los hombres a pasar sus tardes con sus familias en lugar de en la taberna. Una mujer que no supiera cocinar, pensaba Cobbett, era "indigna de confianza y amistad [...] una mera carga para su comunidad". Él les aseguraba a los padres que el modo de construir un matrimonio felíz para sus hijas era "hacerlas habilidosas, capaces y activas en los asuntos más necesarios de una familia". No bastaban los hoyuelos y las mejillas sonrosadas. Lo que convertía a una mujer en "una persona digna de respeto era saber fabricar cerveza, cocinar, hacer leche y mantequilla". ¿Qué podría agradarle más a Dios, preguntaba Cobbett, que la imagen del "trabajador, de regreso del trabajo duro de un frío día de invierno, sentado con su esposa e hijos alrededor de un fuego vivaz, mientras el viento silba en la chimenea y la lluvia cae con fuerza sobre el techo?"37 Dado lo mucho que dependía de esto, los hombres debían tener el cuidado de apelar a su razón tanto como a su pasión al elegir esposa. Las esposas debían administrar el hogar y olvidar las exóticas "conquistas" modernas de la femineidad, para las cuales no tenían paciencia. Los hombres debían honrar y respetar a sus esposas y pasar el tiempo en su hogar cuando no estuvieran ocupados fuera. Cobbett compartía la opinión general según la cual las mujeres eran más sentimentales que los hombres y comprendía que ellas tenían mas que perder en el matrimonio, ya que le entregaban su propiedad y su persona a su esposo. En consecuencia, los esposos debían ser amables con sus esposas. Pero no ponía en duda que las mujeres estaban sujetas a la autoridad de sus esposos, a quienes debían obedecer; y no debían pretender tomar decisiones. La Razón y Dios, tronaba Cobbett, ambos decretaron que las esposas deben obedecer a sus esposos, debe haber una cabeza en cada casa, decía, haciéndose eco de Locke, y él debe tener la autoridad exclusiva. En tanto jefes de hogar, los hombres debían representar a sus dependientes; y ellos mismos gozar del principal de todos los derechos. No podían existir derechos, pensaba Cobbett, sin aquel, el derecho principal, "el derecho de participar en la creación de las leyes por medio de las cuales somos gobernados". Sin eso, el derecho de disfrutar de la vida y la propiedad o de ejercer el poder físico o mental no significaban nada. Siguiendo en línea directa la tradición de Locke, Cobbett sostenía que el derecho de participar en la creación de las leyes se fundaba en el estado de naturaleza. Este derecho "surge", sostenía él:

Del principio mismo de la sociedad civil; dado que ¿cuál pacto, que acuerdo, qué consentimiento puede jamás imaginarse, por el cual los hombres renunciarían a todos los derechos naturales, a la total y libre disponibilidad de sus cuerpos y sus mentes, para sujetarse a reglas y leyes, en cuya creación no tengan derecho a hablar, y que deban imponerse sobre ellos sin su consentimiento? Por lo tanto, el gran derecho de todo hombre, el derecho de todos los derechos, es el derecho de tener participación en la creación de las leyes, a las cuales el bienestar del conjunto lo obliga a someterse.

Cobbett argumentó con vehemencia, rompiendo completamente con Locke en este punto, que ningún hombre debía ser privado de este "derecho de derechos" a menos que fuera demente o que hubiera cometido un "crimen imborrable". Él rechazaba la perspectiva según la cual lo que confería este derecho era la propiedad, en el sentido de posesión de la tierra.

Para Cobbett las propiedades que les daban a los hombres el derecho a votar, eran aquellas asociadas con el trabajo "honorable" y la posesión de oficio. Consideraba que los menores estaban automáticamente excluidos de tales privilegios ya que la ley los clasificaba como infantes. Pero resolvió en una frase la cuestión de los derechos de las mujeres a participar en la creación de las leyes y a prestar su consentimiento al abandono del derecho natural y al libre goce de sus cuerpos y mentes. "Las mujeres están excluidas" del derecho de los derechos, escribió, porque "los esposos son responsables por sus esposas ante la ley, en cuanto a los daños civiles, y porque la naturaleza misma de su sexo torna al ejercicio del derecho incompatible con la armonía y la felicidad de la sociedad". Las mujeres solteras que quisieron argumentar, planteando que eran personas jurídicas con derechos civiles, quedaron atrapadas por el argumento de su naturaleza, cuando se trató de derechos políticos. Las mujeres sólo podían convertirse en personas "respetables" a través de sus saberes domésticos. La sociedad sólo podía ser armoniosa y feliz si ellas se comportaban como esposas e hijas, sujetas a los juicios, mejores, de sus padres. Por naturaleza, el sexo femenino no era apto para la esfera pública.38

El posicionamiento de las mujeres como esposas, madres e hijas al interior de la cultura Radical y los hombres como agentes activos e independientes estaba en parte vinculado a procesos similares, al interior de la cultura de clase media. El período que va desde la década de 1790 a la de 1830 también vio el surgimiento de la clase media inglesa, con sus propias creencias y prácticas, su propio sentido de sí misma como clase, con intereses diferentes a los de otras clases. La clase media se definió a sí misma en parte a través de ciertos momentos públicos críticos: el affaire de la Reina Carolina, los eventos de 1832 y el rechazo a las Leyes del Maíz (Corn Laws) en 1846. Pero también se definió a través del establecimiento de nuevas pautas culturales y de nuevas formas institucionales. Un rasgo central de su cultura fue un énfasis marcado en la separación de las esferas masculina y femenina. Los hombres debían participar activamente en el mundo público de los negocios y la política. Las mujeres debían ser amables y dependientes en el mundo privado del hogar y la familia. Las dos influencias culturales e intelectuales más fuertes en la formación de la clase media fueron la cristiandad seria y la economía política. Ambas, cada una a su modo, enfatizaban la diferencia de intereses de hombres y mujeres, y articulaban los discursos de las esferas separadas.39

Los hombres de clase media de fines del siglo XVIII lucharon por establecer  su poder e influencia en las provincias desde mucho antes de lograr un reconocimiento completo a nivel nacional. Procuraban hacer oír sus voces tanto en la ciudad como en el campo, influir sobre el Parlamento en asuntos que les concernían, intervenir de diferentes maneras en el gobierno local, establecer y mantener a las instituciones religiosas y culturales, ejercer su caridad, y construir nuevas asociaciones mercantiles, financieras y comerciales. En todos los campos de interés, participaban de manera activa y pujante, observando el precepto que reza: "el hombre debe actuar". Tuvieron múltiples iniciativas y fueron ilimitados los campos en los que desarrollaron sus emprendimientos. Todos sus proyectos estaban permeados de supuestos acerca de la diferencia sexual. Sus comités políticos excluían a las mujeres, sus iglesias demarcaban las esferas masculinas y femeninas, sus jardines botánicos partían del supuesto de que los hombres se unirían en nombre de sus familias, sus sociedades filantrópicas trataban a hombres y mujeres de maneras diferentes, sus asociaciones de negocios eran sólo para hombres. Al definir sus propios patrones y prácticas culturales, los hombres y las mujeres de las clases medias tuvieron un impacto significativo en la cultura de la clase trabajadora. La clase media luchaba por la preeminencia política y cultural. Al rechazar los valores aristocráticos y las viejas formas de patronazgo e influencias procuraban establecer nuevos modos de poder. Al hacerlo, al mismo tiempo que se definían como clase, afirmaban su predominio. En muchas regiones, en especial en las nuevas ciudades industriales donde los intereses aristocráticos no se hallaban bien arraigados, pudieron ocupar el campo, ser los proveedores de educación y filantropía, establecer toda una nueva gama de instituciones que llevaron su impronta.

En Birmingham, por ejemplo, se fundaron una gran cantidad de escuelas, Escuelas Dominicales, obras de caridad a fines del siglo XVIII y principios del XIX, todas las cuales operaban con las nociones de la clase media sobre lo que era propiamente masculino y femenino. Al recomendar los valores domésticos a las alumnas de la Escuela Dominical, las mujeres de clase media definían su propia "esfera relativa" y al mismo tiempo su sentido del lugar apropiado para las mujeres de la clase trabajadora. Ese lugar apropiado podía ser de sirvientas en las casas de sus superiores o de respetables y modestas esposas y madres en sus propios hogares. La Birmingham Society for Aged and Infirm Women (Sociedad para Mujeres Ancianas y Enfermas de Birmingham) recaudaba dinero en beneficio de "aquellas que han cumplido con los deberes correspondientes a una esposa y madre" y quedaron, tal vez, abandonadas, en la vejez.

Las organizadoras prestaban la más estricta atención a establecer si las mujeres realmente merecían esta asistencia, si sus vidas habían sido humildes y respetables.40 En las escuelas se enseñaba a los niños y niñas por separado, muchas veces en edificios diferentes y con énfasis en diferentes objetivos.41 Las sociedades de auto-mejoramiento y las sociedades de debate como la Birmingham Brotherly Society (Sociedad Fraternal de Birmingham), eran sólo para hombres.42 El nuevo Instituto de Mecánica era exclusivamente para varones y se proponía enseñarles a los hombres a ser mejores esposos, sirvientes y padres. Como destacaba el primer informe del Instituto de Birmingham, la familia entera de un hombre se beneficiaría de su participación en un establecimiento como ese. Él mismo se volvería más "sobrio, inteligente y calmo", sostenían:

Su presencia en el hogar difundirá el placer y la tranquilidad por toda la casa. Sus progresos personales se reflejarán en el mejoramiento de la condición de su familia. Al reconocer los beneficios de una economía criteriosa, él podrá aun disponer de una erogación mayor en la educación de sus hijos, y en los artículos para disfrutar racionalmente. La alegría, la limpieza, y una sonrisa de bienvenida aguardarán siempre su llegada al calor del fogón doméstico. Amado en casa y respetado fuera, no será demasiado afirmar que se volverá un mejor sirviente, esposo y padre. [Tendrá] un carácter moral más elevado, y en consecuencia, será un hombre más feliz, a partir de su vinculación con el INSTITUTO DE MECÁNICA.43

¡Pretensiones grandiosas, si las hay! No ha de sorprender que los hombres y mujeres de la clase trabajadora no se transformaban milagrosamente en hombres respetables y sobrios, mujeres domésticas y amantes del hogar, por acción de instituciones inspiradas por la clase media. Pero como han demostrado muchos historiadores, tampoco rechazaron sin más los valores de esta cultura dominante. Como ha demostrado R. Q. Gray en su perceptivo estudio sobre la aristocracia del trabajo en Edimburgo se produjo un proceso de negociación entre dominantes y subordinados, negociación cuyos resultados fueron el surgimiento de conceptos distintivos de dignidad y respetabilidad, influidos por los valores de la clase media pero que se aferraban a la creencia en la acción del sindicato, por ejemplo, y un fuerte sentido de dignidad de clase.44 De manera similar, David Vincent, en su estudio sobre el significado del "conocimiento útil" para los autores de autobiografías pertenecientes a la clase trabajadora, ha demostrado la independencia del término respecto a los significados de la clase media, y la creación de un concepto diferente y específico marcado por la clase.45 Lo mismo podría decirse en relación a las esferas masculina y femenina. Los hombres y mujeres de clase trabajadora no adoptaron masivamente la idea de estilo de vida apropiado de la clase media. Pero algunos aspectos tanto de los discursos religiosos como seculares sobre la masculinidad, la femineidad y la vida doméstica sí tuvieron resonancia en algunos sectores de la clase trabajadora, sí le daban sentido a determinadas experiencias y apelaron a algunas necesidades.

Tomemos el caso de la templanza. Se ha sostenido que la templanza proporciona un buen ejemplo del éxito de la afirmación de la hegemonía de la clase media.46 Los trabajadores se convirtieron en voluntarios de la causa de la respetabilidad de la clase media. Se proponían mejorarse a sí mismos, educarse, elevarse hacia sus superiores. La iniciativa en favor del movimiento de abstinencia total había surgido de los trabajadores con conciencia de clase y habían muchas conexiones entre ellos y el Movimiento Cartista, pero la creencia radical en el mejoramiento individual era extremadamente vulnerable a la asimilación a los patrones culturales de la clase media. Los argumentos en contra de la bebida apelaban profusamente al hogar y a la familia, ya que uno de los mayores males asociados al alcohol era su tendencia a arruinar a las familias de la clase trabajadora y llevarlas a la depravación. En la famosa serie de ilustraciones de Cruikchank titulada The Bottle (La Botella), por ejemplo, la primera imagen representaba a una respetable y modesta familia de clase trabajadora disfrutando de una comida en su casa, sencilla pero aseada y confortable. Representaban el modelo de familia feliz, con la ropa cuidadosamente remendada, un retrato de familia, los niños pequeños jugando, un fuego acogedor ardiendo detrás de la rejilla y un cerrojo en la puerta, asegurando que el hogar sería siempre un refugio y un sitio seguro. Luego, el hombre le ofrecía a su esposa un trago y escena tras escena Cruickshank documenta la horrorosa destrucción del hogar y la familia, terminando el esposo demente, luego de haber asesinado a su esposa con la botella, el menor de los hijos muerto y los otros dos, el uno proxeneta y la otra prostituta.47 Era un cliché de las lecciones sobre la templanza apoyarse en la comparación entre el hogar desdichado del borracho y el satisfecho idilio doméstico del trabajador abstemio. Como declaró poéticamente un bebedor reformado:

¡Yo declaro que nunca más me emborracharé
Porque lo considero el flagelo de mi vida!
De ahora en más pondré cuidado en que nada destruya
Ese confort y esa paz que yo debo disfrutar
En mis hijos, mi hogar y mi esposa.48

Tales manifestaciones no suponían la simple aceptación de los ideales de la domesticidad, ya que los hombres y mujeres trabajadores desarrollaron sus propias nociones de hombría y femineidad. Aunque afectados por las concepciones dominantes, sin embargo, tenían inflexiones propias. Como sostuvo John Smith, un entusiasta de la templanza, de Birmingham: "La felicidad del fuego del hogar forma parte de la cuestión de la templanza, y sabemos que el ornamento principal de esa morada de felicidad es la mujer. La mayor parte del bienestar en la vida depende de nuestras parientes y amigas mujeres, ya sea en la infancia, en los años maduros o en la vejez [...]"49

Aquí tocó un punto neurálgico, ya que el bienestar en la vida del trabajador efectivamente dependía de las mujeres de la familia. Pero esas parientes mujeres necesitaban destrezas diferentes de las de sus hermanas de clase media. Mientras los ideólogos de clase media ponían énfasis en los aspectos morales y gerenciales de la condición femenina, ya que las esposas debían proporcionar la inspiración moral y gestionar sus hogares. Los programas para la buena esposa y madre de clase trabajadora enfatizaban las destrezas prácticas asociadas con la gestión del hogar, la cocina, la limpieza y la educación de los hijos. Que la esposa administrara las finanzas de la familia parece haber sido un patrón muy difundido tanto en la ciudad como en el campo, a diferencia de sus contrapartes de clase media, excluidas de las cuestiones del dinero. El hombre trabajador debía ganar, la mujer trabajadora, gastar, utilizando su costosamente adquirido conocimiento de las necesidades domésticas y los méritos relativos de los bienes disponibles, para aprovechar al máximo el dinero que ingresaba.50

Esta evaluación del papel doméstico de la mujer coincidió con el surgimiento de las mujeres trabajadoras como "problema social" definido públicamente. Como ha sostenido Sally Alexander, el período de las décadas de 1830 y 1840 vio la confirmación de los hombres como sujetos políticos responsables, mientras las mujeres eran en su mayoría condenadas al silencio público.51 Un aspecto importante de esto fue la aparición de la idea del "salario familiar": un salario que percibiría un varón sostén de hogar, suficiente para mantener a su esposa e hijos.52 Este ideal del sostén económico masculino y la dependencia femenina ya estaba firmemente establecido al interior de la cultura de clase media pero se instalaría también en la práctica de la clase trabajadora, por ejemplo, a través de los procedimientos de negociación de los sindicatos especializados.53 Nuevamente, esto no consistió en la simple aceptación de los parámetros de clase media, sino más bien una adaptación y reformulación de nociones peculiares a la clase.

A comienzos de la década de 1840, por ejemplo, los temores e inquietudes de la clase media acerca del empleo de las mujeres en trabajos inadecuados alcanzó un punto culminante con la cuestión del trabajo de las mujeres en las minas. Los comisionados designados para obtener información acerca de la incidencia del trabajo infantil bajo tierra se sorprendieron y horrorizaron ante la evidencia que surgió de las condiciones de trabajo de las mujeres. Las representaciones burguesas de la femineidad fueron golpeadas violentamente por el espectáculo de mujeres en diversos estadios de desnudez, trabajando junto a los hombres. La afrenta a la moralidad pública y los temores que se generaron, del inminente colapso de la familia de clase trabajadora y, consecuentemente, de la moralidad condujo a una campaña por la exclusión de las mujeres del trabajo bajo tierra liderada por los evangelistas. El Acta de Minas y Yacimientos Carboníferos de 1842 (Mines and Collieries Act) que excluyó a las mujeres del trabajo bajo tierra, junto  con otras intervenciones del Estado, tales como la cláusula de bastardía de la Nueva Ley de Pobres (New Poor Law), marcó un intento del Estado de regular la forma de la familia de clase trabajadora y de sancionar un código moral. Muchos mineros en actividad apoyaron la prohibición del trabajo femenino, pero sus motivos eran diferentes de aquellos de los activistas de clase media. Como demostró Angela John, ellos no aceptaban el  criterio de comisionados tales como Tremenheere, según el cual la exclusión de las mujeres era "el primer paso para elevar el nivel de los hábitos domésticos y salvaguardar al hogar respetable". Los ofendían los intrusos de clase media que les indicaban cómo debían conducir sus vidas y organizar a sus familias. Enfatizaban el control de la clase trabajadora sobre su propia cultura. Reclamaban una vida mejor para sus esposas e hijas e insistían en que si las esposas de los propietarios podían permanecer en sus casas, lo mismo debían hacer las de ellos. Hacían hincapié en que sus esposas tenían derecho a una vida decente sobre la superficie de la tierra y atacaban a los dueños de los yacimientos de carbón, tales como el Duque de Hamilton, quienes seguían empleando mujeres ilegalmente.

Pero los mineros tenían otro motivo fuerte para apoyar la exclusión. La Asociación de Mineros de Gran Bretaña e Irlanda (Miners Association of Great Britain and Ireland) se formó en 1842, tres días antes de la fecha establecida para la exclusión de las mujeres menores de dieciocho años. Como se plantea claramente en Miners Advocate (El Defensor del Minero), el sindicato se opuso firmemente al empleo de mujeres, desde el comienzo. Procuraban controlar la duración de la jornada laboral y obtener los mayores salarios posibles. Que las mujeres trabajaran era visto como una amenaza directa a este proyecto, ya que el trabajo de las mujeres bajaba los salarios. Por sus propios motivos, los hombres que trabajaban en las minas preferían, como ideal, poder mantener a sus esposas en casa.54 Las mujeres, incapaces de hablar públicamente por sí mismas, estaban perdidas. Detestaban las condiciones de trabajo pero necesitaban el dinero. Sin embargo sus voces no fueron oídas, y en uno de los principales debates públicos de la década de 1840, proclamado por toda la prensa, los hombres fueron legitimados como trabajadores, las mujeres como esposas y madres, por el Estado, los filántropos de clase media y los hombres trabajadores.

Samuel y Jemima fueron juntos a Peterloo. Compartieron la emoción, compartieron el horror y el miedo. Pero lo vivieron de maneras diferentes debido a su sexo. Los hombres y las mujeres no se ubicaban en la cultura de su clase del mismo modo. Sus diferencias eran remarcadas ideológicamente. Institucionalmente, eran segregados frecuentemente. Las complejidades de la relación entre clase y cultura han recibido mucha atención. Es tiempo de que el género y la cultura se sometan a un análisis más crítico.

Traducción de Constanza Dotta

Edición de Andrea Andújar, Silvana Palermo, Valeria Silvina Pita, Cristiana Schettini

Notas

1 Bamford, Samuel ([1844] 1984). Passages in the Life of a Radical, Oxford, Oxford University Press. La crónica de Peterloo está en pp. 141-156. En adelante sólo se apuntan a pie de página las citas directas.

2 Ibíd., pp. 132-133.

3 Ibíd., pp. 146-147.

4 Ibíd., p. 151.

5 Ibíd., pp. 150 y 161.

6 Ibíd., p. 156.

7 Thompson, Edward Palmer (1963). The Making of the English Working Class, London, Victor Gollancz.

8 Ibíd., p. 9.

9 Ibíd., p. 12. Véase el relato de Sheila Rowbotham del desarrollo de su propia fascinación por la historia, en "Search and Subject, Threading Circumstance", en Rowbotham, S., Dreams and Dilemmas, London, Virago, 1983.

10 Taylor, Barbara, (1983). Eve and the New Jerusalem. Socialism and Feminism in the Nineteenth Century, London, Virago, capítulo 4.

11 Bamford, Samuel (1844). Passages in the Life of a Radical, Londres, Cass, p. 161.

12 Sobre la multitud del siglo XVIII, véase Thompson, Edward Palmer (1971). "The Moral Economy of the English Crowd in the Eighteenth century", en Past and Present, núm. 50, 1971. Véase también Thompson, Edward Palmer (1974). "Patrician Society, Plebeian Culture",en Journal of Social History, vol. 7, núm. 4, 1974.

13 Para discusiones sobre la economía familiar, por ejemplo, véase en Berg, Maxine (1985). The Age of Manufactures 1700-1820, Oxford, Basil Blackwell; Tilly, Louise y Scott, Joan(1978). Women Work and Family, New York, Holt, Rinehart & Winston.

14 Gillis, John (1985). For Better for Worse. British Marriages 1600 to the Present, Oxford, Oxford University Press, p. 229.

15 Véase un intento de hacer esto en relación con la clase media en el temprano siglo XIX en Davidoff, Leonore and Hall, Catherine (1987).  Family Fortunes: Men and Women of the English Middle Class 1780-1850, Chicago, University of Chicago Press.

16 La literatura sobre la clase a principios del siglo XIX es extensa. Véanse, por ejemplo: Perkin, Harold (1969). The Origins of Modern English Society 1780-1880, London, Routledge; Morris, Robert John (1979). Class and Class Consciousness in the Industrial Revolution, London, Macmillan; Briggs, Asa (1960).  "The language of 'class' in the early ninteeenth-century England", en Briggs, Asa and Saville, John (eds), Essays in Labour History, London, Macmillan; Foster, John (1974). Class Struggle and the Industrial Revolution: Early Capitalism in Three English Towns, London, Methuen; Jones, Gareth Stedman (1983). Languages of Class. Studies in English Working Class History 1832-1982, Cambridge, Cambridge University Press.

17 Hardy, Thomas (1832).Memoir of Thomas Hardy, Londres, J. Ridgway Edition, p. 16. Nota de las traductoras: La traducción de este fragmento ha seguido a la de la edición de Thompson, Edward Palmer (1989). La formación de la clase obrera en Inglaterra, Barcelona, Crítica, p. 3.

18 Bamford, Samuel, ob. cit., p. 123.

19 Ibíd., p. 121.

20 Ibíd., pp. 61 y 110.

21 Ibíd., p. 115.

22 Thompson, Edward Palmer, ob. cit., en especial el capítulo 16, "Class Consciousness".

23 Ibíd., p. 610.

24 Bamford, Samuel, ob. cit., p. 14.

25 Laqueur, Thomas Walter (1974). "Literacy and Social Mobility in the Industrial Revolution in England", en Past and Present, núm. 64, 1974.

26 Vincent, David (1981). Bread, Knowledge and Freedom: A Study of Nineteenth-Century Working-Class Autobiography, London, Methuen.

27 Thompson, Dorothy (1976). "Women and Nineteenth-century Radical Politics: A Lost Dimension", en Mitchell, Juliet y Oakley, Ann (eds.), The Rights and Wrongs of Women, Harmonsworth, Penguin. Nota de las traductoras: véase la traducción de este artículo en este dossier.

28 Véase un ejemplo delicioso de este tipo de prácticas constitucionales en Thompson, Edward Palmer, ob. cit., pp. 738-739.

29 Birmingham Journal, 5 de enero de 1839, 12 de enero de 1839 y 2 de febrero de 1839.

30 Sobre la militancia y el compromiso de las mujeres con la política radical, véanse O'Malley, Ida Beatrice (1933). Women in Subjection: A Study of the Lives of English-women Before 1832, London, Duckworth; Taylor, Barbara (1982). Eve and the New Jerusalem, Londres, Virago; Thomis, Malcom I.  and Grimmett, Jennifer (1982). Women in Protest, 1800-1850, London, Macmillan; Jones, David (1983). "Women and Chartism", en History, núm. 68, Febrero 1983. Hay una excelente introducción a la literatura en Rendall, Jane(1985).The Origins of Modern Feminism: Women in Britain, France and the United States 1780-1860, London, Macmillan.

31 Taylor, Barbara, op. cit.

32 Paine, Thomas (1963). The Rights of Man, Harmondsworth, Penguin. El mayor análisis de Paine en el contexto del radicalismo inglés se encuentra en Thompson, Edward Palmer, op. cit.

33 Wollstonecraft, Mary (1982). Vindication of the Rights of Woman, Harmondsworth, Penguin. Existe una literatura voluminosa sobre Mary Wollstonecraft. Véase un excelente análisis reciente en Poovey, Mary (1984). The Proper Lady and the Woman Writer. Ideology as Style in the Works of Mary Wollstonecraft, Mary Shelley and Jane Austen, Chicago, University of Chicago Press.

34 Locke, John (1965). Two Treatises of Government, en Peter Laslett (ed.); Schochet, Gordon (1975). Patriarchalism in Political Thought. The Authoritarian Family and Political Speculation and Attitudes, Especially in Seventeenth Century England, Oxford, Oxford University Press; Okin, Susan Moller (1980). Women in Western Political Thought, London, Virago; Krouse, Richard (1984). "Patriarchal Liberalism and Beyond: From John Stuart Mill to Harriet Taylor", en Elschtain, Jean Bethke (ed.), The Family in Political Thought, Brighton, Harvester Press; Fox-Genovese, Elizabeth (1977). "Property and Patriarchy in Classical Bourgeois Political Theory", en Radical History Review, vol. 4. núm. 2-3, 1977.

35 Rendall, Jane. The Origins of Modern Feminism, Londres, Macmillan, capítulo 2.

36 Thompson, Edward Palmer, op. cit., p. 746.

37 Cobbett, William (1822). Cottage Economy, Londres, C. Clement, pp. 60, 62, 63 y 199.

38 Cobbett, William (1980). Advice to Young Men, and Incidentally to Young Women in the Middle and Higher Ranks of Life, Oxford, Oxford University Press. Véanse en especial los capítulos 4 y 6. Véase un análisis de la importancia del trabajo "honourable" y la propiedad de oficio como cualidades masculinas en las reivindicaciones de los trabajadores, en Alexander, Sally (1984). "Women, Class and Sexual Differences in the 1830s and 1840s: Some Reflections on the Writing of a Feminist History", en History Workshop Journal, núm. 17, 1984. Sobre la independencia y la dignidad, véase Tholfsen, Trygve (1976). Working-class Radicalism in Mid-Victorian England, New York, Columbia University Press.

39 Davidoff, Leonore and Hall, Catherine, ob. cit.

40 Aris's Birmingham Gazette, 17 de enero de 1831 y 21 de enero de 1833.

41 Por ejemplo, las Escuelas Dominicales de la Iglesia Anglicana de Cristo en Birmingham. Breay, J. G. (1939). The Faithful Pastor Delineated, Birmingham.

42 Minutas de las Reuniones de la Sociedad Fraternal de Birmingham, Birmingham Reference Library, Mss. No. 391175.

43 Birmingham Mechanics Institute (1825), Address of the Provisional Committee, Birmingham.

44 Gray, Robert Q. (1976). The Labour Aristocracy in Victorian Edinburgh, Oxford, Oxford University Press. El estudio de Gray se ocupa del tardío siglo XIX. Véanse también el análisis de Trygve Tholfsen de la hegemonía de la clase media en Working Class Radicalism in Mid-Victorian England; la argumentación de Laqueur, Thomas Walter (1976), Religion and Respectability: Sunday School and Working Class Culture 1780-1850, New Haven, Yale University Press, según la cual el pueblo trabajador subvirtió las intenciones de la clase media y transformó a las Escuelas Dominicales en instituciones de su propia cultura. Véanse dos sensibles relatos de las mediaciones de clase que ocurren en la práctica cultural, en Colls, Robert(1977).The Collier's Rant, Song and Culture in the Industrial Village, London, Croom Helm; y Vitale, Marina (1984). "The Domesticated Heroine in Byron's Corsair and William Hone's Prose Adaptation", en Literature and History, vol. 10, núm. 1, 1984.

45 Vincent, David (1981). Bread, Knowledge and Freedom, Londres, Europa Publications, en especial el capítulo 7.

46 Tholfsen, Trygve (1976). Working-Class Radicalism in Mid-Victorian England, Londres, Croom Helm, en particular el capítulo 7.

47 Existe una discusión fascinante de Cruikshank en James, Louis  (1978). "Cruikshank and Early Victorian Caricature", en History Workshop Journal, núm. 6, 1978.

48 Una selección de panfletos y volantes publicados en apoyo de Temperance Reformation, Birmigham, 1839.

49 Smith, John(1835). Speech at the Birmingham Temperance Meeting, Birmingham.

50 Snell, Keith D. M. (1985). Annals of the Labouring Poor. Social Change and Agrarian England, Cambridge, Cambridge University Press, en especial el capítulo 7; Vincent, David (1980). "Love and Death and the Ninteenth-century Working Class", en Social History, núm. 5, 1980.

51 Alexander, Sally (1984). "Women, Class and Sexual Differences in the 1830s and 1840s", en History Workshop Journal.

52 La mejor introducción a la literatura sobre el salario familiar se encuentra en Land, Hilary(1980). "The Family Wage", en Feminist Review, núm. 6, 1980.

53 Véase una discusión del sexo y su relación con los oficios en Phillips, Anne y Taylor, Barbara (1980). "Sex and Skill: Notes Towards a Feminist Economics", Feminist Review, núm. 6, 1980. Sobre el desarrollo de un sindicato en particular y sus prácticas restrictivas, véase Liddington, Jill y Norris, Jill (1978). "One Hand Tied Behind Us", en The rise of the Women's Suffrage Movement, London, Virago.

54 John, Angela (1980). By the Sweat of their Brow. Women Workers at Victorian Coal Mines Londres, Croom Helm; y "Colliery Legislation and its Consequences: 1842 and the Women Miners of Lancashire",en Bulletin of the John Rylands University Library of Manchester, vol. 61, núm. 1, 1978. Tremenheere, citado en p. 90.

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