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Mora (Buenos Aires)

versão On-line ISSN 1853-001X

Mora (B. Aires) vol.19 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jul./dez. 2013

 

RESEÑAS

Gimeno, Beatriz. La prostitución, Barcelona, Bellaterra, 2012, 300 pp.

 

Desde hace décadas, el debate sobre la prostitución al interior del feminismo español, y en varios países del mundo, parece estar en un callejón sin salida. Dos posturas enfrentadas, una reglamentarista y otra abolicionista que Beatriz Gimeno prefiere denominar proprostitución y antiprostitución, han hecho del debate un diálogo de sordas, una discusión cerrada por ambas partes donde la reflexión conjunta resulta imposible y la virulencia es protagonista. Se trata de un debate visceral, que lejos de aportar soluciones se ha convertido en parte del problema ya que, según la autora, se configura a partir de pares argumentativos binarios y excluyentes como por ejemplo: agencia / esclavitud, trabajo / violencia, regulación como trabajo / no regulación.

Desde una perspectiva feminista y antiprostitución, la autora despliega a lo largo de su libro un análisis minucioso y crítico de los argumentos utilizados por ambos lados del debate con el objetivo de abrirlo hacia nuevas vías de discusión y así encontrar puntos de fuga que den lugar a posiciones híbridas o matizadas.  Uno de los aspectos que destaca al aproximarse a la prostitución desde el análisis del debate feminista, es que el mismo se da en dos niveles que no tendrían por qué ser excluyentes, pero que se han construido como si lo fueran. Uno es el nivel en que se analiza la estructura y la ideología que ha creado y sostiene la prostitución, el nivel que analiza la estructura material, pero también simbólica, que mantiene la desigualdad entre varones y mujeres y donde se discute también qué efectos produce el uso de la prostitución en la desigualdad existente. Este nivel analítico, suele ser omitido por las feministas proprostitución.

En el otro nivel se discute sobre los derechos concretos, las vidas, las opiniones y decisiones de las mujeres que ejercen la prostitución. Esta dimensión del análisis, según observa Gimeno, es poco tenida en cuenta por las feministas antiprostitución.

La propuesta de una posición híbrida se basa en el desafío de construir estrategias que habiliten la articulación de una lucha que contemple estos dos niveles. En este sentido, la autora visibiliza posiciones, como por ejemplo la de O'Neill, que promueven la integración de la lucha por mejorar las condiciones de las mujeres que viven de la prostitución sin abandonar la lucha contra el patriarcado teniendo en cuenta todos los ejes de poder que se articulan en las relaciones de prostitución como son la clase, la raza, la nacionalidad y desde ya, el género. De esta forma, el abismo que separa a las antiprostitución y a las proprostitución podría acortarse y, en el mejor de los casos, permitiría acordar una agenda de mínima para impulsar políticas en conjunto.

Pero para abrir canales de diálogo, la autora advierte la necesidad de desarticular las estratagemas a partir de los cuales se ha ido configurando un debate por lo demás tramposo. Trampas que se vinculan, según Gimeno en coincidencia con Zizec, con un rasgo característico de la posmodernidad que se basa en el mecanismo de hacer pasar discursos hegemónicos y conservadores como si fueran antihegemónicos al enmascararse de contraculturales con características propias de la estigmatización, lo marginado, lo minoritario y antisistémico.

En el capítulo 2 titulado "¿Es la prostitución un problema moral?", Gimeno analiza, entre otras cuestiones, el planteo formulado por las feministas proprostitución de que las antiprostitución quieren imponer su moral particular que se caracterizaría por ser antisexual, tradicional y conservadora. Gimeno entiende que esta es una afirmación tramposa ya que todas las personas terminan trabajando para universalizar las convicciones éticas, como por ejemplo las batallas por la legalización del aborto, del matrimonio igualitario, etc. Para la autora, la trampa en el caso de la prostitución radica en equiparar moral con moral sexual conservadora. Porque lo que el feminismo antiprostitución defiende como valor no es el puritanismo sexual sino la igualdad entre los sexos, y por su parte el feminismo proprostitución también se inscribe en la defensa de valores ya que desde sus posturas es claro el valor que le dan a la libertad individual entendida como libertad para comprar y vender en el marco de las sociedades de consumo en las que vivimos donde el sexo aparece como una de las mercancías más preciadas y no consumirlo puede llegar incluso a ser mal visto.

En este sentido y en relación con otro eje encriptado del debate que gira en torno a la regulación o no de la prostitución encontramos una observación de Gimeno que visibiliza el modo en que discursos de contenido conservador se presentan como transgresores. En sus palabras leemos que: "Uno de los equívocos más persistentes en este debate es la posibilidad de que quien defiende el uso o la regulación de la prostitución sea automáticamente y solo por esa defensa considerada feminista radical y prosexo. Esto tiene que ver con que desde esta perspectiva se suele insistir en que, al regular la prostitución, además de los derechos de las mujeres que lo ejercen, también se protege la libertad sexual cuando en realidad lo que se protege es una determinada masculinidad y una determinada sexualidad masculina cuya hegemonía y no cuestionamiento dificulta o impide la igualdad entre los sexos. Desde su posición prosexo, las feministas que no cuestionan o que defienden estas masculinidades pasan por revolucionarias y radicales sexuales, cuando en realidad no hay nada más conservador que apoyar una institución tan milenaria cuya función es apuntalar la desigualdad, mientras que lo radical sería pretender cambiar los roles sexuales, de género, combatir el binarismo sexual y las prácticas hegemónicas que se naturalizan a través de, por ejemplo, el uso de la prostitución." (pp. 225)

Otro punto anquilosado del debate se da en torno a la consideración o no de la prostitución como trabajo. En el capítulo 8 titulado "¿Regular o no regular?", Gimeno señala que suele suponerse que si se piensa que la prostitución es un trabajo se sigue que debe regularse. O a la inversa, si no se la entiende como trabajo es porque no debe ser regulada. Para la autora, discutir si la prostitución es o no un trabajo no tiene mucha utilidad porque por un lado, trabajo puede ser cualquier cosa que se viva subjetivamente como trabajo, y por el otro, considerarla un trabajo no significa que deba regularse o legitimarse. El asunto que sería interesante discutir para la autora es si consideramos positivo el hecho de que esta actividad/trabajo sea legitimada social, ética y políticamente. Otro eje polémico del debate se basa en el dualismo víctima/agente o coerción/consentimiento vinculado a su vez con la cuestión del estigma de la puta. Dualismo que la autora propone descentrar del debate por simplista y sesgado. Por un lado, para no caer en los enfoques victimistas del sector antiprositución que no aceptan el hecho de que una mujer pueda elegir la prostitución como salida económica negando de esta forma la posibilidad de agencia de la misma. A su vez, esta negación a distinguir entre prostitución forzada o trata y no forzada, obtura la posibilidad de una alianza política entre los distintos sectores del feminismo para combatir de forma más efectiva a las redes de trata con fines de explotación sexual.

Pero por otro lado, no caer tampoco en la postura engañosa defendida por las proprostitución que consideran que la prostitución libera a las mujeres ya que tiene una gran capacidad cuestionadora del orden social aparte de brindar independencia económica a las prostitutas. Y que justamente por esa capacidad cuestionadora del orden social es por lo que se crea el estigma, para evitar la autonomía de las prostitutas. Regular la prostitución para estas feministas liberaría a las trabajadoras sexuales del estigma. Ante estos argumentos, Gimeno se pregunta: ¿Cómo podría la prostitución atentar contra el sistema patriarcal que la crea, la mantiene y que ella misma refuerza permanentemente?

Creer que la regulación haría desaparecer el estigma, como señalan las proprostitución, es para Gimeno una falacia. Y no solo porque invisibiliza el hecho de que en los lugares donde está o ha estado regulada la prostitución el estigma no ha cambiado en absoluto, sino porque el estigma, a su modo de ver, está intimamente relacionado con la forma en que los varones construyen su subjetividad y su sexualidad.

En este sentido la autora señala que: "El problema no es si algunas mujeres prefieren la prostitución a otros trabajos peor pagados, porque está claro que algunas sí que lo prefieren; el problema es por qué muchos hombres encuentran que acudir a la prostitución es una manera satisfactoria de relacionarse sexualmente con las mujeres; y el problema es también de qué manera ese tipo de relaciones nos afectan a las mujeres como género y afectan también a la igualdad entre hombres y mujeres". (p. 158)

Justamente, una de las tesis centrales del libro es que la prostitución en la actualidad está funcionando como una institución que refuerza y resguarda una masculinidad hegemónica acosada y desafiada por los avances del feminismo en los últimos tiempos.   Por tanto, Gimeno nos propone abandonar el dualismo víctima/agente o coerción/consentimiento como centro del debate porque no permite abordar cuestiones cruciales como la visibilización del modo en que se estructuran en la sociedad capitalista y patriarcal las opciones sociales o económicas para las mujeres. La heterosexualidad como norma, la división sexual del trabajo, y fundamentalmente, la construcción de la masculinidad hegemónica son cuestiones que confluyen y atraviesan al mundo de la prostitución y sin embargo aparecen muy poco en el debate.

Estas cuestiones de fondo, que suelen omitirse, son a los ojos de Gimeno claves para lograr la apertura de un debate que necesita imperiosamente encontrar nuevos caminos reflexivos y analíticos. A lo largo de todo el libro, podemos advertir la búsqueda constante de la autora por explicar y visibilizar, desde un abordaje genealógico y contextual, la íntima relación que existe entre las relaciones de  prostitución y una cultura patriarcal edificada sobre una lógica de dominación atravesada por distintos ejes de poder que codifican el orden de género, como son la clase, la raza y la nacionalidad.  Denunciar y combatir estas estructuras de dominación y lograr al mismo tiempo acuerdos políticos que permitan no sólo mejorar las condiciones de las mujeres que viven de la prostitución, sino también ayudar a las que quieren dejarlo y a quienes están secuestradas por las redes de trata son algunos de los desafíos y anhelos que recorren las páginas de este libro, por demás, polémico y fructífero.

Luciana A. Guerra

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