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Mora (Buenos Aires)

versión On-line ISSN 1853-001X

Mora (B. Aires) vol.20 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires ago. 2014

 

RESEÑAS

Bertúa, Paula y De Leone, Lucía (Comps.). Escrito en el viento. Lecturas sobre Sara Gallardo, Buenos Aires, Editorial de la Facultad de Filosfía y Letras, Univeridad de Buenos Aires, 2013, 192 pp.

 

Cuando en el año 2001 la colección La Biblioteca Argentina, dirigida por Ricardo Piglia y Osvaldo Tcherkaski, publicó el Eisejuaz de Sara Gallardo resultaba novedosa la inclusión de la escritora en aquel panteón de clásicos argentinos y, como explica Elena Vinelli en el prólogo, el libro solo había sido publicado una sola vez en 1971.  El gesto inclusivo nos remarcaba que aún no se había producido el reconocimiento necesario de esta escritora argentina.

En 1971, Manuel Mujica Láinez escribió una carta a su amiga Sara: ya los sabemos, los escritores y las escritoras son gente (la mayoría) que sabemos tener buenos amigos. Esta carta la cita en el libro que reseño, su amiga Felisa Pinto. En ella Manucho dice: "Ojalá la gente comprenda lo valioso de tu texto. Ojalá [...] atraviese, deje atrás, la sorpresa, la desazón de las primeras páginas, y una vez adaptada a las exigencias de un relato que hubiese perdido notablemente si no hubiera sido redactado así, se interne en la singularidad alucinante del mundo que te adeudamos". No puedo dejar de pensar estas últimas palabras como un verdadero Tratado de la amistad literaria y pensar entonces en ambos escritores en las sierras de Córdoba, ambos en la espesa bruma de la casa de El Paraíso. Ese Tratado describe la escritura de la amiga respetada y admirada pero sobre todo introduce una suerte de factor moral: "el mundo que te adeudamos, Sara". ¿Quién adeuda este mundo a Sara Gallardo? No queda muy claro, parece no tener importancia y puede leerse solo como ditirambo celebratorio. Sin embargo, si reparamos en esta idea de Manuel Mujica Láinez - la idea de adeudar un mundo a una escritora como Sara Gallardo- Escrito en el viento parece responder a ese debe impreciso.

Tómese nota: Escrito en el viento. Lecturas sobre Sara Gallardo, una compilación de ensayos críticos realizada por Paula Bertúa y Lucía De Leone, cuya antesala es la Jornada de homenaje a Sara Gallardo en diciembre, que tuvo lugar en 2008 en el Museo Roca de Buenos Aires, iniciativa contundente de las investigadoras del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Y ese debe, se vuelve haber para constituir un trabajo riquísimo, un aporte desde la crítica que nos permite entrar en el fascinante mundo de una escritora muy potente, pero para quién la función autoral carecía de ego. Sabemos que Sara fue periodista y que hacía su trabajo a desgano, sabemos que podía escribir Enero y luego planchar con gran fruición, que habitó ciudades, que llevó a sus hijos aquí y allá, que murió joven, que era muy linda, un rostro extremadamente bello, como el de su coetánea brasilera Clarice Lispector.

Sabemos además, que no se privó, como no se privaron sus colegas argentinos, de meter indios y llanuras en sus historias, pero también pétalos rurales y espinas salvajes, descamisados sin signo, violadas y psicóticos. Como dice Nora Domínguez, ella "expande, dispersa hechos, personajes y atmósferas hasta que los flujos que va describiendo entre ellos movilizan y conmocionan los suelos, empujan las aguas y los aires, perturban y arremolinan espacios y tiempos". Y comienzo comentando el texto crítico de Nora Domínguez justamente por la hermosa redacción que eligió para describir los procedimientos de escritura de Sara. Y esto que veo en la investigadora, lo veo en casi todos los textos de este volumen crítico: una discursividad analítica que no es subsidiaria del discurso ficcional, del objeto de estudio, sino que tiene su propia potencialidad: con ella, con la tarea crítica, los investigadores autoras y autores del libro escriben su propios galgos, sus propios eneros, sus propios territorios de humo y de viento. Tal vez sea este el mundo que le adeudamos a Sara: el de un abordaje crítico potente de una obra cuya potencialidad quedó muchas veces subsumida en un entendimiento erróneo de lo que significó ser periodista de Claudia o de la Confirmado de Jacobo Timerman (que tan bien nos explica Lucía De Leone), ser mamá, ser linda, ser argentina, ser la mujer de Murena, ser la que se muda de casa y de ciudad, como si todas estas cosas fueran los problemas de la obra y no sus razones y sus sentidos. Como si todas estas domesticidades femeniles no fueran también las verdades de una autora como esta y como si Sara no hubiera sido también  amiga, irónica, humorística, escéptica y espiritual, pero de "espiritualidad no triste, no oscura, no auto-flagelante", como escribió en las páginas de este libro, su hijo: Sebastián Álvarez Murena.

Escrito en el viento cumple con creces sus objetivos. Tal vez sea una de los hechos más interesantes del 2014: una publicación académica pero no estrictamente académica, de homenaje pero de análisis, con una cuota de melancolía pero solo la estrictamente necesaria. Porque sobre todo Escrito en el viento es una fiesta. La fiesta de la crítica que distribuye alegrías y certezas analíticas, y estudia incertidumbres y des-consagraciones. Que Sara Gallardo no construye un estilo, nos dice Alejandra Laera y esto no es una tragedia ni la revelación de una verdad sino un atajo por el que la escritora resuelve las cargas y así Los Galgos, los galgos tiene que leerse entre la novela rural y el 63 en que nace Rayuela. O Enero debe leerse en el afuera del boom, como dice José Amícola, -quien además nos explica espléndidamente con un fragmento, en clave Manuel Puig, cómo puede describirse una violación en la literatura argentina de 1958-.

Este libro produce gran goce de lectura: reúne la discursividad crítica con la dimensión de la experiencia personal  en el dulce relato de Mariana Docampo a quien esos libros extraños que le vinieron de familia esperaron durante tantos años. La amistad plena sagitario-capricornio de Felisa Pinto y las amorosas y tan inteligentes palabras de la hija: Paula Pico Estrada, los bellos epígrafes seleccionados por Laura Arnés para describir a las mujeres de los textos de Gallardo, la fina amalgama con que Paula Bertúa explica los micro-relatos en la fantasmagoría del humo, y allí vienen los aborígenes de María Rosa Lojo, los animales de Gloria Pampillo, los relatos infantiles de Carolina Esses y las siempre fascinantes maneras de pensar una literatura de María Sonia Cristoff que da cátedra sobre cómo una línea mínima remite a una serie inconmensurable. Y es Cristoff  la que  señala el oído de la escritora, el arrojo con el lenguaje de la escritora y sobre todo el fastidio de la escritora ante tanto trabajo: reforzar trama, aclarar, detallar cronología; y es así Sara la anti-Borges: Borges prescinde de la novela y Gallardo prescinde del aburrimiento.

Brillante trabajo de todos los investigadores que participaron en esta tarea y agudo trabajo de  las compiladoras. Celebremos entonces a la Sara que escribió sobre la pampa y los matacos pero no en clave nacionalista; esto es brindemos por la más frívola de todas las escritoras argentinas. Y brindemos también por la Sara que escribió sobre las bikinis con mínimos corpiños sin armazón y los vestidos frescos de los setenta, por la que se interesó por los tiradores de Dalila Puzzovio -que valían $35-  y que se imaginó a Susana Pereyra Iraola charlando sentada en el suelo con Yoko Ono, a saber: brindemos por la más seria de todas las escritoras argentinas. Salud.

Claudia Torre

 

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