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Mora (Buenos Aires)

versión On-line ISSN 1853-001X

Mora (B. Aires) vol.20 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires ago. 2014

 

RESEÑAS

Molina Jiménez,  Iván. La ciencia del momento. Astrología y espiritismo en la Costa Rica de los siglos XIX y XX, San José de Costa Rica, EUNA, 2011, 241 pp.

 

La modernidad que vivieron las naciones de América Latina en la última fase del XIX  e inicios del XX  -algunas de modo estridente y otras de manera más recogida- resultó una exhibición de contrapuestos, de luces y sombras; y el empeño por la ascensión del canon racional de la ciencia, fue una circunstancia asediada por el crédito otorgado a las creencias y prácticas ocultistas que tomó cuenta de vastos sectores sociales.

La rigurosa investigación que ha llevado a cabo Molina Jiménez en Costa Rica y que se ha convertido en este libro, no deja de sorprendernos aunque sepamos de los asaltos que sufrió la racionalidad en las mismas cuencas productoras de sus sentidos más acendrados. En efecto, las vertientes esotéricas que se irradiaron desde mediados del XIX en Europa, hicieron un cauce ancho entre los sectores letrados y más dispuestos a espantar las supersticiones. Tuvieron adherentes (o al menos simpatizantes), entre quienes cultivaban firmemente la necesidad de separar la religión de las fórmulas racionales de interpelación de la realidad. No se trataba entonces de cultores de los grupos populares, entre los que parecían moneda corriente el acatamiento a lo sobrenatural, sino de las/los devotas/os que obtuvieron ciertas manifestaciones de la imaginería mágica entre intelectuales, políticos, artistas, en fin, entre sectores de clase media y alta de nuestras sociedades. La teosofía y el espiritismo -aunque hay que sumar experiencias como el energetismo, el mesmerismo, o el gnosticismo-, tuvieron un lugar relevante en esas inclinaciones. He sostenido que "sus signos testimoniaban sobre una conciencia escindida en la que lo viejo resistía de muy variadas formas y lo nuevo parecía no fijarse límites. La conciencia a menudo se desvanecía, o al menos obliteraba, y más allá del problema de los valores traídos por la causa de la modernidad se instalaba una tensión desestabilizante entre las entidades de la fe y las exigencias seculares de la razón"1. Espíritus que parecían de enorme solidez en materia de convicciones laicas y que sostenían principios contrarios a cualquier plano sacramental, como es el caso de la mayoría de los miembros del socialismo, pudieron vincularse a entidades que transaban con lo prodigioso.

Molina Jiménez ha recogido e interpretado con singular rigor y erudición los fenómenos del espiritismo y la astrología costarricenses -no exentas de conjunciones sincréticas-, de los cuales deseo subrayar algunos de sus hallazgos con particular significado de género. En efecto, están en foco, en el minucioso examen de nuestro autor, dos agentes femeninas que ejercieron funciones en propuestas esotéricas en las primeras décadas del siglo XX. La primera de ellas, Ofelia Corrales, era hija de Buenaventura Corrales, una figura pública que había participado en la reforma educativa de Costa Rica de 1886, dirigía una publicación educativa y era profesor de Psicología en el Colegio Superior de Señoritas. Corrales integró el círculo espiritista denominado "Franklin", en homenaje al inventor norteamericano que, como señala Molina Jiménez, por extrañas razones resultaba asociado a una vertiente esotérica, tal vez porque se atribuyera a su descubrimiento sobre electricidad a la presencia de flujos esotéricos, además de la circunstancia de haber sido miembro de la masonería. El círculo  reunía a importantes figuras políticas, a funcionarios públicos y no faltaban adinerados representantes de la naciente burguesía costarricense. Ofelia, que era muy joven, ofició al parecer con cierto convencimiento las funciones de médium en las sesiones que se organizaron en la casa de los Corrales a mediados de la década de 1900. Su fama, de extraordinaria versatilidad en la recepción de espíritus, significó que numerosas publicaciones orientadas hacia lo paranormal se ocuparan de su caso en diversos países. Ofelia se había especializado en algunos llamados, pero resultó famosa porque convocaba al espíritu de Mary Brown; la médium articulaba voz y conducta espectral de quien había vivido en otra época, y hasta circulaba una fotografía en la que se veía a Ofelia, sentada al piano, acompañada por la imagen oscura, proyectada en la pared, del espíritu de Mary. El fenómeno alcanzó tanta repercusión que forzó la visita del especialista alemán Willy Reichel, de adhesión mesmerista, quien se encargó de desarticular la fama de nuestra muchacha. Se supo que el espíritu estaba representado en carne y hueso por una joven que desempeñaba tareas de servicio doméstico en  la casa de los Corrales, María Luisa Andrade, y de ahí en más se precipitó el desprestigio y el abandono de las prácticas de convocatoria de espíritus en la residencia paterna. Pero Ofelia, después de la muerte de su padre en 1915, pareció más libre, más determinada y redobló la apuesta de sus virtudes paranormales tornándose una profesional que comenzó a cobrar por las sesiones. Debe pensarse, y Molina Jiménez es un historiador muy sensible a la perspectiva de género, que Ofelia había sido un instrumento de enorme eficacia para los deseos paternos en orden a obtener más reconocimiento, popularidad, anhelo de fama y el designio de mejorar su penetración en círculos sociales más elevados -como sostuvo el detractor Reichel-. Ofelia, que seguramente manifestó desde muy niña una sensibilidad aguzada y dotes especiales de percepción, se convirtió en el ariete de la voluntad del padre, aún porque este estaba convencido de su inteligencia y de la posibilidad de usufructuar las dotes que creía excepcionales en su hija. Se trató de un experimento ventajoso por algún tiempo y  hasta debió construir una cantera de ominosas mentiras para preservar la apuesta que había hecho sobre potencialidades tan funcionales a sus deseos. Pero después del chubasco y de la muerte de Corrales, Ofelia ganó grados de libertad y tal vez perdió otros, sirviendo como sibila privilegiada a los sectores de poder. El autoritario gobierno de Tonoco y él mismo, aprovecharon con amplitud las funciones rituales de la joven que sorteó la cooptación paterna para caer en el beneplácito de los sectores de poder costarricense, aunque es posible concluir que aún así, pudo ser más dueña de sus decisiones.

La otra figura femenina de esta historia es la astróloga de origen argentino Norka Memberg. Sin que mucho se sepa de las fases anteriores de su vida, lo cierto es que en la década de 1930 se instaló en San José de Costa Rica y que con mucha sagacidad se hizo de una imagen de entendida en la conducta humana, exhibiendo de modo bizarro experticia para vislumbrar el futuro de quienes la consultaban. Es notable que se valiera de la prensa escrita para la evacuación de preguntas y que su renombre como experta consiguiera cierta instalación y reconocimiento -con excepción, claro está, de las jerarquías de Iglesia que la atacaron con dureza-. Como si se tratara de una fuente científica, la denominada "Dra. Memberg", se las ingeniaba para hacer gala de una notable versatilidad en el conocimiento del alma. Algún tiempo más tarde, no sin sortear tembladerales, abandonó ese país para recalar en Venezuela donde prosiguió la saga que pudo devengarle ingentes ingresos económicos, pero que sobre todo le forjó una aureola de respetabilidad en círculos letrados.

Se ha sostenido que las cuencas esotéricas, sus ritos y posibilidades de ejercitarlos fueron especialmente aptos para las mujeres en momentos en que a estas les faltaba reconocimiento. Tanto la teosofía como la astrología gozaron de especial acatamiento femenino, y los diversos mundos masculinos parecían aceptar con menos reservas las cualidades de las mujeres en esas vías espirituales. Tal vez, se trató de una continuación del sortilegio que han producido magas, brujas y hechiceras a lo largo de las épocas. De alguna manera, el minucioso abordaje de Molina Jiménez parece aportar una prueba de que así fue en las primeras décadas del siglo XX en Costa Rica. No puede dejar de pensarse en que Ofelia, más allá de la funcionalidad articulada con que operó para su padre y luego para los poderes constituidos, seguramente construyó un deseo propio con cierta autonomía, y que Norka se nos aparece con un significado aún más incisivo, como una constelación de empeños disrruptores, una subjetividad femenina que pudo desafiar reglas y convenciones. Una y otra no dejan de dar señales sobre los claroscuros de la modernidad latinoamericana, que apenas franqueaba una hendija para el reconocimiento de las mujeres.

Dora Barrancos

Notas

"El otro rostro de la modernidad: socialistas y ciencia esotérica (1890-1930)", en Revista  Estudios Sociales, Nº 40, 2011.

 

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