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Mora (Buenos Aires)

On-line version ISSN 1853-001X

Mora (B. Aires) vol.21 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires June 2015

 

ARTÍCULOS ORIGINALES

Terror, testimonio, y transmisión: Voces de mujeres sobrevivientes de centros clandestinos de detención en Argentina (1976-1983)1

 

Bárbara Sutton*

* University at Albany (SUNY), Department of Women's, Gender, and Sexuality Studies.

Fecha de recepción: 1 de abril de 2014.
Fecha de aceptación: 31 de julio de 2014.

 


Resumen

Las voces de sobrevivientes de los centros clandestinos de detención de la última dictadura militar en Argentina han sido relativamente poco escuchadas, y este es el caso especialmente respecto a ciertas experiencias de mujeres sobrevivientes. Mientras que las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo han tenido considerable visibilidad en relación a este período, las perspectivas y experiencias de mujeres sobrevivientes (algunas de las cuales también pertenecen a las organizaciones mencionadas) están menos difundidas. En los últimos años, trabajos con sensibilidad feminista han analizado los modos en que las mujeres secuestradas bajo el marco de "subversión" fueron disciplinadas, incluyendo variados repertorios de violencia de género y sexual. El presente trabajo, basado en cuarenta y un testimonios de mujeres sobrevivientes, se propone destacar el balance que ellas realizan de su recorrido y el mensaje que quieren transmitir con sus testimonios. Estas mujeres relatan experiencias de sufrimiento y horror, pero también ofrecen una oportunidad para reflexionar sobre visiones y estrategias para el presente y el futuro. Es decir, no son simplemente cuerpos traumatizados, violados o vejados sino mujeres que tienen otras cosas importantes para decir y que aportar a la memoria social.

Palabras clave: Argentina; Memoria; Mujeres sobrevivientes; Terrorismo de Estado; Testimonio

Abstract

The voices of survivors of clandestine detention centers during the last military dictatorship in Argentina have been relatively little heard, and this is especially true of certain experiences of women survivors. While the Mothers and the Grandmothers of Plaza de Mayo are well known in relation to this period, the perspectives and experiences of women survivors (some of whom also belong to the organizations mentioned) have been less disseminated. In recent years, works with feminist sensibilities have analyzed the ways in which women detained under the framework of "subversion" were disciplined, including the use of varied repertoires of gender and sexual violence. This article, which is based on forty-one testimonies of women survivors, aims to highlight these women's assessment of their journey and the message they want to convey with their testimonies. These women report experiences of suffering and horror, but also offer an opportunity to reflect on visions and strategies for the present and the future. That is, they are not just traumatized, raped or humiliated bodies, but women who have other important things to say and contribute to social memory.

Keywords: Argentina; Memory; Women survivors; State terrorism; Testimony


 

Introducción

En la Argentina, durante la última dictadura militar (1976-1983) las fuerzas armadas y de seguridad movilizaron un aparato represivo que cometió violaciones de derechos humanos a gran escala [CONADEP, 1984; Duhalde, 1999]. Esta estructura instaló una "cultura del miedo" (Corradi et al., 1992) y apuntó a "disciplinar a una sociedad con fuertes inquietudes políticas" (D'Antonio, 2009: 89). En el contexto de la Guerra Fría y de movimientos populares y de izquierda que planteaban cambios sociales significativos -incluso a través de la lucha armada- la dictadura se proclamó en defensa de la "seguridad nacional" y la "civilización occidental y cristiana". En nombre de dicha causa el régimen militar torturó, asesinó y llevó a cabo desapariciones masivas de personas provenientes de un amplio espectro social y político. Cientos de centros clandestinos de detención (CCD) fueron utilizados dentro de  un plan sistemático de represión ilegal y brutal. Los modos en los que las mujeres detenidas bajo el marco de "subversión" fueron disciplinadas abarcaron formas variadas de agresión, incluyendo repertorios de violencia de género y sexual como forma de intensificación de la opresión.

El presente trabajo se basa en 41 testimonios orales, obrantes en la asociación civil Memoria Abierta, prestados por mujeres sobrevivientes de centros clandestinos de detención durante los años del terrorismo de Estado en la Argentina2. Si bien la represión ya había comenzado antes del golpe de Estado de 1976 [Agüero, 2009; Franco, 2012], aquí me concentro en los años de la dictadura por tratarse del período en el que la metodología de la tortura y la desaparición adquiriría un mayor grado de sistematicidad y se implementaría de manera masiva [Duhalde, 1999]. Me interesa destacar las voces de mujeres como grupo social cuyas diversas narrativas no siempre han sido escuchadas o tenidas en cuenta. Mientras que muchos toman como referencia especialmente a las Madres de Plaza Mayo en relación a la dictadura -dada su visibilidad pública en la búsqueda de sus hijos/as desaparecidos así como también la importancia de su legado3- aquí quiero ubicar en primer plano a las mujeres que sobrevivieron a los CCD (algunas de las cuales son también Madres o Abuelas de Plaza de Mayo4).

En general, las voces de sobrevivientes han sido relativamente poco escuchadas más allá de las esferas judiciales [Longoni, 2007], y este es el caso especialmente respecto a ciertas experiencias de mujeres5. En los últimos años, trabajos con sensibilidades feministas han analizado específicamente la violencia sexual y de género que muchas sobrevivientes sufrieron [Aucía et al., 2011; Balardini, Oberlin y Sobredo, 2011; Forcinito, 2012; Bacci et al., 2012]. Esto es un gran aporte, que ilumina un tema silenciado, particularmente dado los avances recientes en cuanto al juzgamiento de tales delitos en el contexto de causas por crímenes de lesa humanidad durante la dictadura.

Construyendo sobre esa base, analizo los testimonios de mujeres sobrevivientes a fin de resaltar el balance que realizan de su recorrido y el mensaje que quieren transmitir. Esto es, estas mujeres ofrecen no sólo relatos de sufrimiento y horror, sino que también brindan la oportunidad de reflexionar sobre visiones y estrategias para construir un presente y un futuro considerando el pasado vivido. Citando al teórico Giorgio Agamben, Nora Strejilevich -académica y escritora- observa en su testimonio como sobreviviente que las técnicas represivas del régimen militar apuntaron a convertir a las personas cautivas en "nuda vida", meros cuerpos biológicos despojados de todo derecho y rastro de pertenencia social a un grupo humano. Los testimonios de estas mujeres, que ejercen la voz aún desde cuerpos marcados por el horror, se contraponen firmemente a tales intentos. Es decir, no son simplemente cuerpos traumatizados, violados o vejados sino mujeres que tienen otras cosas para decir y para aportar a la memoria social.

Así las cosas, procuro destacar la agencia política e histórica de éstas mujeres, tendiendo un puente entre pasado, presente y futuro a través de sus voces. En lugar de quedarse en una lectura sobre la victimización, este trabajo propone prestar atención a otras dimensiones vitales de los testimonios de las sobrevivientes, incluyendo sus perspectivas sobre cuestiones políticas y existenciales. Por un lado, estas voces femeninas se refieren a situaciones que iluminan el modo en que las desigualdades e ideologías de género se entrelazaron con el terrorismo de Estado en el interior y hacia afuera de los CCD. Por otro lado, las historias militantes de muchas de estas mujeres, y su devenir en testigos que denuncian la represión estatal, desestabilizan construcciones de la política como ámbito estrictamente masculino y desafían aquellas representaciones sociales que tienden a constituir a las mujeres como meros cuerpos desprovistos de voz.

Estos testimonios contribuyen a "configurar un espacio discursivo femenino dentro de una trama dominada por hombres" (Daona, 2013:56). No se trata simplemente de la capacidad de estos testimonios de echar luz sobre "temas de mujeres" -los cuales igualmente necesitan ser visibilizados- sino también del aporte que pueden realizar a saberes políticos y sociales más generales. Tales aportes, de todas formas, se nutren de experiencias que son inescindibles de la ubicación social de las sobrevivientes en un sistema de género, atravesado también por otras categorías de diferencia y desigualdad. Si bien este trabajo no puede cubrir en forma exhaustiva la riqueza de puntos de vista de las testimoniantes o presentar en detalle sus historias políticas, igualmente intenta persuadir sobre el valor de escuchar sus voces en clave política, desde una perspectiva que no relegue a estas mujeres a víctimas de la historia, sino que las reconozca también como sus agentes. En las próximas secciones, primero doy un breve panorama sobre cómo el género incidió en las condiciones de cautiverio de estas mujeres y luego me refiero al proceso de dar testimonio que ellas emprendieron. Seguidamente exploro aspectos del comentario político de las testimoniantes, conectando sus experiencias pasadas con el llamado de varias de ellas a construir nuevas utopías.

Género y cautiverio

Las desigualdades de género permearon el funcionamiento de los CCD, expresando un contínuum de violencia que involucró los cuerpos de las mujeres de variadas formas. Así, existieron casos como el de embarazadas a quienes les robaron sus bebés y luego fueron asesinadas, y también situaciones como la de Adriana Arce6 quien cuenta: "Como yo estaba embarazada, tuvieron que hacerme ellos un aborto sin anestesia". O Marta Bianchi7, que escuchó a un represor amenazar, "que linda [.] ésta [.] nos la violamos". Susana Jorgelina Ramus8, quien sufrió la violación sexual y la tortura sexualizada en carne propia, destaca "la sensación de vejación que uno tiene" en ambas situaciones. También hubo mujeres que al tratar de resistir mediante gritos e insultos el asedio de los represores, fueron apodadas por éstos con epítetos sexualizados como "conchita de oro" (Celeste Seydell9) o "boquita pintada" (Gloria Enríquez10), recordándoseles así su lugar de subordinación en tanto mujeres. Dora Barrancos (2008: 147-148) argumenta:

Hay una diferencia de género en los atributos de los que se invistió el horror del terrorismo de Estado: las violaciones, las condiciones del parto y el secuestro de recién nacidos aumentaron la victimización de las mujeres. [.] No sostengo, absolutamente, que las mujeres sufrieran más que los varones, sino que les fueron infligidos repertorios más amplios de suplicio.

El terrorismo de Estado se alimentó de jerarquías y discursos ya existentes en la sociedad (a los que intentó también moldear). Entre las secuestradas había mujeres con formación política, quienes por un lado parecían fascinar a ciertos represores y por el otro eran vistas como objetos de reforma (Bacci et al. 2012: 51). Cuenta Marta Álvarez -quien fue militante social y política- lo que vieron los militares en el CCD de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA):

[Que la mujer militante] podía pensar y tener elaboración propia [...] y discutir la historia, y discutir de política y discutir de economía. Entonces, había que encontrar en esa militante la esencia femenina [...] Ese era el proceso de recuperación, por lo menos con las mujeres: que empecemos a arreglarnos, que empecemos a descubrir la maternidad, que empecemos a tener charlas de los chicos.

Es decir, se pusieron en pugna diferentes modalidades de lo femenino y en definitiva se trataron de imponer formas subordinadas de femineidad como condición de vida (aunque la vida no estaba asegurada) a través de un supuesto proceso de "recuperación". Este proceso estaba dirigido a cambiar las ideologías y lealtades de las personas cautivas y, desde esta perspectiva, "política" y "femineidad" aparecen como términos opuestos. Mediante la sexualización de los cuerpos de las mujeres y la imposición de una femineidad domesticada, aparentemente se intentó exorcizar la política (y no simplemente una orientación política determinada) de las vidas de las secuestradas.

Las mujeres cuyos relatos analizo comprenden un grupo diverso en cuanto a su extracción social y política. En la época de la dictadura y en los años previos, estas sobrevivientes habían tenido ocupaciones variadas, como: estudiante, docente, modista, psicóloga, catequista, periodista, obrera, cajera y actriz, entre otras. Muchas de ellas habían participado en sindicatos, grupos estudiantiles, organizaciones en barrios marginados, partidos políticos, organizaciones armadas y/o en sus frentes de masa. Entre ellas, había quienes eran parientes o conocidas de personas ya catalogadas como "subversivas". Algunas de estas mujeres fueron mantenidas en cautiverio durante horas o días, en tanto otras lo fueron por meses, e incluso años. Mientras que algunas sobrevivientes estuvieron en un solo centro clandestino, otras pasaron por varios de estos lugares11. Luego de su liberación, algunas de las entrevistadas partieron al exilio, pero otras continuaron viviendo en el país. Como fuera, la experiencia de los CCD, incluyendo torturas y tormentos, continuó asolando las vidas de muchas sobrevivientes. Munú Actis12 sintetiza: "[E]s como una especie de mochila que uno tiene adosada. Y uno se levanta con ella, se acuesta con ella, entonces todo es mucho más esfuerzo".

Testimonio vivo: Poner el cuerpo, poner la voz

En consonancia con trabajos sobre el trauma [Caruth, 1995; Felman and Laub, 1992], muchas de las personas sobrevivientes han tenido dificultad en narrar lo vivido y en ser escuchadas. Varias entrevistadas tardaron bastante tiempo en poder contar aspectos de lo sucedido ya sea a personas cercanas, al público más general, en ámbitos judiciales o en organizaciones de derechos humanos. Por un lado, el poder hablar o no sobre estos temas ha estado mediado por el trauma experimentado, incluyendo emociones como el terror o la culpa [Bacci et al., 2012]. Por otro lado, también influyeron los distintos contextos políticos: el miedo imperante durante la dictadura, el Juicio a las Juntas Militares en democracia, las leyes de impunidad (Obediencia Debida y Punto Final) y los indultos, los Juicios por la Verdad, y finalmente los cambios políticos y las decisiones judiciales que derivaron en la anulación de las leyes de impunidad y la apertura de juicios por crímenes de lesa humanidad en la última década.

El título del libro Y nadie quería saber (Bacci et al., 2012) -que cita la frase de una sobreviviente, Alicia Morales- evoca el modo en que la posición de quien escucha delimita los contornos de lo decible. Así, ciertas experiencias de sobrevivientes se tornaron indecibles en parte también por la incapacidad o falta de voluntad de escucha de una sociedad [Jelin, 2011; Felman and Laub, 1992]. Si bien, por un lado, los relatos de atrocidades pueden resultar insoportables [Feld, 2002], por el otro, el "no saber" permite continuar la vida como si nada sucediera y sostiene la impunidad. En casos de violencia sexual, a veces las sobrevivientes callaron para proteger a sus seres queridos del sufrimiento que tal información conlleva, o debido a sentimientos de culpa o vergüenza [Zurutuza, 2011].

En general, la culpa por haber sobrevivido afectó a muchos sobrevivientes, resultando en obstáculo para poder contar lo sucedido [Bacci et al., 2012]. Algunas entrevistadas se refieren al dolor de ser puestas en el banquillo de los acusados por el hecho de haber sobrevivido al arbitrario poder sobre la vida y la muerte que esgrimieron los represores. Dice Elisa Tokar13: "esa pregunta '¿y por qué sobreviviste?', ¿no? Que es tan terrible [.] Cuando la pregunta tendría que ser '¿por qué estos hijos de puta mataron a tantos? Y que alegría que estés viva'". En el caso de las mujeres, el espectro de la "puta traidora" (Longoni, 2007) -que supuestamente sobrevive gracias a sus relaciones sexuales con el opresor- también pesa como otro posible factor de culpabilización, hayan tenido o no contacto sexual con sus captores. El estigma de la "puta" es parte de un imaginario social compartido. Los represores llamaron a Elisa "puta montonera" mientras la torturaban; ella potencialmente puede devenir en "puta traidora" a los ojos de quienes le incriminan haber sobrevivido; y a su vez, los represores son "hijos de puta" por las atrocidades cometidas (Elisa redirecciona el dedo acusador, pero la figura de la "puta" de alguna manera permanece para significar lo negativo).

A pesar de los obstáculos, los testimonios de estas mujeres son muestra fehaciente de que ellas pudieron y se atrevieron a "tomar la palabra" (Bacci et al., 2012: 85), algunas alentadas por cambios políticos y sociales que favorecieron el testimonio y/o luego de un trabajo personal y terapéutico. En cuanto a la violencia sexual, los cambios culturales y legales propulsados desde el feminismo dejaron su huella, promoviendo una mayor predisposición a abordar temas considerados tabú [Zurutuza, 2011].

El testimoniar reviste múltiples sentidos. Algunas entrevistadas se refieren a su testimonio como una "responsabilidad", una "deuda" o un "privilegio". Adriana Arce, ya en cautiverio comenzó la tarea de tratar de recordar, de contarse a sí misma repetidamente lo que había vivido, para así no olvidar y poder denunciarlo. En su testimonio en Memoria Abierta, Susana Jorgelina Ramus -quien también publicó el libro Sueños sobrevivientes de una montonera (2000)- conjuga el esfuerzo que representó el revisitar experiencias dolorosas, cosas "tan fuertes que no podía seguir", y lo que siente como un deber de testimoniar: "una especie de deuda para. que creo que tenemos todos los que sobrevivimos con respecto a los que no pudieron, no pudieron contar".

Esta voluntad de testimoniar está fuertemente asociada también con el anhelo de que la trasmisión de la experiencia "sirva": que contribuya a la memoria social del país, que ayude a que se haga justicia, que aporte datos para conocer el destino de personas desaparecidas o apropiadas, que muestre los pequeños y grandes gestos que tejen la supervivencia y la solidaridad, y que provea cimientos para construir una sociedad mejor. Marta García de Candeloro -quien es psicóloga- conecta "el dejar cosas que sirvan" con la idea de vivir, que implica transmitir algo de otras personas también, de aquellos que ya no están: "uno se perpetua en eso, en lo que pudo dejar del otro".

No son simplemente las palabras que se ofrecen en la transmisión de experiencias difíciles, sino que el testimonio también reviste una dimensión física y emocional. Nora Strejilevich se refiere al acto de testificar como "poner el cuerpo en la narración de una verdad: 'Yo digo que esto fue así'". Lo asocia con la autoridad que confiere la corporalidad masculina en el sentido de poner "los huevos, la testosterona". En el caso de las sobrevivientes, los cuerpos que se juegan en narrar su verdad son cuerpos femeninos que sufrieron golpes, vejaciones, torturas y/o agresiones de tipo sexual. Sin embargo, son también cuerpos resilientes, que reclaman la voz para decir incluso lo indecible. Este posicionamiento, este "poner el cuerpo", acarrea un costo -en tiempo, energía física y psíquica, y a veces, en tener que soportar intimidaciones-. A pesar de eso, diversas sobrevivientes también reconocen el valor social del testimonio y el hecho de que puede también resultar beneficioso para quien lo realiza en términos de procesar la experiencia. Munú Actis explica: "ponemos el cuerpo cada vez que revivimos aquella historia, y declaramos, nos duele pero nos hace bien" (Actis et al., 2001: 284).

La iniciativa de hablar más acabadamente sobre estas experiencias traumáticas fue a veces facilitada por proyectos de testimonio colectivo. Por ejemplo, Laura Schachter, quien fue militante estudiantil, participó en el libro Los chicos del exilio (Guelar, Jarach y Ruiz, 2002): "El libro está hecho de un grupo muy cercano, entonces, era mi testimonio y el de todos los demás [.] Era esto muy cuidado [.] [Y]o lo sentí como que me dio la posibilidad de hablar. Realmente me hizo bien". En su testimonio en Memoria Abierta, Elisa Tokar se refiere a su participación en el libro Ese Infierno: Conversaciones de cinco mujeres sobrevivientes de la ESMA (Actis et al., 2001):

A mí personalmente me ayudó a ponerle realmente toda la voz a. a. esas cosas que a mí me angustiaban tanto y que no. no le había podido poner. poder dar nombre, ¿no? El hecho [de] que a otras compañeras les haya pasado lo mismo que a mí [.] pero fue como que. me ayudó a ponerle palabras a. a. a esa angustia, ¿no?, a ese dolor, a darle nombre a esas cosas que me habían pasado.

Como sugiere el testimonio de Elisa, el encontrar eco en la experiencia de otras mujeres ayuda a comprender la propia experiencia y elaborar el trauma. Además, si bien el tópico que las une es obviamente político, este diálogo horizontal entre mujeres y el tipo de análisis generado -que empieza a tocar cuestiones "personales" respecto al cuerpo y lo sexual- son reminiscentes de tantos grupos de mujeres que en la tradición feminista descubren que lo "personal es político" y que hay un orden de desigualdad de género que marca sus experiencias de manera específica. Parte de la potencia del libro deviene justamente de su carácter colectivo: "Estas mujeres desmantelan con su palabra lo siniestro de un aparato represivo estatal ideado por hombres, que poseían la violencia de las armas, la picana y el falo como símbolo de dominación y ultrajes" (Daona 2013: 68).

Si bien los testimonios de sobrevivientes han sido claves como elementos de prueba, los relatos no judiciales aportan otra textura y capas de sentido. Se constituyen, en el decir de Elisa Tokar, en "testimonio vivo" que no está sujeto a las convenciones del sistema legal [Feld, 2002; Jelin, 2011]. De esa manera el testimonio puede dar cuenta de aspectos de la experiencia vivida que quizá no tienen valor jurídico pero si lo tiene para la memoria social. Por ejemplo, Cristina Comandé -que fue militante política en su juventud- enfatiza los gestos de solidaridad y resistencia que se dieron aún en situaciones de degradación extrema en los CCD. Marta García de Candeloro incluso habla de la "belleza" que puede hallarse en ciertas dimensiones de la experiencia:

Todo lo otro ya está en mi testimonio, todo lo otro es el horror, y todo lo otro también tiene una gran belleza. Parece extraño, ¿no?, uno decir que todo eso. pero tiene la belleza de saber lo que es el ser humano, cuáles son nuestros límites, que significa el querer vivir y el poder vivir. [.] Cuando la gente dice, "Ay, ¿pero cómo pudieron soportar?" Que sé yo como lo pudimos soportar. Nadie está preparado para eso. Lo que pasa, que en las situaciones límites, los seres humanos tenemos cosas que no sabemos que tenemos. Las cosas de vida que tenemos. Cómo en la vida cotidiana a veces las pequeñas cosas nos deprimen, y está bien que nos depriman [ríe], y nos sentimos mal. Y uno cree que esa cosa a uno lo destruye, un problema en el trabajo, un problema en la familia, un problema. y que no puede más. Y cuando uno vive una situación límite, empieza a manejar mecanismos inconscientes que uno no sabe si tiene, y que también son del ser humano, y que hacen ver la vida desde otra. prenderse a la vida. Y entender la vida.

Este pasaje nos da una pista de que, además de ayudar a hacer justicia o escribir la historia, hay mucho más para transmitir a partir de las experiencias del terrorismo de Estado.

Por cierto, la transmisión es una función esencial del testimonio. Los relatos de estas mujeres se dirigen a un público más o menos difuso que incluye también a generaciones futuras. Para algunas testimoniantes, el poder comunicar a personas más jóvenes lo sucedido es clave, en parte quizá porque ven en los jóvenes a quienes poseen la llave del futuro. El testimonio de Ledda Barreiro, sobreviviente con una larga trayectoria de militancia e integrante de Abuelas de Plaza de Mayo, es ilustrativo al respecto:

Entonces yo me dirijo a los jóvenes, que son los atrevidos, los. los. los que ponen el cuerpo, los que se equivocan y vuelven a empezar, porque así deben ser, porque tienen la imaginación a pleno, porque. porque sueñan [.] Porque un joven sin proyecto y sin sueños es un muerto que camina y es un producto para el sistema que los quiere idiotizar [.] Entonces a ellos les digo, que si algo sirve lo de Abuelas es el empecinamiento que se tiene que tener. Y si las viejas lo tenemos, como no lo va a tener el chico, ¿no? [.] que sea atrevido ─en las artes, en el laburo, en exigir y no pedir lo que le corresponde─. Que nunca tiene que pedir; tiene que exigir los derechos. Y no tiene que aflojar.

A la vez que transmite su mensaje de perseverancia, participación y coraje, Ledda reconoce la vitalidad que deriva de su contacto con los jóvenes, que aprenden de Abuelas, se proyectan al futuro y le devuelven en la forma de un presente en que "no se habla de enfermedades, no se habla de achaques [.] porque con los chicos tenés la vida. Está la vida". Cristina Comandé, de 51años al momento de su testimonio, también se dirige a gente más joven y resalta la necesidad de apertura hacia sus ideas:

[E]n realidad hoy, nuestra esperanza está toda puesta en los chicos. Nosotros podemos acompañar, podemos apoyar, podemos hablarles, contarles las experiencias, lo que pensábamos, lo que decíamos. Pero hoy yo creo que tenemos que escuchar a los chicos, [por]que muchas veces nosotros nos quedamos en el '70, y los chicos de hoy tienen una visión diferente, que nosotros tenemos el deber de escuchar [...] Y hoy los que van a seguir la lucha van a ser ellos. [.] Así que. es para los chicos.

Como en el caso de Cristina, en varias entrevistas aparece un sentimiento de esperanza entrelazado con el gesto de transmisión: la posibilidad de que las próximas generaciones continúen una lucha iniciada tiempo atrás. Pero para este emprendimiento es necesario también rescatar la memoria sobre la militancia que la dictadura intentó suprimir. Marta Vasallo, que fue militante política en la década de 1970 y es ahora una reconocida feminista, recuerda los sueños y luchas de su generación, y los conecta con el presente:

[M] uchas veces se habla del país como de algo pasado, ¿no?, como de un país inviable.
Desesperadamente nosotros quisimos que fuera viable [parece emocionarse]... Pero creo que esa viabilidad ahora está en manos de otra gente, de otras generaciones, que puedan pensarla de otra manera, con otros parámetros y con otras opciones. Pero creo que para esa viabilidad es vital saber que. es vital saber por lo menos que hubo quien supo que era viable, y peleó por eso.

Varias entrevistadas apuestan a que estas experiencias militantes sean tomadas por otras personas. Asimismo, respecto del saldo de la dictadura y los aportes de sobrevivientes al esclarecimiento de los hechos, dice Eva Orifici: "[E]sto tiene que ser una posta que tienen que tomar otros". Eva, quien ha sido docente y militante sindical, alienta a que este legado no quede "ahí como un hecho histórico, enmarcado, que se guarda así como un ladrillo. [.] Es una realidad reciente, es historia fresca [.] Tiene que servir".

Sueños y militancias

A partir de las experiencias del pasado, estos testimonios van abriendo un panorama sobre las repercusiones actuales de la historia reciente y sus implicancias para el futuro. ¿Qué tipo de sociedad vale la pena construir? ¿Con qué herramientas y métodos? ¿Qué tipo de lucha van a continuar las generaciones jóvenes? ¿Qué lecciones se podrían rescatar de un pasado plagado de dolor y horror?

La memoria viva del período en cuestión es no solo de tragedia sino también de los sueños y utopías que inspiraron los quehaceres de muchas personas desaparecidas y sobrevivientes. Mientras que en los inicios de la transición democrática, la identidad política de los desaparecidos fue minimizada o silenciada [Crenzel, 2011; Otero 2010], los testimonios de Memoria Abierta rescatan las historias militantes de tantas víctimas del terrorismo estatal. Las entrevistadas hablan sobre sus experiencias articulando biografías individuales con hechos políticos del país, aún antes del golpe de Estado. Patricia Erb -quien fue militante política antes de su secuestro a los 19 años- se refiere a gente de su generación que tenía "una concepción de una utopía que estaba mucho más cerca de lo que realmente estaba, pero que eso le generaba posibilidad de ser seres humanos muy lindos". Agrega que la "energía de esa gente" debe ser recuperada.

Mientras que difícilmente se pueda englobar bajo descripciones uniformes el vasto grupo de personas desaparecidas, es posible pensar qué aspectos de sus sueños y saberes pueden retomarse y proyectarse hacia el futuro. Y este legado no le pertenece solo a los desaparecidos sino que está vivo en quienes sobrevivieron. Para varias entrevistadas, hay un hilo conductor entre su militancia pasada y su trabajo actual. Julia Ruiz, quien fue militante política en su juventud, comenta que "no es casual que yo siga militando en derechos humanos" y que otros sobrevivientes hayan "seguido trabajando socialmente, ¿no?". Si bien el proyecto político que motivó a muchas de estas mujeres fue interrumpido o, en palabras de Norma Berti14, "aniquilado", eso no significa que sus visiones y acciones para el cambio social hayan sido desmanteladas. Adriana Friszman, militante en la década de 1970 y profesora universitaria residente en Brasil al 2004, explica:

[A]quello que me llevó un día a la militancia, sigue estando presente, inamovible, a pesar de que perdimos, de que nos hicieron moco, pero digamos, las razones que llevaron a eso siguen existiendo y la voluntad de colaborar para que tengamos un mundo mejorcito en lo posible, esa permanece. ¿Qué es lo que cambia? Lo que cambia es la perspectiva. No hace falta que sea acá, no hace falta que sea en este lugar político. Entonces es un modo de vida, digamos.

Para algunas mujeres, la militancia -aún después o a partir de su liberación- ha sido un motor en sus propias vidas. Carmen Lapacó, sobreviviente y también Madre de Plaza de Mayo (de la Línea Fundadora), relata así lo que le dejó su recorrido:

[M]e ha servido para seguir viviendo [...] ¿Qué hubiera hecho si yo me hubiera quedado sentada como una señora gorda cruzando las piernas en mi casa? No, yo tenía que salir a luchar. Y esa lucha y esa compañía de las personas que estaban al lado me hizo mucho bien. Me hizo continuar, y como yo digo, voy a continuar aunque sea con dos bastones, que vaya caminando con ese andador [ríe] pero voy a continuar mientras que la cabeza me lo permita.

Si bien para parte de estas mujeres la militancia ha seguido -en nuevas formas y espacios- sería un error simplemente arriesgar interpretaciones de tinte heroico. Reconocer la resiliencia y compromiso de estas sobrevivientes no se contradice con notar también la marca profunda que la experiencia como detenidas-desaparecidas dejó en sus vidas, al punto que hay mujeres que aun habiendo tenido una historia de lucha militante previa a su secuestro no volvieron a vincularse con organizaciones políticas de ningún tipo. No solo la dictadura diezmó las organizaciones a las que muchas pertenecieron, sino que también la experiencia disruptiva y traumática de detención, persecución y exilio condicionó su participación política, aún acabada la dictadura. 

Mientras que varias entrevistadas reivindican su militancia pasada y la conectan con sus actividades presentes, también es preciso escuchar voces como la de Liliana Gardella15, quien expresa: "No, yo no hago un buen balance. Yo sufrí y sufro mucho. No tengo una buena vida. Yo hubiera. hubiera sido mejor no militar. No hubiera sufrido lo que sufrí. Ahora ¿cómo se resuelve esto? ¿Cómo se mejora el mundo que nos rodea? No sé". El alto costo personal que implicó la actividad política en el contexto de la represión y, particularmente, las dolorosas secuelas de la experiencia concentracionaria aparecen en distintas entrevistas. Las formas de procesar ese trauma no son uniformes. Mientras que los relatos épicos son quizá reconfortantes, la diversidad de experiencias de vida y formas de balance sobre el pasado, denotan una textura más compleja del alcance del sufrimiento y los modos de seguir viviendo.

También se percibe en los testimonios diferencias políticas, puntos de tensión y cuestiones que se asoman como no dichas -tanto alrededor de aspectos de la militancia, particularmente la armada, como a situaciones dentro de los CCD que pueden resultar dolorosas de recordar o relatar-. Algunas testimoniantes acercan una crítica sobre el accionar de las organizaciones políticas a las que pertenecieron, incluyendo perspectivas sobre sus estructuras verticalistas de autoridad, el escaso espacio para disentir sobre las decisiones, la creciente desconexión respecto a las masas, la falta de mujeres en las más altas posiciones de liderazgo u otros rasgos sexistas de las organizaciones.

Independientemente de su militancia pasada, y de que hayan continuado con una actividad política o no, el hecho de que estas mujeres hayan decidido prestar testimonio evidencia su compromiso con lo público y con contribuir de alguna manera a cuestiones que se relacionan con la política, aunque no la agotan. Sin embargo, tampoco hay que olvidar a mujeres que sobrevivieron pero que quizá decidieron no testimoniar. ¿De qué manera las secuelas de los CCD imprimieron sus prácticas ciudadanas en democracia e influyeron su inclinación (o no) a participar en grupos con incidencia en la política?

Hoy en día las sobrevivientes que retienen un deseo de participación se ven ante un escenario muy distinto del de la militancia de la década de 1970.Tal vez debido a las experiencias vividas durante y luego del cautiverio, y al contexto político contemporáneo, se advierte que junto con la permanencia de ideales hay también ciertos cambios de perspectiva con respecto a los caminos hacia la transformación social. En lugar de la militancia más abarcadora de la década de 1970, se contempla ahora la posibilidad de hacer cambios pequeños pero significativos, desde el lugar de cada uno, y desde lo que cada persona pueda aportar. La referencia de Adriana Friszman a un "mundo mejorcito" denota una escala de intervención más reducida. El testimonio de Raquel Odasso16 también hace eco de ese sentimiento: "Quizá antes tuvimos grandes ambiciones, o creímos que era posible tomar el poder y hacer la revolución. Bueno, ahora quizá somos más humildes y pensamos que, bueno, un poquito podemos aportar a la transformación".

Estas afirmaciones no deben entenderse necesariamente como un retraimiento hacia lo individual (si bien en algunos casos hay un contraste notable entre una vibrante vida militante antes de la dictadura y lo que aparece como un marcado distanciamiento de la política posteriormente). La cuestión colectiva y la necesidad de organizarse emergen en varios testimonios, aún cuando se barajan distintas opciones de cambio e intervención. También se menciona la significancia de las luchas pasadas para el presente. Dice Marta Vasallo que reconocer el valor de la militancia pasada de su generación:

[E]s completamente compatible con la voluntad de revisar las premisas equivocadas, con la voluntad de hacer de la militancia algo por ahí más modesto pero más preciso. Donde lo que uno dice nunca exceda lo que realmente humanamente puede hacer, y que debiera ser compatible con dejar de pensar que se necesita una visión absolutamente cerrada del mundo para actuar. Creo que las visiones cerradas son dañinas y que hay que saber mantener esa capacidad de apertura en la visión, y de acción inmediata, de acción concreta.

Esta reflexión da espacio a una mirada crítica pero a la vez no demonizante de las luchas pasadas, y así abre la posibilidad de construir a partir de esa experiencia.

Las movilizaciones y militancias de la década de 1970incluyeron formas variadas de lucha y estrategia, inclusive la lucha armada. Algunas sobrevivientes que pertenecieron a  organizaciones político-militares exploran cuestiones controvertidas, como el rol de la violencia para alcanzar objetivos políticos. Mientras que la responsabilidad por las acciones de terrorismo de Estado está firmemente anclada en quienes planearon, organizaron y ejecutaron dichas atrocidades -y así se desprende de los testimonios-, algunas sobrevivientes alientan a examinar las prácticas sociales y políticas que pueden haber facilitado la represión. También sugieren la necesidad de pensar el rol de la lucha armada por parte de las organizaciones políticas. Por ejemplo, en su mensaje dirigido a quienes accedan a su testimonio y a las generaciones futuras Liliana Gardella dice:

Que aprendan a encontrar en el cotidiano de la sociedad las cosas que terminan sosteniendo una estructura represiva. Eso. Porque todo lo demás es relativo, discutible y arreglable. Eso no es arreglable. Y si sirve saber cómo funcionó un campo [de concentración], o si sirve saber cómo una organización de militantes termina atrapada en una lógica represiva y no logra cambiar el curso de las cosas, yo creo que hay que profundizarlo más. O sea, ¿qué nos pasó que les servimos en bandeja a los militares la posibilidad de eliminar 30.000 personas de este país? ¿Lo hubieran hecho de todas maneras si nosotros hubiéramos dejado de lado la lucha armada? No sé. Pero a mí me parece que es eso lo que hay preguntarse, porque si eso tiene que ver con que la estructura represiva crezca y se sostenga -porque de eso viven  finalmente estos tipos, sino tienen que vivir de otra cosa-bueno entonces no hay que hacerlo evidentemente. Más allá de la violencia y el pacifismo genérico que uno puede haber desarrollado con los años. Pero yo creo que hay opciones que favorecen ciertos procesos, ¿no? A mí parece que lo que hay que lograr es desarmar eso.

Este pasaje plantea cuestiones a tener en cuenta a la hora de evaluar distintos métodos para el cambio social, aunque evidentemente estas evaluaciones no pueden ser descontextualizadas del momento histórico. Sin ir más lejos, como apunta Daniel Feierstein , no se advierte en la Argentina actual grupos políticos que planteen seriamente la lucha armada como vía de transformación social y, por otro lado, es preciso "visibilizar la reorganización social producida por el terror como relativamente autónoma de los grados de adhesión de distintos grupos políticos o culturales a la violencia insurgente" (Feierstein , 2011: 583). Igualmente el llamado de Liliana a reflexionar sobre la violencia política es importante, sin que esto signifique excusar a los represores o adherir a la teoría de los dos demonios. En ese sentido, Pilar Calveiro (2005), otra ex detenida-desaparecida, se aboca a esa tarea en su libro Política y/o violencia. Allí analiza críticamente el contexto y las prácticas de organizaciones guerrilleras cuyo surgimiento describe "como respuesta y como continuación de la lógica violenta que predominó en la política argentina a lo largo del siglo XX", particularmente el poder del aparato militar estatal, expresado a través de sucesivos golpes de Estado y antecedentes de prácticas del terror (Calveiro, 2005: 27). E indica los altos costos que implica el desplazamiento de la política por una lógica militarizada, aun en el interior de organizaciones que planteaban la revolución por un mundo más justo.

Algunas entrevistadas que participaron en organizaciones guerrilleras, o en sus frentes de masa en la década de 1970, se refieren a los cambios políticos y personales generados desde entonces. Luego de sus experiencias militantes, el horror de la dictadura y las décadas de democracia, se manifiestan continuidades y también cambios relativos a las visiones y modalidades del pasado (acompañadas o no por críticas más o menos sustantivas). Por ejemplo, Celeste Seydell, que fue militante política, afirma que continúa luchando por "el bien del ser humano" pero de distinta manera:

Mi mamá decía, uno parte desde el amor, y por amor a, tiene que hacer determinadas cosas. En ese sentido yo asumí la lucha armada, me tocó combatir contra gente que estaba sojuzgando, aplastando al hombre, que se erigen en dueños de. de la vida y de la muerte. Me tocó eso. Pero partí del amor a estos, no del odio a estos otros [...] Eso es lo único que puedo decir, que el amor mueve el mundo, y que por amor se puede lograr todo, de distintas maneras.

Un mismo principio ético animó su militancia de ayer y su trabajo de hoy con mamás solas y adolescentes en riesgo, a quienes ve como "lo más lastimado de la sociedad".

Otras entrevistadas también reflexionan sobre el pasado y lo conectan con su militancia y visiones actuales -desde participar en organismos de derechos humanos, a ocupar cargos afines en el gobierno, a trabajar con grupos poblacionales marginados o militar en movimientos sociales contemporáneos-. Entre ellas, Isabel Fernández Blanco -militante política en la década de 1970 y funcionaria en el área de derechos humanos al momento de la entrevista- desea transmitir:

[Q]uería y quiero un mundo mejor, una sociedad más justa. Que los ideales siguen tan fuerte como cuando era adolescente. Que cambian las formas, ahora con más de cincuenta años, cambiaron las formas de hacer política. También cambió el contexto en el que nos movemos. Que en ese momento si bien no estaba tan convencida de que fuera la lucha armada la forma de llegar al poder y cambiar el mundo, entendía que no había otra, que esa era la única. el único camino. Hoy creo que hay otros caminos y [.] sigo convencida de. de. de seguir comprometida políticamente, de seguir luchando por los derechos humanos, de seguir peleando por una sociedad más justa.

Distintas entrevistadas reivindican la solidaridad, lo colectivo y la organización con otras personas como modos de transformación social. Estos valores se contraponen al individualismo, la fragmentación y la cultura comercial que caracterizan tantos aspectos del mundo actual. El modelo económico neoliberal, que en la Argentina le abre paso la dictadura y toma fuerza especialmente en la década de 1990, encarna dichos valores. Isabel Cerruti17, entrevistada en el 2002, en el contexto de la crisis económica que estalló en el país con el nuevo milenio, habla de la recurrente necesidad de organización colectiva:

Esta globalización en definitiva parece unir, pero en definitiva fragmentó y nos fragmenta cada día más. Y frente a lo que nos ocurrió tenemos que aprender justamente eso, que hay redes que se pueden tender, no hay que tener miedo [.] a ese supuesto enemigo que es el que te pone el pie encima. Hay que tener cuidado. Hay que ser un monstruo de mil cabezas. No hay que poner una sola cabeza.

La metáfora del monstruo de mil cabezas habla de unidad en la multiplicidad como modo enfrentar o desarticular relaciones de dominación en la era de la globalización. En esta visión, la solidaridad y movilización colectivas continúan teniendo relevancia como defensa contra el avasallamiento, pero también para lograr objetivos políticos.

Presente y futuro: Construyendo nuevas utopías

Incorporando las enseñanzas de su recorrido, varias de estas mujeres siguen buscando maneras de transformar la realidad. En palabras de Alicia Morales (quien fue militante política y presidió la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos - Delegación San Rafael): "Si no tenemos utopías no existe el mañana tampoco". Las visiones de un mundo mejor que aparecen una y otra vez en los testimonios requieren centralmente de una sensibilidad hacia la injusticia -situaciones que han continuado e incluso exacerbado en democracia [Svampa, 2005]-. Emilce Moler18, argumenta:

[U]na sociedad desigual, con injusticias, no le hace bien a nadie. Uno no puede vivir feliz en una sociedad en donde haya tantas desigualdades, uno sufre o por lo menos tendría que sufrir cuando ve sufrir al otro. Y hay que ver entonces en los contextos políticos, económicos del momento como uno puede colaborar para. para ayudar en eso. No hay recetas, no hay que reproducir los hechos necesariamente, sino hay que estar atentos a ver qué se puede hacer.

Como en el caso de Emilce, aflora también en otros testimonios la preocupación por la injusticia y la violencia estructural que permean las sociedades contemporáneas. Esto va en línea con los ideales que inspiraron los proyectos políticos, laborales, estudiantiles y sociales de muchas entrevistadas. En esta acepción, la invocación a la justicia se refiere a una sociedad más inclusiva y equitativa, sin miseria y pobreza, y donde las personas sean tratadas con dignidad. Es decir, se delinean anhelos de justicia social. En su testimonio grabado en el 2003, Julia Ruiz expresa:

[E]stamos en presencia de una sociedad como la que tenemos en este momento, donde probablemente no haya una tortura sistemática, pero donde sí estamos condenando a generaciones y a grupos humanos a vivir como animales. Y después nos asustamos cuando reaccionan como tales, y no como personas. Entonces, eso me sigue impactando, me sigue doliendo, y creo que cada uno de nosotros tiene que hacer algo para mejorar la sociedad, pero sobre una base fundamentalmente justa.

Algunas entrevistadas yuxtaponen la experiencia de la violencia del terrorismo de Estado y la violencia de un sistema económico que se extiende a la posdictadura. Así, haciendo un paralelo con la figura emblemática de los treinta mil desaparecidos por el terrorismo de Estado, Susana Caride19 exhorta a "evitar que tengamos 30.000 muertos o tantos muertos de hambre, y por la miseria, y por las enfermedades cuando las autoridades no se hacen cargo absolutamente nada". De manera similar, Susana Reyes20, quien ha trabajado con chicos marginados, asocia a los mismos con los desaparecidos. Recuerda ocasiones en que los ha visto en situaciones precarias en la vida cotidiana: "Y me bajo en la estación, los veo, los he visto durmiendo en el piso, ¿viste? Y a mí me viene la imagen, ¿no? Porque ellos es como que también están como. como que no están, ¿entendés? Ellos son unos desaparecidos para este sistema, porque nadie se ocupa". Su reflexión hace pensar en la violencia que implica las múltiples formas de no ver, de excluir del marco de vidas que valen la pena [Butler, 2004], a personas cuyos derechos han sido vulnerados por distintos sistemas de opresión.

Otra acepción del concepto de justicia que aparece a menudo en las entrevistas tiene relación con el esclarecimiento y castigo de los crímenes de la dictadura. Se refiere a la justicia en el sentido jurídico/judicial. La impunidad que por tantos años gozaron los represores es asociada con ramificaciones nocivas para el tejido social y el presente y futuro del país. Para Adriana Arce, dicha impunidad y la corrupción están ligadas:

[A]sistimos a [ver] como la impunidad se ha metido en todos los estamentos de la sociedad, en todas las estructuras del Estado, en cualquier actividad que hagas en este país vas encontrando la impunidad, la impunidad, la impunidad. Y esa impunidad se instaló, ¿por qué?, pues porque como que en el inconsciente colectivo lo que queda al final es que hubo gente que mató a otros, que se quedó con su patrimonio, que le robó los niños, que los torturó, que hizo. cual.  la salvajada mayor, y no les pasó nada. Entonces es lícito todo. Ya la sociedad cuando ve que todo eso no es condenable, no es punible, entonces es mano abierta para todas las corrupciones.

En la narrativa de Adriana la necesidad de justicia aparece como un requerimiento básico del estado de derecho y la convivencia en la sociedad. Ella demanda un juicio justo para los represores, con todos los derechos que esto conlleva -algo que le fue negado a ella misma y a tantas personas secuestradas, torturadas, y finalmente desaparecidas por el propio Estado-. En la última década en la Argentina, algo de esa impunidad se ha comenzado a desmontar con la reapertura de juicios por crímenes de lesa humanidad. Queda por ver hasta qué punto esta cuota de justicia ayuda a desarmar también otras formas de impunidad que asolan a la sociedad argentina de hoy.

Si bien los testimonios se centran fundamentalmente en el pasado, se filtra también la preocupación por el presente y el futuro. Por un lado, surge el deseo de que "nunca más" un gobierno autoritario se imponga y vuelva a cometer atrocidades. Como dice Tita Sacolsky21, "ningún ser humano merece una cosa así [.] Eso lo tenemos que decir para que todas las generaciones sepan que eso nunca más tiene que pasar". Y por otro lado, hay una inquietud sobre la parte que le toca al común de la sociedad para evitar que eso suceda. Liliana Gardella se refiere a la necesidad de escarbar sobre las raíces cotidianas que dan sustento a una matriz represiva. Una de las preguntas que le rondan, "¿cómo se fabrica un torturador?", tiene actualidad y urgencia no solo porque el mundo ha seguido confrontando situaciones de tortura en menor o mayor escala (inclusive formas sexualizadas), sino porque la respuesta que se vislumbra no remite a un espacio drásticamente separado del conjunto social, ni tampoco simplemente al ámbito de las fuerzas armadas. El indagar sobre las cuestiones cotidianas que sostienen una matriz represiva lleva también a preguntarse sobre las instituciones, el sentido común, los espacios íntimos, los discursos y las relaciones de poder en sociedades que conviven con gobiernos responsables de violaciones sistemáticas a los derechos humanos22.

A partir de sus propias lecturas de la realidad actual e histórica, las entrevistadas también ofrecen interpretaciones sobre prácticas y discursos sociales. Viviana Nardoni -quien ha sido militante y trabaja en el Museo de la Memoria de Rosario- alerta sobre las expresiones autoritarias del día a día:

[V]er en el de enfrente siempre al Otro, al diferente, con el que no puedo dialogar ni acordar nada, porque siempre es el Otro, el bárbaro [...] y el Otro es mi enemigo. Eso nos ha condenado siempre como sociedad. Más allá de las variantes de los procesos históricos [...] Entonces vos te descubrís diciendo a veces "a esos habría que matarlos". Y eso no es un decir. Hay [algo] en tu constitución como persona y como sociedad que te lleva a utilizar esa expresión [...] Y ese tipo de cosas que nos configuran como sociedad [...] es lo que yo quisiera intentar trabajar para diluir.

Así entonces, además de la crítica al autoritarismo y la violencia más cruda de la represión estatal, varias entrevistadas señalan valores más generales para el común de la sociedad, tales como el respeto hacia otras personas y la convivencia en democracia. Marta Bianchi, presidenta de la asociación "La mujer y el cine", sintetiza:

Pienso mucho que hay que ser respetuoso con el otro, que no hay una sola manera de pensar, ni de sentir, ni de vivir, ni de habitar el mundo. Y que hay lugar para todos en el mundo. Que lo importante es la tolerancia y el respeto, y que la violencia tiene que ser erradicada, y que la palabra y la negociación son las formas de convivencia. [.] Debemos estar muy atentos a la violencia, a la defensa de la democracia y a no callar. Y a no callar. Y a juntarnos cuando tenemos miedo, y a expresarnos y a defender aquello que creamos, con las mejores armas ─las armas, digamos, de la persuasión, de la buena convivencia─. Esas.

Susana Muñoz, quien fue militante política y posteriormente integró organizaciones de derechos humanos y memoria, remarca: "Uno tiene que erradicar del lenguaje la tolerancia, tiene que ser respetuoso". Es decir, desde esta perspectiva, "la tolerancia" no alcanza a honrar las diferencias y la humanidad de otras personas.

Con estas palabras se van tejiendo no solamente ciertos ideales sino también criterios de acción para su defensa, que implican la organización colectiva como antídoto al miedo y como límite a la opresión. Estas no son simplemente disquisiciones teóricas, sino que se basan en las experiencias de las propias entrevistadas en relación a las estructuras que impusieron el terror y a las diversas formas de resistencia individual y colectiva que emergieron en dicho contexto. En el caso de Marta Bianchi, ella formó parte de Teatro Abierto, una de los desafíos más contundentes a la censura de expresiones culturales y persecución de artistas durante la dictadura. Asimismo, acompañando el objetivo de generar una sociedad más justa en lo cotidiano, Fátima Cabrera -que participó en organizaciones cristianas y comunitarias antes de secuestro y posteriormente en organizaciones de derechos humanos a nivel internacional- afirma la necesidad de "saber poner los límites cuando viene el atropello".

A modo de conclusión

La memoria social sobre el terrorismo de Estado en la Argentina se compone de muchas voces, inclusive de mujeres. Sin embargo, las voces de mujeres sobrevivientes, particularmente en su dimensión política, han sido escasamente escuchadas. Las voces femeninas que han tenido mayor receptividad social han sido las de mujeres que han hablado desde identidades de género normativas, es decir en su calidad de cuidadoras, madres, abuelas. Aún en el caso de las mujeres desaparecidas, una de las imágenes más vívidas de su figura es la silueta de la embarazada que aparece en expresiones de arte público o protesta política respecto del terrorismo de Estado. Mientras que este tipo de experiencias femeninas son ciertamente significativas, otros roles vitales de corte político han sido relativamente invisibilizados. Incluso las propias experiencias de algunas Madres o Abuelas de Plaza de Mayo como ex detenidas-desaparecidas y/o como militantes antes de la dictadura, en este aspecto, han sido eclipsadas.

Este trabajo destaca las voces de sobrevivientes como un intento de abrir el diálogo concerniente a la memoria social y las formas de pensar la política. Presenta apenas un esbozo de la riqueza de perspectivas que estas mujeres ofrecen. Incluir y escuchar sus voces no es solamente una cuestión de justicia de género, sino que también implica la posibilidad de nutrir el presente y el futuro con las aportes de personas que son mucho más que "portadoras del horror". Estas mujeres son portadoras de memorias sobre el cambio social, de perspectivas políticas valiosas y, en varios casos, de saberes devenidos del examen crítico de las relaciones sociales que moldearon sus experiencias como mujeres. Ellas también portan memorias de supervivencia y de resistencia, herramientas esenciales para imaginar y construir un país con plena vigencia de los derechos humanos (Daleo, 2010: 71). En ese sentido, concluyo con las palabras de Delia Bisutti, quien ha sido militante gremial docente y legisladora:

La dictadura ha calado fuerte. Ha calado muy fuerte. Pero bueno, lo que sí siento, que no nos han vencido individualmente ni socialmente [.] o por lo menos no nos han derrotado. Nos han vencido en muchas batallas, en muchas. Pero seguimos sacando fuerzas para seguir dando batallas, y esto creo que es lo importante y  lo que nos tiene que quedar como rédito para la construcción de una sociedad que tiene que aprender a vivir sin miedo.

Notas

1 Deseo expresar mi profunda gratitud a las mujeres que brindaron los testimonios que son la base de este trabajo. También agradezco a Memoria Abierta por facilitar los materiales, particularmente a Alejandra Oberti en su carácter de coordinadora del Archivo Oral, y a Evangelina Sánchez, Nancy Lucero, Celina Flores y Guillermina Zampieri por el trabajo cotidiano que hace posible la consulta pública. A Susana Skura, también de Memoria Abierta, le doy las gracias por varias conversaciones sobre este proyecto y por su lectura constructiva de una versión previa de este artículo. Guillermina Seri, Eugenia Tarzibachi, Kari Norgaard y dos evaluadoras/es anónimos para Mora también me aportaron valiosos comentarios. Finalmente este trabajo recibió apoyo de un premio, Initiatives for Women Award, de la University at Albany, SUNY.

2 Dada la existencia de un rico acervo testimonial en el Archivo Oral de Memoria Abierta, y por razones éticas, decidí usar dichas fuentes en lugar de realizar mis propias entrevistas. Quise evitar potencialmente sobrecargar a las sobrevivientes con la tarea de contar una vez más una historia traumática. Los testimonios analizados fueron prestados durante el período 2001-2011, están grabados en video y duran aproximadamente entre una y cinco horas. Siguiendo el protocolo de Memoria Abierta, visioné los testimonios in situ, tomando notas extensivas y transcribiendo pasajes de su contenido. Comencé el proyecto con interés en narrativas sobre el cuerpo, supervivencia, resistencia y sanación. Basándome en dicho interés y en las fechas delimitadas (1976-1983), intentando vislumbrar varios tipos de CCD y priorizando m sin restricciones de uso, seleccioné 41 testimonios para el análisis. Primero leí los resúmenes escritos, palabras clave y otros descriptores provistos por Memoria Abierta para las entrevistas con mujeres sobrevivientes. Utilicé estas descripciones como una primera aproximación a los testimonios, aunque el nivel de detalle provisto es variable. Además, mientras algunos resúmenes mencionan explícitamente palabras vinculadas a mi principal tópico de interés (por ejemplo, "cuerpo", "salud", "supervivencia") tuve también que utilizar otra información narrativa como pista sobre dichas temáticas (por ejemplo, referencias a la tortura o al embarazo en cautiverio). A medida que fui visionando las entrevistas, otros relatos emergentes suscitaron mi interés, como la transmisión y balance de las experiencias vividas. Este artículo enfatiza este último eje pero es parte de un proyecto más amplio.

3 Véase, por ejemplo, Belucci (2000), Fisher (1993).

4 Un grupo de Madres de desaparecidos/as se constituyó en Abuelas de Plaza de Mayo para buscar a sus nietos/as secuestrados o nacidos en cautiverio y apropiados por familias ligadas al régimen militar [Arditti 1999].

5 Entre los aportes testimoniales, analíticos y literarios de mujeres sobrevivientes sobre el terrorismo de Estado se encuentran los siguientes: Actis et al. (2001), Calveiro (1998), Partnoy (1986), Ramus (2000), Strejilevich (1997).

6 Adriana fue militante sindical docente. Se ha desempeñado en la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación.

7 Marta es actriz. Fue secuestrada junto a su entonces marido, Luis Brandoni, que fue dirigente del gremio de actores.

8 Susana es socióloga, fue militante política, y estuvo secuestrada dos años en la Escuela de Mecánica de la Armada.

9 Celeste fue militante política y cristiana. Al 2008, trabajaba en un programa municipal de violencia de género.

10 Gloria proviene de una familia de clase trabajadora. Reporta que a raíz de su cautiverio perdió un embarazo.

11 Estas mujeres estuvieron secuestradas entre 1976 y 1983 en distintas partes del país, a excepción de una militante argentina secuestrada en Uruguay (en acción coordinada con fuerzas represivas argentinas en el marco del Plan Cóndor).

12 Munú es artista plástica y fue militante política. Es coautora del libro Ese Infierno (Actis et al., 2001).

13 Elisa fue militante política en varias organizaciones. Es coautora del libro Ese Infierno (Actis et al., 2001).

14 Norma fue militante universitaria y política. Se exilio en Italia, donde continuó viviendo posdictadura.

15 Liliana fue militante política. Es antropóloga y coautora del libro Ese Infierno (Actis et al., 2001).

16 Raquel fue militante estudiantil y gremial antes de su secuestro. Integró organizaciones de derechos humanos.

17 Isabel fue militante estudiantil en la universidad. Es profesora de historia.

18 Emilce fue militante estudiantil en la escuela secundaria. Es científica y militante en derechos humanos.

19 Susana proviene de una familia de extracción humilde y de militantes. Ella misma fue militante política también.

20 En su juventud, Susana realizó trabajos de alfabetización y fue militante política.

21 Tita fue militante y ayudó a gente perseguida. Describe el ensañamiento de los represores con ella por ser judía.

22 En ese sentido, véase Mariana Caviglia (2006), Sebastián Carassai (2013),Verbitsky y Bohoslavsky (2013).

Testimonios Citados

Memoria Abierta, Testimonio de Nilda Actis Goretta (Munú), Buenos Aires, 2001.

Memoria Abierta, Testimonio de Marta Álvarez, La Lucila, Buenos Aires, 2007.

Memoria Abierta, Testimonio de Adriana Arce, Buenos Aires, 2006.

Memoria Abierta, Testimonio de Ledda Barreiro, Mar del Plata, Buenos Aires, 2007.

Memoria Abierta, Testimonio de Norma Berti, Buenos Aires, 2007.

Memoria Abierta, Testimonio de Marta Bianchi, Buenos Aires, 2006.

Memoria Abierta, Testimonio de Delia Bisutti, Buenos Aires, 2001.

Memoria Abierta, Testimonio de Fátima Cabrera, Buenos Aires, 2002.

Memoria Abierta, Testimonio de Susana Caride, Buenos Aires, 2001.

Memoria Abierta, Testimonio de Isabel Cerruti, Buenos Aires, 2002.

Memoria Abierta, Testimonio de Cristina Comandé, Buenos Aires, 2005.

Memoria Abierta, Testimonio de Gloria Enríquez, Buenos Aires, 2003.

Memoria Abierta, Testimonio de Patricia Erb, Buenos Aires, 2007.

Memoria Abierta, Testimonio de Isabel Fernández Blanco, Buenos Aires, 2005.

Memoria Abierta, Testimonio de Adriana Friszman, Buenos Aires, 2004.

Memoria Abierta, Testimonio de Marta García de Candeloro, Mar del Plata, Buenos Aires, 2007.

Memoria Abierta, Testimonio de Liliana Gardella, Buenos Aires, 2001.

Memoria Abierta, Testimonio de Carmen Lapacó, Buenos Aires, 2001.

Memoria Abierta, Testimonio de Emilce Moler, Buenos Aires, 2006.

Memoria Abierta, Testimonio de Alicia Morales, Mendoza, 2008.

Memoria Abierta, Testimonio de Susana Muñoz, Mendoza, 2007.

Memoria Abierta, Testimonio de Viviana Nardoni, Rosario, Santa Fe, 2010.

Memoria Abierta, Testimonio de Raquel Odasso, Mendoza, 2007.

Memoria Abierta, Testimonio de Eva Orifici, Buenos Aires, 2007.

Memoria Abierta, Testimonio de Susana Jorgelina Ramus, Buenos Aires, 2001.

Memoria Abierta, Testimonio de Susana Reyes, Buenos Aires, 2003.

Memoria Abierta, Testimonio de Julia Ruiz, Buenos Aires, 2003

Memoria Abierta, Testimonio de Rebeca "Tita" Sacolsky, Buenos Aires, 2001.

Memoria Abierta, Testimonio de Laura Schachter, Buenos Aires, 2011. 

Memoria Abierta, Testimonio de María Celeste Seydell, Córdoba, 2008.

Memoria Abierta, Testimonio de Nora Strejilevich, Buenos Aires, 2008.

Memoria Abierta, Testimonio de Elisa Tokar, Buenos Aires, 2001.

Memoria Abierta, Testimonio de Marta Vasallo, Buenos Aires, 2002.

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