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Mora (Buenos Aires)

versión On-line ISSN 1853-001X

Mora (B. Aires) vol.21 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jun. 2015

 

RESEÑAS

Formas comunes. Animalidad, cultura y biopolítica. Giorgi, Gabriel (2014). Buenos Aires: Eterna Cadencia, 302 pp.

 

Laura Arnés

"Comer y coger: de eso estarán hechas [.] muchas luchas de la cultura y la política futura" (Giorgi, 2014: 182)

La relación entre lo humano y lo animal ha tomado distintas formas a lo largo de la historia. En las tradiciones culturales latinoamericanas, el animal ha tendido a funcionar como un revés de lo humano y el par civilización/barbarie es el ejemplo más evidente de esto.

Sin embargo -y esta es una de las primeras hipótesis que Giorgi presenta- a partir de la década de 1960, habrían comenzado a aparecer una serie de materiales estéticos que, al explorar una contigüidad o proximidad nueva con la vida animal, proponen que la animalidad (ya) no puede ser separada con precisión de la vida humana. En este sentido, estos relatos no solo producen un quiebre epistemológico sino que alteran el régimen instituido de cuerpos y sentidos, de territorialidades, temporalidades y gramáticas.
En otras palabras, al presentarse como reconfiguraciones de la experiencia, los materiales trabajados en este libro proponen nuevos modos de percepción e introducen formas novedosas de subjetividad política; se vuelven políticos y delinean otras éticas al señalar una posible reorganización -minoritaria- de lo sensible. No hay en ellos, necesariamente, denuncia ni sutura; hay, más bien, una fuga respecto de los parámetros de normalización, un movimiento desontologizante que problematiza la definición de lo humano como evidencia.

En 1937 -relata Giorgi en uno de los momentos más provocadores del libro, el excurso titulado "El animal comunista"-, "Heráclito Sobral Pinto -un abogado opositor al régimen de Getulio Vargas- ensaya un recurso legal inédito, invoca los derechos animales para defender la vida de un preso político (p. 122).

Sobral Pinto está haciendo algo más que señalar las contradicciones jurídicas y políticas del Estado; está marcando el momento en que los nombres de lo humano, las construcciones jurídicas, políticas, culturales que habían definido lo propio de lo humano y que habían, en gran medida, surgido del suelo del humanismo europeo ya no servían para significar el universo de luchas y de violencias que estaba emergiendo (p. 126).

Se percibe así, que lo que atañe a la lectura de Giorgi son los modos en que lo animal y lo humano se cruzan, en los dos sentidos del término, en las ficciones o imaginarios culturales; los modos en que estos dos términos empiezan a funcionar como "un continuum orgánico afectivo, material y político" (p. 12), las posibles formas de vida o de muerte -acaso sean lo mismo- que en sus múltiples hibridaciones sugieren y los modos en que, allí, lo común es reinventado. En este sentido, se abre la pregunta: ¿acaso las textualidades analizadas en este ensayo están proponiendo formas de vida que eluden la complicidad con los regímenes de violencia que dictan las jerarquías sobre lo viviente? ¿Es posible que estén delineando "otros modos de relación con el cuerpo y entre cuerpos, y otras políticas de lo viviente que no repongan esa matriz inmunitaria y sistemáticamente violenta del individuo (neo)liberal, capitalista, propietario, su cuerpo privatizado y conyugalizado [.]"? (p. 41). Pero, en realidad, Formas comunes plantea una pregunta previa o fundante: "¿Qué es un cuerpo? ¿Por qué ese horizonte de visibilidad y de sensibilidad del cuerpo es inseparable de un ordenamiento político?" (p. 98).

Si bien -fiel a los marcos y modos de lectura en los que, desde Sueños de exterminio (Giorgi, 2004), viene profundizando (Michel Foucault, Giorgio Agamben, Roberto Espósito)-, esta vez el animal es el "artefacto" que le permite a Giorgi interrogar las biopolíticas que definen las formas de vida y los modos de lo vivible de nuestra cultura, las vidas a proteger y las vidas a abandonar o, en otras palabras, las gramáticas de lo contemporáneo: las alianzas con el jaguar en "Meu tio o iaguarete" (Guimaraes Rosa), la aparición, muerte y resto de la cucaracha en "A paixao según G.H." (Clarice Lispector), la presencia de mataderos en los cuentos de Martín Kohan y Carlos Busqued, el giro animal de la escritura de Osvaldo Lamborghini y La ciudad de las ratas de Copi; pero también los cuerpos-resto problematizados en las instalaciones de Teresa Margolles y Nuno Ramos y los no-persona en "La parte de los crímenes" (266) de Roberto Bolaño y en el documental de Patricio Guzmán,  Nostalgia de la luz.

En el despliegue de lecturas y en la vastedad de materiales literarios y no literarios que analiza, Giorgi procura deconstruir conceptos fundamentales para la reflexión teórica tales como civilización, naturaleza, cuerpo, muerte -y los términos que invocan en contraposición-, para hacer ingresar, de la mano de Deleuze, Guattari y Grosz, otras nociones: umbral, afecto, contagio, "fuerzas e intensidades vivas" (p. 38), devenir. Inevitablemente, lo que este ensayo y los textos que en él se analizan ponen en juego, centralmente, son las gramáticas que el capitalismo inscribe en los cuerpos y sus distribuciones. Pero, además, si lo humano se asienta sobre el género (hombre-mujer; femenino-masculino) y su reproducción, lo que el anudamiento con lo animal provoca, cuando de sexualidades se trata, es la profunda crisis de la misma especie.

Para Joan Scott, una de las principales teóricas feministas, el género sólo es útil como pregunta y, como tal, sólo puede responderse en contextos específicos. Esta afirmación implica no sólo hacer preguntas sobre el género, sino desarrollar una concepción del género que requiera hacerlas. Del mismo modo, en Formas comunes, lo animal cumple esta función, hasta convertirse, incluso, en punto de vista: "el animal remite menos a una forma, un cuerpo formado, que una interrogación insistente sobre la forma como tal, sobre la figurabilidad de los cuerpos". (p. 34). Frente al animal o enfrentados al lado animal de un cuerpo la pregunta correcta no tiene que ver con el significado sino con el funcionamiento: qué contactos propicia, qué contagios provoca, qué diferencias o jerarquías concede, qué elementos pone en juego, hacia donde se dirige la fuga.

Sobre el final de Formas comunes, Giorgi delinea, a partir de la escritura de Manuel Puig, Joao Gilberto Noll y Marosa di Giorgio, una genealogía de anomalías (homosexualidades, zoofilias, travestismos, orgías) o rarezas sexuales (imposibles de etiquetar) que, en la fisura que abre, permite mirar tanto hacia el pasado como hacia el futuro de nuestra cultura y de nuestra literatura. Es decir, estas textualidades habilitan la pregunta retrospectiva y por venir acerca de esas ficciones (sexuales y textuales) sobre las que construimos nuestros cuerpos y los modos de sus relaciones.

La mirada del autor hace foco en esas sexualidades o sexos proliferantes y múltiples que absorben mundos y cambian los cuerpos, que no tienen espacio propio o impropio porque lo invaden todo. Cuerpos que nunca coinciden consigo mismos, indeterminados, umbrales de experimentación que rechazan el principio de individuación como sede de un sujeto (humano). Así, inevitablemente, entramos de modo oblicuo al campo de la teratología. Y es que, como sostenía, lo humano existe en tanto generizado y los términos que nos permiten ser reconocidos como humanos son articulados socialmente y son variables: las proyecciones identificatorias están reguladas por las normas sociales y si éstas se construyen como imperativos heterosexuales, entonces es la heterosexualidad normativa la responsable del tipo de forma que modela la materia corporal. Pero además, la especie -la raza, lo humano- supone  la capacidad de reproducir especímenes viables y las degeneraciones no pueden ser sino amenaza, por un lado, del fantasma de las filiaciones híbridas pero, por otro lado, de la esterilidad y la falta de (re)producción.

Si el animal es un signo político que "ilumina justamente esta puesta en experimentación y en variación del cuerpo, de un cuerpo siempre ya marcado por la norma sexual y genérica, y [.] hace de los cuerpos un campo de ejercicios o de experimentos en los que se juega la norma de lo humano y el estatuto político de lo viviente" (p. 240), la escritura de Giorgi -cómplice- no sólo pone en crisis ciertas gramáticas del reconocimiento social sino que tensa los modos de representar e interroga las epistemologías sobre los cuerpos sexuados y literarios o, en otras palabras, sobre las ficciones culturales. Así, obliga al lector a interrogarse sobre otras vidas, otras políticas y otras éticas posibles; ilumina esas fuerzas que configuran formas comunes sino novedosas, por lo menos, potentes y libera líneas de fuga que se dirigen hacia un futuro tal vez difuso pero ni apropiado ni privatizado (por lo menos todavía).